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1 Kraepelin La locura maníaco-depresiva* Definición La locura maníaco-depresiva1 tal como se la describirá en este capítulo, abarca por un lado todo el campo de la locura periódica y de la locura circular; por el otro, la manía simple, la mayor parte de los estados patológicos que se designan con el nombre de melancolía y también una cantidad considerable de casos de amentia. Finalmente también ubicamos aquí ciertas disposiciones del humor más o menos acentuadas, ya pasajeras, ya durables, que en cierto sentido podemos ver como el primer grado de trastornos más graves y que, por otra parte, se confunden sin límites netos con el conjunto de las disposiciones naturales del individuo. Con los años he llegado a tener la convicción cada vez mayor de que todos los tipos clínicos enumerados no son más que manifestaciones de un mismo proceso patológico. Quizás más tarde puedan distinguirse otra vez una serie de subformas o de pequeños grupos particulares; pero si ello ocurre, no podrá hacerse, en mi opinión, guiándonos por los signos que hoy día ubicamos generalmente en primer plano. Lo que principalmente me lleva a adoptar esta actitud es que en todos los tipos patológicos citados, más allá de numerosas diferencias exteriores, encontramos ciertos rasgos fundamentales comunes. Junto con los síntomas variables que pueden aparecer de manera pasajera o estar completamente ausentes, hallamos en todas las formas de Ia locura maniaco-depresiva un grupo más estrecho mejor determinado, de trastornos más o menos marcados, reunidos de modo diferente según los casos; sin que se pueda considerar a cada uno de ellos, tomados en particular, como un signo de certeza, aunque sin embargo, por el hecho de estar reunidos, imprimen una marca característica a los diferentes tipos clínicos. Cuando uno se familiariza con ellos, casi siempre puede concluir sobre el aspecto particular de un caso dado por su relación con el vasto grupo de la locura maníaco- * Este estudio constituye, en la 8ª edición del Tratado de psiquiatría, el capítulo XI, de la segunda parte (Leipzig, tomo III, 1913). Para mayor comodidad del lector se han separado por títulos los siguientes párrafos. Todas las figuras se reproducen, pero con distinta numeración. 2 depresiva y deducir su significación clínica y su pronóstico. Inclusive un corto período de la evolución de la enfermedad puede procurarnos en general este conocimiento, (así como el cambio que se produce en el conjunto de la vida psíquica en el paralítico general o el demente precoz hacen a menudo posible el diagnóstico de la afección, a pesar de la diversidad de las formas.) Hay tal vez un hecho más significativo aún que la presencia de trastornos fundamentales, siempre los mismos en estos diferentes estados: todas las formas que vemos aquí en la unidad clínica no sólo presentan entre ellas toda una serie de transiciones, sin que se pueda marcar el límite donde una comienza y la otra termina, sino que a veces también, en un único y mismo caso, pueden superponerse o sucederse. Por un lado, como lo mostraremos en detalle más adelante, es absolutamente imposible, en teoría y en la práctica, separar de una manera neta las formas simples, periódicas y circulares; hay siempre transiciones insensibles. Por otro, vemos en el mismo enfermo sucederse no sólo la manía y la melancolía, sino también estados de confusión profunda y de incoherencia, ideas delirantes bien marcadas y por fin leves oscilaciones del humor. Por lo general además, una coloración especial y uniforme del humor forma el fondo sobre el que aparecen los accesos propiamente dichos de locura maníaco-depresiva. Otra relación que une a todos estos estados patológicos y hace que su separación sea prácticamente un sin sentido, o casi, es el carácter idéntico de su pronóstico. Quizás haya accesos leves y graves, otros cortos y otros muy largos, pero se suceden entre sí, en desorden. Por ende, no se pueden utilizar estas diferencias para distinguir a varias enfermedades. Con mucha más razón podríamos pensar en constituir un grupo basado en la frecuencia de los accesos, lo que sería ideal para el médico. Pero una vez más no se trata, aparentemente, de diferencias fundamentales, pues desde este punto de vista no se han podido separar formas bien determinadas, sino sólo establecer algunas reglas generales. Por el contrario, salta a la vista que los accesos de locura maníaco-depresiva, tales como se los ha tratado de definir aquí, nunca llevan a un debilitamiento intelectual profundo, aun cuando se desarrollan sin interrupción durante toda la vida. En general, todos los síntomas desaparecen completamente después del acceso. Si excepcionalmente una vez no sucede así, vemos instalarse un debilitamiento psíquico muy leve, de naturaleza particular, común a todas las formas reunidas aquí y que se distingue de 3 la demencia que se ve en otras psicosis. Un último argumento a favor de la concepción aquí defendida: debido a la unidad de la locura maníaco-depresiva es que las diferentes formas que abarca pueden reemplazarse unas a otras hereditariamente. En los miembros de una misma familia encontramos muy a menudo una cerca de la otra a locuras periódicas o circulares bien caracterizadas, trastornos del humor o estados de confusión que aparecen una sola vez accidentalmente y por fin, leves oscilaciones del humor regulares o un estado anormal permanente de la vida emocional. Más allá de la manera en que se encaren los estados maníaco-depresivos, desde el punto de vista de la etiología o de las manifestaciones clínicas, de la evolución o del desenlace, siempre se hallan puntos comunes que permiten afirmar su unidad y separarlos de las otras entidades mórbidas que se trataron en capítulos anteriores. La experiencia mostrará más tarde si debemos, en este vasto ámbito, distinguir subgrupos más pequeños y según qué principios debemos guiarnos para hacerlo. Provisoriamente podemos utilizar, como principio de división más simple, la diferencia entre los estados que componen habitualmente la enfermedad. Por regla general, ésta evoluciona en accesos, que se distinguen de manera más o menos clara entre si o del estado normal, accesos que son parecidos o diferentes, pero que a menudo presentan entre sí una oposición completa. Así, distinguimos primero estados maníacos, cuyos signos esenciales son la fuga de ideas, el humor alegre y la necesidad imperiosa de actividad; y estados melancólicos o depresivos caracterizados por la tristeza o la angustia y por la dificultad de pensar y actuar. Son estas dos formas clínicas opuestas las que dieron su nombre a la enfermedad. Pero junto con ellas observamos también en la clínica estados mixtos en los que las manifestaciones maníacas y melancólicas se asocian entre sí, de manera que se obtiene un tipo en el que se encuentran los mismos síntomas que en los estados precedentes, pero que no podemos ubicar sin violar la lógica ni en una ni en otra categoría. Antes de pasar a la descripción de los diferentes estados y de seguir su evolución clínica, será útil echar un vistazo al conjunto de los trastornos psíquicos que caracterizan a la locura maníaco-depresiva. 4 Signos psíquicos Apercepción En general la apercepción2 está debilitada en la manía, algunas veces en grado considerable; sólo en las formas más leves de la enfermedad hallamos valores que se acercan a los resultados más débiles obtenidos con los sujetos normales, pero que, sin embargo, permanecen netamente por debajo de la media. Paton obtuvo en el examen de la sensibilidad maníaca, cifras asombrosamente bajas. Wolfskehl, que estudió la percepción de series de letras con el taquitoscopio, halló que los enfermos daban en promedio, comparados a testigos normales, casi un cuarto de respuestasjustas de menos. Lo notable es la cifra relativamente alta de errores, que así y todo nunca alcanza a la de los dementes precoces, incluso en las peores pruebas, pero supera en 3/4 la de las lecturas inexactas de los sujetos normales. La primera columna de la Figura 1 muestra un gráfico de este informe y permite comparar las respuestas exactas e inexactas de los enfermos con las de Ios sujetos normales. Los enfermos perciben tal vez de una manera superficial e imprecisa, pero el detalle de los experimentos muestra también que su logorrea los conduce a dar respuestas en casos en los que no vieron nada en absoluto. Con frecuencia, la gravedad de los trastornos de la apercepción contrasta fuertemente con lo leve de los síntomas clínicos. Atención Si la apercepción es tan defectuosa, se debe principalmente a la extraordinaria inestabilidad de la atención. El enfermo pierde progresivamente el poder de elegir y de ordenar las impresiones: cada nueva excitación sensorial se le impone con fuerza y se desvía entonces hacia ella. Incluso si se logra llamar su atención por un momento presentándole objetos y pronunciando una serie de palabras, esta desvía muy fácilmente hacia cualquier nueva excitación. La imagen que el enfermo se hace del entorno y de los acontecimientos es más incoherente y plagada de lagunas que si hubiera debilitamiento del proceso perceptivo en sí mismo. 