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De Clérambault, G , Psicosis pasionales

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64 Q Demencia precoz, o el grupo de las esquizofrenias 
 
 
 Gaëtan Gatian de Clérambault 
 
Las psicosis pasionales. Discusión* 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Un substrato afectivo se observa en las más varia- 
das formas mentales, delirios maníacos o melan- 
cólicos, obsesiones y fobias, anomalías sexuales y 
delirio de persecución: se encuentra también en 
el origen de espasmos y tics. No basta únicamente 
con mencionar el elemento afectivo, hay que defi- 
nirlo y comprobar su intensidad. 
El paranoico delira con su carácter. El carácter es, 
grosso modo, el total de emociones cotidianas 
mínimas convertidas en hábito y cuya cualidad está 
prefijada para toda la vida y su medida práctica- 
mente prefijada para cada día. En los pasionales, 
por el contrario, se produce un nudo ideo-afecti- 
vo inicial, en el que el elemento afectivo está cons- 
tituido por una emoción vehemente, profunda, des- 
tinada a perpetuarse sin cesar y que acapara todas 
las fuerzas del espíritu desde el primer día. 
El sentimiento de desconfianza del paranoi- co 
es antiguo, el inicio del delirio no puede es- tar 
marcado en el pasado; la pasión del eroto- 
maníaco o del reivindicativo tiene una fecha 
precisa de comienzo. La desconfianza del para- 
noico rige las relaciones del yo total con la tota- 
lidad de lo que le rodea y cambia la concepción 
de su yo; la pasión del erotomaníaco y la del 
reivindicativo no modifican la concepción que 
ellos tienen de sí mismos, ni tampoco sus rela- 
ciones con el entorno, más que ocasionalmente y 
en el terreno de su pasión. 
De estos puntos de partida diferentes emer- gen 
las profundas diferencias en el tono psíquico 
general y en la extensión del delirio. 
El pasional, ya sea erotomaníaco, ya reivin- 
dicativo e incluso celoso, tiene desde el inicio de 
su delirio una meta precisa; su delirio pone en 
juego, de entrada, su voluntad, y es ése justa- 
mente un rasgo diferencial: el delirante interpre- 
tativo vive en un estado de expectación; el deli- 
rante pasional vive en un estado de esfuerzo. El 
delirante interpretativo vaga en el misterio, in- 
quieto, sorprendido y pasivo, razonando sobre 
todo lo que observa y buscando explicaciones 
que no descubre más que gradualmente; el deli- 
rante pasional avanza hacia una meta, con una 
exigencia consciente, completa de entrada, no 
delira más que en el dominio de su deseo: sus 
cogitaciones están polarizadas, así como lo está 
su voluntad, y en razón de su voluntad. 
El modo de extensión del delirio será pues es- 
pecial. Quedando reducido todo trabajo imaginati- 
vo o interpretativo, por así decir, al espacio que se 
extiende entre el objeto y el sujeto, el desarrollo de 
las concepciones no se hará circularmente sino en 
sector: si los puntos de vista se alargan en el tiem- 
po, será permaneciendo en el mismo sector cuyo 
ángulo de abertura no cambia. Contrariamente a 
este proceso, las concepciones en el interpretador 
irradian constantemente en todos los sentidos, utili- 
zando cualquier acontecimiento y cualquier objeto, 
en algunos enfermos cambian gradualmente de 
tema; su extensión es radial, el sujeto vive en el 
centro de una red circular e infinita. 
La conclusión de un trabajo tal, para el suje- 
to, es que su personalidad, toda entera, está o 
 
 
(*) Este texto está extraído de la cuarta parte (“Psicosis pasionales”), capítulo segundo (“Las psicosis pasionales”), apartado cuarto 
(“Los delirios pasionales”), de Oeuvre Psychiatrique, tal como fue reunida por Jean Fretet. Nuestro texto aparece en dicha reseña bajo 
el epígrafe “Discusión”. 
 
 
 
