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BIBLIOGRAFÍA Segundo cuatrimestre

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BIBLIOGRAFÍA Segundo cuatrimestre 
ROL PROFESIONAL EN EL ÁMBITO 
Gardiner. Psicología Jurídica. Recorrer lo construido. CAP. V. Despacho o Consultorio: La pericia psicológica y el a posteriori. F 
2401 
En general, los evaluados no se preguntan, no tienen demanda propia, son sujetos colocados en un lugar pasivo sobre el que se 
va a efectuar una intervención. Se les informa en qué consiste “la pericia” que, conjuntamente con él, se llevará a cabo. El objetivo 
de utilizar el término “conjuntamente” es la búsqueda de su corrimiento del lugar pasivo. Por lo tanto, el primer objetivo es buscar 
que se implique en el dispositivo psicodiagnóstico forense que va a iniciarse. 
Los sujetos evaluados no siempre saben a qué vienen. Es necesario suministrarles toda la información del proceso psicodiagnóstico 
forense para su conocimiento y, a posteriori de ello, requerir su consentimiento informado. Logrado esto, se comienzan las 
entrevistas y se administran pruebas psicológicas. Se hace un informe. Se contestan los puntos de pericia. Se cierra el círculo de 
una intervención abierta sólo a fin de ser cerrada con esta práctica. Se cierra lo más rápido posible, ya sea por las urgencias o el 
fenecimiento de plazos procesales que no siempre son coincidentes con los plazos necesarios para la adecuada constitución del 
vínculo con el evaluado. 
¿Qué círculos se abren en el sujeto, que más o menos pasivamente, se somete a aquello que la ley le impone? 
¿Qué se puede hacer? Que no sea la única vez es una buena primera respuesta; que no sea traumática, que le permita resignificar 
y seguir pensando, subjetivar el acto que lo trae a este proceso, que se posiciones en sujeto deseante y no en objeto despachado, 
son otras. 
¿Acto violento o sujeto violento? 
Las causas que se trabajan en el dispositivo psicodiagnóstico forense dan cuenta de que la violencia está presente en varios ejes 
de la vida de los sujetos implicados (familia, pareja, instituciones). En la mayoría de los casos evaluados, el sujeto que ha cometido 
un hecho de violencia en algún momento fue víctima de la violencia, ya sea física, psíquica o social. Con esto no se quiere postular 
que se lo desculpabilice; de lo que se trata aquí es de dar otra lectura más profunda y ver de qué manera se podría plantear algo 
que sirva para la prevención. 
 
(CASO USURPADOR) Es parte de la función de los psicólogos la prevención de la salud, y es un acto de prevención tomar los 
recaudos necesarios para no revictimizar a los peritados ya que la pericia psicológica no pasa por la vida de un sujeto sin dejar 
secuelas. Se puede tratar que sea lo menos traumática posible y como máxima expresión de deseos que sirva para algo más que 
aquello que se ventila en el expediente. En consecuencia, lo que se promueve es que las intervenciones que se hagan puedan 
también aportar a la salud como secundario a la función pericial. O, al menos, que ese eje sea tenido en cuenta como protección 
de la posible victimización en esa instancia institucional. 
El proceso pericial siempre requiere de un cierre y éste debe darse en el encuentro con el otro, no sólo un cierre para el perito 
con la presentación del informe. El sujeto evaluado es un sujeto que da cuenta de alguna subjetividad sufriente, y es propio de la 
función del psicólogo ofrecerle un lugar para la palabra allí donde antes sólo hubo un acto violento. Muchos peritados, antes de 
concluir el proceso, preguntan por el resultado de la pericia; a otros, especialmente en el Fuero Penal, les importa sólo en función 
de la causa (probablemente sean los que más sufren la dualidad de ser victimarios y víctimas a la vez) y cuyo psiquismo se muestra 
como amparado de los embates del medio (con mecanismos de defensa rígidamente armados, tal vez a fuerza de estigmas propios 
del maltrato previo). 
En la sociedad, la violencia está presente siempre, por acción u omisión, con o sin direccionalidad evidenciable, violentando, 
violando, forzando, aplicando sobre las personas los medios necesarios para vencer su resistencia y producir un daño. 
En esta definición está presente la noción y la fuerza de la acción, el acotamiento del deseo del otro y el forzamiento al punto del 
sometimiento. Se está atravesado por los discursos dominantes y sus efectos sobre la subjetividad. Se habla de las patologías del 
desvalimiento con los desenlaces anímicos que encuentran un fragmento sustantivo de sus razones en el a premio de la vida, en 
la exclusión y la marginalidad. 
Este proceso social, político y económico, debilita y lleva a la situación de ser productos y productores de una sociedad violenta y 
victimizante. Los sujetos debilitados son expuestos a la condición de víctimas o victimarios. Se cumple la primera etapa del pasaje 
a la violencia en acto. Y es en este escenario que la salud mental está en juego. En este contexto, la pericia psicológica también 
puede tornarse en un ejercicio de poder. El sujeto peritado, adecuadamente instalado en el lugar por la ley puede, como en el 
caso extremo de la joven abusada por su padre, ser objeto de legales malos tratos que lo coloquen en un lugar más victimizado 
aún. 
¿Se puede hacer algo para no exponer y exponernos a la violencia de ejercer el poder que se confiere a los peritos? Pensemos que 
estamos hablando de un poder de carácter transitivo de otro poder que tiene en sus manos el futuro de la vida del evaluado. 
En la pericia el sujeto es pasivo, y viene a que alguien “le haga algo”. Se requiere ser extremadamente cuidadoso con el ejercicio 
de la función, ya que no es lo mismo que el ejercicio del poder que se desplaza a la función pericial. 
Se puede hacer algo por ese sujeto inicialmente pasivo. Puede ser corrido de ese lugar construyendo en conjunto otro lugar activo, 
en el que sea escuchado y se escuche. 
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Uno de los deberes del perito oficial es trabajar para la institución a la que pertenece, cumpliendo con todas las normativas 
vigentes. Pero también es deber del perito trabajar para la profesión elegida. 
De poder cumplirse con lo antedicho, la promoción de la salud mental durante un peritaje es posible. 
Como respuesta a la pregunta inicial: 
- No hay consultorio donde no hay consulta o pregunta del Sujeto. 
- No hay despacho donde lo único que puede desecharse es un oficio. 
- Sí hay espacio para la palabra allí donde sólo hubo acto, sí hay posibilidad de que un sujeto historice su propia historia, 
la subjetive, se subjetive a sí mismo y se posicione en sujeto deseante. 
 
Minuchin. El arte de la Terapia Familiar. Cap. 1 y 4. F 2465 
 
1. TERAPIA FAMILIAR 
Una dicotomía teórica 
Una exploración de la supervisión en terapia de familia debe comenzar con una mirada al modo en que se aplica la terapia familiar. 
Debe ser una visión que vaya más allá del compendio de técnicas que se emplean en el área, penetrando en el pensamiento que 
subyace en las mismas, y los valores y supuestos fundamentales que les dieron origen. 
La literatura de la terapia familiar ha puesto un interés mucho mayor en la técnica terapéutica que en la propia figura del terapeuta 
como motor de cambio. Esta división entre técnicas y el empleo del “yo” del terapeuta apareció muy temprano en el desarrollo 
de esta área. Esto, en parte, constituyó un subproducto involuntario de la necesidad histórica de la terapia familiar de diferenciarse 
de las teorías psicoanalíticas. Conceptos de “transferencia” y “contratransferencia”. Los terapeutas pioneros de la terapia de 
familia los desecharon por irrelevantes. Ya que los padres y otros familiares del paciente se encontraban en la sala de consulta, 
no parecía necesario considerar cómo podría éste proyectar sus sentimientos y fantasías vinculadas con miembros de la familia 
en la figura del terapeuta. Pero con el rechazo de estos conceptos, la persona del terapeuta comenzó a hacerse invisible en los 
escritos de estos pioneros de la terapia familiar. A medida que el clínico desaparecía, todo lo que quedó fueron sus técnicas. 
Con la evoluciónde la disciplina, los terapeutas de familia aceptaron, copiaron y modificaron técnicas introducidas por otros 
clínicos. La manera en que los terapeutas aplicaban estas técnicas era preocupante para las familias, clínicos y supervisores. 
Otro ejemplo de este proceso de supresión de la figura del terapeuta se puede ver en el modo en que reapareció de manera 
modificada el concepto del autor de “coparticipación” en el término “connotación positiva”. El concepto primordial de 
“coparticipación” se relaciona con dos sistemas sociales idiosincrásicos (la familia y el terapeuta) que se adaptan el uno al otro. 
Cuando la coparticipación se transforma en “connotación positiva”, simplemente se convierte en una técnica de respuesta a las 
familias. Implica no sólo abstenerse de criticar a cualquiera de la familia, sino también de interferir directamente con la “conducta 
recomendable” de cada uno. Autores posteriores notaron que la idea de “connotación positiva” diseñada originalmente como un 
medio de proteger al clínico de los contraproducentes enfrentamientos familiares y los abandonos, era un recurso estratégico 
débil. 
La diferencia entre estos dos conceptos no se ubica principalmente en el nivel del contenido. Una gran parte de la coparticipación 
guarda relación con la connotación positiva de la forma de ser de la familia, pero no termina ahí. Mientras que la coparticipación 
reconoce al terapeuta como un agente activo, como un instrumento terapéutico único, la connotación positiva sólo lo concibe 
como agente pasivo, como un portador de sentido y técnica. 
Durante un largo periodo, la desaparición del clínico ha sido intencional más que accidental, como resultado de una elección 
teórica deliberada… (Faltan p. 26-27) 
La introducción por parte de Bateson de una postura neutral y reflexiva planteó automáticamente un rompecabezas para aquellos 
terapeutas familiares que anhelaban seguir este acercamiento en la práctica terapéutica. ¿Cómo podría controlarse la influencia 
del terapeuta en la sesión? 
Para el psicoanalista, la herramienta para controlar las respuestas contratransferenciales era la autoconciencia desarrollada a 
través del entrenamiento analítico. Pero no existía ningún equivalente al entrenamiento analítico disponible para el terapeuta 
familiar. Así que a aquellos que deseaban seguir la postura terapéutica reflexiva, no les quedaba otra opción que crear controles 
externos sobre sus intervenciones terapéuticas. 
 
