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SCHEJTMAN Identificacion de la epidemia

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IDENTIFICACIÓN DE LA EPIDEMIA1 
 
 
Fabián Schejtman 
 
 
Introducción 
 
Tomando como eje la noción de identificación, en esta ocasión me interesa distinguir la 
posición histérica de la posición anoréxica, particularmente en relación con “lo que hace 
epidemia”: desde allí me interrogaré por la diferencia de lo que usualmente ubicamos a partir 
de la llamada identificación histérica respecto de lo que haría de la anorexia una epidemia en 
la actualidad. 
Hay que advertir, sin embargo, que este distingo no aísla dos entidades que se ubican en 
el mismo nivel, es decir, no plantearé a la anorexia como una estructura subjetiva -comparable 
con la neurosis, la psicosis o la perversión-: es claro que no hay ningún inconveniente en 
suponer histérica a la estructura en tal caso de anorexia -cuando no se trata, por ejemplo, de 
una psicosis, lo que no es infrecuente-. Pero la vía que propondré conduce -aunque no me 
extienda decididamente en ello aquí- a diferenciar los fenómenos que se siguen de la anorexia 
de aquellos que corresponden propiamente a la histeria. Eventualmente podría plantearse 
incluso la posibilidad de la “suspensión” de la histeria en algún punto de aparición o de 
prevalencia del síntoma anoréxico. Ello, claro está, si no se sustancializan las estructuras 
lacanianas que, si pueden adjetivarse “subjetivas”, comportan el rechazo de cualquier 
abordaje ontológico. 
 
 
Las seis identificaciones de “Psicología de las masas y análisis del yo” 
 
Parto entonces de “Psicología de las masas y análisis del yo” para determinar cuáles y 
cuántos son los tipos de identificación que se aíslan en su capítulo VII: contra lo que se supone 
no es asunto sencillo. 
Promediando ese capítulo, Freud distingue con claridad tres fuentes de la identificación, lo 
que constituye una especie de resumen de todo su desarrollo. Así lo expresa: “Podemos 
sintetizar del siguiente modo lo que hemos aprendido de estas tres fuentes: en primer lugar, 
la identificación es la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto; en segundo lugar, 
pasa a sustituir a una ligazón libidinosa de objeto por la vía regresiva, mediante introyección 
del objeto en el yo, por así decir; y, en tercer lugar, puede nacer a raíz de cualquier comunidad 
que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones sexuales” (FREUD 
1921, 101). 
Y bien, la perspectiva clásica retoma esta síntesis y cuenta tres identificaciones en el texto 
“Psicología de las masas y análisis del yo”, lo que el propio Lacan refrenda una y otra vez a 
lo largo de su enseñanza. 
Sin embargo, si se examina detenidamente este capítulo VII dedicado a la identificación, 
se capta de inmediato que el asunto es complejo: puede observarse, por una parte, que Freud 
deslindó allí al menos dos subtipos para la segunda fuente de identificación -sin que 
provengan ambos de la regresión indicada- y, por la otra, que agregó dos identificaciones 
adicionales -las que se producen en cierto tipo de homosexualidad masculina y en la 
melancolía-: lo que termina por elevar a seis las formas de la identificación. 
Las enumeramos en el siguiente cuadro de (1) a (6) indicando, a la vez, de (I) a (III) la 
relación con el abordaje triádico clásico: 
 
 
1 Una primera versión de este trabajo fue publicada en Godoy, C., Eidelberg, A., Schejtman, F., y Soria 
Dafunchio, N., Porciones de nada. La anorexia y la época, Serie del bucle. Buenos Aires, 2009. 
 2 
 
- Identificación primaria (1) (I) 
- Identificación con un rasgo del objeto odiado (2) 
(II) 
- Identificación con un rasgo del objeto amado (3) 
- Identificación con un rasgo común con alguien que no es objeto libidinal 
 (identificación histérica) 
(4) (III) 
- Identificación en un tipo de homosexualidad masculina (5) 
- Identificación melancólica (6) 
 
