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78 - Toxicomanias y psicoanalisis

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TOXICOMANÍAS Y PSICOANÁLISIS 
 
Marcelo Mazzuca 
 
 
INTRODUCCIÓN 
 
A pesar de algunas apariencias de época y muchas denuncias de ineficacia, el psicoanalista y el 
llamado toxicómano pueden jugar el juego del matrimonio. El psicoanálisis se interesa hace 
tiempo en los lazos que unen y desunen la relación del objeto tóxico y los sujetos adictos, y 
resulta que éstos últimos pueden interesarse también en el deseo que el analista promueve. 
La única definición que Lacan dio acerca de la droga –“aquello que permite romper el 
casamiento con la cosita de hacer pipí”- constituye nuestro canal de diálogo. 
Es cierto que la problemática del consumo de sustancias tóxicas puede abordarse desde 
distintos puntos de vista. Es una problemática atravesada por diferentes discursos: de la 
medicina, el jurídico legal, los discursos religiosos y aún la propaganda misma que el mercado 
produce para publicitar sus variados objetos de consumo. El resultado es un conjunto 
heteróclito de discursos sobre las drogas, los consumidores y las adicciones. 
También pueden estudiarse los efectos tóxicos que cada sustancia produce en el organismo, 
teniendo en cuenta las dificultades que habitualmente se presentan en el ejercicio del 
diagnóstico diferencial. Por mencionar sólo algunas, las diferencias y relaciones entre el 
consumo fuerte de un estimulante como la cocaína y el episodio agudo de una psicosis 
maníaco-depresiva; o entre una intoxicación alcohólica y los cuadros alucinatorios de ciertos 
estados psicóticos. El catálogo es amplio, se trata de una herramienta sumamente importante 
para el clínico, y la experiencia muestra que se cometen muchos errores al respecto. 
Incluso conviene no dejar fuera de examen el análisis histórico del tema, apuntando –por 
ejemplo- a sus aspectos sociológicos y antropológicos. Es decir, a tratar de ubicar el uso y el 
sentido otorgado al consumo de drogas por las diversas culturas en cada una de las épocas. 
Esto interesa especialmente al psicoanalista de hoy, ya que nuestra época muestra un 
crecimiento exponencial del fenómeno del consumo, que vincula al adicto con formas de 
exclusión de proporciones hasta hace poco desconocidas. 
Como verán, el abanico de puntos de vista es amplio y en la práctica se requiere, por lo 
general, de un abordaje multidisciplinario. 
 
 
LA PROBLEMÁTICA CLÍNICA: el “matrimonio dichoso” 
 
Hoy los analistas tratamos las toxicomanías, tanto en los servicios asistenciales especializados 
como en los consultorios privados. Pero esto no fue siempre así. Muchos de los analistas pos 
freudianos rehusaron tratar las toxicomanías por considerarlas patologías no aptas para ser 
abordadas desde el psicoanálisis. De este modo, cedieron terreno a las relaciones del adicto 
con propuestas terapéuticas diversas, que suelen considerarlo -al mismo tiempo- “víctima” de 
la droga y “culpable” del consumo. Se llega así a un callejón sin salida, el de la abstinencia 
forzada hasta el límite. 
Era –por ejemplo- el caso del Servicio asistencial en el cual trabajé durante años. Para formar 
parte del grupo terapéutico que la institución ofrecía, se les exigía firmar un contrato a través 
del cual se comprometían a dejar de consumir. Extraña paradoja por la cual se le pide que se 
abstenga a quien ha declarado no poder hacerlo por sus propios medios. Es casi como poner 
un cartel de “bienvenida-despedida” en la puerta del tratamiento: “adictos abstenerse”. 
 
 
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Esta posición de rechazo encuentra algún fundamento en la propia palabra de Freud (quien en 
una oportunidad recomendó una suerte de “tratamiento de exportación” -si me permiten la 
expresión- para un paciente adicto acerca de quien fue consultado por un colega). Embarcarlo 
hacia América del Sur para que encuentre allí su destino fue, en su momento, el consejo de 
Freud. 
Sin embargo, está claro que de esa opinión no podemos deducir de forma directa ninguna 
doctrina sobre las adicciones. Pero ocurre que existe además una razón clínica para semejante 
exclusión: la conflictiva neurótica que habitualmente escuchamos de boca de la histérica y del 
obsesivo no está aquí presente, y por ende, tampoco lo está el “compromiso” del neurótico. 
En ocasiones, los toxicómanos parecen estar “satisfechos” con la “solución” que han 
encontrado, y muchas veces comienzan por excluirse ellos mismos de los tratamientos. 
Pues entonces: ¿qué lugar le otorgamos a las toxicomanías en la clínica y en la psicopatología 
psicoanalítica? Como resulta evidente que no podemos contestar desde el aspecto meramente 
conductual, buscamos examinar la “función” que cumple el tóxico en la economía del sujeto –
aquel sujeto que el psicoanálisis supone al inconsciente-, comparándola y distinguiéndola de la 
función del síntoma y de los efectos de la sustancia. 
El punto de partida y de llegada es la interrogación sobre el sexo. Se trata de diagnosticar el 
tipo de unión que ha conseguido establecer el sujeto enfrentado con el enigma de su 
sexualidad. Para eso seguimos la pista de una expresión tomada de la pluma del propio Freud y 
retomada luego en forma oral por Lacan: aquella que describe el “matrimonio dichoso o 
armonioso” que establecen el bebedor y su vino1. 
¿Cuál es la clave y el estatuto de esa aparente felicidad sin fisuras? ¿Puede, a partir de allí, 
concebirse un “mecanismo específico” para la formación de las toxicomanías? Se trata de una 
pregunta análoga a la que hicieron Freud y Lacan respecto de la clínica de las psicosis2. De 
modo que ponemos a consideración la “cuestión preliminar a todo tratamiento posible” de las 
toxico-manías. 
 
