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Algunos problemas de bioética en Pediatría Ningún capítulo de la pediatría moderna puede quedar al margen de consideraciones éticas. Se exponen algunos a continuación con especial atención a los referentes a la clínica pediátrica, dejando para el final los propios de la enseñanza (la bioética debe ser enseñada; la enseñanza debe ser ética) y de la investigación. Problemas éticos en la edad neonatal Las cuestiones referentes al inicio de la vida tienen especial importancia. Destacan los problemas relacionados con la cirugía fetal, los límites de viabilidad del prematuro extremo, o la asistencia plena o parcial al neonato con graves malformaciones o deficiencias. Neonato con graves malformaciones Es una de las situaciones que plantean más dificultades y, por tanto, supone una dura prueba, tanto para los padres, como para el personal sanitario y, a la postre, para la sociedad. Dada la posible detección y prevención prenatal de muchos problemas, si hay omisiones en las pruebas a realizar o se cometen errores diagnósticos de los aspectos éticos, pueden surgir problemas jurídicos. Por otra parte, actualmente es factible el tratamiento eficaz de cuadros malformativos considerados, hasta no hace mucho, como incompatibles con la vida, por ejemplo, la hipoplasia de corazón izquierdo, por lo que deben tomarse decisiones en el sentido de acogerse o no a diversas terapéuticas. Es interesante comentar las circunstancias que llevaron a la Academia Americana de Pediatría a apoyar la entrada en vigor en EEUU de una Ley en 1985, que definía la negligencia en pediatría, en la atención a los niños con minusvalías. Desde el punto de vista histórico es importante comentar algunos casos. En 1963, en el John Hopkins Hospital de Baltimore, se permitió por parte del equipo facultativo la muerte de un RN con síndrome de Down y atresia duodenal, siguiendo la voluntad de los padres, este caso conmocionó la opinión pública norteamericana aunque 2 casos más recientes conocidos con el nombre de Baby Doe 1 y Baby Doe 2 precipitaron una injerencia de los poderes judiciales en la atención a los neonatos con malformaciones. Baby Doe 1. El 9 de abril de 1982 nació en Bloomington, Indiana, un niño con síndrome de Down y fístula traqueoesofágica. Los padres rehusaron la corrección quirúrgica del defecto. El caso fue llevado a los tribunales. A los cinco días los jueces fallaron a favor de los padres. Al día siguiente se recurrió la sentencia al Tribunal Supremo, pero el niño murió ese mismo día. Baby Doe 2. El 11 de octubre de 1983 nació una niña en Smithtown, New York, con espina bífida y mielomeningocele. Los padres prefirieron que no se operara inmediatamente. Un abogado denunció al hospital para forzar la intervención del mielomeningocele. Los jueces fallaron a favor de los padres que razonablemente habían aceptado la colocación de una válvula para reducir la hidrocefalia. Cuando la niña contaba 6 meses de edad fue dada de alta y los padres se la llevaron a casa. La decisión de la conducta a seguir ante un RN con malformaciones graves puede ser sumamente difícil. Intervienen de manera poderosa factores ambientales: religión, demografía, situación social, número de hermanos, antecedentes históricos. La solución del dilema no será exactamente igual en un país desarrollado o en uno de baja renta, ni tampoco lo mismo en Europa que en Asia. Pueden dividirse en tres categorías los tipos de alteraciones congénitas en relación con su pronóstico vital: Alteraciones que no son letales. Por ejemplo, niños con síndrome de Down, en los que se dan alteraciones propias del síndrome como un retraso mental característico y en los que pueden darse otras alteraciones como afectaciones cardiacas o digestivas graves. Alteraciones letales si no media tratamiento. Diversas alteraciones que si no son tratadas conducirán invariablemente a la muerte del niño, como atresia esofágica, atresia anal, cardiopatías y que podrán dar problemas de decisión sobre su tratamiento si se encuentran asociadas a otras alteraciones sobre todo del SNC que puedan condicionar graves deficiencias intelectuales. Alteraciones letales a medio plazo. Existen diversas alteraciones que presentan un pronóstico infausto tras cierto tiempo de vida, como es el caso de diversas cromosomopatías como la 18 o síndrome de Edwards, o la 13, síndrome de Patau o síndromes como el de Tay Sanchs y de Lesch-Nyham. Como norma general se debería optar por un planteamiento individual, atendiendo a cada paciente y con todos los recursos disponibles, para dejar de aplicarlos cuando la evolución demuestra su ineficacia o el riesgo cierto de graves secuelas neurológicas u otras que puedan menoscabar de manera muy importante la calidad de vida futura. Algunos neonatólogos preconizan un tratamiento intensivo a ultranza de todos los casos, con el aspecto positivo de salvar alguna vida, pero también con la vertiente negativa de favorecer más secuelas irreversibles. En bastantes países se acepta un criterio estadístico, evitando el tratamiento cuando el porcentaje de curaciones sea mínimo, para no prolongar la vida inútilmente y favorecer la gran invalidez, aunque suponga la eventualidad de perder algún caso recuperable. En tan difícil elección se enfrentan de nuevo los dos