 
Examinaré ahora detenidamente las cuatro primeras formas, para llegar especialmente a 
la cuarta -(4) o (III)-, que es la que nos dará la clave para abordar lo que nos interesa: se trata, 
en efecto, de la identificación histérica. 
¿Qué es lo que señala Freud respecto de la identificación ubicada aquí en primer lugar (1)? 
En “Psicología de las masas y análisis del yo” nos entrega de ella unos pocos rasgos. Si la 
denominamos identificación primaria no es porque Freud se refiera a ella así en este texto: la 
denomina de ese modo en El yo y el ello (cf. FREUD 1923). Y, respecto de esta primera forma 
de la identificación, todas las demás -las cinco restantes- serían secundarias. 
En “Psicología de las masas y análisis del yo” Freud afirma que este primer lazo 
afectivo con un objeto es una identificación con el padre -en El yo y el ello señala que puede 
ser “con los progenitores” (ibíd., 33, n. 9)- y agrega que en ella el niño toma al padre como su 
ideal -en esto anticipa ya a Lacan quien señala que esta identificación primaria constituye el 
núcleo del ideal del yo-. 
Propone, en fin, que la forma de esta identificación es canibalística: se trataría de un 
“comerse al padre”, de una incorporación del padre por parte del niño. De allí puede seguirse 
que esta identificación no se produce durante la vida efectiva del ser hablante: es mítica o, si 
se quiere, estructural. Ya que, en efecto, hasta nueva orden no se sabe de humanos pequeños 
-¡o grandes!- que se coman efectivamente al progenitor. En verdad, podemos decir que todo 
lo que Freud califica de primario comparte este estatuto: es tan mítica o estructural la 
identificación primaria, como la represión o el masoquismo del mismo modo adjetivados. 
A continuación, Freud pasa a referirse a las identificaciones formadoras de síntomas 
neuróticos -estas sí situables en una diacronía, durante la vida misma, es decir, se tratará de 
identificaciones secundarias- y distingue tres clases -en el cuadro propuesto: (2), (3) y (4)-. 
En las primeras dos formas -(2) y (3)-, se trata de identificaciones soportadas por un lazo 
libidinal previo, veremos, con un objeto amado u odiado. Así lo propone Freud: “Supongamos 
ahora que una niña pequeña reciba el mismo síntoma de sufrimiento que su madre; por 
ejemplo, la misma tos martirizadora. Ello puede ocurrir por diversas vías. La identificación 
puede ser la misma que la del complejo de Edipo, que implica una voluntad hostil de sustituir 
a la madre, y el síntoma expresa el amor de objeto por el padre; realiza la sustitución de la 
madre bajo el influjo de la conciencia de culpa: ‘Has querido ser tu madre, ahora lo eres al 
menos en el sufrimiento’. He ahí el mecanismo completo de la formación histérica de síntoma. 
0 bien el síntoma puede ser el mismo que el de la persona amada (‘Dora’, por ejemplo, imitaba 
la tos de su padre); en tal caso no tendríamos más alternativa que describir así el estado de 
cosas: La identificación remplaza a la elección de objeto; la elección de objeto ha regresado 
hasta la identificación” (ibíd., 100) 
Bien, dos vías entonces, por la que una niña -es el ejemplo que entrega Freud- se apropia 
de la tos. En ambas se tratará de una identificación soportada de un lazo libidinal anterior: 
identificación con un rasgo -la tos en este caso- del objeto odiado o amado. 
Primera posibilidad -(2) en el cuadro-: la niña se identifica con un rasgo del objeto odiado, 
tose como su madre… para abordar al padre. Aquí se ve bien la vertiente del síntoma por la 
cual Freud lo piensa como una formación de compromiso: “querés ser mamá para ocupar su 
lugar frente a papá, bien, lo serás en sus sufrimientos: ¡tose como ella!”. El deseo y el castigo 
 3 
M 
M 
están allí implicados, comprometidos en la formación sintomática. Por lo demás, se trata en 
este caso de una identificación propia del complejo de Edipo en la niña2. Su esquema es este 
–donde la punta de la flecha señala el objeto al que se dirige la catexia libidinal y el círculo el 
punto de identificación-: 
 
 
 
 M PNIÑA 
 
 
Segunda opción para las identificaciones sostenidas de un lazo libidinal previo: es posible 
que la niña del ejemplo se identifique con un rasgo del objeto amado (3 en el cuadro 
propuesto), el padre. Pero en este caso -dice Freud-, la identificación vendría a al lugar de la 
elección de objeto abandonada: ya no es simultánea con el complejo de Edipo, sino 
consecuencia de su abandono -que, sabemos, en la niña no es sencillo3-. Este es, 
propiamente, el tipo de identificación llamada regresiva: abandonada la elección de objeto 
incestuosa, la libido regresa al yo y deja en él una impronta. Esquematizamos así el retiro de 
la catexia libidinal, la regresión de la libido al yo y la identificación correlativa con un rasgo del 
objeto amado: 
 
 
 
 M P 
 
 
 
 
 
 NIÑA 
 
 
En este caso también, entonces, la identificación se soporta de un lazo libidinal. Pero en el 
anterior -(2) en el cuadro- el lazo libidinal -con el objeto amado- es simultáneo a la 
identificación -con un rasgo del objeto odiado- siendo entonces que no comporta regresión 
alguna. Mientras que aquí -(3)-, la identificación -con un rasgo del objeto amado- es sucesora 
del lazo libidinal -con ese objeto- abandonado, y producto de la regresión. 
Por lo demás, que Freud encuentre en la primera de estas dos formas “el mecanismo 
completo de la formación histérica de síntoma”, o que halle en la segunda la explicación de la 
tos de Dora como una identificación con el padre amado no impide, sin embargo, que 
reservemos -con Lacan- el sintagma “identificación histérica” para la siguiente -(4) en el 
cuadro planteado-. Las dos que acabamos de describir pueden encontrarse perfectamente en 
la histeria… pero otra cosa será la identificación histérica, ya veremos. 
Dejo por fin a estas dos formas de la identificación soportada por lazos libidinales previos 
destacando -con Freud- que no son identificaciones globales sino con un rasgo del objeto. 
Lacan lee allí la preponderancia en ellas del registro de lo simbólico destacando la función de 
ese “rasgo unario” -cf. especialmente LACAN 1961-62-. 
 
