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Ernest Cassirer – 
Antropología Filosófica, México Fondo de Cultura Económica, 1984- Cap II 
II. UNA CLAVE DE LA NATURALEZA DEL HOMBRE: EL SÍMBOLO 
EL BIÓLOGO Johannes von Uexküll ha escrito un libro en el que emprende una revisión crítica de los 
principios de la biología. Según él es una ciencia natural que tiene que ser desarrollada con los métodos 
empíricos usuales, los de observación y experimentación; pero el pensamiento biológico no pertenece al 
mismo tipo que el pensamiento físico o químico. Uexküll es un resuelto campeón del vitalismo y defiende 
el principio de la autonomía de la vida. La vida es una realidad última y que depende de sí misma; no 
puede ser descrita o explicada en términos de física o de química. Partiendo de este punto de vista 
Uexküll desarrolla un nuevo esquema general de investigación biológica. Como filósofo es un idealista o 
fenomenista, pero su fenomenismo no se basa en consideraciones metafísicas o epistemológicas sino que 
se funda, más bien, en principios empíricos. Como él mismo señala, representaría una especie 
verdaderamente ingenua de dogmatismo suponer que existe una realidad absoluta de cosas que fuera la 
misma para todos los seres vivientes. La realidad no es una cosa única y homogénea; se halla 
inmensamente diversificada, poseyendo tantos esquemas y patrones diferentes cuantos diferentes 
organismos hay. Cada organismo es, por decirlo así, un ser monádico. Posee un mundo propio, por lo 
mismo que posee una experiencia peculiar. Los fenómenos que encontramos en la vida de una 
determinada especie biológica no son transferibles a otras especies. Las experiencias, y por lo tanto, 
las realidades, de dos organismos diferentes son inconmesurables entre sí. En el mundo de una mosca, 
dice Uexküll, encontramos sólo "cosas de mosca", en el mundo de un erizo de mar encontramos sólo 
"cosas de erizo de mar". 
Partiendo de este supuesto general desarrolla Von Uexküll un esquema verdaderamente ingenioso y 
original del mundo biológico; procurando evitar toda interpretación psicológica sigue, por entero, un 
método objetivo o behaviorista. La única clave para la vida animal nos la proporcionan los hechos de la 
anatomía comparada; si conocemos la estructura anatómica de una especie animal estamos en posesión 
de todos los datos necesarios para reconstruir su modo especial de experiencias. Un estudio minucioso de 
la estructura del cuerpo animal, del número, cualidad y distribución de los diversos órganos de los 
sentidos y de las condiciones del sistema nervioso, nos proporciona una imagen perfecta del mundo 
interno y externo del organismo. Uexküll comenzó sus investigaciones con el estudio de los organismos 
inferiores y las fue extendiendo poco a poco a todas las formas de la vida orgánica. En cierto sentido se 
niega a hablar de formas inferiores o superiores de vida. La vida es perfecta por doquier, es la misma en 
los círculos más estrechos y en los más amplios. Cada organismo, hasta el más ínfimo, no sólo se halla 
adaptado en un sentido vago sino enteramente coordinado con su ambiente. A tenor de su estructura 
anatómica posee un determinado sistema "receptor" y un determinado sistema "efector." El organismo 
no podría sobrevivir sin la cooperación y equilibrio de estos dos 25sistemas. El receptor por el cual una 
especie biológica recibe los estímulos externos y el efector por el cual reacciona ante los mismos se hallan 
siempre estrechamente entrelazados. Son eslabones de una misma cadena, que es descrita por Uexküll 
como "círculo funcional". 13 
No puedo entretenerme en una discusión de los principios biológicos de Uexküll; me he referido 
únicamente a sus conceptos y a su terminología con el propósito de plantear una cuestión general. ¿Es 
posible emplear el esquema propuesto por Uexküll para una descripción y caracteriz a c ión de l mundo 
humano? Es obvio que este mundo no constituye una excepción de esas leyes biológicas que gobiernan 
la vida de todos los demás organismos. Sin embargo, en el mundo humano encontramos una 
característica nueva que parece constituir la marca distintiva de la vida del hombre. Su círculo funcional 
no sólo se ha ampliado cuantitativamente sino que ha sufrido también un cambio cualitativo. 
