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Kraepelin, E , Locura maníaco depresiva

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Kraepelin 
La locura maníaco-depresiva* 
 
 
Definición 
 
 La locura maníaco-depresiva1 tal como se la describirá en este capítulo, 
abarca por un lado todo el campo de la locura periódica y de la locura circular; por el 
otro, la manía simple, la mayor parte de los estados patológicos que se designan con 
el nombre de melancolía y también una cantidad considerable de casos de amentia. 
Finalmente también ubicamos aquí ciertas disposiciones del humor más o menos 
acentuadas, ya pasajeras, ya durables, que en cierto sentido podemos ver como el 
primer grado de trastornos más graves y que, por otra parte, se confunden sin límites 
netos con el conjunto de las disposiciones naturales del individuo. Con los años he 
llegado a tener la convicción cada vez mayor de que todos los tipos clínicos 
enumerados no son más que manifestaciones de un mismo proceso patológico. 
Quizás más tarde puedan distinguirse otra vez una serie de subformas o de 
pequeños grupos particulares; pero si ello ocurre, no podrá hacerse, en mi opinión, 
guiándonos por los signos que hoy día ubicamos generalmente en primer plano. 
 Lo que principalmente me lleva a adoptar esta actitud es que en todos los 
tipos patológicos citados, más allá de numerosas diferencias exteriores, 
encontramos ciertos rasgos fundamentales comunes. Junto con los síntomas 
variables que pueden aparecer de manera pasajera o estar completamente 
ausentes, hallamos en todas las formas de Ia locura maniaco-depresiva un grupo 
más estrecho mejor determinado, de trastornos más o menos marcados, reunidos de 
modo diferente según los casos; sin que se pueda considerar a cada uno de ellos, 
tomados en particular, como un signo de certeza, aunque sin embargo, por el hecho 
de estar reunidos, imprimen una marca característica a los diferentes tipos clínicos. 
Cuando uno se familiariza con ellos, casi siempre puede concluir sobre el aspecto 
particular de un caso dado por su relación con el vasto grupo de la locura maníaco-
 
* Este estudio constituye, en la 8ª edición del Tratado de psiquiatría, el capítulo XI, de la segunda parte (Leipzig, tomo III, 1913). Para 
mayor comodidad del lector se han separado por títulos los siguientes párrafos. Todas las figuras se reproducen, pero con distinta 
numeración. 
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depresiva y deducir su significación clínica y su pronóstico. Inclusive un corto 
período de la evolución de la enfermedad puede procurarnos en general este 
conocimiento, (así como el cambio que se produce en el conjunto de la vida psíquica 
en el paralítico general o el demente precoz hacen a menudo posible el diagnóstico 
de la afección, a pesar de la diversidad de las formas.) 
 Hay tal vez un hecho más significativo aún que la presencia de trastornos 
fundamentales, siempre los mismos en estos diferentes estados: todas las formas 
que vemos aquí en la unidad clínica no sólo presentan entre ellas toda una serie de 
transiciones, sin que se pueda marcar el límite donde una comienza y la otra 
termina, sino que a veces también, en un único y mismo caso, pueden superponerse 
o sucederse. Por un lado, como lo mostraremos en detalle más adelante, es 
absolutamente imposible, en teoría y en la práctica, separar de una manera neta las 
formas simples, periódicas y circulares; hay siempre transiciones insensibles. Por 
otro, vemos en el mismo enfermo sucederse no sólo la manía y la melancolía, sino 
también estados de confusión profunda y de incoherencia, ideas delirantes bien 
marcadas y por fin leves oscilaciones del humor. Por lo general además, una 
coloración especial y uniforme del humor forma el fondo sobre el que aparecen los 
accesos propiamente dichos de locura maníaco-depresiva. 
 Otra relación que une a todos estos estados patológicos y hace que su 
separación sea prácticamente un sin sentido, o casi, es el carácter idéntico de su 
pronóstico. Quizás haya accesos leves y graves, otros cortos y otros muy largos, 
pero se suceden entre sí, en desorden. Por ende, no se pueden utilizar estas 
diferencias para distinguir a varias enfermedades. Con mucha más razón podríamos 
pensar en constituir un grupo basado en la frecuencia de los accesos, lo que sería 
ideal para el médico. Pero una vez más no se trata, aparentemente, de diferencias 
fundamentales, pues desde este punto de vista no se han podido separar formas 
bien determinadas, sino sólo establecer algunas reglas generales. Por el contrario, 
salta a la vista que los accesos de locura maníaco-depresiva, tales como se los ha 
tratado de definir aquí, nunca llevan a un debilitamiento intelectual profundo, aun 
cuando se desarrollan sin interrupción durante toda la vida. En general, todos los 
síntomas desaparecen completamente después del acceso. Si excepcionalmente 
una vez no sucede así, vemos instalarse un debilitamiento psíquico muy leve, de 
naturaleza particular, común a todas las formas reunidas aquí y que se distingue de 
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la demencia que se ve en otras psicosis. 
 Un último argumento a favor de la concepción aquí defendida: debido a la 
unidad de la locura maníaco-depresiva es que las diferentes formas que abarca 
pueden reemplazarse unas a otras hereditariamente. En los miembros de una misma 
familia encontramos muy a menudo una cerca de la otra a locuras periódicas o 
circulares bien caracterizadas, trastornos del humor o estados de confusión que 
aparecen una sola vez accidentalmente y por fin, leves oscilaciones del humor 
regulares o un estado anormal permanente de la vida emocional. Más allá de la 
manera en que se encaren los estados maníaco-depresivos, desde el punto de vista 
de la etiología o de las manifestaciones clínicas, de la evolución o del desenlace, 
siempre se hallan puntos comunes que permiten afirmar su unidad y separarlos de 
las otras entidades mórbidas que se trataron en capítulos anteriores. La experiencia 
mostrará más tarde si debemos, en este vasto ámbito, distinguir subgrupos más 
pequeños y según qué principios debemos guiarnos para hacerlo. 
 Provisoriamente podemos utilizar, como principio de división más simple, la 
diferencia entre los estados que componen habitualmente la enfermedad. Por regla 
general, ésta evoluciona en accesos, que se distinguen de manera más o menos 
clara entre si o del estado normal, accesos que son parecidos o diferentes, pero que 
a menudo presentan entre sí una oposición completa. Así, distinguimos primero 
estados maníacos, cuyos signos esenciales son la fuga de ideas, el humor alegre y 
la necesidad imperiosa de actividad; y estados melancólicos o depresivos 
caracterizados por la tristeza o la angustia y por la dificultad de pensar y actuar. Son 
estas dos formas clínicas opuestas las que dieron su nombre a la enfermedad. Pero 
junto con ellas observamos también en la clínica estados mixtos en los que las 
manifestaciones maníacas y melancólicas se asocian entre sí, de manera que se 
obtiene un tipo en el que se encuentran los mismos síntomas que en los estados 
precedentes, pero que no podemos ubicar sin violar la lógica ni en una ni en otra 
categoría. 
 Antes de pasar a la descripción de los diferentes estados y de seguir su 
evolución clínica, será útil echar un vistazo al conjunto de los trastornos psíquicos 
que caracterizan a la locura maníaco-depresiva. 
 
 
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Signos psíquicos 
 
Apercepción 
 
 En general la apercepción2 está debilitada en la manía, algunas veces en 
grado considerable; sólo en las formas más leves de la enfermedad hallamos valores 
que se acercan a los resultados más débiles obtenidos con los sujetos normales, 
pero que, sin embargo, permanecen netamente por debajo de la media. Paton 
obtuvo en el examen de la sensibilidad maníaca, cifras asombrosamente bajas. 
Wolfskehl, que estudió la percepción de series de letras con el taquitoscopio, halló 
que los enfermos daban en promedio, comparados a testigos normales, casi un 
cuarto de respuestasjustas de menos. Lo notable es la cifra relativamente alta de 
errores, que así y todo nunca alcanza a la de los dementes precoces, incluso en las 
peores pruebas, pero supera en 3/4 la de las lecturas inexactas de los sujetos 
normales. La primera columna de la Figura 1 muestra un gráfico de este informe y 
permite comparar las respuestas exactas e inexactas de los enfermos con las de Ios 
sujetos normales. Los enfermos perciben tal vez de una manera superficial e 
imprecisa, pero el detalle de los experimentos muestra también que su logorrea los 
conduce a dar respuestas en casos en los que no vieron nada en absoluto. Con 
frecuencia, la gravedad de los trastornos de la apercepción contrasta fuertemente 
con lo leve de los síntomas clínicos. 
 
Atención 
 
 Si la apercepción es tan defectuosa, se debe principalmente a la 
extraordinaria inestabilidad de la atención. El enfermo pierde progresivamente el 
poder de elegir y de ordenar las impresiones: cada nueva excitación sensorial se le 
impone con fuerza y se desvía entonces hacia ella. Incluso si se logra llamar su 
atención por un momento presentándole objetos y pronunciando una serie de 
palabras, esta desvía muy fácilmente hacia cualquier nueva excitación. La imagen 
que el enfermo se hace del entorno y de los acontecimientos es más incoherente y 
plagada de lagunas que si hubiera debilitamiento del proceso perceptivo en sí 
mismo. 
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 En los estados depresivos, la apercepción aparece mucho menos trastornada: 
en general no se observa la tendencia a las lecturas incorrectas. Franz y Hamilton 
hallaron en enfermos inhibidos una elevación del umbral para el contacto, la presión 
y el dolor. En casos más graves, las expresiones empleadas a menudo por los 
enfermos muestran que hay, en general, un enlentecimiento y dificultad para 
reconocer, porque las impresiones exteriores no tienen ya eco en la conciencia. En 
el proceso de la apercepción no se ven surgir de forma inmediata y en bloque esos 
recuerdos que nos permiten asociar la percepción presente con la experiencia 
anterior e insertarla sin esfuerzo en el curso de la representación. De esta forma los 
enfermos se vuelven más o menos incapaces de elaborar intelectualmente, de 
comprender los acontecimientos. Con frecuencia explican que, a pesar de todos sus 
esfuerzos, no logran encontrar sentido a lo que leen, seguir un análisis. "Es como 
una bruma que se extiende sobre todas las cosas" decía un enfermo, y otro 
declaraba "que ya no era tan capaz de comprender como antes". En su grado más 
elevado, en los estados de estupor, los enfermos no pueden comprender ya nada 
más del mundo que los rodea, mientras que las percepciones sensoriales aisladas 
se cumplen aún de manera relativamente satisfactoria. 
 Agreguemos a todo esto importantes trastornos en lo que atañe a la movilidad 
de la atención. Los enfermos no logran ya dirigir su mente con rapidez y sin esfuerzo 
hacia las impresiones o las representaciones que quieren; no pueden ni prestar 
atención a un objeto ni sustraerse por su propia fuerza a las representaciones que 
surgen espontáneamente o que se suscitan en ellos por acontecimientos exteriores. 
Por otro lado, esta parálisis de la atención presenta los grados más diversos. 
 