2 Cf. mi trabajo “Histeria y Otro goce” (primera parte), en este volumen. 
3 Cf. ibíd. 
 4 
Y llego a la identificación que numeraba (4) en el cuadro, o (III), considerando la fuente de 
la que proviene -unificando a las dos anteriores-, como lo hace Freud: “Hay un tercer caso de 
formación de síntoma, particularmente frecuente e importante, en que la identificación 
prescinde por completo de la relación de objeto con la persona copiada” (FREUD 1921, 101). 
Si en las dos formas previas de la identificación -(2) y (3) en el cuadro propuesto- el proceso 
se soportaba de un lazo libidinal simultáneo (2) o previo (3) a la identificación, en ésta (4), 
como indica Freud, el proceso identificatorio se produce independientemente del lazo libidinal. 
Aunque esto no implica que no lo haya: puede haber un lazo libidinal, pero la identificación no 
se soporta del mismo, sino del querer o poder posicionarse en la misma situación en que se 
encuentra el objeto de la identificación. 
Así lo señala Freud: “Por ejemplo, si una muchacha recibió en el pensionado una carta de 
su amado secreto, la carta despertó sus celos y ella reaccionó con un ataque histérico, 
algunas de sus amigas, que saben del asunto, pescarán este ataque, como suele decirse, por 
la vía de la infección psíquica. El mecanismo es el de la identificación sobre la base de poder 
o querer ponerse en la misma situación. Las otras querrían tener también una relación secreta, 
y bajo el influjo del sentimiento de culpa aceptan también el sufrimiento aparejado. […] Uno 
de los ‘yo’ ha percibido en el otro una importante analogía en un punto (en nuestro caso, el 
mismo apronte afectivo); luego crea una identificación en este punto, e influida por la situación 
patógena esta identificación se desplaza al síntoma que el primer ‘yo’ ha producido” (ibíd., 
101). 
Y bien, en este nivel ubicaríamos la primera versión de la epidemia -“infección psíquica”-, 
el asunto que queremos abordar. Para Freud, esta es una identificación que, si produce 
síntomas -y claro que los produce-, lo hace tomando al síntoma mismo como un instrumento: 
“La identificación por el síntoma pasa a ser así el indicio de un punto de coincidencia entre los 
dos ‘yo’, que debe mantenerse reprimido” (ibíd.). 
En esta identificación -que llamamos histérica, tal como la denomina Freud 
anticipadamente en “La interpretación de los sueños” al analizar el “sueño de la bella 
carnicera” (cf. FREUD 1900, 164-168)- también juega un papel el rasgo que destacamos ya 
en la anterior. Pero en este caso no se trata de identificarse con ese rasgo, sino por ese rasgo 
o sobre la base de ese rasgo común, los “yo” se identifican entre sí. De modo que, si con 
Lacan resaltaremos el carácter imaginario de esta identificación, lo simbólico del rasgo unario 
no deja de estar en ella concernido, ya lo veremos. 
Digamos ahora que esta identificación, es utilizada por Freud para explicar también la 
formación de la masa. Pues continúa de este modo: “Ya columbramos que la ligazón recíproca 
entre los individuos de la masa tiene la naturaleza de una identificación de esa clase -mediante 
una importante comunidad afectiva-, y podemos conjeturar que esa comunidad reside en el 
modo de la ligazón con el conductor” (ibíd.). Lo que finalmente queda explicitado en el capítulo 
VIII del texto a partir del conocido esquema… 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
… que figura que una masa “es una multitud de individuos que han puesto un objeto, uno y el 
mismo, en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo cual se han identificado entre sí 
en su yo” (ibíd., 110). Se sabe cómo lo explica Freud: los miembros de la masa se igualan -
se identifican en el nivel yoico- bajo el supuesto amor del líder: los amaría a todos… por igual. 
Objeto 
exterior 
Objeto 
 
 Yo Ideal 
del yo 
 X 
 5 
Tal el rasgo común que unifica a la masa y permite explicarla por la identificación histérica. 
Convendrá más adelante, sin embargo, introducir allí una diferencia. 
Por el momento, vale la pena señalar que no hubo psicoanalista, antes de Lacan, que haya 
interrogado expresamente la peculiar duplicidad del objeto sobre el costado derecho de este 
esquema freudiano: la distinción entre el objeto exterior y ese otro misterioso objeto de donde 
parten las flechas con forma de arco. En todo caso, se cree entender sin más que “se ha 
llevado al líder al lugar del Ideal del yo”. Sin embargo, si se ubica al líder en el lugar de ese 
“objeto externo”, queda claro que no es desde allí que parten las flechas con dirección al ideal 
del yo: es desde el “objeto”. Sobre el final de su Seminario 11 Lacan localiza allí lo que llama 
objeto a y propone entonces a la formación de masa -pero también y sobre todo a la hipnosis- 
como “conjunción de a con el ideal del yo […] superposición en un mismo lugar del objeto a 
como tal y de ese punto de referencia significante que se llama ideal del yo” (LACAN 1964, 
280), lo retomaremos. Entretanto, lo que subrayo es que en cualquier caso la identificación se 
produce en el nivel de los “yo”, allí se ubica la formación de masa: identificación de yo a yo, 
también volveremos enseguida sobre esto. 
Por fin, en quinto lugar (5) tenemos una identificación propia de cierto tipo de 
homosexualidad masculina. Esta identificación es regresiva -como la (3) del cuadro planteado-
, pero no parcial -como aquella-. Paradigma de esta forma de identificación es el “caso 
Leonardo”, tal como lo propone Freud: Leonardo Da Vinci identificado con su madre, ama a 
sus discípulos, como la madre lo habría amado en su temprana infancia (cf. FREUD 1910). 
Y, brevemente, sexta forma de la identificación: la identificación que Freud señala para la 
melancolía, en que “la sombra del objeto cayósobre el yo” (cf. FREUD 1915, 246). Más 
adelante intentaré proponer un esquema para abordarla. 
 