5 En los estados depresivos, la apercepción aparece mucho menos trastornada: en general no se observa la tendencia a las lecturas incorrectas. Franz y Hamilton hallaron en enfermos inhibidos una elevación del umbral para el contacto, la presión y el dolor. En casos más graves, las expresiones empleadas a menudo por los enfermos muestran que hay, en general, un enlentecimiento y dificultad para reconocer, porque las impresiones exteriores no tienen ya eco en la conciencia. En el proceso de la apercepción no se ven surgir de forma inmediata y en bloque esos recuerdos que nos permiten asociar la percepción presente con la experiencia anterior e insertarla sin esfuerzo en el curso de la representación. De esta forma los enfermos se vuelven más o menos incapaces de elaborar intelectualmente, de comprender los acontecimientos. Con frecuencia explican que, a pesar de todos sus esfuerzos, no logran encontrar sentido a lo que leen, seguir un análisis. "Es como una bruma que se extiende sobre todas las cosas" decía un enfermo, y otro declaraba "que ya no era tan capaz de comprender como antes". En su grado más elevado, en los estados de estupor, los enfermos no pueden comprender ya nada más del mundo que los rodea, mientras que las percepciones sensoriales aisladas se cumplen aún de manera relativamente satisfactoria. Agreguemos a todo esto importantes trastornos en lo que atañe a la movilidad de la atención. Los enfermos no logran ya dirigir su mente con rapidez y sin esfuerzo hacia las impresiones o las representaciones que quieren; no pueden ni prestar atención a un objeto ni sustraerse por su propia fuerza a las representaciones que surgen espontáneamente o que se suscitan en ellos por acontecimientos exteriores. Por otro lado, esta parálisis de la atención presenta los grados más diversos. Conciencia Por lo general, en las formas más graves la conciencia de los enfermos se halla trastornada. En el punto máximo de la excitación, las impresiones y las representaciones se vuelven oscuras y confusas. Como resultado de ello tenemos trastornos de la orientación: los enfermos no se dan cuenta exactamente del lugar en el que están. Todo está embrujado, no se trata del "mundo verdadero". Están en una "casa de masones", en una "casa de resurrección", bajo tierra, en el purgatorio, en el cielo, "muy lejos del mundo". Confunden las personas, creen que los enfermeros son 6 espíritus, que el médico es el diablo, una vecina de cama es para ellos la Madre de Dios, una vieja amiga de su marido es el marido mismo, llaman a los médicos y a los demás enfermos con el nombre de parientes o amigos. Estas confusiones se explican a veces por lejanos parecidos, en otros casos parece haber más bien un juego mental, en el que el enfermo se complace, siendo a medias consciente de lo arbitrario de su actitud. Esto se observa sobre todo al final de los accesos de excitación, cuando las designaciones erróneas aún se conservan, aunque la conducta de los enfermos y algunas de sus palabras muestran que saben muy bien dónde están y quiénes los rodean. En los estados de depresión también encontramos trastornos de la conciencia más o menos profundos que van hasta el estado crepuscular propiamente dicho. A veces aparece una suerte de aturdimiento análogo al sueño y de un carácter muy peculiar durante el cual el enfermo atraviesa en su delirio las aventuras más confusas y extrañas. Memoria La memoria no se ve disminuida de manera durable, pero con frecuencia los enfermos pierden temporariamente el poder de utilizar su stock de recuerdos. Sobre todo en los estados de depresión se tornan olvidadizos; a veces son incapaces de recordar los hechos y conocimientos más sencillos. Se ven forzados a pensar largo rato antes de hacer una operación matemática, de relatar un hecho; a veces no pueden decir en qué año nacieron, el nombre de sus hijos, se enredan en contradicciones groseras que corrigen al cabo de poco tiempo. Poder de fijación El poder de fijación en los maníacos sufre los mismos trastornos que la apercepción, según las investigaciones de Wolfskehl. Tenemos un ejemplo en la figura 1, donde se representó, para las letras del alfabeto, la proporción de recuerdos fijados en los sujetos normales y en los enfermos después de un tiempo de 5, 20 y 40 segundos. Vemos que en los enfermos la calidad de respuestas correctas es menos elevada, la de los errores es, por el contrario, sensiblemente mayor que en los normales, sobre todo si se considera los intervalos más largos. Distinguimos aquí 7 el proceso que origina los errores de memoria. Como lo muestra el estudio de las respuestas erróneas, la tendencia del enfermo a las asociaciones puramente verbales cumple aquí cierto papel. Hay un hecho importante también: los valores medios obtenidos en los maníacos con tiempos cortos acusan una disminución de las respuestas correctas (de 1, 19 a 1, 10) mucho más marcada que en los normales; este fenómeno es aún más claro si tomamos casos particulares. Algunos hechos nos llevan a ver en esto un signo de oscilaciones más fuertes de la atención. Recuerdos incorrectos En conformidad con los resultados de las investigaciones experimentales, encontramos con frecuencia, sobre todo en los maniacos, grandes errores en los recuerdos. A veces los enfermos presentan una tendencia a fabular, a describir, hablando en pasado, escenas extrañas en las que ellos mismos creen más o menos. El recuerdo del ataque es en general un poco confuso, sobre todo cuando se trata de excitación maníaca fuerte o de estados crepusculares. Los acontecimientos que ocurrieron durante la enfermedad son relatados de buena fe de manera totalmente diferente de como sucedieron en realidad, y es esto lo que le impide al enfermo, incluso una vez curado, darse cuenta cabal de su propio estado y del de su entorno. Trastornos sensoriales A menudo en los estados más diferentes se observan trastornos sensoriales episódicos que, a fuerza de repetirse y agravarse, pueden pasar a un primer plano. Se trata en general de ilusiones que son la consecuencia ya sea de una percepción incompleta, ya sobre todo de los violentos trastornos emocionales propios de la enfermedad. Por Io tanto el tema de la ilusión tiene comúnmente estrecha relación con el pensamiento y el humor de los enfermos. El entorno les parece transformado, los rostros son dobles, sombríos, su propia imagen en el espejo es negra;ven luces, una nube blanca, una "bruma de opio, de morfina y de cloroformo", chispazos, la sombra de un hombre en la ventana, una figura en un rincón de la habitación. Los hombres se transforman, aparecen como "fantasmas", los niños parecen cambiados, el médico no es más que una "imagen" o es el diablo. Las sillas se mueven, los 8 retratos hacen señas con los ojos, una hoja de papel gris se transforma en la cabeza de una princesa muerta. El enfermo percibe un murmullo, susurros, zumbidos, el ruido del infierno; escucha que alguien sube la escalera, se pasea en el desván, "el diablo ronda la casa", que la muerte rechina los clientes en la pared, oye un gran estruendo “como si hubieran arrojado un cadáver por la ventana", ruido en la chimenea "como si un hombre quisiera bajar por ella". Murmuran en su cabeza, oye como tañidos de campanas, el ruido del mar, como llamados de socorro, disparos, lamentos y gemidos, gritos, llantos, rezos y quejas dolorosas, griteríos, insultos. Los espíritus zumban juntos, otros murmuran frases sobre los enfermos. A veces, las percepciones erróneas se asocian a sensaciones reales. Los pájaros gritan el nombre de los enfermos, silban: "¡Ahí viene Emilie!”, el reloj de péndulo dice: "¡Eres un perro! ¡Ahí estás otra vez! Llevaste a tu padre al asilo, eres el diablo, eres una perra"; los latidos arteriales en la oreja se transforman en un reproche "mal chico, mal chico" o "puta, puta", y estas frases se le atribuyen al diablo. Junto con estas ilusiones en las que encontramos con facilidad los sentimientos del enfermo, hallamos a menudo también verdaderas alucinaciones. Por la noche, figuras enmascaradas entran en la habitación; se le aparece al enfermo una tumba abierta, su mujer muerta, el apóstol San Pablo con ángeles, el Salvador en la cruz, la Madre de Dios, Jesús coronado de rosas, el ojo de Dios, el diablo. Ve cadáveres, esqueletos, "malos espíritus", monstruos, la cabeza cortada de sus hijos sobre un muro, anillos de fuego que simbolizan sus pecados. En pleno día surgen ante él imágenes grotescas, rostros de colores variados, figuras como la que se representa en la Figura 2 según el dibujo de una enferma. El enfermo los ve reírse de él en el libro que quiere leer, en las sábanas, en la pared, que lo miran desde la ventana. En la comida pululan los gusanos, pequeñas cabezas cortadas. Un enfermo veía un clavo y una cuerda, lo cual era una invitación al ahorcamiento. A través de las paredes y por las ventanas resuenan las advertencias, llamados, la risa del diablo, los llantos de una madre difunta, gritos de niños, el canto de los ángeles. La mayor parte del tiempo estas alucinaciones auditivas tienen un contenido desagradable, apto para convocar la angustia. Le muestran al enfermo todos los errores que cometió, lo tratan como si fuera un asesino, lo instan a suicidarse. "¡Es tu tumo! ¡A la horca!" "¡Ojalá se colgara! Si no, todavía lo tendremos por diez años!” "¡Sacerdote 9 asqueroso, asqueroso prusiano, asesino!" "¡Personaje grosero!" "¡Envenenadora!" "¡Desgraciada!" "¡Cerdo!" "¡Animal maloliente, bestia!" "¡Monstruo!" "¡Basura!" "¡Sucia!" "¡Ah! ¡Qué mal hueles!" ¡Vas a reventar!" "¡Hay que venir!" "¡Sáquenlo!". He allí la amenaza de las voces: "¡Vas a ir al infierno!" "No vayas más lejos, este no es tu lugar. Dios no muere..." "¡Ahora estás atrapado!" "¡Mírenlo correr, ya no se nos escapará!" "¡Lo echaremos y haremos que la sirvienta sea el ama de casa!" "¡Ya no puede escapar, la cortaremos en pedazos!" "¡Lo tenemos, va a dormir bien!". Muy rara vez las voces anuncian cosas agradables. Una enferma oía cantar que ella era la Madre de Dios, otra que su hijo había ganado millones: un enfermo recibía "cosas santas de Dios". Las alucinaciones auditivas sólo se producen por la noche o al menos son más fuertes en ese momento: En general, no parecen alcanzar una claridad perfecta desde el punto de vista sensorial; son voces "como en sueños", "que vienen