Conciencia 
 
 Por lo general, en las formas más graves la conciencia de los enfermos se 
halla trastornada. En el punto máximo de la excitación, las impresiones y las 
representaciones se vuelven oscuras y confusas. Como resultado de ello tenemos 
trastornos de la orientación: los enfermos no se dan cuenta exactamente del lugar en 
el que están. Todo está embrujado, no se trata del "mundo verdadero". Están en una 
"casa de masones", en una "casa de resurrección", bajo tierra, en el purgatorio, en el 
cielo, "muy lejos del mundo". Confunden las personas, creen que los enfermeros son 
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espíritus, que el médico es el diablo, una vecina de cama es para ellos la Madre de 
Dios, una vieja amiga de su marido es el marido mismo, llaman a los médicos y a los 
demás enfermos con el nombre de parientes o amigos. Estas confusiones se 
explican a veces por lejanos parecidos, en otros casos parece haber más bien un 
juego mental, en el que el enfermo se complace, siendo a medias consciente de lo 
arbitrario de su actitud. Esto se observa sobre todo al final de los accesos de 
excitación, cuando las designaciones erróneas aún se conservan, aunque la 
conducta de los enfermos y algunas de sus palabras muestran que saben muy bien 
dónde están y quiénes los rodean. En los estados de depresión también 
encontramos trastornos de la conciencia más o menos profundos que van hasta el 
estado crepuscular propiamente dicho. A veces aparece una suerte de aturdimiento 
análogo al sueño y de un carácter muy peculiar durante el cual el enfermo atraviesa 
en su delirio las aventuras más confusas y extrañas. 
 
Memoria 
 
 La memoria no se ve disminuida de manera durable, pero con frecuencia los 
enfermos pierden temporariamente el poder de utilizar su stock de recuerdos. Sobre 
todo en los estados de depresión se tornan olvidadizos; a veces son incapaces de 
recordar los hechos y conocimientos más sencillos. Se ven forzados a pensar largo 
rato antes de hacer una operación matemática, de relatar un hecho; a veces no 
pueden decir en qué año nacieron, el nombre de sus hijos, se enredan en 
contradicciones groseras que corrigen al cabo de poco tiempo. 
 
Poder de fijación 
 
 El poder de fijación en los maníacos sufre los mismos trastornos que la 
apercepción, según las investigaciones de Wolfskehl. Tenemos un ejemplo en la 
figura 1, donde se representó, para las letras del alfabeto, la proporción de recuerdos 
fijados en los sujetos normales y en los enfermos después de un tiempo de 5, 20 y 
40 segundos. Vemos que en los enfermos la calidad de respuestas correctas es 
menos elevada, la de los errores es, por el contrario, sensiblemente mayor que en 
los normales, sobre todo si se considera los intervalos más largos. Distinguimos aquí 
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el proceso que origina los errores de memoria. Como lo muestra el estudio de las 
respuestas erróneas, la tendencia del enfermo a las asociaciones puramente 
verbales cumple aquí cierto papel. Hay un hecho importante también: los valores 
medios obtenidos en los maníacos con tiempos cortos acusan una disminución de 
las respuestas correctas (de 1, 19 a 1, 10) mucho más marcada que en los 
normales; este fenómeno es aún más claro si tomamos casos particulares. Algunos 
hechos nos llevan a ver en esto un signo de oscilaciones más fuertes de la atención. 
 
Recuerdos incorrectos 
 
 En conformidad con los resultados de las investigaciones experimentales, 
encontramos con frecuencia, sobre todo en los maniacos, grandes errores en los 
recuerdos. A veces los enfermos presentan una tendencia a fabular, a describir, 
hablando en pasado, escenas extrañas en las que ellos mismos creen más o menos. 
El recuerdo del ataque es en general un poco confuso, sobre todo cuando se trata 
de excitación maníaca fuerte o de estados crepusculares. Los acontecimientos que 
ocurrieron durante la enfermedad son relatados de buena fe de manera totalmente 
diferente de como sucedieron en realidad, y es esto lo que le impide al enfermo, 
incluso una vez curado, darse cuenta cabal de su propio estado y del de su entorno. 
 
Trastornos sensoriales 
 
 A menudo en los estados más diferentes se observan trastornos sensoriales 
episódicos que, a fuerza de repetirse y agravarse, pueden pasar a un primer plano. 
Se trata en general de ilusiones que son la consecuencia ya sea de una percepción 
incompleta, ya sobre todo de los violentos trastornos emocionales propios de la 
enfermedad. Por Io tanto el tema de la ilusión tiene comúnmente estrecha relación 
con el pensamiento y el humor de los enfermos. El entorno les parece transformado, 
los rostros son dobles, sombríos, su propia imagen en el espejo es negra;ven luces, 
una nube blanca, una "bruma de opio, de morfina y de cloroformo", chispazos, la 
sombra de un hombre en la ventana, una figura en un rincón de la habitación. Los 
hombres se transforman, aparecen como "fantasmas", los niños parecen cambiados, 
el médico no es más que una "imagen" o es el diablo. Las sillas se mueven, los 
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retratos hacen señas con los ojos, una hoja de papel gris se transforma en la cabeza 
de una princesa muerta. El enfermo percibe un murmullo, susurros, zumbidos, el 
ruido del infierno; escucha que alguien sube la escalera, se pasea en el desván, "el 
diablo ronda la casa", que la muerte rechina los clientes en la pared, oye un gran 
estruendo “como si hubieran arrojado un cadáver por la ventana", ruido en la 
chimenea "como si un hombre quisiera bajar por ella". Murmuran en su cabeza, oye 
como tañidos de campanas, el ruido del mar, como llamados de socorro, disparos, 
lamentos y gemidos, gritos, llantos, rezos y quejas dolorosas, griteríos, insultos. Los 
espíritus zumban juntos, otros murmuran frases sobre los enfermos. A veces, las 
percepciones erróneas se asocian a sensaciones reales. Los pájaros gritan el 
nombre de los enfermos, silban: "¡Ahí viene Emilie!”, el reloj de péndulo dice: "¡Eres 
un perro! ¡Ahí estás otra vez! Llevaste a tu padre al asilo, eres el diablo, eres una 
perra"; los latidos arteriales en la oreja se transforman en un reproche "mal chico, 
mal chico" o "puta, puta", y estas frases se le atribuyen al diablo. 
 Junto con estas ilusiones en las que encontramos con facilidad los 
sentimientos del enfermo, hallamos a menudo también verdaderas alucinaciones. 
Por la noche, figuras enmascaradas entran en la habitación; se le aparece al 
enfermo una tumba abierta, su mujer muerta, el apóstol San Pablo con ángeles, el 
Salvador en la cruz, la Madre de Dios, Jesús coronado de rosas, el ojo de Dios, el 
diablo. Ve cadáveres, esqueletos, "malos espíritus", monstruos, la cabeza cortada de 
sus hijos sobre un muro, anillos de fuego que simbolizan sus pecados. En pleno día 
surgen ante él imágenes grotescas, rostros de colores variados, figuras como la que 
se representa en la Figura 2 según el dibujo de una enferma. El enfermo los ve 
reírse de él en el libro que quiere leer, en las sábanas, en la pared, que lo miran 
desde la ventana. En la comida pululan los gusanos, pequeñas cabezas cortadas. 
Un enfermo veía un clavo y una cuerda, lo cual era una invitación al ahorcamiento. 
 A través de las paredes y por las ventanas resuenan las advertencias, 
llamados, la risa del diablo, los llantos de una madre difunta, gritos de niños, el canto 
de los ángeles. La mayor parte del tiempo estas alucinaciones auditivas tienen un 
contenido desagradable, apto para convocar la angustia. Le muestran al enfermo 
todos los errores que cometió, lo tratan como si fuera un asesino, lo instan a 
suicidarse. "¡Es tu tumo! ¡A la horca!" 
 "¡Ojalá se colgara! Si no, todavía lo tendremos por diez años!” "¡Sacerdote 
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asqueroso, asqueroso prusiano, asesino!" "¡Personaje grosero!" "¡Envenenadora!" 
"¡Desgraciada!" "¡Cerdo!" "¡Animal maloliente, bestia!" "¡Monstruo!" "¡Basura!" 
"¡Sucia!" "¡Ah! ¡Qué mal hueles!" ¡Vas a reventar!" "¡Hay que venir!" "¡Sáquenlo!". He 
allí la amenaza de las voces: "¡Vas a ir al infierno!" "No vayas más lejos, este no es 
tu lugar. Dios no muere..." "¡Ahora estás atrapado!" "¡Mírenlo correr, ya no se nos 
escapará!" "¡Lo echaremos y haremos que la sirvienta sea el ama de casa!" "¡Ya no 
puede escapar, la cortaremos en pedazos!" "¡Lo tenemos, va a dormir bien!". Muy 
rara vez las voces anuncian cosas agradables. Una enferma oía cantar que ella era 
la Madre de Dios, otra que su hijo había ganado millones: un enfermo recibía "cosas 
santas de Dios". 
 Las alucinaciones auditivas sólo se producen por la noche o al menos son 
más fuertes en ese momento: En general, no parecen alcanzar una claridad perfecta 
desde el punto de vista sensorial; son voces "como en sueños", "que vienen del otro 
mundo", "voces etéreas" que "vienen de Dios"; más raramente un teléfono o un 
fonógrafo, telegrafía sin hilos. Su origen rara vez es asociado con un objeto exterior: 
es la cama la que habla, es Dios; una hermana muerta llama; se oye la voz de 
Jesús; una violeta blanca dice: "Es la voluntad de Dios". El padre difunto declara: 
"Estoy tras de ti, soy yo quien está hablando". Con mayor frecuencia, las 
percepciones erróneas tienen su origen en el cuerpo mismo. Hablan en el estómago, 
en la oreja izquierda, son palabras susurradas desde adentro. El diablo habla en el 
corazón del enfermo; insulta dentro de él, el enfermo lo oye "por dentro, pero no con 
las orejas". "Una voz interior, en mi corazón me dice asquerosidades sobre Nuestro 
Señor", declara una enferma; otra oía "voces que vienen del interior que gimen"; 
"hablan en mi cabeza", explica una tercera. Las palabras oídas a menudo están muy 
relacionadas con las ideas del enfermo. Los enfermos explican que alguien los 
interroga; sus pensamientos se repiten en voz alta al cabo de dos a tres minutos. 
Algunos comienzan un verdadero diálogo con su voz: una enferma aseguraba que 
oía hablar dentro de su cuerpo y que obtenía respuestas "justo lo que estaba 
pensando"; para otra, la gente repetía lo que ella misma había dicho antes que ellos. 
A veces las voces dan órdenes, sobre todo la de destruirse, como ya hemos visto. 
 En general, como las alucinaciones no alcanzan la claridad imperiosa que 
tienen en el delirio alcohólico o en la demencia precoz, los enfermos no logran dar el 
texto palabra por palabra, cuando se trata de frases largas, sino que sólo dan su 
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contenido. Quizás, una enferma escribe que oyó decir a su vecina: "Su sangre está 
descompuesta, toda su comida se transforma en carne humana, pronto tendrá la 
cara hinchada como un cerdo y sus ojos desaparecerán completamente"; otra 
agregaría lo siguiente: "Esto no puede haber sucedido por sí solo. Debe haber sido 
una perdida, y todos los muchachos que iban a su casa...” Pero según las 
circunstancias, me parece muy dudoso que semejantes dichos, que reproducían en 
este caso las eternas preocupaciones de la enferma, hayan sido oídas en verdad 
palabra por palabra. 
 A los trastornos sensoriales de la vista y del oído se les agregan los de los 
otros sentidos, mucho menos importantes. Hay en la casa un olor agrio; el sudor 
exhala un hedor abominable; los alimentos tienen un sabor dulzón o nauseabundo, 
corno si fuera carne humana u orina. La cama se mueve, recorrida por corrientes 
eléctricas. Por el contrario, las sensaciones cenestésicas desagradables son muy 
frecuentes y variadas e incluso a veces pueden dominar la escena. Con gran 
frecuencia encontramos cefaleas, migrañas, pesadez sorda, sensación de un círculo 
alrededor de la frente, de un casco pesado, de un peinado de plomo. En el resto del 
cuerpo también se hacen sentir dolores de todo tipo: Schröder puedo observar esto 
en el 62% de los casos. La lengua es muy sensible, hay dolores de espalda, corno si 
estuviera rota, los dolores van desde la uretra a la nuez de Adán, en el cuerpo hay 
una verdadera rabia, un incendio. En uno de mis pacientes, la enfermedad se inició 
con dolores tan violentos que luego del fracaso de todos los demás medios trataron 
de aliviarla con una operación. Se trata una vez más de cosquilleos, desgarros, 
palpitaciones en la cabeza, tirones en las piernas, ruidos en los intestinos, ansiedad 
y "sensaciones vergonzantes" en el bajo vientre. Para precisar estas ideas doy aquí 
un fragmento tomado de la auto-observación de una enferma que creía haber 
contraído una enfermedad vergonzante (sífilis) mientras se masturbaba: 
 