 
La identificación primaria en Lacan 
 
Me detengo ahora al menos por un momento en la cuestión de la identificación primaria en 
Lacan, para subrayar su fundamento simbólico. Así es como la aborda en “La dirección de la 
cura y los principios de su poder”: “Es en la más antigua demanda donde se produce la 
identificación primaria, la que se opera por el poder absoluto materno, a saber, aquella que 
no sólo suspende del aparato significante la satisfacción de las necesidades, sino que las 
fragmenta, las filtra, las modela en los desfiladeros de la estructura del significante” (LACAN 
1958, 598). 
La identificación primaria comporta así el trauma del aprendizaje de la lengua… materna. 
Es esta identificación la que comporta la captura del viviente en las redes del lenguaje, lo que 
supone la pérdida de la naturalidad, la suspensión de la satisfacción de las necesidades, en 
fin, el trastorno de las funciones vitales por su contaminación por el significante, aquí 
encarnado en el poder absoluto materno y su demanda. 
Nadie elige, en efecto, la lengua en la que habla, se trata de una alienación radical a los 
significantes del Otro primordial: de allí surge un sujeto… sujetado a ese poder absoluto. No 
se trata aun del sujeto que es representado por un significante para otro. Este es un sujeto 
“identifijado” a la marca que recibe del Otro: 
 
S1 
$ 
 
Como se ve, también, aquí opera un rasgo significante -de allí lo que señalábamos como 
fundamento simbólico de esta identificación primaria: alienación simbólica-. Es, claro está, el 
rasgo unario, pero funcionando en este nivel primordial como marca de nominación que hace 
surgir del viviente lo que llamamos sujeto: un sujeto petrificado por su sujeción a la marca 
primordial que le llega del Otro y lo constituye como tal. Se deberá esperar a un tiempo lógico 
 6 
posterior para que veamos operar algún S2 aflojando esta petrificación, pero nunca 
liberándonos de sus efectos. 
Por fin, es notorio que mientras que Freud insistió en que la identificación primaria es una 
identificación con el padre, Lacan resalte en 1958 el lugar que en ella tiene el poder absoluto 
materno. Pero es cierto que de ambos lados podemos encontrar matices: ya hemos señalado 
que en “El yo y el ello” Freud considera que esta es una identificación “con los progenitores”; 
puede agregarse que Lacan, en su última enseñanza -cf. especialmente LACAN 1974-75: 18-
3-75 y 15-4-75- la pone en relación con el amor al padre. 
 
 
La identificación de la masa es… la del estadio del espejo 
 
Vuelvo ahora sobre la identificación que constituye a la masa, para acercarla a aquella que 
Lacan describe en su estadio del espejo. Pronto se percibe que entre ambas no hay ninguna 
diferencia: es exactamente la misma identificación, especialmente si uno se dispone a leer 
cómo Lacan retoma su temprana construcción sobre el estadio del espejo en los años ’50. 
¿En qué consiste la identificación del estadio del espejo? Lacan señala que se trata de una 
identificación predominantemente imaginaria. Precisamente, que el yo se constituye sobre la 
base de una identificación con la imagen del semejante. El yo es, desde el comienzo, otro. Y 
el júbilo que despierta en el pequeño humano la captura narcisista por la imagen especular, 
resultado directo de la ilusión de unidad con la que asoma esa instancia recién constituida: el 
yo. 
Pero a la prevalencia del registro imaginario en la identificación constitutiva del yo, el Lacan 
de los años ’50 le agrega la necesidad de subrayar su sostén simbólico. En el Seminario 1 (cf. 
especialmente LACAN 1953-54, IX-XII)- puede seguirse muy bien la construcción lacaniana 
de los esquemas ópticos -retomados varias veces en su enseñanza posterior- de los que se 
sirve, entre otras cosas, justamente, para elaborar el modo en que lo simbólico sostiene y 
regula las relaciones imaginarias en la construcción de la realidad. La instancia destacada en 
este sentido es la del ideal del yo. Así, si Lacan reafirma la tesis del estadio del espejo en la 
que se sostiene que el yo se constituye a partir de la imagen especular del semejante, allí 
subraya que tal identificación no sería posible sin el soporte simbólico del ideal del yo, del que 
el yo ideal -imaginario- debe distinguirse. 
Releyendo entonces el estadio del espejo a partir de las elaboraciones lacanianas de los 
años ’50 deben diferenciarse propiamente tres términos que podemos posicionarlos sobre el 
esquema Lambda de este modo: 
 
 
 i (a) 
 
