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Kraepelin, E La locura sistemática

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100 Q Paranoia (Lección 15) 
 
 
 E. Kraepelin 
 
La locura sistemática (paranoia) 
 
 
 
 
 
La locura sistematizada 
PARANOIA (1) 
 
 
 
 
Un gran número de psiquiatras alemanes desig- 
nan con el término de paranoia a todas las enfer- 
medades mentales funcionales en el curso de las 
cuales el trastorno esencial o exclusivo concier- 
ne a la capacidad de juicio. Es la instalación de 
ideas delirantes o de ilusiones sensoriales que 
caracteriza la enfermedad. Los fundamentos de 
este concepto residen en su historia misma. A 
continuación de los últimos trabajos de Griesinger 
se consideró la locura sistematizada como la con- 
secuencia de un trastorno afectivo anterior. Son 
las investigaciones de Snell, Westphal y Sander 
las que primeramente condujeron a la distinción 
de una forma “primaria” de locura sistematizada. 
Bajo la influencia de estos progresos considera- 
bles, hemos sido llevados a considerar esta nue- 
va entidad nosográfica como un daño primario 
del juicio por oposición a la manía o la melanco- 
lía donde los trastornos son ante todo de orden 
afectivo. Así, los movimientos afectivos que se 
observan a veces en el primer caso, serían final- 
mente secundarios a las representaciones deli- 
rantes y a las ilusiones sensoriales, en tanto que 
puede pensarse que la aparición de trastornos 
del juicio en el curso de las enfermedades afecti- 
vas es una consecuencia de un trastorno primiti- 
vo del humor, que puede ser triste o alegre. 
Entonces, para el diagnóstico de algunos es- 
tados, era más importante saber si los trastornos 
del humor o del juicio habían aparecido desde el 
comienzo o, por el contrario, durante la evolución 
de la enfermedad. La hipótesis primera de Westphal 
según la cual existiría una evolución aguda de la 
locura sistematizada, con restitución ad integrum, 
fue particularmente funesta para el desarrollo ul- 
terior de la psiquiatría clínica. Cramer y Ziehen 
recientemente, sacaron partido de los últimos 
avatares de esta doctrina. Debido al desplaza- 
miento de los conceptos originales, que sólo 
valían para los estados crónicos e incurables, 
resultó considerablemente reforzada una noso- 
grafía que sólo se basa en síntomas superficia- 
les. Así, como la evolución de la enfermedad 
no era determinante, sólo persistían como sig- 
nos característicos los trastornos del juicio, las 
ideas delirantes, las ilusiones sensoriales. 
Fue necesario, entonces, ligar a la locura sis- 
tematizada una serie de cuadros que, clínicamen- 
te, no tenían el menor parentesco con el concepto 
original, es decir: la amencia, los delirios alcohóli- 
cos y muchos otros estados patológicos que per- 
tenecen sin ninguna duda a la demencia precoz o 
a la locura maníaco depresiva. ¡Es así que se po- 
día hablar, inocentemente, de paranoia periódica! 
Es inútil que me extienda más aquí para decir 
que tengo como totalmente errónea toda la evolu- 
ción del concepto de paranoia. Ella nos confronta 
muy particularmente con los errores fundamenta- 
les de la psiquiatría alemana de los últimos dece- 
nios, que se basa únicamente sobre los síntomas y 
que delimita entidades nosográficas a partir de 
hipótesis sofisticadas. En realidad, la hipótesis de 
base que consiste en oponer los trastornos del jui- 
cio a los trastornos afectivos, es únicamente de 
orden psicológico y no de orden clínico. De he- 
cho, en el interior de los cuadros clínicos que ve- 
mos, estos dos tipos de trastornos están estrecha- 
mente intrincados. Aquél que tiene la idea de es- 
tablecer una clasificación según la cronología de 
los síntomas, intenta forzosamente apoyarse so- 
bre el modelo bien conocido del cuadro de la pa- 
rálisis general. Gracias a este ejemplo claro, del 
 
 
 
cual la nosografía clínica no quiere, sin embargo, 
saber nada, parece evidente que las ideas deliran- 
tes y las ilusiones sensoriales no son más específi- 
cas que los estados de excitación o los trastornos 
del humor. Asimismo, tenemos aún muchas cosas 
que aprender de la demencia precoz y la psicosis 
maníaco-depresiva, a condición de no cortarnos 
el camino con suposiciones estereotipadas. Es por 
lo cual, hasta aquí, todo intento de delimitación 
del grupo de la paranoia, y de distinción de ésta 
respecto de otras enfermedades mentales, llegó 
regularmente a la conclusión que habían numero- 
sas formas mixtas o de transición, –lo cual dejaba 
sin aire a la noción misma de paranoia– o incluso 
de pasaje hacia las psicosis afectivas –que son, sin 
embargo, fundamentalmente diferentes. De esta 
manera, el único elemento que está en la base de 
nuestro concepto actual de paranoia, es decir, la 
oposición entre enfermedades del juicio y enfer- 
medades afectivas, no tiene más razón de ser. Sin 
embargo, no dudo que la desesperanza de no lle- 
gar jamás a un esclarecimiento en este dominio 
sea en parte responsable de la falta de motivación 
general para los progresos de la psiquiatría clíni- 
ca. Por otra parte, ¿de qué nos serviría, entonces, 
el desmenuzamiento de las enfermedades del jui- 
cio en sus múltiples combinaciones posibles, si 
esto no nos permitiera decir que el enfermo cura- 
rá de eso, que tendrá accesos periódicos o que 
quedará definitivamente idiota2 o loco, para em- 
plear los términos corrientes? El diagnóstico debe 
permitirnos responder a estas preguntas funda- 
mentales de manera satisfactoria o, al menos, es- 
clarecer las perspectivas pronósticas. Es justamen- 
te inadmisible que los estudios sobre la paranoia 
–enfermedad universalmente extendida y que cons- 
tituye, para algunos psiquiatras, del 70% al 80% 
de todas las enfermedades mentales– no hayan 
hecho el menor adelanto. Sabemos, al menos, que 
en todas las formas de enfermedad mental, sean 
ellas de buen o mal pronóstico, agudas o periódi- 
cas, pueden aparecer ideas delirantes e ilusiones 
sensoriales. En consecuencia, estas ideas o estas 
ilusiones no permiten en ningún caso prever la 
evolución ulterior de la enfermedad. 
Y sin embargo, el mejor medio de apreciar 
las características de una enfermedad, es obser- 
var su evolución y desenlace. El conocimiento 
que teníamos de la parálisis general era inicial- 
mente empírico, tanto que se la diagnosticaba en 
todos los enfermos que presentaban una disartria* 
o trastornos paralíticos. Ante un grupo de casos 
que tienen el mismo resultado final estaremos, 
entonces, en condiciones no sólo de distinguir par- 
ticularidades clínicas en el interior de cada caso, 
sino aún de apreciar más finamente el pronóstico 
de otros casos análogos. Así, hoy somos capaces 
de diferenciar, en la mayor parte de los casos, la 
excitación en el curso de una parálisis general, de 
los signos psíquicos de los estados maníacos o 
catatónicos, tan parecidos sin embargo; de esta- 
blecer un diagnóstico evolutivo, a partir de signos 
característicos, de la locura circular (de evolución 
periódica) o del estupor catatónico (de agravación 
progresiva); de apreciar exactamente la significa- 
ción pronóstica de los estados depresivos, ya sean 
inaugurales de una parálisis general, de una me- 
lancolía, de una demencia precoz, de una psicosis 
maníaco-depresiva. En la práctica, nuestras previ- 
siones no serán siempre justas, por supuesto, pero 
al menos no serán con frecuencia falsas. Como 
siempre, es la historia de cada caso particular lo 
que llevará verdaderamente estas cosas a su es- 
clarecimiento. Todo eso vendrá a confirmar y a 
rectificar nuestra concepción, que opone las co- 
sas esenciales de una parte a aquellas que son 
accesorias o debidas a coincidencias, por otra. 
Por el contrario, un diagnóstico que renuncia a 
este aspecto esencial y que se contenta con des- 
cribir ciertos signos patológicos, no puede ser 
aceptado. Aquél que hoy se contenta con etique- 
tar como paranoia cualquier psicosis en la que 
dominan los trastornosdel juicio, jamás aprende- 
rá más nada de sus observaciones ulteriores. 
Como su diagnóstico no contiene nada, cosa que 
cualquiera puede adivinar, el porvenir no podrá 
decepcionarlo pero tampoco le aportará nada. 
 
Tales son, en resumen, las reflexiones que me 
habitan y que consisten en hacer tomar un lugar 
completamente original al concepto de paranoia. 
Los únicos estados patológicos que puedo consi- 
derar semejantes a la paranoia (con excepción 
de ciertas diferencias de grado y de ciertos casos 
 
 
*Dificultad en la articulación de las palabras.[E] 
 