amenazada o exaltada, le circunda una conspira- 
ción general, o bien es rey y amo de los mundos. 
De una parte Leroy y de otra Sérieux y Capgras 
han observado, a propósito de los reivindicado- 
res, la ausencia de megalomanía absurda y de 
transformación del entorno. 
El interpretativo tiene a menudo puntos de vista 
retrospectivos, va a buscar explicaciones en el 
pasado; esto significa que, contrariamente al 
pasional, que está apresurado, el interpretativo 
disfruta; el pasional, que esencialmente es volun- 
tario, mira hacia el futuro. 
Las primeras y principales convicciones del e- 
rotomaníaco se obtienen por deducción del postula- 
do. No se observa nada equivalente en el interpreta- 
dor. No se ve en él idea-madre de la que puedan 
salir cadenas de ideas; sus ideas parten de todos los 
puntos, por así decir, de su espíritu; ciertamente 
están coordenadas, pero no subordinadas entre sí; y 
menos aún subordinadas a una sola. Suprimid del 
delirio de un interpretador la concepción que consi- 
deréis como la más importante, suprimid incluso un 
gran número de ellas, habréis traspasado una red 
pero no habréis roto las cadenas; la red persistirá 
inmensa y otras mallas se autoproducirán. Suprimid, 
por el contrario, en el delirio del pasional esta única 
idea que he llamado el postulado, y todo el delirio 
cae. Este delirio es parecido a la lágrima batávica 
que se desvanece rompiendo únicamente la punta 
de la misma. El delirio así ha desaparecido, el sujeto 
tendrá sólo el recurso de hacer otro, cuando esté 
preparado para otro acceso pasional. Una experien- 
cia semejante es ciertamente imposible en el caso 
del erotomaníaco; y aún menos probable en el caso 
del reivindicativo; a veces se realiza en el caso del 
delirio de celos por la marcha o por la muerte del 
ser al que se le supone rival, el delirio cesa por un 
tiempo, a veces largo, renace, porque su fuente no 
reside solamente en la Pasión, sino también, y en 
mayor medida, ya lo hemos dicho, en el carácter. 
Ninguna de las convicciones del interpretativo 
puede ser calificada como el equivalente del postu- 
lado. No hay idea directiva. El postulado tiene ese 
carácter de ser humano, fundamental, generador. Las 
convicciones explicativas del interpretativo son se- 
cundarias a innumerables interpretaciones. No hay, 
en tales delirios, célula-madre. Es inexacto decir 
que haya en el interpretativo una idea prevalente, 
a menos de quitar a este término el sentido de idea 
original y darle sólo un sentido sintomático amplio, 
aquél que en el lenguaje profano se da a la palabra 
obsesión: el tormento, las vueltas sobre la misma 
idea; pero no es entonces, una sola lo que se en- 
cuentra en el interpretador, sino muchas ideas pre- 
valentes. La psiquiatría alemana amplía este término 
de prevalencia a la vez a los delirios interpretativos 
y a los delirios que llamamos pasionales, a las obse- 
siones y a las fobias, finalmente, a las ideas melancó- 
licas; esto sólo es justo bajo el punto de vista semioló- 
gico, es decir, haciendo abstracción de la mecánica 
del delirio. El término de idea prevalente, tomado en 
sentido estricto, sólo se aplica bien a los pasionales. 
Incluso es insuficiente, porque en los trastornos ideo- 
afectivos parece conceder preeminencia al elemento 
ideativo (lo que por lo demás, y lo reconocemos, no 
está en el espíritu de los autores). Por otra parte, no 
resalta el valor de embrión lógico que damos al pos- 
tulado. Hemos pues evitado esta palabra. 
En el núcleo ideo-afectivo que constituye el 
postulado, es bien evidente que de los dos elemen- 
tos, el primero cronológicamente es la pasión. En 
nuestro caso la enferma afirma que en las miradas, 
en la actitud, en el propósito de su Objeto, nada le 
da a entender que fuese amada; lo supo, afirma, por 
los comentarios de sus compañeras. Tales comenta- 
rios, si los hubiera habido, serían insuficientes para 
crear el estado pasional. Por otra parte, nuestra en- 
ferma deja ver bien cómo ha sido confrontada, des- 
de el primer día, a la mirada fascinante de su Objeto; 
finalmente, si por parte de sus compañeras hubo 
mistificación, fue precisamente en razón de la incli- 
nación que ellas habían observado. 
El mecanismo pasional de la erotomanía ex- 
plica la presentaciónhipomaníaca tan frecuente. El 
erotomaníaco es un excitable excitado, lo mismo 
que el reivindicativo, en el que Leroy, Capgras y 
Sérieux han observado ese rasgo. Se puede decir 
además, en razón de la noción de meta dominan- 
te desde el origen, que el erotomaníaco, desde 
antes de la fase de despecho, es ya un reivindica- 
tivo, pero condescendiente. 
Los reivindicadores han sido ya separados de los 
interpretativos por Sérieux y por Capgras. Adop- 
tamos todos sus criterios diferenciales pero aña- 
dimos esta noción, que todos proceden de un 
dato único: la patogenia pasional. En efecto, de 
 