 Seis meses atrás la enferma sintió dos violentos golpes en la cabeza, inmediatamente, 
sacudidas violentas en el vientre, el corazón, la columna vertebral y el occipital, 
temblores en manos y pies, donde las venas se han hinchado;el rostro es macilento, 
como de plomo; flatulencias. Al cabo de algunas semanas, las venas disminuyen de 
volumen: en las manos y sobre todo en las articulaciones, pinchazos como los de mil 
agujas. La piel de las manos se arruga, se vuelve como si fuera de cuero; durante el 
baño, tenía la sensación de desprenderse de sí misma. Al hacerle una inyección o un 
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corte, la sangre no corre, es una suerte de serosidad blancuzca. Sensación atroz de 
quemaduras en los párpados, los labios, la lengua, el paladar y luego moretones y 
agujeros en el cuerpo, como los que se hacen con un hierro candente. Pequeñas 
manchas rojizas como en los ancianos. Luego una exudación en todo el cuerpo, como si 
la savia vital se coagulara; en las articulaciones, como plomo derretido. Pérdidas 
blancas, irregularidad de las reglas con largas interrupciones y cuando la sangre volvía, 
era más líquida, como si no hubiera substancia coagulante. Al comienzo, abundante 
orina, luego muy poca, deposiciones sólo con purgantes. Más tarde un fuerte olor de la 
orina y la materia fecal; los pies, que la mayor parte del tiempo estaban fríos y arrugados, 
como muertos, se tornan blancos de vez en cuando y exhalan el mismo olor. Los latidos 
del pulso y las sacudidas aumentan, pero lo que es más angustiante es un crepitar en la 
cabeza como si hubiera allí algo mustio, seco; en los oídos un tic-tac como de reloj a tal 
punto que se vuelve difícil apoyar la cabeza sobre un almohadón. Los temblores de 
manos y brazos aumentan. Gran adelgazamiento, encogimiento del pecho. Cuando la 
enferma está acostada, su cuerpo arde como si fuera de plomo. Empequeñecimiento de 
los párpados. Carnes blandas. La piel se cubre de pequeñas manchas y se escama. A 
menudo, ligero olor de quemado en la piel. La sangre quema, como si la hubieran 
calentado. Desde hace un tiempo, aumento de peso - es visible que todo se va en los 
músculos y nada en la sangre, pues las venas disminuyen cada vez más. En el codo, los 
músculos duelen, como si fueran a separarse del hueso. El pulso es fuerte en la 
articulación de la muñeca. Durante el sueño, sensación de una mano ardiente que se 
posa sobre el cuerpo. Insensibilidad creciente. En la piel, ninguna actividad. En el sudor 
de las manos, secreciones brillantes como perlas de vidrio, etc… 
 
 Vemos aquí que la mayor parte del tiempo hay sólo hiperestesia, pero hay 
también interpretaciones delirantes sobre sensaciones insignificantes en sí mismas. 
Es lo que aparece con claridad cuando los enfermos pretenden sentir que la comida 
pasa directamente a sus venas, que sus mucosas y sus glándulas son roídas, que 
sus nervios se disuelven, que no hay más grasa en su sangre, ni médula, ni 
albúmina, que su cuerpo trabaja interiormente, que gusanos blancos les quitan todo 
lo que hay en el cuerpo y trepan hasta la epidermis. 
 Esta hiperestesia para las sensaciones internas contrasta con la disminución 
de la excitabilidad de los centros nerviosos en los estados maníacos. Allí 
observamos una insensibilidad asombrosa al calor y al frío, al hambre y a la sed, al 
dolor y a las heridas. Los enfermos se exponen durante horas al sol más ardiente, se 
desvisten en medio de un frío invernal, se olvidan de comer y beber, arrancan sin 
cuidado alguno las vendas que cubren sus heridas y golpean sus miembros 
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fracturados o las partes enfermas de sus cuerpos sin manifestar ningún dolor. 
Asimismo, jamás muestran los temores más justificables a propósito de su 
enfermedad o de su vida, o los descartan sin más. 
 
