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39 TOXICOMANÍAS Y PSICOANÁLISIS Marcelo Mazzuca INTRODUCCIÓN A pesar de algunas apariencias de época y muchas denuncias de ineficacia, el psicoanalista y el llamado toxicómano pueden jugar el juego del matrimonio. El psicoanálisis se interesa hace tiempo en los lazos que unen y desunen la relación del objeto tóxico y los sujetos adictos, y resulta que éstos últimos pueden interesarse también en el deseo que el analista promueve. La única definición que Lacan dio acerca de la droga –“aquello que permite romper el casamiento con la cosita de hacer pipí”- constituye nuestro canal de diálogo. Es cierto que la problemática del consumo de sustancias tóxicas puede abordarse desde distintos puntos de vista. Es una problemática atravesada por diferentes discursos: de la medicina, el jurídico legal, los discursos religiosos y aún la propaganda misma que el mercado produce para publicitar sus variados objetos de consumo. El resultado es un conjunto heteróclito de discursos sobre las drogas, los consumidores y las adicciones. También pueden estudiarse los efectos tóxicos que cada sustancia produce en el organismo, teniendo en cuenta las dificultades que habitualmente se presentan en el ejercicio del diagnóstico diferencial. Por mencionar sólo algunas, las diferencias y relaciones entre el consumo fuerte de un estimulante como la cocaína y el episodio agudo de una psicosis maníaco-depresiva; o entre una intoxicación alcohólica y los cuadros alucinatorios de ciertos estados psicóticos. El catálogo es amplio, se trata de una herramienta sumamente importante para el clínico, y la experiencia muestra que se cometen muchos errores al respecto. Incluso conviene no dejar fuera de examen el análisis histórico del tema, apuntando –por ejemplo- a sus aspectos sociológicos y antropológicos. Es decir, a tratar de ubicar el uso y el sentido otorgado al consumo de drogas por las diversas culturas en cada una de las épocas. Esto interesa especialmente al psicoanalista de hoy, ya que nuestra época muestra un crecimiento exponencial del fenómeno del consumo, que vincula al adicto con formas de exclusión de proporciones hasta hace poco desconocidas. Como verán, el abanico de puntos de vista es amplio y en la práctica se requiere, por lo general, de un abordaje multidisciplinario. LA PROBLEMÁTICA CLÍNICA: el “matrimonio dichoso” Hoy los analistas tratamos las toxicomanías, tanto en los servicios asistenciales especializados como en los consultorios privados. Pero esto no fue siempre así. Muchos de los analistas pos freudianos rehusaron tratar las toxicomanías por considerarlas patologías no aptas para ser abordadas desde el psicoanálisis. De este modo, cedieron terreno a las relaciones del adicto con propuestas terapéuticas diversas, que suelen considerarlo -al mismo tiempo- “víctima” de la droga y “culpable” del consumo. Se llega así a un callejón sin salida, el de la abstinencia forzada hasta el límite. Era –por ejemplo- el caso del Servicio asistencial en el cual trabajé durante años. Para formar parte del grupo terapéutico que la institución ofrecía, se les exigía firmar un contrato a través del cual se comprometían a dejar de consumir. Extraña paradoja por la cual se le pide que se abstenga a quien ha declarado no poder hacerlo por sus propios medios. Es casi como poner un cartel de “bienvenida-despedida” en la puerta del tratamiento: “adictos abstenerse”. 40 Esta posición de rechazo encuentra algún fundamento en la propia palabra de Freud (quien en una oportunidad recomendó una suerte de “tratamiento de exportación” -si me permiten la expresión- para un paciente adicto acerca de quien fue consultado por un colega). Embarcarlo hacia América del Sur para que encuentre allí su destino fue, en su momento, el consejo de Freud. Sin embargo, está claro que de esa opinión no podemos deducir de forma directa ninguna doctrina sobre las adicciones. Pero ocurre que existe además una razón clínica para semejante exclusión: la conflictiva neurótica que habitualmente escuchamos de boca de la histérica y del obsesivo no está aquí presente, y por ende, tampoco lo está el “compromiso” del neurótico. En ocasiones, los toxicómanos parecen estar “satisfechos” con la “solución” que han encontrado, y muchas veces comienzan por excluirse ellos mismos de los tratamientos. Pues entonces: ¿qué lugar le otorgamos a las toxicomanías en la clínica y en la psicopatología psicoanalítica? Como resulta evidente que no podemos contestar desde el aspecto meramente conductual, buscamos examinar la “función” que cumple el tóxico en la economía del sujeto – aquel sujeto que el psicoanálisis supone al inconsciente-, comparándola y distinguiéndola de la función del síntoma y de los efectos de la sustancia. El punto de partida y de llegada es la interrogación sobre el sexo. Se trata de diagnosticar el tipo de unión que ha conseguido establecer el sujeto enfrentado con el enigma de su sexualidad. Para