 
 
 
 i (a)’ I (A) 
 
 
1. El ideal del yo -I (A)- es la instancia simbólica que regula y sostiene la identificación 
imaginaria. 
2. El yo ideal -que Lacan termina por escribir i (a)- es la imagen amable -es decir, pasible 
de ser amada- que, aunque imaginaria, es ofrecida al yo desde el lugar simbólico del ideal de 
yo para que con ella se identifique. 
3. Por fin, el yo -que podemos escribir i (a)’, debido a que se constituye precisamente a 
partir de la imagen del semejante, del otro con minúscula, del yo ideal. 
De este modo queda claro que la identificación imaginaria, especular, del eje i (a) - i (a)’ se 
soporta de la instancia simbólica I (A). Y puede entenderse que Lacan, una y otra vez en su 
 7 
enseñanza al volver sobre el estadio del espejo, destaque ese movimiento por el que el niño, 
frente al espejo, voltea su cabeza para buscar la garantía del reconocimiento de su imagen 
en quien lo sostiene en brazos (cf. p. ej., LACAN 1962-63, 42). Se subraya así, que es preciso 
que desde un lugar tercero -simbólico- se le ratifique al niño que esa imagen del espejo le 
corresponde, que se le garantice que ese del espejo es él. No hay identificación imaginaria 
sin esta garantía que lo simbólico del lugar del Ideal del yo provee. 
Bien, si volvemos ahora al esquema de “Psicología de las masas y análisis del yo”, se 
corrobora que la identificación que le da consistencia a la masa no se distingue en nada, en 
su estructura, de esta del estadio del espejo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Identificación 
 
 
La línea vertical que une al yo de un miembro de la masa con el yo de otro es perfectamente 
homologable al eje imaginario a - a’ -o como lo escribíamos recién, i (a) - i (a)’- que señala la 
identificación especular, imaginaria, del yo con el semejante. Y, como en ese caso, aquí 
también, el ideal del yo es responsable de sostener esa identificación que es la responsable 
de producir esa ilusión de unidad: “somos todos iguales”. 
Así, no debe extrañar que el título de este texto freudiano -que a veces es presentado 
trunco- sea: “Psicología de las masas y análisis del yo”. Es que “se hace masa” como “se hace 
yo”, por medio de idéntica identificación especular. O, para decirlo de otra manera, cada vez 
que el ser hablante se dispone a reconocerse frente a un espejo, hace masa. Puesto que no 
corresponde confundir la masa con la multitud: puede hacerse masa, entonces, cada mañana 
–o en el momento del día que fuere- frente al espejo. 
Recuérdese que Freud no dudó en volver equivalente la hipnosis con el fenómeno de 
masa, aun realizándose la primera en la soledad de esos supuestos dos: el hipnotizador y el 
hipnotizado. Digo supuestos dos porque también en la hipnosis se encuentran los tres 
términos necesarios para dar soporte a esta identificación: el hipnotizador ocupa -ya según 
Freud- el lugar del ideal del yo-; el hipnotizado, el del yo, por supuesto; pero, finalmente, es 
preciso agregar esa imagen que el primero le ofrece al segundo para hipnotizarlo: lo que viene 
al lugar del yo ideal capturando al tonto del yo en sus encantos. 
Así, en el estadio del espejo, en la masa, en la hipnosis, reencontramos estos tres términos: 
la pareja imaginaria del yo con el semejante -la identificación del yo con el yo ideal- y el sostén 
simbólicoque la hace posible -el ideal del yo-. 
 
 
La identificación en la melancolía 
 
Antes de pasar a la identificación histérica con el intento de introducir un distingo respecto 
de la que acabamos de abordar para el estadio del espejo y la masa, vale la pena interrogar, 
ya que del narcisismo se trata en la identificación especular recién aludida, a qué llama Freud 
identificación narcisista. Porque Freud no denomina narcisista a la identificación que “hace 
masa”, sino que reserva ese calificativo para aquella que se produce en la melancolía, esto 
es, para la sexta (6) consignada en el cuadro. 
Objeto 
exterior 
Objeto 
 