 
LA CUESTIÓN PRELIMINAR A TODO ABORDAJE POSIBLE: La causa sexual 
 
La tarea preliminar consiste en romper con la creencia –fomentada por ciertos discursos sobre 
la adicción- que ubican al objeto droga en el lugar de la causa; ya sea la causa de todos los 
males (como ser los trastornos de personalidad, de la conducta y de la sociabilidad -por 
ejemplo-) o de los bienes y placeres “todos” (como ser aquellas experiencias indescriptibles de 
un goce en extremo placentero que surgen habitualmente de los dichos de quienes 
consumen). 
Aclaro que esta operación vale inicialmente para la posición que el analista adopta en su 
escucha, pero que luego debe ser transferida al paciente a través de su intervención -en los 
casos en que esto no se haya producido con anterioridad-. El movimiento consiste entonces en 
desplazar el nivel de la causa, ubicar en su lugar un punto de incógnita y promover, de ese 
modo, una pregunta sobre el sujeto y su relación con sus modos de goce –o formas de 
satisfacción pulsional-. Este aspecto preliminar de la lógica de la cura puede escribirse en tres 
tiempos. Lo hago de la manera más sencilla posible: 
 
 
1 Freud. S: “Sobre la más generalizada degradación de la vida erótica” (1912), en Obras Completas, AE, 
tomo XI, Buenos Aires, 1994, página 169. 
2 Les recuerdo que Freud sólo consiguió establecer con justeza el mecanismo específico de las neurosis, 
quedando abierta la tarea de completar lo propio respecto de las psicosis y las perversiones. Entiendo que 
por ese motivo muchos pos freudianos identificaron las adicciones con una forma de psicosis o de 
perversión, a falta de poder darle a estas categorías una definición estructural. 
 
 
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 1º) Droga → adicción = patología (“adicto”) 
 2º) “x” → adicción = droga 
3º) Satisfacción [Sexual] → adicción = droga 
 
Del primero al segundo tiempo se invertiría el lugar que ocupa el objeto droga, pasando de ser 
la causa de la denominada “adicción” a considerársela su consecuencia. Dicho en otros 
términos, permitiría romper la identificación imaginaria al “ser adicto” –identificación 
promovida y custodiada en la mayoría de las terapias contra las adicciones- y abrir el espacio 
para la interrogación del deseo. El tercer tiempo es el que va a ser necesario formular como 
hipótesis psicopatológica –si cabe la expresión- a partir de la lectura de los textos tantode 
Freud como de Lacan. 
Con el propósito de sintetizar el trabajo de relevamiento de las nociones básicas de Freud y de 
Lacan sobre este “casamiento” particular entre el sujeto y el sexo, les propongo un cuadro de 
doble entrada que toma como referencia las sucesivas nosologías que ordenan la 
psicopatología freudiana. Como no vamos a desarrollar en profundidad cada uno de los textos, 
el cuadro permite destacar mejor las tesis principales acerca de la función del tóxico, y animar 
el interrogante sobre los posibles mecanismos que intervienen en la formación de las 
toxicomanías. 
 
AUTOR FREUD LACAN 
DISCIPLINA Medicina Psicología 
Psicoanálisis 
1 
Psicoanálisis 2 Psicoanálisis 3 
ETAPAS 0 1º 2º 3º 4º 
NOSOLOGÍA Neurosis NS Actuales 
NS 
Narcisistas 
NS Narcisistas Neurosis 
MECANISMO 
Cancelación 
del dolor 
(orgánico) 
Reemplazante 
de la 
masturbación 
(adicción 
primordial) 
Retracción 
libidinal: 
cancelación 
de la 
represión 
Recurso 
maníaco: 
frente al 
malestar 
[sexual]cultural 
a) Traumatismo 
del destete 
b) Ruptura del 
cuerpo con el 
falo 
FUNCIÓN 
Analgésico 
corporal 
Compensación 
del goce 
[satisfacción] 
sexual faltante 
Respuesta 
frente a la 
pérdida de 
objeto 
Paliativo 
contra el 
malestar en la 
cultura 
(“quitapenas”) 
Renegación del 
destete. 
Ruptura con la 
castración. 
ESQUEMA Soma 
Psique 
Soma 
Cuerpo: 
(a↔a´) 
Fantasía: 
$<“x”>a 
Φo 
 
 
A) La manía del tóxico: Cancelación del dolor 
 
El cuadro divide la obra de Freud en cuatro etapas (incluyendo las dos que podrían 
considerarse previas al psicoanálisis propiamente dicho). Agrego una etapa más, en donde se 
encuentran condensadas las tesis del comienzo y del final de la enseñanza de Lacan. 
Voy a desplegarlo sólo en sus aspectos fundamentales, ubicando: la relación de cada una de 
las etapas con el posible mecanismo y con las funciones del tóxico, su ubicación respecto de la 
nosografía, y una escritura -esquema o matema- de referencia. 
 
