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PERO QUE ES EL TRABAJO SOCIAL__ Karsz

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La investigación en Trabajo Social. Volumen V, Publicaciones post Jornadas. Paraná, Facultad de 
Trabajo Social-UNER, 2006, pp. 9-28
PERO ¿QUE ES EL TRABAJO SOCIAL?*
Dr. SaúI Karsz
Sumamente contento por esta invitación de mis colegas de Paraná, espero en efecto aportar alguna pista de
trabajo sobre el tema que, justamente nos “trabaja” a todos... Con una salvedad previa: disculpen que a veces
no construya correctamente las frases en la bella lengua (¡argentinizada!) de Cervantes. Es improbable, y
sobre todo innecesario, borrar varias décadas vividas en otro país, en otra lengua, en otra cultura, en un modo
de pensar que, sin ser radicalmente extranjero es, de hecho, específico.
Entremos pues en el tema. A partir de un interrogante personal y, a la vez, profesional: ¿Por qué se asiste a
reuniones como éstas?, ¿a título de qué, con qué motivaciones más o menos claras, es decir, más o menos
obscuras? Sin prejuzgar la respuesta particular de cada uno/una, quisiera indicar dos posicionamientos
típicos a este respecto.
Primer posicionamiento: se puede venir a este evento para escuchar lo que uno ya pensó antes de venir,
esperando que los supuestos expertos confirmen los razonamientos que uno ya posee, los argumentos que ya
se han desarrollado. Esta búsqueda de consonancia a cualquier precio puede convertir las disonancias y
desacuerdos en escándalos insoportables sino en amenazas mortíferas. ¡Increíbles artimañas para evitar
pensar!Segundo posicionamiento: consiste en plantear ideas, argumentos, pistas, con las que los que
escuchan o leen no están en absoluto obligados a estar de acuerdo, de adherir a todo precio. Se trata de un
bagaje, de un arsenal que puede ser interesante e incluso útil conservar, como una de las posibles referencias
respecto de lo que tanto a ustedes como a mi nos importa en última instancia: la práctica cotidiana, el
quehacer con la gente, con las estructuras, con los poderes, con las academias. [9]
Por supuesto, no es en absoluto desdeñable que al cabo de la hora de que dispongo aquí coincidamos en
uno o varios puntos importantes (¿por qué no habré de tener yo, como todo el mundo, mi cuota de
narcisismo?). Si, por el contrario, no hay acuerdos, ello no revestirá ninguna gravedad, se supone que unos y
otros tenemos la edad psíquica para soportar tensiones y contradicciones –cosa que en materia de
intervención social me parece esencial, aunque sólo sea para sobrevivir como trabajadores sociales.
Estas jornadas se titulan: “Investigación en Trabajo Social en el contexto latinoamericano. Producción de
conocimiento, debate público...” Porque el tema les importa tanto como me importa, están ustedes aquí –y no
en su servicio, sobre el terreno, intercambiando con familias, mujeres, hombres o niños, tratando de resolver
algunos de los graves problemas a los que se confronta vuestra práctica profesional. No es una acusación,
sino una mera constatación. Están, pues, aquí, y no en el lugar donde se supone que deberían estar.
Comentario un poco abrupto para subrayar que la Investigación en Trabajo Social puede entenderse como un
paréntesis en vuestro quehacer concreto, suerte de intermedio alojado hoy en el Teatro 3 de Febrero; tres
jornadas de reflexión que terminan el lunes, día en que recomienza la vida cotidiana, la vida de verdad.
Trabajo cotidiano que aparece aislado, desgajado, respecto de estos tres días paranaenses.
Y es justamente esta representación la que entiendo es urgente invalidar: se trata, en efecto, de subrayar la
importancia práctica del trabajo teórico, el rol estratégico de la elaboración conceptual en el diseño de líneas
de acción y de modalidades de intervención. Estas tres jornadas serán exitosas, no necesariamente del mismo
modo para todo el mundo, ni por las mismas razones, si durante su transcurso se acuñan conceptos, se
elaboran estrategias, se definen la naturaleza, la fuerza y los limites del trabajo social (nada menos!); en una
palabra, si se producen desplazamientos significativos respecto de evidencias y lugares comunes que
atosigan las prácticas concretas. ¡De ninguna manera, pues, [10] estamos en un paréntesis, sino en el corazón
de la acción! En efecto, más de una vez, los impasses de la práctica se magnifican o al contrario aminoran, o
se consideran con pertinencia, en función justamente del arsenal teórico que permite analizar dichas
dificultades, diagnosticarlas e intentar superarlas, en parte al menos. La problemática de determinadas
familias parece desmesurada, no sólo debido a dichas familias, a su funcionamiento objetivo y subjetivo,
http://www.catedras.fsoc.uba.ar/heler/17.03.08karsz.htm#_ftn1
sino también debido a los instrumentos utilizados para su análisis, y debido también a quién interviene y
cómo interviene. Es necesario un trabajo clínico más o menos largo para desenredar estas madejas de lana en
las que los temas de las familias se enredan con las categorías y representaciones a la vez conscientes e
inconscientes, con las que los trabajadores sociales los abordan.