 Yo Ideal 
del yo 
 X 
 8 
La abordaré aquí, sintéticamente, a partir de la frase -ya citada- que le dedica en Duelo y 
melancolía: “La sombra del objeto cayó sobre el yo” (FREUD 1915, 246). En la melancolía, en 
el lugar del objeto perdido, queda una identificación… regresiva. Y si hay allí una regresión al 
narcisismo es porque, según Freud, el tipo de elección de objeto que estaba en juego era 
narcisista. Se resigna, entonces, tal elección de objeto narcisista y la sombra del objeto… cae 
sobre el yo. El yo se denigra -lo que llega al delirio de indignidad melancólico-, se satisface en 
esa denigración cual si estuviera agrediendo o denigrando al objeto mismo. 
De este modo, en el caso de la melancolía no puede plantearse que el objeto es llevado al 
lugar del Ideal: viene, más bien, al lugar del yo, su sombra lo oscurece. Y cuando esto ocurre 
no hay lugar, obviamente, para la formación de masa. Más bien, hay caída de los lazos: Freud 
señala que se retira la libido de las relaciones con los objetos y que la libido vuelve al yo. La 
melancolía entonces no hace masa: no hay infección psíquica o epidemia melancólica. 
En la perspectiva de Lacan, a la deflación del lazo con el otro, con el semejante, debemos 
agregar, la caída del lazo con el Otro con mayúscula4: la melancolía como una posición fuera 
de discurso. Por lo demás, Lacan lee en este “la sombra del objeto cayó sobre el yo”, al objeto 
a. El objeto del que se trata aquí no es, ciertamente, un objeto narcisista. En este caso la 
identificación es con el resto, el desecho, la basura. 
En fin, si quisiéramos graficarlo sirviéndonos del esquema freudiano tendríamos lo 
siguiente: 
 
 
 Yo Objeto (a) 
 
 
 
 
Se trata del desmontaje del esquema de la masa: caídos los lazos, la identificación con el 
objeto a como desecho. 
 
Una variación sobre el esquema de la masa para la identificación histérica 
 
Propondré ahora, respecto del esquema de la masa, una variación que intentará dar cierta 
especificidad a la epidemia histérica. Porque del desarrollo expuesto la identificación histérica 
se superpone con la que hace masa, y convendría más bien distinguirlas: la identificación 
histérica concierne al deseo, y en ello desborda el abordaje yoico propuesto para la masa. 
En el Seminario 5, por ejemplo, Lacan lo indica de este modo: “En efecto, el deseo de la 
histérica no es deseo de un objeto sino deseo de un deseo, esfuerzo por mantenerse frente a 
ese punto donde ella convoca a su deseo, el punto donde se encuentra el deseo del Otro” 
(LACAN 1957-58, 415). “Para calificar el punto donde se identifica con alguien, los términos 
de yo o de Ideal del yo son igualmente impropios -de hecho, ese alguien se convierte para 
ella en su otro yo. Se trata de un objeto cuya elección siempre fue expresamente articulada 
por Freud […], a saber, que en la medida en que ella o él reconoce en otro, o en otra, los 
índices de su deseo, o sea, que ella o él se encuentra frente al mismo problema de deseo que 
ella o él, se produce la identificación…” (ibíd., 416). 
La identificación aquí no está, pues, en el nivel del “yo a yo”, se trata más bien de una 
identificación de deseo a deseo; eso es lo que está en juego en “todas las formas de contagio, 
de crisis, de epidemia, de manifestaciones sintomáticas tan características de la histeria” 
(ibíd.). En mi opinión habría que ubicar, entonces, en el esquema de Freud -aunque, claro él 
no lo contempla- otro punto de identificación -ya no concerniente al yo como en la masa- para 
a esta identificación histérica de deseo a deseo: el lugar del sujeto. 
 
 
4 En mi trabajo “Síntoma y sinthome” planteo para la melancolía, en esta dirección, en términos nodales, 
muy justamente, la suelta del registro de lo simbólico: cf. SCHEJTMAN 2008, 240-241. 
 9 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Identificación 
 
 
Allí, me parece, se produce la identificación histérica: de sujeto a sujeto. Creo que podemos 
introducir esta pequeña variación en el esquema freudiano de modo de establecer alguna 
especificidad para esta identificación respecto de la formación de masa. 
Por lo demás, subrayar la perspectiva del deseo en esta identificación no es algo que se 
encuentre únicamente al comienzo de la enseñanza de Lacan. Puede hallarse también en sus 
trabajos de los años ’70. 
En la clase del 12 de marzo de 1974 del Seminario 21, por ejemplo, afirma: “Lean 
Psicología de las masas y análisis del yo, específicamente el capítulo de identificación, para 
comprender lo que puede haber de genial en la distinción, allí formulada, de tres clases de 
identificaciones, o sea las que he denotado y valorizado con el rasgo unario, el Einziger Zug, 
y la manera como las distingue del amor…” (LACAN 1973-74, 12-3-74). Bien, aquí se señala, 
como lo he indicado, la participación del rasgo unario en aquellas “tres” identificaciones 
freudianas. Pero ahora nos interesa la histérica, por lo que retomo la cita: “…y la manera como 
las distingue del amor […] y por el otro lado, la otra forma, la de la identificación llamada 
histérica, a saber, del deseo con el deseo” (ibíd.). 
O puede leerse la “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos”, 
texto de 1973. Allí Lacan presenta la cuestión del modo siguiente: “No hay sentido común del 
histérico, y aquello mereced a lo cual en ellos o ellas juega la identificación, es la estructura y 
no el sentido, tal como se lee bien por el hecho de que esa identificación se refiere al deseo, 
es decir a la falta tomada como objeto” (LACAN 1973, 42). 
Es decir, en estas dos oportunidades reencontramos a la identificación histérica “del deseo 
con el deseo” o “a la falta tomada como objeto”: lo que acabo de introducir como una variación 
en el esquema clásico freudiano. 
Pero hasta Freud mismo nos empuja a ello desde su análisis del “sueño de la bella 
carnicera” en “La Interpretación de los sueños” cuando aborda allí a la identificación histérica 
a partir del aislamiento del deseo insatisfecho: identificación por la cual la bella carnicera 
sustituye su deseo insatisfecho al de su amiga (cf. FREUD 1900, 164-168). También ahí, 
entonces, la identificación se soporta de la relación del deseo con el deseo. 
Por fin, se puede señalar que la distancia que planteo entre la identificación de la masa y 
la histérica puede retomarse a partir de la distinción lacaniana entre el discurso del amo y el 
discurso histérico (cf. LACAN 1969-70, I-VI). Eric Laurent, por ejemplo, ya acerca el esquema 
freudiano de la masa al discurso del amo (cf. LAURENT 1992). Ahora bien, cuando 
subrayamos la localización del deseo del sujeto en la identificación histérica -de deseo a 
deseo- bien podemos recordar que ese sujeto es el que ocupa el lugar del agente en el 
discurso histérico (cf. LACAN 1969-70, I-VI), interpelando desde allí la posición del amo: 
 