La terapia intervencionista versus la terapia pasiva 
 
El terapeuta moderado ha encontrado justificación intelectual para su estilo terapéutico minimalistas en varias fuentes. Durante 
los 80, los cimientos teóricos de Bateson se complementaron con ideas importadas del trabajo de los científicos chilenos Maturana 
y Varela. Sus investigaciones habían demostrado que la percepción del mundo externo por parte de un organismo está 
ampliamente determinada por su estructura interna. Si cada organismo responde primariamente a su propia estructura interna, 
entonces ninguno puede provocar directamente un estado determinado en lugar de otro. Para los practicantes de la terapia 
pasiva, un corolario terapéutico parecía más que evidente: es imposible para el clínico generar cambios en blancos terapéuticos 
específicos en una familia. Por tanto, la terapia debería ser “no intervencionista”, una simple conversación entre personas. 
En los 90, el terapeuta pasivo dio un giro hacia el constructivismo social y el posmodernismo de Foucault. El constructivismo social 
subrayaba el hecho de que el conocimiento no es una representación de la realidad externa, sino un consenso construido por 
individuos que hablan “un mismo lenguaje”. El posmodernismo de Foucault añade la observación de que la conversación está 
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gobernada por amplios discursos socioculturales y prevalecen ciertas perspectivas mientras que e obvian y marginan otras. Bajo 
la influencia de estas escuelas de pensamiento, el clínico realiza a sus clientes preguntas que les brindan oportunidad de reconocer 
ciertos significados y valores que habían sido considerados “definitivos” y normativos. El terapeuta crea de este modo un contexto 
dentro del cual se invita a los clientes a recapitular sus vidas, deshaciéndose, en el proceso, de la opresión de los discursos 
culturales constrictivos. 
El autor no cuestiona la importancia de estas escuelas de pensamiento para entender los fenómenos sociales, pero, según su 
percepción, la terapia no debería ser un mero ejercicio de entendimiento y menos de tipo abstracto o académico como el 
postulado por el análisis posmodernista. Por el contrario, la terapia debería estar orientada hacia la acción. 
 
Cambio en las bases teóricas de la terapia que acompaña a la práctica constructivista: 
 
DE A 
Conocimiento como objetivo y fijo –sujeto y conocimiento 
como independientes. 
Conocimiento creado socialmente y generativo –
interdependiente. 
Lenguaje como representacional, reflejo fiel de la realidad. Lenguaje como manera en que experimentamos la realidad, 
herramienta con que le damos sentido. 
Sistemas sociales como cibernéticos, imposición de orden, 
unidades sociales definidas por la estructura y el papel. 
Sistemas sociales como unidades sociales configuradas y 
producto de la comunicación social. 
Terapia como una relación entre un experto y personas que 
requieren ayuda. 
Terapia como colaboración entre personas con diferentes 
perspectivas y experiencia. 
 
En ninguna columna se encuentra incluida la palabra “familia”. La conceptualización de la familia como la unidad social significativa 
que genera definiciones idiosincrásicas del “yo” y los “otros” desaparece virtualmente. La idea factible de familia como sistema 
social, en la cual se moldean los patrones de experiencia, es reemplazada por la noción de “sistema de lenguaje” como unidad 
social. Al terapeuta se le resta la flexibilidad mediante el imperativo ideológico de que opere únicamente en posturas 
colaborativas, simétricas. Desaparece su libertad para cuestionar, actuar, opinar o comportarse en el despacho como la persona 
compleja y multifacética que es fuera de él. Todo lo que le queda en su papel de terapeuta es actuar como un entrevistador 
distante y respetuoso. 
Como grupo, los terapeutas constructivistas se han esforzado en crear una terapia de apoyo y respeto a sus clientes. La patología 
es empujada fuera de la familia para situarla en la cultura que la rodea. El clínico se convierte en el recolector de las historias 
familiares. Funciona como la persona a quien los miembros de la familia dirigen sus relatos y que los une. 
En el marco de pensamiento de Bateson, las interacciones de los miembros de la familia sostienen el funcionamiento familiar, su 
visión de ellos mismos y del otro. El pensamiento es profundamente moral. Implica responsabilidad mutua, compromiso con el 
todo, lealtad y protección entre sí, esto es, pertenencia. Obliga al clínico y al científico social a centrarse en las relaciones entre el 
individuo, la familia y el contexto. El constructivismo contemporáneo, sin embargo, ha adoptado una postura moral distinta. Se 
centra en el individuo como víctima del lenguaje restrictivo que implica el discurso invisible dominante. La respuesta al 
constreñimiento cultural es una postura de liberación política, de desafío cultural a través del cuestionamiento de los valores y 
significados aceptados. 
Esta posición renuncia a la responsabilidad de los miembros de un grupo en favor de una filosofía de liberación individual. El 
contacto idóneo entre las personas se caracteriza por el respeto mutuo pero sin compromisos. 
Desde el punto de vista del terapeuta de familia intervencionista, el terapeuta pasivo se centra en el contenido y la técnica de 
interrogar secuencialmente a los miembros de la familia situándose en una posición central que despoja a la situación terapéutica 
de su recurso más valioso: el compromiso directo entre los familiares. Todos los elementos no verbales, la irracionalidady todo el 
afecto de la interacción familiar se han perdido. 
Para el terapeuta intervencionista, la familia constituye el contexto privilegiado en el cual las personas pueden expresarse de 
manera más plena y en toda su complejidad. Así, la interacción familiar, potencialmente destructiva o curativa, sigue ocupando 
un lugar fundamental en la práctica. Para los autores, la vida familiar es tanto drama como historia. Como drama, la vida familiar 
se desenvuelve en el tiempo. Tiene un pasado, expresado en historias narradas por los personajes. Pero también es presente, que 
se desarrolla en las interacciones de estos personajes. Y como el drama, la vida familiar es también espacial. Los miembros de la 
familia se comunican entre sí con gestos y sentimientos, tanto como con palabras. 
El terapeuta es un catalizador del cambio familiar (a diferencia del catalizador físico, él mismo podría alterarse en este proceso). 
Cualquier acontecimiento terapéutico que se produzca durante la terapia se debe a este compromiso. Así, el terapeuta traslada 
el drama familiar al consultorio, generando un contexto donde se anima a los miembros de la familia a interactuar directamente 
con el otro. El terapeuta escucha el contenido, los temas, relatos y metáforas, pero también observa. ¿Dónde se sientan las 
personas? ¿Cuál es la posición relativa de los miembros de la familia? Atiende al movimiento: las diferentes entradas y salidas, los 
movimientos de los familiares entre sí; los gestos: cambios sutiles en la postura, toques aparentemente casuales mediante los 
cuales los miembros de la familia se avisan entre sí, límites que definen las afiliaciones, las alianzas y las coaliciones comienzan a 
aflorar. Cuando esto sucede, el terapeuta empieza a experimentar las fuerzas familiares. La familia induce al terapeuta al papel 
de juez, mediador, aliado, oponente, pareja, padre e hijo. El terapeuta desarrolla una comprensión experimental de los patrones 
interactivos familiares elegidos y, a su vez, comienza a sentir las alternativas subyacentes que podrían llegar a ser accesibles. Ahora 
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podría emplear sus respuestas personales para guiar sus intervenciones, quizás incluyéndose de forma resuelta en el drama 
familiar. 
Intervenir de este modo conlleva sus problemas. Añade otra fuerza a un área interpersonal de por sí ya sobrecargada. Pero la 
respuesta a este problema no estriba en evitar el compromiso sino en controlarlo. 
El terapeuta debe actuar como participante en el drama familiar y como observador. Es importante comprometerse, y también es 
vital salirse, animando a los miembros de la familia a que interactúen directamente entre sí. Provoca a la familia para que 
responda, y después estudia su respuesta. Si las intervenciones del clínico han sido útiles, los miembros de la familia se descubrirán 
relacionándose de una forma novedosa, generadora de desarrollo y enriquecimiento. 
El terapeuta de familia, sea pasivo o intervencionista, y con independencia del marco teórico, es un agente de cambio. Modula la 
intensidad de sus intervenciones de acuerdo con las necesidades de la familia y de su propio estilo personal. 
 