El hombre, como si dijéramos, ha descubierto un nuevo método para adaptarse a su ambiente. Entre el 
sistema receptor y el efector, que se encuentran en todas las especies animales, hallamos en él como 
eslabón intermedio algo que podemos señalar como sistema "simbólico". Esta nueva adquisición 
transforma la totalidad de la vida humana. Comparado con los demás animales el hombre no sólo vive en 
una realidad más amplia sino, por decirlo así, en una nueva dimensión de la realidad. Existe una diferencia 
innegable entre las reacciones orgánicas y las respuestas humanas. En el caso primero, una respuesta 
directa e inmediata sigue al estímulo externo, en el segundo la respuesta es demorada, es interrumpida y 
retardada por un proceso lento y complicado de pensamiento. A primera vista semejante demora 
podría parecer una ventaja bastante equívoca; algunos filósofos han puesto sobre aviso al hombre acerca 
de este pretendido progreso. El hombre que medita, dice Rousseau, "es un animal depravado": 
sobrepasar los límites de la vida orgánica no representa una mejora de la naturaleza humana sino su 
deterioro. Sin embargo, ya no hay salida de esta reversión del orden natural. El hombre no puede escapar 
de su propio logro, no le queda más remedio que adoptar las condiciones de su propia vida; ya no vive 
solamente en un puro universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la 
religión constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la 
urdimbre complicada de la experiencia humana. Todo progreso en pensamiento y experiencia afina y 
refuerza esta red. El hombre no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo inmediato; no puede 
verla, como si dijéramos, cara a cara. La realidad física parece retroceder en la misma proporción que 
avanza su actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido, conversa 
constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en 
símbolos míticos o en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la 
interposición de este medio artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica que en la práctica. 
Tampoco en ésta vive en un mundo de crudos hechos o a 
26 
13 
Véase Johannes von Uexküll, Theoretische Biologie (2 
a 
ed. Berlín, 1938); Unwelt und Innenwelt der Tiere 
(1909; 2 
a 
 ed. Berlín, 1921).tenor de sus necesidades y deseos inmediatos. Vive, más bien, en medio de 
emociones, esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y de sus 
sueños. "Lo que perturba y alarma al hombre —dice Epicteto—, no son las cosas sino sus opiniones y 
figuraciones sobre las cosas." Desde el punto de vista al que acabamos de llegar podemos corregir y 
ampliar la definición clásica del hombre. A pesar de todos los esfuerzos del irracionalismo moderno, la 
definición del hombre como animal racional no ha perdido su fuerza. La racionalidad es un rasgo 
inherente a todas las actividades humanas. La misma mitología no es una masa bruta de supersticiones o 
de grandes ilusiones, no es puramente caótica, pues posee una forma sistemática o conceptual; pero, por 
otra parte, sería imposible caracterizar la estructura del mito como racional. El lenguaje ha sido 
identificado a menudo con la razón o con la verdadera fuente de la razón, aunque se echa de ver que 
esta definición no alcanza a cubrir todo el campo. En ella, una parte se toma por el todo: pars pro toto. 
Porque junto al lenguaje conceptual tenernos un lenguajeemotivo; junto al lenguaje lógico o científico el 
lenguaje de la imaginación poética. Primariamente, el lenguaje no expresa pensamientos o ideas sino 
sentimientos y emociones. Y una religión dentro de los límites de la pura razón, tal como fue concebida y 
desarrollada por Kant, no es más que pura abstracción. No nos suministra sino la forma ideal, la sombra 
de lo que es una vida religiosa germina y concreta. Los grandes pensadores que definieron al hombre 
como animal racional no eran empiristas ni trataron nunca de proporcionar una noción empírica de la 
naturaleza humana. Con esta definición expresaban, más bien, un imperativo ético fundamental. La razón 
es un término verdaderamente inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural humana en toda su 
riqueza y diversidad, pero todas estas formas son formas simbólicas. Por lo tanto, en lugar de definir al 
hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico. De este modo podemos 
designar su diferencia específica y podemos comprender el nuevo camino abierto al hombre: el camino 
de la civilización.

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