Equivocarse de diagnóstico a propósito de qué le pasa a una familia no tiene nada de un simple pecadillo
mental: según la pertinencia del análisis, no se encaran los mismos métodos, las mismas modalidades de
intervención, las mismas soluciones. Si se dice “error” no se está diciendo “lapsus”: no sólo la palabra
difiere, sino también –y sobre todo– el acto que la palabra elabora; sabemos que el error se corrige, mientras
que el lapsus se interroga. Cambiar de concepto no es cambiar de camisa, ni consiste tampoco en cambiar de
etiqueta: están en juego maneras de ver diferentes, incluso opuestas y, por tanto, maneras de actuar
diferentes,sino opuestas.
Para decirlo en otros términos: muchos seminarios se preocupan de cómo ligar teoría y práctica; he leído
montañas de tesis, generalmente voluminosas, pero a menudo con magro resultado. Porque preguntarse
“¿cómo ligar teoría y práctica?” supone que cada término anda por su lado, que la práctica es sólo práctica,
acto, actuación, acción mientras que la teoría es sólo teoría, conceptos, argumentos y lógicas: en una se
transpira todo el tiempo, en la otra no hay cabida para ninguna pasión. ¡Craso error! Se está planteando un
problema altamente metafísico, es decir, algo que finalmente no es un problema. Ya que no se trata [11] de
ligar teoría y práctica como si por el momento estuvieran separadas, se trata de comprender qué teorías obran
en mi práctica y qué prácticas son posibles o imposibles según la teoría con la que se esta operando. El
problema real –para nada fácil– consiste en comprender cómo y por qué, en la vida cotidiana, en lo concreto
del trabajo, teoría y práctica están siempre unidas. No se trata de llegar a ligarlas, sino de ver cómo lo están
ya. Cómo lo están ya porque el trabajador social no puede –digo: no puede, no, no debe– ver a la gente sin
categorizarla, no puede ver niños sin sacar a relucir categorías como “situación difícil” o “menor
maltratado”, no puede ver un cuerpo sin significarlo como “minusválido” u otra cosa. Tal es, de hecho, el
trabajo de descifraje de la clínica de la intervención social: tratar de comprender cómo las situaciones son
construidas (significadas, calificadas).
El asunto no es pues llegar hasta las alturas probablemente siderales de la teoría, ni rebajarse hasta las
cuevas supuestamente recónditas de la práctica. El problema, mi problema, consiste en localizar las
concepciones, los conceptos, los saberes y por supuesto también las ignorancias: elementos todos ellos de los
que uno mismo no está generalmente al corriente, pero que de hecho funcionan en el quehacer cotidiano.
Tomar conciencia, gracias al estudio, a la formación, al trabajo clínico, constituye la condición necesaria para
modificar en algo su práctica, esto es, para tratar de hacer realmente lo que se imagina hacer.
Ejemplo: “hay personasque cuentan cosas difíciles”, me dicen trabajadores sociales con quienes me reúno
periódicamente (trabajo clínico). Esto es mucho más cierto cuanto menos armado está el trabajador social
para escucharlas ¡Jamás la complicación viene únicamente de lo que la gente dice, sino, obviamente, también
de lo que se es capaz de escuchar, descifrar, interpretar…! En una ocasión, una asistente social me informa
que se ocupa de niños autistas y, a fin que yo comprenda, agrega: son chicos que no comunican. Sin
embargo, termina por admitir que el problema no es tanto que dichos niños comuniquen o no [12]
comuniquen, sino sus capacidades profesionales y personales de escucha. Es cierto que no es nada fácil
entender a los autistas; consolación: entender a los no-autistas no es siempre evidente. En mi opinión el
problema del Trabajo Social no es la gente, son los trabajadores sociales: esto no es un insulto sino, mucho
peor, una constatación. El problema de la escuela no son los chicos, que hacen lo que pueden, el
problemason los maestros –que no siempre hacen lo que pueden y a veces apenas lo que deben. El problema
de la locura son los psiquíatras y su formación. Etcétera. Etcétera.