Curso de las representaciones 
 
 El curso de las representaciones sufre en general trastornos muy importantes 
y marcados. En los estados de excitación, los enfermos no pueden seguir de manera 
metódica un orden determinado de pensamientos; saltan sin cesar de una serie de 
ideas a otra, para abandonar esta última casi inmediatamente. A una pregunta que 
les atañe, quizás den primero una respuesta correcta, pero mezclarán una cantidad 
de comentarios que sólo tengan una relación muy lejana, o sin relación alguna con el 
tema. Como consecuencia de estas interpolaciones y descarrilamientos perpetuos, 
son incapaces de contar una historia un poco complicada si no se los lleva en todo 
momento hacia el camino correcto con interrupciones y preguntas. El curso de las 
representaciones no está más dominado por una representación de conjunto, como 
en el normal, que en el momento indicado imprime una dirección bien determinada a 
las asociaciones de ideas e inhibe todo lo que es accesorio y accidental. Las 
representaciones dirigidas por el encadenamiento general del pensamiento no toman 
el primer lugar, sino las que se ven favorecidas por los hábitos mentales. Es por ello 
que se pasa así de una representación a otra similar o sólo cercana a la primera, sin 
consideración del objetivo perseguido en primer lugar. La relación entre los 
elementos del pensamiento se deshace poco a poco; de allí el trastorno que hemos 
aprendido a conocer con el nombre de confusión por fuga de ideas. 
 A menudo los enfermos mismos perciben muy bien esta fuga de ideas. Se 
quejan de no poder concentrarse, de no poder reunir sus pensamientos. Los 
pensamientos vienen solos; se imponen, nos dicen. "No puedo atrapar todos los 
pensamientos que se precipitan en mí" declaraba un enfermo. "Es como una 
tempestad en mí cabeza" decía otro; "todo se mezcla", "mis pensamientos se hacen 
pedazos" expresaba un tercero. "No soy el dueño de mis pensamientos". "Un 
pensamiento echa al otro, no hacen más que aparecer y desaparecer". He aquí 
expresiones que permiten comprender este fenómeno. 
 También en los enfermos deprimidos encontramos con frecuencia la fuga de 
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ideas; tal vez no sea fácil descubrirla en los discursos reducidos al mínimo de 
enfermos que hablan muy poco, pero, muchas veces aparece con claridad en 
abundantes explicaciones escritas. Los enfermos se. quejan de que tienen 
"demasiados pensamientos en la cabeza", que no pueden rezar, trabajar, porque 
otros pensamientos, "intrusos", vienen a interponerse entre ellos y sus ocupaciones, 
que no pueden tener "ningún pensamiento durable", que deben pensar en todas las 
cosas posibles e imaginables. A menudo también parecen producirse alternancias 
bruscas entre la fuga de ideas y la inhibición del pensamiento que describiremos 
más adelante. “Los pensamientos se detienen -dice un enfermo- luego vuelven 
solos, se van donde quieren". 
 Como la fuga de ideas no es otra cosa que una de las manifestaciones de la 
extrema inestabilidad mental, observamos por lo común que los enfermos que 
presentan este síntoma, precisamente porque son sensibles a las impresiones 
exteriores más que a otras, pueden ser llevados por éstas a una nueva orientación 
del curso de sus pensamientos, y esto se refleja luego en su lenguaje. Un objeto que 
ven, una inscripción, un ruido inesperado, una palabra que llega a sus oídos, se 
inserta en su discurso y puede despertar una serie de representaciones similares o, 
con mayor frecuencia, asociadas solamente en expresiones hechas o por 
consonancia. Sin embargo, la facultad de observación y la apercepción no se 
encuentran aumentadas. A menudo los enfermos perciben sólo de manera 
superficial e imprecisa y no se preocupan de lo que ocurre a su alrededor, pero si 
notan una cosa, su pensamiento se ve influenciado por esto inmediatamente y en 
general también el flujo de su discurso; formulan su percepción en palabras y una 
vez tomado el impulso se dejan ir sin ningún objetivo. 
 Las investigaciones sobre la asociación, principalmente las de Aschaffenburg 
y las de Isserlin, nos han dado información muy importante sobre el proceso del 
pensamiento en la fuga de ideas. Aschaffenburg demostró que los tiempos de 
asociación en los maníacos, contrariamente a la idea que dio origen a la expresión 
misma de fuga de ideas, no disminuían, sino que en general y por elcontrario, 
aumentaban, lo que concuerda con el hecho observado a menudo de la fuga de 
ideas completamente caracterizada que coincide con un enlentecimiento de la 
palabra. Franz llegó a las mismas conclusiones. Isserlin estudió sobre todo la 
duración de las representaciones en los maníacos. Halló que en ellos las 
 14 
asociaciones mostraban una gran inestabilidad manifestada por una tendencia a 
"divagar", a escapar del círculo de las representaciones inductoras para pasar a otro, 
fenómeno muy característico de la manía. Kilian y Gutmann insisten además en la 
repetición frecuente de la palabra inductora. Isserlin pudo establecer, con ayuda de 
asociaciones en serie, que se producía un cambio de dirección en el pensamiento en 
los normales cada 5 ó 6 segundos más o menos y en los maníacos, por el contrario, 
al cabo de 1,6 a 1,7 segundos. La duración de una representación simple puede ser 
evaluada con el método de la inscripción fonográfica en cerca de un segundo para 
los enfermos mientras que oscila en los sujetos normales entre 1,2 y 1,4 segundos. 
La característica esencial del pensamiento maníaco es pues la fugacidad de las 
representaciones consideradas aisladamente; no se fijan en la conciencia, se 
desvanecen casi inmediatamente después de haberse formado. Un enfermo decía: 
"Mis pensamientos son tan rápidos que no puedo retenerlos". 
 
Inhibición del pensamiento 
 
 La inhibición del pensamiento que encontramos de forma más o menos 
pronunciada en casi todos los estados de depresión, y además en ciertos estados 
mixtos de manía estuporosa y en las formas vecinas de la excitación maníaca, 
parece ser justo lo contrario de la fuga de ideas. Los enfermos se muestran 
incapaces de disponer a voluntad de sus propias representaciones y sienten a 
menudo ellos mismos esta incapacidad que los aflige sobremanera. Las 
representaciones, al parecer, se desarrollan lentamente y sólo gracias a estímulos 
muy fuertes. Por consiguiente, la impresión sólo llega a despertar, fácil y 
rápidamente, una cantidad de asociaciones entre las que sólo tendríamos que elegir. 
La asociación de las ideas se realiza así según el contenido de las representaciones 
y no según relaciones exteriores, relaciones puramente verbales o consonancias. 
Por lo común, la enferma casi no tiene ya ideas espontáneas y debe conducir su 
pensamiento con dificultad a través de una serie de sucesivos esfuerzos voluntarios. 
De allí se desprende una gran dificultad para pensar, un enlentecimiento en las 
ideas, respuestas absurdas a las preguntas más sencillas, disminución de la 
inteligencia, pobreza de ideas. "El pensamiento no funciona más, no puedo 
representarme nada, no puedo pensar en nada, mi cabeza está vacía”, dicen los 
 15 
enfermos, "mis facultades intelectuales se van, estoy como muerto intelectualmente, 
estoy como en un sueño, apático, ya no sé nada más". A veces, se quejan también 
de que las representaciones sean ahora descoloridas y pálidas, que se sienten 
incapaces de recordar mentalmente tal o cual impresión particular, un 
acontecimiento, un paisaje, un cuadro, el rostro de las personas amadas. Saben qué 
aspecto tienen las cosas, son capaces de describirlas, pero les falta el recuerdo 
sensorial con su color. 
 Los enfermos de este tipo sólo tienen una cantidad extremadamente pequeña 
de representaciones, incluso cuando la expresión del pensamiento no parece estar 
obstaculizada. Así pues, se los considera en general como muy debilitados mientras 
que la evolución ulterior muestra que se trataba de una dificultad de pensar y que no 
había destrucción definitiva en el stock de las representaciones. 
 Las representaciones, una vez instaladas en la conciencia, no son más 
reprimidas por la aparición de otra serie de ideas, pero palidecen lentamente antes 
de desaparecer y con frecuencia se fijan con gran tenacidad, sobre todo cuando 
hunden sus raíces en el estado sentimental. La consecuencia de este hecho es una 
extraordinaria uniformidad en el contenido de las representaciones. Los enfermos 
vuelven siempre sobre los mismos pensamientos, no se dejan desviar, regresan a su 
eterno lamento luego de cada nueva pregunta: "Me veo obligado a devanarme los 
sesos durante horas sobre reproches que me hago todos los días", decía un 
enfermo. A veces, estas ideas que reaparecen siempre a pesar de la voluntad del 
enfermo toman características de ideas obsesivas. Los enfermos están 
atormentados a pesar suyo por el temor permanente de haber matado a alguien, de 
haber arrojado a un hombre al agua, pisoteado hostias, tragado un alfiler, ensuciado 
los excusados. 
 En la depresión, los experimentos sobre la asociación dan resultados 
completamente diferentes de los que encontramos en la manía. Esta diferencia 
aparece claramente en la siguiente comparación tomada del trabajo de Isserlin, entre 
dos series de experimentos hechos en el mismo enfermo, uno el 25 de abril, durante 
el período de excitación, otro el 8 de septiembre, durante el período de depresión. 
 La duración de las asociaciones se halla quintuplicada en la depresión y en la 
zona media que separa las cifras extremas obtenidas, y da así un idea clara de su 
distribución, también muy aumentada. Los tiempos de asociaciones no sólo son más 
 16 
largos, también son más desiguales. La relación entre las asociaciones internas y 
externas se halla invertida; mientras que en la manía las asociaciones según las 
relaciones externas, sobre todo según hábitos verbales, son netamente dominantes, 
en los enfermos deprimidos, están bien por debajo de las asociaciones por 
relaciones internas. Los dos estados se oponen también en el hecho de que en el 
segundo vemos desaparecer casi enteramente las asociaciones por simple 
consonancia, que tienen un papel tan importante en la manía. Tampoco 
encontramos en la depresión la "divagación" tan característica de la inestabilidad 
maníaca, ni las repeticiones frecuentes con palabra inductora que se deben sobre 
todo a la falta de atención. 
 