 
 
intermedios) son aquellos que evolucionan glo- 
balmente del mismo modo que ella. Tengo por 
absurda la noción de paranoia aguda, porque a 
través de ella los signos patognomónicos de la 
paranoia (verdadera), es decir, su fundamental 
incurabilidad y la progresión continua de las 
ideas delirantes, son completamente ignorados. 
Si la paranoia es una enfermedad, sólo puede 
ser, entonces, aguda o crónica. Diría, incluso, 
que la forma llamada aguda es ciertamente 
mucho más satisfactoria para el espíritu. 
Sin embargo, entre el gran número de estados 
crónicos que se relaciona habitualmente a la para- 
noia, algunos merecen, en mi opinión, una atención 
particular: quiero hablar de los casos en los que se 
instalan paralelamente ideas delirantes y una decli- 
nación de las facultades mentales. En estos casos, 
hemos observado que las ideas delirantes tienen de 
entrada un carácter extravagante, ambicioso, son 
particularmente ricas o, al contrario, muy pobres, se 
modifican y se suceden muy rápidamente; finalmente, 
después de un tiempo más o menos largo, pasan a 
segundo plano o pierden brillo. Estos cuadros están 
hechos hasta tal punto y en todos sus aspectos sobre 
el modelo de los ataques hebefrénicos, catatónicos, 
seniles, que constatando sus signos se puede, desde 
el inicio, prever la significación secundaria del deli- 
rio por una parte y el aspecto de su resultado termi- 
nal por otra. Por otro lado, existe, sin la menor duda, 
otro grupo de casos en el curso de los cuales se 
desarrolla, precoz y progresivamente, un sistema 
delirante, de entrada característico, permanente e 
inconmovible, pero con una total conservación de 
las facultades mentales y del orden de los pensa- 
mientos. Es para esas formas que querría reservar el 
término de paranoia. Son ellas las que conducen 
necesariamente al sujeto a un trastorno total de toda 
la concepción de su existencia y a una mutación de 
sus opiniones respecto de las personas y los aconte- 
cimientos que lo rodean. 
La progresión de esta enfermedad parece ser 
siempre de manera muy lenta. Durante la fase ini- 
cial, que a menudo se extiende por muchos años, 
aparecen una cierta depresión, una cierta descon- 
fianza, así como quejas corporales vagas y temores 
hipocondríacos. El enfermo está insatisfecho de su 
suerte; se siente dejado de lado, cree incluso que 
es maltratado por sus padres y hermanos y que 
no se le aprecia en su valor en muchos puntos, 
que se desconoce su singularidad. Es así que en 
secreto y de manera progresiva va abriéndose 
un abismo cada vez mayor entre él y su entorno; 
es un extraño para sus prójimos, un hombre de 
otro mundo, sus relaciones con ellos son frías, 
superficiales, artificiales e incluso hostiles; “Dios 
es mi padre y la iglesia mi madre”, decía un 
enfermo que tenía la ambición, a través de nu- 
merosos ayunos, de matar en él las cosas terre- 
nas para establecer de ese modo una relación 
más pura con Dios. Por ello se mantiene aparta- 
do de las gentes de su entorno, se muestra dis- 
tante y áspero cuando se cruza con ellas, busca 
la soledad a fin de machacar en sus pensamien- 
tos sin ser molestado, se halla absorbido indefini- 
damente en sus lecturas esotéricas e incompren- 
sibles. Sin embargo, el enfermo conserva en él la 
terrible nostalgia de algo grande y elevado, la 
necesidad secreta de un proyecto grandioso, la 
esperanza silenciosa de una felicidad inaccesible, 
en cuya espera se satisfacen en la construcción 
de situaciones imaginarias o en cimentar colori- 
dos castillos de arena donde el sujeto mismo tiene 
el rol de héroe. Poco a poco se refuerza en él la 
certeza de haber nacido para “una gran causa” y 
de no estar fabricado “según el modelo de todo el 
mundo”. Cree en sus motivaciones, en la misión 
que debe cumplir. Aún los fracasos realmente su- 
fridos no pueden desviarlo de eso. “Para quitarme 
la fe”, escribía un enfermo, “sería necesario que 
la voz de lo más profundo de mi alma fuera apa- 
gada, o que mi alma misma, o mi vida, sean ani- 
quiladas, per aspera ad astra”. 
Poco a poco sus concepciones y sus pensa- 
mientos patológicos comienzan a influenciar sus 
percepciones. Observa que en tal o cual circuns- 
tancia no se le saludó de un modo tan amigable 
como antes, que se es más distante con él, que se 
lo evita y que, aunque se le manifiesta a veces 
cierta amistad, no se quiere saber más nada con 
él. A continuación de esto, su hipersensibilidad y 
su desconfianza crecen. Comienza a atribuir signi- 
ficaciones ocultas o aun una voluntad deliberada- 
mente malvada de ofenderlo a una observación 
anodina, a palabras escuchadas por azar, a una 
mirada apenas esbozada. De conversaciones de 
sobremesa, deduce que un complot secreto se trama 
 
 
 
contra él; en ciertos casos, machaca sin cesar en 
su cabeza los mismos giros de frases a las que 
atribuye intenciones evidentes; se silban ciertas 
canciones de manera bien precisa a fin de recor- 
darle, de ese modo, ciertos pequeños aconteci- 
mientos de su pasado a fin de indicarle lo que 
debe hacer. Las piezas de teatro, como los artícu- 
los de los diarios, contienen alusiones bien preci- 
sas sobre sus hechos y gestos; un sacerdote desde 
lo alto de su pálpito o un orador público hacen, 
de manera disfrazada, alusiones sobre su persona 
que no pueden pasar desapercibidas. Bruscamen- 
te, se percata de que encuentra siempre las mis- 
mas personas en la calle: parecen observarlo y 
seguirlo, como por azar. Le clavan la vista, lo mi- 
ran de costado, carraspean o bien tosen con inten- 
ción, escupen delante de él o bien lo evitan cuida- 
dosamente; en los lugares públicos se apresuran a 
desaparecer o a levantarse en el momento en que 
llega, se le dirigen miradas acerbas y se le critica. 
Los cocheros de los simones,* los empleados de 
los trenes, los obreros, hablan acerca de él. En 
todas partes la atención está dirigida sobre él; sus 
modales, aunque completamente comunes, son 
imitados por un número increíble de desconoci- 
dos. Ciertas observaciones que él creía haber he- 
cho inocentemente en otro tiempo se ponen a cir- 
cular abiertamente. Uno de mis enfermos había 
reparado que el color amarillo era el de la inteli- 
gencia; al día siguiente, todo el mundo llevaba 
rosas amarillas, a fin de significarle, dado que la 
rosa era el símbolo del silencio, que él era inteli- 
gente pero debía callarse. “¿Cómo enumerar, pues, 
todo lo que me habla aquí?”. 
De hecho, todas estas experiencias tienen un 
contenido equivalente; “a los no iniciados” les 
parecen completamente naturales, coincidencias. 
Pero él, el enfermo, ve demasiado bien que todo 
está “fabricado” con refinada malicia y que se tra- 
ta simplemente de un “arreglo artificial de coinci- 
dencia” detrás del cual se disimula una oscura 
maquinación y golpes bajos. Todo este juego es, 
sin embargo, exteriormente, hábilmente refina- 
do a fin de engañarlo mejor y de impedirle organi- 
zar un contraataque eficaz frente a las malda- 
des ocultas y todo ese sistema de espionaje y de 
 
 
* simón: coche de plaza, coche de punto. [T] 
vigilancia. Cada vez que intenta hablar de esto 
con alguien y demostrarle que lo ha descubier- 
to todo, aquél se hace el inocente o bien en- 
cuentra toda suerte de medios para sustraerse;jamás se le habla directamente, siempre con 
muchos rodeos, de manera tal que las verdade- 
ras razones de todo esto no son evocadas sino 
de manera velada o alusiva. Se le saluda amiga- 
blemente a fin de distraer su vigilancia, se le 
hacen montones de discursos llenos de segun- 
das intenciones cuya verdadera significación re- 
conoce inmediatamente. Un joven jurista que 
creía adivinar perspicazmente todas las inten- 
ciones malvadas de su madre, consideraba el 
telegrama que anunciaba la muerte de ella como 
una chiquilinada, de modo que no había medio 
de empujarlo a tramitar su herencia, persuadido 
de que su madre aún vivía y sólo quería des- 
aparecer ante sus ojos para tener la posibilidad 
de volver a casarse. 
 
A fin de mostrarles mejor las modificaciones 
tan particulares que se instauran en las relacio- 
nes entre el enfermo y el mundo exterior, voy a 
darles este ejemplo que es un extracto del diario 
de un enfermo que se creía destinado a promo- 
ver la pederastia: “el hecho de que exista una 
coalición que tiene intenciones bien precisas, 
como puede verse a través de estas líneas, que 
no quiere dejar salir éstas a la luz y de este modo 
quiere hacer una propaganda bajo una forma sim- 
bólica o disimulada, salta a los ojos. Como no 
puede estar siempre segura de la posición que el 
objeto que ella influencia va a adoptar, busca 
entonces por todos los medios, paralelamente a 
su objetivo primero pero por artificios inocentes 
en sí mismos, desconcertar a este mismo objeto 
y si es posible, protegerse de ser descubierta. Es 
así, por ejemplo, que en ese tiempo, como le 
pasa casi a todo el mundo, yo tenía el hábito de 
utilizar ciertas expresiones estereotipadas tales como 
“¡es seguro!” y “¡es apenas creíble!”, y he aquí que 
encuentro estas dos expresiones y aún otras en la 
leyenda impresa en gruesos caracteres de un 
aviso en un diario de espiones. Debí, natural- 
mente concluir en que era una coincidencia y 
que mi vida está realmente constituida por una 
serie de coincidencias, a tal punto que devino 
 
 
 
finalmente en la más fantástica de las dobles vi- 
das. Es, por otra parte, apenas creíble”. 
A continuación de la elaboración llena de a 
priori que el enfermo hace de sus experiencias, le 
resulta entonces evidente que un vasto complot 
se monta contra él. Se le calumnia, se cuenta que 
contrajo tras sus desenfrenos una enfermedad de 
los nervios, que es sifilítico, que propagó la pede- 
rastia; se distribuyó su foto en los burdeles a fin 
de designarlo ahí invitado de honor; falsas adicio- 
nes circulan en público, como si él bebiera todos 
los días cantidades insensatas de alcohol. La co- 
mida tiene un gusto completamente sospechoso, 
su vecino de mesa cae enfermo porque bebió de 
su vaso por error. Quieren hacerlo desaparecer de 
la circulación, quieren suprimirlo a la fuerza, vol- 
verlo loco, empujarlo a aberraciones sexuales, al 
onanismo. Todo esto es, según él, resultado de 
una organización que emplea medios increíbles, 
no sólo individuos de todas partes, sino también 
diversos empleados, juristas, periodistas, escrito- 
res, como agentes secretos; aquéllos que mueven 
los hilos en la historia podrían ser algunos indivi- 
duos aislados o bien una banda más vasta como 
aquella de los francmasones, de los socialistas que, 
unidos por una fuerza terrible y por razones preci- 
sas, tratan de sacar de sus casillas* al enfermo. 
Habitualmente, en forma paralela al delirio de 
persecución se desarrollan ideas de grandeza. A 
veces no rebasan el cuadro de una estima de sí 
muy alta. Y el aspecto extraordinario de toda la 
maquinación que el enfermo cree dirigida contra 
él, testimonia de una importante sobreestimación 
de su propia persona, puesto que es el punto de 
mira de tantos esfuerzos conjugados. El enfermo 
se ve a sí mismo particularmente dotado, genial, 
instruido; piensa que es un gran poeta, un gran 
músico, un sabio de gran valor; hace mucho caso 
de su aspecto exterior, se cree concernido por todo 
y llamado a asumir una situación extremadamente 
brillante en el mundo. Después de algunos años 
de evolución, el enfermo comienza a sospechar 
que no es el hijo de sus padres –idea triunfante– 
 
