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Copia de Murphy - El oro, la moneda global del mercado

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El oro: la moneda global del mercado 
 
Por Robert P. Murphy 
 
(Publicado el 11 de noviembre de 2010) 
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: 
http://mises.org/daily/4841. 
 
El presidente del Banco Mundial Robert Zoellick ha agitado un avispero con su 
reciente llamada a una vuelta a un anclaje al oro1[1] en el sistema financiero 
global. 
Los sospechosos habituales le han denunciado inmediatamente, con el 
keynesiano Brad DeLong ungiendo a Zoellick como “el hombre vivo más estúpido”. 
En el presente artículo explicaré el resucitado interés por el metal amarillo. 
También explicaré los peligros de la propuesta de Zoellick y por qué deberían ser 
cautelosos los fans del patrón oro clásico. 
Las limitaciones de la imprenta 
Con el fin de dar sentido a la situación actual (y a por qué Zoellick reclamaría 
tímidamente una vuelta a un pseudo-patrón oro) necesitamos primero pensaren la 
lógica del dinero fiduciario. El dinero fiduciario no está “respaldado” por nada: en sí 
mismo es papel inútil (u hoy en día, meras entradas contables electrónicas) que 
sólo es valioso a causa de su poder adquisitivo anticipado. Por el contrario, una 
moneda metálica basada en el mercado, como el oro o la plata, es un bien útil por 
sí mismo, sirviendo para fines industriales y de consumo. 
La diferencia crítica entre dinero fiduciario y metálico es que el fiduciario puede 
producirse en cantidades prácticamente ilimitadas con un coste muy bajo. A este 
respecto, la persona que controla la impresión de la moneda fiduciaria está en una 
posición mucho más fuerte que la que tiene una mina de oro. Con sólo un poco de 
tinta y papel, la imprenta puede crear un millón de nuevos dólares bastante 
fácilmente, mientras que el propietario de la mina de oro necesitaría contratar 
 