criterios básicos de la antinomia “vida frente a calidad de vida”. Respecto a la primera, frente al “vitalismo” o defensa de la vida sin atender a otros condicionantes, la decisión debe apoyarse en unas actualizadas indicaciones médicas, siempre que se tengan en cuenta los principios de beneficencia y no negar un tratamiento ante la existencia de alguna deficiencia, tal vez no demasiado importante. En relación a la futura calidad de vida se toman en consideración, no sólo el criterio individual de los padres, sino desde un punto de vista más objetivo quizás se puedan valorar unas posibles adquisiciones medias: no tan altas, como la capacidad de tener un trabajo cualificado, ni tan bajas que valoren como aceptable una vida en coma permanente, o en estado de mínima conciencia. Parece correcto y lógico plantearse al menos la existencia de un mínimo potencial que capacite para las relaciones humanas. Si se opta por retirar o no iniciar determinados tratamientos se mantendrán aquellos destinados a mantener las terapéuticas y cuidados destinados a mantener el confort del RN hasta que tenga lugar el exitus, favoreciendo al máximo la presencia de los padres junto a su hijo y brindándoles toda la ayuda que puedan necesitar sin olvidar los aspectos espirituales. La eutanasia es un tema controvertido desde el punto de vista moral e ilegal en todos los países del mundo menos Holanda (Protocolo de Groningen). Prematuro extremo Destaca actualmente en neonatología por su frecuencia el dilema de reanimar a los prematuros extremos. La variación en el límite de viabilidad, conforme han mejorado los métodos y resultados terapéuticos, es un paradigma de la necesidad de una continua revisión, tanto de los criterios clínicos como de los éticos. Aunque puedan existir riesgos, la asistencia del prematuro, en ausencia de otras anomalías importantes, no se discutirá y se hará completa si pesa más de 700 gramos y tiene una edad gestacional (EG) superior a 25-26 semanas. No sería correcto reanimar –siempre de acuerdo con los comentados criterios estadísticos– cuando pesa menos de 400 gramos o la EG está por debajo de 23 semanas. En el grupo intermedio (peso entre 400 y 700 gramos y EG entre 23 y 25 semanas) se propone la reanimación respiratoria pero, si no responde, cabría evitar la cardiocirculatoria (masaje cardiaco, fármacos vasoactivos). Debe insistirse en la conveniencia de analizar al máximo los incesantes progresos ya que existen casos de niños recuperados prácticamente sin secuelas, que pesaron alrededor de 300 g al nacer y otros con 22 semanasde gestación. Es fundamental tener capacidad de adaptación para variar los límites de la reanimación en función del pronóstico conseguido desde el punto de vista internacional pero, fundamentalmente, del país y del centro en el que se valore la situación. Una de las secuelas fundamentales es la aparición de parálisis cerebral (PC). Como escriben Meadow y Lantos (2009), antes se decía que toda PC era culpa de Dios. Ahora, cerca de la mitad son por culpa médica. Otros procesos neonatológicos Son aplicables, en general, las consideraciones precedentes a otras situaciones críticas en neonatología, como son las graves infecciones complicadas con choque séptico, fallo multiorgánico y lesión cerebral irreversible; las extensas lesiones cerebrales por hemorragia intracraneal y la llamada encefalopatía hipóxico-isquémica; diversas enfermedades neuromusculares incompatibles con la vida; algunas metabolopatías; neumopatías neonatales complicadas con fallo respiratorio o irrecuperables. Para la resolución de los diversos problemas que puedan surgir en el ámbito neonatal se tendrán en cuenta los principios fundamentales de la ética, la consideración del estado actual respecto a las posibilidades de tratamiento y pronóstico, la discusión con todo el equipo asistencial y la familia, así como el soporte del comité de ética asistencial si es requerido. Dilemas en terapéutica Limitación del esfuerzo terapéutico Es tema de creciente interés por lo que es preciso insistir en él, como concepto opuesto a la obstinación terapéutica. Existen situaciones clínicas en las que el tratamiento encaminado a obtener la curación del niño no puede cumplir ese objetivo. El niño enfermo puede encontrarse en una situación tan grave que puede catalogarse de irreversible y el mantenimiento de las medidas terapéuticas únicamente puede alargar una situación en la que sólo se demorará el proceso de morir. En otras situaciones también muy serias, la enfermedad de base del niño o las complicaciones que hayan podido surgir pueden hacer que, si el niño sobrevive a la situación aguda en la unidad de cuidados intensivos, su supervivencia posterior sea muy corta al esperarse una nueva recaída. Otra posibilidad consiste en que las lesiones producidas por la enfermedad, fundamentalmente en el SNC, pueden ser tan importantes que, en el caso de que el niño sobreviva, lo haga con graves limitaciones que hagan que su calidad de vida esté gravemente menoscabada. Mantener terapéuticas o iniciar otras nuevas con el objetivo de preservar la vida en condiciones como las descritas puede definirse como obstinación terapéutica. En todas estas circunstancias puede, después de informar adecuadamente a los padres y de acuerdo con ellos, decidirse la retirada de