eso seguimos la pista de una expresión tomada de la pluma del propio Freud y retomada luego en forma oral por Lacan: aquella que describe el “matrimonio dichoso o armonioso” que establecen el bebedor y su vino1. ¿Cuál es la clave y el estatuto de esa aparente felicidad sin fisuras? ¿Puede, a partir de allí, concebirse un “mecanismo específico” para la formación de las toxicomanías? Se trata de una pregunta análoga a la que hicieron Freud y Lacan respecto de la clínica de las psicosis2. De modo que ponemos a consideración la “cuestión preliminar a todo tratamiento posible” de las toxico-manías. LA CUESTIÓN PRELIMINAR A TODO ABORDAJE POSIBLE: La causa sexual La tarea preliminar consiste en romper con la creencia –fomentada por ciertos discursos sobre la adicción- que ubican al objeto droga en el lugar de la causa; ya sea la causa de todos los males (como ser los trastornos de personalidad, de la conducta y de la sociabilidad -por ejemplo-) o de los bienes y placeres “todos” (como ser aquellas experiencias indescriptibles de un goce en extremo placentero que surgen habitualmente de los dichos de quienes consumen). Aclaro que esta operación vale inicialmente para la posición que el analista adopta en su escucha, pero que luego debe ser transferida al paciente a través de su intervención -en los casos en que esto no se haya producido con anterioridad-. El movimiento consiste entonces en desplazar el nivel de la causa, ubicar en su lugar un punto de incógnita y promover, de ese modo, una pregunta sobre el sujeto y su relación con sus modos de goce –o formas de satisfacción pulsional-. Este aspecto preliminar de la lógica de la cura puede escribirse en tres tiempos. Lo hago de la manera más sencilla posible: 1 Freud. S: “Sobre la más generalizada degradación de la vida erótica” (1912), en Obras Completas, AE, tomo XI, Buenos Aires, 1994, página 169. 2 Les recuerdo que Freud sólo consiguió establecer con justeza el mecanismo específico de las neurosis, quedando abierta la tarea de completar lo propio respecto de las psicosis y las perversiones. Entiendo que por ese motivo muchos pos freudianos identificaron las adicciones con una forma de psicosis o de perversión, a falta de poder darle a estas categorías una definición estructural. 41 1º) Droga → adicción = patología (“adicto”) 2º) “x” → adicción = droga 3º) Satisfacción [Sexual] → adicción = droga Del primero al segundo tiempo se invertiría el lugar que ocupa el objeto droga, pasando de ser la causa de la denominada “adicción” a considerársela su consecuencia. Dicho en otros términos, permitiría romper la identificación imaginaria al “ser adicto” –identificación promovida y custodiada en la mayoría de las terapias contra las adicciones- y abrir el espacio para la interrogación del deseo. El tercer tiempo es el que va a ser necesario formular como hipótesis psicopatológica –si cabe la expresión- a partir de la lectura de los textos tantode Freud como de Lacan. Con el propósito de sintetizar el trabajo de relevamiento de las nociones básicas de Freud y de Lacan sobre este “casamiento” particular entre el sujeto y el sexo, les propongo un cuadro de doble entrada que toma como referencia las sucesivas nosologías que ordenan la psicopatología freudiana. Como no vamos a desarrollar en profundidad cada uno de los textos, el cuadro permite destacar mejor las tesis principales acerca de la función del tóxico, y animar el interrogante sobre los posibles mecanismos que intervienen en la formación de las toxicomanías. AUTOR FREUD LACAN DISCIPLINA Medicina Psicología Psicoanálisis 1 Psicoanálisis 2 Psicoanálisis 3 ETAPAS 0 1º 2º 3º 4º NOSOLOGÍA Neurosis NS Actuales NS Narcisistas NS Narcisistas Neurosis MECANISMO Cancelación del dolor (orgánico) Reemplazante de la masturbación (adicción primordial) Retracción libidinal: cancelación de la represión Recurso maníaco: frente al malestar [sexual]cultural a) Traumatismo del destete b) Ruptura del cuerpo con el falo FUNCIÓN Analgésico corporal Compensación del goce [satisfacción] sexual faltante Respuesta frente a la pérdida de objeto Paliativo contra el malestar en la cultura (“quitapenas”) Renegación del destete. Ruptura con la castración. ESQUEMA Soma Psique Soma Cuerpo: (a↔a´) Fantasía: $<“x”>a Φo A) La manía del tóxico: Cancelación del dolor El cuadro divide la obra de Freud en cuatro etapas (incluyendo las dos que podrían considerarse previas al psicoanálisis propiamente dicho). Agrego una etapa más, en donde se encuentran condensadas las tesis del comienzo y del final de la enseñanza de Lacan. Voy a desplegarlo sólo en sus aspectos fundamentales, ubicando: la relación de cada una de las etapas con el posible mecanismo y con las funciones del tóxico, su ubicación respecto de la nosografía, y una escritura -esquema o matema- de referencia. 