 
 
rasgos pasionales tales como la animación ini- 
cial, el objetivo único y consciente de entrada, el 
olvido de cualquier otra cosa menos de la pasión, 
es de donde deriva la limitación, típica para noso- 
tros, de las ideas de persecución y de grandeza, 
al servicio de los intereses únicos de esta pasión, 
y la ausencia habitual, notada por los autores, de 
exceso en las concepciones terminales. 
Es cierto que los delirios pasionales son en gran 
medida interpretativos; pero la interpretación es cosa 
constante en los estados emocionales; y en los de- 
lirios pasionales es, en los dos sentidos de la pala- 
bra, secundaria; y si alcanza alguna importancia, se 
desarrolla en constelaciones limitadas, no en redes. 
Los casos en donde la interpretación llega a ser 
realmente abusiva es en los casos mixtos. La asociación 
entre ellas de formas intelectuales (interpretación, 
reivindicación, erotomanía, celos), es algo infrecuente, 
pero el estudio de los casos puros nos fuerza a no 
atribuir a cada factor más que la importancia que tiene. 
Los síndromes pasionales se asocian igualmen- 
te a los delirios alucinatorios, con o sin demencia. 
También son casos mixtos, aptos para poder juz- 
gar bien los precedentes. 
Estos síndromes son psicológicos, debemos pues 
esperar a verlos funcionar, incidiendo en los más 
variados terrenos. Desde que aparecen, su 
entrada está marcada por una puesta en juego de 
un elemento volicional que, hasta entonces, esta- 
ba ausente: es la nota de la pasión. 
Todos los criterios diferenciales entre delirio de 
interpretación y delirio de reivindicación, tan bien 
descritos en el libro de Sérieux y Caparas, son váli- 
dos igualmente para la comparación entre delirio 
interpretativo y delirio erotomaníaco. Si nuestra dia- 
léctica no fuera aceptada, la suya estaría en peligro. 
Seguimos creyendo específicas las fórmulas 
que hemos dado como tales. Permiten, en efecto, 
la diferencia con la pasión llamada normal y con los 
perseguidos-perseguidores no enamorados. 
En efecto, ningún pasional normal y desgracia- do 
esconde nuestro postulado, es decir, no cree ser 
amado más que él ama, ninguno pretende conocer 
el verdadero pensamiento del Objeto mejor que el 
Objeto mismo; ninguno dirá que la conducta del 
Objeto hacia él es enteramente paradójica (que el 
objeto, por ejemplo, le sonría al mismo tiempo que 
le envía a prisión), ni que toda una muchedumbre 
se interese en su novela. No negará que el Objeto 
esté casado. Todos sus esfuerzos, si los hay, par- 
ten de la idea de que podrá y puede hacerse 
amar, dato exactamente inverso al del Postulado. 
Estas fórmulas diferencian igualmente al ero- 
tomaníaco convertido en perseguidor, del perse- 
guido-perseguidor no enamorado. Ningún perse- 
guido-perseguidor expresa nunca la idea de una 
conducta enteramente paradójica en su enemigo, 
y esto porque no tiene ninguna razón para pensar 
en ello; la conducta doble supondría un doble 
sentimiento y ¿cuál sería el segundo sentimiento 
en el enemigo banal del perseguido-perseguidor? 
Este último puede ciertamente decir, 
incidentalmente, a propósito de un acto determi- 
nado de su enemigo, que tal acto es una comedia: 
la guerra, por ejemplo, habrá sido para algunos 
perseguidores una comedia dirigida a ellos, pero 
esta apreciación, ¿podría ser aplicada a todo el 
conjunto de la conducta de este enemigo imagi- 
nario? ¿Podría ser aplicada a él sólo? ¿Se trata de 
un enfermo sin megalomanía y sin debilitamiento 
intelectual? ¿De un enfermo en posición de per- 
seguido-perseguidor y en edad de erotomanía, 
persiguiendo un objeto del otro sexo? Ésa es la 
cuestión. Una fórmula clínica es válida únicamen- 
te por sus condiciones de presentación. Así son 
las fórmulas típicas de los perseguidos ordinarios 
y de los melancólicos a los que hacemos alusión. 
En resumen, es clásico que un diagnóstico no 
se puede establecer con un solo signo. Cualquier 
signo presenta causas de error. Nuestras fórmulas 
no son específicas más que en la medida en que 
un signo clínico lo puede ser, y si casos muy 
diferentes presentan fórmulas idénticas, esto será 
una curiosidad interesante, pero no impedirá a 
estas fórmulas el que sean de una gran ayuda en 
la investigación del diagnóstico, y el establecerla 
convicción en caso de un conjunto concordante. 
Si por otra parte cometemos un error, éste per- 
manecerá. El cuadro completo de la erotomanía no 
existe en ninguna parte. En los tratados sólo se en- 
cuentran descripciones sin método que no proporcio- 
nan las constantes y que no suministran, a la luz de 
los interrogatorios, ninguna especie de plan ni de 
criterio. Estas constantes, estos criterios, y el modelo 
de este plan, están enteramente pendientes de for- 
mular. Hemos tratado de hacerlo, porque los casos 
de erotomanía pasan en serie en nuestro servicio.

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