(Está incompleto!) 
 
2. TERAPIAS DE FAMILIA 
Práctica clínica y supervisión 
 
En los 90, la terapia familiar es una práctica establecida. Las primeras oposiciones contra la dictadura del psicoanálisis han sido 
reemplazadas por la preocupación por la efectividad en áreas discretas. Ya no existe un centro teórico para la disciplina; los 
programas de entrenamiento advierten de su adhesión a una escuela en particular, y existe una fuerte polémica entre los discursos 
rivales de los terapeutas intervencionistas y los pasivos. 
 
Las terapias intervencionistas 
 
(Faltan p. 62-63) 
 
Todos los terapeutas tratados se centran en el clínico como desencadenante del proceso de cambio y actúan como supervisores 
del mismo modo que dirigían a sus estudiantes hacia su tipo ideal de terapeuta. 
 
Las terapias pasivas 
 
La pasividad en la terapia familiar puede tomar formas diferentes, y varias escuelas de terapia han adoptado distintos modos de 
restringir sus intervenciones. Un grupo de terapeutas limita cuidadosamente el área del funcionamiento familiar en el cual 
intervienen; la terapia se centra sólo en el problema identificado por la familia. El segundo grupo desarrolla un gran conjunto de 
técnicas que limitan las actividades y la postura del terapeuta. Un tercer grupo ejerce esta restricción limitando la modalidad de 
las respuestas del terapeuta al área del lenguaje y la historia. Los tres grupos, sin embargo, comparten la preocupación por la 
imposición de sí mismos sobre la familia, y se mantienen alertas para que la intervención no se convierta en opresiva. 
 
El grupo MRI 
 
El grupo de terapia breve del Instituto de Investigación Mental de Palo Alto, California (al cual pertenecen Weakland, Watzlawick, 
Bodin y Fisch) fue el primero en defender una aproximación no normativa a la terapia sistémica. No consideraba ningún modo en 
particular de funcionamiento, de relación o vida como problemático si el cliente no expresaba su descontento con ello. 
Una vez que alguien define algo como un problema, se intenta invariablemente solucionarlo. Algunas veces la solución misma sólo 
sirve para mantener y agrandar el problema. Si, como respuesta, esta misma solución se reitera, comienza un círculo vicioso. 
Si el terapeuta practica el modelo MRI, la terapia será autoconscientemente minimalista. El terapeuta aceptará la definición del 
problema del cliente, a pesar de que puede empujarlo a que describa el conflicto en términos conductuales. El clínico entonces 
evaluará las secuencias de los intentos de solución que parecen mantener el problema. Diseñará directrices para interrumpir la 
secuencia del mantenimiento y del problema y las presentará reestructurando el problema en términos que utilicen el lenguaje, 
las creencias y los valores del cliente. El terapeuta será activista y estratégico, pero sólo para interrumpir las secuencias del 
mantenimiento del problema. Cuando el problema actual, tal y como lo define el cliente, está resuelto, la terapia finaliza. El 
terapeuta espera que la terapia sea breve, no más de ocho sesiones. 
El grupo MRI también cree que el entrenamiento debe ser breve. Ya que su modelo es simple, creen que pueden enseñar a 
cualquier terapeuta razonablemente interesado e inteligente a emplearlo. La meta principal del entrenamiento es conseguir que 
los estudiantes abandonen la perspectiva de cualquier modelo que utilizasen antes y se sumen al enfoque del MRI. Aprender qué 
no incluir es considerado más importante que aprender qué incluir. 
El otro obstáculo es ayudar a los aprendices a llegar a ser más activos en la otra área donde el modelo exige un activismo 
terapéutico, la de evaluar e interrumpir las secuencias de soluciones intentadas. Para ser activo en este campo, el estudiante 
necesita adquirir la habilidad para obtener de los clientes definiciones precisas del problema, imaginar y “vender” 
reestructuraciones, y comunicar pautas. La supervisión en vivo se puede emplear para ayudar al estudiante a adquirir tales 
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habilidades. Se trata de un modelo de entrenamiento que se centra en la planificación y en la técnica más que en el estilo personal 
del terapeuta. 
La insistencia por parte del MRI de que los supervisados deben abandonar todo aquello que han aprendido para emplear su nuevo 
modelo, parece ser restrictiva y puede crear terapeutas orientados hacia la técnica y sin la sofisticación requerida para afrontar 
las situaciones humanas complejas. Al centrarse en la descripción que hacen los clientes de sus problemas y conductas, 
frecuentemente pierden de vista a la familia como un sistema interactivo y se centran en el fenómeno individual. 
 
La aproximación centrada en la solución 
 
Los terapeutas centrados en la solución no están demasiado interesados en los problemas presentados por los clientes, sino más 
bien en los momentos excepcionales enlos cuales los clientes se encuentran a sí mismos más capaces de manejar los problemas. 
La tarea de una terapia centrada en la solución es ayudar a los clientes a ampliar las conductas de solución efectiva, de las cuales 
ya están en posesión. 
Dos técnicas son esenciales en la aproximación terapéutica. La primera es “la pregunta de la excepción”. Está diseñada para 
conseguir que los clientes busquen episodios en el pasado o en el presente durante los cuales no se encontraban afectados por 
sus problemas. Una vez que tales excepciones han sido identificadas, el terapeuta puede explorar con los clientes qué estaban 
haciendo de forma efectiva para aliviar sus problemas. Entonces se pueden desarrollar planes para ayudarlos a incrementar tales 
conductas. 
“Pregunta del milagro”: “Suponga que una noche, mientras usted duerme sucede un milagro y su problema se resuelve. Al día 
siguiente, ¿cómo podría decir que su problema se ha ido? ¿Qué estaría haciendo diferente?”. Para el cliente centrado en el 
problema la pregunta del milagro tiene la misma función que la pregunta de la excepción. Les permite centrarse en las conductas 
que sirven para resolver el problema actual. 
La supervisión de la terapia centrada en la solución se encuentra, ella misma, centrada en la solución. (“Halago de la pericia”). El 
alumno establece la agenda de supervisión, define sobre la base de funcionamiento cuál será el foco del encuentro terapéutico. 
Los supervisados noveles están más predispuestos a definir la agenda de supervisión en términos de cuestiones “clínicas” o 
“problemas”. La respuesta del supervisor está formada por el supuesto centrado en la solución de que el estudiante está haciendo 
cosas que representan una solución a los denominados “problemas clínicos”. Así, el supervisor realiza preguntas de la excepción 
para ayudar al supervisado a centrarse y ampliar estas soluciones no identificadas. 
Cuando esta línea de supervisión fracasa, al supervisor le queda el recurso de la pregunta del milagro. Al igual que con los clientes, 
se asume que el hecho de que el supervisor imagine una desaparición milagrosa de su “problema clínico” servirá para atenuar el 
foco del supervisado en el problema y animarlo a que se centre en las conductas de solución. 
La promesa de un modelo centrado en la solución ofrece un optimismo que es bueno si se usa para ofrecer una apertura para algo 
más. Sin embargo, podría ser ingenuo y engañoso cuando se convierte en el asunto principal. El concepto central del problema –
la pregunta de la excepción y la pregunta del milagro- no es único; son elementos del dominio público en psicoterapia, pero en 
este modelo se han elevado a un arte sumo. Es cuestionable si son suficientes para formar la base de un modelo terapéutico. Si 
se expande, podría perder las características particulares que ha promovido el modelo. Y si no, sus limitaciones desafiarán a los 
terapeutas para encontrar otras soluciones. Lo mismo es aplicable a su modelo de entrenamiento. Algunos terapeutas, que ya 
han sido entrenados en un modelo genérico y desean algo más específico, podrían beneficiarse de su dirección clara. Los 
terapeutas noveles, sin embargo, podrían llegar a estar centrados excesivamente en los procedimientos técnicos en una etapa 
demasiado temprana, impidiéndose, por lo tanto, su evolución total. 
Al igual que el modelo MRI del cual se ha derivado, el modelo centrado en la solución conduce la terapia familiar lejos de su foco 
distintivo en la organización familiar y los procesos interactivos, para atender a un proceso cognitivo mucho más individual. 
 