1[1] La opinión editorial del FT normalmente requiere alta (gratuita). 
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mineros para manejar equipos caros con el fin de extraer nuevas cantidades de 
oro que tengan el mismo valor de mercado. 
Aun así, no deberíamos concluir que el propietario de la imprenta tenga poder 
ilimitado. Para empezar, los precios acabarían aumentando en respuesta a 
grandes cantidades de nuevo dinero creado. Así que imprimir, digamos, 1 millón 
de dólares en billetes nuevos compraría cada vez menos bienes y servicios con 
cada ronda sucesiva de inflación. 
Más problemático aún, la gente de la comunidad abandonaría la divisa si la 
inflación se hace excesiva. Por ejemplo, si un brillante falsificador desarrollara una 
máquina para producir billetes perfectos de 100$ en su sótano, no sería capaz de 
comprar literalmente el mundo. Mucho antes (incluso si las autoridades no logran 
detenerle) la gente habría desechado el dólar y habría recurrido al uso de otras 
divisas. 
Aunque el escenario suene a disparatado, realmente es muy cercano ahora 
mismo al mundo real. La única diferencia es que en lugar de nuestro hipotético y 
brillante falsificador en el sótano, tenemos nuestro real y menos brillante 
economista en la Reserva Federal. Su nombre, por supuesto, es Ben Bernanke. 
El sistema de Breton Woods 
El sistema original de Breton Woods (llamado así por la sede de las reuniones que 
lo establecieron en 1944) regía los acuerdos monetarios internacionales en la era 
de la posguerra hasta la funesta decisión de Richard Nixon de cerrar la ventanilla 
del oro en 1971. 
Bajo el acuerdo de Breton Woods, otras naciones usarían los dólares de EEUU 
como sus “reservas”. El Banco de Inglaterra, el Banco de Francia, etc. emitirían 
sus propias divisas, pero mantendrían existencias de dólares de EEUU con las 
cuales podrían regular el valor de sus propias monedas. Si la libra esterlina 
británica empezaba a depreciarse frente al dólar, por ejemplo, entonces el Banco 
de Inglaterra podía entrar en el mercado de divisas y utilizar algunas de sus 
existencias de dólares para “comprar libras”, devolviendo así el valor de la libra de 
vuelta dentro de lo previsto. De esta forma, los inversores de todo el globo podían 
sentirse cómodos con sus existencias financieras británicas, ya que la libra estaba 
ligada al dólar. 
Adviertan la posición tremendamente ventajosa que asignaba a Estados Unidos el 
sistema de Breton Woods. Como emisor de la divisa mundial de reserva, Estados 
Unidos tenía un mercado muy cautivo. Si el Banco de Inglaterra quería aumentar 
sus reservas de dólares en otro millón, en definitiva Gran Bretaña tenía que 
vender el equivalente a 1 millón de dólares en bienes y servicios a los 
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estadounidenses con el fin de obtener dólares. El sistema de Breton Woods 
expandía realmente el ámbito de la inflación de EEUU a todo el mundo, 
magnificando así los beneficios a todos los que controlaban la imprenta 
estadounidense. 
Por supuesto, los demás miembros de Breton Woods entendían estos detalles. 
EEUU consiguió en las negociaciones este resultado privilegiado a causa de su 
poderío económico y militar en ese momento de la historia. Pero para restringir la 
natural tentación de una inflación desbocada por parte de los gobernantes 
estadounidenses, el sistema de Breton Woods ligaba al propio dólar al oro. En 
concreto, cualquier banco central podía redimir sus dólares por oro al tipo fijo de 
35$ por onza. 
El sistema de Breton Woods ha sido descrito como un “patrón intercambio oro”, en 
contraste con el patrón oro clásico. En el marco original (que fue machacado, 
como muchos otros aspectos de la civilización occidental, en la Primera Guerra 
Mundial), cada nación ligaba su propio moneda al oro. Luego las monedas a su 
vez se intercambiaban a tipos fijos entre sí a causa de sus mutuas ligazones al 
oro. Los ciudadanos individuales podían presentar las monedas para redimirlas en 
oro, manteniendo un control muy férreo de la inflación. Si algún banco central 
empezaba a emitir demasiada moneda en relación con sus reservas de oro, los 
especuladores empezarían a apropiarse de las reservas, haciendo que el banco 
central rectificara rápidamente. 
Bajo el diluido sistema de Breton Woods, los ciudadanos individuales no tenían 
derecho de redención. La mayoría de las divisas sólo estaban ligadas 
indirectamente al oro (a través de su ligazón con el dólar). Y, por supuesto, incluso 
este tenue enlace se destruyó cuando Richard Nixon abandonó la convertibilidad 
del dólar en oro en 1971. En este momento, todo el sistema financiero global se 
basaba completamente en dinero fiduciario. 
Al dejar de estar limitada por su relación con el oro, la Reserva Federal empezó a 
imprimir dinero con descuidado abandono. Los resultados evidentes fueron una 
aceleración de los precios del consumo en EEUU y una explosión del déficit 
comercial de EEUU, tendencias que empeoran visiblemente después de 1971: 
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La reticente vuelta al oro 
Dirán lo quieran acerca de la gente poderosa que gestiona el sistema monetario 
global, pero no que son estúpidos. Pueden ver tan bien como el resto de nosotros 
que no hay “estrategia de salida” para los ataques de inflación masiva, o 
“flexibilización cuantitativa”, como ahora la llaman, de Bernanke. En algún 
momento, los billones de reservas extraordinarias empezarán a retornar a los 
grandes agregados monetarios. En ese momento, Bernanke o su sucesor tendrá 
que elegir entre salvar el dólar o salavar las grandes instituciones de Wall Street. 
Yo preveo que sacrificará el dólar y parece que muchas élites en todo el mundo 
han llegado a la misma conclusión. 
Es en este contexto en el que el presidente del Banco Mundial, Zoellick, escribe: 
El G20 debería complementar un programa de recuperación del crecimiento 
con un plan para construir un sistema monetario cooperativo que refleje las 
nuevas condiciones económicas. Este nuevo sistema probablemente 
necesite incluir al dólar, el euro, el yen, la libra y un renminbi que se dirige 
hacia la internacionalización y por tanto a una cuenta abierta de capital. 
Este sistema debería asimismo considerar emplear eloro como punto de 
referencia internacional de las expectativas del mercado acerca de la 
inflación, la deflación y los valores futuros de las divisas. Aunque los libros 
de texto pueden considerar al oro como el viejo dinero, los mercados lo 
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están usando como activo monetario alternativo hoy en día. (énfasis 
añadido) 
Repito que el oro es la pesadilla de los banqueros centrales: les ata las manos y 
limita su discrecionalidad al dirigir la política monetaria. Sin embargo, el juego se 
viene abajo si la gente pierde la fe en la moneda fiduciaria, socavando todo el 
sistema. A medida que se hace evidente para más y más gente la temeridad de 
los movimientos de Bernanke, los planificadores centrales en todo el mundo 
necesitarán echar un hueso a la temerosa opinión pública. Una “cesta de divisas”, 
siendo aún cada una de ellas papel moneda fiduciario, no será suficiente. 
Como Zoellick es miembro del Consejo de Relaciones Exteriores y participante en 
las famosas reuniones del Club Bilderberg algunos analistas sospechan 
comprensiblemente de sus motivos. Después de todo, si la gente poderosa 
estuviera tratando de reemplazar el dólar (de la misma manera que el euro ha 
sustituido a las monedas tradicionales europeas) sería necesario antes arruinar el 
dólar. En su lugar, sería muy tentador ofrecer una nueva divisa ligada al oro. 
Visto así, lo que parecen ser acciones “inexplicables” y contradictorias de la 
Reserva Federal y otras figuras poderosas tendría perfecto sentido. 
Conclusión 
Independientemente de las maquinaciones de los políticos, no puede renegarse 
de las leyes de la economía. No puede confiarse en los banqueros centrales con 
imprentas, especialmente cuando no hay control formal de sus políticas 
inflacionistas. No es coincidencia que el oro llegue a tales alturas mientras los 
inversores del mundo se previenen ante lo que bien pueda ser un colapso del 
sistema del dólar. 
 
 
Robert Murphy es investigador adjunto del Instituto Mises, donde enseñará 
“Anatomía de la Fed” en la Mises Academy este invierno. Gestiona el blog Free 
Advice y es autor de The Politically Incorrect Guide to Capitalism, Study Guide to 
Man, Economy, and State with Power and Market, Human Action Study Guide y 
The Politically Incorrect Guide to the Great Depression and the New Deal

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