 
 
*pousser a bout: “sacar de las casillas, forzar a fondo, apurar”. A 
su vez, el sentido de “sacar de sus casillas” en español, es, ade- 
más de “hacer perder la paciencia”, “alterar sus métodos de 
vida.” [T] 
sino que su origen es mucho más ilustre y glorio- 
so que ése. La circunstancia exterior que está en 
el origen de esta idea delirante, idea que devie- 
ne pronto una convicción total, nos parece, a 
nosotros, en general perfectamente anodina. En 
el curso de una disputa, el padre le dirige unas 
palabras violentas que no utilizaría jamás si se 
tratara de su propio hijo. El enfermo se da cuen- 
ta de que sus padres cuchichean en la pieza 
vecina, que palidecen cuando él entra, que lo 
abrazan con una gravedad muy especial; en su 
presencia, se pronuncia con una “intención evi- 
dente” el nombre de una personalidad bien ubi- 
cada; en la calle, en el teatro, alguna dama dis- 
tinguida lo mira amistosamente con insistencia; 
al mirar el retrato de un conde o de un prínci- 
pe, o el busto de Napoleón, es bruscamente 
sorprendido por la llamativa semejanza que guar- 
dan con él mismo; o entonces, una carta pasa 
por sus manos por azar y, “leyendo entre lí- 
neas”, deduce sin la menor dificultad el gran 
enigma. Con mucha condescendencia, el enfer- 
mo reconoce que la condición excepcional de 
su persona y de su situación es abiertamente 
conocida por su entorno, próximo o lejano. Por 
todas partes donde va se lo trata con un inmenso 
respeto; los extraños se quitan sus sombreros 
delante de él de modo deferente; la familia real 
trata de encontrarlo por todos los medios; en un 
desfile, en el teatro, la música sólo se inicia cuando 
él llega. Él encuentra alusiones más o menos dis- 
frazadas en cuanto a su porvenir, en los diarios 
que le trae el camarero o en los libros que el 
librero le envía. Los actores en la escena, el sa- 
cerdote en su púlpito, hacen grandes discursos 
alabando su gran destino; los transeúntes, en la 
calle, lo colman de observaciones agradables y 
respetuosas. En diversas ocasiones, pudo consta- 
tar el poder inefable que tenía, de prever su por- 
venir. Según los cambios meteorológicos, el titi- 
lar particular de las estrellas, el vuelo de los pája- 
ros, el aspecto de la gente con la que se cruza, 
los pedazos de papel que encuentra sobre la ruta, 
es absolutamente claro que Dios vela por él, que 
le da indicaciones sobre lo que debe hacer. Indi- 
caciones que, por otra parte, él comprende sin la 
menor dificultad y sigue escrupulosamente y 
con una alegría plena de confianza. Todas estas 
 
 
 
experiencias realizan una extensa red de relacio- 
nes misteriosas de la cual el enfermo es el centro. 
Él es un heredero real, un reformador, un príncipe 
de la paz, el Emperador o el Papa en persona, un 
Mesías, un hijo de los dioses; sus pensamientos le 
vienen de Dios, va a devenir el instrumento prefe- 
rido de los cielos e incluso, el centro de la tierra. 
En ciertos casos, el enfermo observa que una 
persona excepcional por su situación muy eleva- 
da, pero del otro sexo, real o imaginaria, le quiere 
bien y le concede una atención muy particular 
que no pasa desapercibida (paranoia erótica). 
En realidad, es una mirada apenas esbozada, 
una pretendida aparición en la ventana, un en- 
cuentro azaroso, que convence al enfermo de este 
amor oculto; más a menudo, sin embargo, se en- 
tera a través de los rodeos, de las alusiones disfra- 
zadas de su entorno o de los anuncios de los dia- 
rios sin que haya tenido jamás la ocasión de ver el 
objeto de su interés. 
Poco después, los signos de este complot se- 
creto se multiplican. Todo acontecimientoinopi- 
nado, cualquier manera de vestir, cualquier en- 
cuentro, lectura o conversación se integran para el 
enfermo a su aventura imaginaria. Su amor es un 
secreto universal y el objeto de una atención ge- 
neral. Se habla de eso en todas partes, ciertamen- 
te jamás en términos claros sino por alusiones ve- 
ladas cuya significación profunda el comprende, 
sin embargo, muy bien. Por supuesto, este amor 
extraordinario debe permanecer, por el momento, 
disimulado; es por ello que el enfermo jamás reci- 
be las noticias directamente sino por intermedio 
de otras personas, de diarios y de conversaciones 
disfrazadas. Asimismo, se sabe ligado al objeto de 
su amor por alusiones diversas que escucha cada 
tanto. Un vuelo de palomas que lo representan a 
él y a su bienamada, simbólicamente, le prueba 
que fue comprendido y que tras una larga lucha 
alcanzará su objetivo; toda persona con quien se 
roce se le aparecerá como siendo la elegida de su 
corazón, y se ha disfrazado a fin de disimular mejor 
al mundo las inclinaciones de su corazón y por- 
que una intuición secreta le otorgó el poder de 
reconocerla a pesar de la gran ausencia de pareci- 
do y a pesar del cambio de sexo de la persona. 
Esta forma particular de delirio está muy espe- 
cialmente alimentado por los anuncios velados de 
los diarios y puede extenderse indefinidamente sin 
el menor obstáculo en las andanzas del enfermo 
que, por supuesto, busca conservar en secreto una 
ganga tan mirífica. En el curso de la evolución 
ulterior, aparecen fácilmente ilusiones sensoria- 
les de aspecto onírico, como la sensación de un 
beso durante el sueño, etc... Toda la tonalidad 
de este amor es, ciertamente, la de un apasiona- 
miento romántico, platónico muy a menudo, 
mientras el enfermo no tiene relaciones sexua- 
les sino, solamente, una actividad sexual malsa- 
na (onanismo). Después de todo este período 
de exaltación, aparece, progresivamente, una 
profunda contrición, un sentimiento de imposi- 
bilidad frente a este ideal aureolado de tantas 
ventajas, una decepción frente a los rechazos 
que no comprende, así como un delirio impre- 
ciso de depreciación y de culpa. 
La aparición de todas estas ideas delirantes 
se hace sobre la base de interpretaciones pato- 
lógicas de acontecimientos reales. A veces, per- 
cepciones reales son interpretadas por él de 
manera valorizada. Pequeños hechos anodinos 
toman para el enfermo una significación en re- 
lación con su propia persona, lo cual se com- 
prende a partir de lo que comenté más arriba. 
Una mancha sobre sus ropas, un agujero en su 
bota, no pueden deberse a un fenómeno banal 
de desgaste, sino que deviene un hecho sorpren- 
dente que sólo pudo realizarse gracias a la con- 
junción de circunstancias completamente parti- 
culares y que sólo puede explicarse por la ac- 
ción de fuerzas malvadas. Una gota de agua en 
su plato, un zumbido de oído, un rubor del ros- 
tro, algunos borborigmos en el vientre, son para 
él los signos manifiestos de una tentativa de en- 
venenamiento: “Sé de qué se trata”. Todo esto 
está abundantemente alimentado por las con- 
versaciones de su entorno y sus lecturas. Por 
supuesto, “es su lenguaje secreto habitual”, ‘cre- 
yeron que no los comprendería”. El enfermo lee 
algo a propósito del Anticristo y adivina inme- 
diatamente que es de él de quien se trata y que 
él devendrá el Cristo. Un enfermo comprendió 
de inmediato la frase bíblica “la ciudad tenía 
una disposición cuadrangular” como una predic- 
ción sobre su ciudad de Mannheim que tiene, 
efectivamente, esta disposición; otro enfermo 
 
 
 
escuchó, en el curso de una reunión pública, 
que era necesario acudir en ayuda de los inun- 
dados y dedujo de ello que se le acusaba de 
haber asesinado a un alto funcionario que efec- 
tivamente se había ahogado* algún tiempo atrás. 
Un poco más tarde, establecerá relaciones de 
causa-efecto entre dos acontecimientos fortui- 
tos pero sucesivos. Un enfermo escribió al em- 
perador: “No he venido para disolver sino para 
asumir”. Enseguida, el parlamento fue disuelto 
efectivamente. Otro, mostró al presidente del 
Bade-Wurtenberg un mapa en el que había di- 
bujado los territorios del mundo todavía no ocu- 
pados; curiosamente, la política colonial de Ale- 
mania se inició poco después. 
Las ilusiones sensoriales son muchos más 
raras que las interpretaciones delirantes de acon- 
tecimientos reales. Sólo sobreviven en algunos 
raros casos; por regla general sólo se encuen- 
tran aisladamente ilusiones auditivas; se trata en 
general de una palabra única o de una frase corta: 
“¡Heinrich, Heinrich!”; ;“bebe como una cuba*”; 
“¡Ah!, hélo ahí, el profeta que apesta”. La gente 
de la mesa de al lado aproxima sus cabezas y se 
dice secretos que él, sin embargo, escucha cla- 
ramente porque tiene “el oído fino”; o aún, en 
el curso de una caminata, le ocurre de escuchar 
un disparo de fusil, el silbido de la bala, e inclu- 
so el desplazamiento de aire que resulta de ello. 
Siente caer sobre él una lluvia envenenada; siente 
repentinamente que una mano lo atrapa y una 
voz lo amenaza. Pueden igualmente sobrevenir 
visiones nocturnas con apariciones de estrellas, 
personajes iluminados, representaciones divinas. 
Escucha predicciones, cree recibir sobre el hombro 
izquierdo la bendición de Isaías y sobre el derecho 
la de Jacob. Por supuesto, se trata aquí sólo de ex- 
periencias aisladas y raras a las que el enfermo atri- 
buye habitualmente, sin embargo, un valor muy 
particular de acontecimiento extraordinario. 
Me parece que tenemos que vérnoslas tam- 
bién con un trastorno específico que juega, sin 
embargo, un rol importante en la aparición del 
delirio: quiero hablar de las ilusiones de la me- 
moria. A través de ellas, el enfermo desfigura las 
 
