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LA FICCION LITERARIA Anderson Imbert docx - Romi Scuderi

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1. LA FICCIÓN LITERARIA – ENRIQUE ANDERSON IMBERT
1.1. Introducción
Vi un pájaro. Dicho así no hago más que comunicar una oración enunciativa.
La palabra «pájaro» no expresa la totalidad de mi experiencia sino que apunta
a un concepto que es el común denominador de innumerables pájaros en las
experiencias de innumerables personas. Lo que de veras vi no fue un pájaro
cualquiera, de esos que cualquier vecino pudo haber visto. Vi nada menos que
a un colibrí. Yo era niño, y en aquella mañana de primavera vi por primera vez,
en el jardín de mi casa, en La Plata, a ese colibrí único que picó una flor, la
dejó toda temblorosa y se fue rasgueando con un ala la seda del aire. Intuí no
solamente a mi colibrí, sino también el pudor de la flor, la sorpresa del cielo,
mi envidia por la libertad de ese vuelo audaz, el presentimiento de que nunca
sería capaz de contarle a mamá los sentimientos que se me daban junto con
eso, «eso», una visión inexpresable que, sin embargo, me urgía a que la
expresara. Si hubiera objetivado en palabras la plenitud de tamaña experiencia
personal yo habría hecho literatura.
¿Qué es lo que hace que un texto sea literario? ¿Y cómo se distingue de lo no
literario?
La Filosofía ya nos ha dado la respuesta. La realidad en sí —nos dijo Kant—
es incognoscible: sólo conocemos fenómenos. Las sensaciones se convierten en
intuiciones al entrar en las formas de nuestra sensibilidad y las intuiciones se
convierten en conceptos al entrar en las formas de nuestro entendimiento. El
conocimiento es una síntesis de intuiciones integradas en conceptos y
conceptos abstraídos de intuiciones. Las intuiciones sin concepto serían ciegas
y los conceptos sin intuición estarían vacíos. O sea —ahora continúa Croce—
dos clases de conocimiento: el conocimiento intuitivo de lo concreto,
particular, que lleva a la poesía, y el conocimiento conceptual de lo general,
universal, que lleva a la ciencia. Con los símbolos del lenguaje —ahora es
Cassirer quien aporta su contribución— el hombre construye su propio mundo
y el mundo de la cultura: mito, religión, arte, historia, filosofía, ciencia,
política. Esta actividad simbolizadora parece dividirse en dos tendencias: una
«discursiva», que parte de un concepto y, expandiendo cada vez más su área de
generalizaciones, acaba por proponer un sistema de explicaciones
racionales; y otra tendencia, «metafórica», que se concentra en la expresión de
una experiencia personal mediante imágenes concretas. En la tendencia
discursiva el poder de la lógica reduce a frío esqueleto la riqueza y la plenitud
de la experiencia original. En la tendencia metafórica, en cambio, el poder
artístico libera la vida en forma de ficción.
La literatura es una de las formas de la ficción. Fictio-onis viene de fingere,
que si no me he olvidado del latín que me enseñaron en el colegio significaba,
a veces, fingir, mentir, engañar, y a veces modelar, componer, heñir. En ambas
acepciones podría decirse que el cuento es ficticio pues a veces simula una
acción que nunca ocurrió y a veces moldea lo que sí ocurrió pero apuntando
más a la belleza que a la verdad.
1.2. Lo no literario
El escritor que no escribe literatura abstrae de su experiencia un elemento
común a otras experiencias suyas y también común a las experiencias de otras
personas; generaliza ese elemento y con él se refiere a un objeto públicamente
reconocible. En su experiencia real ese elemento estaba acompañado por una
multiplicidad de impresiones, pero ahora el escritor hace caso omiso de lo que
no sea el elemento discriminado en una operación lógica y forma así un
concepto, un juicio, un razonamiento. En el texto que ha escrito no revela su
experiencia total, dentro de la que se dio aquel elemento, sino que se refiere al
elemento aislado. Para comunicar el armazón intelectual de su pensamiento
sacrifica la riqueza de su experiencia individual, viva, íntima, concreta. Si la
sacrifica es porque lo que está haciendo no es literatura.