del otro mundo", "voces etéreas" que "vienen de Dios"; más raramente un teléfono o un fonógrafo, telegrafía sin hilos. Su origen rara vez es asociado con un objeto exterior: es la cama la que habla, es Dios; una hermana muerta llama; se oye la voz de Jesús; una violeta blanca dice: "Es la voluntad de Dios". El padre difunto declara: "Estoy tras de ti, soy yo quien está hablando". Con mayor frecuencia, las percepciones erróneas tienen su origen en el cuerpo mismo. Hablan en el estómago, en la oreja izquierda, son palabras susurradas desde adentro. El diablo habla en el corazón del enfermo; insulta dentro de él, el enfermo lo oye "por dentro, pero no con las orejas". "Una voz interior, en mi corazón me dice asquerosidades sobre Nuestro Señor", declara una enferma; otra oía "voces que vienen del interior que gimen"; "hablan en mi cabeza", explica una tercera. Las palabras oídas a menudo están muy relacionadas con las ideas del enfermo. Los enfermos explican que alguien los interroga; sus pensamientos se repiten en voz alta al cabo de dos a tres minutos. Algunos comienzan un verdadero diálogo con su voz: una enferma aseguraba que oía hablar dentro de su cuerpo y que obtenía respuestas "justo lo que estaba pensando"; para otra, la gente repetía lo que ella misma había dicho antes que ellos. A veces las voces dan órdenes, sobre todo la de destruirse, como ya hemos visto. En general, como las alucinaciones no alcanzan la claridad imperiosa que tienen en el delirio alcohólico o en la demencia precoz, los enfermos no logran dar el texto palabra por palabra, cuando se trata de frases largas, sino que sólo dan su 10 contenido. Quizás, una enferma escribe que oyó decir a su vecina: "Su sangre está descompuesta, toda su comida se transforma en carne humana, pronto tendrá la cara hinchada como un cerdo y sus ojos desaparecerán completamente"; otra agregaría lo siguiente: "Esto no puede haber sucedido por sí solo. Debe haber sido una perdida, y todos los muchachos que iban a su casa...” Pero según las circunstancias, me parece muy dudoso que semejantes dichos, que reproducían en este caso las eternas preocupaciones de la enferma, hayan sido oídas en verdad palabra por palabra. A los trastornos sensoriales de la vista y del oído se les agregan los de los otros sentidos, mucho menos importantes. Hay en la casa un olor agrio; el sudor exhala un hedor abominable; los alimentos tienen un sabor dulzón o nauseabundo, corno si fuera carne humana u orina. La cama se mueve, recorrida por corrientes eléctricas. Por el contrario, las sensaciones cenestésicas desagradables son muy frecuentes y variadas e incluso a veces pueden dominar la escena. Con gran frecuencia encontramos cefaleas, migrañas, pesadez sorda, sensación de un círculo alrededor de la frente, de un casco pesado, de un peinado de plomo. En el resto del cuerpo también se hacen sentir dolores de todo tipo: Schröder puedo observar esto en el 62% de los casos. La lengua es muy sensible, hay dolores de espalda, corno si estuviera rota, los dolores van desde la uretra a la nuez de Adán, en el cuerpo hay una verdadera rabia, un incendio. En uno de mis pacientes, la enfermedad se inició con dolores tan violentos que luego del fracaso de todos los demás medios trataron de aliviarla con una operación. Se trata una vez más de cosquilleos, desgarros, palpitaciones en la cabeza, tirones en las piernas, ruidos en los intestinos, ansiedad y "sensaciones vergonzantes" en el bajo vientre. Para precisar estas ideas doy aquí un fragmento tomado de la auto-observación de una enferma que creía haber contraído una enfermedad vergonzante (sífilis) mientras se masturbaba: Seis meses atrás la enferma sintió dos violentos golpes en la cabeza, inmediatamente, sacudidas violentas en el vientre, el corazón, la columna vertebral y el occipital, temblores en manos y pies, donde las venas se han hinchado;el rostro es macilento, como de plomo; flatulencias. Al cabo de algunas semanas, las venas disminuyen de volumen: en las manos y sobre todo en las articulaciones, pinchazos como los de mil agujas. La piel de las manos se arruga, se vuelve como si fuera de cuero; durante el baño, tenía la sensación de desprenderse de sí misma. Al hacerle una inyección o un 11 corte, la sangre no corre, es una suerte de serosidad blancuzca. Sensación atroz de quemaduras en los párpados, los labios, la lengua, el paladar y luego moretones y agujeros en el cuerpo, como los que se hacen con un hierro candente. Pequeñas manchas rojizas como en los ancianos. Luego una exudación en todo el cuerpo, como si la savia vital se coagulara; en las articulaciones, como plomo derretido. Pérdidas blancas, irregularidad de las reglas con largas interrupciones y cuando la sangre volvía, era más líquida, como si no hubiera substancia coagulante. Al comienzo, abundante orina, luego muy poca, deposiciones sólo con purgantes. Más tarde un fuerte olor de la orina y la materia fecal; los pies, que la mayor parte del tiempo estaban fríos y arrugados, como muertos, se tornan blancos de vez en cuando y exhalan el mismo olor. Los latidos del pulso y las sacudidas aumentan, pero lo que es más angustiante es un crepitar en la cabeza como si hubiera allí algo mustio, seco; en los oídos un tic-tac como de reloj a tal punto que se vuelve difícil apoyar la cabeza sobre un almohadón. Los temblores de manos y brazos aumentan. Gran adelgazamiento, encogimiento del pecho. Cuando la enferma está acostada, su cuerpo arde como si fuera de plomo. Empequeñecimiento de los párpados. Carnes blandas. La piel se cubre de pequeñas manchas y se escama. A menudo, ligero olor de quemado en la piel. La sangre quema, como si la hubieran calentado. Desde hace un tiempo, aumento de peso - es visible que todo se va en los músculos y nada en la sangre, pues las venas disminuyen cada vez más. En el codo, los músculos duelen, como si fueran a separarse del hueso. El pulso es fuerte en la articulación de la muñeca. Durante el sueño, sensación de una mano ardiente que se posa sobre el cuerpo. Insensibilidad creciente. En la piel, ninguna actividad. En el sudor de las manos, secreciones brillantes como perlas de vidrio, etc… Vemos aquí que la mayor parte del tiempo hay sólo hiperestesia, pero hay también interpretaciones delirantes sobre sensaciones insignificantes en sí mismas. Es lo que aparece con claridad cuando los enfermos pretenden sentir que la comida pasa directamente a sus venas, que sus mucosas y sus glándulas son roídas, que sus nervios se disuelven, que no hay más grasa en su sangre, ni médula, ni albúmina, que su cuerpo trabaja interiormente, que gusanos blancos les quitan todo lo que hay en el cuerpo y trepan hasta la epidermis. Esta hiperestesia para las sensaciones internas contrasta con la disminución de la excitabilidad de los centros nerviosos en los estados maníacos. Allí observamos una insensibilidad asombrosa al calor y al frío, al hambre y a la sed, al dolor y a las heridas. Los enfermos se exponen durante horas al sol más ardiente, se desvisten en medio de un frío invernal, se olvidan de comer y beber, arrancan sin cuidado alguno las vendas que cubren sus heridas y golpean sus miembros 12 fracturados o las partes enfermas de sus cuerpos sin manifestar ningún dolor. Asimismo, jamás muestran los temores más justificables a propósito de su enfermedad o de su vida, o los descartan sin más. Curso de las representaciones El curso de las representaciones sufre en general trastornos muy importantes y marcados. En los estados de excitación, los enfermos no pueden seguir de manera metódica un orden determinado de pensamientos; saltan sin cesar de una serie de ideas a otra, para abandonar esta última casi inmediatamente. A una pregunta que les atañe, quizás den primero una respuesta correcta, pero mezclarán una cantidad de comentarios que sólo tengan una relación muy lejana, o sin relación alguna con el tema. Como consecuencia de estas interpolaciones y descarrilamientos perpetuos, son incapaces de contar una historia un poco complicada si no se los lleva en todo momento hacia el camino correcto con interrupciones y preguntas. El curso de las representaciones no está más dominado por una representación de conjunto, como en el normal, que en el momento indicado imprime una dirección bien determinada a las asociaciones de ideas e inhibe todo lo que es accesorio y accidental. Las representaciones dirigidas por el encadenamiento general del pensamiento no toman el primer lugar, sino las que se ven favorecidas por los hábitos mentales. Es por ello que se pasa así de una representación a otra similar o sólo cercana a la primera, sin consideración del objetivo perseguido en primer lugar. La relación entre los elementos del pensamiento se deshace poco a poco; de allí el trastorno que hemos aprendido a conocer con el nombre de confusión por fuga de ideas. A menudo los enfermos mismos perciben muy bien esta fuga de ideas. Se quejan de no poder concentrarse, de no poder reunir sus pensamientos. Los pensamientos vienen solos; se imponen, nos dicen. "No puedo atrapar todos los pensamientos que se precipitan en mí" declaraba un enfermo. "Es como una tempestad en mí cabeza" decía otro; "todo se mezcla", "mis pensamientos se hacen pedazos" expresaba un tercero. "No soy el dueño de mis pensamientos". "Un pensamiento echa al otro, no hacen más que aparecer y desaparecer". He aquí expresiones que permiten comprender este fenómeno. También en los enfermos deprimidos encontramos con frecuencia la fuga de 13 ideas; tal vez no sea fácil descubrirla en los discursos reducidos al mínimo de enfermos que hablan muy poco, pero, muchas veces aparece con claridad en abundantes explicaciones escritas. Los enfermos se. quejan de que tienen "demasiados pensamientos en la