(Faltan p. 69-70) 
 
La terapia de White gira en torno al proceso de “re-historiar”, mediante el cual los clientes abandonan las historias dominantes, 
saturadas de problemas sobre ellos mismos, con las que llegan a terapia, para adoptar una alternativa de historias vigorizantes 
que habían sido marginadas por la historia centrada en el problema. La única herramienta de intervención que emplea es el 
lenguaje. 
La supervisión pone su meta técnica en ayudar a los estudiantes a aprender el proceso de entrevista. Se pide a los supervisados 
que copien el modelo terapéutico provisto por el supervisor. White espera que esto sea “una copia que origine”, y así, pide a los 
alumnos que identifiquen lo que están creando en sus intentos de copiar. La observación de las sesiones en vivo de los estudiantes 
o sus grabaciones se concibe como una oportunidad excelente para identificar aquello que es único en la interpretación de cada 
alumno del modelo narrativo general. 
Quizás más importante que su meta técnica sea la oportunidad de que el estudiante experimente, de primera mano, la naturaleza 
parcial de cualquier historia. Parte de la supervisión implica entrevistas con el supervisor, que se esfuerza por obtener la narración 
del estudiante sobre sí mismo, su historia, su carrera profesional, su trabajo. A través de un proceso de cuestionamiento idéntico 
al de la terapia, el supervisor lleva al alumno a “recomponer” su autobiografía de modo que sea más rica que la historia original. 
Al externalizar el síntoma, White lo antropomorfiza y lo hace visible para los portadores de forma que puedan luchar contra él. 
Ésta es un arma terapéutica innovadora y, a la vez, muy útil. Sin embargo, cuando empieza a culpar a los síntomas de la 
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“colonización cultural” o al discurso social, se arriesga a disolver en la abstracción al enemigo que volvió visible y a perder el área 
de relaciones interpersonales que hace a la psicoterapia única. 
 
Los sistemas lingüísticos de Galveston 
 
Ratifica la vieja premisa del MRI de que un problema no es tal hasta que la gente así lo define. Los problemas existen sólo en el 
lenguaje. Así como los problemas son definidos de forma consensuada como existentes, también de modo consensuado se definen 
como no existentes. La meta de la terapia, desde la perspectiva de Galveston, es juntar a las personas que han definido el problema 
como existente (“el sistema organizador del problema”) y mantenerlos en una conversación controlada, en la cual los significados 
cambien y evolucionen constantemente. Si la conversación de la organización del problema está bien dirigida, el problema 
inevitablemente será definido como “no existente” (se “disolverá”). El movimiento hacia la inevitable disolución del conflicto sólo 
se estancará si la conversación de la organización del problema llega a polarizarse –esto es, si los participantes llegan a 
comprometerse con su particular significado y se empeñan en convencer a los otros participantes de la corrección de sus 
significados. 
El terapeuta se reúne con el sistema organizador del problema como un participante que dirige la conversación. Concede 
credibilidad a todas las ideas escuchadas, aunque se contradigan entre sí. Es “lento para entender” las ideas que se presentan, 
realizando preguntas que invitan a los participantes a elaborar sus ideas. Intenta siempre hacer preguntas cuyas respuestas 
encierren nuevas cuestiones. 
Para manejar una conversación terapéutica de este estilo se requiere un grupo de actitudes, principalmente, una actitud de no 
conocer. Esta es la disposición que conduce al terapeuta a otorgar credibilidad a cualquier creencia, y, al mismo tiempo, a 
considerar que cualquier idea necesita cuestionarse para facilitar una elaboración más amplia. El clínico que no conoce, no 
considera ningún significado como evidente en sí mismo y siempre está preparado para preguntar: “¿Qué quieres decir cuando 
afirmas…?” 
La tarea de la supervisión es ayudar al estudiante a cultivar una actitud de desconocimiento. Se emplea un equipo reflexivo para 
el entrenamiento, para verbalizar de forma libre la conversación observada en la sesión y para realizar comentarios sobre el 
significado que los miembros del equipo extraen de ella. 
El modo en que emplean el equipo reflexivo tras el espejo unidireccional corre paralelo a los procesos no estructurados que 
defienden en la terapia. Al igualque el modelo de White, el de Galveston es básicamente cognitivo, aunque sin el tipo de estructura 
elaborada que White aplica al lenguaje. Comparado con otras escuelas más inclinadas a la técnica, Galveston se caracteriza por 
una vuelta a lo básico: la empatía y la conversación atenta son todavía los elementos más importantes en el arte de la curación. 
 
OTRA PERSPECTIVA SOBRE LA TERAPIA: EL FEMINISMO 
 
La esencia del trabajo clínico feminista radica en la actitud terapéutica hacia el género y la sensibilidad hacia el diferente impacto 
de las intervenciones sobre los hombres y las mujeres. El foco del tratamiento consiste generalmente en animar a los clientes a 
que cambien los ambientes sociales, interpersonales y políticos que han impactado en su relación con los otros, antes que ayudar 
a los clientes a ajustarse con el fin de hacer las paces con un contexto social opresivo. 
Los terapeutas feministas comparten con el constructivismo el interés por el significado, ya que generalmente atienden a los 
sistemas de creencias de hombres y mujeres, y a cómo desarrollan los conceptos de rol que los fijan en una posición particular. Al 
contrario de los constructivistas, no temen el poder. Muchos ven la decisión de emplear el poder como la única manera que tienen 
las mujeres de equilibrar la balanza. Como resultado, acentúan la solidaridad como un medio para que las mujeres logren una 
influencia mayor. 
Ya que los terapeutas feministas varían en sus aproximaciones, la supervisión también se conduce de varias maneras, pero siempre 
con una perspectiva común. Se ha descripto la supervisión en la terapia feminista como “un proceso de desafío a nuestros 
supuestos y tradiciones terapéuticas con el fin de investigar las formas en que los roles sexuales y el poder del género fortalecen 
la estructura de los sistemas de las relaciones familiares, e influyen en nuestro propio pensamiento sobre lo que ocurre en la 
familia que observamos. Dentro de este marco, su supervisión entre las sesiones de terapia se centra en analizar y criticar los 
conceptos y supuestos que subyacen a las intervenciones alternativas. Ella subraya la importancia de emplear conceptos 
sistémicos con referencia a los diferentes significados que estos conceptos tienen para cada sexo. 
“Temas multisistémicos”: concepto unificador en la terapia y en el entrenamiento. Se amplía el interés, previamente expresado 
en las cuestiones del género, para incluir la transmisión y transformación de los temas familiares. En el modelo de entrenamiento, 
se pide a los estudiantes que exploren un tema significativo en su familia de origen que haya afectado sus propias vidas y que 
apliquen este mismo tema de orientación en el análisis de un caso actual. 
 
Muchos profesionales se consideran a sí mismos eclécticos, tomando partes de varias aproximaciones para adecuarlas a su estilo 
particular y a la idiosincrasia de su práctica. Por tanto, a pesar de que la terapia familiar no ha reemplazado a la aproximación 
psicoanalítica individual, ha evolucionado hacia una práctica multigrupal (como la misma familia) que ha afectado a todas las áreas 
de humanidades. 
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FUERO PENAL JUVENIL 
 
Gardiner. Psicología Jurídica. Recorrer lo Construido. Ap. IV: Deprivación. Violencia y Violencia en el Juicio Oral. F 18081 
 
I. Deprivación, amor-odio: plan gestacional de la agresividad 
 
Constituyen los dos principales elementos a partir de los cuales se elaboran todos los sentimientos humanos. Ambos implican 
agresión. 
Describe Winnicott que hay una voracidad teórica, o amor-apetito primario, que puede ser cruel, dañino, peligroso. La finalidad 
de esta voracidad es la gratificación, pero el niño percibe que al gratificarse pone en peligro lo que ama. Normalmente llega a una 
transacción propia que maneja internamente, tolerando una gratificación considerable sin permitirse ser demasiado peligroso. 
Pero en cierta medida, y precisamente por esta cierta medida, se frustra; de modo que debe odiar alguna parte de sí mismo, 
aquélla que frena su gratificación, a menos que encuentre algo fuera de él que lo frustre y que soporte su odio. 
El niño puede fantasear disfrutando del uso de sus impulsos instintivos, incluyendo los agresivos, cuando hay resguardo de reparar 
en la vida real lo que ha dañado en la fantasía 
Si la destrucción es excesiva e inmanejable, es posible lograr muy poca reparación. Todo lo que le queda al niño es negar que las 
fantasías malas le pertenezcan o dramatizarlas. 
Toda agresión que no se niega y por las que es posible aceptar responsabilidad personal, puede utilizarse para fortalecer los 
intentos de reparación y restitución. 
En ocasiones, esta agresión se manifiesta de manera palmaria y se agota por sí sola, o bien necesita de alguien que la enfrente e 
impida que el individuo agresivo cometa daños. Con la misma frecuencia, los impulsos agresivos no aparecen en forma abierta, 
sino encubiertos bajo una manifestación contraria. 
Puede encontrarse en el sueño una alternativa más madura para desplegar la conducta agresiva. El juego se inscribe también en 
este proceso, puesto que se basa en la aceptación de símbolos y, por consiguiente, encierra posibilidades infinitas de poner en 
juego el par antitético amor-odio. Cuando la parentalidad es eficaz para permitir este juego, se puede acceder a la capacidad de 
dejar a un lado el control y la destrucción mágica, de disfrutar con la agresión y al mismo tiempo gozar con las gratificaciones. 
¿Qué pasa cuando hay una ruptura en este proceso y el sujeto es deprivado? Privado de la secuencia esperable de la aceptación 
de la destrucción y la posterior reparación. ¿Qué pasa cuando no tiene la posibilidad de ser positivamente reconocido en la mirada 
del otro? El otro no le devuelve con su mirada el permiso y la aceptación de su capacidad de destruir y reparar. ¿Qué pasa cuando 
no tiene los mecanismos intrapsíquicos que le permitan sublimar la agresión y pasan como tal a la esfera de la puesta en acto de 
esa agresión, transformándose en violencia? 
Diferentes respuestas desde sus cuidadores o figuras parentales. Una es la absoluta permisividad, lo que se encuadra también en 
una particular modalidad de abandono, o su aparente opuesto, la extrema rigurosidad. En esta última, si bien no hay ausencia de 
figura ordenadora, hay ausencia de la posibilidad de expresión y aparición en el infante del propio ser, quedando oprimido ante 
la extrema exigencia del otro. 
El desarrollo emocional comienza aun en la vida prenatal cuando el hijo es prearmado en el deseo de los padres, que lo invisten 
libidinalmente desde la idea de hijo, dándole un lugar privilegiado en el aparato psíquico de quien lo invoca en el deseo. Para ello, 
lo cargan de significados que se expresan desde la elección del nombre propio y de aquello de lo que este nombre representa y 
es cargado por ese futuro padre deseante. Es signo de salud de los progenitores y de salud futura del hijo, la tolerancia a la 
frustración que éste aportará al incumplir con las expectativas paternas. 
No todos los nacimientos cumplen estos requisitos teóricos y ello nos lleva a analizar las marcas que estas diferencias dejan. 
 