Retomando lo que ya indicaba: equivocarse de diagnóstico es equivocarse de práctica. Punto esencial
sobre el que quisiera proponerles varias ideas a tomar como pistas de trabajo. Primera idea: la reivindicación
teórica representa uno de los compromisos democráticos del Trabajo Social (al igual que en la escuela, la
terapia, etc.). ¿Qué es esto de reivindicación teórica? En términos de formación, de diplomas y acreditación,
se trata sobre todo de exigencia conceptual, de cuidado extremo con los conceptos que se utilizan y las
problemáticas teóricas e ideológicas que se movilizan. ¡Porque el gran problema hoy día, urgente, prioritario
del Trabajo Social no es la práctica, sino la teoría! Se trata de pensar qué pasa objetivamente y diferenciarlo
de lo que creo que pasa o debería pasar; pensar los gestos que planteo, los que no me atrevo a plantear; cómo
y por qué escucho, comprendo y no comprendo. Excluyo toda pretensión libresca y/o académica, la
acumulación de citas y bibliografías más o menos astutamente elegidas pero no necesariamente habitadas. Es
otra cosa la que está en juego: aceptar que aunque en general estamos bien formados y sabemos una cantidad
de cosas, una de las razones (no única) que explica por qué la gente de la que se ocupan los trabajadores
sociales sigue mal son, justamente, los trabajadores sociales! Dificultad normal, en realidad, porque es
efectivamente difícil saber qué pasa en tal familia real y no en la familia ideal que tengo en la cabeza. Por
supuesto que los recursos materiales son escasos, que la [13] sola entrevista en vuestro despacho o en la
visita a domicilio no podrá contrarrestar lo que se decidió a nivel del capitalismo globalizado, ni siquiera de
la política social local. Datos insoslayables, pero insuficientes. De ahí mi insistencia sobre la reivindicación
teórica, la reivindicación de trabajo teórico tanto en el plano individual como en el de los equipos y los
servicios (esto también forma parte del trabajo clínico). “Yo ya llegué”, “ya tengo el diploma”, “he finalizado
mi formación”, son enunciados perfectamente anti-democráticos.
Necesidad entonces de una cierta modestia. Estamos en las antípodas de esta soberbia que consiste en creer
que uno sabe realmente qué es bueno para la gente –sin caer en una suerte de beatificación de los públicos
del trabajo social. Modestia, además, porque aprender no es simple, ni para los niños de la escuela primaria
ni para los llamados adultos; para éstos en particular porque, a diferencia de los niños, suelen tener
muchísimas cosas que “desaprender” o por lo menos reestructurar. Aprender, en efecto, implica ajustar
cuentas con lo que uno sabe y/o creía saber; imposible aprender cosas nuevas, sobre todo si son importantes,
significativas, sin cuestionar lo que uno creía que era la verdad última. Improbable que haya aprendizaje sin
un mínimo de duelo, separaciones, distanciamientos –condición sine qua non para nuevas alegrías, para
satisfacciones inéditas. Se trata pues de “agarrar los libros que no muerden”: agarrarlos, sin duda; por el
contrario, que no muerden, ça dépend... Porque, me parece, nos hacen bien sobre todo los libros que nos
hacen pensar, y nos hacen bastante mal los libros que no se cansan de repetir las mismas bobadas...
Entonces, esto del debate público, uno de los elementos del título de estas Jornadas, es formidable. Pero
debatir supone la capacidad de dar más que su simple opinión, su vivencia personal. Sentir de tal o cual
manera una familia puede ser enternecedor o agobiante –pero no vamos muy lejos con este senti-miento
(¡Lacan!). El debate público supone conceptos, implica argumentos, conlleva soportar escuchar cosas con las
[14] que se difiere, en parte o en totalidad, pero que son útiles porque ayudan a pensar, esto es, a
desequilibrar el narcisismo Se entiende, como señalé ya, que desacuerdos, divergencias, contradicciones, no
son obstáculos sino condiciones de existencia y, a menudo, garantías de progreso.