cabeza", que no pueden rezar, trabajar, porque otros pensamientos, "intrusos", vienen a interponerse entre ellos y sus ocupaciones, que no pueden tener "ningún pensamiento durable", que deben pensar en todas las cosas posibles e imaginables. A menudo también parecen producirse alternancias bruscas entre la fuga de ideas y la inhibición del pensamiento que describiremos más adelante. “Los pensamientos se detienen -dice un enfermo- luego vuelven solos, se van donde quieren". Como la fuga de ideas no es otra cosa que una de las manifestaciones de la extrema inestabilidad mental, observamos por lo común que los enfermos que presentan este síntoma, precisamente porque son sensibles a las impresiones exteriores más que a otras, pueden ser llevados por éstas a una nueva orientación del curso de sus pensamientos, y esto se refleja luego en su lenguaje. Un objeto que ven, una inscripción, un ruido inesperado, una palabra que llega a sus oídos, se inserta en su discurso y puede despertar una serie de representaciones similares o, con mayor frecuencia, asociadas solamente en expresiones hechas o por consonancia. Sin embargo, la facultad de observación y la apercepción no se encuentran aumentadas. A menudo los enfermos perciben sólo de manera superficial e imprecisa y no se preocupan de lo que ocurre a su alrededor, pero si notan una cosa, su pensamiento se ve influenciado por esto inmediatamente y en general también el flujo de su discurso; formulan su percepción en palabras y una vez tomado el impulso se dejan ir sin ningún objetivo. Las investigaciones sobre la asociación, principalmente las de Aschaffenburg y las de Isserlin, nos han dado información muy importante sobre el proceso del pensamiento en la fuga de ideas. Aschaffenburg demostró que los tiempos de asociación en los maníacos, contrariamente a la idea que dio origen a la expresión misma de fuga de ideas, no disminuían, sino que en general y por elcontrario, aumentaban, lo que concuerda con el hecho observado a menudo de la fuga de ideas completamente caracterizada que coincide con un enlentecimiento de la palabra. Franz llegó a las mismas conclusiones. Isserlin estudió sobre todo la duración de las representaciones en los maníacos. Halló que en ellos las 14 asociaciones mostraban una gran inestabilidad manifestada por una tendencia a "divagar", a escapar del círculo de las representaciones inductoras para pasar a otro, fenómeno muy característico de la manía. Kilian y Gutmann insisten además en la repetición frecuente de la palabra inductora. Isserlin pudo establecer, con ayuda de asociaciones en serie, que se producía un cambio de dirección en el pensamiento en los normales cada 5 ó 6 segundos más o menos y en los maníacos, por el contrario, al cabo de 1,6 a 1,7 segundos. La duración de una representación simple puede ser evaluada con el método de la inscripción fonográfica en cerca de un segundo para los enfermos mientras que oscila en los sujetos normales entre 1,2 y 1,4 segundos. La característica esencial del pensamiento maníaco es pues la fugacidad de las representaciones consideradas aisladamente; no se fijan en la conciencia, se desvanecen casi inmediatamente después de haberse formado. Un enfermo decía: "Mis pensamientos son tan rápidos que no puedo retenerlos". Inhibición del pensamiento La inhibición del pensamiento que encontramos de forma más o menos pronunciada en casi todos los estados de depresión, y además en ciertos estados mixtos de manía estuporosa y en las formas vecinas de la excitación maníaca, parece ser justo lo contrario de la fuga de ideas. Los enfermos se muestran incapaces de disponer a voluntad de sus propias representaciones y sienten a menudo ellos mismos esta incapacidad que los aflige sobremanera. Las representaciones, al parecer, se desarrollan lentamente y sólo gracias a estímulos muy fuertes. Por consiguiente, la impresión sólo llega a despertar, fácil y rápidamente, una cantidad de asociaciones entre las que sólo tendríamos que elegir. La asociación de las ideas se realiza así según el contenido de las representaciones y no según relaciones exteriores, relaciones puramente verbales o consonancias. Por lo común, la enferma casi no tiene ya ideas espontáneas y debe conducir su pensamiento con dificultad a través de una serie de sucesivos esfuerzos voluntarios. De allí se desprende una gran dificultad para pensar, un enlentecimiento en las ideas, respuestas absurdas a las preguntas más sencillas, disminución de la inteligencia, pobreza de ideas. "El pensamiento no funciona más, no puedo representarme nada, no puedo pensar en nada, mi cabeza está vacía”, dicen los 15 enfermos, "mis facultades intelectuales se van, estoy como muerto intelectualmente, estoy como en un sueño, apático, ya no sé nada más". A veces, se quejan también de que las representaciones sean ahora descoloridas y pálidas, que se sienten incapaces de recordar mentalmente tal o cual impresión particular, un acontecimiento, un paisaje, un cuadro, el rostro de las personas amadas. Saben qué aspecto tienen las cosas, son capaces de describirlas, pero les falta el recuerdo sensorial con su color. Los enfermos de este tipo sólo tienen una cantidad extremadamente pequeña de representaciones, incluso cuando la expresión del pensamiento no parece estar obstaculizada. Así pues, se los considera en general como muy debilitados mientras que la evolución ulterior muestra que se trataba de una dificultad de pensar y que no había destrucción definitiva en el stock de las representaciones. Las representaciones, una vez instaladas en la conciencia, no son más reprimidas por la aparición de otra serie de ideas, pero palidecen lentamente antes de desaparecer y con frecuencia se fijan con gran tenacidad, sobre todo cuando hunden sus raíces en el estado sentimental. La consecuencia de este hecho es una extraordinaria uniformidad en el contenido de las representaciones. Los enfermos vuelven siempre sobre los mismos pensamientos, no se dejan desviar, regresan a su eterno lamento luego de cada nueva pregunta: "Me veo obligado a devanarme los sesos durante horas sobre reproches que me hago todos los días", decía un enfermo. A veces, estas ideas que reaparecen siempre a pesar de la voluntad del enfermo toman características de ideas obsesivas. Los enfermos están atormentados a pesar suyo por el temor permanente de haber matado a alguien, de haber arrojado a un hombre al agua, pisoteado hostias, tragado un alfiler, ensuciado los excusados. En la depresión, los experimentos sobre la asociación dan resultados completamente diferentes de los que encontramos en la manía. Esta diferencia aparece claramente en la siguiente comparación tomada del trabajo de Isserlin, entre dos series de experimentos hechos en el mismo enfermo, uno el 25 de abril, durante el período de excitación, otro el 8 de septiembre, durante el período de depresión. La duración de las asociaciones se halla quintuplicada en la depresión y en la zona media que separa las cifras extremas obtenidas, y da así un idea clara de su distribución, también muy aumentada. Los tiempos de asociaciones no sólo son más 16 largos, también son más desiguales. La relación entre las asociaciones internas y externas se halla invertida; mientras que en la manía las asociaciones según las relaciones externas, sobre todo según hábitos verbales, son netamente dominantes, en los enfermos deprimidos, están bien por debajo de las asociaciones por relaciones internas. Los dos estados se oponen también en el hecho de que en el segundo vemos desaparecer casi enteramente las asociaciones por simple consonancia, que tienen un papel tan importante en la manía. Tampoco encontramos en la depresión la "divagación" tan característica de la inestabilidad maníaca, ni las repeticiones frecuentes con palabra inductora que se deben sobre todo a la falta de atención. Productividad La productividad mental está en general muy disminuida en la manía. Debemos exceptuar los casos muy leves de excitación maníaca donde la excitación de la voluntad llevada por la enfermedad puede, en ciertas circunstancias, liberar fuerzas que, de no ser así, hubieran quedado inhibidas. Particularmente la actividad artística se ve acrecentada por el abandono sin reservas a las impresiones y a los sentimientos del momento, la actividad poética lo está más aún por la nueva facilidad de expresión verbal. Esta acción favorecedora asombra sobre todo por contraste con la acción inhibidora durante el período de depresión. Pero, en las formas francas de excitación maníaca, lo que domina es la influencia desfavorable de la inestabilidad y de la inconstancia de la voluntad. Podemos convencernos fácilmente: el flujo de pensamientos que hallamos en los enfermos no es en absoluto riqueza de ideas, sino sólo de palabras; se reduce muy a menudo a repeticiones monótonas. Incluso las bromas que hacen son casi siempre simples juegos de palabras y manifiestan sólo la tendencia a las asociaciones por consonancia. Encontramos en ellos la afectación de emplear lenguas extranjeras y fácilmente puede ponerse en evidencia una serie de rasgos similares a los de la ebriedad o la parálisis intelectual; sin embargo, con frecuencia comprobamos aquí que hay en los enfermos, contrariamente a los resultados de la medición científica, la ilusión de un aumento de la productividad. Ésta tiene tan poco valor demostrativo como el sentimiento experimentado por el sujeto de una frescura de espíritu, de una salud intelectual muy 17 particular, sentimiento que nace de la euforia maníaca. Por el contrario, en los estados de depresión el sentimiento de molestia intelectual es más fuerte que la disminución real de la productividad: esto se debe a que la inhibición del pensamientopuede ser neutralizada hasta cierto