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IV Mi último tema en este capírulo es la cultura. Comparto la opinión de muchos antropólogos de hoy en el sentido de que ya no es una ficción muy útil concebir «una cultura» como una forma establecida y casi irreversiblemente esta bilizada de pensar, creer, actuar, juzgar. Las culturas siempre han estado en pro ccsos dc cambio, y el ritmo de cambio se agranda a medida que nuestros destinos se mezclan cada vez más a través de la migración, el comercio y el rápido intercambio de la información, En un sentido irónico, la mejor forma de describir las culturas industrializadas contemporáneas puede ser por referencia a los procedimientos que tienen incorporados para absorber razonablemente el cambio, constreñidas por una despierta conciencia de amplios objetivos; como la libertad, cl carácter cxplicable v justificable de las acciones, la igualdad de oportunidades y responsabilidades e incluso la igualdad de sacrificios. Distintas culturas gestionan estas cuestiones de forma diferente. Lo que todas tienen en común es el dilema de la imperfección: mantener la fe en ia capacidad para cam biar a mejor, sabiendo que nunca se podrá conseguir un final definitivo y csta blecido. Por cjemplo, en nuestra propia sociedad profesadanente igualitarista, tenemos una distribución de la riqueza y los ahorros que es tambaleantemente desequilibrada: 52.019 persor as con ingresos anuales de m¯s de un millón de dólares al año en 1990, en un país cuyos ingresos medios anuales están por debajo de los 30.000 dólares. En una década, el número de peces gordos aho rradores se ha multiplicados por seis! Todos percibimos esto como un problema. Puede que los chavales no conozcan los datos, pero también lo perciben en el aire, comno que cstá en el «verdadero" programa. Pero por razones de buen gusto, tal vez, o de conveniencia, este es un tema que se deja fuera en la escuela. Ya se han dejado fuera bastantes cuestiones y la escuela empieza a presentar una visión del mundo tan ajena o tan remota que muchos aprendices no pueden encontrar en ella un lugar para ellos o para sus amigos. Esto es verdad no solo para las chicas, o los negros, o los latinos, o los asiáticos, u otros chavales que reciben cspecial atención como población de riesgo potencia. También están esos chavales incansables y aburridos de nuestros barrios desperdigados que sufren el pandémico síndrome de «Qué estoy haciendo aquí, en cualquier caso? Qué tiene esto que ver conmigo?» Todos saben que algo se queda fuera cuando se ve representado ya sea en la calle o en la ubicua pantalla de televi_ión. El desencanto resultante con el establishment educativo se expresa en tantas formas y tan variadas, que es pasmante; y estamoS pasmados, pasmados ante el poder de la cultura de la calle, ante el miedo en aumento de los chicos de los barrios altos a entrar en la ciudad, ante la anomia entre los niDos de la clase media. Pero yo estoy igualmente impresionado del éxito de algunas escuelas y profesores combatiendo esos problemas.
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