Se me objetará que no hay tiempo, que no hay dinero, que hay mil cosas por hacer. Es verdad, pero el
tiempo es como el poder: se trata de tomarlo, o de intentar tomarlo. ¡Nadie te lo regala! A menos de que uno
mismo se piense como pobre víctima indefensa del Poder. Pero el poder es solamente poderoso y de ninguna
manera todopoderoso y omnipotente (aunque sus esbirros así lo crean). Recordemos entonces este enunciado
vertiginoso de Antonio Gramsci: ninguna dominación perdura sin el consentimiento pasivo de los
dominados. Cuando uno no tiene tiempo para leer, cosa que es objetivamente verídica, tiempo para
reflexionar y ni siquiera tiempo para vivir porque la vida es excesivamente corta, puedo lamentarme con
vosotros, o bien aventurar algunas aperturas quizás “salvajes”, pero eficaces. No nos aprovechemos
subjetivamente de que objetivamente no tenemos tiempo. Se puede ganar algo de tiempo ocupándose un
poco menos de la gente que se supone en dificultad: si el trabajador social convierte el estudio y la formación
en tareas cotidianas, es probable que llegue a ayudar de otra manera, probablemente más operativa y
concreta. No es imposible que algunas de las personas de quienes se ocupan anden un poco menos mal
porque el trabajador social está ocupado en otro lugar, por ejemplo en el Teatro 3 de Febrero. Sin olvidar
otros recursos, siempre disponibles: dormir un poco menos, salir un poco menos, encerrarse un poco menos
en el familiarismo. No para treparse a la torre de marfil, ni al ascetismo conceptual: ¡se trata más bien de
ampliar la paleta de los goces!
Segunda idea: las prácticas sociales son prácticas sin teoría. Idea que no se entenderá literalmente, por
supuesto. Hay muchos trabajos de Sociología, Psicología, Ciencias de la Educación, Economía, etc. No sólo
libros y artículos, sino también cursos y [15] congresos. ¿Por qué digo entonces que el Trabajo Social es una
práctica sin teoría, un conjunto de dispositivos, intervenciones, instituciones y servicios sin teoría? Porque se
trata de prácticas transdisciplinarias.
Me explico. Transdisciplinario no quiere decir multi o interdisciplinar, que consiste en asociar elementos
psicológicos y sociológicos con elementos de alguna otra disciplina (derecho, economía, etc.).
Transdisciplinario, por el contrario, constituye un punto de vista completamente diferente, tal como intento
defenderlo en mis intervenciones y en mis escritos. Punto de vista particular que toma en cuenta un dato
esencial: el trabajo social se ocupa de gente con problemas de salud psíquica y/o física, pero sin poder
curarla (los trabajadores sociales no son ni psicólogos ni médicos); los trabajadores sociales no puedencurar,
y no deben jugar a ello. Acompañan a personas en busca de alojamiento, que generalmente no pueden
procurarle... La lista se puede prolongar muy lejos. Acompañan toda clase de gente en todas clases de cosas –
en intervenciones caracterizadas por una mezcla constante de elementos psicológicos, elementos
sociológicos, elementos económicos. Una mezcla tal que es imposible distinguir por aquí lo psicológico, por
allí lo social, más acá lo sexual, más allá lo político. Las prácticas del Trabajo Social funden aquello que en
las disciplinas legitimadas se separa, precio sin duda de su especialización y de sus miopías. Cuestionan
numerosos tabiques, y hasta varios de los muros que separan las construcciones disciplinarias (Psicología,
Sociología, etc.).
Los sociólogos realizan encuestas a domicilio, pero de ninguna manera como los trabajadores sociales, ni
con los mismos objetivos. No es ni mejor ni peor, es distinto y es, sobre todo, especifico. Dificultad, interés,
fascinación por las prácticas sociales: éstas transcurren confundiendo aquello que las ciencias sociales y
humanas separan en tajadas, en pedazos, en zonas, en una palabra en disciplinas. Como veis, ¡ciertas
confusiones son sumamente interesantes! Es por esto que si aportaciones [16] de sociólogos, psicólogos y
otros especialistas son absolutamente necesarias para comprender el Trabajo Social en diferentes aspectos de
su quehacer concreto y cotidiano, resultan al mismo tiempo perfectamente incompletas y parciales para
desentrañar qué pasa allí. Los psicoanalistas llegan a apuntar aspectos decisivos del Trabajo Social, pero en
última instancia están constantemente tentados de psicologizar la problemática de los individuos y los
grupos; al igual que el sociólogo cede a menudo a la tentación sociologista; tendencia a hacer del
inconsciente o tendencia a hacer de las clases sociales una especie de clave omni-explicativa. Unos están
deslumbrados con la lógica del inconsciente, otros se enceguecen con las lógicas institucionales y políticas.