No literaria es la comunicación lógica —en obras de ciencia, filosofía, historia,
técnica, política, etc.— de un saber abstraído de la experiencia humana. El
científico, el filósofo, el historiador, el técnico, el político se especializan en
relacionar ciertos objetos representados con sus conciencias. Desde luego que
estas especializaciones son humanas pero lo que las caracteriza es que surgen,
no del hombre en cuanto hombre, entero, pleno, completo, sino de un hombre
sofisticado que, en su afán de llegar por vía racional a lo que cree que es
verdad, se limita a sí mismo y se dedica a conocer sólo parcelas. Los escritores
que no hacen literatura continúan, en una actitud impersonal y objetiva, la
tendencia del lenguaje a acrecentar su poder
abstracto y generalizador. En el sistema social de la lengua las palabras son
conceptos que significan, no una experiencia concreta, sino elementos
abstraídos de esa experiencia.
El lenguaje no literario tiende a descartar lo que no sea ajustada referencia a
sus objetos; estos objetos son discriminados mediante un riguroso proceso
lógico hasta que la proposición alcanza validez general. Hay muchas maneras
de comunicar el armazón lógico de nuestro pensamiento. El científico, al
preparar su informe, puede elegir una frase u otra, sacándola de un almacén
lingüístico en disponibilidad; y aun puede traducir su informe de una lengua a
otra sin que su contenido se altere. El uso individual y social de la lengua a lo
largo de la historia ha cargado las palabras con significaciones equívocas.
Cuando esas palabras le estorban, el científico, interesado en salvar su esfuerzo
intelectual, busca símbolos más adecuados. Formula entonces sus conceptos en
un lenguaje técnico, universal: por ejemplo, el de la química, el de las
matemáticas. Las matemáticas constituyen el lenguaje más desarrollado en esta
dirección: se especializa en relaciones abstraídas de la experiencia humana, tan
exactas que son reconocidas públicamente. El matemático no nos habla de sí,
sino de relaciones que, apenas enunciadas, resultan valer para todo el mundo.
De hecho, todos los escritores que no hacen literatura marchan de abstracción
en abstracción hacia un alto grado de generalidad. Comunican un
conocimiento conceptual.
1.3. Lo literario
El escritor que se dedica a la literatura abstrae de su experiencia, no un
elemento público, universal, sino elementos privados, particulares. Son tan
numerosos, los selecciona con tanto cuidado, los estructura en una sintaxis tan
bien ceñida a los ondulantes movimientos del ánimo, los reviste con un estilo
tan imaginativo y lujoso en metáforas que todos los elementos juntos
equivalen casi a rendir la experiencia completa. Esto ya no es comunicación
lógica y práctica, sino expresión estética, poética. Los símbolos ya no son
referenciales, como en lo no literario, sino evocativos. En vez de despegarse de
la experiencia que tuvo el autor, los símbolos se quedan cerca de esa plena,
rica, honda, intensa, imaginativa, creadora experiencia. Son símbolos pegados
a las percepciones, sentimientos, pensamientos de una experiencia particular
vivida por una persona en cierto momento. El conocimiento ya no es
conceptual sino intuitivo.
Los escritores que hacen literatura expresan la experiencia total del hombre en
cuanto hombre: una experiencia personal, privada, abundante en matices y
relieves.
El poeta (y el cuentista es un poeta, en el sentido de que es un creador) no
tiene más remedio que expresar una experiencia concreta con palabras que son
abstractas. ¡Ojalá pudiera simbolizar intuiciones siempre nuevas con palabras
también nuevas! Pero sus intuiciones son inefables, y si las cifrara en un
símbolo recién inventado nadie lo entendería pues no hay dos experiencias que
sean iguales. Entonces, a pesar del medio lingüístico que le resiste, el poeta se
lanza a la aventura y con metáforas y otras alusiones a su íntima visión logra
salir más o menos victorioso. Su poema, su cuento, ha cristalizado en una
unidad indivisible que no se deja separar en fondo y forma porque naciócomo
imagen verbal. Por eso la poesía, a diferencia de la ciencia, no puede
traducirse.