42 0) Las investigaciones de Freud sobre la cocaína lo llevaron a destacar un primer aspecto en la relación del sujeto con el objeto tóxico: su valor analgésico. Su preocupación era estrictamente hablando terapéutica, y se concentró en la aplicación de una sustancia tóxica (la cocaína), o en la sustitución de un tóxico (la heroína) por otro tóxico (la cocaína), con el objetivo de cancelar o hacer disminuir el dolor. En este caso se trata del dolor puramente orgánico –por eso uso para esta etapa el número cero- y el término “neurosis” está utilizado en el sentido de la neurofisiología. Pero de todos modos sirve de modelo a las elaboraciones posteriores, ya que Freud abandona rápidamente el campo de la medicina. Así lo entiende Lacan, quien sostiene lo siguiente acerca del interés y el deseo del Freud investigador: “Su investigación fisiológica fue floja porque permaneció demasiado cerca de la terapéutica. Freud se ocupó de la utilización de la cocaína como analgésico, y dejó de lado su valor anestésico.3” Conforme avanza su trabajo sobre las propiedades de la cocaína, se enuncia el pasaje del neurólogo al psicoterapeuta. De la analgesia al análisis hay todavía una distancia considerable, casi la misma que del soma al falo –tal como lo destaca la línea inferior del cuadro-, pero aún así encontramos de entrada una indicación sobre la operación del tóxico que pone el acento sobre el intento de la droga por cancelar el dolor. Esta tesis no será abandonada en ningún momento, aunque el estatuto del dolor irá variando a medida que avanza su teoría. Habrá que ver qué relación tiene esta primera tesis con el fenómeno de la satisfacción y la abstinencia. 1º) El inicio de su práctica como psicoterapeuta le muestra definitivamente a Freud el valor etiológico que posee la sexualidad respecto de la formación de las neurosis. Tanto la histeria como la neurastenia demuestran ser una respuesta frente a problemas sexuales de diversa índole. Para la histeria se trata de un mecanismo de defensa frente a una representación sexual traumática, mientras que para la neurastenia es el efecto de una acumulación de la tensión sexual somática, fruto de una descarga insuficiente e inadecuada. En este contexto surge una primera hipótesis freudiana sobre las adicciones, vinculada, de manera directa, con el problema de la satisfacción sexual. Su lugar está a mitad de camino entre la histeria y la neurastenia –aunque más cerca de esta última- y define a la adicción como reemplazante de la masturbación: “Se me ha abierto la intelección de que la masturbación es el único gran hábito que cabe designar <<adicción primordial>>, y las otras adicciones sólo cobran vida como sustitutos y relevos de aquélla.”4 El acento está puesto entonces en la satisfacción de la masturbación como el primer hábito con chances de devenir compulsivo y adictivo. En la otra traducción, el término utilizado es <<protomanía>>, es decir, la primera de las conductas maníacas del ser humano. La tesis se completa con la idea de una compensación respecto de un déficit: “Una indagación más precisa demuestra por lo general que esos narcóticos están destinados a sustituir –de manera directa o mediante unos rodeos- el goce sexual faltante.”5 3 Lacan. J: “El Seminario Libro 1: Los escritos técnicos de Freud” (1953-54), Editorial Piados, Buenos Aires, año 1995, página 47. 4 Freud. S: “Carta 79” (22/12/97), en Obras Completas, AE, tomo I, página 314. 43 Aquí el significado del término <<goce>> es aproximativo –no se ha convertido aún en concepto- pero permite formular con bastante justeza desde el inicio la idea de un defecto o déficit inicial de satisfacción, que luego será compensado a través de un “plus”. Poco faltaba para que Freud estableciera la universalidad de la sexualidad infantil. De modo que encontramos sugerida la hipótesis de la “protomanía universal”, y entonces del “todos potencialmente toxicómanos”. Para Freud: todos masturbadores = todos potenciales adictos. Restaría averiguar y formular cuál es el déficit respecto del cual la masturbación –y las conductas maníacas o adictivas secundarias- funciona como compensación. Por lo tanto, la pregunta pasa a ser doble: por un lado, ¿por qué muchos sujetos mantienen o reestablecen esa <<protomanía>> bajo la forma desplazada de la adicción a una sustancia tóxica? Pero además, ¿de qué modo la mayoría de los sujetos la abandonan en pos de una elección diferente? La clave debemos buscarla –en este primer período- en la dinámica de la satisfacción sexual genital, ya que la ausencia de conflicto psíquico pone en tela de juicio la psicoterapia de las adicciones tanto o más que la de la neurastenia. En cualquier caso, el esquema de referencia es aquél que representa el campo fronterizo entre lo psíquico y lo somático, frontera reservada luego para representar la pulsión. La sexualidad insatisfecha funciona entonces como una fuente “dolorosa” frente a la cual se interpone el recurso a la intoxicación maníaca: la de la masturbación o la del consumo de un narcótico. . 