Y el trabajador social ve las dos, mejor dicho practica las dos –sin verlas necesariamente, por falta de teoría
adecuada. El Trabajo Social dispone de preciosos elementos teóricos, sociológicos, psicológicos u otros, pero
no de la teoría de su objeto social ni, en consecuencia, de la teoría de qué es una práctica social. A un buen
profesor de sociología puedes pedirle mil cosas, ¡pero si eres bien educado no le preguntas qué quiere decir
social! O bien se dicen cosas extrañas: “lo social es lo colectivo, lo que te pasa a la gente en sus relaciones e
intercambios”. Definición curiosa, parecería sobrentender que cuando la gente vuelve a su casa lo social se
queda en la calle, no entra con ellos; sin embargo, en su casa, están la televisión o la radio, de las que no se
puede decir que no sean sociales; está la educación, los deberes paternales y maternales para con los hijos,
las relaciones con su esposa o su marido, con sus amantes... Se trata de un conflicto de obligaciones que
llamaré “íntimamente sociales”: cada uno acarrea este conjunto con toda espontaneidad naturalizando sin
cesar lo que en realidad constituye una construcción cultural, esto es, ideológica. Demasiado a menudo
representadas como inconsistentes, las prácticas sociales tienen en realidad el gran mérito de ser
transdisciplinarias. A la vez más allá y más acá de las fronteras disciplinarias. [17]
Más aún, se trata de prácticas híbridas, ambivalentes, en transición constante. Tres figuras típicas las
atraviesan, tres figuras a la vez históricas, porque se suceden en el devenir del Trabajo Social, y estructurales,
porque funcionan constantemente en la práctica de cada trabajador social y de cada servicio –en “dosis”
variables.
Lemas de cada una de esas tres figuras: la salvación, el hacerse cargo, y en fin el tomar en cuenta.
El primer lema —salvación o redención— es típico de la caridad. Ésta no tiene por que ser obligatoriamente
religiosa; hay muchos curas civilizados, perdón quise decir civiles, de civil! Numerosas monjas llevan jeans,
exhiben bonitos escotes, fuman, hablan lunfardos diversos, hasta escuchan voces del más allá (vía teléfono
celular). Es cuestión de caridad, incluso laica, sobre todo laica, cuando el objetivo es que la persona
(individuo, familia) se convierta en lo más completa posible; tan armoniosa, con tan pocos clivajes,
contradicciones y tensiones como el interviniente; tan bien con ella misma como se supone que el trabajador
social lo es ya
Muy, muy preocupada por el deber ser, por la prescripción moral, para la caridad importa menos lo que la
gente es de hecho que, sobre todo, lo que la gente debe ser, lo que debe llegar a ser. Todos los esfuerzos
tienden a este objetivo. Importa mostrar al otro, al Gran Otro como diría Lacan, a Dios que está en los cielos
o al jefe de servicio que está en su despacho o a la política social que está en cada Gobierno; importa mostrar
que uno se ocupa de tal mujer que va mal, o se supone que va mal (si así no fuere, ¿por qué intervenir?) a fin
de que llegue a ser lo que una mujer tiene que ser, a fin que adquiera las virtudes que debe acreditar, los
goces que debe sentir, la maternidad que debe cumplir, el hogar del que debe ocuparse.
De ahí una disponibilidad sin horarios y sin días festivos de los practicantes de la caridad. Cuando uno está
exacerbadamente preocupado por hacer el bien; cuando hacer el bien condensa la razón de la mayor parte del
trabajo y a menudo de la existencia [18] del caritativo, no se detiene en tonterías de horarios, condiciones de
trabajo o de salarios... La obsesión del bien no los abandona ni en sueños.
El problema es toparse con individuos Y grupos que consientan ser considerados como criaturas –término
clave en materia de caridad. Es una criatura, un niño o un adulto de quien se supone que él o ella no sabe
bien qué le pasa, cuál es su problema, en qué mundo vive. La caridad se dirige a individuos y grupos
considerados como criaturas, un poco perdidas sin referencias, con defectos: el benefactor les explicará lo
que es bueno para ellos. Las criaturas están sometidas a la necesidad (necesidad de vivienda, de comida, de
medicamentos, de marido que la quiera sin golpearla). Una vez satisfecha la necesidad, saturada, el
beneficiario tendrá todos los elementos para su realización humana.
La caridad no es sólo el pasado histórico del Trabajo Social en Argentina o en Francia. Es también lo que se
practica con toda buena conciencia, sin necesariamente estar al corriente. No estoy acusando a nadie, por
supuesto, sino exponiendo algunas elaboraciones teórico-políticas.