 
Discurso histérico 
 
$ S1 
 
a // S2 
 Yo Objeto 
Objeto 
exterior 
Ideal 
del yo 
 
Sujeto 
 X 
 
 10 
 
 
Entonces, como se ve, estoy situando en este discurso y en la identificación histérica, 
digamos, un paso más respecto del discurso del amo o de la identificación que hace masa. 
Pero, además, se puede hacer notar que en el caso dela histeria, el objeto no siempre va 
al lugar del ideal del yo: a veces es empujado cerca del lugar del sujeto, constituyendo su 
verdad, como se señala en la escritura del discurso de la histeria (cf. ibíd.). Allí podemos leer 
el síntoma histérico, a partir del sujeto sufriente: 
 
$ 
a 
 
Puede aislarse, así también, en ese llevar el objeto al lugar del sujeto, el modo por el que 
la histérica se sustrae del Otro, intentando ahuecarlo, crear una barradura en ese lugar del 
ideal, ubicándose ella misma como el objeto que falta… al Otro. A veces, logrando mantener 
la distancia con ese objeto, otras llegando a incluso hasta ciertas “melancolizaciones”, lo que 
no es, sin embargo, la melancolía: una cosa es el objeto en el lugar de la verdad del síntoma, 
lo que hace al sufrimiento subjetivo histérico y otra, bien distinta, que la sombra del objeto 
caiga sobre el yo. 
De todos modos, las histéricas, eventualmente, pueden llegar también a hacer masa. Por 
lo que se puede dejar indicada en la variación del esquema freudiano esta doble posibilidad: 
una suerte de oscilación del objeto, localizándolo a veces en el lugar del ideal del yo, y otras 
en el del sujeto. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La anorexia más allá de la histeria 
 
He distinguido, hasta aquí, la identificación de la masa de aquella de la epidemia histérica, 
en tanto que la epidemia histérica es una epidemia del deseo. Además, he separado de ambas 
a la posición melancólica, donde la libido se retrae de los objetos y vuelve al yo. Ahora quisiera 
ubicar la posición anoréxica, incluso la epidemia anoréxica, para que encuentre su lugar entre 
esas tres posibilidades. 
Es cierto que a veces la histeria se extrema, pero es claro que no llega en general al 
fanatismo propio de la anorexia, al que me voy a referir brevemente ahora5. Vuelvo entonces, 
una vez más, sobre el esquema de la masa para situar el campo de la anorexia pero, como 
se verá, ya no desde la vertiente pacificante del Ideal del yo, sino más bien desde el superyó6. 
En el caso de la anorexia, el síntoma y la epidemia contemporánea, no se producen en el 
nivel de la identificación de deseo a deseo -identificación histérica-, sino en el nivel de la 
imagen. En este sentido, es claro que lo que se llama síntoma en un sentido estricto en la 
 
5 Para un desarrollo más extenso cf. mi trabajo “Capitalismo y anorexia: discursos y fórmulas”, en este 
mismo volumen. 
6 Cf. mi trabajo “Superyó, carozo del padre”, en este mismo volumen. 
 Yo Objeto 
Objeto 
exterior 
Ideal 
del yo 
 