2º) En la siguiente etapa de la obra de Freud encontramos una oposición nosológica entre las neurosis de transferencia y las psiconeurosis narcisistas. Aquella ausencia de conflicto psíquico pasa a quedar planteada ahora en términos de un déficit o una dificultad en la relación de transferencia con los pacientes narcisistas (finalmente llamados psicóticos), quienes parecen rehusar las condiciones del dispositivo propiamente psicoanalítico, de manera semejante a lo que ocurre con los toxicómanos. Por eso los modelos para pensar la toxicomanía pasan a ser las denominadas afecciones narcisistas, especialmente: la manía- melancolía, la hipocondría y la erotomanía (en ese orden). Este período es extenso y las referencias son muchas, pero pueden ordenarse siguiendo el eje de la función que cumplen la narcosis en general y la borrachera en particular: generar un estado comparable alde la manía o al de los delirios erotómanos. Se trata de una sobre investidura de la imagen narcisista del yo. Esta sobre investidura narcisista se traduce en un obstáculo transferencial por las conductas maníacas o melancólicas del sujeto respecto de las personas y los objetos, o por aquella retirada de la realidad que termina uniendo al sujeto sólo con su propio cuerpo. Por eso la referencia freudiana es la de un déficit en el nivel de las fantasías y de los objetos y relaciones simbólicas que ésta provee. Objetos y relaciones sobre las cuales se monta –en el caso de las neurosis- la represión y la formación de síntoma. Dice Freud: “Podemos atrevernos a decir que la manía no es otra cosa que un triunfo así, sólo que en ella otra vez queda oculto para el yo eso que él ha vencido y sobre lo cual triunfa. A la borrachera alcohólica, que se incluye en la misma serie de estados, quizá se la pueda entender de idéntico modo; es probable que en ella se cancelen, por vía tóxica, unos gastos de represión”6. [El subrayado es mío] 5 Freud. S: “La sexualidad en la etiología de las neurosis” (1898), en Obras Completas, AE, tomo I, página 268. 6 Freud .S: “Duelo y melancolía” (1917), en Obras Completas, AE, tomo XIV, página 251. 44 Aquello sobre lo que el yo del sujeto melancólico o maníaco parece triunfar “felizmente”, es el dolor frente a la pérdida del objeto. Por eso la respuesta maníaca ilustra bien lo que Freud extiende como hipótesis a los estados de borrachera alcohólica: frente al dolor –anímico en este caso- que la abstinencia genera por la pérdida del objeto, la intoxicación maníaca retrotrae la energía al narcisismo del sujeto y cancela la posibilidad de la represión. A lo cual Freud agrega una apreciación sobre el estatuto de ese “dolor” que describe: “Ahora bien, la meta de esta seudo-pulsión es sólo el cese de la alteración de órgano […] El dolor es también imperativo; puede ser vencido exclusivamente por la acción de una droga o la influencia de una distracción psíquica”7. [El subrayado es mío] De allí que hayamos volcado en nuestro cuadro las letras que para Lacan simbolizan la relación narcisista del sujeto respecto de la imagen de su cuerpo y del sí mismo. La “cancelación de la represión” se suma entonces a la tesis acerca de la cancelación del dolor y a la compensación tóxica por la falta del deseo sexual y de la satisfacción que este promueve. Y es en este mismo contexto donde Freud sugiere la comparación entre la mujer y la botella: la primera, más cerca del objeto simbólico de las fantasías del sujeto; la segunda, más cerca del objeto que la imagen narcisista representa para el yo. B) El malestar del Sexo: suplencias de una felicidad imposible 3º) El tercer período de la obra de Freud muestra una extensión de las mismas hipótesis del período anterior, sólo que la nosografía reserva a la manía-melancolía la denominación de psiconeurosis narcisistas y deja el nombre de psicosis a la paranoia y la esquizofrenia. Resuelta de esta manera su clasificación nosológica, Freud retoma sus planteos desde un punto de vista mucho más amplio y general, planteo que con Lacan podríamos llamar estructural. La obra principal es “El malestar en la cultura”, y se ocupa de describir los diferentes objetos alternativos que posee el sujeto de la cultura –sea neurótico, psicótico o perverso- para enfrentar el malestar que le es propio e inherente. El texto es de 1929 y para los narcóticos caracteriza del siguiente modo el intento por modificar el estado de insatisfacción estructural: “El más tosco, pero también el más eficaz, para obtener ese influjo es el químico: la intoxicación. No creo que nadie haya penetrado su mecanismo [...]”8. [El subrayado es mío] Hasta aquí Freud describe la doble cara de la intoxicación: al mismo tiempo en que resuelve de manera casi instantánea para el sujeto el “dolor” que le es “imperativo”, despoja con toda crudeza al individuo de sus lazos con la realidad que lo rodea. Y así como Freud dejó a los psiquiatras pensar el mecanismo propio de las psicosis que él no alcanzó a elaborar9, podría dejar en este caso a los neurólogos hacer lo propio con el mecanismo de la intoxicación (ya que hasta aquí se refiere estrictamente a los efectos de la sustancia externa). Pero la continuación de la cita reencausa la investigación acerca de la tóxico-manía, que luego Lacan retomará: 7 Freud. S: “La represión” (1915), en Obras Completas, AE, tomo XIV, página 141. 