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Cortes en el cuerpo1 L. es derivada al dispositivo de Hospital de día luego de una internación de un mes en una clínica psiquiátrica, a causa de un intento de suicidio con sobreingesta de pastillas. L. tiene 24 años. Es profesional de la salud y tiene un excelente desempeño profesional en su lugar de trabajo. Vive con su abuela materna y con sus dos hermanos menores. Estrictamente, está a cargo de los cuidados de su abuela enferma y de todas las necesidades de sus hermanos. L. estaba de novia con Pedro hacía tres años. Él decide terminar la relación y, al poco tiempo, la paciente lleva a cabo dicho intento. Ella efectivamente lo reconduce a la separación de su pareja ya que creía que sin él todo carecía de sentido. En el curso del tratamiento del Hospital de Día, L. empieza a hablar de algo que nunca había contado, tampoco durante su internación. L. se corta. Se realiza tajos en distintas partes del cuerpo que quedan ocultos por su vestimenta. Con mucha dificultad comienza a hablar: “A los doce años empecé a cortarme. Me aliviaba. Me acuerdo de tener angustia, mucha angustia sobre todo a la noche, de no saber qué iba a pasar con nosotros. Cortarme era una forma de desahogarme de la angustia. Yo no decía nada. Una vez mi mamá me vio algo raro en los brazos. Me llevó al dermatólogo y el médico dijo que tenía una enfermedad de la piel. Yo nunca dije nada, nunca dije que me lo hacía.” L. vivía con su madre, su padre y sus dos hermanos. A los doce años su padre “desaparece”. Dice: “A los doce años él se va de mi casa, se separaron, bah, desaparece. Desaparece por dos años y después de no saber nada de él nos enteramos que esos dos años estuvo preso en una provincia del interior. Estuvo preso por vender drogas. Hasta ese momento, si bien no era normal la vida que teníamos, todos los cambios y cosas horribles fueron después de la separación. Ese corte entre estar bien y mal. A los 16 años se llevaron presa a mi mamá, vinieron por mi mamá. Yo llegué de gimnasia, llegó la policía, me llevó a mí a una pieza y se la llevaron detenida. Ahí me pierdo. Toda la vida supe que vendían droga en casa, pero no se podía decir.” L. relata el funcionamiento caótico de una casa donde, ambos padres, no sólo comercializaban droga, sino que, consumían fuertemente, desentendiéndose del cuidado 1 Este material corresponde al recorte de una serie de entrevistas que realicé en el curso del tratamiento de la paciente en el dispositivo de Hospital de día de una institución psicoterapeútica. básico de sus tres hijos. Era la paciente quién se hacía cargo de que tanto ella como los hermanos tuvieran la alimentación básica y no perdieran la escolaridad. Sin embargo, con un sentimiento claro de desamparo, a partir de la ausencia de su padre. L. relata que, a los 16 años, cuando su madre va a prisión, -donde permanece hasta el momento de la entrevista- su padre, aunque ya liberado de su condena, nunca aparece para cuidarlos. Por lo tanto, los tres hermanos quedan al cuidado de unos tíos maternos que tenían un hijo de dos años. Frente a la permanente queja de los tíos, de tener que cuidar a los tres chicos, al cabo de dos años, se van los tres a vivir a lo de la abuela materna. L. refiere que le pasa actualmente lo mismo que recuerda que le pasaba desde que era chica. Dice que está muy angustiada y por otro lado que vive pendiente de que “todo esté bien y no haya problemas”. Dice: “No es que hace dos años estoy mal, hace mucho más. Ya cuando estaba mi mamá, que mi papá no estaba y ella drogada y yo cuidándola. Cuando estábamos viviendo con mis tíos, siempre ser como ellos querían que sea para no traer problemas. Nunca digo lo que me pasa. Siempre haciéndome cargo de todo para que los otros no estén mal. En realidad, es lo mismo que me pasa con mi abuela, con Pedro y me pasó con mis viejos, con mis tíos, ese sentimiento de no ser como soy, de callarme para que al otro no le joda. Con mi abuela, que está enferma, me hago cargo de todo, tengo la idea de que si no estoy se va a morir. Quiero ser, pienso que soy imprescindible. Con mis viejos siempre sentí “si no me banco esto y hago esto, ¿Qué van a hacer?”