II. El acto violento 
 
No requiere para ser así considerado de un desenlace trágico, pero sí necesita que sea un hecho no significable, no simbolizable 
por el sujeto. Requiere una situación que lo desborde, que se precipite, que llegue a la auto o heteroagresión. 
 
III. El dispositivo psicodiagnóstico forense 
 
La psiquiatría de los 50 se ocupó de distinguir entre los criminales pasionales, los que padecen un delirio de reivindicación 
(paranoia), y finalmente los llevados a cabo en la esquizofrenia, que carecen de un delirio y aparentemente resultan inmotivados. 
En el último caso, el acto violento parece intentar matar a la enfermedad: el enfermo experimenta un algo insoportable del que 
se desembaraza a través de su pasaje al acto liberador. 
En Acerca de la causalidad psíquica Lacan plantea que el enfermo golpeaen el otro el kakon (palabra griega que significa mal) de 
su propio ser. 
El uso por parte de Lacan de este término sitúa a un enemigo interior en el ámbito especular que afecta a otro, a la víctima. En el 
terreno imaginario, el sujeto, por acción de tendencias autopunitivas se agrede a sí mismo a través de la persona a la que dirige 
su acto agresivo y homicida. Pero dentro de este ámbito imaginario se trata de producir la extracción de un mal real que lo aqueja. 
El psicoanalista inglés Bollas en su conferencia “La estructura de la maldad” plantea distintos pasos en la constitución de lo que 
denomina “la maldad”. 
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En un primer momento, se presenta la bondad como sugestión, como seducción. A continuación se crea un espacio potencial falso 
que permite que se ofrezca a la víctima algo de lo que carece. Esto produce una dependencia maligna, puesto que el sujeto espera 
recibir verdaderamente aquello que le fuera ofrecido. Pero inevitablemente emerge “la escandalosa traición” que hace que la 
víctima se dé cuenta de que el seductor no es como aparentaba ser. De allí se desprende la “muerte psíquica” de la víctima por la 
experiencia de la muerte del asesinato de su propio ser, vivencia que antecede al homicidio. Se trata de obtener la división 
subjetiva, hacerle experimentar el dolor de existir y hacer emerger así la angustia. Esta secuencia concluye con el “dolor 
interminable” que hace que eventualmente la víctima o sus familiares nunca logren sobreponerse al fatal desenlace. 
La falta de pasión del lado del asesino es lo que produce el horror del lado de la víctima, que queda ante el shock de lo que parece 
increíble. A su entender, la estructura de la maldad se basa en una violación de la fe del niño en la bondad de sus padres. El self 
de este niño fue asesinado, siendo muy pequeño, por una experiencia de abandono por parte de los padres o por un maltrato 
extremo. Hace experimentar entonces a sus víctimas la muerte del self que experimentó en su infancia, identificándose finalmente 
con el self asesinado de sus víctimas. 
El acto criminal reduce una tensión insostenible, es una sutura contra la fragmentación del Sujeto. 
 
La sociedad y sus instituciones en la punición 
 
Cuando un sujeto se siente acusado queda protegido por lo que ya sabe: que es culpable. Safoaun dice que la culpabilidad surge 
cada vez que me aproximo a lo que está reprimido, pero aclara que tal cercanía no implica necesariamente posibilidad de acceso. 
Por el contrario, el desarrollo de culpabilidad obstruye el camino: funciona en el mismo sentido que la represión. Hay culpabilidad 
porque hay represión y no al revés, que es como intuitivamente tendemos a pensarlo. 
El motivo de la represión es inarticulable por el sujeto que lo sufre. 
“Responsable” es aquél de quien se espera una respuesta. Pero no se trata de que el responsable, el sujeto, lo sea sólo si es 
consciente de lo que hace, o en la medida en que se haga cargo de lo que dice. Este funcionamiento es propio de la estructura del 
hombre en tanto dividido por el lenguaje. 
Freud se expresó en el sentido de que el síntoma neurótico pone en juego la estructura del lenguaje y la relación del hombre con 
él. El hombre dividido por el lenguaje habla sin saber lo que dice y aunque no lo sepa, el deseo que anida en su palabra, es lo que 
lo vuelve responsable de lo que dice. Mientras, aunque no lo sepa, las formas de traicionar ese deseo envuelven al sujeto en una 
culpabilidad que siente aunque no la pueda explicar. 
La culpabilidad del hombre debe ser referida a una deserción a su propia responsabilidad ante los deberes inherentes al ejercicio 
de la palabra. 
La falta de respuesta nos interpela y nos deja a la espera de una respuesta sólo posible a través del acto que diera origen a la 
palabra. 
La verdad en sentido psicológico es un modo de aprehender la realidad que cada aparato psíquico interviniente tiene absoluta 
potestad de organizar, historizándola y atribuyéndole contexto. 
 
Imbriano. Construcción del reo. Intervención sobre el Derecho y Subjetividad de la mujer. Cap. VII. De culpa, responsabilidad y 
castigo. F 2435 
 
CASO MARÍA 
El dispositivo judicial y el dispositivo analítico han servido de relevo para que María, madre/mujer, se convierta en ese sujeto para 
el cual está permitida la invención. 
El trabajo de María nos muestra que el Derecho en su articulación con el Psicoanálisis puede ser la ocasión de encuentro del sujeto 
con su responsabilidad en lo que cabe al goce y al deseo. El pasaje por “los tribunales”, la intermediación del dispositivo jurídico, 
posibilitó a María el encuentro con alguien que supuso sobre ella un sujeto de derecho, y abrió las puertas para que un analista la 
supusiera un sujeto capaz de responsabilizarse de su “ser mujer” de otra manera. Ocasión para que pudiera inventar una mujer 
no despreciada, no obligada a ser madre, merecedora de la seducción de un hombre, con trabajo digno, una madre que pudiera 
disfrutar de sus hijos, una mujer responsabilizándose del golpe que recibía. María pudo elegir dejar de ser una madre/mujer 
golpeada. El dispositivo judicial posibilita que reivindique su derecho a ser mujer. Se trata de encontrar un procedimiento que 
permita hacer que del delito resulte un sujeto otro. 
 
VIOLENCIA 
 
Lamberti. Mattiozzi. Reflexiones en torno de la Ley de Protección Integral a las Mujeres. Violencia masculina intrafamiliar. F 
2466 
 
EL CÓDIGO NO CORRESPONDE 
 
 
Lamberti. Mattiozzi. La escucha en violencia masculina intrafamiliar. III. Deudas, culpas, sacrificios. IV. La Ley de Protección 
Integral a las Mujeres. F 2438 
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EL CÓDIGO NO CORRESPONDE 
 
Letaif. Incesto: Una reinscripción posible desde el Otro de la ley. F 2413 
 
(Chubut) Práctica que se desarrolla en el límite entre dos discursos: el jurídico y el analítico. Ninguno de estos saberes en juego 
será complementado por el otro, sino que apuntará a mostrar que ambos alojan un vacío central. Una práctica que va más allá de 
la tarea pericial en tanto no se trata ni de la evaluación ni de la medición (?) que la tarea del experto forense exige a costa de 
excluir al sujeto. 
Se enmarca dentro del modelo penal del Sistema Acusatorio, lo que determina las siguientes características: 
A: En relación con la acusación 
a. El acusador es distinto al juez y al defensor. La que realiza la función acusatoria es una autoridad diferente de las que 
realizan las funciones defensiva y decisoria. 
b. La acusación no es oficiosa (allí donde no hay acusador o demandante, no hay juez. 
c. Existe libertad de prueba en la acusación. 
B: En relación con la defensa 
a. El acusado puede ser patrocinado por cualquier persona. 
b. Existe libertad de defensa. 
C: En relación con la decisión 
a. El juez exclusivamente tiene funciones decisorias 
 
Allí el ejercicio profesional de la Psicología también se debate entre el amarre a la letra de lo jurídico eminentemente, y/o a una 
mixtura entre lo clínico y lo jurídico. 
Jacques Alain Miller. Pareciera que hay dos clínicas. Junto a la clínica psiquiátrica y freudiana, el propio discurso del derecho ha 
producido su propia clínica seleccionando los elementos que podía incorporar. Es, a la vez, o sucesivamente, una clínica policial y 
jurídica. Por ejemplo, en los casos de asesinatos en serie, después de los primeros resulta necesario diseñar un retrato psicológico, 
patológico del criminal, a fin de tratar de anticipar sus movimientos y capturarlo. En estas situaciones, la clínica es un imperativo 
de seguridad pública. A la clínica policial se le agrega una clínica jurídica. Ella debe, por ejemplo, evaluar la posibilidad de que el 
sospechoso, para la satisfacción de las familias de las víctimas, pueda sostener su presencia y responder ante un tribunal. 
 
