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Estado y modernidad

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EL ESTADO: DEL DETERMINISMO A LA COMPLEJIDAD 
Entendemos por modernidad en términos sociológicos al proceso de complejificación mediante el que diversas esferas de acción y de valor se diferencian y se vuelven autónomas. Este proceso tiene como principio organizador de la vida personal y colectiva, la racionalización, esto es, la capacidad de formular planes y proyectos allegando para su consecución los medios adecuados; o de otra manera, el diseño de estrategias fundadas en la razón para interpretar el mundo y organizar la sociedad. 
La llamada cultura occidental de la que somos herederos, tal y como hoy la conocemos, se ha cimentado sobre este fundamento, concibiendo la razón como agente autónomo y privilegiado mediante el cual el sentido de la historia universal se hace manifiesto y necesario. A partir de este principio que va tomando cuerpo a lo largo del pensamiento occidental, cuya exteriorización más visible y temprana es el descubrimiento de América y cuya decantación filosófica es el pensamiento de las luces, occidente confiere validez universal a los designios de la razón; de allí el espíritu de conquista de Europa desde cinco siglos atrás hasta el siglo inmediatamente anterior. 
En este contexto se consolida y configura el llamado estado moderno; el que en sus diferentes trayectorias y manifestaciones arguye la fundamentación racional como su referente. Ya Maquiavelo juzga las acciones y las instituciones políticas como inconmensurables respecto de la moral y la religión, “es necesario –dice- que un príncipe que desee mantenerse en su reino, aprenda a no ser bueno en ciertos casos, y a servirse y no servirse de su bondad, según que las circunstancias lo exijan.” [footnoteRef:1] Vemos pues como a partir de Maquiavelo se empieza a fortalecer la autonomización del poder temporal respecto del poder espiritual. [1: Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. Bogotá: Panamericana Editorial, 1999, pág. 116. ] 
Pero desde esta forma de concebir el Estado que continúa una tradición cuyo punto de partida es el pensamiento político de Platón, el problema es abordado desde la perspectiva de quienes ejercen su control, desde la perspectiva de los gobernantes. Tendrá que darse la doctrina de los derechos naturales -pertenecientes al individuo- con la obra de Locke, Hobbes, Spinoza y Rousseau para vislumbrar la otra cara de la moneda; aquella que nos muestra que si bien el poder es, según Robert Dahl citado por Norberto Bobbio, “una relación entre actores, en la que uno de ellos induce a los otros a actuar de un modo en que no lo harían de otra manera”[footnoteRef:2], ello es así gracias a que existe un acuerdo voluntario entre individuos a través de un contrato social para constituir una sociedad y vivir bajo una determinada forma de gobierno, con lo cual se ponen a la orden del día los problemas políticos, los problemas de la relación del estado con sus asociados, vinculados con el bienestar, la prosperidad, la libertad de éstos. Las formas prácticas más connotadas de esta perspectiva se dan con la independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa y su declaración de los Derechos del hombre. [2: Bobbio, Norberto. Estado, Gobierno y Sociedad. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1994, pág. 104 ] 