La segunda figura del Trabajo Social es el hacerse cargo. Ya no se dirige a criaturas, sino a personas (persona
minusválida, por ejemplo). Construcción histórica: no hay personas minusválidas desde siempre, ni en toda
sociedad; antes de que hubiese personas minusválidas había gente a quienes les faltaba una pierna, enviados
del demonio, mujeres satánicas, hombres que escuchaban voces, niños malos o malísimos, etc. El
diagnóstico difiere, el tratamiento práctico también: el minusválido no responde a la misma lógica que el
representante del demonio. Es por tanto un honor y un posicionamiento progresista esto de considerar al otro,
cualquiera que sea su condición, color de piel, situación social, configuración psíquica u orientación sexual,
de considerar al otro como una persona.
Ahora bien, se trata de hacerse cargo de esa persona. Hacerse cargo supone que hay alguien que sabe qué es
bueno para esta [19] persona a la que le falta una pierna, enganchada con la droga que consume, ligada al
marido que la maltrata. Alguien sabe qué es bueno para esa persona que se supone reductible y reducida a
sus síntomas.
A diferencia de la caridad, sin embargo, esa persona perdida, un poco o terriblemente perdida, recibirá ayuda
en la medida en que presenteuna demanda, o sea susceptible de presentarla. Es menester que se
comprometa, que quiera, que tenga ganas. La demanda es al hacerse cargo lo que la necesidad es a la
caridad. Hacerse cargo implica trabajar con la demanda del otro, pero que éste puede no formular, ni siquiera
conocer, en aras de su estado físico o psíquico, de su condición social, de su sufrimiento, etc.
Es aquí donde el trabajador social interpreta, no sin riesgos de inventar lo que el otro tal vez pide y sin
escuchar lo que este otro pide efectivamente. De hecho, la demanda es una necesidad del interviniente, sin la
cual le es difícil trabajar, disponer de una puerta de entrada –o por lo menos de una ventana– en el universo
ajeno. Probablemente por eso se inventó la célebre distinción “demanda manifiesta-demanda latente”: no
pudiendo hacer gran cosa con la demanda manifiesta pero temiendo reconocer que uno tiene tanto límites
profesionales cuanto personales, es mejor detectar la demanda latente. La misma, al estar latente, tal vez la
persona que la siente no se percate de su existencia: de ahí la interpretación y, una vez más, el peligro de
proyección pura y simple.
 Y todo esto marcha muy bien: trabajar con la demanda me parece mil veces preferible a trabajar con
imposiciones y exigencias, es mejor esperar un rato antes de decir a su “cliente” lo que se supone que le
pasa.
Todo va muy bien, pues. Suele sin embargo suceder que uno se encuentre con individuos y grupos más bien
“pesados” (¿existen casos livianos?), que no quieren el bienestar que se les propone, quieren más, quieren
otra cosa. Ejemplo: les conseguimos el mes pasado un alojamiento, pero la misma familia vuelve un [20]
mes después para pedir una cama con mejores resortes, la semana siguiente vendrán por la televisión, el
chico de 14 años quiere una computadora con banda ancha... ¿Qué pasa? ¿Por qué la gente no está nunca
contenta?
Ahí pasamos de la persona de quien hay que hacerse cargo, al sujeto que es preciso tomar en cuenta. 
Reflexionemos: ¿qué pide la gente de la que uno se ocupa? Pide la única cosa que vale la pena pedir: ¡todo!
La demanda es por definición desmesurada, porque se articula al deseo. Que la gente sea modesta no implica
que su deseo lo sea también: un deseo “razonable” no es un deseo, es una necesidad. La gente pide todo y de
todo. Tenía razón el director general de una corporación de beneficencia excedido contra los pobres que “¡no
siempre agradecen todo lo que se hace por ellos!” ¿Creemos que la gente viene sólo para tener un
alojamiento?: viene por eso también, pero jamás por esa única razón. Me parece altamente peyorativo
imaginar que la gente viene sólo para tener un poco de comida o sólo para tener un poco menos de dolor.
Hacerse cargo quiere decir hacer cosas por la gente. Tomar en cuenta es hacer cosas con la gente. La
diferencia no es puramente nominal. En la caridad se trata de salvar, en el hacerse cargo se trata de ayudar
porque yo sé qué es bueno para ti, en el tomar en cuenta se trata de acompañar resignándose al hecho de qué
la gente de la que uno se ocupa nace su nacimiento, vive su vida y muere su muerte: sola. Se puede
acompañar, que ya es mucho, hacer algunos pasos con el sujeto, a su lado pero no en su lugar –porque es él o
ella quien sabe lo que le pasa, aún si no está al corriente. Desconfiemos de esos “libertadores” que pretenden
liberar incluso a quienes no les han pedido nada. Ciertos impasses profesionales no se explican por una
formación inadecuada, por incompetencias técnicas, ni siquiera por las angustias personales del trabajador
social. Se explican más bien por este ahínco en hacerse cargo de personas que tal vez prefieran que las tomen
en cuenta. Suele suceder que el trabajador social no vea claramente qué hacer por una familia: [22] no
porque ésta vaya muy mal, sino porque se equivocó en la manera de pensar la familia. Porque insiste en
diagnosticar el sufrimiento de esta familia, de esta mujer, de este niño –olvidando o subestimando que
ningún humano sobrevive en el sólo sufrimiento, se muere antes. Hay que entender el goce del sufrimiento:
¡y ahí se trata de sujetos, y no de simples personas, menos aún de criaturas!