Productividad 
 
 La productividad mental está en general muy disminuida en la manía. 
Debemos exceptuar los casos muy leves de excitación maníaca donde la excitación 
de la voluntad llevada por la enfermedad puede, en ciertas circunstancias, liberar 
fuerzas que, de no ser así, hubieran quedado inhibidas. Particularmente la actividad 
artística se ve acrecentada por el abandono sin reservas a las impresiones y a los 
sentimientos del momento, la actividad poética lo está más aún por la nueva facilidad 
de expresión verbal. Esta acción favorecedora asombra sobre todo por contraste con 
la acción inhibidora durante el período de depresión. Pero, en las formas francas de 
excitación maníaca, lo que domina es la influencia desfavorable de la inestabilidad y 
de la inconstancia de la voluntad. Podemos convencernos fácilmente: el flujo de 
pensamientos que hallamos en los enfermos no es en absoluto riqueza de ideas, 
sino sólo de palabras; se reduce muy a menudo a repeticiones monótonas. Incluso 
las bromas que hacen son casi siempre simples juegos de palabras y manifiestan 
sólo la tendencia a las asociaciones por consonancia. Encontramos en ellos la 
afectación de emplear lenguas extranjeras y fácilmente puede ponerse en evidencia 
una serie de rasgos similares a los de la ebriedad o la parálisis intelectual; sin 
embargo, con frecuencia comprobamos aquí que hay en los enfermos, 
contrariamente a los resultados de la medición científica, la ilusión de un aumento de 
la productividad. Ésta tiene tan poco valor demostrativo como el sentimiento 
experimentado por el sujeto de una frescura de espíritu, de una salud intelectual muy 
 17 
particular, sentimiento que nace de la euforia maníaca. 
 Por el contrario, en los estados de depresión el sentimiento de molestia 
intelectual es más fuerte que la disminución real de la productividad: esto se debe a 
que la inhibición del pensamientopuede ser neutralizada hasta cierto punto por un 
esfuerzo de la voluntad, y es justamente por esto que se la vive más intensamente. 
Los enfermos se quejan de estar "como embrujados", "como encadenados", de tener 
la mente paralizada, de necesitar varias horas para cumplir el trabajo más sencillo 
que antes podían terminar en algunos minutos, como por ejemplo escribir una carta. 
 Para determinar de manera más precisa la productividad, hice hacer en varias 
oportunidades a los maníaco-depresivos las pruebas de cálculo, utilizando el método 
usual en la medición de la fatiga. Rehm examinó alrededor de 24 sujetos normales y 
34 enfermos, en los estados más diferentes. Halló que la producción de los últimos 
era, en promedio, inferior en un tercio a la de los primeros. Los resultados fueron 
mejores en los maníacos que en los deprimidos. El debilitamiento más considerable 
se halla en los enfermos que, desde el punto de vista clínico, presentan una 
inhibición muy marcada, pero también en los deprimidos con excitación. El progreso 
diario debido al ejercicio fue más débil que en los normales e incluso una vez fue 
negativo, pero en cierto número de casos también superó la cifra más alta dada por 
los normales. Estos hechos muestran que la inhibición que actúa ora al inicio, ora 
durante el curso de la prueba, disminuyó la producción de una manera insólita. 
Debemos interpretar de la misma manera la siguiente observación: el efecto de 
descanso de una suspensión de trabajo en medio de la prueba sigue estando en 
casi la mitad de los enfermos por debajo de la cifra más baja dada por los normales; 
en más de un tercio de los casos es incluso negativa, lo que nunca podría producirse 
en sujetos normales. Es pues menester que aquí hayan aparecido inhibiciones, 
durante el cese del trabajo, cuyo efecto superó, en ciertos casos, el efecto del 
reposo. 
 Las pruebas de cálculo organizadas por Hutt sobre 8 maníacos y 17 
deprimidos mostraron, en general, una baja de la producción que en los primeros es 
insignificante, siempre y cuando la diferencia de cultura permita una comparación 
con los normales examinados. El progreso diario debido al ejercicio permaneció por 
debajo del de los normales y fue negativo en un caso. Así mismo, en varios casos, 
se obtienen valores negativos para el efecto de descanso de la suspensión del 
 18 
trabajo; la acción desfavorable de la interrupción fue generalmente más marcada 
que en los normales. Finalmente, cabe hacer notar que en ciertos casos, 
contrariamente a lo que sucede en los normales, a la baja de la producción después 
del reposo se le agrega una elevación de esta producción durante un trabajo 
ininterrumpido; este fenómeno no puede ser explicado más que de una manera: la 
acción ejercida por la continuación del trabajo, que descarta las influencias 
inhibitorias, es más fuerte que la acción de la fatiga. Parece además, y es lo que 
confirma la experiencia clínica, que en nuestros enfermos, el impedimento de la 
producción puede neutralizase con relativa rapidez gracias al esfuerzo y los 
estímulos, pero reaparece, algunas veces aumentado, en cuanto se deja la 
actividad. 
 
Ideas delirantes 
 
 Las ideas delirantes son frecuentes en la locura maníaco-depresiva, sobre 
todo en los estados de depresión. Sus formas más simples se asocian al sentimiento 
de improductividad y presentan un contenido hipocondríaco. El enfermo tiene la 
impresión de ser incurable, de estar perdido sin remedio. Tiene cáncer, sífilis, un 
problema cerebral: se vuelve idiota, tiene un ataque, está enfermo física y 
moralmente, es un caso desesperado; su vida sólo será de ahora en más una lenta 
agonía. Su cuerpo tiene otro aspecto: los nervios se secan; sus órganos se 
consumen; el cerebro se le encoge, todo está muerto en su interior, su voz suena 
hueca, en su cerebro la sangre no circula más, él mismo no puede descansar. A 
veces las ideas delirantes son totalmente fantásticas y recuerdan a las de la parálisis 
general. El cerebro no es más que una papilla, la cabeza es del tamaño de un dedo, 
los pulmones y el estómago no existen más, las partes sexuales se han encogido, el 
paladar está quemado, el esófago desapareció, en el cuerpo todo está mezclado, en 
la garganta hay un hueso clavado. 
 Las ideas de autoacusación también son frecuentes, tal vez más aún que las 
anteriores. El enfermo se preocupa por su vida pasada, cree que no cumplió con sus 
deberes, que cometió muchos errores, que renegó del Salvador. No fue lo 
suficientemente generoso con sus padres, no se ocupó adecuadamente de sus hijos, 
no los trató bien, no mandó buscar al médico en cuanto comenzó una enfermedad, 
 19 
no los cuidó lo suficiente. No terminó a tiempo tal documento, cometió un crimen de 
lesa majestad, descuidó la religión, cometió fraude contra el Estado, se masturbó, 
cometió adulterio, hizo una mala confesión, una comunión sacrílega; fue "torpe 
desde todo punto de vista", un "verdadero canalla". Estas ideas pueden apartarse no 
solo de la realidad sino también de la verosimilitud. El enfermo cometió perjurio, 
ofendió sin saberlo a una alta personalidad, perpetró un incesto, incendió su casa, 
masacró a sus hermanos y hermanas; envenenó a un príncipe, es cinco veces 
asesino, responsable de todas las desgracias, es un alma maldita, un desecho 
humano. 
 Las ideas de persecución que se asocian a menudo al delirio de 
autoacusación son menos frecuentes. El enfermo se cree rodeado de espías, es 
seguido por detectives, está en manos de la justicia secreta, de una Némesis 
vengadora, irá a prisión, será golpeado hasta que muera, ejecutado, quemado, 
crucificado, le han arrancado todos los dientes, los ojos, le han inoculado la sífilis, 
debe pudrirse, morir como un cerdo. Los vecinos lo desprecian, se burlan de él, no lo 
saludan siquiera, escupen a su paso. En los diarios hay alusiones a él, el predicador 
se dirige a él en el sermón, sus faltas se exponen públicamente en grandes afiches. 
Vándalos y anarquistas entran en su casa; hay personas ocultas en los armarios. El 
enfermo descubre veneno en su café, en su vaso de agua, se siente hipnotizado, 
magnetizado; tratan de seducirlo ofreciéndole dinero, está acorralado. Incluso su 
familia se ve arrastrada en su desdicha. Su familia debe morir de hambre, su madre 
será cortada en pedazos, su hermano decapitado, su marido detenido. 
 Las ideas religiosas tienen por lo general un papel importante. El enfermo se 
cree espiado en el confesionario, es excluido de la Iglesia, está embrujado; perdió la 
felicidad eterna, debe hacer penitencia por todos, tomar sobre él los pecados del 
mundo entero. Satán tiene pleno poder sobre él, se oculta en él, le ordena insultar, 
va a venir a buscarlo porque es un inútil. El Señor no puede hacer nada por él, sus 
oraciones son vanas, bajo la cama arde ya el fuego del infierno. Mientras que todas 
estas ideas delirantes se presentan a menudo detrás de máscaras de una profunda 
y sincera emoción, mientras que son expuestas y defendidas por los enfermos con 
una convicción ardiente, las ideas de grandeza, como las concepciones de los 
maníacos, se parecen en general a buenas bromas y a exageraciones de fanfarrón; 
además, contrariamente a las ideas delirantes de los deprimidos que la mayor parte 
 20 
del tiempo son uniformes y tenaces, éstas varían sin cesar, aparecen en un instante 
para desaparecer al siguiente. Sin embargo podemos observar, en ciertos enfermos 
más reflexivos, ideas delirantes más tenaces y que dan muestras de un trabajo 
intelectual menos grosero. En el primer grupo, citemos la pretensión de los enfermos 
de ser el Mesías, la Perla del Mundo, el Hijo de Jesús, la Novia de Cristo, la Reina 
del Cielo, el emperador de Rusia, Dios, de tener mil hijos. Otras cuentan que el zar 
es su prometido. Unos están protegidos por el Espíritu Santo, han destruido al 
diablo, pueden curar a todos los enfermoscon hipnosis. Menos absurda es la 
convicción de ser un gran artista o un gran escritor, de ser barón, "médico de 
nacimiento", doctor de todas las ciencias, caballero de las órdenes más elevadas 
,bastardo de un príncipe, de tener una importante misión, de hablar siete lenguas, de 
cargar cien kilos con sólo sus brazos. Un enfermo se llamaba a sí mismo "un héroe, 
el primero después de Nietzsche". También vemos aquí la fantasía de las herencias. 
Un enfermo que imaginaba tener parientes muy distinguidos agregaba que su parte 
de la herencia debía ser calculada en consecuencia, otro se- presentaba como el 
yerno de Rockefeller y se ufanaba de los cien millones que había tenido como dote. 
 Por regla general en los deprimidos encontramos una clara conciencia del 
carácter patológico de su estado, en las formas más leves: pero incluso entonces, 
toma un tinte hipocondríaco con la idea de la Incurabilidad del mal. Con frecuencia 
aseguran que su enfermedad es más triste que todas las otras, que preferirían 
soportar cualquier dolor físico a este sufrimiento moral. Cuando el delirio es más 
acusado, tenemos una pérdida completa de la conciencia de la enfermedad, aun 
cuando los ataques anteriores, similares, son juzgados sanamente. A lo sumo el 
enfermo opone a los argumentos del médico esta respuesta: que sería feliz si tuviera 
el derecho de serlo pero, desgraciadamente, todo aquello de lo que se queja es 
cierto. Un enfermo pide permiso de hacer su testamento, temiendo perder el juicio 
muy pronto. En los estados maníacos la mayor parte del tiempo los enfermos 
rechazan con energía la idea de padecer una enfermedad mental: "¡El que me cree 
loco está loco!" decía un enfermo. A lo sumo aceptan que están un poco excitados, 
"un poquito idos". Sobre las ideas que emiten dicen después que lo hacían para 
reírse; era un "pequeño delirio", "ideas de grandeza naturales". Una enferma 
respondía, cuando se hacía alusión a los actos de carácter patológico que había 
cometido: "Doctor, también usted de vez en cuando hace tonterías". 
 21 
 