punto por un esfuerzo de la voluntad, y es justamente por esto que se la vive más intensamente. Los enfermos se quejan de estar "como embrujados", "como encadenados", de tener la mente paralizada, de necesitar varias horas para cumplir el trabajo más sencillo que antes podían terminar en algunos minutos, como por ejemplo escribir una carta. Para determinar de manera más precisa la productividad, hice hacer en varias oportunidades a los maníaco-depresivos las pruebas de cálculo, utilizando el método usual en la medición de la fatiga. Rehm examinó alrededor de 24 sujetos normales y 34 enfermos, en los estados más diferentes. Halló que la producción de los últimos era, en promedio, inferior en un tercio a la de los primeros. Los resultados fueron mejores en los maníacos que en los deprimidos. El debilitamiento más considerable se halla en los enfermos que, desde el punto de vista clínico, presentan una inhibición muy marcada, pero también en los deprimidos con excitación. El progreso diario debido al ejercicio fue más débil que en los normales e incluso una vez fue negativo, pero en cierto número de casos también superó la cifra más alta dada por los normales. Estos hechos muestran que la inhibición que actúa ora al inicio, ora durante el curso de la prueba, disminuyó la producción de una manera insólita. Debemos interpretar de la misma manera la siguiente observación: el efecto de descanso de una suspensión de trabajo en medio de la prueba sigue estando en casi la mitad de los enfermos por debajo de la cifra más baja dada por los normales; en más de un tercio de los casos es incluso negativa, lo que nunca podría producirse en sujetos normales. Es pues menester que aquí hayan aparecido inhibiciones, durante el cese del trabajo, cuyo efecto superó, en ciertos casos, el efecto del reposo. Las pruebas de cálculo organizadas por Hutt sobre 8 maníacos y 17 deprimidos mostraron, en general, una baja de la producción que en los primeros es insignificante, siempre y cuando la diferencia de cultura permita una comparación con los normales examinados. El progreso diario debido al ejercicio permaneció por debajo del de los normales y fue negativo en un caso. Así mismo, en varios casos, se obtienen valores negativos para el efecto de descanso de la suspensión del 18 trabajo; la acción desfavorable de la interrupción fue generalmente más marcada que en los normales. Finalmente, cabe hacer notar que en ciertos casos, contrariamente a lo que sucede en los normales, a la baja de la producción después del reposo se le agrega una elevación de esta producción durante un trabajo ininterrumpido; este fenómeno no puede ser explicado más que de una manera: la acción ejercida por la continuación del trabajo, que descarta las influencias inhibitorias, es más fuerte que la acción de la fatiga. Parece además, y es lo que confirma la experiencia clínica, que en nuestros enfermos, el impedimento de la producción puede neutralizase con relativa rapidez gracias al esfuerzo y los estímulos, pero reaparece, algunas veces aumentado, en cuanto se deja la actividad. Ideas delirantes Las ideas delirantes son frecuentes en la locura maníaco-depresiva, sobre todo en los estados de depresión. Sus formas más simples se asocian al sentimiento de improductividad y presentan un contenido hipocondríaco. El enfermo tiene la impresión de ser incurable, de estar perdido sin remedio. Tiene cáncer, sífilis, un problema cerebral: se vuelve idiota, tiene un ataque, está enfermo física y moralmente, es un caso desesperado; su vida sólo será de ahora en más una lenta agonía. Su cuerpo tiene otro aspecto: los nervios se secan; sus órganos se consumen; el cerebro se le encoge, todo está muerto en su interior, su voz suena hueca, en su cerebro la sangre no circula más, él mismo no puede descansar. A veces las ideas delirantes son totalmente fantásticas y recuerdan a las de la parálisis general. El cerebro no es más que una papilla, la cabeza es del tamaño de un dedo, los pulmones y el estómago no existen más, las partes sexuales se han encogido, el paladar está quemado, el esófago desapareció, en el cuerpo todo está mezclado, en la garganta hay un hueso clavado. Las ideas de autoacusación también son frecuentes, tal vez más aún que las anteriores. El enfermo se preocupa por su vida pasada, cree que no cumplió con sus deberes, que cometió muchos errores, que renegó del Salvador. No fue lo suficientemente generoso con sus padres, no se ocupó adecuadamente de sus hijos, no los trató bien, no mandó buscar al médico en cuanto comenzó una enfermedad, 19 no los cuidó lo suficiente. No terminó a tiempo tal documento, cometió un crimen de lesa majestad, descuidó la religión, cometió fraude contra el Estado, se masturbó, cometió adulterio, hizo una mala confesión, una comunión sacrílega; fue "torpe desde todo punto de vista", un "verdadero canalla". Estas ideas pueden apartarse no solo de la realidad sino también de la verosimilitud. El enfermo cometió perjurio, ofendió sin saberlo a una alta personalidad, perpetró un incesto, incendió su casa, masacró a sus hermanos y hermanas; envenenó a un príncipe, es cinco veces asesino, responsable de todas las desgracias, es un alma maldita, un desecho humano. Las ideas de persecución que se asocian a menudo al delirio de autoacusación son menos frecuentes. El enfermo se cree rodeado de espías, es seguido por detectives, está en manos de la justicia secreta, de una Némesis vengadora, irá a prisión, será golpeado hasta que muera, ejecutado, quemado, crucificado, le han arrancado todos los dientes, los ojos, le han inoculado la sífilis, debe pudrirse, morir como un cerdo. Los vecinos lo desprecian, se burlan de él, no lo saludan siquiera, escupen a su paso. En los diarios hay alusiones a él, el predicador se dirige a él en el sermón, sus faltas se exponen públicamente en grandes afiches. Vándalos y anarquistas entran en su casa; hay personas ocultas en los armarios. El enfermo descubre veneno en su café, en su vaso de agua, se siente hipnotizado, magnetizado; tratan de seducirlo ofreciéndole dinero, está acorralado. Incluso su familia se ve arrastrada en su desdicha. Su familia debe morir de hambre, su madre será cortada en pedazos, su hermano decapitado, su marido detenido. Las ideas religiosas tienen por lo general un papel importante. El enfermo se cree espiado en el confesionario, es excluido de la Iglesia, está embrujado; perdió la felicidad eterna, debe hacer penitencia por todos, tomar sobre él los pecados del mundo entero. Satán tiene pleno poder sobre él, se oculta en él, le ordena insultar, va a venir a buscarlo porque es un inútil. El Señor no puede hacer nada por él, sus oraciones son vanas, bajo la cama arde ya el fuego del infierno. Mientras que todas estas ideas delirantes se presentan a menudo detrás de máscaras de una profunda y sincera emoción, mientras que son expuestas y defendidas por los enfermos con una convicción ardiente, las ideas de grandeza, como las concepciones de los maníacos, se parecen en general a buenas bromas y a exageraciones de fanfarrón; además, contrariamente a las ideas delirantes de los deprimidos que la mayor parte 20 del tiempo son uniformes y tenaces, éstas varían sin cesar, aparecen en un instante para desaparecer al siguiente. Sin embargo podemos observar, en ciertos enfermos más reflexivos, ideas delirantes más tenaces y que dan muestras de un trabajo intelectual menos grosero. En el primer grupo, citemos la pretensión de los enfermos de ser el Mesías, la Perla del Mundo, el Hijo de Jesús, la Novia de Cristo, la Reina del Cielo, el emperador de Rusia, Dios, de tener mil hijos. Otras cuentan que el zar es su prometido. Unos están protegidos por el Espíritu Santo, han destruido al diablo, pueden curar a todos los enfermoscon hipnosis. Menos absurda es la convicción de ser un gran artista o un gran escritor, de ser barón, "médico de nacimiento", doctor de todas las ciencias, caballero de las órdenes más elevadas ,bastardo de un príncipe, de tener una importante misión, de hablar siete lenguas, de cargar cien kilos con sólo sus brazos. Un enfermo se llamaba a sí mismo "un héroe, el primero después de Nietzsche". También vemos aquí la fantasía de las herencias. Un enfermo que imaginaba tener parientes muy distinguidos agregaba que su parte de la herencia debía ser calculada en consecuencia, otro se- presentaba como el yerno de Rockefeller y se ufanaba de los cien millones que había tenido como dote. Por regla general en los deprimidos encontramos una clara conciencia del carácter patológico de su estado, en las formas más leves: pero incluso entonces, toma un tinte hipocondríaco con la idea de la Incurabilidad del mal. Con frecuencia aseguran que su enfermedad es más triste que todas las otras, que preferirían soportar cualquier dolor físico a este sufrimiento moral. Cuando el delirio es más acusado, tenemos una pérdida completa de la conciencia de la enfermedad, aun cuando los ataques anteriores, similares, son juzgados sanamente. A lo sumo el enfermo opone a los argumentos del médico esta respuesta: que sería feliz si tuviera el derecho de serlo pero, desgraciadamente, todo aquello de lo que se queja es cierto. Un enfermo pide permiso de hacer su testamento, temiendo perder el juicio muy pronto. En los estados maníacos la mayor parte del tiempo los enfermos rechazan con energía la idea de padecer una enfermedad mental: "¡El que me cree loco está loco!" decía un enfermo. A lo sumo aceptan que están un poco excitados, "un poquito idos". Sobre las ideas que emiten dicen después que lo hacían para reírse; era un "pequeño delirio", "ideas de grandeza naturales". Una enferma respondía, cuando se hacía alusión a los actos de carácter patológico que había cometido: "Doctor, también usted de vez en cuando hace tonterías". 