Perspectiva teórica e hipótesis 
 
El abuso sexual intrafamiliar, al que se considera del orden del incesto, genera graves consecuencias en la subjetividad de los niños 
y jóvenes afectados y es, en estos casos, decisiva la modalidad con queopere el sistema jurídico, en cuanto a agravar o reparar la 
traumatización sufrida. 
La práctica incestuosa, que tiende a ser crónica, genera en los niños un fuerte desamparo. Es imprescindible la intervención del 
sistema jurídico que, como tercero social, instaure la ley que fue fallida. 
Esto favorecería en los niños su ubicación en un orden genealógico, y en los abusadores la posibilidad de subjetivar el acto. 
Las estructuras elementales de parentesco, determinadas por la ley de prohibición del incesto, permiten situar lo que se transmite 
de una generación a otra como bagaje que garantiza que la cría humana sea parlante y esté ubicada en el sistema de intercambio. 
Asimismo, Legendre, ubica como eje del sistema de clasificaciones, el principio genealógico, en tanto éste designa clasificando, o 
sea, asigna lugares que no sean confundidos y desde los cuales se maniobran las cuestiones de identidad. 
Es la familia la institución encargada de transmitir y sostener la genealogía. Ésta no apunta a un conjunto de realidades biológicas, 
sino a un conjunto de sistemas institucionales fabricados por la humanidad para sobrevivir y difundirse, los que dan un marco de 
legalidad que garantiza la conservación de la especie de acuerdo con obligaciones que hacen posible la diferenciación humana. 
La familia sólo funciona en tanto fracasa, en la medida en que como padres y madres seamos insuficientes. Nada más terrorífico 
que la suficiencia absoluta de una madre que sería la completud que impediría el surgimiento del hijo; nada más terrorífico que 
la completud de un padre que funcione como el padre de la horda primitiva. 
Oscar Masotta plantea que en psicoanálisis se da un fenómeno paradojal: se descubre la represión como causa de la neurosis y se 
encuentra que la falta de represión, es más dramática que su presencia, porque la falta de represión ubica al sujeto en el campo 
de la psicosis. Se podría decir lo mismo del Edipo, castración, son el complejo nuclear de la neurosis, pero que la solución no es 
que desaparezca, hay que posicionarse con malestar en la paradoja, ya que su ausencia nos remite otra vez al problema de la 
psicosis. 
Quizá la clínica psicoanalítica ha sido siempre una clínica de la familia en tanto el sujeto es efecto de la familia, del deseo de la 
madre y del padre, y finalmente de la interdicción que impide que entre la madre y el hijo haya una unión que imposibilite que 
exista un sujeto. 
Pierre Légendre establece que la genealogía y las filiaciones instituyen la vida; instituir la vida significa ubicar a cada uno de 
aquellos que nacen en la confluencia de linajes que son diferentes, y de allí la necesaria partición entre el linaje materno y el linaje 
paterno. 
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En este sentido se considera el acto incestuoso como un atentado contra el orden genealógico, dado que el padre que incestúa 
viola una legalidad tanto familiar como social; o sea, el desafío incestuoso no es una mera cuestión familiar, sino de la humanidad 
toda y, si no se obstaculizara este impulso, la subjetivación y humanización sería imposible. 
Ser víctima de incesto genera graves consecuencias en la subjetividad de los niños afectados, dado el desamparo que supone la 
anulación del sujeto en una categoría legislada quedando, por la propia indefensión, a merced de un padre no marcado por la 
falta y asumiendo una culpabilidad de difícil tramitación. 
Institucionalizar la vida es producir un sujeto dividido como consecuencia de la confluencia de linajes (entre lo que proviene del 
lado materno y aquello que viene dado desde lo paterno): la familia tiene también la función de nombrar, y nombrar es esa 
operación por la que nosotros creemos que llevamos un nombre, cuando deberemos llegar a ser eso que el nombre representa. 
El nombre nos forma, y no somos nosotros los que llevamos un nombre. 
 
Conclusión 
 
El sujeto que se dirige a las instancias que se ocupan de la administración de justicia, lo hace porque se siente imposibilitado de 
encontrar soluciones a dichas situaciones. Es como señala Serge Cottet, un sujeto que se ha construido un mito sobre el fondo 
desgracia real. Este real de la violencia se pone de manifiesto en casos como el del incesto. 
Cuando el sujeto hace la denuncia es porque la incidencia de lo real no puede ser tramitada por la palabra, por lo simbólico y 
busca a otro, al que le supone un saber sobre lo que le acontece y que puede dar respuesta a su malestar. Se instala en este 
encuentro una transferencia entre el sujeto y la instancia que acoge la denuncia. 
En el caso presentado (joven abusada por el padre), el encuentro con el Otro de la ley, le posibilitó apaciguar lo de goce y mortífero 
implicado en la denuncia, al fungir como un operador desde la función paterna. 
 
Manzanero. Evaluando el testimonio de menores testigos y víctimas de abuso sexual. F 6690 
 
Introducción 
 
En ocasiones, llegan a los juzgados de instrucción casos en que las únicas pruebas de los delitos denunciados son las declaraciones 
de los testigos, que comúnmente son la única víctima existente. La carencia de cualquier otra prueba dificulta la instrucción y 
juicio del caso, ya que las declaraciones de la víctima se oponen a las del imputado. Si el agresor es una persona conocida para la 
víctima, las cosas se complican, ya que la identificación del imputado no servirá como prueba. Un ejemplo son los delitos sexuales 
contra menores. Es difícil encontrar evidencias que puedan mostrar, de forma inequívoca, que un adulto ha abusado sexualmente 
de un menor. Incluso, cuando existen evidencias físicas o médicas, en muchas ocasiones suelen ser ambiguas y su causa podría 
deberse a múltiples factores. Lo habitual es estos casos es solicitar una serie de peritajes psicológicos, tanto de uno como de otro, 
para tratar de determinar algún tipo de patología o tendencia sexual que pueda haber llevado al adulto a cometer un delito de 
esta naturaleza, y determinar si el menor podría ser capaz de inventar un suceso de este tipo o si, por el contrario, presenta algún 
tipo de patología o conducta que pueda indicar que ha sufrido una agresión sexual. Sin embargo, con este tipo de pruebas es difícil 
detectar un abuso sexual. Que una persona tenga algún tipo de patología o tendencia sexual, o manifieste una conducta 
determinada, no dice normalmente nada acerca de un caso concreto. Algunos ejemplos muestran claramente la debilidad de estas 
evidencias. La defensa suele argumentar que cuando el niño cuenta que han abusado sexualmente de él se debe a que los niños 
tienen una gran capacidad de fantasear y se lo habrá inventado. Si se determina que el niño efectivamente tiene esa capacidad 
muy desarrollada, ¿eso significaría que los abusos no pueden haberse cometido? 
De esta forma, la labor de los magistrados encargados de determinar si hubo o no delito sexual contra el menor sea 
extremadamente difícil. Tanto es así que, dependiendo de las épocas, los delitos de este tipo se condenaban en mayor o menor 
grado de acuerdo con la credibilidad que se estimaba al menor. 
Otras concepciones erróneas de los niños sobre sus tendencias sexuales llevaron también a considerar los testimonios de los niños 
que relataban relaciones sexuales con adultos como producto de su fantasía, y a los niños que lo contaban como enfermos. Es 
conocida y también en cierta forma perdura en nuestros días la concepción del niño como seductor (Freud). 
No obstante, esta poca credibilidad ha cambiado a lo largo de los años. La mayoría de los estudios modernos que han evaluado la 
credibilidad que un jurado simulado estimaría a la declaración de un niño, muestran que suele ser menor que la que atribuiría a 
un adulto, aunque no todos los estudios coinciden, lo que lleva a la credibilidad que se atribuye a las declaraciones de un menor 
depende de múltiples factores: el tipo de suceso que relata, otras evidencias y la cantidad de contradicciones, y por supuesto, la 
edad que tenga el menor. De esta forma, se ha podido comprobar cómo en casos dedelitos sexuales la credibilidad de niños 
aumenta, aún incluso por encima de la del adulto. 
En la actualidad, las declaraciones de menores sobre abuso sexual tienden a ser creídas. No obstante, a esta afirmación cabe hacer 
diversas matizaciones. Según Wrightsman, la credibilidad de un adulto víctima de un delito sexual depende de su historia sexual 
previa, su consentimiento de los hechos, su relación con el acusado, la empatía del jurado con la víctima o el agresor y el sexo del 
jurado. Teniendo en cuenta estos factores, en el caso de menores víctimas de abusos sexuales la credibilidad de su testimonio 
sería mayor debido fundamentalmente a que carecen de historia sexual previa y no tienen capacidad de consentimiento. Mientras 
que la relación con el acusado es irrelevante y cuando el jurado es mujer se identifica antes con el menor que si es hombre. Aparte 
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de estas consideraciones, lo que lleva principalmente a que se le atribuya una alta credibilidad es la creencia de que los niños al 
no tener conocimiento sobre conductas sexuales serían incapaces de inventarlas. 
En general, la capacidad de los jurados para distinguir testimonios exactos de testimonios inexactos es poca, basándose en un tipo 
de información que puede dar lugar a sesgos. 
Köehnken señala algunas áreas conductuales que podrían mostrar diferencias entre ambos tipos de declaraciones: 
1. El contenido: cantidad de detalles, consistencia lógica. 
2. La forma en que se presenta la declaración: velocidad de habla, conductas extralingüísticas. 
3. Conductas no verbales de los testigos: gestos, posturas. 
4. Fenómenos psicofisiológicos: presión arterial, tasa respiratoria. 
 