las terapéuticas instauradas o la no utilización de ciertas medidas. Es deseable la coincidencia de opinión de todo el equipo asistencial y tiene que consensuarse la decisión con la familia que, en ocasiones, puede proponer la limitación terapéutica al comprender la situación; otras veces, aunque entiendan bien el problema, necesitan tiempo para poder asimilar la conducta a seguir, debe apoyarse siempre a la familia que puede sentirse desamparada y es necesario evitar que se sientan como únicos responsables de la decisión de limitar el tratamiento intensivo de su hijo. En ocasiones puede existir una negativa a cualquier restricción terapéutica, en tal caso se puede continuar con el tratamiento, dando más tiempo a la familia para asumir la situación. Se trata de un problema de difícil solución y es preciso replantear la cuestión de forma periódica. El comité de ética asistencial puede ser de ayuda tanto en ésta como en las circunstancias anteriores. En el caso de retirar las medidas cuya intención inicial era curar al niño por considerarlas desproporcionadas se asegurarán siempre todos los cuidados y tratamientos encaminados a obtener el máximo bienestar físico y psíquico del enfermo. El tratamiento sedoanalgésico debe ser suficiente para garantizar la absoluta falta de dolor y sufrimiento, aunque su utilización pueda acortar la vida. El sentimiento de la familia debe tenerse en cuenta en todo momento, el desenlace fatal puede llegar después de horas o días de gran incertidumbre que suponen un gran desgaste emocional para los padres que en muchas situaciones habrán estado albergando esperanzas de una posible curación total o parcial. Debe facilitarse al máximo el contacto de los padres con su hijo y permitir, si estos lo desean, el acompañamiento en todo momento. Ante todas las posibilidades descritas se debe ofrecer un apoyo médico total a la familia, dando una información clara y adecuada sin olvidar sus necesidades espirituales. Es preciso aclarar que, desde el punto de vista moral, es tan correcto el hecho de no iniciar una medida terapéutica como retirarla una vez instaurada aunque, desde el punto de vista emocional, pueda ser más costoso el hecho de retirarla. Este concepto es importante ya que posibilita el hecho de iniciar tratamientos sin añadir más sobrecarga en el momento de la decisión y de retirarlos posteriormente si se consideran desproporcionados. También es fundamental recalcar que la limitación del esfuerzo terapéutico no debe confundirse con la eutanasia, aunque la antigua denominación de eutanasia pasiva pudiera inducir a error, por ese motivo es necesario hablar exclusivamente de eutanasia para referirse a la activa y huir de calificativos que sólo sirven para crear confusión. Es fundamental por parte del personal que atiende al niño en estas circunstancias que se inquiete dentro de unos límites por la ansiedad y el sufrimiento paternos. La empatía con estos padres puede llevar a una unión y permeabilidad extraordinaria que permita articular una correcta relación, no pretendiendo basarla en un paternalismo sino en el hecho de crear un clima de confianza que es el indispensable en el trato con nuestros pacientes o los padres de éstos y que es necesario recuperar porque, desgraciadamente, ha disminuido en los últimos años. Aplicación de células madre o troncales (stem cells) Estas células tienen la posibilidad de producir diversos tejidos, y allí donde haga falta, por ejemplo, el miocardio dañado por un infarto, los núcleos cerebrales en una enfermedad neurodegenerativa, la médula ósea (MO) en una anemia aplástica y una talasemia o el páncreas con insuficiencia de las células beta en la diabetes. Se considera que las células madre obtenidas de la persona adulta tienen similar poder de regeneración, pero por ahora se da preferencia a la utilización de células madre procedentes del cordón umbilical o de embriones sobrantes de la fecundación asistida (llamadas a ser destruidas o conservardas congeladas cierto tiempo) o una cuestión que genera una gran trascendencia mediática hoy día y juicios morales, como es el caso de los embriones seleccionados para ser implantados intraútero y finalizar su desarrollo para después de su nacimiento ser donante para su hermano enfermo. Si se admite que el embrión no se considera persona hasta su implantación en el útero e interacción con la madre, sería ético utilizar el embrión inicial o pre-embrión. Trasplante de órganos Dado que se trata en otro capítulo dedicado a este tema, basta con una enumeración de las cuestiones más debatidas: la selección de donante y receptor, la remuneración del donante y el riesgo de comercialización de órganos, consentimiento del donante y normas generales para la donación in vivo y de cadáver. Aspecto pediátrico genuino es la utilización del neonato anencéfalo como donante de órganos. A pesar de su disminución como consecuencia del control prenatal, a veces se presentará esta situación, que requiere una consideración especial, entre otras razones por la dificultad de aplicar los criterios de muerte cerebral. Por otro lado,en compensación no es difícil obtener la autorización paterna, ya que la supervivencia (sin medidas extraordinarias) es imposible y el exitus será de pronta aparición. En suma, se procederá como en toda donación en