8 Freud. S: “El malestar en la cultura” (1929), en Obras Completas, AE, tomo XXI, páginas 77-78. 9 Freud. S: “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis” (1924), en Obras Completas, AE, tomo XIX, página 196. 45 “Pero también dentro de nuestro quimismo propio deben de existir sustancias que provoquen parecidos efectos, pues conocemos al menos un estado patológico –el de la manía- en que se produce esa conducta como de alguien embriagado sin que se haya introducido el tóxico embriagador”10. [El subrayado es mío] De esta manera, la investigación sobre la función del tóxico converge hacia el elemento a través del cual el sujeto de la cultura –dicho de otro modo, del lenguaje- enlaza su cuerpo pulsional y sexuado con la realidad que lo une al otro sujeto humano. Se verifica que, en el caso de la intoxicación maníaca, la función de ese elemento queda suspendida y su acción momentáneamente cancelada. Por lo tanto, la tarea que quedó reservada al trabajo de elaboración conceptual de Lacan fue la de vincular y articular esta tesis incompleta con la función que cumple el falo –elemento articulador entre el cuerpo erógeno y las fantasías- como sostén fantasmático de la realidad. Freud entrevió esa función –formulando en este tercer período el denominado “complejo de castración”11- y la nombró anticipadamente como “soldadura”12, pero fue Lacan quien precisó su estatuto conceptual y su valor clínico. Anticipando parte de este movimiento, ubicamos en el cuadro la fórmula lacaniana del fantasma o las fantasías ($ <> a), destacando con una “x” la incógnita respecto de lo que para el sujeto toxicómano sería la puesta en suspenso de aquella operación de “soldadura”. 4º) La obra de Lacan está mucho más despojada aún que la de Freud de referencias sobre la droga y las adicciones. De todos modos, dos de esas pocas referencias permiten sintetizar y economizar el conjunto de los postulados freudianos. En este sentido, ocurre algo comparable al recorrido que hizo Freud. Primero planteó algunas hipótesis referidas a la función y el mecanismo de las toxicomanías por vía oral, sin todavía haber llegado a delimitar la diferencia entre estructuras subjetivas. Se trata de un texto de 1938 -cuyo lenguaje es más bien kleiniano- que explica la función de tóxico en relación a la renegación del destete. Dos citas de aquel trabajo nos permiten resumir la claridad de su planteo: “En realidad, y a través de alguna de las contingencias operatorias que comporta, el destete es a menudo un trauma psíquico cuyos efectos individuales, anorexias llamadas mentales, toxicomanías por vía oral, neurosis gástricas, revelan sus causas al psicoanálisis”13. [El subrayado es mío] La intoxicación maníaca por vía oral está pensada como una consecuencia de la posición de rechazo o renegación de aquella operación por la cual el sujeto se desprende de la imago del seno materno, siendo éste el primero de los tres complejos que estructuran la subjetividad – luego vendrá el complejo de la intrusión (o estadio del espejo) y finalmente el complejo de castración-. De este modo, Lacan resume parte de los desarrollos freudianos acerca del mecanismo de la intoxicación, proponiendo que el consumo maníaco del objeto tóxico representa una manera – entre otras- de protegerse de aquella primera forma de experimentar el dolor y la abstinencia 10 Freud. S: “El malestar en la cultura” (1929), en Obras Completas, AE, tomo XXI,página 78. 11 Freud. S: “La organización genital infantil” (1923), en Obras Completas, AE, tomo XIX, página 147. 12 Freud. S: “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” (1908), en Obras Completas, AE, tomo IX, página 142. 13 Lacan. J: “La familia” (1938), en Biblioteca de psicoanálisis, Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1978, página 32. 46 por el objeto perdido: el pecho materno. La toxicomanía cumple así una función defensiva (hemos dicho con Freud: la cancelación inmediata del dolor imperativo), a través de un mecanismo que parece funcionar de manera automática, pero que a pesar de ello sugiere una toma de posición por parte del ser del sujeto que evoca un rechazo primitivo hacia toda pérdida del objeto de su satisfacción. Esa posición de rechazo de la desdicha que la pérdida del pecho materno evoca en el ser hablante, posee una doble cara: apunta, por un lado, a obtener la satisfacción plena mediante la posesión absoluta del objeto que el pecho materno representa en las fantasías primordiales del sujeto, por otro lado, empuja al sujeto hacia una tendencia que lo une lentamente con la muerte y la destrucción de sí mismo: “El análisis de estos casos muestra que en su abandono ante la muerte el sujeto intenta reencontrar la imago de la madre”14. Así