 
* Noyé designa en francés tanto ahogarse como estar cubierto 
por el agua, sumergido, anegado, inundado. [T] 
experiencias del pasado; las ilusiones de la me- 
moria nublan su vista. Una multitud de pequeñas 
cosas le parecen bruscamente luminosas, plenas 
de significación, mientras que antes no les había 
prestado atención. Su memoria se agudiza, según 
él, de manera tan desmesurada que toda su vida 
pasada queda expuesta ante él como un libro abier- 
to. Se recuerda aún muy exactamente cómo, cuan- 
do era un niño, sus verdaderos padres lo retiraron 
de un magnífico castillo, cómo lo pasearon por 
todo el mundo antes de dejarlo en la casa de sus 
falsos padres. Por otra parte, muchos hechos, ta- 
les como las expresiones y las palabras de éstos, 
el corte y el color de sus vestimentas de esa épo- 
ca, el trato que sufrió en la escuela, sus sueños 
proféticos de entonces, de hecho todos los acon- 
tecimientos, grandes y pequeños de su pasado, le 
anunciaban desde su más tierna infancia sus orí- 
genes ilustres y su destino mirífico. Un enfermo 
de origen modesto me describió, sin embargo, la 
villa** de su padre, que habría sido el ministro de 
finanzas de Hanovre y que se habría opuesto a 
los planes de Windthorst. Como le dije que jamás 
existió un ministro que llevara su nombre, adujo 
que una buena parte de los registros del estado 
de Hanovre habían sido intencionalmente destrui- 
dos y que otros, falsos, se reimprimieron, con el 
fin de hacer desaparecer el nombre de su padre. 
Se ve aquí cómo tales falsos recuerdos pueden 
surgir en el enfermo e incrustarse en su memoria. 
Otro enfermo creía que todo lo que había pensa- 
do en el pasado se había realizado. 
 
El carácter común de todos estos enfermos, 
cuyo delirio se constituyó cada vez de manera 
diferente, es su inquebrantabilidad.*** Aunque, a 
veces, el enfermo mismo reconoce que es inca- 
paz de aportar una prueba formal de la validez 
de sus concepciones, toda tentativa de mostrarle 
el aspecto delirante de éstas choca contra un 
muro. EL proceso es tal que la aprehensiónde 
 
 
 
* Il boit come un trou: lit. “bebe como un agujero”[T] 
** villa: en español, su primera acepción es: casa de recreo situada 
aisladamente en el campo.[T] 
***Sic. Puede tratarse de un error en el original o en la versión 
francesa que hace recaer la inquebrantabilidad sobre los enfer- 
mos y no sobre el delirio.[T] 
 
 
 
todo lo que enlaza cada aparente coincidencia 
sólo puede hacerse a partir de tal o cual convic- 
ción inicial, convicción “que se instaló un día 
como inquebrantable y que permanecerá en él”, 
como decía un enfermo. “Vivo en la convicción 
que no son ideas que me hago; por otra parte, 
me expreso con suma prudencia”. Al mismo 
tiempo, el enfermo percibe muy bien que un 
no iniciado no puede seguir en sus detalles los 
rodeos de su pensamiento, temiendo, por ese 
hecho, que sus perseguidores puedan explotar 
esta situación y tratar de hacerlo internar por un 
delirio de persecución. Ni hablar jamás, de su 
parte, de conciencia alguna de enfermedad. Por 
el contrario, no es raro ver aparecer una multi- 
tud de quejas hipocondríacas, expresando el en- 
fermo nerviosismo, sensaciones de que se le 
estrecha la cabeza, debilidad en la digestión, 
para lo cual es solicitada voluntariamente la in- 
tervención médica. Los enfermos, por otra par- 
te, encuentran de buena gana refugio en ciertos 
tratamientos originales que inventan ellos mis- 
mos la mayor parte del tiempo. 
El humor del enfermo está estrechamente liga- 
do al contenido de su delirio. Vive sus persecucio- 
nes imaginarias como una suerte de “tortura psíqui- 
ca” y se siente continuamente inquietado y suplicia- 
do; deviene suspicaz, huraño, irritable. Por el con- 
trario, permanece satisfecho de sí mismo, condes- 
cendiente y pretencioso y persuadido de tener siem- 
pre razón*. A menudo, el humor varia por razones 
delirantes. Un día encontré un enfermo que estaba, 
si no bastante lúcido, en una gran ansiedad, tem- 
blando todo su cuerpo, porque había deducido, de 
una injuria escuchada por azar, que se le acusaba de 
un asesinato que había tenido lugar años antes. A 
veces le aparecían bruscamente ideas de suicidio. 
Las actividades y el comportamiento del en- 
fermo pueden permanecer durante relativamen- 
te mucho tiempo casi inalterados. De todas ma- 
neras, toda la conducta de su existencia parece 
singular e impenetrable. Un comerciante que 
había hecho fortuna en América, de donde había 
 
 
*La versión francesa dice: il (el enfermo) devient 
soupconneux...irritable. Par contre, les malades... Pasé esta se- 
gunda parte al singular ya que la oposición es entre el carácter 
irritable y la satisfacción en sí mismo, y el paso al plural parece 
deberse a un descuido. [T] 
regresado enfermo, la había dilapidado de modo 
tal que había ido a parar al Ejército de Salvación, 
demasiado creído de sí mismo para aceptar un 
trabajo que no habría estado a su altura. Es en 
ese momento solamente que se dieron cuenta 
que sufría desde hacia más de veinte años de un 
vasto delirio de persecución y de grandeza. 
Aunque dotado, el enfermo no realiza jamás, 
sin embargo, nada positivo y sólo tiene sinsabores 
por todas partes. Gasta mucho más de lo que sus 
medios le permiten, se preocupa sin cesar de cues- 
tiones ociosas o se dedica a la fabricación de movi- 
mientos perpetuos, de dirigibles, etc. Suponiendo 
la existencia de complots secretos dondequiera, no 
permanece en ningún lado mucho tiempo; antes 
bien, se repliega, escribe a desconocidos cartas 
llenas de excusas, hace, ocasionalmente, escenas a 
sus parientes o a sus amigos quienes permanecen 
totalmente incomprensibles para él. No obstante, 
muchos de estos enfermos son capaces de guardar 
dentro de ellos mismos sus luchas y sus deseos, al 
punto tal que sólo los iniciados pueden darse cuenta 
de su estado patológico y en la vida cotidiana no 
resulta evidente el carácter patológico de su com- 
portamiento. A pesar de todo, se observa aquí y 
allá una actitud misteriosa en ellos; actos incon- 
gruentes, maneras singulares, un aspecto inhabi- 
tual, una pasión por una secta religiosa o preocu- 
paciones artísticas o pseudo-científicas. De conjun- 
to, se tiene más bien la tendencia a atribuir todo 
esto a las singularidades de esta personalidad fuer- 
temente desarrollada o a los defectos de su carác- 
ter sin descubrir la significación más profunda. 
A fin de sustraerse a todas esas persecucio- 
nes y solicitaciones, el enfermo cambia brusca- 
mente de trabajo sin dejar dirección, o comien- 
za a viajar. En general este método sólo se re- 
vela eficaz durante un corto lapso. En seguida, 
él se percata nuevamente de que se le saluda 
como si fuera una persona anunciada desde 
hace mucho tiempo y como si los demás estu- 
vieran advertidos de todo lo que le concierne, 
incluido su pasado. Toda suerte de indicaciones 
dejan entender que una red secreta se ha tejido 
entre su entorno anterior y el actual. Lo espían 
continuamente; individuos que él reconoce por 
todas partes a pesar del disfraz que les supo- 
ne, de sus falsas barbas, sus cabellos teñidos, 
 
 
 
lo vigilan constantemente y lo siguen paso a 
paso, al punto que su suerte es, piensa, “peor 
que si fuera perseguido por la policía” Todo lo 
que imagina respecto de la importancia de la red 
y de las fuerzas desplegadas en su contra es, 
por ello, considerablemente agrandado cada 
vez. A partir de entonces, su comportamiento 
y su existencia se vuelven particularmente 
inadaptados y deshilvanados. Debido a sus 
permanentes estados de inquietud, tiene cada 
vez mayores dificultades para dedicarse a rea- 
lizaciones prácticas y para cumplir regularmente 
sus deberes profesionales, aunque sus faculta- 
des mentales no sufran un daño masivo. 
Habitado por un sentimiento creciente de in- 
seguridad, busca en los anuncios de los diarios o 
los pasquines, pruebas del juego vergonzoso que 
practican sus enemigos, que le permitirían de- 
fenderse contra estas hipócritas acusaciones. Em- 
prende frecuentemente acusaciones por difama- 
ción o demanda ayuda en este sentido a las auto- 
ridades y a los altos funcionarios; o incluso, se 
decide a la autodefensa, abofetea a un espía ima- 
ginario en un bar, busca abatir a un calumniador. 
A veces, intenta llamar la atención sobre su per- 
sona y su pobre condición por medio de com- 
portamientos extravagantes. Igualmente, sobre- 
vienen tentativas de suicidio: un estudiante, que 
se tomaba por discípulo de Napoleón, hirió gra- 
vemente a su madre, a sus dos hermanas y a sí 
mismo, porque el gusto extraño de la sopa era 
el índice de una tentativa de envenenarlo. Las 
ideas de grandeza pueden conducir al enfermo 
a tratar de aproximarse a sus ilustres padres o a 
su futura esposa imaginaria. Al comienzo será 
muy discreto, contentándose con hacer múlti- 
ples idas y venidas delante de la casa de ellos, 
o con transmitir a extraños indicaciones sibilinas, 
persuadido de que serán perfectamente com- 
prendidas y de que llegarán a destino. Escribe 
una primera carta que queda sin respuesta, tam- 
bién una segunda, luego una tercera, y final- 
mente se decide a introducirse directamente en 
casa de estas personalidades y notoriedades 
designadas por su sistema delirante. Cuando sus 
ideas de grandeza son teñidas de misticismo, el 
enfermo se presenta directamente como un após- 
tol; busca fundar una comunidad religiosa, promover 
una nueva religión original; hace predicciones ora- 
les y escritas, interrumpe al sacerdote en la iglesia. 
Los diversos comportamientos aberrantes o 
peligrosos del enfermo pueden, de múltiples ma- 
neras, conducirlo al asilo de alienados. El enfer- 
mo entiende este acontecimiento como un nue- 
vo golpe de la hipócrita estrategia de sus ene- 
migos, que desde hace mucho tiempo, por otra 
parte, le han dejado entender que él debía ter- 
minar en la locura.Muy en el comienzo, se 
resigna, persuadido de que van a darse cuenta 
rápidamente de su integridad mental. En todas 
sus manifestaciones es muy reticente; evita las 
preguntas apremiantes, oculta, a menudo du- 
rante muchísimo tiempo su cañamazo* de ideas 
delirantes tras un comportamiento aparentemente 
irreprochable, hasta que una circunstancia pre- 
cisa que lo toca de cerca lo hace salir de quicio. 
Poco a poco se le vuelve claro que el sistema 
secreto de las persecuciones tiene prolongacio- 
nes en el interior del asilo. Han obligado a los 
médicos a volverlo inofensivo y, si es posible, 
realmente loco, puesto que no se disponían de 
otros medios para acabar con él. Pequeñas dis- 
putas o pequeños disgustos con los otros, modi- 
ficaciones de actitudes, observaciones ocasio- 
nales, le muestran bien que los ataques y las 
tentativas de intimidación están también en ac- 
ción en este nuevo medio. Los pacientes con 
quienes se codea, no son en absoluto enfermos 
sino simuladores o espías de la policía que tie- 
nen por misión ponerlo a prueba con sus pro- 
cedimientos y sus tonterías insensatas. Asimis- 
mo, tiene una gran prisa por salir de allí: escri- 
be carta tras carta en este sentido, presenta de- 
nuncias por supresión arbitraria de libertad, in- 
tenta huir y hay que decir que lleva este amar- 
go combate por la defensa de los derechos de 
su persona con mucha habilidad y obstinación. 
En otros casos, el enfermo considera su esta- 
día en el asilo como uno de los eslabones nece- 
sarios de la cadena de pruebas que debe sopor- 
tar, antes de alcanzar finalmente sus objetivos 
grandiosos. En efecto, tras madura reflexión, le 
 