No obstante, ese entronizamiento del individuo -orientado por el faro de la razón, con el subsecuente incremento de la iniciativa privada, que da origen al modo de producción capitalista, el cual encuentra en la industrialización, el mercantilismo y el sistema financiero sus frentes más avanzados durante el largo siglo XIX, como dice Michael Mann - hace que se invierta la relación entre Estado y sociedad, constituyéndose ésta en la totalidad de la que el Estado viene a ser un aparato coactivo con el que una parcialidad social (la burguesía) controla a otra (el proletariado); “de este cambio –dice Bobbio- nace una de las ideas dominantes del siglo XIX, común tanto al socialismo utópico como al socialismo científico, lo mismo a las diversas formas de pensamiento libertario que al pensamiento liberal en sus expresiones más radicales, de la inevitable extinción del Estado o por lo menos de su reducción a los términos mínimos”[footnoteRef:3]. De manera que para la moderna sociedad decimonónica, así como para las modernas ciencias sociales, el Estado como sistema político y como objeto de estudio sociológico queda subsumido en la totalidad social como un subsistema. [3: Ibid, pág. 81] 
Puede decirse que esa idea anotada por Bobbio constituye la línea epistemológica sobre la que las grandes canteras de la investigación social, el estructural-funcionalismo y el marxismo se fundamentaron a la hora de abordar sus programas de investigación; es decir que las forma de enfrentar los estudios políticos o las acciones del Estado estuvieron centradas, por lo menos hasta los años sesenta del siglo XX, en la sociedad, bien fuera con un criterio cimentado en la idea del cambio social (tendencias neomarxistas) o integracionista (estructural-funcionalismo) como lo afirman Theda Skoopol y Michael Mann ,en sus ensayos El Estado regresa al primer plano y Una teoría del Estado Moderno. No obstante Skoopol en su ensayo llama la atención sobre la creciente tendencia hacia el revertimiento de esta dinámica con el despertar de un interés por el Estado -en tanto actor y en tanto estructura institucional autónoma generadora de acciones que resuenan decisivamente en la vida política -, lo cual se refleja según él “en una extraordinaria profusión de estudios de investigadores de diversas tendencias teóricas procedentes de todas las disciplinas importantes” [footnoteRef:4]. [4: Skoepol, Theda. El Estado regresa al primer palno: estrategias de análisis en la investigación actual. En Zona Abierta nº 50, pág. 72.] 
Skoopol anota algunos hechos históricos que ponen en cuestión las perspectivas epistemológicas mencionadas, por un lado la llamada revolución keynesiana acontecida después de la Segunda guerra mundial, la cual condujo a que el gasto público creciera en todas las naciones democráticas industrializadas; y en segundo lugar la proliferación de nuevos estados nacionales independientes como consecuencia del descalabro de las potencias colonialistas, lo cual propicia que dichos estados se constituyan en interlocutores válidos en representación de sus asociados ante sus antiguos amos. No es de extrañar entonces dice Skoopol “que, en esta coyuntura, volviera a ponerse de moda hablar de los Estados como actores y como estructuras institucionales configuradoras de la sociedad” [footnoteRef:5]. [5: Cfr. Ibid, pág. 82.] 
La tesis de Skoopol es entonces clara, los Estados no son meros apéndices de la sociedad, pues al reivindicar el control sobre un territorio y sobre las personas que lo habitan y al gozar de una estructura institucional, sus políticas, planes y proyectos no se derivan simplemente de la imposición de los intereses de un sector de la sociedad sino que pueden ir más allá, determinando incluso nuevas demandas y nuevas formas de demandar. Esto constituye una relación compleja en la que el poder del estado viene concedido por sus asociados, pero a su vez estos van siendo configurados y determinados por el Estado. 
Esta relación compleja es refrendada por Michael Mann en el capítulo tres de Las fuentes del poder social – Una teroría del Estado-, quien tras hacer un recorrido crítico y analítico por las teorías más connotadas sobre éste –teoría de las clases, teoría pluralista y teoría elitista o gerencialista, a la que adscribe Skoopol- y un estudio comparativo sobre las diferentes formas en que cristaliza el Estado a lo largo del siglo XIX postula la suya propia con el nombre de Teoría del embrollo. 