pediatría, revisada a continuación. Donación in vivo por parte del niño En principio, no es aceptable ni ética ni jurídicamente, salvo en el caso de un órgano regenerable, como la MO. En ocasiones existen padres y madres que tienen un nuevo hijo con la intención de que el niño pueda ser donante para su hermano enfermo, como se ha citado anteriormente (“hermano-medicamento”). Ante este hecho pueden presentarse objeciones morales ya que no es correcto utilizar a un ser humano como un medio, aunque no parece ser el único motivo para engendrar otro hijo únicamente el hecho de ser donante para su hermano, sino que ese es un motivo añadido al hecho de una paternidad responsable, por lo que podría admitirse. Sospecha de un comercio inmoral de órganos Obliga a rechazar el trasplante. Es una situación delictiva al parecer cierta y de la que son víctimas principales los menores. La Asamblea Mundial de la Salud y el Consejo de Europa se han definido de forma tajante. Se tratará en pediatría sólo del niño como donante cadáver y siempre que exista, por parte de los padres, un consentimiento expreso, aceptado por la legislación española. Diagnóstico de muerte cerebral del donante cadáver Es un punto crucial en cuanto la falta de latido cardiaco y respiración espontánea (bases tradicionales para comprobar el fallecimiento) suponen una ausencia de circulación sanguínea y por tanto la falta de viabilidad de los órganos para ser trasplantados. Para comprobar la falta de función del tronco cerebral, se recomienda insistir en una prueba de apnea, como más importante. Los datos de muerte cerebral persistirán durante todo el periodo de observación y de pruebas, entre las que destacan: EEG, potenciales evocados, arteriografía, gammagrafía y ecografía Doppler, con una serie de puntualizaciones que son más una cuestión científica que ética. Cuidados intensivos y paliativos Las unidades de cuidados intensivos pediátricos han sido diseñadas para ofrecer asistencia a niños o adolescentes que padezcan alguna alteración de la salud capaz de poner su vida en peligro. Los pacientes en ellas ingresados son inestables o presentan alto riesgo de desarrollar inestabilidad por lo que son tributarios de un estrecho seguimiento que permita tomar las decisiones diagnósticoterapéuticas necesarias en cada momento. Diversos problemas de índole ético se generan en relación con la asistencia en terapia intensiva pediátrica y que afectan a todas las partes implicadas, el enfermo, los familiares, el personal asistencial y los gestores sanitarios. Los aspectos éticos más importantes relacionados con diversos aspectos de estas unidades, se comentan a continuación. El personal asistencial ha de tener una formación científica de acuerdo con la tarea que debe desarrollar. La preparación debe garantizar, como en todas las áreas del ejercicio pediátrico, la competencia profesional, que incluirá una correcta formación teórica y la experiencia suficiente delante de situaciones críticas. Será exigible además la aceptación de unas normas deontológicas y un conocimiento cada vez más profundo de la bioética que le ayudará a resolver los problemas que se le presenten. Es necesaria la disposición de unos recursos humanos suficientes, ya que constituyen el determinante primordial de la eficiencia en la atención intensiva, una unidad de cuidados intensivos no podrá soportar más trabajo que el que su potencial humano sea capaz de realizar; paralelamente, son indispensables unos medios técnicos acordes en cantidad y calidad. La gestión cuidadosa de estos medios humanos y técnicos será imprescindible, ya que existe un gran consumo de recursos para beneficio de unos pocos enfermos y, por desgracia, la sociedad incluso en aquellos países más ricos ve cómo su capacidad económica se ve excedida por su capacidad técnica y no hay suficientes medios para satisfacer todas las demandas de atención sanitaria. Únicamente imbricando todos estos factores puede aspirarse a una excelencia en el tratamiento integral de los pacientes. Los criterios de ingreso tienen gran importancia desde el punto de vista ético; puede considerarse, de una forma esquemática, que los cuidados intensivos van enfocados al apoyo o sustitución de las funciones vitales hasta conseguir controlar el problema que ha producido su alteración. Los niños ingresados deben ser potencialmente recuperables, es decir, su curación es factible, no estando indicado el ingreso de aquellos pacientes en los que desgraciadamente su enfermedad les esté llevando de una forma irreversible al final. Diversas circunstancias, como presión familiar o carencia en el centro de otros recursos complementarios como unidades de cuidados intermedios, pueden motivar el ingreso de pacientes diferentes a los de la categoría descrita. Los cuidados paliativos aplican los remedios oportunos para eliminar o aliviar los síntomas más importantes o que más afectan a la calidad de vida del paciente. Aunque siempre es interesante un tratamiento etiológico, se deben aplicar aún sin tener en cuenta la causa de la enfermedad. Un ejemplo elocuente es el tratamiento del dolor. Patología prenatal Unir las normas éticas, asistenciales y jurídicas es una necesidad cada vez más notoria en esta patología, en cuanto se va imponiendo el criterio de evitar un nacimiento injusto, como