 
*canevas: cañamazo, bosquejo, esbozo. En español, cañamazo es 
el nombre de una tela tosca “de tejido ralo para bordar sobre 
ella” y también “la tela ya bordada”.[T] 
 
 
 
resulta evidente que su pasado contenía ya muchas 
indicaciones relativas al “purgatorio” que es 
este asilo. Muy lejos de estar entristecido o 
decepcionado por esta prueba, deduce de ello, 
al contrario, la confirmación de predicciones 
anteriores, lo cual le da una esperanza más 
para llegar al fin a su objetivo último y grandio- 
so. Bastante a menudo, esta convicción resulta- 
rá rápidamente refirmada, cuando comience a 
percibir que se le han hecho, también en el 
asilo, indicaciones misteriosas relativas a su bri- 
llante porvenir. Se le trata con mucha deferen- 
cia; vierten aceite de rosas en su baño, le dicen 
cosas tiernas en palabras encubiertas, le hacen 
llegar libros y diarios cuyo contenido le con- 
cierne. Por ello, no escapa a él que los médicos 
sólo lo retienen por “orden superior” ya que no 
creen en absoluto que esté enfermo realmente. 
Entre los otros enfermos, descubre personalida- 
des de muy alto nivel a las que han instalado con 
él en el asilo a fin de que esté acompañado. 
La evolución ulterior de la enfermedad es 
habitualmente muy lenta. Se extiende, en ge- 
neral, por muchos años de manera casi 
inalterada. Los enfermos permanecen calmos, 
lúcidos, guardando indefinidamente un compor- 
tamiento exterior adaptado y a menudo saben, 
incluso muy bien, ocuparse intelectualmente. Un 
simple hijo de paisanos que se tomaba por el 
Papa y el Emperador reunidos en una sola per- 
sona, y que más tarde estaba, incluso, conven- 
cido de ser inmortal, encontró el medio de apren- 
der a leer en algunos años –lo he visto con mis 
propios ojos– cerca de ocho lenguas extranje- 
ras, antiguas o modernas, a fin de procurarse la 
cultura que su ilustre profesión volvía necesa- 
ria, y esto con medios de fortuna, aparentemente. 
Otros se ocupan pintando o escribiendo, tenien- 
do incluso éxito, o bien condescienden a ganar 
dinero –durante el tiempo de su paso por la 
tierra– por un trabajo donde se los considera 
 
 
* La traducción de bizarrerie requiere algunas aclaraciones. En 
primer lugar, Larousse traduce rareza, extravagancia. En el mis- 
mo sentido, Robert da como sinónimos étrangeté (extrañeza), 
singularité, excentricité. Por otra parte, bizarrería, como tal, no 
figura en el Diccionario de la Real Academia. Sí bizarro: valiente, 
esforzado, lúcido, generoso, espléndido, y bizarría, cuya primera 
acepción es gallardía y la segunda colorido o adorno exagerado. 
simplemente seres originales, en la medida en 
que disimulan cuidadosamente sus ideas deliran- 
tes. Muy a menudo, exteriormente, llevan una vida 
agitada, llena de bizarrerías* e incongruencias. Sólo 
tras una evolución de varias décadas, se mani- 
fiesta un debilitamiento psíquico creciente a ex- 
pensas de la anterior vivacidad de espíritu mien- 
tras todo el sistema delirante no cesa de enrique- 
cerse. Ningún trastorno somático, con excepción 
de variaciones de la curva de peso, acompaña la 
enfermedad; cuando aparece alguno no es más 
que por razones exteriores a ésta. 
La frecuencia de la forma de locura que ter- 
mino de describir no es muy grande: no alcanza, 
según mi experiencia, el uno por ciento de las 
admisiones. Los hombres parecen más frecuente- 
mente afectados que las mujeres. Una disposición 
hereditaria a los trastornos mentales, debe jugar 
ciertamente un rol importante. Además, debe su- 
ponerse que las adversidades del destino, las de- 
cepciones, la soledad, la lucha contra la miseria y 
las privaciones son, igualmente, causas de esta 
enfermedad; pero muy a menudo, los sinsabores 
son más bien una consecuencia del comportamien- 
to del enfermo, frecuentemente perturbado desde 
mucho tiempo atrás. En general, la enfermedad se 
inicia entre los veinticinco y cuarenta años. Por 
otra parte, Sander describió, bajo el nombre de 
Paranoia originaria, una forma en la que el co- 
mienzo podría situarse aún más precozmente, en 
la juventud. Es un hecho, que uno se entera fre- 
cuentemente de estos enfermos –y de otros deli- 
rantes– que su juventud estaba ya llena de intui- 
ciones y de presunciones en cuanto a su elevado 
origen y a la existencia de sus poderosos enemi- 
gos. No obstante, arribé prácticamente a la certe- 
za que, en la mayor parte de los casos, el co- 
mienzo de la enfermedad no remonta más allá 
de la primera mitad del tercer decenio. Todo lo 
que los enfermos pueden contar sobre su vida 
antes de la edad de veinte años, es probable- 
mente una construcción a posteriori de aconteci- 
mientos más recientes. 
Es por eso que Neisser sugirió el término 
de paranoia confabulatoria para esta forma des- 
crita por Sander donde se encuentra frecuen- 
temente el signo constante [sic] y característi- 
co que son las ilusiones de la memoria. Sin 
 
 
 
embargo, a mí no me parece posible delimitar 
una forma en el interior de este caso, cual- 
quiera sea ella y cualquiera sea el punto de 
vista desde el que uno se sitúe. 
Si la observación es atenta, el diagnóstico 
de esta enfermedad no presenta ninguna difi- 
cultad particular ante la lentitud de la evolución, 
el carácter particular de las ideas delirantes que se 
enlazan unas a otras, la conservación tan singular 
de la inteligencia así como del orden de los pen- 
samientos y del comportamiento. Por supuesto, 
algunos casos de demencia precoz, de parálisis 
general, de demencia senil y aún de locura ma- 
níaco-depresiva, pueden presentar, transitoria- 
mente y para una observación superficial, un cua- 
dro análogo. Nos hemos extendido ya sobre to- 
dos los signos diferenciales de estas enfermeda- 
des3 y nos contentaremos aquí con subrayar una 
vez más que la paranoia existe ya desde muchos 
años antes de ser reconocida, que las ideas deli- 
rantes progresan en un orden lógico, que el deli- 
rante refuta toda objeción de manera muy cáusti- 
ca, aunque arribe a conclusiones falsas. 
Ulteriormente, todos los pensamientos y to- 
das las acciones del enfermo están totalmente bajo 
la influencia del delirio, hasta el extremo de que 
no querrá escuchar razóny persistirá en seguir y 
defender sus ideas apasionada y obstinadamen- 
te. El enfermo experimenta la privación de su 
libertad como una pesada injusticia contra la cual 
no se cansará de luchar por todos los medios, en 
lo cual es muy diferente del paralítico* que es 
veleidoso y lleno de seguridad en sí mismo; del 
demente precoz, que es indiferente e incoheren- 
te; de los [enfermos que padecen]** delirios de 
persecución seniles o preseniles, por el comien- 
zo y las modificaciones rápidas del delirio, por 
los caracteres incoherentes y donquijotescos de 
éste; de la locura maníaco-depresiva que presen- 
ta siempre, además del delirio, los signos de una 
inhibición o de una excitación psicomotriz. 
El tratamiento de estos enfermos no tiene más 
que un fin: evitar, merced a ocupaciones y distrac- 
ciones, que se hundan en sus ideas delirantes. En 
algunos casos favorables, los enfermos son capaces 
de vivir en libertad sin dificultades demasiado im- 
portantes durante décadas, a pesar de la enor- 
midad de su delirio. De conjunto, soportan muy 
mal una estadía larga en el asilo. Es pues nuestro 
deber, en la medida de lo posible, ahorrarles 
estas restricciones. 
El delirio de querulancia representa una for- 
ma evolutiva bien particular de los delirios siste- 
matizados.*** El postulado de base en este cuadro 
clínico está representado por la convicción de un 
perjuicio real y de la necesidad imperiosa para el 
enfermo de pelear hasta el fin por la reparación de 
esta injusticia que está persuadido de haber sufri- 
do. En general, esta convicción se injerta sobre una 
desventaja cualquiera de la que el enfermo fue víc- 
tima de muy buena fe, muy a menudo, en el curso 
de un proceso. En esta ocasión, resulta manifiesto 
que es incapaz de reconocer sus errores. Es igual- 
mente incapaz de evaluar la situación objetivamen- 
te, de tener en cuenta también el punto de vista 
opuesto y busca, únicamente, que se tome en con- 
sideración sus concepciones y sus deseos perso- 
nales de manera total. 
La resistencia que encuentra y, frecuentemen- 
te, las desventajas materiales que recaen sobre él, 
lo refuerzan en su idea de que una amarga injusti- 
cia le fue hecha y que debe defenderse por todos 
los medios contra ella. 
Se podría pensar, de primera intención, que 
es completamente normal, tratar de hacer recono- 
cer sus propios derechos. Lo que caracteriza al 
querulante es su incapacidad de comprender la 
verdadera justicia por una parte, y por otra, el acen- 
to que pone sobre sus propios intereses, a expensas 
de los puntos de vista de la protección judicial gene- 
ral. “Busca justicia pero es incapaz de encontrarla”, 
decía un testigo al que un querulante había puesto 
particularmente en la mira en el curso de un pro- 
cedimiento de interdicción. 
El punto de partida del delirio está constitui- 
do por el desarrollo de una concepción errónea 
que arranca en el momento en que tiene lugar el 
juicio que es siempre “insuficiente”. Es éste un tras- 
torno que se constata realmente, en los querulantes. 
Se concretiza, sobre todo, en la total incorregibilidad 
 