En resumen. Así como usamos la lengua para comunicar los contenidos
lógicos de nuestra conciencia, y esa tendencia recibe una forma purificada en
las ciencias y su mayor desarrollo abstracto en las matemáticas, también
podemos expresar nuestra vida interior: en la confidencia tratamos de sacar a
luz nuestra intimidad, y a la objetivación de esa intimidad la llamada poesía, se
dé en verso o en prosa.
La lengua discursiva y el habla poética son logros de nuestra voluntad. En el
proceso real del lenguaje el uso discursivo y el uso poético coexisten pero es
cómodo —y no demasiado arbitrario— señalar una tendencia comunicativa y
otra expresiva: una hacia la comunicación conceptual de la ciencia, otra hacia
la expresión intuitiva de la poesía. El científico se defiende contra las
imágenes que se deslizan en su lengua y amenazan con subjetivar sus
clasificaciones lógicas; el poeta se defiende contra los conceptos ya formados
en la lengua, pues amenazan con impersonalizar sus visiones. Comunicamos (o
procuramos comunicar) abstracciones de lo público, común, lógico y universal
de nuestras experiencias; expresamos (o procuramos expresar) la
experiencia misma, concreta, viva, completa, diversa, privada. En la ciencia
nos interesa ante todo la verdad; en la poesía, lo que más importa es la belleza.
1.4. Toda la literatura es ficción
El goce estético consiste en que, al expresarnos, nos sentimos libres. Por lo
pronto, no hay nada que nos limite en la elección de temas, pues todo lo que
pasa por la mente es digno de convertirse en literatura. Sin duda no podemos
escaparnos del sistema solar en que vivimos ni dejar de ser hombres ni
prescindir de los datos que recibimos por los órganos sensoriales, pero sí
podemos construir un mundo propio, sin más propósito que el de expresar
nuestra contemplación de una belleza superior a la de la naturaleza. En el
instante de la creación literaria la realidad pierde su imperio sobre nosotros. El
contenido de nuestra conciencia no se ajusta a objetos externos, sino que
concuerda consigo mismo: es decir, nuestra verdad es estética, no lógica.
Enriquecemos el mundo añadiendo un valor estético a lo existente. Nos
despegamos de los hechos y nos apegamos a las metáforas. Apoyados en un
mínimo de realidad, operamos con un máximo de fantasía. Con elementos
reales inventamos un mundo irreal y, al revés, con elementos fantásticos
inventamos un mundo verosímil. Y cuando no recurrimos a la invención para
emanciparnos de la realidad sino que, en nombre del realismo más extremo,
resolvemos reproducir las cosas tal como son, nuestro sometimiento no es
absoluto: seguimos seleccionando con criterio estético (14). En el fondo la
intención es fantasear, imaginar, crear. Fingimos. Los sucesos que evocamos
son ficticios. La literatura, pues, es ficción. Ortega y Gasset, al recordarnos que
por mucho que nos esforcemos en conocer objetivamente la realidad sólo
conseguimos imaginarla, había dicho que el hombre «inventa el mundo o un
pedazo de él. El hombre está condenado a ser novelista» (Ideas y creencias en
Obras, V, Madrid, 1942). Alfonso Reyes ajustó con una nueva vuelta el tornillo
de ese juicio: «Ficción verbal de una ficción mental, ficción de ficción: esto es
la literatura» (El deslinde, México, págs. 202-207).
La literatura es siempre ficción. La conocemos como ficción oral y como
ficción escrita: dejaré de lado la oral. Se da en verso o en prosa: dejaré de lado
el verso (Apostillas). La historia de la ficción es larga, y se la podría bosquejar
en sus numerosos géneros, pero sólo estudiaré, de los últimos ciento cincuenta
años, un género en prosa: el cuento. Las frases de un cuento no son
proposiciones que prediquen la existencia de algo; por tanto, no son ni
verdaderas ni falsas. Se vio antes que la intuición no distingue entre lo real y lo
irreal, distinción propia del conocimiento conceptual, no del intuitivo. Del
mismo modo, la distinción entre los conceptos de verdad y falsedad no le
concierne a la ficción. Ficción pura: esto es el cuento.

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