Humor 
 
 El humor es en general alegre con un carácter particular de exuberancia 
desbordante en la excitación fuerte. Los enfermos están satisfechos, "muy 
contentos" o "felices interiormente", entusiastas, "más que contentos", “felices de 
estar en un mundo tan bello”. Se sienten bien, dispuestos a toda clase de bromas y 
de chanzas, "penetrados de alegría", ríen, cantan y se pasean. Están "felices de 
todo", "la más feliz de las mujeres", la felicidad ha entrado en ellos: "he aquí que 
viene el tiempo de las rosas". La Figura 3, que representa maníacos en estado de 
excitación, muestra cómo se expresa este humor con sus variados matices, yendo 
del placer tranquilo y orgulloso hasta la alegría sin límite. Las tendencias sexuales se 
ven reforzadas y provocan compromisos impensados, matrimonios anunciados en 
los diarios, aventuras amorosas poco convenientes, una conducta que asombra, 
coquetería y también ideas de celos y de querellas conyugales. Varios de mis 
enfermos presentaban en sus períodos de excitación tendencias homosexuales. 
Cuando el sentimiento de alegría se une a la pobreza de pensamiento, toma 
fácilmente un carácter de necedad, de tontería, que puede hacer creer que hay 
debilitamiento intelectual. Por otro lado, la introducción en el estado sentimental del 
maníaco de un matiz de displacer puede darle la forma de excitación colérica. Los 
enfermos se tornan arrogantes, altivos, y a propósito de una contradicción o por otro 
motivo fútil, entran en un furor sin límites que se descarga en aluviones de insultos 
violentos y en hechos. 
 Un carácter totalmente esencial del humor de los maníacos es que está sujeto 
en general a oscilaciones frecuentes y súbitas. En medio de una alegría desbordante 
aparecen no sólo bruscos ataques de cólera, sino también crisis violentas de 
lágrimas y de sollozos que, inmediatamente dan lugar de nuevo a una alegría 
exuberante. "¡No sé si debo reír o llorar!” decía una enferma. Estas alternancias del 
humor que también hallamos con frecuencia, aunque de manera menos acusada, en 
los estados de depresión, muestra muy bien la íntima relación entre tipos clínicos 
que parecían en un primer momento radicalmente diferentes. 
 El sentimiento que predomina en los estados de depresión es en general una 
desesperanza pesada y sombría. El enfermo "tiene cien kilos sobre el pecho", está 
 22 
devorado por la pena, perdió todo su coraje, se siente abandonado, sin objetivo 
válido en la vida. Su corazón parece ser de piedra, nada ya lo alegra. Al parecer, hay 
aquí, además del sentimiento de tristeza, cierta inhibición de los movimientos 
sentimentales que contrasta con la facilidad del maníaco para conmoverse. Es 
justamente esta disminución de la capacidad de conmoverse, la pérdida del interés 
íntimo que le da a los acontecimientos que ocurren a su alrededor, lo que los 
enfermas viven más dolorosamente. Todo está vacío y desierto en ellos; todo les da 
igual, nada les interesa, todo parece “tan tonto"; la música parece "una cosa 
extraña". Tienen la sensación de estar fuera del mundo; no pueden ya llorar, no 
sienten más hambre ni saciedad, ni fatiga ni descanso al despertar; no tienen 
"ningún sentimiento de necesidad". Dios les ha quitado todo sentimiento. Una 
enferma decía que la enfurecía ver a la gente interesarse por sus ocupaciones. "Soy 
como un pedazo de madera, declaraba otra, no siento más pena ni alegría". De 
hecho, podemos tener la convicción de que a los enfermos los afectan muy poco las 
malas noticias; sólo durante la convalecencia reaparece el dolor natural. Incluso 
durante la visita de sus padres, están ausentes, miran apenas, no preguntan por 
nadie. A veces parecen abatidos y apáticos, aunque no se trate aquí de una 
destrucción, sino de una inhibición de los sentimientos. 
 También encontramos, con menor frecuencia en esta tristeza sombría, el tinte 
ansioso del humor. Ora se trata de "una angustia y un temblor interior", un 
sentimiento de tensión torturante que puede ir hasta la desesperación muda e 
irracional, ora de una agitación ansiosa que se traduce de varias maneras, con 
estados de excitación violenta, con atentados que el enfermo comete contra su 
propia vida con ciego furor. En otros casos, encontramos una actitud reacia, 
descontenta, amargada, molesta. Los enfermos están descontentos de todo, el 
mundo entero está contra ellos, todo los aflige, los ofende, los irrita, los llena de 
amargura, el sol, la alegría de los demás, la música, todo lo que se hace o no se 
hace a su alrededor. En general hallamos sentimientos de este tipo durante los 
períodos de transición entre los estados maníacos y los estados depresivos; se los 
debe considerar como mezclas de depresión y de excitación maníaca. 
 Las torturas verdaderamente insoportables, según lo que repiten los 
enfermos, que acompañan los estados de depresión llevan en casi todos, al menos 
durante un tiempo, al desencanto de la vida y con frecuencia también al deseo 
 23 
violento de poner fin a sus males, cueste lo que cueste. "¡No me queda sino 
hacerme polvo y arrojarme al agua!” decía una enferma, y otra: "¡Una piedra al 
cuello y al mar!" En muchos casos, los enfermos tratan de dejarse morir de hambre, 
ahorcarse, cortarse las venas; piden ser quemados, que se los entierre vivos, que se 
los abandone en el bosque y que se los deje morir. En la ejecución de sus tentativas 
de suicidio, se muestran a menudo insensibles al dolor físico. Uno de mis enfermos 
se golpeó el cuello con la arista de un gancho fijado al piso hasta llegar a la columna 
vertebral. 
 De 700 mujeres maníaco-depresivas que observé en Munich, 14,7% 
cometieron serias tentativas de suicidio y, entre estas últimas, las que tenían más de 
35 años en el momento de la admisión representaban el 16,2% del conjunto. De 295 
hombres, se halló un 20,4% de tentativasde suicidio. La diferencia entre los dos 
sexos, en cuanto a la tendencia suicida es mucho más grande en los sujetos 
normales, pero casi desaparece con la enfermedad. 
 En los estados de depresión, corno se indicó más arriba, el tinte del humor no 
es siempre igual, aun cuando sus rasgos fundamentales mantienen una fijeza 
desesperante. Sin hablar de los casos, que no son pocos, en los que se puede 
observar, durante un corto período, una transformación completa en estado 
maníaco; a menudo nos sorprende una sonrisa sin razón, una alegría súbita que se 
introduce bruscamente en medio de lamentos y de ideas de persecución. "Es una 
miseria", decía una enferma al tiempo que se mostraba muy satisfecha. De vez en 
cuando, los enfermos comienzan a hacer muecas siniestras, bromean e ironizan 
sobre sus propios sufrimientos, se llaman a sí mismos cerdo, puerca... Un enfermo 
se llamaba "gran masturbador". Hay un hecho particularmente característico y que 
presenta a menudo cierta importancia para el diagnóstico: sucede en general que, 
en los casos en que el mal humor no es demasiado fuerte, se puede llevar al 
enfermo, conversando con él, a que sea amable con uno. La rapidez con que los 
rasgos del rostro preocupado y abatido toman una expresión de alegría exuberante 
es en verdad asombrosa. 
 