 
* Referencia a la P.G.P [T] 
** [T] 
*** Hitzig: A propósito del Delirio de Querulancia (1895); Koppen 
archiv. fur Psychiatre, XXXVII, 221 [nota de Kraepelin] 
 
 
 
de estos enfermos (o en su total incapacidad de 
extraer una lección de la experiencia). Aun las 
pruebas más flagrantes, no tienen ningún efec- 
to sobre ellos, pues no reconocen valor alguno 
a la investigación de los hechos. Estos enfer- 
mos escuchan tranquilamente y gustosos la ex- 
posición que se les dirige, explicando en se- 
guida lo que, según su punto de vista, resulta 
claro, pero terminan siempre por escapar a to- 
das las exigencias lógicas pues sólo encuentran 
por respuesta sus posiciones anteriores o cor- 
tan en seco toda objeción con argumentos com- 
pletamente inadecuados. “Me planto ahí, defi- 
nitivamente. Lo que está escrito, está escrito”. 
Aún cuando obtiene la reparación demandada, 
el enfermo no está satisfecho. Uno de mis en- 
fermos, se creía, según los términos del juicio, 
públicamente catalogado como loco, y conti- 
nuaba pretendiendo tal cosa después de termi- 
nado un difícil combate contra los magistrados, 
aunque se le hubiera afirmado muchas veces, 
incluso desde el ministerio, que no había nin- 
guna mala intención dirigida contra él y que en 
todos los aspectos se esforzaron en apaciguarlo 
con saludos amigables y conciliadores. Sin em- 
bargo, desestimaba toda proposición de ayuda 
verdadera “hasta que el asunto del anuncio pú- 
blico de su locura no fuera esclarecido”. 
Por su inquebrantabilidad, esta convicción 
absoluta de un perjuicio judicial, se revela deli- 
rante desde el inicio. Todas las proposiciones que 
van al encuentro de sus propias concepciones, 
son asimismo concebidas por el enfermo como 
mentiras o como palabras indignas de fe. Según 
él, todos los testigos son locos o perjuros. Por el 
contrario, cada vez que él expone algo, invoca 
numerosos testigos conocidos, pero inventados 
por él, testigos que no tienen ninguna declara- 
ción importante para hacer y que, entonces, son 
desmentidos. Son reemplazados, entonces, por 
otros de los que el enfermo espera, siempre, im- 
portantes contribuciones, para ser, nuevamente, 
decepcionado en su expectativa. 
De la naturaleza misma del delirio de los queru- 
lantes, proviene su credulidad, realizando una apa- 
rente paradoja con su inquebrantabilidad. Cual- 
quier historia escandalosa, cualquier rumor que 
corre, una charlatanería cualquiera, devienen para 
ellos una certeza inamovible, desde que el contenido 
de éstos tiene alguna relación con el universo de 
sus representaciones. 
Son tan receptivos a los chismorreos de sus 
enemigos como inaccesibles a los argumentos más 
contundentes. No sólo consideran que están 
absolutamente en su derecho, sin tener la menor 
prueba, sino que están decididos a dar a este de- 
recho la forma más ruidosa y más excesiva. Los 
argumentos más penetrantes y de mejor calidad 
que los especialistas puedan pronunciar sobre su 
situación jurídica, no tienen sobre ellos efecto al- 
guno, desde el momento en que se embarcan tras 
sus propias intuiciones. 
La inteligencia y la memoria de los queru- 
lantes, parecen, al comienzo, intactas. Incluso, 
en general, uno es sorprendido por la exactitud 
con la cual estos enfermos pueden repetir ínte- 
gramente extractos de códigos, audiencias, tex- 
tos de leyes. Su examen profundo permite, sin 
embargo, con frecuencia, mostrar que el enfer- 
mo no comprendió completamente el sentido 
de su exposición, que deforma las frases más 
simples, dejando escuchar, a veces, aún lo con- 
trario de lo que quería decir. Además, se reco- 
nocen errores groseros cuando ellos alegan y es 
entonces difícil decir si son la consecuencia de 
una mala comprensión primaria o de desfalleci- 
mientos ulteriores de su memoria. El fenóme- 
no existe, sin ninguna duda, en estos enfermos. 
Por otra parte, a veces se tiene la ocasión de 
observar directamente (cerca del enfermo) hasta 
qué punto su relato se deforma en el sentido de 
su delirio cada vez que lo repite. Un enfermo 
pretendía con obstinación que yo lo había decla- 
rado sano de espíritu ante la justicia, y que me 
había contentado con decir que la enfermedad 
mental no comenzaría sino en tres o cuatro años. 
Sostenía absolutamente esta idea aunque se la hubo 
desmentido firmemente. Otro enfermo consideró 
duramente que la suma que lo indemnizaría debía 
pasar de 1.200 a 10.000 florines. Confesó al co- 
mienzo una deuda de dinero, pero más tarde pre- 
tendió que la había pagado. 
Si, por una observación superficial, los pri- 
meros signos de un delirio de querulancia pue- 
den aparecer, en un primer abordaje, como la 
simple exageración de un sentimiento de justicia 
 
 
 
muy vivaz –tantomás, cuanto se intrincan con 
frecuencia con acontecimientos reales– sin em- 
bargo, la naturaleza patológica del curso de 
pensamiento deviene evidente poco a poco. La 
imposibilidad que encuentra para hacer valer sus 
pretendidos derechos, conforta al enfermo en 
su convicción de que los testigos son perjuros, 
que los abogados y los magistrados son una 
banda de malhechores y de bromistas, por otra 
parte enredados entre ellos a fin de aniquilarlo 
y de impedir que las propias fechorías de ellos 
salgan a luz. “Todo le es favorable”, dice a pro- 
pósito de su enemigo. En tanto, no se convoca a 
sus testigos que, evidentemente, habrían testi- 
moniado muy a su favor; se deforman sus de- 
claraciones; se falsifican las actas y los informes 
que le conciernen; su firma; se le envía una ci- 
tación por medio de falsos carteros; se sella una 
sentencia que le está destinada como “si eso vi- 
niera de Su Majestad, el Rey”. A veces, se insta- 
lan entonces ideas delirantes aún más extrava- 
gantes. El enfermo tiene la impresión de que se 
lo quiso volver loco en prisión por intermedio 
de una comida horriblemente condimentada y 
sazonada con pimienta; cree que se tiene algo 
contra su vida. Muchas veces, he visto aparecer, 
al mismo tiempo, importantes delirios de celos; 
aquí y allá, aparecen algunas ilusiones sensoria- 
les; en un solo caso, en prisión, un importante 
estado de excitación ansiosa apareció transitoria- 
mente, comportando numerosas ilusiones auditi- 
vas. El enfermo escuchaba reproches y amenazas 
y creía que su ejecución era inminente. 
La inteligencia está intacta a lo largo de toda 
la evolución y el orden del pensamiento está con- 
servado. Se descubre siempre una completa co- 
herencia de los contenidos del delirio. Toda en- 
trevista con un querulante, se reduce rápidamen- 
te a las ideas de perjuicio que movilizan todo su 
interés de manera creciente con el paso del tiem- 
po. Cualquiera sea el punto de partida (de la en- 
trevista), por alejado que esté del centro de su 
interés, el camino de sus pensamientos lo lleva 
ineluctablemente a esto. Los mismos pensamien- 
tos retornan sin cesar en su discurso, donde él se 
repite incansablemente sin ser capaz, aparente- 
mente, de abreviarlos o reprimirlos. Pasado un 
tiempo de evolución de la enfermedad, los lazos 
semilógicos que existen en el interior del delirio 
comienzan a desmoronarse. No se trata jamás de 
una toma de conciencia del estado mórbido. El 
enfermo considera, más bien, toda refutación de 
sus ideas como una “broma idiota”. Casi siempre 
encuentra buenas almas e incluso médicos que, 
a pedido, atestiguan de su integridad mental. Uno 
de mis enfermos me aportó, con la mayor seguri- 
dad, certificados de buena salud que le habían 
extendido seis alcaldes. 
Una muy elevada estima de sí es un signo 
constante que acompaña el delirio de querulan- 
cia. Los enfermos se consideran excepcionalmen- 
te honestos y trabajadores y por ello miran desde 
arriba a sus enemigos. Tienen una cierta idea de sí 
mismos y encuentran particularmente agobiante 
que, justamente, “siendo padres de familia” se les 
prive de justicia. Un enfermo se describía del modo 
siguiente: “ciudadano, campesino y viudo”. Otro, 
un muy hábil relojero, hablaba de la ingratitud con 
la cual la madre patria agradecía a sus meritorios 
hijos. Esta sobreestimación de sí va a la par del 
hecho de que el enfermo se cree autorizado a 
emplear todos los medios posibles para combatir 
a sus enemigos, mientras que considera censura y 
violencia injustificada y ciego maltrato aun las for- 
mas más atenuadas de sanción jurídica, cuando 
apuntan a él. Un enfermo había vivido como una 
grave herida la entrega algo retrasada de una car- 
ta por el cartero, mientras que el incesto con su 
nuera y la malversación de dinero que había co- 
metido, le parecían infracciones mínimas. Escri- 
bía numerosas cartas a su mujer, llenas de enfáti- 
cas exhortaciones a la buena conducta, ponde- 
rando su propia buena conciencia. “¿Contra mí, 
tan delicado?”, escribía otro, sorprendido de que 
una queja haya sido planteada contra él por ha- 
ber escrito una carta cargada de groseros insul- 
tos. En la elevada estima de sí mismo, el enfermo 
reclama habitualmente, increíbles sumas como in- 
demnización por los daños sufridos. 
Además, se encuentra sin excepción, en los 
querulantes, una irascibilidad netamente supe- 
rior a la media. Tal vez allí se encuentre tam- 
bién la explicación de su incapacidad para re- 
flexionar con tranquilidad. Cuando no presentan 
trastornos mayores del humor, son capaces de en- 
trar en una excitación apasionada cuando hablan 
 