sería el de un neonato con una enfermedad incurable o graves malformaciones. Si se admite que el niño tiene el derecho a nacer sano y los padres el derecho a no tener un hijo con defectos congénitos, la medicina asume la prevención de tales cuadros, con medidas de profilaxis activa, como la administración de ácido fólico a la embarazada, la cirugía fetal o la difusión de la vacuna antirrubeólica. También se actúa con el informe prenatal precoz, para que la familia opte por la continuación de la gestación o la vertiente negativa de esta prevención: la interrupción voluntaria de la gestación, uno de los mayores dilemas éticos. Son numerosos los problemas planteados por los progresos en genómica. Al tiempo que aportan la esperanza de un cambio radical en el panorama de la pediatría y de toda la medicina con posibilidad de prevenir y tratar las enfermedades prenatales, plantean objeciones de diverso cariz. Dados los miles de trastornos génicos posibles y el número también grande de rasgos fenotípicos considerados como de posible inferioridad respecto al ser humano “ideal”, parecería cada vez más problemático conceder la viabilidad al nuevo ser. Es posible la selección del sexo, no ya en el embrión a implantar, sino en el gameto antes de la fecundación, pero se advierte la posibilidad de error. A nivel del embrión las objeciones se incrementan al considerar el posible atentado a la integridad, identidad y dignidad de la persona. Todavía el problema parece más delicado si se piensa que algunos procesos a prevenir pueden tardar cuarenta o más años en aparecer, como algunas neoplasias o la enfermedad de Alzheimer. En cuanto a los oncogenes no es factible, por ahora, recomendar un programa de su detección en personas sanas: su conocimiento ofrecería un factor de riesgo, pero con la dificultad de saber la fecha de aparición, el órgano afecto y su tipo (neuroblastoma, linfoma), lo mismo que el papel de los antioncogenes, la intervención de los factores externos y sobre todo la epigenética. Existe el riesgo de que los estudios genéticos puedan sobrepasar los límites de la persona o familia, teniendo acceso a ellos las empresas, las compañías de seguros o el aparato administrativo estatal, con todos los impedimentos que puedan derivarse. Algunos no consideran ético reservar losavances para los que puedan pagarlos o, por el contrario, critican éticamente la actitud de aquellos que no contribuyen a la investigación, pero obtendrían provecho del esfuerzo de los demás. Han surgido normas de control para regular de forma segura toda la investigación y la información acumulada en torno al genoma humano, para que sea utilizada siempre de forma positiva, sea individual o general. Problemas bioéticos de los programas de cribado Las pruebas específicas para el diagnóstico prenatal y neonatal de trastornos como la fenilcetonuria y el hipotiroidismo se han generalizado, pero las posibilidades son muchas más: desde metabolopatías (galactosemia, enfermedad de orina de jarabe de arce, hipercolesterolemia, diabetes) a infecciones (toxoplasmosis, sida, tuberculosis, hepatitis B y C), pasando por los frecuentes defectos sensoriales (hipoacusia, disminución de la capacidad visual) y nerviosos (encefalopatías heredodegenerativas, deficiencia mental) y un número progresivamente creciente de lesiones orgánicas, como pueden ser la fibrosis quística, el déficit de alfa-1-antitripsina, la hiperplasia suprarrenal congénita, distrofia muscular, neuroblastoma, luxación congénita de cadera, malformaciones nefrourológicas, cardiopatías congénitas, asma, etc. Aquí interesa señalar que, para la práctica de estas pruebas de cribado, éticamente se debería contar con la autorización del menor y, en su defecto, como siempre, de los padres o personas responsables. Son muy bien aceptadas en los programas de screening universal para la fenilcetonuria y el hipotiroidismo. Mayores controversias existen para los demás casos. La OMS y la AAP no encuentran objeción para el cribado anónimo del sida, ya que consigue obtener valiosos datos de prevalencia, de modo que no sería ético obstaculizar tales estudios. Tampoco parece ético limitar las pruebas a ciertos grupos sociales o étnicos. A título individual se suele ofrecer la práctica de este cribado para el sida, con el derecho a rechazarla, aun sabiendo que el diagnóstico en la gestante permite actualmente un tratamiento, sólo con uno o dos fármacos, que limita la transmisión al hijo. Es lo mismo que se hace para la toxoplasmosis. Problemas éticos en pediatría social Se podrían destacar: la responsabilidad (individual y colectiva) en la prevención de los accidentes; el rechazo a las vacunaciones preventivas; la elección entre abandono del niño por los problemas familiares y separación de los padres; los numerosos aspectos inherentes a la adopción; el maltrato en sus diversos tipos, incluido el abuso sexual, la prostitución y el trabajo infantil (hasta los niños soldado) y el posible maltrato institucional, con mayor responsabilidad del pediatra (por ejemplo, un aislamiento riguroso que produce carencia afectiva); toda la problemática referente a la planificación familiar o control demográfico (limitación de hijos, frente a una ayuda a la madre y familia); la familia atípica o parcialmente destruida, enfrentada al fácil