En primer lugar Mann recoge de las teorías marxistas o de clases la idea de que los Estados modernos se desarrollan en la dinámica de la lucha política de clases y se consolidan esencialmente como capitalistas; pero el punto flaco que encuentra en esta perspectiva teórica es su determinismo,esto es, el considerar que nada escapa al influjo de esta formación socio económica por lo que en consecuencia, según la teoría de clases, no existe una esfera autónoma de juego para los estados, que en últimas serían sencillamente “funcionales respecto a las clases y los modos de producción” [footnoteRef:6]. A las llamadas teorías pluralistas, centradas específicamente en las democracias liberales, cuyo modelo paradigmático es la norteamericana, les reconoce el valor del análisis que interpreta la modernidad como el proceso de transferencia de la soberanía política de las monarquías al pueblo, proceso que se da en dos momentos, el primero de pugna entre el antiguo régimen y grupos de presión conglobulantes de un amplio espectro de intereses, momento llamado de contestación; el segundo momento es llamado de representación, puesto que en él se reivindica el papel desempeñado por el pueblo en los procesos de contestación; sobre estos momentos se institucionaliza la democracia de partidos en la que el “Estado representa los intereses de los ciudadanos en tanto que individuos” [footnoteRef:7]. Aquí Mann le hace al pluralismo la misma crítica que a la teoría de clases, la de considerar al Estado, no como un actor sino como un escenario en el que sobrepujan los intereses particulares, además la de considerar como equivalentes y cohesionados en esa dinámica de competición mutua esos particularismos sociales. Referente a las teorías elitistas, de las que Mann, considera que Skoopol es un serio fundamentador, nuestro autor las divide en dos vertientes a las que llama elitismo auténtico y estatismo institucional. Sobre el elitismo auténtico considera que su mayor aporte “consiste en subrayar un aspecto del Estado que los pluralistas y los teóricos de las clases han silenciado imperdonablemente: el hecho de que los Estados viven en un mundo de Estados y ‘actúan’ en una dimensión geopolítica” [footnoteRef:8] lo que convierte al estado en “un actor unitario de poder que disfruta de ‘soberanía’ sobre sus territorios” [footnoteRef:9], de la misma manera los administradores estatales al maniobrar esa estructura institucional que detenta el control territorial y de los ciudadanos se constituyen en actores de poder autónomo. A esta postura se le censura el dar demasiado valor a las relaciones formales entre los Estados, desconociendo las redes de poder trasnacional y trasgubernamental existentes en el mundo. [6: Mann, Michael. Una teoría del Estado moderno. Contenido en LAsfuentes de poder social. Alianza, 1993 Pág. 71] [7: Ibid. pág. 74.] [8: Ibid. pág, 76.] [9: Ibid. pág, 76] 
En este punto el método de Michael Mann es algo así como recoger, quitar y poner, pues adhiere a Robert Dahl en que cada una de las tres teorías aporta elementos de análisis importantes sobre el Estado “que es a la vez actor y lugar; que ese lugar tiene muchas mansiones y distintos grados de autonomía, aunque también responde a las presiones de los capitalistas, a las de otros grandes actores de poder y a las necesidades más generales que expresa la sociedad” [footnoteRef:10]. Sin duda alguna una concepción compleja, como lo decíamos en las anotaciones sobre Skoopol, que ayuda a inspirar a Mann su Teoría del embrollo. Según ésta, el Estado no cristaliza –para usar un concepto recurrente de Mann- de una sola forma, es decir que el Estado no se consolida unilateralmente de ninguna de las maneras señaladas; sino que el es algo así como un nodo, punto de encuentro y de fuga, de múltiples redes de poder que se en-redan o se embrollan de manera asistémica en la institucionalidad estatal. Así pues un Estado no es meramente capitalista, ni meramente clerical, monárquico, patriarcal o militarista, sino que puede ser y es normalmente polimorfo “tomemos como ejemplo -dice Mann entre otros ejemplos- la Italia actual: un Estado capitalista, democrático y católico, que conserva, entre otras cristalizaciones, su estructura patriarcal” [footnoteRef:11]. Este tipo de entrelazamientos de clase, raza y género se armoniza gracias al establecimiento de prioridades mediante el uso de cuatro mecanismos institucionales, según Mann: 1. las constituciones y códigos de leyes, en los que se positivizan los derechos y las obligaciones; 2. los presupuestos, que establecen prioridades fiscales. 3. Las mayorías políticas democráticas, que establecen la distribución jerárquica del poder y 3. la burocracia monocrática, que asignan las prioridades dentro de la administración. [10: Ibid. pág, 82] [11: Ibid. pág., 113 ] 
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Hemos atravesado pues un largo periodo en el que los sistemas teóricos explicativos sobre el Estado, y por ende el ejercicio del poder, han ido en un proceso creciente de complejificación que no puede ser explicado más que tomando en cuenta la maraña inextricable de relaciones que hoy por hoy lo hacen un sistema global de polimorfos sistemas particulares.
HIPÓTESIS
El Estado, en su acepción moderna, como objeto de conocimiento de las ciencias sociales ha devenido, de lugar de entrecruzamiento de intereses particulares a sistema complejo, esto es de subsistema subsumido en la totalidad social, a actor-lugar autónomo, determinado por y determinante de lo social.
 
 
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