 
 
de sus altercados con la justicia, inundando al in- 
terlocutor con una ola de insultos dirigidos a 
sus enemigos y oponiéndose a toda objeción o 
argumento con la misma furiosa irritación. Uno 
de mis enfermos escribió él mismo al Gran 
Duque a fin de solicitarle autorización para eje- 
cutar personalmente a sus enemigos. 
Esta exaltación apasionada, asociada a su 
incapacidad para sacar lección de la experien- 
cia, dan al comportamiento del enfermo un esti- 
lo propio. Nada puede apaciguarlo. Ni el agota- 
miento de todos los recursos judiciales posibles 
ni la sentencia definitiva y decisiva. Incapaz de 
comprender la total inutilidad de otras gestio- 
nes –que tendrán forzosamente pesadas conse- 
cuencias– quiere vencer a cualquier precio en 
esta lucha por la obtención de sus presumidos 
derechos. Sordo a todo consejo, pasa su tiempo 
en poner en marcha todos los dispositivos jurí- 
dicos posibles; en reclamar un “verdadero exa- 
men” de los hechos catalogados desde hace 
mucho tiempo; en apelar a una instancia tras 
otra no sacando así ninguna lección del fracaso 
y permaneciendo inconmovible. En general, la 
obstinación y la exaltación apasionada no ha- 
cen más que acrecentarse. Escribe un número 
increíble de cartas y demandas a abogados, no- 
tor iedades, empleados, al Par lamento 
(Reichstag), a los condes y al Emperador, en las 
que se descarga empleando los términos más 
groseros y vejatorios para calumniar sin fin a 
sus enemigos, a los magistrados, a los aboga- 
dos. Los pasajes subrayados, los numerosos pun- 
tos de interrogación y de exclamación, las innu- 
merables interpelaciones, la puesta en evidencia 
de términos importantes por caracteres diferen- 
tes o por el empleo de una tinta de color, revelan 
ya, por la forma, el carácter patológico de estos 
escritos. En cuanto al contenido, las frases son 
prolijas, monótonas e interminables. El estilo re- 
vela, igualmente, un modo de expresión particu- 
lar: es embrollado, alambicado. Rodeos inespe- 
rados se repiten frecuentemente: son comprendi- 
dos a medias, a menudo tomados prestados del 
lenguaje jurídico, pero contundentes. Un enfer- 
mo escribía mucho sobre “los falsos perjuros”. 
Otro empleaba una frase que pretendía haber 
escuchado de mi boca: “la ley de los juristas es 
superior a la ley del Reino”. Los parágrafos de 
los códigos, los términos empleados sobre los 
“Autos” juegan un gran rol. Habitualmente, el 
enfermo gusta mucho de llevar consigo extrac- 
tos de sus declaraciones, de sus ponencias y de 
sus conclusiones –todo bien embalado– que él, 
por otra parte, desembala a la primera ocasión. 
Las demandas o las sanciones a las que se 
expone tras sus insultos y calumnias, no hacen 
sino aumentar la exasperación del enfermo. Res- 
ponde con nuevas injurias cada vez y cada vez 
más excesivas y desmesuradas. Todos sus actos, 
todo su interés por el mundo, se reducen cada 
vez más al deseo ardiente de obtener justicia, aun 
cuando, durante este tiempo, todo lo demás sea 
dejado de lado. Todo lo demás va a ser sacrifica- 
do en beneficio de este andar patológico: su vida 
familiar, sus ocupaciones, su fortuna. Por ello 
todas sus relaciones se perturban:está perma- 
nentemente en un estado de gran tensión a cau- 
sa de sus acusaciones y de sus procesos sin fin, 
que lo ponen en una posición cada vez más difí- 
cil frente a sus enemigos. Finalmente, evita toda 
relación con el aparato judicial e incluso, con to- 
das las instituciones del Estado. No firma más 
ningún acta, rehusa presentarse a las citaciones, 
al punto que se lo debe llevar por la fuerza al 
juicio. Entonces decide emplear la legítima de- 
fensa: se lleva lo que considera que es de su pro- 
piedad, se vuelve hacia la prensa, amenaza per- 
sonalmente a sus enemigos, dispara contra los 
ujieres que vienen a prenderlo. 
Gracias a su poder de convicción, el enfermo 
logra, muy frecuentemente, persuadir a tal o cual 
persona de su entorno, de lo bien fundado de sus 
reivindicaciones. Conocí a un querulante de 58 
años que había prometido a muchos campesinos 
de un pueblo alejado una elevada recompensa si 
obtenía 50.000 marcos de indemnización del al- 
calde. Las demandas planteadas por los campesi- 
nos, se asemejaban terriblemente a la del enfer- 
mo. Uno de los campesinos había formulado ya el 
deseo de hacer de éste su yerno. 
Por lo demás, los querulantes aprovechan con 
frecuencia la ocasión de escribir, por intermedio 
de sus amigos, otras cartas, otras demandas, pro- 
testas y cartas de injurias, y logran a veces, por 
este medio, volver a entrar en el juego de turbios 
 
 
 
abogados. Es así que perfeccionan sus estratagemas 
y sus pseudo-conocimientos jurídicos que ense- 
guida ponen por delante de todo. 
Después de un cierto tiempo de evolución de 
la enfermedad, se instala un constante debilitamiento 
psíquico. Los discursos y declaraciones del enfermo 
devienen cada vez más pobres, monótonos e inco- 
herentes. En la mayoría de los casos el enfermo 
no espera más respuesta, pero continúa, por hábi- 
to, escribiendo de vez en cuando algunos de sus 
textos singulares. La irascibilidad disminuye; el 
enfermo deviene apático, inofensivo e indiferen- 
te. A menudo, incluso lacrimoso y emotivo, mien- 
tras no le pongan el dedo en la llaga. Su relación 
con los médicos es fácil, aunque en otro tiempo 
los haya descrito como infames mentirosos y char- 
latanes. A veces incluso niega sus actuaciones an- 
teriores a fin de evitar desagradables explica- 
ciones (que tendría que brindar). No quiere saber 
más nada de eso. Es del pasado. Pero no se trata 
en absoluto de una verdadera toma de concien- 
cia del carácter patológico de sus interpretacio- 
nes. Se ve bien al despertar estos viejos recuer- 
dos, en los breves momentos en que el enfermo 
pierde su control, que no ha modificado en abso- 
luto sus posiciones sino que, simplemente, ha 
perdido la fuerza para defenderse. 
El diagnóstico del delirio de querulancia pre- 
senta, ciertamente, dificultades al comienzo. En 
cierto modo, se puede ver aparecer la querulan- 
cia como formando parte del cuadro clínico de 
diversas formas de locura, tales como la parálisis 
general y sobre todo la locura maníaco-depresi- 
va. Habitualmente, la constatación de signos ca- 
racterísticos de cada una de estas enfermedades 
–los trastornos somáticos y mnésicos en la pri- 
mera, la fuga de ideas, la distracción, la hiperac- 
tividad, las modificaciones del humor y la evolu- 
ción por accesos en la segunda– permite hacer el 
diagnóstico diferencial. Pero es verdad que, en 
ciertas circunstancias, una persona sana puede 
devenir querulante, incluso, con mucha tenaci- 
dad y obstinación. Es a causa de ello, justamente, 
que recientemente se han hecho muchos falsos 
diagnósticos por parte de médicos escrupulosos, 
para quienes el hecho de ser querulante y de 
tener una serie de procesos, constituía el signo 
patognomónico de un delirio de querulancia. Para 
un diagnóstico de delirio de querulancia es preciso 
retener en particular: ante todo la constitución 
de un sistema de ideas delirantes, la total inca- 
pacidad de aprender de la experiencia, la conti- 
nua extensión de las ideas de persecución que 
conciernen a un número cada vez mayor de per- 
sonas, el desarrollo de todo el sistema delirante a 
partir de un punto único que permanece siempre 
en primer plano y que viene a intrincarse siem- 
pre con todos los actos y pensamientos del en- 
fermo. Es justamente por ello que no debe con- 
fundirse a los querulantes con los querellantes, 
que quieren tener razón siempre y a cualquier 
precio y que viven en perpetuo conflicto con 
su entorno. Mientras que, me parece, los 
querulantes son, por el contrario, completamente 
soportables en sus relaciones cotidianas, aun- 
que sean un tanto originales. Aún cuando estos 
“gallos de riña”* sostienen sin cesar disputas y 
altercados, entablan procesos, lanzan invectivas 
contra todo el mundo, persiste siempre una cierta 
coherencia entre las diferentes etapas de esta 
escalada de conflictos. Toda esta serie inextri- 
cable de procesos y de demandas, se detiene, 
sin embargo, a partir del momento en que en- 
cuentra un obstáculo. Cuando se trata, simple- 
mente, de una tendencia a la querella, ésta ter- 
mina siempre, aun después de una larga camo- 
rra, en una u otra ocasión, por calmar o por 
cansar a todos los participantes. Aquí, al contra- 
rio, el conflicto primitivo jamás encuentra fin. 
No cesa de amplificarse desmesuradamente y 
sólo halla una salida aparente por la fuerza, es 
decir, cuando el enfermo es internado. Por otra 
parte, es por supuesto posible que estas ideas 
y estas afirmaciones aparentemente delirantes, 
expresen, a veces, la verdad. Un combate en- 
carnizado y furioso puede ser, a veces, la sana 
respuesta de una personalidad sujeta a vivos y 
profundos sentimientos de injusticia. Es así que 
en uno de mis casos, se reveló después que el 
enemigo contra el cual mi paciente sostenía pe- 
sadas acusaciones, no era, efectivamente, tan 
 
 
 