Verdad o mentira 
 
Cuando se requiere la actuación de un perito psicólogo se formula la petición en términos de “Dígame si la víctima dice la verdad 
cuando afirma…”. Ante semejante petición debemos considerar varios aspectos. 
En ningún momento podrá valorarse la exactitud o veracidad de un hecho, a no ser que se tengan elementos fundados, como que 
la declaración vaya en contra de evidencias con las leyes de la naturaleza o que se hayan encontrado pruebas irrefutables como 
por ejemplo semen del imputado en la menor supuesta víctima, en cuyo caso no tendría objeto la realización de la prueba pericial. 
Otro aspecto a considerar es que en ningún caso puede hablarse de la credibilidad del testigo o víctima. Sería ir en contra de los 
derechos de la persona. De ahí que, en todo caso, pueda hablarse de la credibilidad de la declaración. 
En resumen, los delitos sexuales contra menores son un tipo de delito que implica una difícil valoración. Las técnicas utilizadas 
tanto desde el punto de vista lego (jurado) como desde el punto de vista experto consistentes en analizar a imputado y víctima 
(conductas, rasgos de personalidad…) podrían tener ciertos problemas o sesgos que llevarían a conclusiones erróneas. Por otro 
lado, desde un punto de vista legal no pueden hacerse valoraciones de la credibilidad del testigo, sólo de su testimonio, y en todo 
caso, no puede hablarse de la exactitud o realidad (veracidad) de un relato, competencia que le corresponde al estamento 
encargado de juzgar un delito, jueces y tribunales de justicia. 
De esta forma, al análisis pericial que más probablemente pueda proporcionar indicios que sirvan al Tribunal para una mejor 
valoración de las pruebas que se dan en este tipo de delitos, las declaraciones de una y otra parte, será aquel que trate de 
encontrar evidencias en el contenido de las declaraciones. 
Un testimonio o una declaración es un relato de memoria que un testigo realiza sobre unos hechos presenciados o vividos por él. 
El psicólogo encargado de valorar una declaración debe conocer las principales teorías de memoria así como aspectos esenciales 
de los procesos de codificación, retención y recuperación. Debe poder responder a las preguntas de ¿cómo y por qué se recuerda 
o se olvida?. Además, debe conocer las investigaciones que muestran qué factores y de qué forma afectan a la memoria y en 
concreto a la memoria de los testigos. La Psicología Cognitiva y la Psicología Forense Experimental, en el campo de la memoria de 
testigos, respectivamente se encargan de estos conocimientos. El psicólogo que se dedique a la valoración de declaraciones debe 
ser experto en ambos campos. 
 
El análisis de la credibilidad de las declaraciones: la memoria de los testigos 
 
Debemos considerar dos fuentes básicas de variabilidad del recuerdo: las condiciones de codificación y las de recuperación. 
Cualquier cambio de unas condiciones a las otras afectará de manera más o menos importante al recuerdo. El paso del tiempo 
provoca un deterioro gradual en las huellas de memoria, que puede llevar a una pérdida de las conexiones que hacen accesible a 
la conciencia un determinado recuerdo, con lo que ésta queda en el olvido, haciéndose prácticamente imposible su evocación. 
Por añadidura al paso del tiempo, se ha barajado la posibilidad de que las huellas de memoria puedan ser modificadas, o en su 
caso, sustituidas por una nueva huella diferente. Así pues, un recuerdo de un suceso real podría “desaparecer” en favor de otro. 
Estos y otros factores influyen de manera decisiva sobre la exactitud de la memoria. 
Pueden cometerse dos tipos de errores de memoria. Los errores de omisión se dan cuando en lo que cuentan los testigos de un 
hecho faltan detalles importantes, por olvido o por ocultación; y los errores de comisión son aquellos en los que los testigos 
introducen información falsa, deliberadamente –mentira- o debido a inducción autogenerada o generada por otros. 
El primer paso a la hora de analizar la credibilidad de una declaración consistirá en valorar todos los factores que pueden estar 
influyendo en el recuerdo del suceso. En el caso de un abuso sexual, habría que tener en cuenta algunos factores fundamentales 
de la víctima y del suceso. Las principales variables de la víctima son la edad o desarrollo evolutivo del menor que puede afectar 
de forma importante a su capacidad de memoria y, sobre todo, a su capacidad de expresión; además de su conocimiento sobre lo 
que es una relación sexual. Las principales variables que debemos tener en cuenta respecto al suceso es el tipo de abuso que se 
ha podido cometer (tocamientos, violación, agresor conocido, sexo de la víctima y el agresor, agresión física), las condiciones en 
que tuvo lugar el abuso (lugar, tiempo), el número de agresiones y la duración. Otras variables importantes del suceso son las 
relativas a la demora o tiempo transcurrido desde que tuvo lugar el suceso relatado y cuántas veces aproximadamente se le ha 
preguntado al menor por el hecho. Este hecho tiene gravísimas consecuencias sobre las declaraciones de los menores. Cada vez 
que se recuerda un suceso la huella de memoria que lo representa se reconstruye, lo que implica que con cada recuperación los 
recuerdos se van transformando mediante la incorporación de nuevos datos y la reinterpretación de los ya existentes. Con cada 
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pregunta se proporciona al menor un conocimiento que incorporará a la memoria, y el relato del suceso perderá la espontaneidad 
que se esperaría de un relato sobre algo real, adquiriendo características que podrían decirse propias de un relato fabricado. 
La principal fuente de información que nos proporciona indicios sobre qué factores pueden estar afectando a las declaraciones 
procede de lo que se haya instruido hasta el momento. Así, al contrario que en las actuaciones desde la psicología clínica donde, 
antes de entrevistarnos con el paciente, lo ideal es desconocer lo más posible del caso para evitar sesgos, en el análisis de la 
credibilidad de las declaraciones el sesgo procederá del desconocimiento. Antes de enfrentarnos a la entrevista con el menor 
debemos tener claro qué podemos esperar de dicha entrevista. De esta forma, podremos ahondar en aquellos aspectos que 
consideremos clave, podremos ir valorando las contestaciones al conocer qué factores pueden afectara su memoria y, en general, 
previamente habremos podido preparar la entrevista de acuerdo con las características del menor y el suceso, evitando afectar a 
la memoria del niño, y no perjudicar al menor más de lo que probablemente ya esté debido a la experiencia vivida y al mecanismo 
que se puso en marcha al denunciar el suceso. En ocasiones, y tratándose de niños pequeños, no viven el suceso como un abuso 
sexual al carecer de los conocimientos suficientes para interpretarlo, sino más bien como una simple agresión, y es el resto del 
proceso lo que puede afectarlos negativamente. 
Otra fuente importante de información sobre qué factores pueden influir en el recuerdo del suceso, y que además proporciona 
información clave tanto sobre el menor como sobre algunos aspectos del suceso es la primera persona receptora de las 
manifestaciones del menor sobre el abuso sexual. La entrevista con esta persona es un paso previo y esencial antes de entrevistar 
al menor y si ella no es posible una correcta valoración de las declaraciones de éste. 
 