 
 
 
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0) Las investigaciones de Freud sobre la cocaína lo llevaron a destacar un primer aspecto 
en la relación del sujeto con el objeto tóxico: su valor analgésico. Su preocupación era 
estrictamente hablando terapéutica, y se concentró en la aplicación de una sustancia tóxica (la 
cocaína), o en la sustitución de un tóxico (la heroína) por otro tóxico (la cocaína), con el 
objetivo de cancelar o hacer disminuir el dolor. En este caso se trata del dolor puramente 
orgánico –por eso uso para esta etapa el número cero- y el término “neurosis” está utilizado 
en el sentido de la neurofisiología. Pero de todos modos sirve de modelo a las elaboraciones 
posteriores, ya que Freud abandona rápidamente el campo de la medicina. Así lo entiende 
Lacan, quien sostiene lo siguiente acerca del interés y el deseo del Freud investigador: 
 
“Su investigación fisiológica fue floja porque permaneció demasiado cerca de la 
terapéutica. Freud se ocupó de la utilización de la cocaína como analgésico, y dejó de 
lado su valor anestésico.3” 
 
Conforme avanza su trabajo sobre las propiedades de la cocaína, se enuncia el pasaje del 
neurólogo al psicoterapeuta. De la analgesia al análisis hay todavía una distancia considerable, 
casi la misma que del soma al falo –tal como lo destaca la línea inferior del cuadro-, pero aún 
así encontramos de entrada una indicación sobre la operación del tóxico que pone el acento 
sobre el intento de la droga por cancelar el dolor. Esta tesis no será abandonada en ningún 
momento, aunque el estatuto del dolor irá variando a medida que avanza su teoría. Habrá que 
ver qué relación tiene esta primera tesis con el fenómeno de la satisfacción y la abstinencia. 
 
 
1º) El inicio de su práctica como psicoterapeuta le muestra definitivamente a Freud el 
valor etiológico que posee la sexualidad respecto de la formación de las neurosis. Tanto la 
histeria como la neurastenia demuestran ser una respuesta frente a problemas sexuales de 
diversa índole. Para la histeria se trata de un mecanismo de defensa frente a una 
representación sexual traumática, mientras que para la neurastenia es el efecto de una 
acumulación de la tensión sexual somática, fruto de una descarga insuficiente e inadecuada. 
En este contexto surge una primera hipótesis freudiana sobre las adicciones, vinculada, de 
manera directa, con el problema de la satisfacción sexual. Su lugar está a mitad de camino 
entre la histeria y la neurastenia –aunque más cerca de esta última- y define a la adicción 
como reemplazante de la masturbación: 
 
“Se me ha abierto la intelección de que la masturbación es el único gran hábito que cabe 
designar <<adicción primordial>>, y las otras adicciones sólo cobran vida como 
sustitutos y relevos de aquélla.”4 
 
El acento está puesto entonces en la satisfacción de la masturbación como el primer hábito 
con chances de devenir compulsivo y adictivo. En la otra traducción, el término utilizado es 
<<protomanía>>, es decir, la primera de las conductas maníacas del ser humano. La tesis se 
completa con la idea de una compensación respecto de un déficit: 
 
“Una indagación más precisa demuestra por lo general que esos narcóticos están 
destinados a sustituir –de manera directa o mediante unos rodeos- el goce sexual 
faltante.”5 
 
3 Lacan. J: “El Seminario Libro 1: Los escritos técnicos de Freud” (1953-54), Editorial Piados, Buenos 
Aires, año 1995, página 47. 
4 Freud. S: “Carta 79” (22/12/97), en Obras Completas, AE, tomo I, página 314. 
 
 
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Aquí el significado del término <<goce>> es aproximativo –no se ha convertido aún en 
concepto- pero permite formular con bastante justeza desde el inicio la idea de un defecto o 
déficit inicial de satisfacción, que luego será compensado a través de un “plus”. 
Poco faltaba para que Freud estableciera la universalidad de la sexualidad infantil. De modo 
que encontramos sugerida la hipótesis de la “protomanía universal”, y entonces del “todos 
potencialmente toxicómanos”. Para Freud: todos masturbadores = todos potenciales adictos. 
Restaría averiguar y formular cuál es el déficit respecto del cual la masturbación –y las 
conductas maníacas o adictivas secundarias- funciona como compensación. 
Por lo tanto, la pregunta pasa a ser doble: por un lado, ¿por qué muchos sujetos mantienen o 
reestablecen esa <<protomanía>> bajo la forma desplazada de la adicción a una sustancia 
tóxica? Pero además, ¿de qué modo la mayoría de los sujetos la abandonan en pos de una 
elección diferente? La clave debemos buscarla –en este primer período- en la dinámica de la 
satisfacción sexual genital, ya que la ausencia de conflicto psíquico pone en tela de juicio la 
psicoterapia de las adicciones tanto o más que la de la neurastenia. En cualquier caso, el 
esquema de referencia es aquél que representa el campo fronterizo entre lo psíquico y lo 
somático, frontera reservada luego para representar la pulsión. La sexualidad insatisfecha 
funciona entonces como una fuente “dolorosa” frente a la cual se interpone el recurso a la 
intoxicación maníaca: la de la masturbación o la del consumo de un narcótico. 
. 
 