21 Humor El humor es en general alegre con un carácter particular de exuberancia desbordante en la excitación fuerte. Los enfermos están satisfechos, "muy contentos" o "felices interiormente", entusiastas, "más que contentos", “felices de estar en un mundo tan bello”. Se sienten bien, dispuestos a toda clase de bromas y de chanzas, "penetrados de alegría", ríen, cantan y se pasean. Están "felices de todo", "la más feliz de las mujeres", la felicidad ha entrado en ellos: "he aquí que viene el tiempo de las rosas". La Figura 3, que representa maníacos en estado de excitación, muestra cómo se expresa este humor con sus variados matices, yendo del placer tranquilo y orgulloso hasta la alegría sin límite. Las tendencias sexuales se ven reforzadas y provocan compromisos impensados, matrimonios anunciados en los diarios, aventuras amorosas poco convenientes, una conducta que asombra, coquetería y también ideas de celos y de querellas conyugales. Varios de mis enfermos presentaban en sus períodos de excitación tendencias homosexuales. Cuando el sentimiento de alegría se une a la pobreza de pensamiento, toma fácilmente un carácter de necedad, de tontería, que puede hacer creer que hay debilitamiento intelectual. Por otro lado, la introducción en el estado sentimental del maníaco de un matiz de displacer puede darle la forma de excitación colérica. Los enfermos se tornan arrogantes, altivos, y a propósito de una contradicción o por otro motivo fútil, entran en un furor sin límites que se descarga en aluviones de insultos violentos y en hechos. Un carácter totalmente esencial del humor de los maníacos es que está sujeto en general a oscilaciones frecuentes y súbitas. En medio de una alegría desbordante aparecen no sólo bruscos ataques de cólera, sino también crisis violentas de lágrimas y de sollozos que, inmediatamente dan lugar de nuevo a una alegría exuberante. "¡No sé si debo reír o llorar!” decía una enferma. Estas alternancias del humor que también hallamos con frecuencia, aunque de manera menos acusada, en los estados de depresión, muestra muy bien la íntima relación entre tipos clínicos que parecían en un primer momento radicalmente diferentes. El sentimiento que predomina en los estados de depresión es en general una desesperanza pesada y sombría. El enfermo "tiene cien kilos sobre el pecho", está 22 devorado por la pena, perdió todo su coraje, se siente abandonado, sin objetivo válido en la vida. Su corazón parece ser de piedra, nada ya lo alegra. Al parecer, hay aquí, además del sentimiento de tristeza, cierta inhibición de los movimientos sentimentales que contrasta con la facilidad del maníaco para conmoverse. Es justamente esta disminución de la capacidad de conmoverse, la pérdida del interés íntimo que le da a los acontecimientos que ocurren a su alrededor, lo que los enfermas viven más dolorosamente. Todo está vacío y desierto en ellos; todo les da igual, nada les interesa, todo parece “tan tonto"; la música parece "una cosa extraña". Tienen la sensación de estar fuera del mundo; no pueden ya llorar, no sienten más hambre ni saciedad, ni fatiga ni descanso al despertar; no tienen "ningún sentimiento de necesidad". Dios les ha quitado todo sentimiento. Una enferma decía que la enfurecía ver a la gente interesarse por sus ocupaciones. "Soy como un pedazo de madera, declaraba otra, no siento más pena ni alegría". De hecho, podemos tener la convicción de que a los enfermos los afectan muy poco las malas noticias; sólo durante la convalecencia reaparece el dolor natural. Incluso durante la visita de sus padres, están ausentes, miran apenas, no preguntan por nadie. A veces parecen abatidos y apáticos, aunque no se trate aquí de una destrucción, sino de una inhibición de los sentimientos. También encontramos, con menor frecuencia en esta tristeza sombría, el tinte ansioso del humor. Ora se trata de "una angustia y un temblor interior", un sentimiento de tensión torturante que puede ir hasta la desesperación muda e irracional, ora de una agitación ansiosa que se traduce de varias maneras, con estados de excitación violenta, con atentados que el enfermo comete contra su propia vida con ciego furor. En otros casos, encontramos una actitud reacia, descontenta, amargada, molesta. Los enfermos están descontentos de todo, el mundo entero está contra ellos, todo los aflige, los ofende, los irrita, los llena de amargura, el sol, la alegría de los demás, la música, todo lo que se hace o no se hace a su alrededor. En general hallamos sentimientos de este tipo durante los períodos de transición entre los estados maníacos y los estados depresivos; se los debe considerar como mezclas de depresión y de excitación maníaca. Las torturas verdaderamente insoportables, según lo que repiten los enfermos, que acompañan los estados de depresión llevan en casi todos, al menos durante un tiempo, al desencanto de la vida y con frecuencia también al deseo 23 violento de poner fin a sus males, cueste lo que cueste. "¡No me queda sino hacerme polvo y arrojarme al agua!” decía una enferma, y otra: "¡Una piedra al cuello y al mar!" En muchos casos, los enfermos tratan de dejarse morir de hambre, ahorcarse, cortarse las venas; piden ser quemados, que se los entierre vivos, que se los abandone en el bosque y que se los deje morir. En la ejecución de sus tentativas de suicidio, se muestran a menudo insensibles al dolor físico. Uno de mis enfermos se golpeó el cuello con la arista de un gancho fijado al piso hasta llegar a la columna vertebral. De 700 mujeres maníaco-depresivas que observé en Munich, 14,7% cometieron serias tentativas de suicidio y, entre estas últimas, las que tenían más de 35 años en el momento de la admisión representaban el 16,2% del conjunto. De 295 hombres, se halló un 20,4% de tentativasde suicidio. La diferencia entre los dos sexos, en cuanto a la tendencia suicida es mucho más grande en los sujetos normales, pero casi desaparece con la enfermedad. En los estados de depresión, corno se indicó más arriba, el tinte del humor no es siempre igual, aun cuando sus rasgos fundamentales mantienen una fijeza desesperante. Sin hablar de los casos, que no son pocos, en los que se puede observar, durante un corto período, una transformación completa en estado maníaco; a menudo nos sorprende una sonrisa sin razón, una alegría súbita que se introduce bruscamente en medio de lamentos y de ideas de persecución. "Es una miseria", decía una enferma al tiempo que se mostraba muy satisfecha. De vez en cuando, los enfermos comienzan a hacer muecas siniestras, bromean e ironizan sobre sus propios sufrimientos, se llaman a sí mismos cerdo, puerca... Un enfermo se llamaba "gran masturbador". Hay un hecho particularmente característico y que presenta a menudo cierta importancia para el diagnóstico: sucede en general que, en los casos en que el mal humor no es demasiado fuerte, se puede llevar al enfermo, conversando con él, a que sea amable con uno. La rapidez con que los rasgos del rostro preocupado y abatido toman una expresión de alegría exuberante es en verdad asombrosa. Necesidad imperiosa de actividad Durante la locura maníaco-depresiva, los trastornos más notorios se 24 manifiestan en el campo de la voluntad y de la acción. En los estados maníacos, el cuadro clínico está dominado por la necesidad imperiosa de actividad. Se trata aquí de una excitación general de la voluntad. Quizás las investigaciones experimentales nos enseñan que en general aumenta la duración de las reacciones simples y de las reacciones electivas, a veces de manera considerable. Pero no pocos hechos demuestran que este enlentecimiento concierne principalmente a la asociación de los actos con las excitaciones exteriores que a menudo se perciben de manera muy defectuosa. Por el contrario, todas las ideas que aparecen en la mente se traducen enseguida en actos, mientras que en el normal, hay innumerables veleidades detenidas en su desarrollo. El trastorno podría, hasta cierto punto, compararse a los que podemos provocar artificialmente por medio del alcohol: de allí el gran parecido que hay entre muchos maníacos y los individuos en estado de ebriedad más o menos avanzada. Seguramente en este último caso, el debilitamiento de la apercepción y del pensamiento es relativamente más considerable que en nuestros enfermos; además, vemos que pronto aparecen fenómenos de parálisis y de vacilación en el movimiento. La necesidad de actividad del maníaco provoca naturalmente en él una agitación más o menos marcada. En el nivel más bajo, se trata sólo de cierta inestabilidad, una agitación sorprendente, un espíritu de empresa prodigioso que no se detiene nunca. Los enfermos hacen toda clase de planes, quieren aprender canto, escribir una obra de teatro, envían proyectos de reforma a la policía o a la administración de ferrocarriles: un sacerdote escribía al Papa una carta sobre el matrimonio de los curas. Se preocupan de los asuntos de! prójimo y no de los propios, crean empresas absurdas, compran casas, ropas, sombreros, hacen pedidos, contraen deudas, quieren establecer un observatorio, ir a América; un enfermo se fue a Córcega y compró por 85.000 marcos propiedades que le ocasionaron juicios sin fin. Hacen proyectos de matrimonio, se relacionan con personas de sospechosa moral, besan en la calle a mujeres que no conocen, van a los cabarets, cometen cualquier tipo de excesos. Una muchacha va de bar en bar con estudiantes y les paga las rondas de bebidas. Un hombre maduro, casado, se pasea en plena calle, a la salida de un café concert con una negra. Se los considera en la sociedad como "bons vivants", dan generosas propinas, pagan rondas de bebidas y, por otro lado, se pelean con sus jefes, descuidan sus deberes, 