*Da la impresión de que desde este punto Kraepelin inicia la des- 
cripción de los querellantes hasta ocho renglones más abajo, don- 
de claramente retoma la descripción de los querulantes: “Aquí, al 
contrario el conflicto jamás encuentra fin”. [T] 
 
 
 
respetable como la opinión pública pensaba. 
Que, por el contrario, había sido el autor de 
graves estafas. En otra ocasión, pudo probarse 
que una falsificación de firma –que se había 
atribuido, inicialmente, a una idea delirante– 
había sido cometida realmente, por aquél que 
mi enfermo atacaba. Es por ello, que se impone 
la mayor prudencia. A pesar de todo, en los dos 
casos que cito, los acusadores eran querulantes. 
Esto no podía deducirse a partir de lo bien o 
mal fundado de sus demandas sino más bien, 
del modo en que entablaron el proceso y agran- 
daron desmesuradamente el asunto. Por supues- 
to, sucede con frecuencia que sólo se pueda 
reconocer el delirio de querulancia después de 
una larga evolución. Tanto más cuanto la buena 
conservación de la memoria, la soltura en la 
expresión escrita y oral, ocultan a los magistra- 
dos el debilitamiento y la incoherencia psíqui- 
cas así como la organización delirante subya- 
cente. La deformación y la falsa interpretación 
de los hechos que el enfermo establece de muy 
buena fe a partir de sus concepciones patológi- 
cas, es tomada con facilidad como una tentativa 
particularmente astuta y calculada de ocultar la 
verdad, y considerada como la prueba de su 
depravación moral y su insolencia. 
Probablemente deban buscarse las verda- 
deras causas del delirio de querulancia en la 
existencia de una predisposición mórbida, en 
general hereditaria. Constaté, muchas veces, la 
existencia de alcoholismo en los padres. La en- 
fermedad se inicia, como regla, entre los 35 y 
45 años. A veces, incluso, más tarde. Cierta- 
mente, debe considerarse la puesta en marcha 
del proceso, como una consecuencia y no como 
una causa (de la enfermedad). Frecuentemen- 
te,los enfermos ya han tenido antes una infi- 
nidad de procesos que han perdido y comien- 
zan a devenir querulantes. El pronóstico es 
malo. La evolución final comporta un debilita- 
miento psíquico más o menos pronunciado así 
como ideas delirantes persistentes. Pueden 
observarse también, períodos de mejoramien- 
to notables, en el curso de los cuales los en- 
fermos, aun si no cambian en absoluto sus pun- 
tos de vista, en todo caso los ocultan bien. Por 
otra parte, se observan cosas completamente 
análogas en otras formas de locura. 
El tratamiento de estos enfermos tiene por úni- 
co fin sustraerlos de su entorno durante un largo 
tiempo, cuando no es para siempre, puesto que éste 
los excita. La estadía en el asilo puede, transitoria- 
mente, modificar las cosas, como una mudanza pue- 
de modificarlas de manera durable. Los enfermos 
soportan mal, habitualmente, una estadía muy larga 
en el asilo. Es deseable también, una vez que se 
instaló un cierto apaciguamiento, soltarlos. Siempre 
que no se esté obligado a tener en cuenta como a 
veces es el caso, sin embargo, su peligrosidad pú- 
blica, y a privarlos definitivamente de su libertad, a 
pesar de los inconvenientes de la vida asilar. 
 
 
 
Nota sobre la traducción al español 
 
 
 Traducido de la versión francesa aparecida en Analytica 30 
 
La versión francesa tomada como original para 
la presente traducción, fue realizada por Odile Jatteau. 
He tenido en cuenta en orden de prioridades: 
 
— Traducir lo más literalmente posible lo que con- 
sideré conceptual. 
 
— Una mayor flexibilidad en el plano del estilo y 
de la sintaxis a fin de evitar el efecto de producir 
un texto en francés con palabras españolas. Esto 
vale más aún considerando que se trata de un ori- 
ginal, a su vez, en otra lengua. 
 
Con el fin de facilitar el cotejamiento entre 
ambas versiones, conservé página a página la co- 
rrespondencia entre el texto francés y la traduc- 
ción española. Así, las páginas 21 a 44 del primero 
se corresponden sucesivamente con las paginas 1 
a 24 de la segunda. La única modificación en este 
sentido es que las notas del traductor francés se 
hallaran al final del texto. 
Me he valido del recurso usual de transcribir 
en notas el término original cuando una homoni- 
mia se pierde en la traducción o cuando se trata 
de expresiones figuradas en las que puede ser de 
interés conocer le términos originales 
Cuando agregué alguna palabra, imprescindi- 
ble para la comprensión del sentido del texto que 
en el original mismo resultaba confuso, lo aclaré 
al pie de página. 
Acordamos para todas las traducciones de esta 
serie verter inébranlable e inébranlabilité por “in- 
quebrantable” e “inquebrantabilidad”. Vale lo mis- 
mo que “inconmovible”, pero el primer término 
ha sido consagrado por el uso y como designa un 
rasgo distintivo del delirio paranoico, preferimos 
no innovar. 
Algunas palabras, como Papa, Mesías, conde, 
etc., aparecen en las versiones francesas de esta 
serie de artículos, unas veces con minúscula y otras 
con mayúsculas. Acordamos, para la versión es- 
pañola, seguir en todos los casos el criterio que 
dicta el Diccionario de la Real Academia. 
 
Todas las notas de traducción se basan en 
Larousse, Dictionnaire Francais Espagnol, Barce- 
lona 1984, Petit Robert: Dictionnaire Alphabétique 
et Analogique de la Langue Francaise, París 1979 
y Diccionario de la Lengua Española, Real Acade- 
mia Española, Madrid XIX Ed. 
 
Traductor Néstor Bolomo 
 
Equipo de traducción: 
Lucila Anesi 
Néstor Bolomo 
Irene Gómez 
Marcelo Marotta 
 
 
Esta versión es de exclusiva circulación interna 
de la Cátedra de Psicopatología II de la UBA. 
 
 
 
Notas del traductor francés 
 
 
 
 
1. El término Verrucktheit fue traducido por 
locura sistematizada y no por delirio sistematiza- 
do que evocaría una noción francesa de la misma 
época pero de sentido ligeramente diferente. 
2. Traducimos aquí scwachsinning por idiota 
(literalmente: débil de espíritu). 
3. El diagnóstico diferencial de la paranoia y 
la demencia precoz es tratado por Kraepelin en 
el capítulo 5 (Demencia Precoz) de la misma obra, 
págs. 211-212, en los términos siguientes: 
“Las numerosas formaciones delirantes que 
aparecen en el curso de la demencia precoz dan, 
muy a menudo, lugar al diagnóstico de paranoia. 
La mayor parte de los casos que otros alienistas 
clasifican así, pertenecen, en mi opinión, a los 
cuadros clínicos que describí más arriba. Y pien- 
so, por supuesto, en las formas paranoides. Apo- 
yo esta concepción en mi experiencia, que mues- 
tra que esos estados evolucionan siempre, en un 
tiempo relativamente corto, hacia una simple de- 
bilidad de espíritu sin formaciones delirantes ver- 
daderamente constatables o bien a una confu- 
sión en el curso de la cual no se puede en abso- 
luto hablar de la existencia de un “sistema” ni de 
una continuidad en el interior de las ideas deli- 
rantes. En estas pocas frases se encuentran ya los 
puntos de reparo que permiten diferenciar la pa- 
ranoia de la demencia precoz. En la paranoia 
misma, las ideas delirantes se desarrollan siem- 
pre de un modo muy progresivo, a lo largo de 
los años, mientras que aquí [en la D.P.]* eso ocu- 
rre en algunos meses, paralelamente a un humor 
excepcionalmente triste o ansioso, o aun –y es 
frecuente– de modo brutal, por la instalación de 
múltiples ilusiones sensoriales. De todas mane- 
ras, éstas juegan un rol mayor en la demencia 
precoz, mientras que en la paranoia están, a me- 
nudo, completamente en segundo plano respec- 
to de las interpretaciones y las intuiciones deli- 
rantes. La debilidad de espíritu que muy rápida- 
mente entra a formar parte del cuadro se traduce 
por el aspecto absurdo de las ideas delirantes 
que, muy rápidamente, no tienen nada de vero- 
símiles. Los enfermos dejan, absolutamente, de 
ser opositores, no experimentan, en lo más míni- 
mo, la necesidad de hacer corresponder su delirio 
con la visión del mundo que tenían hasta ese mo- 
mento. La marcha de su pensamiento es confusa e 
incoherente. En la paranoia, al contrario, el delirio 
es una explicación y una interpretación mórbidas 
de acontecimientos reales. Los enfermos sienten 
contradicción con sus otras experiencias y se des- 
embarazan de los argumentos contrarios a través 
de un trabajo ideativo particular. La coexistencia, 
en ellos mismos, de pensamientos patológicos y 
pensamientos sanos, permanece inalterada hasta 
el final. En la demencia precoz, las ideas deliran- 
tes desaparecen fácilmente de múltiples maneras 
o bien son reemplazadas por otras. En el paranoi- 
co, el núcleo del delirio será siempre el mismo. 
Simplemente que en el curso de los años otras 
ideas delirantes pueden venir a agregarse a este 
núcleo a modo de prolongación, es decir, sin con- 
tradecirlo y sin que el sujeto renuncie a sus con- 
cepciones delirantes anteriores. 
El comportamiento exterior, así como las facul- 
tades mentales, son, habitualmente, rápidamente al- 
terados en la demencia precoz. Frecuentemente, se 
instalan estereotipias así como manierismos e in- 
cluso, a veces, hacia el fin, desórdenes completos 
del lenguaje que llegan hasta los neologismos. Por 
el contrario, el paranoico conserva exteriormente 
el aspecto de un sujeto sano; permanece, bastante 
a menudo, completamente capaz de performances 
en ciertos dominios, aún habiendo siempre una pe- 
queña declinación de sus facultades mentales. No 
presenta jamás signos de catatonia y conserva siem- 
pre el orden de sus pensamientos y de sus actos. 
En la demencia precoz, se encuentran variaciones, 
aparentemente sin motivo, del estado mórbido, ex- 
citaciones ansiosas o eufóricas, estados de estupor, 
períodos de remisión total, mientras que la para- 
noia evoluciona siempre de manera uniforme, so- 
lamente con discretos cambios que están en estre-

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