La obtención de la declaración del menor 
 
Una vez que conocemos lo más posible del caso, a través de todo lo que se haya instruido hasta el momento y de la entrevista con 
la persona a quien el menor contó por primera vez el suceso, podemos enfrentarnos a la entrevista con el menor. Ésta debe ser 
cuidadosamente preparada, y suele ser conveniente contar con un guión, que debe tener como características principales la 
flexibilidad y la adaptación al testigo y a cada situación que pueda presentarse durante la entrevista. 
El tipo de técnicas de entrevista que se utilizarán serán aquellas que permitan extraer la máxima información, con la menor 
cantidad de distorsiones posible, siempre procurando no interferir en los recuerdos del menor. 
Debe procurarse crear un ambiente correcto para que el testigo pueda recuperar la mayor cantidad de información posible. Para 
lograrlo, debemos personalizar la entrevista dando al testigo instrucciones de que debe intentar recordar todo lo más posible, 
informando de todo lo que recuerde crea o no que es importante. Debemos hacer sentir al testigo que su relato es importante, 
dejar que cuente el suceso en sus propias palabras, a la velocidad que prefiera y en el orden que quiera. Debe dejarse que sea él 
mismo quien presente la escena. No debería ser presionado ni su relato debe ser litado temporalmente. Si es posible, tampoco 
debería ser interrumpido y, lo que es más importante, debe ser escuchado de forma activa. Si se precisa de alguna aclaración, 
debe hacerse con preguntas abiertas. Debería tratarse de no realizarlas durante la narración del suceso, sino una vez que el testigo 
haya terminado. Debe evitarse cualquier tipo de comentario y preguntas cerradas del tipo si/no. 
Pueden utilizarse algunos procedimientos auxiliares específicos para abuso sexual. El principal y más fácil recurso es la realización 
de dibujos, que tendrá como objetivos fundamentales facilitar la desinhibición del niño, facilitar la representación de situaciones 
complejas y permitir nombrar diferentes partes del cuerpo pudiendo evaluar el conocimiento que el niño tiene. Sin embargo, su 
uso debe quedarse en ser una técnica auxiliar. No debe caerse en la trampa de tratar de interpretar los dibujos, y menos en 
términos de algunas técnicas de evaluación empleadas en psicología clínica como el test de la familia, el test del árbol u otros 
similares. El experto en psicología forense experimental y psicología cognitiva frecuentemente no suele ser experto en este tipo 
de técnicas y, de cualquier forma, escaparía del objeto de la evaluación de la credibilidad de las declaraciones. 
También pueden utilizarse muñecos en la entrevista. Los muñecos o marionetas normales pueden ser utilizados para representar 
situaciones complejas y facilitar el diálogo y la desinhibición del niño. Los muñecos anatómicamente correctos son realizados 
expresamente para la evaluación de este tipo de casos. Consisten en muñecos con atributos sexuales, de uno y otro sexo, y de 
diferentes edades o grados de desarrollo físico. Su uso facilita la representación de comportamientos sexuales específicos y puede 
ser de gran ayuda para evaluar el conocimiento del niño sobre las distintas partes del cuerpo. Es importante que sea el niño el que 
adjudique los papeles correspondientes a cada muñeco, de esta forma obtenemos información importante, como la identificación 
sexual que atribuye al agresor y a sí mismo, y otras personas de su entorno familiar. 
Su uso puede traer inconvenientes. Este tipo de muñecos no son los que acostumbra a manejar un niño y podrían dar pie a una 
mayor fantasía, al tiempo que puede suponer la sugerencia de información, de forma que puede dar lugar a errores de 
interpretación. Debido a estos inconvenientes, su uso se limita a niños pequeños con problemas de expresión y niños mayores 
para especificar alguna conducta que no quede suficientemente clara, siempre después de que hayan proporcionado un relato 
pormenorizado de la conducta que debe especificarse. Pero en ningún caso se utilizarán antes de haber agotado todas las 
anteriores vías de obtención de información. 
Otro elemento que debe tenerse en cuenta es el soporte en que preferentemente debería ser registrada la entrevista. La 
utilización de un video sería el ideal. En el quedaría registrada toda la información verbal y no verbal que puede ser importante 
para la valoración de la declaración. Además, permitirá ver la entrevista todas las veces que sea necesario. Por otro lado, durante 
la entrevista permite prestar toda la atención al niño y no tener que dividirse tomando notas. El uso de notas podría llevar al niño 
la sensación de estar continuamente evaluado, además de darle pistas de qué debe contar teniendo en cuenta de qué se apunta 
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y qué no. Debe pedirse permiso a los responsables del menor, explicando el objetivo de la grabación y que sólo las personas que 
realizan el peritaje estarán autorizadas a verlo. 
 
El análisis del contenido de las declaraciones 
 
No nos permite decir nada sobre la exactitud o veracidad de las declaraciones, sino únicamente sobre la credibilidad de las mismas. 
Esto es, si las declaraciones cumplen una serie de criterios que la investigación ha mostrado que están asociados a relatos de 
sucesos que han ocurrido en la realidad, que han sido percibidos por los testigos. Johnson y Raye propusieron un modelo que 
trataba de explicar los procesos que seguimos para diferenciar recuerdos de origen percibido de recuerdos de origen 
autogenerado. Según el modelo, denominado de control de la realidad, para discriminar el origen de un recuerdo, llevamos a cabo 
una serie de procesos de razonamiento sobre ciertas características de los recuerdos. Si contienen abundancia de información 
sensorial y contextual y de detalles semánticos, el recuerdo tendrá un origen perceptivo. Por el contrario, si tiene abundancia de 
alusiones a procesos cognitivos y, en general, de detalles relativos a la propia persona y carece de información sensorial y 
contextual y de detalles semánticos, estaremos ante un recuerdo autogenerado o de origen interno. 
No se trata de establecer la verdad o mentira de la declaración, sino únicamente de analizar si cumple con algunos criterios, 
establecidos por la investigación psicológica, cuya presencia indica una probabilidad alta de corresponder a un hecho real. Ello no 
quiere decir que la ausencia de estos criterios en una declaración sea un indicador de falsedad de la misma. 
Técnica de análisis de la credibilidad de las declaraciones 
 
TÉCNICA CBCA 
Características generales 
1. Estructura lógica 
2. Producción no estructurada 
3. Cantidad de detalles 
Contenidos específicos 
4. Incardinación en contexto 
5. Descripción de interacciones 
6. Reproducción de conversaciones 
7. Complicaciones inesperadas 
Peculiaridades del contenido 
8. Detalles inusuales 
9. Detalles superfluos 
10. Detalles exactos mal interpretados 
11. Asociacionesexternas relacionadas 
12. Estado mental subjetivo del menor 
13. Atribuciones al estado mental del agresor 
Contenido relacionado con motivación 
14. Correcciones espontáneas 
15. Admisión de falta de memoria 
16. Dudas sobre el propio testimonio 
17. Autodesaprobación 
18. Perdón al acusado 
Elementos específicos de la agresión 
19. Detalles característicos 
 
TÉCNICA SVA 
Características psicológicas 
1. Adecuación del lenguaje y conocimiento 
2. Adecuación de afecto 
3. Susceptibilidad a la sugestión 
Características de la entrevista 
4. Preguntas sugestivas, directivas o coactivas 
5. Adecuación global de la entrevista 
Motivación para informar en falso 
6. Motivos para informar 
7. Contexto de la revelación o informe original 
8. Presiones para informar en falso 
Cuestiones de la investigación 
9. Consistencia con las leyes de la naturaleza 
10. Consistencia con otras declaraciones 
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11. Consistencia con otras evidencias 
 
Ambas técnicas son complementarias y nos permiten evaluar la credibilidad de las declaraciones en menores. La presencia de 
cada criterio se evalúa de acuerdo con tres valores: ausente, presente y fuertemente presente. Cuantos más criterios y con más 
fuerza aparezcan más credibilidad se estimará a la declaración del menor, aunque su ausencia no implica mentira, sino más bien 
indeterminación. 
Otro aspecto importante es la metodología que debe emplearse al valorar los criterios. Uno de los sesgos que implica la aparición 
de denuncias falsas de abusos sexuales es el sesgo confirmatorio (sesgo del experimentador en psicología experimental); esto es, 
que tratando de confirmar una hipótesis se tienda a valorar más positivamente aquellos criterios que la confirmarían pasando 
más desapercibidos los criterios que la negarían. Como en la experimentación, la metodología más eficaz es la de la falsación. 
Siguiendo este método, deben analizarse qué criterios y de qué forma deberían aparecer si las declaraciones procedieran no de 
un hecho vivido, sino de un hecho imaginado o sugerido. De esta forma podemos distinguir dos fases en la evaluación, una primera 
de búsqueda de criterios (confirmatoria) y una segunda de falsación de hipótesis. Es recomendable además que la evaluación se 
realice por dos psicólogos expertos. El análisis se realiza independientemente uno del otro, y una vez concluido será puesto en 
común. El informe final será producto del acuerdo interjueces de los dos evaluadores, con lo que se evitan posibles sesgos de 
interpretación. 
 
Conclusiones 
 
No es posible hablar de la exactitud ni de la veracidad de una declaración en un caso concreto. Sólo al Tribunal incumbe valorar si 
un hecho se ha producido o no. Así, sólo podemos evaluar si un determinado caso se ajusta a los criterios que la investigación 
teórico-práctica asocia a casos de abusos sexuales que ocurrieron en la realidad. 
Hasta el momento, la técnica de análisis de credibilidad de las declaraciones es la única técnica que permite evaluar la credibilidad 
de una forma relativamente válida.

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