Sujeto 
 X 
 
 11 
anorexia -es decir, síntoma para quien lo padece- comporta más un trastorno perceptivo que 
uno alimenticio: lo que se les vuelve insoportable a las anoréxicas de hoy en día -lo que es 
una característica que las aleja de las anorexias clásicas- es aquel rollito que no dejan de 
percibir en un cuerpo que ya es casi un esqueleto, mientras que se hallan bien a gusto con 
las restricciones alimentarias que se autoimponen -lo que más bien constituye un síntoma 
para el Otro familiar-. 
Es decir, el síntoma en la anorexia actual es la imagen-síntoma. Y ello termina acercando, 
ciertamente, la epidemia actual de anorexia al fenómeno de masa -y a su explicación a partir 
de la identificación imaginaria. Es decir, aquí el síntoma y su extensión epidémica se producen 
de yo a yo, mientras que el síntoma conversivo histérico se ubica más bien -como he 
señalado- en la relación de deseo a deseo. 
Pero, con todo, algo separa también a la epidemia anoréxica de la identificación clásica de 
la masa: la localización del objeto que, en este caso, no se lleva al lugar del ideal, sino -lo 
propongo de esta forma- al del superyó. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Así, podría señalarse que la “comunidad” que se constituye para las anoréxicas, lejos de 
ser una comunidad de deseo -caso de las histéricas- es una comunidad de goce. Basta 
navegar por los sitios web “Pro-Ana” para constatarlo. 
Volviendo ya a la cuestión del superyó: cuando Lacan se refiere a la masa en sus 
seminarios de los años ’70, habla del bigotito de Hitler (cf. p. ej. LACAN 1970-71, 20-1-71 y 
LACAN 1976-77, 16-11-76). Es una vía que puede tomarse como aproximación al fanatismo 
anoréxico, con la dificultad –pero también el interés- de que Lacan, creo, mantiene en la 
ambigüedad si el bigotito de Hitler es ubicable a nivel del objeto -que aquí he propuesto como 
llevado a ese lugar del superyó-, o bien corresponde simplemente al rasgo unario -S1-. Habría 
que desarrollarlo y desplegar la incidencia del superyó en este fanatismo anoréxico7. 
Por el momento señalaré lo siguiente para terminar. Se puede decir que si la epidemia 
histérica es una epidemia de deseo, puesto que su identificación se produce en la relación del 
deseo con el deseo, tal identificación se regula por el significante fálico (). Ahora bien, la 
ubicación de la epidemia anoréxica en relación con el primado del superyó nos conduce más 
bien hacia una de las escrituras que propone Jacques-Alain Miller para el mismo: 0 (cf. 
MILLER 1981, 146). Lo que, por lo demás, nos permite una diferencia adicional: con el llamado 
goce femenino que, por su parte, no deja de tener relación con el falo… aun cuando se ubique 
más allá8. En el caso de las anorexias -o, cuando menos, en el de algunas de ellas-, por el 
contrario, valdría la pena acercarlas a la posibilidad de su forclusión, la de falo, que no 
necesariamente se acompaña siempre por la del nombre del padre. Quizás pueda desplegarlo 
en otra oportunidad. 
 
 
Bibliografía 
 
7 En “Capitalismo y anorexia: discursos y fórmulas”, en este mismo volumen, puede leerse la 
localización del superyó en las fórmulas de la sexuación lacanianas en el abordaje de la conjunción 
entre el fanatismo anoréxico y aquel del mercado dispuesto por el predominio del discurso capitalista. 
8 Cf. mi trabajo “Histeria y Otro goce” (segunda parte), en este mismo volumen. 
Objeto 
exterior 
Objeto 
 
 Yo Superyó 
 X 
 12 
 
FREUD, S. (1900): “La interpretación de los sueños”. En Obras Completas, Amorrortu, Buenos 
Aires, 1986, t. IV. 
FREUD, S. (1910): “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”. En Obras Completas, op. cit., 
t. XI. 
FREUD, S. (1915): “Duelo y melancolía”. En Obras Completas, op. cit., t. XIV. 
FREUD, S. (1921): “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras Completas, op. cit., 
t. XVIII. 
FREUD, S. (1923): “El yo y el ello”, en Obras Completas, op. cit., t. XIX. 
LACAN, J. (1953-54): El seminario. Libro 1: Los escritos técnicos de Freud, Paidós, Buenos 
Aires, 1984. 
LACAN, J. (1957-58): El Seminario. Libro 5: Las formaciones del inconsciente, Paidós, 
Buenos Aires, 1999. 
LACAN, J. (1958): “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos II, Siglo 
XXI, Buenos Aires, 1987. 
LACAN, J. (1961-62): El Seminario. Libro 9: La identificación, inédito. 
LACAN, J. (1962-63): El seminario. Libro 10: La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006 
LACAN, J. (1964): El seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del 
psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1986. 
LACAN, J. (1969-70): El seminario. Libro 17: El reverso del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 
1992. 
LACAN, J. (1970-71): El seminario. Libro 18: De un discurso que no fuera del semblante, 
Paidós, Buenos Aires, 2009. 
LACAN, J. (1973-74): El Seminario. Libro 21: Los no incautos yerran, inédito. 
LACAN, J. (1973): “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos”, 
en Uno por Uno, Revista Mundial de Psicoanálisis, Edición latinoamericana, 1995. 
LACAN, J. (1974-75): El seminario. Libro 22: RSI, inédito. 
LACAN, J. (1976-77): El seminario. Libro 24: L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, 
inédito. 
LAURENT, E. (1992): Lacan y los discursos, Manantial, Buenos Aires, 1992. 
MILLER, J.-A. (1981), “Clínica del superyó”. En Miller, J.-A., Recorrido de Lacan, Editorial 
Hacia el Tercer Encuentro del Campo Freudiano, Buenos Aires, 1984. 
SCHEJTMAN, F. (2008), “Síntoma y sinthome”.En Schejtman, F. (comp.) y otros, 
Elaboraciones lacanianas sobre la psicosis, Grama, Buenos Aires, 2012.

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