2º) En la siguiente etapa de la obra de Freud encontramos una oposición nosológica 
entre las neurosis de transferencia y las psiconeurosis narcisistas. Aquella ausencia de conflicto 
psíquico pasa a quedar planteada ahora en términos de un déficit o una dificultad en la 
relación de transferencia con los pacientes narcisistas (finalmente llamados psicóticos), 
quienes parecen rehusar las condiciones del dispositivo propiamente psicoanalítico, de manera 
semejante a lo que ocurre con los toxicómanos. Por eso los modelos para pensar la 
toxicomanía pasan a ser las denominadas afecciones narcisistas, especialmente: la manía-
melancolía, la hipocondría y la erotomanía (en ese orden). 
Este período es extenso y las referencias son muchas, pero pueden ordenarse siguiendo el eje 
de la función que cumplen la narcosis en general y la borrachera en particular: generar un 
estado comparable alde la manía o al de los delirios erotómanos. Se trata de una sobre 
investidura de la imagen narcisista del yo. Esta sobre investidura narcisista se traduce en un 
obstáculo transferencial por las conductas maníacas o melancólicas del sujeto respecto de las 
personas y los objetos, o por aquella retirada de la realidad que termina uniendo al sujeto sólo 
con su propio cuerpo. Por eso la referencia freudiana es la de un déficit en el nivel de las 
fantasías y de los objetos y relaciones simbólicas que ésta provee. Objetos y relaciones sobre 
las cuales se monta –en el caso de las neurosis- la represión y la formación de síntoma. Dice 
Freud: 
 
“Podemos atrevernos a decir que la manía no es otra cosa que un triunfo así, sólo que 
en ella otra vez queda oculto para el yo eso que él ha vencido y sobre lo cual triunfa. A 
la borrachera alcohólica, que se incluye en la misma serie de estados, quizá se la 
pueda entender de idéntico modo; es probable que en ella se cancelen, por vía tóxica, 
unos gastos de represión”6. [El subrayado es mío] 
 
 
5 Freud. S: “La sexualidad en la etiología de las neurosis” (1898), en Obras Completas, AE, tomo I, 
página 268. 
6 Freud .S: “Duelo y melancolía” (1917), en Obras Completas, AE, tomo XIV, página 251. 
 
 
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Aquello sobre lo que el yo del sujeto melancólico o maníaco parece triunfar “felizmente”, es el 
dolor frente a la pérdida del objeto. Por eso la respuesta maníaca ilustra bien lo que Freud 
extiende como hipótesis a los estados de borrachera alcohólica: frente al dolor –anímico en 
este caso- que la abstinencia genera por la pérdida del objeto, la intoxicación maníaca 
retrotrae la energía al narcisismo del sujeto y cancela la posibilidad de la represión. A lo cual 
Freud agrega una apreciación sobre el estatuto de ese “dolor” que describe: 
 
“Ahora bien, la meta de esta seudo-pulsión es sólo el cese de la alteración de órgano 
[…] El dolor es también imperativo; puede ser vencido exclusivamente por la acción de 
una droga o la influencia de una distracción psíquica”7. [El subrayado es mío] 
 
De allí que hayamos volcado en nuestro cuadro las letras que para Lacan simbolizan la relación 
narcisista del sujeto respecto de la imagen de su cuerpo y del sí mismo. La “cancelación de la 
represión” se suma entonces a la tesis acerca de la cancelación del dolor y a la compensación 
tóxica por la falta del deseo sexual y de la satisfacción que este promueve. 
Y es en este mismo contexto donde Freud sugiere la comparación entre la mujer y la botella: la 
primera, más cerca del objeto simbólico de las fantasías del sujeto; la segunda, más cerca del 
objeto que la imagen narcisista representa para el yo. 
 
 
B) El malestar del Sexo: suplencias de una felicidad imposible 
 
 3º) El tercer período de la obra de Freud muestra una extensión de las mismas 
hipótesis del período anterior, sólo que la nosografía reserva a la manía-melancolía la 
denominación de psiconeurosis narcisistas y deja el nombre de psicosis a la paranoia y la 
esquizofrenia. Resuelta de esta manera su clasificación nosológica, Freud retoma sus planteos 
desde un punto de vista mucho más amplio y general, planteo que con Lacan podríamos llamar 
estructural. 
La obra principal es “El malestar en la cultura”, y se ocupa de describir los diferentes objetos 
alternativos que posee el sujeto de la cultura –sea neurótico, psicótico o perverso- para 
enfrentar el malestar que le es propio e inherente. El texto es de 1929 y para los narcóticos 
caracteriza del siguiente modo el intento por modificar el estado de insatisfacción estructural: 
 
“El más tosco, pero también el más eficaz, para obtener ese influjo es el químico: la 
intoxicación. No creo que nadie haya penetrado su mecanismo [...]”8. [El subrayado es 
mío] 
 
Hasta aquí Freud describe la doble cara de la intoxicación: al mismo tiempo en que resuelve de 
manera casi instantánea para el sujeto el “dolor” que le es “imperativo”, despoja con toda 
crudeza al individuo de sus lazos con la realidad que lo rodea. Y así como Freud dejó a los 
psiquiatras pensar el mecanismo propio de las psicosis que él no alcanzó a elaborar9, podría 
dejar en este caso a los neurólogos hacer lo propio con el mecanismo de la intoxicación (ya 
que hasta aquí se refiere estrictamente a los efectos de la sustancia externa). Pero la 
continuación de la cita reencausa la investigación acerca de la tóxico-manía, que luego Lacan 
retomará: 
 
 
7 Freud. S: “La represión” (1915), en Obras Completas, AE, tomo XIV, página 141. 
8 Freud. S: “El malestar en la cultura” (1929), en Obras Completas, AE, tomo XXI, páginas 77-78. 
9 Freud. S: “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis” (1924), en Obras Completas, AE, tomo 
XIX, página 196. 
 