Lacan brinda una primera respuesta al segundo y al tercer Freud. Desplaza el problema planteado por Freud en términos de afecciones narcisistas, para resolverlo delimitando una causa más temprana del dolor provocado por la abstinencia del objeto: el efecto universalmente traumático del destete para los seres afectados por la cultura. Ubica, al mismo tiempo, con mucha mayor precisión, el tipo de fantasía y el escenario precario de su funcionamiento: fantasía del retorno al seno materno, representación primitiva de la fusión entre el sujeto y su objeto. Dicho de otra manera, reformula la tesis freudiana acerca del malestar en la cultura, proponiendo entender la toxicomanía como un intento de suplir esa felicidad plena que la cultura y el sexo hacen imposible. C) La ruptura con la castración: puesta en suspenso de la función fálica Conforme avanza la elaboración conceptual de Lacan, su posición se hace definitivamente freudiana, y su enseñanza propiamente psicoanalítica se construye a partir de la lectura crítica de los textos de Freud. En segundo lugar, entonces, encontramos sobre el final de la enseñanza de Lacan lo que el propio autor denomina “la única definición que puede darse de la droga”, caracterización que evoca la palabra de Freud. Pertenece al año 1975 y permite finalmente articular los postulados anteriores con las tesis del inicio y del final de la obra de Freud acerca de la causa sexual y la etiología masturbatoria de la toxicomanía, es decir: el lazo particular que el sujeto establece en este caso con el falo. De este modo, se integra la pluma más poética de Freud -cuya referencia hemos hecho, y que tiene que ver con el matrimonio dichoso del bebedor y su botella- a las constataciones clínicas, a través del comentario renovado del caso “Juanito” y su referencia al “hace pipí”. El sujeto –el niño- debe renunciar a la madre y además conseguir anudar y neutralizar el efecto traumático producido por el goce extraño y extranjero de su pene real, convirtiéndolo –de este modo- en el objeto y el instrumento simbólico que permitirá encausar su deseo. Es decir: admitir la castración como operación de pérdida que lo liga positivamente a un orden simbólico cuya referencia “objetiva” –en el sentido del objeto que la fantasía recorta- e “instrumental” – aquello “con” lo cual enfrentar el problema de la sexuación- es el falo. Dice Lacan: “Todo lo que permite escapar a ese casamiento es evidentemente bien recibido, de donde resulta el éxito de la droga, por ejemplo; no hay ninguna otra definición de la 14 Ibidem, página 41. 47 droga que ésta: es lo que permite romper el casamiento con la cosita de hacer pipí”15. [El subrayado es mío] Con esta última referencia -a la vez primera y única definición de Lacan acerca de la función de la droga- se cierra en círculo la interrogación freudiana y se destacan articulándose los distintos aspectos clínicos puestos en juego en el “mecanismo” de la toxicomanía. El ser del sujeto –que renuncia momentáneamente a contraer matrimonio simbólico con el falo-, víctima y victimario a la ves del funcionamiento precario de una fantasía que acompaña el acto maníaco del consumo, promueve la puesta en marcha de un mecanismo que empuja hacia una autodestrucción narcisista, en conformidad con la satisfacción mortífera que se espera como consecuencia de la búsqueda ilimitada del goce materno. En suma, el rechazo de la operación de castración se suma a la renegación del destete, así como al traumatismo producido por éste último se le agrega la ruptura del cuerpo del sujeto con el falo. Esto es lo que quisimos representar en el cuadro proponiendo un uso particular del matema que Lacan reserva al falo simbólico () y al rechazo de su operación -lo cual indica agregando la notación sub cero (o)-, para sugerir ese mecanismo de ruptura momentánea o puesta en suspenso de la lógica o la función fálica. Por lo tanto, esta tesis acerca del mecanismo de “ruptura” –cuya función es negativa y defensiva- de la toxico-manía, sólo vale en principio para las estructuras “nombre-del-padre” (es decir, la neurosis y la perversión), dejando abierta la interrogación sobre las funciones que puede cumplir el tóxico en aquellos casos para los cuales el rechazo del falo simbólico (o) es una consecuencia estructural de la operación de forclusión del significante nombre-del-padre (Po). LAS FUNCIONES DEL TÓXICO: suplemento o suplencia Me gustaría volver a destacar, que es siempre partiendo de la delimitación del caso singular que en transferencia puede apreciarse el uso que un sujeto hace del objeto tóxico. Hemos intentado delimitar un “tipo particular16” de relación con el tóxico, de utilidad verificable para una amplia variedad de sujetos neuróticos. Resta destacar lo que de la práctica clínica surgen como otras variantes en el uso. Por ejemplo: a) La toxicomanía no cumple una función enteramente análoga en el caso de las psicosis. Allí donde la inoperancia del falo es un hecho de estructura, el