divorcio, donde los hijos serán los más perjudicados; la dudosa solución de los casos de niños huérfanos cuando no se puede contar con la familia; los problemas que rodean a la fertilidad asistida, incluida la maternidad subrogada (madres de alquiler); los dilemas que plantean los niños afectos de minusvalías y enfermedades crónicas; la injusta distribución de los recursos sanitarios y el impacto de la pobreza en la salud. En suma, pocos capítulos de la pediatría preventiva quedan al margen de la consideración ética. Ética y enseñanza Como se adelantó, hay que enseñar ética en la universidad y en la facultad de medicina, pero también se debe procurar que la enseñanza sea éticamente correcta. Para evitar un desfase entre lo aprendido en la facultad y la realidad práctica, uno de los aspectos a reformar en los estudios de medicina y otras profesiones sanitarias es dar relieve suficiente a los estudios de bioética, con la adquisición de los conceptos fundamentales y los recursos para solventar los diversos problemas. El ideal sería, como en los aspectos preventivos y sociales, incluir estos temas en el contexto de cada especialidad y no crear una nueva. Los matices son múltiples, empezando por algo ya incluido en el juramento hipocrático: todo médico debe enseñar. Por tanto, no aceptar esta obligación puede significar un problema ético y ni que decir tiene que lo es para aquel que une este deber a su vocación y su profesión, es decir, el profesor. Hay que llegar a este nivel académico básico como una culminación de una carrera docente, no como un premio a un curriculum brillante. El profesor, a su vez, puede tener dilemas éticos al intentar asumir simultáneamente educación y calificación, investigación y asistencia. Se constata todavía un retraso en los estudios bioéticos. En parte como corresponde a una ciencia joven, pero hay más razones: falta de profesorado bien formado, excesivo relieve de la enseñanza clínica, dificultad en la selección de los futuros médicos y pediatras, para elegir aquellos capacitados vocacional y moralmente y no sólo de forma técnica, problemas para establecer unos modelos éticos de valor universal, insuficiente sensibilización de los estudiantes y médicos sobre la trascendencia de las normas éticas, su impacto sobre la medicina y la creciente solicitud de su consideración por parte de la comunidad. Objetivos de la educación en bioética Comprenden el estímulo del sentido moral; los métodos que se deben seguir para el descubrimiento y análisis de los problemas éticos; desarrollo de la responsabilidad personal y de la obligación moral; tolerancia frente a las discrepancias y dudas; vencer la resistencia a utilizar el lenguaje propio de la ética y aceptar su complejidad. El médico debe deslindar las implicaciones emocionales, sin imponer los criterios morales propios, así como explorar y negociar detenidamente las distintas opciones y distinguir lo cierto de lo dudoso. Es preciso, además, familiarizarse con la bibliografía y los principios básicos de la ética, anotando su aplicación y las normativas mínimas en relación con los ensayos clínicos, la investigación y los problemas éticos de la clínica pediátrica. Problemas éticos en la investigación pediátrica La investigación es una necesidad de la pediatría, a fin de encontrar nuevos conocimientos, reafirmar los ya establecidos como válidos y desechar los que han mostrado su falta de fundamento. De antemano, toda actuación del pediatra lleva implícita una misión asistencial, pero también científica y, por consiguiente, de investigación. Igualmente, no sólo se puede realizar la investigación pediátrica en los modernos hospitales pediátricos, convertidos cada vez más en verdaderos centros de estudios biomédicos en la edad infantil, sino que la pediatría ambulatoria puede y debe asumir tareas de investigación, en especial las referentes al niño como un todo, las de tipo psicosocial y preventivo. Pero, dada la enorme complejidad y el alto grado de exigencia de la medicina actual, ¿se puede pedir al pediatra que sea al mismo tiempo un clínico eficaz, un docente experto y un brillante investigador? La tendencia es que unos se dediquen más a la investigación y enseñanza, lo mismo que otros tienen a su cargo el diagnóstico y tratamiento o bien la prevención. Aparte otras consideraciones, ahora se podría indagar si esta separación es ética o no. Y si los que la evalúan tienen una visión ética de su difícil papel. Niveles de investigación Hay que recordar los diversos niveles de investigación: el laboratorio clínico, con sus grandes progresos, que han conducido en buena parte al descubrimiento de nuevos agentes etiológicos; la aplicación de los considerables avances en las técnicas de diagnóstico por la imagen; la experimentación animal; la acción terapéuticasimple, ya que todo tratamiento puede ser considerado como un experimento o investigación, con el debido seguimiento (farmacovigilancia); la investigación terapéutica o prueba de recientes tratamientos, donde el paciente obtiene beneficios, pero a costa de ciertos riesgos o molestias; el tratamiento innovador, con las primeras aplicaciones de un nuevo fármaco, lo que en el niño ya suele ser una investigación. En los niveles citados los reparos éticos son escasos. Son, lógicamente, mayores cuando se trata