25 abandonan su situación sin ningún motivo, cometen groserías; una enferma se subía sin boleto al tranvía y pretendía que estaba abonada. Cuando la excitación es más fuerte aparece entonces el cuadro de la manía aguda propiamente dicha. Los impulsos se suceden unos a otros y la actividad se torna casi incoherente. El enfermo es absolutamente incapaz de perseguir un objetivo alejado porque nuevos impulsos nacen en él sin cesar y lo desvían de su primer deseo. Su necesidad de actividad se resuelve finalmente en una seguidilla incoherente de voliciones siempre nueva y cambiante, donde no se puede reconocer una línea de conducta única, sino que vienen y se van en el mismo instante en el que nacieron. El enfermo canta, conversa, baila, hace ruido, hace gimnasia, marca el ritmo, se agita, arroja todo al piso, se desviste, se arregla de manera extraña, grita, aúlla, ríe o llora, sin poder detenerse, hace muecas, adopta actitudes teatrales, declama con gestos apasionados. En medio de estos saltos de ideas incoherentes, quedan sin embargo fragmentos de actividad que conservan cierta relación con las representaciones dominantes o el sentimiento general: expresiones, bromas, ataques, burlas, palabras de amor, etc. Sólo en el clímax de la excitación los enfermos llegan a perderse. Ponen los ojos en blanco, sacuden la cabeza, bailan en el piso, saltan, vociferan, golpean el colchón, patalean, tamborilean, se encogen de hombros, agitan manos y pies, rechinan los dientes, escupen y se muerden. Los movimientos son a veces monótonos y desprovistos de significado y a veces dan la impresión de ser realizados para cumplir con una idea obsesiva: una enferma me contaba que se veía forzada a hacer movimientos particulares con brazos y cabeza y decir palabras bien determinadas: “Dejadme, dejadme trabajar". Otra explicaba que tenía que golpear el puño contra la pared; otra debía levantarse de la cama "por una orden". Los grabados 4 y 5 pueden dar una idea de los hábitos de los maníacos. El primero muestra una enferma que, para divertirse, se hizo una cantidad de trenzas en el cabello; el segundo representa a otra que, uniendo jirones de ropas, de toallas y de mantas de lana, se compuso un traje pintoresco y nos ofrece, sobre una tapa de cartón, un ejército de muñecos de papel. Más lejos presento algunas fotografías tomadas de una colección de Weiler, que nos muestran a una enferma, de gestos muy animados, en sus diferentes actitudes expresivas y cambiantes. Fuera de la excitación, también existe por lo general en nuestros enfermos un 26 aumento de la excitabilidad. Tal vez debamos considerarla como el síntoma esencial. A menudo los enfermos son más o menos tranquilos, en tanto se hallan sustraídos de toda excitación exterior; una palabra dirigida a ellos, una visita, los gritos de una vecina de cama conduce inmediatamente a una excitación que aumenta con gran rapidez. Cuanto más se los deja hablar y agitarse, mayor se vuelve la necesidad de actividad; saber esto es muy importante para el tratamiento. A pesar de la más violenta de las excitaciones motoras que se prolongan a veces durante varios meses sin decaer, con cortas interrupciones, el enfermo no experimenta en modo alguno el sentimiento de fatiga. No manifiesta ni agotamiento, ni abatimiento, el consumo de la fuerza muscular no produce ningún sentimiento doloroso, en parte tal vez porque su sensibilidad, como ya hemos dicho, se halla disminuida, pero sobre todo por la facilidad con la que, para él, se desencadena la acción. Le basta con el impulso más débil para desplegar generosamente las manifestaciones de su actividad motora, mientras que el normal, para alcanzar el mismo objetivo, necesitaría hacer uso de un gasto incomparablemente mayor de fuerza nerviosa. Es por ello que toda tentativa por simular este estado fracasa al cabo de muy poco tiempo, porque es imposiblesuperar, con el solo esfuerzo de la voluntad, el sentimiento paralizante de la fatiga. Este hecho, como también la despreocupación con la que los enfermos maltratan a sus cuerpos, dio origen a la idea, inexacta y sin embargo muy difundida, de que los maníacos disponen de una fuerza física extraordinaria. Por el contrario, la capacidad de trabajo muscular medida con el ergógrafo, se muestra en general considerablemente disminuida. No así los movimientos, que son más rápidos que en los normales, sobre todo cuando se ejecutan en serie, y los enfermos llegan a un estado de excitación creciente. Con respecto al entorno, los enfermos se muestran muy caprichosos. En general son sugestionables, accesibles, a menudo indiscretos, eróticos De vez en cuando, se tornan irritables, amenazadores y violentos, pero se los puede calmar rápidamente con palabras amistosas o con bromas. Algunos enfermos son distantes, desdeñosos, bruscos, inabordables; a veces se observan flexibilidad cérea y ecolalia o ecopraxia. Logorrea 27 La logorrea, en general muy marcada, es una manifestación de la imperiosa necesidad de actividad. La enfermedad facilita el paso de la representación de la palabra a la expresión. Isserlin pudo demostrar que en un maníaco, el número de las sílabas pronunciadas por minuto alcanza de 180 a 200, mientras que los testigos normales no superan 122 a 150. Como ya indicáramos, esto debe tener cierto papel en la formación de la fuga de ideas. La facilidad de evocación de las representaciones motoras verbales ejerce gran influencia sobre el desarrollo del pensamiento y, al mismo tiempo, las relaciones inteligibles de las representaciones entre sí pasan a un segundo plano. De allí que, en el grado más elevado de la fuga de ideas, así como bajo la influencia del alcohol, vemos que las representaciones encadenadas lógicamente son substituidas progresivamente por frases hechas, alianza de términos, aliteraciones y rimas. Tal como podemos verificarlo en los ejemplos ya citados, vemos que predominan cada vez más las asociaciones por consonancia en las que no existe ya rastro de la relación interna de las representaciones entre sí: consonancias y rimas, incluso desprovistas de toda clase de sentido. La figura 7, que reproduce según las investigaciones de Aschaffenburg el porcentaje de las asociaciones por consonancia en cinco normales y cinco maníacos, muestra cuál puede ser la gravedad de este trastorno del lenguaje. Los números obtenidos para los normales oscilan, aquí entre 2 y 4%, pueden ser aun más elevados en ciertos casos, dependiendo de las disposiciones particulares del sujeto. Pero nunca alcanzan las altas cifras dadas por los maníacos que van aquí desde 32 a 100%. Una enferma escribía en una hoja de papel: Nelke-welke-Helge- Hilde-Tilde-Milde-Hand- Wand-Sand. En las producciones verbales del enfermo se manifiestan al mismo tiempo la fuga de ideas y la logorrea. No puede guardar silencio, habla y grita con todas sus fuerzas, hace ruido, aúlla, silba, invierte el orden de las palabras, hila una frase con otra, une palabras y sílabas incoherentes, mezcla lenguas distintas, predica con tono solemne y gestos patéticos y, sin transición, pasa del énfasis al humor sentimental, a la amenaza, a lloriqueos, a obscenidades o, para terminar, se pone a reír a mandíbula batiente. De vez en cuando, adopta un lenguaje murmurado o preciosista, o emplea neologismos, formados por sílabas sin significado o por términos extraños truncados y desgarrados. Agreguemos a esto citaciones, juegos de palabras, giros poéticos, enérgicos insultos. Muchos enfermos hablan como niños, en estilo 28 telegráfico, en infinitivo. He aquí un ejemplo del lenguaje de los maníacos tomado al dictado: Tome nota, todo me parece gris; el reloj (que se le presenta a la enferma) marca el curso del tiempo; M. N... tiene un cronómetro preparado. Me duele el estómago siempre hip! hip! hurra!... El genio fue el poeta, el genio del tiempo; verano, el verano debe venir, los árboles tienen brotes y tú no estás en casa. Pequeña rosa, tan amable en La Haya, nadie puede venir a buscarme. Los extremos se tocan. El tiempo pasa durante tantos años, nadie puede venir a buscarme. (A la enfermera): Carroña, impúdica arrastrada, puedes reír de que yo tenga esperanza, hablé de rosa, tú eres un asno gris. Gris, fiel amigo, es toda la teoría. Estrella, Flor con mucho gusto. Viva el gran duque. Derecho de vivir, Poulette, etc… La incoherencia no se origina aquí por la riqueza de una mente llena de ideas, sino por la ausencia de representaciones directoras que guíen al pensamiento. El sujeto normal puede alinear series de palabras como aquí, pero sólo sí suelta las riendas de su pensamiento y expresa, sin elegir, todo lo que le pasa por la mente. No obstante, en este último, como nos lo dicen las investigaciones de Stransky, como consecuencia de la persistencia involuntaria de las representaciones directoras que provoca una mayor estabilidad del pensamiento, el número de ideas que nacen espontáneamente es sensiblemente menor: en su lugar se producen enumeraciones, análisis de ideas y repeticiones. En los enfermos, también encontramos con frecuencia enumeraciones; uno de ellos exclamaba: "Straubing, Osterhofen, Vilshofen, Passau" y luego "Vida, luz, muerte, infierno, eternidad". Por lo general, los discursos de los enfermos sufren la influencia de las impresiones exteriores. Atrapan palabras oídas, las asocian a la impresión que se produce, hacen de esto el punto de partida de una fuga de ideas que continúa luego por sí sola. A veces se burlan del impulso que reciben del exterior, responden a todas las preguntas con una gran carcajada, las repiten burlándose de ellas, dan una respuesta intencionalmente inexacta o las esquivan con una frase ingeniosa. Una enferma, cada vez que se le dirigía la palabra, repetía riendo ruidosamente: "Nixen" (por Nichts, nada). Otra, interrogada