 
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“Pero también dentro de nuestro quimismo propio deben de existir sustancias que 
provoquen parecidos efectos, pues conocemos al menos un estado patológico –el de 
la manía- en que se produce esa conducta como de alguien embriagado sin que se 
haya introducido el tóxico embriagador”10. [El subrayado es mío] 
 
De esta manera, la investigación sobre la función del tóxico converge hacia el elemento a 
través del cual el sujeto de la cultura –dicho de otro modo, del lenguaje- enlaza su cuerpo 
pulsional y sexuado con la realidad que lo une al otro sujeto humano. Se verifica que, en el 
caso de la intoxicación maníaca, la función de ese elemento queda suspendida y su acción 
momentáneamente cancelada. 
Por lo tanto, la tarea que quedó reservada al trabajo de elaboración conceptual de Lacan fue la 
de vincular y articular esta tesis incompleta con la función que cumple el falo –elemento 
articulador entre el cuerpo erógeno y las fantasías- como sostén fantasmático de la realidad. 
Freud entrevió esa función –formulando en este tercer período el denominado “complejo de 
castración”11- y la nombró anticipadamente como “soldadura”12, pero fue Lacan quien precisó 
su estatuto conceptual y su valor clínico. 
Anticipando parte de este movimiento, ubicamos en el cuadro la fórmula lacaniana del 
fantasma o las fantasías ($ <> a), destacando con una “x” la incógnita respecto de lo que para 
el sujeto toxicómano sería la puesta en suspenso de aquella operación de “soldadura”. 
 
 
 4º) La obra de Lacan está mucho más despojada aún que la de Freud de referencias 
sobre la droga y las adicciones. De todos modos, dos de esas pocas referencias permiten 
sintetizar y economizar el conjunto de los postulados freudianos. 
En este sentido, ocurre algo comparable al recorrido que hizo Freud. Primero planteó algunas 
hipótesis referidas a la función y el mecanismo de las toxicomanías por vía oral, sin todavía 
haber llegado a delimitar la diferencia entre estructuras subjetivas. Se trata de un texto de 
1938 -cuyo lenguaje es más bien kleiniano- que explica la función de tóxico en relación a la 
renegación del destete. Dos citas de aquel trabajo nos permiten resumir la claridad de su 
planteo: 
 
“En realidad, y a través de alguna de las contingencias operatorias que comporta, el 
destete es a menudo un trauma psíquico cuyos efectos individuales, anorexias 
llamadas mentales, toxicomanías por vía oral, neurosis gástricas, revelan sus causas 
al psicoanálisis”13. [El subrayado es mío] 
 
La intoxicación maníaca por vía oral está pensada como una consecuencia de la posición de 
rechazo o renegación de aquella operación por la cual el sujeto se desprende de la imago del 
seno materno, siendo éste el primero de los tres complejos que estructuran la subjetividad –
luego vendrá el complejo de la intrusión (o estadio del espejo) y finalmente el complejo de 
castración-. 
De este modo, Lacan resume parte de los desarrollos freudianos acerca del mecanismo de la 
intoxicación, proponiendo que el consumo maníaco del objeto tóxico representa una manera –
entre otras- de protegerse de aquella primera forma de experimentar el dolor y la abstinencia 
 
10 Freud. S: “El malestar en la cultura” (1929), en Obras Completas, AE, tomo XXI,página 78. 
11 Freud. S: “La organización genital infantil” (1923), en Obras Completas, AE, tomo XIX, página 147. 
12 Freud. S: “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” (1908), en Obras Completas, AE, 
tomo IX, página 142. 
13 Lacan. J: “La familia” (1938), en Biblioteca de psicoanálisis, Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1978, 
página 32. 
 
 
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por el objeto perdido: el pecho materno. La toxicomanía cumple así una función defensiva 
(hemos dicho con Freud: la cancelación inmediata del dolor imperativo), a través de un 
mecanismo que parece funcionar de manera automática, pero que a pesar de ello sugiere una 
toma de posición por parte del ser del sujeto que evoca un rechazo primitivo hacia toda 
pérdida del objeto de su satisfacción. 
Esa posición de rechazo de la desdicha que la pérdida del pecho materno evoca en el ser 
hablante, posee una doble cara: apunta, por un lado, a obtener la satisfacción plena mediante 
la posesión absoluta del objeto que el pecho materno representa en las fantasías primordiales 
del sujeto, por otro lado, empuja al sujeto hacia una tendencia que lo une lentamente con la 
muerte y la destrucción de sí mismo: 
 
“El análisis de estos casos muestra que en su abandono ante la muerte el sujeto 
intenta reencontrar la imago de la madre”14. 
 