de una investigación no terapéutica. En ella no se espera un beneficio para el mismo paciente, pero puede justificarse por las ventajas derivadas para la comunidad y sus riesgos limitados. Esta relación riesgo/beneficio es la que debe presidir la decisión bioética, nunca fácil tratándose de menores. Objeciones y promoción de la investigación pediátrica Derivan de lo estipulado en los Derechos del Menor (Convención Mundial y Carta Europea), otras veces por la intervención negativa de los padres o bien por las normativas legales, lo mismo que de las opiniones opuestas, sean sociales y, más aún, éticas. Es necesaria la investigación en pediatría para poder avanzar en el conocimiento de diversos campos, por ejemplo, en la farmacología pediátrica, la cirugía endoscópica y fetal, los trasplantes y la misma pediatría preventiva. En ésta los problemas éticos no faltan, ya que los objetivos suelen estar menos definidos, la evaluación de los resultados se hace de forma diferida o lejana, la responsabilidad queda difuminada entre muchos, se actúa sobre niños sanos, anteponiendo el bien común al individual, lo mismo que se interviene en grupos sociales vulnerables y en grandes núcleos de población. El pediatra no debe quedar limitado a cumplir o difundir calendarios de vacunación y otras guías de salud dictadas con criterios epidemiológicos, cuando no bajo la presión de la industria y sin tener previstas otras actuaciones sanitarias. Otros condicionantes elementales en la investigación son: la continuidad, no incompatible con la originalidad, el acuerdo de todos los participantes sobre los principios y métodos, el trabajo en equipo y la imprescindible información sobre el estado actual de la ciencia pediátrica y el tema sujeto a estudio. Si, por un lado, se constata la exigencia de tantos requisitos éticos y jurídicos y, por otra, la escasa financiación y la menor valoración de los resultados cuando son difundidos en las publicaciones pediátricas, no puede sorprender que la investigación clínica en pediatría se encuentre en crisis y se tienda cada vez más a participar en la investigación básica, no ya en líquidos biológicos y en animales de experimentación, sino en los genes, células o tejidos en el laboratorio. Este tipo de trabajo suele tener una mayor valoración científica, pero se aparta de lo que la mayoría considera definitorio en pediatría: su fundamento clínico y una orientación hacia la salud global del menor. Cabe pensar que se está produciendo una transformación de la figura del pediatra y de toda la pediatría. Requerimientos en la investigación pediátrica En primer lugar, deben asumirse las normas generales para la investigación humana: establecer previamente si el trabajo propuesto es relevante, si está basado en algunos conocimientos o fundamentos ya establecidos; posibles beneficios (utilidad); si el método propuesto es adecuado y factible; si el dispendio económico se considera pertinente. Después se puntualizarán los requerimientos bioéticos básicos: riesgos mínimos para la persona (variables con la edad) y proporcionados a los resultados esperados (menos que los beneficios); garantías máximas de seguridad del paciente, con todas las precauciones necesarias (agresividad mínima de las técnicas); adecuada selección de sujetos y también equitativa; vigilancia y control; precauciones adicionales en las personas vulnerables (descartar las más sensibles); confidencialidad protegida y, como punto imprescindible: consentimiento informado. Cuando se investiga en niños, otras exigencias importantes son que el estudio, además de necesario, no pueda ser practicado en el adulto; que la investigación sea legal y haya sido aprobada por el comité ético de investigación de la institución. El consentimiento es dado directamente por el menor (mayores de 16 años pero unido al consentimiento de padres o tutores) o siempre por los padres, entre los 12 y 16 años, poniéndolo en conocimiento de la fiscalía de menores para salvaguardar los intereses del menor. Si bien estos límites de edad son objeto de continua revisión, las normas jurídicas suelen ser menos flexibles. Toda investigación debería contar con el beneplácito del comité correspondiente, pero esta situación no siempre se cumple o no consta en los artículos científicos de muchas revistas pediátricas. Una medida de control podría ser la no publicación de ningún artículo científico en el que no conste la autorización del comité de investigación o del comité de ética asistencial. Acerca de la utilización del placebo en la clínica y en la investigación Problemas éticos en la adolescencia Además de la cuestión relacionada con el concepto de menor maduro tratada en líneas anteriores, una importante consideración ética se plantea en primer lugar valorando si todo pediatra puede y debe asistir a adolescentes. No cabe duda que se debe tener preparación y experiencia suficiente y realizar el examen con precauciones, delicadeza y prudencia. En segundo lugar, puede surgir el rechazo a la asistencia por parte del adolescente; es imprescindible valorar el grado de competencia y madurez, considerando que en buena parte el rechazo forma parte de la rebeldía propia de la edad. La actitud ética correcta supone no proyectar sobre el paciente los recuerdos de la propia experiencia en esta delicada