sobre su edad: "Jamás nací!", si se le planteaba el cálculo 7 x 7: "¡Ya no se cuenta, se pesa y se mide!" Por fin, hay que decir también que los enfermos no sólo alinean espontáneamente palabras aisladas y 29 frases incompletas, sino que a menudo no penetran en absoluto en el pensamiento del interlocutor y dan explicaciones absurdas sin relación alguna con el tema en cuestión. Algunos guardan silencio y se hacen entender con un lenguaje gestual muy expresivo y animado. En los escritos de los enfermos se manifiesta la tendencia a emplear palabras extranjeras, a mezclar lenguas diferentes. Obviamente, la influencia de las consonancias sobre el resto de las representaciones es aquí menos fuerte que en el lenguaje hablado, sobre todo en los enfermos cuyo lenguaje interior no se acerca al tipo motor o auditivo. Así hallamos a menudo enumeraciones de ideas análogas bien descritas por Aschaffenburg, y, al mismo tiempo, las asociaciones basadas en la contigüidad, donde las similitudes exteriores substituyen la marcha lógica del pensamiento. La inestabilidad y el aumento de la excitabilidad se ven en el hecho de que las primeras palabras o líneas son coherentes en general, mientras que el resto se compone sólo de enumeraciones, de reminiscencias, de fragmentos de poesías, de consonancias y de rimas. Sigue un fragmento de una carta de condolencias que contiene ejemplos de estos descarrilamientos del pensamiento: "¡Ah! ¡Estimada señora! Es tarde para expresarle que la acompaño en el sentimiento más profundo, más vivo y verdaderamente sincero respecto de la muerte a la Fidelio de su querido Florestan. Nunca es demasiado tarde cuando uno se pregunta: Ah! cómo es posible que me duela tanto tu muerte, querido Celadon y Romeo, tu único amigo. ¡Qué pena! la querida esposa está cosiendo el... ¡Sí, las lágrimas! Pamela Questenberg Neumann Gordon a la Vizthum Magdalena o Terzky StruveCarola también conde de Lula o Leonor o Sollschwitz o Gitschin Generalmajor von Schmieden, también pronto capitán que es que la, perdone usted." Encontramos en un primer momento la serie Fidelio-Florestan-Celadon- Romeo, que interrumpe la primera idea, luego la expresión "Es tarde" desencadena la serie Questenberg-Neumann-Gordon-Terzky, a la que le sucede una cantidad de otros nombres. Esta desviación de ideas conduce a una conclusión en francés y se le agregan en el resto de la carta fragmentos en inglés, en latín y en griego y una serie de versos sonoros. La escritura de los enfermos puede ser al comienzo perfectamente correcta y normal. Pero, como consecuencia de la excitabilidad, se vuelve poco a poco más 30 grande, más pretenciosa e irregular. Los enfermos no se preocupan ya por el lector, escriben en diagonal, mezclan todo: se multiplican las palabras subrayadas, los signos de exclamación, los párrafos atrevidos. Todos estos trastornos, los del contenido y los de la forma, se ven claramente en el manuscrito que aquí agrego (Figura 8). La cantidad de escritos redactados por los maníacos es a veces asombrosa. Quizás no esperan que nadie los lea, sólo los impulsa el mero placer de escribir. Inhibición de la voluntad En los estados de depresión, la inhibición de la voluntad reemplaza la necesidad de actividad. Desencadenar el acto se hace difícil, a veces imposible. En su grado más bajo, este trastorno se traduce por la imposibilidad de tomar una decisión. Los impulsos que surgen en la mente no son lo suficientemente fuertes para vencer las inhibiciones que se oponen al acto. Aunque vea con claridad la necesidad de actuar, aunque no tenga ni verdaderas objeciones ni prejuicios, el enfermo no puede realizar las acciones más sencillas. "No tiene ya voluntad", "no sabe lo que tiene que hacer", debe pedir consejo para todo, no puede hacer nada correctamente, porque no tiene ya la certeza de estar en el buen camino. Un enfermo declaraba: "Soy un débil que no sabe lo que quiere". Cuando, luego de mucho dudar, comenzó una acción, se detiene a todo momento pues le falta la energía de una resolución fuerte. El enfermo no puede concretar nada, hace todo mal, no avanza a pesar de la gran aplicación que pone para cumplir con su trabajo; no se complace con nada, siente que sobre él pesan las dificultades. Una enferma contaba que se había vestido una mañana temprano para salir y que por la tarde todavía estaba en la casa. Los movimientos más simples, si exigen un impulso voluntario, son más lentos y se cumplen sin fuerza: manos y pies ya no obedecen. El enfermo no puede tomar nada ni sostener nada: tiene como plomo en la lengua. Su actitud física es blanda, cansina, sus movimientos lentos y dificultosos, su expresión fija e inmóvil. Con el ergógrafo, Gregor y Hänsel demostraron la brusca y precoz caída de las elevaciones con una curva baja y prolongada, lo que muestra el rápido decaimiento del impulso voluntario y la conservación de la fuerza muscular. Las influencias 31 exteriores y en particular las excitaciones sentimentales, pueden neutralizar la inhibición. Con una orden enérgica o en caso de peligro, el enfermo puede cumplir actos que de otro modo le serían imposibles. Cuando se les administra una inyección no hay en general ningún movimiento de rechazo, o sólo si se tocan lugares muy sensibles: la flexibilidad cérea y los fenómenos de eco son frecuentes. En los casos más graves, en las formas estuporosas, toda exteriorización de la voluntad puede estar suprimida, al punto que el enfermo debe permanecer acostado y apenas puede abrir los ojos. Es incapaz de sacar la lengua, de comer, de dar la mano, o incluso de salir de la cama para hacer sus necesidades. Aunque comprenda las invitaciones que se le hacen, sólo se obtiene de él una débil y temblorosa tentativa de hacer los movimientos requeridos. Mantiene actitudes incómodas porque no puede cambiarlas para tomar otra posición; si se le ponen objetos en la mano, uno tras otro, trata de retenerlos convulsivamente, incapaz de ir abandonándolos. La curva que representa una reacción motora obtenida por Isserlin, en una deprimida, muestra claramente el fuerte obstáculo en los actos voluntarios más sencillos. (Fig. 9). Hay que compararla con la curva de los normales y de los catatónicos reproducidas más arriba: muestra la extrema lentitud de la flexión y de la extensión del dedo y la baja amplitud del movimiento. En general, el enfermo vive de manera lamentable la inhibición de la voluntad. En muchos casos aparece el sentimiento de insuficiencia, de incapacidad, mientras que la observación exterior no deja percibir nada sobre la dificultad creciente de la actividad voluntaria. Al comienzo, los enfermos pueden compensar en cierta medida el obstáculo en su vida interior con un aumento del esfuerzo voluntario. En la mayoría de los casos los enfermos interpretan el enlentecimiento de la actividad como una falta moral. Se hacen amargos reproches sobre su inacción, no quieren quedarse en la cama para no parecer perezosos. Algunos despliegan una suerte de trabajo febril, no se dan paz ni tregua para evitar los remordimientos: "Tuvimos que arrancarle la pala de las manos, si no, no se hubiera detenido nunca", contaban los familiares de un enfermo. Sin embargo es posible que, en casos de este tipo, intervenga cierta excitación psicomotora, La creciente dificultad para desencadenar la voluntad lleva naturalmente a una reducción de la actividad más o menos considerable. Si bien al comienzo el 32 enfermo cumple aún los actos más necesarios, toda actividad espontánea desaparece rápidamente. El enfermo abandona todas sus ocupaciones extraprofesionales, sus cargos honoríficos, deja de frecuentar a sus amigos, tiene la necesidad permanente de descansar. Más tarde descuida su higiene, no se controla más; finalmente, deja toda actividad y se confina en la cama donde queda tendido, sin hacer ningún movimiento e incluso se deja caer bajo la cama. Un hecho importante desde el punto de vista práctico es que la impotencia del enfermo para tomar una decisión disminuye en cierta medida el riesgo de suicidio, al menos en el pico de la enfermedad. Aunque conserve el vivo deseo de poner fin a su vida, no tiene la fuerza para realizarlo. Uno de mis enfermos se mantenía al borde del agua pero no tenía "el coraje" de arrojarse. Las manifestaciones exteriores de la voluntad se ven modificadas de manera muy diversa por el efecto de la inhibición. Como en primer lugar se vuelve difícil el desencadenar la decisión voluntaria, ciertos actos que se cumplen por costumbre, sin una intervención particular de la voluntad, no se ven impedidos, mientras que la inhibición se hace sentir ya con fuerza en otras áreas. Los enfermos todavía pueden vestirse, ocuparse, aunque ya no puedan tomar ellos mismos una resolución; llevan a cabo su trabajo habitual de cada día sin dificultad particular, pero retroceden atemorizados ante cualquier nueva empresa, ante la menor responsabilidad por tomar. El lenguaje que traduce los sentimientos internos se ve afectado fuertemente por la inhibición; incluso la mímica y los movimientos pierden su vivacidad. Los enfermos hablan en voz baja, lentamente, vacilando, de manera monótona, a veces tartamudeando, susurrando, se detienen de pronto en medio de una frase, antes de pronunciar una palabra. Guardan silencio, hablan sólo con monosílabos, no puede sostener una conversación, aunque sean capaces de contar o de leer a la velocidad normal; a menudo, en lugar de pronunciar cada palabra gracias a un esfuerzo repetido, dan su respuesta de una sola vez, o bien hablan en un murmullo, pero con fuerza, con gestos animados. Pferdsdorff llamó la atención sobre ciertos enfermos que cometen faltas graves al deletrear, omisiones, repeticiones, inversiones
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