Así Lacan brinda una primera respuesta al segundo y al tercer Freud. Desplaza el problema 
planteado por Freud en términos de afecciones narcisistas, para resolverlo delimitando una 
causa más temprana del dolor provocado por la abstinencia del objeto: el efecto 
universalmente traumático del destete para los seres afectados por la cultura. Ubica, al mismo 
tiempo, con mucha mayor precisión, el tipo de fantasía y el escenario precario de su 
funcionamiento: fantasía del retorno al seno materno, representación primitiva de la fusión 
entre el sujeto y su objeto. Dicho de otra manera, reformula la tesis freudiana acerca del 
malestar en la cultura, proponiendo entender la toxicomanía como un intento de suplir esa 
felicidad plena que la cultura y el sexo hacen imposible. 
 
 
C) La ruptura con la castración: puesta en suspenso de la función fálica 
 
Conforme avanza la elaboración conceptual de Lacan, su posición se hace definitivamente 
freudiana, y su enseñanza propiamente psicoanalítica se construye a partir de la lectura crítica 
de los textos de Freud. 
En segundo lugar, entonces, encontramos sobre el final de la enseñanza de Lacan lo que el 
propio autor denomina “la única definición que puede darse de la droga”, caracterización que 
evoca la palabra de Freud. Pertenece al año 1975 y permite finalmente articular los postulados 
anteriores con las tesis del inicio y del final de la obra de Freud acerca de la causa sexual y la 
etiología masturbatoria de la toxicomanía, es decir: el lazo particular que el sujeto establece en 
este caso con el falo. 
De este modo, se integra la pluma más poética de Freud -cuya referencia hemos hecho, y que 
tiene que ver con el matrimonio dichoso del bebedor y su botella- a las constataciones clínicas, 
a través del comentario renovado del caso “Juanito” y su referencia al “hace pipí”. El sujeto –el 
niño- debe renunciar a la madre y además conseguir anudar y neutralizar el efecto traumático 
producido por el goce extraño y extranjero de su pene real, convirtiéndolo –de este modo- en 
el objeto y el instrumento simbólico que permitirá encausar su deseo. Es decir: admitir la 
castración como operación de pérdida que lo liga positivamente a un orden simbólico cuya 
referencia “objetiva” –en el sentido del objeto que la fantasía recorta- e “instrumental” –
aquello “con” lo cual enfrentar el problema de la sexuación- es el falo. Dice Lacan: 
 
“Todo lo que permite escapar a ese casamiento es evidentemente bien recibido, de 
donde resulta el éxito de la droga, por ejemplo; no hay ninguna otra definición de la 
 
14 Ibidem, página 41. 
 
 
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droga que ésta: es lo que permite romper el casamiento con la cosita de hacer 
pipí”15. [El subrayado es mío] 
 
Con esta última referencia -a la vez primera y única definición de Lacan acerca de la función de 
la droga- se cierra en círculo la interrogación freudiana y se destacan articulándose los 
distintos aspectos clínicos puestos en juego en el “mecanismo” de la toxicomanía. El ser del 
sujeto –que renuncia momentáneamente a contraer matrimonio simbólico con el falo-, víctima 
y victimario a la ves del funcionamiento precario de una fantasía que acompaña el acto 
maníaco del consumo, promueve la puesta en marcha de un mecanismo que empuja hacia una 
autodestrucción narcisista, en conformidad con la satisfacción mortífera que se espera como 
consecuencia de la búsqueda ilimitada del goce materno. 
En suma, el rechazo de la operación de castración se suma a la renegación del destete, así 
como al traumatismo producido por éste último se le agrega la ruptura del cuerpo del sujeto 
con el falo. Esto es lo que quisimos representar en el cuadro proponiendo un uso particular del 
matema que Lacan reserva al falo simbólico () y al rechazo de su operación -lo cual indica 
agregando la notación sub cero (o)-, para sugerir ese mecanismo de ruptura momentánea o 
puesta en suspenso de la lógica o la función fálica. 
Por lo tanto, esta tesis acerca del mecanismo de “ruptura” –cuya función es negativa y 
defensiva- de la toxico-manía, sólo vale en principio para las estructuras “nombre-del-padre” 
(es decir, la neurosis y la perversión), dejando abierta la interrogación sobre las funciones que 
puede cumplir el tóxico en aquellos casos para los cuales el rechazo del falo simbólico (o) es 
una consecuencia estructural de la operación de forclusión del significante nombre-del-padre 
(Po). 
 