tóxico puede servir eventualmente como suplencia, intento de estabilización o de reorganización del goce en exceso -si es que es utilizable la expresión-. Esta es una hipótesis planteada por una autora que dedicó un estudio detallado y extenso a la clínica de la adicciones –Silvie Le Poulichet-, quien distingue entre la función de “suplemento” que cumple el tóxico en muchas neurosis, y la función de “suplencia” que cumple en muchos casos de psicosis. En éstos últimos, por ende, la dirección de la cura adopta otros carriles. Recuerdo perfectamente la cura de mi primer paciente toxicómano –tratamiento llevado a cabo en el marco de un Servicio de toxicomanía de una institución pública- para quien el consumo de una mezcla muy particular de alcohol, cocaína y psicofármacos, representaba el intento (no siempre logrado) por defenderse de las voces que lo acosaban. Intento que llevaba a cabo modificando las sensaciones 15 Lacan. J: “Clausura de las jornadas de carteles de la Escuela Freudiana” (1975), inédito. 16 Esta expresión encuentra justificación en el texto freudiano “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre” (1910), en Obras Completas, AE, tomo XI, páginas 159. 48 corporales a través del consumo y otorgándole a las voces un sentido y una causa ligada a su “adicción”. b) A su vez, la función del tóxico -evito adrede ahora el término “toxicomanía”- no es la misma para todas las neurosis. En muchos casos el tóxico exalta la función del falo como elemento regulador de aquellas fantasías “perversamente” orientadas hacia la mujer -es el caso de ciertas obsesionesmasculinas, por ejemplo- de donde se sostienen versiones del amor erotomaníaco. En estos casos, el consumo de droga sirve para promover un rendimiento fálico mucho más eficaz y logrado, fomentado por una competencia narcisista que, en vez de excluir al otro distanciándose de la realidad, incrementa el desafío y la agresividad tanto como el premio en cuestión. Recuerdo en este sentido, otro de mis primeros pacientes, quien consumía estimulantes sólo en aquellos momentos en que su desempeño deportivo lo confrontaba con la coyuntura de desafiar y hacerse reconocer por su padre como un “hombre exitoso”. Caso para el cual podría sugerirse la idea de un suplemento tóxico que permite hacer rendir mejor al falo. He podido constatar que algo semejante ocurre en ciertos casos de consumo de alcohol y marihuana, pero respecto una competencia desarrollada en el plano del amor, y con el objetivo de superar obstáculos y vencer inhibiciones más o menos profundas. En ambos casos, la sombra de la presencia del padre asoma siempre junto a la competencia fálica. Se trata –si me permiten la expresión- más del Falo-Pero [Falo- Padre] que del Toxi-cómano [Manía del tóxico]. Esto, si nos permitimos esos juegos de palabra que habitualmente practicaba Lacan, y que lo llevaron –por ejemplo- a plantear el equívoco que hace de la perversión una padre-versión [pére-vers]17. En estos casos, la función del tóxico se asemeja más al del síntoma neurótico “clásico”. CONCLUSIONES: A) La pregunta por el mecanismo: el “matrimonio dichoso” En síntesis, respecto de la nosología, el mecanismo y el valor clínico de la toxicomanía, destacamos lo siguiente: a) No es una estructura psicopatológica ni una estructura subjetiva. Siguen prevaleciendo para nosotros las estructuras neuróticas, perversas y psicóticas del deseo, conforme a la distribución que tanto Freud como Lacan promovieron constantemente en su enseñanza. b) Tampoco es estrictamente hablando un síntoma, tal como éste queda definido por Freud para la estructura neurótica como una formación de compromiso, resultado de un conflicto entre representaciones. Aunque en muchos aspectos pueden compararse el síntoma y las prácticas de consumo. c) A pesar de todo, es posible vincular la toxicomanía con una causa pulsional tanto o más que el síntoma neurótico. Razón por la cual puede interrogarse el estatuto tanto más paradójico de la “satisfacción” puesta en juego en la toxicomanía, y de la “abstinencia” que ésta genera. 17 Juego de equívoco destacado respecto de la estructura del fantasma neurótico (por ejemplo, en texto sobre “el despertar de la primavera” de 1974), y desarrollado detalladamente por F. Schejtman en el seminario “Histeria y Otro goce”, en Cizalla del cuerpo y del alma, Mazzuca. R, Schejtman. F y Godoy. C, Berggasse 19 Ediciones, Buenos Aires, 2003, páginas 253 y ss. 49 d) El hecho de verificar la causa pulsional, habilita al clínico a construir hipótesis sobre el determinismo inconsciente y su posible "mecanismo de formación” (para utilizar sólo términos estrictamente Freudianos). e) Lo hacemos siguiendo la interrogación acerca del tipo particular de “matrimonio” establecido entre el ser sexuado y sus objetos de satisfacción, de acuerdo con la idea de una abstinencia inicial -y estructural- promovida por el lenguaje y la cultura. f) Elegimos el término “toxico-manía”, porque nombra con mayor