. Con Pedro tengo la necesidad de decir todo que sí, de ser como él quiere que sea para que no me deje. Y lo que más me aterra en la vida es que se muera mi abuela.” L. relata que comenzó a cortarse a los 12 años y que, después de un tiempo que no puede precisar, pero más de un año, dejó de hacerlo. No tiene recuerdos de cómo ni porqué. Pero volvió a cortarse hace dos años. Dice: “Cortarme, yo sé que es raro, pero me hace bien. Es como tener adentro toda una angustia y es como hacer algo que me saca todo eso. No sé cómo logro desahogar, aliviar haciéndome cortes. Es como que estoy fuera de control, cuando me angustio mucho es como que me pierdo, y en ese momento sólo veo una descarga en los cortes. En ese momento no veo que si grito o hago otra cosa me desahogo. No sé porque haciéndome algo a mí misma se logra esa descarga. Cuando me peleaba con mi hermana no la puteaba, iba al baño y me cortaba. Siento angustia a cada rato. Es terrible, muy feo, me da miedo, siento que me pierdo, no sé cómo explicarlo. Y siempre que me corté me alivió”. Hace dos años suceden dos cosas. Nuevamente, dos personas que “desaparecen” de su vida. Tatiana, la señora que trabajaba en la casa de la abuela desde que eran chicos. Ella no sólo se ocupaba de la limpieza, de cuidar, sobre todo en el último tiempo, a la abuela en su enfermedad, sino que, fundamentalmente, fue quién se ocupó cariñosamente del cuidado de los tres niños cuando fueron a vivir a esa casa. “Yo la amaba”, dice L. Para esa época, Tatiana le informa a la abuela y a L. que se va a la provincia, donde, por una conocida, consiguió un trabajo con mejor paga. Algunos meses después, comienza a estar mal con Pedro, su novio. Es la primera vez que él empieza a esbozar que no sabía si quería seguir con ella, que no sabía si estaba enamorado, que ella siempre estaba mal, triste, deprimida. Le pide un tiempo, el primero de varios impasses de la relación, hasta que luego da por finalizada definitivamente. Tanto Tatiana como Pedro nunca se enteraron de sus cortes. Frente a Pedro, con quién quedaba expuesto su cuerpo, argumentaba aquella vieja razón médica de una enfermedad de la piel. Él nunca dudó. L. dice: “Me corté mucho antes que se fuera Tatiana. Yo estaba muy mal, Tatiana se iba. Tenía bronca, angustia. Cuando me dijo ese domingo que se iba se me vino una cosa que no puedo soportar, -ahora me doy cuenta que pasa, que después de un rato pasa y no me pasa nada-. Siempre terminás perdiendo a la gente que querés. Me metí a bañarme sólo para cortarme y salí un poco más tranquila. Ese domingo que me lo dijo me corté muchas veces. La angustia la ponía ahí. Estaba tan mal que no me dolía nada. Lo que me daba mucha impresión era cuando me salía sangre y verla en la ducha. La función es que me saca la angustia. Supongo que a los doce años era la misma función que ahora. Con el tema de Pedro fue peor. La noche que me dejó tenía una angustia que no podía respirar. Esa noche me corté. Me tranquilizó, me alivió, pero al rato me asusté de cómo me había cortado. ¿Porque tenía que llegar a hacer eso?”. L. sólo habla de la angustia antes de cortarse. Repite, claramente, que esto es lo que le preocupa, esa sensación de angustia que la hace sentir que pierde el control de sí. Le preocupa y la atemoriza muchísimo esa angustia, sobre todo la inminencia de la angustia, su aparición “sin explicación”, dice. No le preocupan ni le asustan los cortes, es más, la tranquiliza ese recurso. Su desesperación es la angustia, no la práctica de cortarse. De los cortes dice: “yo quiero y no quiero esto. Tengo miedo a esa angustia, que te lleva como a una despersonalización, te agarra en el cuerpo una sensación horrible, comoque ya no lo manejas y te cuesta respirar y no podés pensar. Tengo miedo a eso, miedo a estar mal y no poder controlarlo. Cuando estoy así, cuando estoy mal, siento que no puedo salir de ese círculo, Pedro, mi familia, que es el mismo lugar, que la carga, la responsabilidad está sobre mí”. Dice “Empecé a pensar cómo me sentía antes de lastimarme y como me sentía después. Después me siento bien, pero, inmediatamente al corte pensaba “que mal, ojalá no me quede una cicatriz”. Claro, eso cuando ya estaba tranquila. A veces tengo una percepción clara de la angustia, a veces es sin explicación. Estás en lo de tu tía cuando tu tía te dice que por tu culpa ella tiene que cocinar para tres más, y te haces cargo de esa culpa. Cuando mi papá se fue de mi casa yo estaba mal. Me gustaba estar con él. De chica me gustaba estar con él cuando se podía. Me gustaba ir a las reuniones familiares porque me ponía a upa de mi papá”. Josefina Dartiguelongue
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