Necesidad imperiosa de actividad 
 
 Durante la locura maníaco-depresiva, los trastornos más notorios se 
 24 
manifiestan en el campo de la voluntad y de la acción. En los estados maníacos, el 
cuadro clínico está dominado por la necesidad imperiosa de actividad. Se trata aquí 
de una excitación general de la voluntad. Quizás las investigaciones experimentales 
nos enseñan que en general aumenta la duración de las reacciones simples y de las 
reacciones electivas, a veces de manera considerable. Pero no pocos hechos 
demuestran que este enlentecimiento concierne principalmente a la asociación de 
los actos con las excitaciones exteriores que a menudo se perciben de manera muy 
defectuosa. Por el contrario, todas las ideas que aparecen en la mente se traducen 
enseguida en actos, mientras que en el normal, hay innumerables veleidades 
detenidas en su desarrollo. El trastorno podría, hasta cierto punto, compararse a los 
que podemos provocar artificialmente por medio del alcohol: de allí el gran parecido 
que hay entre muchos maníacos y los individuos en estado de ebriedad más o 
menos avanzada. Seguramente en este último caso, el debilitamiento de la 
apercepción y del pensamiento es relativamente más considerable que en nuestros 
enfermos; además, vemos que pronto aparecen fenómenos de parálisis y de 
vacilación en el movimiento. 
 La necesidad de actividad del maníaco provoca naturalmente en él una 
agitación más o menos marcada. En el nivel más bajo, se trata sólo de cierta 
inestabilidad, una agitación sorprendente, un espíritu de empresa prodigioso que no 
se detiene nunca. Los enfermos hacen toda clase de planes, quieren aprender 
canto, escribir una obra de teatro, envían proyectos de reforma a la policía o a la 
administración de ferrocarriles: un sacerdote escribía al Papa una carta sobre el 
matrimonio de los curas. Se preocupan de los asuntos de! prójimo y no de los 
propios, crean empresas absurdas, compran casas, ropas, sombreros, hacen 
pedidos, contraen deudas, quieren establecer un observatorio, ir a América; un 
enfermo se fue a Córcega y compró por 85.000 marcos propiedades que le 
ocasionaron juicios sin fin. Hacen proyectos de matrimonio, se relacionan con 
personas de sospechosa moral, besan en la calle a mujeres que no conocen, van a 
los cabarets, cometen cualquier tipo de excesos. Una muchacha va de bar en bar 
con estudiantes y les paga las rondas de bebidas. Un hombre maduro, casado, se 
pasea en plena calle, a la salida de un café concert con una negra. Se los considera 
en la sociedad como "bons vivants", dan generosas propinas, pagan rondas de 
bebidas y, por otro lado, se pelean con sus jefes, descuidan sus deberes, 
 25 
abandonan su situación sin ningún motivo, cometen groserías; una enferma se subía 
sin boleto al tranvía y pretendía que estaba abonada. 
 Cuando la excitación es más fuerte aparece entonces el cuadro de la manía 
aguda propiamente dicha. Los impulsos se suceden unos a otros y la actividad se 
torna casi incoherente. El enfermo es absolutamente incapaz de perseguir un 
objetivo alejado porque nuevos impulsos nacen en él sin cesar y lo desvían de su 
primer deseo. Su necesidad de actividad se resuelve finalmente en una seguidilla 
incoherente de voliciones siempre nueva y cambiante, donde no se puede 
reconocer una línea de conducta única, sino que vienen y se van en el mismo 
instante en el que nacieron. El enfermo canta, conversa, baila, hace ruido, hace 
gimnasia, marca el ritmo, se agita, arroja todo al piso, se desviste, se arregla de 
manera extraña, grita, aúlla, ríe o llora, sin poder detenerse, hace muecas, adopta 
actitudes teatrales, declama con gestos apasionados. En medio de estos saltos de 
ideas incoherentes, quedan sin embargo fragmentos de actividad que conservan 
cierta relación con las representaciones dominantes o el sentimiento general: 
expresiones, bromas, ataques, burlas, palabras de amor, etc. 
 Sólo en el clímax de la excitación los enfermos llegan a perderse. Ponen los 
ojos en blanco, sacuden la cabeza, bailan en el piso, saltan, vociferan, golpean el 
colchón, patalean, tamborilean, se encogen de hombros, agitan manos y pies, 
rechinan los dientes, escupen y se muerden. Los movimientos son a veces 
monótonos y desprovistos de significado y a veces dan la impresión de ser 
realizados para cumplir con una idea obsesiva: una enferma me contaba que se veía 
forzada a hacer movimientos particulares con brazos y cabeza y decir palabras bien 
determinadas: “Dejadme, dejadme trabajar". Otra explicaba que tenía que golpear el 
puño contra la pared; otra debía levantarse de la cama "por una orden". 
 Los grabados 4 y 5 pueden dar una idea de los hábitos de los maníacos. El 
primero muestra una enferma que, para divertirse, se hizo una cantidad de trenzas 
en el cabello; el segundo representa a otra que, uniendo jirones de ropas, de toallas 
y de mantas de lana, se compuso un traje pintoresco y nos ofrece, sobre una tapa de 
cartón, un ejército de muñecos de papel. Más lejos presento algunas fotografías 
tomadas de una colección de Weiler, que nos muestran a una enferma, de gestos 
muy animados, en sus diferentes actitudes expresivas y cambiantes. 
 Fuera de la excitación, también existe por lo general en nuestros enfermos un 
 26 
aumento de la excitabilidad. Tal vez debamos considerarla como el síntoma 
esencial. A menudo los enfermos son más o menos tranquilos, en tanto se hallan 
sustraídos de toda excitación exterior; una palabra dirigida a ellos, una visita, los 
gritos de una vecina de cama conduce inmediatamente a una excitación que 
aumenta con gran rapidez. Cuanto más se los deja hablar y agitarse, mayor se 
vuelve la necesidad de actividad; saber esto es muy importante para el tratamiento. 
 A pesar de la más violenta de las excitaciones motoras que se prolongan a 
veces durante varios meses sin decaer, con cortas interrupciones, el enfermo no 
experimenta en modo alguno el sentimiento de fatiga. No manifiesta ni agotamiento, 
ni abatimiento, el consumo de la fuerza muscular no produce ningún sentimiento 
doloroso, en parte tal vez porque su sensibilidad, como ya hemos dicho, se halla 
disminuida, pero sobre todo por la facilidad con la que, para él, se desencadena la 
acción. Le basta con el impulso más débil para desplegar generosamente las 
manifestaciones de su actividad motora, mientras que el normal, para alcanzar el 
mismo objetivo, necesitaría hacer uso de un gasto incomparablemente mayor de 
fuerza nerviosa. Es por ello que toda tentativa por simular este estado fracasa al 
cabo de muy poco tiempo, porque es imposiblesuperar, con el solo esfuerzo de la 
voluntad, el sentimiento paralizante de la fatiga. Este hecho, como también la 
despreocupación con la que los enfermos maltratan a sus cuerpos, dio origen a la 
idea, inexacta y sin embargo muy difundida, de que los maníacos disponen de una 
fuerza física extraordinaria. Por el contrario, la capacidad de trabajo muscular 
medida con el ergógrafo, se muestra en general considerablemente disminuida. No 
así los movimientos, que son más rápidos que en los normales, sobre todo cuando 
se ejecutan en serie, y los enfermos llegan a un estado de excitación creciente. 
 Con respecto al entorno, los enfermos se muestran muy caprichosos. En 
general son sugestionables, accesibles, a menudo indiscretos, eróticos De vez en 
cuando, se tornan irritables, amenazadores y violentos, pero se los puede calmar 
rápidamente con palabras amistosas o con bromas. Algunos enfermos son distantes, 
desdeñosos, bruscos, inabordables; a veces se observan flexibilidad cérea y ecolalia 
o ecopraxia. 
 
Logorrea 
 
 27 
 La logorrea, en general muy marcada, es una manifestación de la imperiosa 
necesidad de actividad. La enfermedad facilita el paso de la representación de la 
palabra a la expresión. Isserlin pudo demostrar que en un maníaco, el número de las 
sílabas pronunciadas por minuto alcanza de 180 a 200, mientras que los testigos 
normales no superan 122 a 150. Como ya indicáramos, esto debe tener cierto papel 
en la formación de la fuga de ideas. La facilidad de evocación de las 
representaciones motoras verbales ejerce gran influencia sobre el desarrollo del 
pensamiento y, al mismo tiempo, las relaciones inteligibles de las representaciones 
entre sí pasan a un segundo plano. De allí que, en el grado más elevado de la fuga 
de ideas, así como bajo la influencia del alcohol, vemos que las representaciones 
encadenadas lógicamente son substituidas progresivamente por frases hechas, 
alianza de términos, aliteraciones y rimas. Tal como podemos verificarlo en los 
ejemplos ya citados, vemos que predominan cada vez más las asociaciones por 
consonancia en las que no existe ya rastro de la relación interna de las 
representaciones entre sí: consonancias y rimas, incluso desprovistas de toda clase 
de sentido. La figura 7, que reproduce según las investigaciones de Aschaffenburg el 
porcentaje de las asociaciones por consonancia en cinco normales y cinco 
maníacos, muestra cuál puede ser la gravedad de este trastorno del lenguaje. Los 
números obtenidos para los normales oscilan, aquí entre 2 y 4%, pueden ser aun 
más elevados en ciertos casos, dependiendo de las disposiciones particulares del 
sujeto. Pero nunca alcanzan las altas cifras dadas por los maníacos que van aquí 
desde 32 a 100%. Una enferma escribía en una hoja de papel: Nelke-welke-Helge-
Hilde-Tilde-Milde-Hand- Wand-Sand. 
 En las producciones verbales del enfermo se manifiestan al mismo tiempo la 
fuga de ideas y la logorrea. No puede guardar silencio, habla y grita con todas sus 
fuerzas, hace ruido, aúlla, silba, invierte el orden de las palabras, hila una frase con 
otra, une palabras y sílabas incoherentes, mezcla lenguas distintas, predica con tono 
solemne y gestos patéticos y, sin transición, pasa del énfasis al humor sentimental, a 
la amenaza, a lloriqueos, a obscenidades o, para terminar, se pone a reír a 
mandíbula batiente. De vez en cuando, adopta un lenguaje murmurado o preciosista, 
o emplea neologismos, formados por sílabas sin significado o por términos extraños 
truncados y desgarrados. Agreguemos a esto citaciones, juegos de palabras, giros 
poéticos, enérgicos insultos. Muchos enfermos hablan como niños, en estilo 
 28 
telegráfico, en infinitivo. He aquí un ejemplo del lenguaje de los maníacos tomado al 
dictado: 
 
 Tome nota, todo me parece gris; el reloj (que se le presenta a la enferma) marca el 
curso del tiempo; M. N... tiene un cronómetro preparado. Me duele el estómago siempre 
hip! hip! hurra!... El genio fue el poeta, el genio del tiempo; verano, el verano debe venir, 
los árboles tienen brotes y tú no estás en casa. Pequeña rosa, tan amable en La Haya, 
nadie puede venir a buscarme. Los extremos se tocan. El tiempo pasa durante tantos 
años, nadie puede venir a buscarme. (A la enfermera): Carroña, impúdica arrastrada, 
puedes reír de que yo tenga esperanza, hablé de rosa, tú eres un asno gris. Gris, fiel 
amigo, es toda la teoría. Estrella, Flor con mucho gusto. Viva el gran duque. Derecho de 
vivir, Poulette, etc… 
 
 La incoherencia no se origina aquí por la riqueza de una mente llena de ideas, 
sino por la ausencia de representaciones directoras que guíen al pensamiento. El 
sujeto normal puede alinear series de palabras como aquí, pero sólo sí suelta las 
riendas de su pensamiento y expresa, sin elegir, todo lo que le pasa por la mente. 
No obstante, en este último, como nos lo dicen las investigaciones de Stransky, 
como consecuencia de la persistencia involuntaria de las representaciones 
directoras que provoca una mayor estabilidad del pensamiento, el número de ideas 
que nacen espontáneamente es sensiblemente menor: en su lugar se producen 
enumeraciones, análisis de ideas y repeticiones. En los enfermos, también 
encontramos con frecuencia enumeraciones; uno de ellos exclamaba: "Straubing, 
Osterhofen, Vilshofen, Passau" y luego "Vida, luz, muerte, infierno, eternidad". 
 Por lo general, los discursos de los enfermos sufren la influencia de las 
impresiones exteriores. Atrapan palabras oídas, las asocian a la impresión que se 
produce, hacen de esto el punto de partida de una fuga de ideas que continúa luego 
por sí sola. A veces se burlan del impulso que reciben del exterior, responden a 
todas las preguntas con una gran carcajada, las repiten burlándose de ellas, dan una 
respuesta intencionalmente inexacta o las esquivan con una frase ingeniosa. Una 
enferma, cada vez que se le dirigía la palabra, repetía riendo ruidosamente: "Nixen" 
(por Nichts, nada). Otra, interrogada sobre su edad: "Jamás nací!", si se le planteaba 
el cálculo 7 x 7: "¡Ya no se cuenta, se pesa y se mide!" Por fin, hay que decir 
también que los enfermos no sólo alinean espontáneamente palabras aisladas y 
 29 
frases incompletas, sino que a menudo no penetran en absoluto en el pensamiento 
del interlocutor y dan explicaciones absurdas sin relación alguna con el tema en 
cuestión. Algunos guardan silencio y se hacen entender con un lenguaje gestual muy 
expresivo y animado. 
 En los escritos de los enfermos se manifiesta la tendencia a emplear palabras 
extranjeras, a mezclar lenguas diferentes. Obviamente, la influencia de las 
consonancias sobre el resto de las representaciones es aquí menos fuerte que en el 
lenguaje hablado, sobre todo en los enfermos cuyo lenguaje interior no se acerca al 
tipo motor o auditivo. Así hallamos a menudo enumeraciones de ideas análogas bien 
descritas por Aschaffenburg, y, al mismo tiempo, las asociaciones basadas en la 
contigüidad, donde las similitudes exteriores substituyen la marcha lógica del 
pensamiento. La inestabilidad y el aumento de la excitabilidad se ven en el hecho de 
que las primeras palabras o líneas son coherentes en general, mientras que el resto 
se compone sólo de enumeraciones, de reminiscencias, de fragmentos de poesías, 
de consonancias y de rimas. Sigue un fragmento de una carta de condolencias que 
contiene ejemplos de estos descarrilamientos del pensamiento: 
 