 
 
LAS FUNCIONES DEL TÓXICO: suplemento o suplencia 
 
Me gustaría volver a destacar, que es siempre partiendo de la delimitación del caso singular 
que en transferencia puede apreciarse el uso que un sujeto hace del objeto tóxico. Hemos 
intentado delimitar un “tipo particular16” de relación con el tóxico, de utilidad verificable para 
una amplia variedad de sujetos neuróticos. Resta destacar lo que de la práctica clínica surgen 
como otras variantes en el uso. Por ejemplo: 
a) La toxicomanía no cumple una función enteramente análoga en el caso de las psicosis. 
Allí donde la inoperancia del falo es un hecho de estructura, el tóxico puede servir 
eventualmente como suplencia, intento de estabilización o de reorganización del goce 
en exceso -si es que es utilizable la expresión-. 
Esta es una hipótesis planteada por una autora que dedicó un estudio detallado y 
extenso a la clínica de la adicciones –Silvie Le Poulichet-, quien distingue entre la 
función de “suplemento” que cumple el tóxico en muchas neurosis, y la función de 
“suplencia” que cumple en muchos casos de psicosis. En éstos últimos, por ende, la 
dirección de la cura adopta otros carriles. 
Recuerdo perfectamente la cura de mi primer paciente toxicómano –tratamiento 
llevado a cabo en el marco de un Servicio de toxicomanía de una institución pública- 
para quien el consumo de una mezcla muy particular de alcohol, cocaína y 
psicofármacos, representaba el intento (no siempre logrado) por defenderse de las 
voces que lo acosaban. Intento que llevaba a cabo modificando las sensaciones 
 
15 Lacan. J: “Clausura de las jornadas de carteles de la Escuela Freudiana” (1975), inédito. 
16 Esta expresión encuentra justificación en el texto freudiano “Sobre un tipo particular de elección de 
objeto en el hombre” (1910), en Obras Completas, AE, tomo XI, páginas 159. 
 
 
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corporales a través del consumo y otorgándole a las voces un sentido y una causa 
ligada a su “adicción”. 
 
b) A su vez, la función del tóxico -evito adrede ahora el término “toxicomanía”- no es la 
misma para todas las neurosis. En muchos casos el tóxico exalta la función del falo 
como elemento regulador de aquellas fantasías “perversamente” orientadas hacia la 
mujer -es el caso de ciertas obsesionesmasculinas, por ejemplo- de donde se 
sostienen versiones del amor erotomaníaco. 
En estos casos, el consumo de droga sirve para promover un rendimiento fálico mucho 
más eficaz y logrado, fomentado por una competencia narcisista que, en vez de excluir 
al otro distanciándose de la realidad, incrementa el desafío y la agresividad tanto como 
el premio en cuestión. Recuerdo en este sentido, otro de mis primeros pacientes, 
quien consumía estimulantes sólo en aquellos momentos en que su desempeño 
deportivo lo confrontaba con la coyuntura de desafiar y hacerse reconocer por su 
padre como un “hombre exitoso”. Caso para el cual podría sugerirse la idea de un 
suplemento tóxico que permite hacer rendir mejor al falo. 
He podido constatar que algo semejante ocurre en ciertos casos de consumo de 
alcohol y marihuana, pero respecto una competencia desarrollada en el plano del 
amor, y con el objetivo de superar obstáculos y vencer inhibiciones más o menos 
profundas. En ambos casos, la sombra de la presencia del padre asoma siempre junto a 
la competencia fálica. Se trata –si me permiten la expresión- más del Falo-Pero [Falo-
Padre] que del Toxi-cómano [Manía del tóxico]. Esto, si nos permitimos esos juegos de 
palabra que habitualmente practicaba Lacan, y que lo llevaron –por ejemplo- a 
plantear el equívoco que hace de la perversión una padre-versión [pére-vers]17. En 
estos casos, la función del tóxico se asemeja más al del síntoma neurótico “clásico”. 
 
 
CONCLUSIONES: 
 
A) La pregunta por el mecanismo: el “matrimonio dichoso” 
 
En síntesis, respecto de la nosología, el mecanismo y el valor clínico de la toxicomanía, 
destacamos lo siguiente: 
a) No es una estructura psicopatológica ni una estructura subjetiva. Siguen prevaleciendo 
para nosotros las estructuras neuróticas, perversas y psicóticas del deseo, conforme a 
la distribución que tanto Freud como Lacan promovieron constantemente en su 
enseñanza. 
b) Tampoco es estrictamente hablando un síntoma, tal como éste queda definido por 
Freud para la estructura neurótica como una formación de compromiso, resultado de 
un conflicto entre representaciones. Aunque en muchos aspectos pueden compararse 
el síntoma y las prácticas de consumo. 
c) A pesar de todo, es posible vincular la toxicomanía con una causa pulsional tanto o 
más que el síntoma neurótico. Razón por la cual puede interrogarse el estatuto tanto 
más paradójico de la “satisfacción” puesta en juego en la toxicomanía, y de la 
“abstinencia” que ésta genera. 
 
17 Juego de equívoco destacado respecto de la estructura del fantasma neurótico (por ejemplo, en texto 
sobre “el despertar de la primavera” de 1974), y desarrollado detalladamente por F. Schejtman en el 
seminario “Histeria y Otro goce”, en Cizalla del cuerpo y del alma, Mazzuca. R, Schejtman. F y Godoy. 
C, Berggasse 19 Ediciones, Buenos Aires, 2003, páginas 253 y ss. 
 
 
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d) El hecho de verificar la causa pulsional, habilita al clínico a construir hipótesis sobre el 
determinismo inconsciente y su posible "mecanismo de formación” (para utilizar sólo 
términos estrictamente Freudianos). 
e) Lo hacemos siguiendo la interrogación acerca del tipo particular de “matrimonio” 
establecido entre el ser sexuado y sus objetos de satisfacción, de acuerdo con la idea 
de una abstinencia inicial -y estructural- promovida por el lenguaje y la cultura. 
f) Elegimos el término “toxico-manía”, porque nombra con mayor precisión el tipo de 
matrimonio establecido. Con esto indicamos que no todo consumo de drogas debe ser 
considerado una toxicomanía, y que no toda toxicomanía se sostiene del consumo de 
una sustancia tóxica determinada. 
g) Aproximamos a la noción de “toxico-manía” una suerte de mecanismo de “ataque” 
(más que de defensa) cuyo resultado es una suerte de formación de “ruptura” (más 
que de compromiso): la cancelación del dolor y la ruptura o puesta en suspenso de la 
castración (y sus operadores). 
 