La toxicomanía lleva a estados de carencia, de angustia, y lleva también a estados de plenitud, sentimiento
oceánico del que habla Freud. Tiene que ver con el goce asegurado; los no toxicómanos suelen tener
dificultades allí donde los toxicómanos tienen esa fuerza extraordinaria –mediante 30-40 dólares– de llegar
al goce: tal es una de las razones por la que no se quitan de la toxicomanía, porque ésta tiene dimensiones
placenteras, subjetiva y objetivamente. ¡No estoy defendiendo la toxicomanía, por supuesto! Me limito a
subrayar que es también una garantía de goce y de identidad social. Si me llamo Mohamed, tengo 17 años,
ningún porvenir, vivo en el suburbio norte de la ciudad de París, ahí donde se queman los automóviles, si soy
un poco toxicómano, el asistente social se ocupa de mí, el educador se ocupa de mi mamá, la jardinera se
ocupa de mi hermanito y la policía se ocupa de todo el mundo. ¡Hasta el sociólogo se atreve a hacer largos
discursos sobre el tema! Si dejo de fumar es mejor para mi salud, pero me vuelvo un estúpido de 17 años sin
nada que hacer en la vida, salvo esperar, ¿que pase Godot?
Insisto: no defiendo la toxicomanía, ni los malos tratos, ni la miseria. En la medida en que el trabajador
social no comprende las estrategias conscientes e inconscientes, deliberadas e informales, con las que
individuos y grupos tratan de organizar su vida y de sobrevivir en el mundo en el que han caído, dicho
profesional no está todavía en una relación de ayuda, está mas bien en la caridad y se propone salvar al
chico, salvarlo de la droga, que escribirán con una D mayúscula, la Droga, como Dios...
Entiendo que para una asistente social (mujer) sea insoportable que la señora que ha venido a llorar a su
despacho regrese a su casa sabiendo que el marido la maltratará una y otra vez: pero hay que tratar de
comprender porqué vuelve para lograr que, tal vez, no vuelva ya. [22
Cuarta y penúltima idea: las intervenciones sociales no son neutras, y por eso son eficaces. No son neutras
para las personas que se dirigen a los trabajadores sociales o a las que éstos visitan: tras esos encuentros,
alguna gente va mejor, otra va peor, o más o menos como antes del encuentro, o desencuentro La gente no
viene a verles impunemente como tampoco van ustedes impunemente a verlos.
Tampoco estas intervenciones son neutras para el que interviene, cada uno tiene razones conscientes e
inconscientes para hacer el oficio que hace y para hacerlo de ciertas maneras, razones que en parte conoce y
que en parte ignora. Nadie hace su oficio únicamente por el bienestar del otro. Ni siquiera los caritativos:
sería impertinente acusar a los curas de desinterés; uno de sus mayores intereses es hacer el bien, cueste
(casi) lo que cueste. En todos los casos: ¿cómo desempeñarme en esta profesión a fin de que la gente sufra
menos, y sea tan feliz como yo creo que soy, para que los chicos gocen de la infancia que yo creo que tuve
y/o quise tener y/o imagino tienen mis hijos? En casa nadie me escucha, sobre todo cuando hablo de mi
trabajo, ponen la televisión a todo trapo: por lo menos, ejerciendo con tanto interés mi profesión, los pobres
me van a escuchar, prestarán atención a lo que digo, aunque sea de costado. ¡No es una denuncia por mi
parte! Estoy diciendo que en la intervención social no está en juego sólo la persona de quien me ocupo, sino
también yo. Todos los días me ocupo de un caso persistente: yo mismo.