 "¡Ah! ¡Estimada señora! Es tarde para expresarle que la acompaño en el sentimiento 
más profundo, más vivo y verdaderamente sincero respecto de la muerte a la Fidelio de 
su querido Florestan. Nunca es demasiado tarde cuando uno se pregunta: Ah! cómo es 
posible que me duela tanto tu muerte, querido Celadon y Romeo, tu único amigo. ¡Qué 
pena! la querida esposa está cosiendo el... ¡Sí, las lágrimas! Pamela Questenberg 
Neumann Gordon a la Vizthum Magdalena o Terzky StruveCarola también conde de 
Lula o Leonor o Sollschwitz o Gitschin Generalmajor von Schmieden, también pronto 
capitán que es que la, perdone usted." 
 
 Encontramos en un primer momento la serie Fidelio-Florestan-Celadon-
Romeo, que interrumpe la primera idea, luego la expresión "Es tarde" desencadena 
la serie Questenberg-Neumann-Gordon-Terzky, a la que le sucede una cantidad de 
otros nombres. Esta desviación de ideas conduce a una conclusión en francés y se 
le agregan en el resto de la carta fragmentos en inglés, en latín y en griego y una 
serie de versos sonoros. 
 La escritura de los enfermos puede ser al comienzo perfectamente correcta y 
normal. Pero, como consecuencia de la excitabilidad, se vuelve poco a poco más 
 30 
grande, más pretenciosa e irregular. Los enfermos no se preocupan ya por el lector, 
escriben en diagonal, mezclan todo: se multiplican las palabras subrayadas, los 
signos de exclamación, los párrafos atrevidos. Todos estos trastornos, los del 
contenido y los de la forma, se ven claramente en el manuscrito que aquí agrego 
(Figura 8). La cantidad de escritos redactados por los maníacos es a veces 
asombrosa. Quizás no esperan que nadie los lea, sólo los impulsa el mero placer de 
escribir. 
 
Inhibición de la voluntad 
 
 En los estados de depresión, la inhibición de la voluntad reemplaza la 
necesidad de actividad. Desencadenar el acto se hace difícil, a veces imposible. En 
su grado más bajo, este trastorno se traduce por la imposibilidad de tomar una 
decisión. Los impulsos que surgen en la mente no son lo suficientemente fuertes 
para vencer las inhibiciones que se oponen al acto. Aunque vea con claridad la 
necesidad de actuar, aunque no tenga ni verdaderas objeciones ni prejuicios, el 
enfermo no puede realizar las acciones más sencillas. "No tiene ya voluntad", "no 
sabe lo que tiene que hacer", debe pedir consejo para todo, no puede hacer nada 
correctamente, porque no tiene ya la certeza de estar en el buen camino. Un 
enfermo declaraba: "Soy un débil que no sabe lo que quiere". Cuando, luego de 
mucho dudar, comenzó una acción, se detiene a todo momento pues le falta la 
energía de una resolución fuerte. El enfermo no puede concretar nada, hace todo 
mal, no avanza a pesar de la gran aplicación que pone para cumplir con su trabajo; 
no se complace con nada, siente que sobre él pesan las dificultades. Una enferma 
contaba que se había vestido una mañana temprano para salir y que por la tarde 
todavía estaba en la casa. 
 Los movimientos más simples, si exigen un impulso voluntario, son más 
lentos y se cumplen sin fuerza: manos y pies ya no obedecen. El enfermo no puede 
tomar nada ni sostener nada: tiene como plomo en la lengua. Su actitud física es 
blanda, cansina, sus movimientos lentos y dificultosos, su expresión fija e inmóvil. 
Con el ergógrafo, Gregor y Hänsel demostraron la brusca y precoz caída de las 
elevaciones con una curva baja y prolongada, lo que muestra el rápido decaimiento 
del impulso voluntario y la conservación de la fuerza muscular. Las influencias 
 31 
exteriores y en particular las excitaciones sentimentales, pueden neutralizar la 
inhibición. Con una orden enérgica o en caso de peligro, el enfermo puede cumplir 
actos que de otro modo le serían imposibles. Cuando se les administra una 
inyección no hay en general ningún movimiento de rechazo, o sólo si se tocan 
lugares muy sensibles: la flexibilidad cérea y los fenómenos de eco son frecuentes. 
 En los casos más graves, en las formas estuporosas, toda exteriorización de 
la voluntad puede estar suprimida, al punto que el enfermo debe permanecer 
acostado y apenas puede abrir los ojos. Es incapaz de sacar la lengua, de comer, de 
dar la mano, o incluso de salir de la cama para hacer sus necesidades. Aunque 
comprenda las invitaciones que se le hacen, sólo se obtiene de él una débil y 
temblorosa tentativa de hacer los movimientos requeridos. Mantiene actitudes 
incómodas porque no puede cambiarlas para tomar otra posición; si se le ponen 
objetos en la mano, uno tras otro, trata de retenerlos convulsivamente, incapaz de ir 
abandonándolos. 
 La curva que representa una reacción motora obtenida por Isserlin, en una 
deprimida, muestra claramente el fuerte obstáculo en los actos voluntarios más 
sencillos. (Fig. 9). Hay que compararla con la curva de los normales y de los 
catatónicos reproducidas más arriba: muestra la extrema lentitud de la flexión y de la 
extensión del dedo y la baja amplitud del movimiento. 
 En general, el enfermo vive de manera lamentable la inhibición de la voluntad. 
En muchos casos aparece el sentimiento de insuficiencia, de incapacidad, mientras 
que la observación exterior no deja percibir nada sobre la dificultad creciente de la 
actividad voluntaria. Al comienzo, los enfermos pueden compensar en cierta medida 
el obstáculo en su vida interior con un aumento del esfuerzo voluntario. En la 
mayoría de los casos los enfermos interpretan el enlentecimiento de la actividad 
como una falta moral. Se hacen amargos reproches sobre su inacción, no quieren 
quedarse en la cama para no parecer perezosos. Algunos despliegan una suerte de 
trabajo febril, no se dan paz ni tregua para evitar los remordimientos: "Tuvimos que 
arrancarle la pala de las manos, si no, no se hubiera detenido nunca", contaban los 
familiares de un enfermo. Sin embargo es posible que, en casos de este tipo, 
intervenga cierta excitación psicomotora, 
 La creciente dificultad para desencadenar la voluntad lleva naturalmente a 
una reducción de la actividad más o menos considerable. Si bien al comienzo el 
 32 
enfermo cumple aún los actos más necesarios, toda actividad espontánea 
desaparece rápidamente. El enfermo abandona todas sus ocupaciones 
extraprofesionales, sus cargos honoríficos, deja de frecuentar a sus amigos, tiene la 
necesidad permanente de descansar. Más tarde descuida su higiene, no se controla 
más; finalmente, deja toda actividad y se confina en la cama donde queda tendido, 
sin hacer ningún movimiento e incluso se deja caer bajo la cama. Un hecho 
importante desde el punto de vista práctico es que la impotencia del enfermo para 
tomar una decisión disminuye en cierta medida el riesgo de suicidio, al menos en el 
pico de la enfermedad. Aunque conserve el vivo deseo de poner fin a su vida, no 
tiene la fuerza para realizarlo. Uno de mis enfermos se mantenía al borde del agua 
pero no tenía "el coraje" de arrojarse. 
 Las manifestaciones exteriores de la voluntad se ven modificadas de manera 
muy diversa por el efecto de la inhibición. Como en primer lugar se vuelve difícil el 
desencadenar la decisión voluntaria, ciertos actos que se cumplen por costumbre, 
sin una intervención particular de la voluntad, no se ven impedidos, mientras que la 
inhibición se hace sentir ya con fuerza en otras áreas. Los enfermos todavía pueden 
vestirse, ocuparse, aunque ya no puedan tomar ellos mismos una resolución; llevan 
a cabo su trabajo habitual de cada día sin dificultad particular, pero retroceden 
atemorizados ante cualquier nueva empresa, ante la menor responsabilidad por 
tomar. 
 El lenguaje que traduce los sentimientos internos se ve afectado fuertemente 
por la inhibición; incluso la mímica y los movimientos pierden su vivacidad. Los 
enfermos hablan en voz baja, lentamente, vacilando, de manera monótona, a veces 
tartamudeando, susurrando, se detienen de pronto en medio de una frase, antes de 
pronunciar una palabra. Guardan silencio, hablan sólo con monosílabos, no puede 
sostener una conversación, aunque sean capaces de contar o de leer a la velocidad 
normal; a menudo, en lugar de pronunciar cada palabra gracias a un esfuerzo 
repetido, dan su respuesta de una sola vez, o bien hablan en un murmullo, pero con 
fuerza, con gestos animados. Pferdsdorff llamó la atención sobre ciertos enfermos 
que cometen faltas graves al deletrear, omisiones, repeticiones, inversiones

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