etapa de la vida, aprovecharse de la situación de superioridad del médico sobre su paciente para imponer propios criterios cayendo en el paternalismo, ni ponerse de lado de una de las dos partes posibles: sistemáticamente a favor del adolescente o de la familia. Ante situaciones en las que la capacidad del adolescente esté afectada como puede ser en una paciente con una anorexia nerviosa grave se debe proceder a un internamiento involuntario o forzoso, a petición de quien tenga la patria potestad, esto no podrá considerarse paternalismo si no que se tratará de la aplicación del principio de beneficencia. La solicitud de métodos anticonceptivos puede plantearse con incidencia creciente. Es importante señalar que lo correcto es recibirlos bajo vigilancia ginecológica. En todo caso, como en la petición de la “píldora postcoital”, hay que evitar dos actitudes al parecer frecuentes: la negativa frontal y sistemática o, por el contrario, la fácil dispensación, trivializando la cuestión, lo que puede resultar peligroso, ya que existen riesgos con la medicación además de poner de manifiesto incongruencias, como la de permitir la libre dispensación de una potente hormona cuando se niegan otros medicamentos si el paciente no aporta la receta. La dosis de 1,5 mg de levonorgestrel no se debería repetir durante un mes y nunca se daría en caso de alteración hepática. La legislación reciente considera que un adolescente con 16 años cumplidos puede tomar decisiones sobre su salud, sin contar con sus padres ni con su médico, lo que podría suponer posibles riesgos. La interrupción del embarazo es una demanda relativamente habitual en la adolescente gestante involuntaria y en líneas anteriores se ha comentado. Si se trata de un adolescente con una enfermedad infecciosa, puede plantearse el dilema de a quien informar cuando exista riesgo para la comunidad, por ejemplo, en el caso de sida, tuberculosis o enfermedades de transmisión sexual. Ante la drogodependencia, si se declara o detecta durante la consulta,desde el punto de vista ético es correcto mantener la confidencialidad, mientras tanto no exista un riesgo evidente para la salud o bien el adolescente desee comunicar la situación a sus padres. En ocasiones puede ser difícil deslindar la actitud psicológica ciertamente variable, propia de la adolescencia de la atribuible a una enfermedad psiquiátrica como depresión o esquizofrenia. Si existen dudas se buscará la colaboración del psicólogo o psiquiatra. Suicidio y accidentes, casi a partes iguales, son los principales responsables de la mortalidad en la adolescencia. El motivo, en especial en el primer caso, no suele ser una causa aislada, sino varias en diversa proporción, tales como depresión, aislamiento, pérdida de la autoestima, estrés emocional excesivo, fantasías románticas, alcohol, drogas o, simplemente, adopción de conductas de riesgo. Si se piensa en esta posibilidad, la intervención pediátrica oportuna podría cambiar el rumbo de evolución, pero es necesaria una buena preparación en patología psicosocial del adolescente. En caso contrario, es preferible ante la menor sospecha solicitar la colaboración de un servicio de psicología o psiquiatría para esta edad. En resumen, tanto en la asistencia como en la investigación, serán decisiones éticas aceptables las que cumplan los requisitos de ser: científicas, desinteresadas, desapasionadas, críticas, consistentes y compartidas. Al final el objetivo es conseguir ser un buen pediatra y un pediatra bueno. En la toma de decisiones el principal fin del ejercicio del pediatra es la ayuda al menor, que es desde el nacimiento a la adolescencia un grupo de mayor vulnerabilidad o riesgo. El establecimiento de prioridades no debería estar basado sólo en criterios políticos o económicos, ni siquiera estrictamente médicos, sino de acuerdo con las normas éticas básicas. Cada uno debe saber distinguir entre lo bueno y lo malo: es el difícil arte de la prudencia. Ante la naturaleza ambigua, confusa o cambiante de algunos problemas es obligado tener en cuenta la ayuda de otros conceptos o valores (junto a los expresados antes), como el sentido común, la prudencia y la responsabilidad moral individual, junto a una conciencia bien formada. Todos ellos pueden ser imprescindibles en la toma correcta de una decisión, terminando la reflexión con una sencilla pregunta: ¿quién es el beneficiado? Si se trata del niño, no hay problema. Algunos problemas de bioética en Pediatría Problemas éticos en la edad neonatal Neonato con graves malformaciones Prematuro extremo Otros procesos neonatológicos Dilemas en terapéutica Limitación del esfuerzo terapéutico Aplicación de células madre o troncales (stem cells) Trasplante de órganos Donación in vivo por parte del niño Sospecha de un comercio inmoral de órganos Diagnóstico de muerte cerebral del donante cadáver Cuidados intensivos y paliativos Patología prenatal Problemas bioéticos de los programas de cribado Problemas éticos en pediatría social Ética y enseñanza Objetivos de la educación en bioética Problemas éticos en la investigación pediátrica Niveles de investigación Objeciones y promoción de la investigación pediátrica Requerimientos en la investigación pediátrica Problemas éticos en la adolescencia
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