precisión el tipo de matrimonio establecido. Con esto indicamos que no todo consumo de drogas debe ser considerado una toxicomanía, y que no toda toxicomanía se sostiene del consumo de una sustancia tóxica determinada. g) Aproximamos a la noción de “toxico-manía” una suerte de mecanismo de “ataque” (más que de defensa) cuyo resultado es una suerte de formación de “ruptura” (más que de compromiso): la cancelación del dolor y la ruptura o puesta en suspenso de la castración (y sus operadores). B) Del falopero al toxicómano: la etiqueta borrada del falo Concluyo entonces el trabajo de lectura retomando nuestra idea directriz, aquella comparación hecha por Freud entre los diferentes tipos de lazos matrimoniales. Dice Freud, respecto de la justa comparación que los poetas hacen entre la satisfacción tóxica y la satisfacción erótica: “¿Y se ha sabido de algún bebedor que se viera constreñido a variar de continuo su bebida porque al ser siempre la misma pronto le resultaba insípida? Al contrario; el hábito estrecha cada vez más el lazo entre el hombre y el tipo de vino que bebe. ¿Se tiene noticia en el bebedor de alguna necesidad a irse a un país donde el vino sea más caro, o esté prohibido su goce, a fin de elevar por la interposición de tales obstáculos una satisfacción en descenso? Nada de eso. Prestemos oídos a las manifestaciones de nuestros grandes alcohólicos, de Böcklin, por ejemplo, acerca de su relación con el vino: suenan a la más pura armonía, el arquetipo de un matrimonio dichoso. ¿Por qué es tan diversa la relación del amante con su objeto sexual?”18. [El subrayado es mío] La apreciación de Freud no podía ser más justa y exquisita. Ocurre que la clínica del psicoanálisis verifica que es el falo -como significante impar- quien en su intento por nombrar el Otro sexo, inscribe al sujeto en la lógica simbólica de las diferenciaciones, oposiciones y permutaciones por las cuales –por ejemplo- un hombre busca en una mujer su objeto de amor y satisfacción, a través de una serie que puede resultar interminable. Esto puede ocurrir también entre el bebedor y su vino, en la medida en que se le otorgue valor a la marca o la bodega de origen, es decir, a las etiquetas y sus diferencias. Es un hecho que ciertos consumidores de vino gozan más de la poesía de la etiqueta (cada vez más sofisticada, por cierto) que de la degustación propiamente dicha. El falo es entonces esa “etiqueta del lenguaje” que el hombre degusta en la relación amorosa. Mientras que la toxicomanía se genera en ruptura con esa etiqueta, estrechando –como dice Freud- la relación del sujeto con un consumo maníaco del objeto que lo separa momentánea pero radicalmente de esa marca de origen. Por eso, muchos sujetos toxicómanos reencuentran un nombre bajo la tutela imaginaria del “ser adicto”. Y así como en muchos casos la relación con el vino puede compararse con el matrimonio que el falo hace posible entre un hombre y 18 Freud. S: “Sobre la más generalizada degradación de la vida erótica” (1912), en Obras Completas, AE, tomo XI, páginas 181-182. 50 una mujer, también la relación entre los sexos puede adquirir ese sesgo toxico-maníaco reservado habitualmente al consumo de una sustancia. Es el caso de la primera mujer adicta que tomé en tratamiento19 –para quien el hombre suele ser en ocasiones algo peor que un objeto sintomático-, quien acompañaba su adicción a los hombres con el consumo de la droga que cada uno de ellos ocasionalmente tomaba. Lo cual permitía revelar, con sorprendente claridad, cómo el objeto en juego no era tanto la sustancia sino el valor que los hombres obtenían en el funcionamiento precario de sus fantasías. Mujer de unos cuarenta años, había roto su lazo con el falo, a punto tal que tanto su discurso como su vestimenta carecían de límites claramente diferenciados –llegándose a borrar, por ejemplo, parte de los rasgos de su cara-, situación que la empujaba casi involuntariamente a un consumo simultáneo de hombres y sustancias tóxicas sin ninguna preocupación por las etiquetas. El análisis pudo mostrar, a través de la reconstitución de su relación al falo, cómo el acto de su consumo estaba determinado por el funcionamiento de una fantasía que la remitía a una muerte subjetiva promovida por el goce que la identificación del sujeto con los abortos de su madre generaba. La intervención analítica –operación de castración- consiguió la separación necesaria, hasta ese momento imposibilitada por la puesta en suspenso de la conflictiva neurótica.Cancelación temporaria pero de duración extensa, que la ruptura con el falo había provocado en una coyuntura determinada: aquella donde su elección sexual se ponía en juego por primera vez, siendo convocado el ser del sujeto a contraer algún tipo de enlace matrimonial. 18 Mazzuca. M y Zaffore. C: “Del estrago al síntoma”, en ANCLA I, Revista de la Cátedra II de Psicopatología, ANCLA Ediciones, Buenos Aires, 2007, página 111.
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