 
B) Del falopero al toxicómano: la etiqueta borrada del falo 
 
Concluyo entonces el trabajo de lectura retomando nuestra idea directriz, aquella 
comparación hecha por Freud entre los diferentes tipos de lazos matrimoniales. Dice Freud, 
respecto de la justa comparación que los poetas hacen entre la satisfacción tóxica y la 
satisfacción erótica: 
 
“¿Y se ha sabido de algún bebedor que se viera constreñido a variar de continuo su 
bebida porque al ser siempre la misma pronto le resultaba insípida? Al contrario; el 
hábito estrecha cada vez más el lazo entre el hombre y el tipo de vino que bebe. ¿Se 
tiene noticia en el bebedor de alguna necesidad a irse a un país donde el vino sea más 
caro, o esté prohibido su goce, a fin de elevar por la interposición de tales obstáculos 
una satisfacción en descenso? Nada de eso. Prestemos oídos a las manifestaciones de 
nuestros grandes alcohólicos, de Böcklin, por ejemplo, acerca de su relación con el 
vino: suenan a la más pura armonía, el arquetipo de un matrimonio dichoso. ¿Por qué 
es tan diversa la relación del amante con su objeto sexual?”18. [El subrayado es mío] 
 
La apreciación de Freud no podía ser más justa y exquisita. Ocurre que la clínica del 
psicoanálisis verifica que es el falo -como significante impar- quien en su intento por nombrar 
el Otro sexo, inscribe al sujeto en la lógica simbólica de las diferenciaciones, oposiciones y 
permutaciones por las cuales –por ejemplo- un hombre busca en una mujer su objeto de amor 
y satisfacción, a través de una serie que puede resultar interminable. 
Esto puede ocurrir también entre el bebedor y su vino, en la medida en que se le otorgue valor 
a la marca o la bodega de origen, es decir, a las etiquetas y sus diferencias. Es un hecho que 
ciertos consumidores de vino gozan más de la poesía de la etiqueta (cada vez más sofisticada, 
por cierto) que de la degustación propiamente dicha. 
El falo es entonces esa “etiqueta del lenguaje” que el hombre degusta en la relación amorosa. 
Mientras que la toxicomanía se genera en ruptura con esa etiqueta, estrechando –como dice 
Freud- la relación del sujeto con un consumo maníaco del objeto que lo separa momentánea 
pero radicalmente de esa marca de origen. Por eso, muchos sujetos toxicómanos reencuentran 
un nombre bajo la tutela imaginaria del “ser adicto”. Y así como en muchos casos la relación 
con el vino puede compararse con el matrimonio que el falo hace posible entre un hombre y 
 
18 Freud. S: “Sobre la más generalizada degradación de la vida erótica” (1912), en Obras Completas, AE, 
tomo XI, páginas 181-182. 
 
 
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una mujer, también la relación entre los sexos puede adquirir ese sesgo toxico-maníaco 
reservado habitualmente al consumo de una sustancia. 
Es el caso de la primera mujer adicta que tomé en tratamiento19 –para quien el hombre suele 
ser en ocasiones algo peor que un objeto sintomático-, quien acompañaba su adicción a los 
hombres con el consumo de la droga que cada uno de ellos ocasionalmente tomaba. Lo cual 
permitía revelar, con sorprendente claridad, cómo el objeto en juego no era tanto la sustancia 
sino el valor que los hombres obtenían en el funcionamiento precario de sus fantasías. Mujer 
de unos cuarenta años, había roto su lazo con el falo, a punto tal que tanto su discurso como 
su vestimenta carecían de límites claramente diferenciados –llegándose a borrar, por ejemplo, 
parte de los rasgos de su cara-, situación que la empujaba casi involuntariamente a un 
consumo simultáneo de hombres y sustancias tóxicas sin ninguna preocupación por las 
etiquetas. 
El análisis pudo mostrar, a través de la reconstitución de su relación al falo, cómo el acto de su 
consumo estaba determinado por el funcionamiento de una fantasía que la remitía a una 
muerte subjetiva promovida por el goce que la identificación del sujeto con los abortos de su 
madre generaba. La intervención analítica –operación de castración- consiguió la separación 
necesaria, hasta ese momento imposibilitada por la puesta en suspenso de la conflictiva 
neurótica.Cancelación temporaria pero de duración extensa, que la ruptura con el falo había 
provocado en una coyuntura determinada: aquella donde su elección sexual se ponía en juego 
por primera vez, siendo convocado el ser del sujeto a contraer algún tipo de enlace 
matrimonial. 
 
18 Mazzuca. M y Zaffore. C: “Del estrago al síntoma”, en ANCLA I, Revista de la Cátedra II de 
Psicopatología, ANCLA Ediciones, Buenos Aires, 2007, página 111.

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