Tampoco hay neutralidad porque el ejercicio profesional moviliza ciertos ideales, principios, valores: cada
uno practica su profesión con ciertos intereses psíquicos y también, indisolublemente, inevitablemente, con
ciertos posicionamientos ideológicos. Desde ese punto de vista no es indispensableafiliarse a tal o cual
sindicato o partido político para que la política esté presente: alcanza con ejercer una profesión social. ¿Por
qué? Porque no se trata simplemente de ayudar a la gente: si quieres ayudar a un toxicómano suminístrale
haschísh barato, de buena calidad, y dile dónde comprar la semana siguiente. Es ésta una forma de [23]
ayuda, que, supongo, los trabajadores sociales no practican. No la practican porque el objetivo no es ayudar a
que la gente vaya mejor a secas, sino ayudarla a ir mejor según ciertos cánones, ideales, modelos, según
ciertas prescripciones, en función de una política social. La intervención social no tiene nada de etéreo,
evanescente, romántico. Es un trabajo con modelos ideológicos, es un trabajo rotundamente ideológico –
término que no es un insulto, sino un alto cumplido.
“Cuando era joven –me decía un señor muy serio y notablemente aburrido de serlo–, cuando era joven
hacía política, pero ya no milito más, hoy día me ocupo de tareas técnicas de Trabajo Social”. Sin embargo,
incluso en materia de técnica hay que elegir entre técnicas diferentes, decidir por qué ésta y no la otra, por
qué razones económicas, qué consideraciones políticas, según qué miedos y qué osadías subjetivas, en
función de qué orientaciones ideológicas. Todo dispositivo técnico esta ideológicamente cargado,
políticamente sobredeterminado. En una entrevista, no escucho lo que quiero, sino lo que puedo; y escucho
lo que puedo según las convergencias y divergencias, con las ideologías, los valores de los que soy portador.
Me parece que éste es el motivo por el que, según los casos, ciertas personas confían y otras desconfían
cuando vienen a ver al trabajador social. La gente sabe, a veces mejor que los profesionales, que éstos son
personas sumamente simpáticas, llenas de buenas intenciones, con buena formación, etcétera, etcétera. Salvo
que tienen muy presente un dato esencial: dichos profesionales no vienen solos sino con un mandato, una
misión, vienen para ayudar o para salvar o para acompañar, vienen con intenciones. No necesariamente
malas intenciones, por supuesto. Lo más frecuente es que los trabajadores sociales vengan con buenas
intenciones, con muy buenas incluso –que a veces son, por cierto, particularmente mortíferas. Cuando se
quiere el bien del otro pese al otro, este ejercicio de la bondad puede conducirnos demasiado lejos (“¡haga lo
que le digo, ya comprenderá más tarde!”). [24]
Quinta y última idea. Proposición de lo que sería una definición científica del Trabajo Social y de las
prácticas sociales. A saber: las prácticas sociales son eminentemente paliativas en el plano material y
eminentemente decisivas cuando se trata de la dimensión ideológica.
Paliativas en el plano material porque, cualquiera que sea el país, tus recursos financieros e institucionales,
el momento histórico del capitalismo y del neoliberalismo, el Trabajo Social no está armado para resolver los
problemas materiales de la gente. Se puede encontrar un alojamiento, pero serían necesarios no
uno, sino miles; tal vez se ayude a encontrar trabajo para tres personas pero sabemos que varios miles son
indispensables; o puede aliviar la condición de enfermos físicos y mentales sin curarlos, etc., etc.
Así pues, una medida social, una decisión social, es –en el plano material– estructuralmente incompleta y
necesariamente insatisfactoria. A partir del momento en que una medida reviste un carácter social, su
objetivo en el plano material (alojamiento, escolaridad, conyugalidad, salud) es facilitar la supervivencia de
la gente –cosa que más de una vez es precioso, y no siempre realizable.
Queda una segunda dimensión, en la que reside la potencia, la fuerza, el impacto del Trabajo Social. Éste es
decisivo en lo que respecta a la dimensión ideológica de los problemas materiales. Harían falta muchas horas
para precisar este concepto difícil y equívoco de “ideología”; de hecho, he pasado muchos años para
comenzar a comprender que, sin este término, las intervenciones sociales son enigmáticas y carecen de
contenidos.
Es cierto que si uno es púdico no dice “ideología” sino más bien “normas”, “valores”, “ideales”,
“principios” ‘representaciones” Muchas personas dicen ‘ética”. Bonitos vocablos en verdad. Pero todos
comportan un inconveniente que los invalida o, mejor dicho, que garantiza su difusión y esconde su
inconsistencia teórica y práctica. Decir “norma”, en singular o en plural, no explica para nada por qué una
norma es preferida a tal otra, por qué ésta [25] es hegemónica y no aquélla. Imposible referirse a la “buena
madre” sin modelízaciones valorativas relativamente precisas, históricas, orientadas: sin referencias
ideológicas.
Es cierto también que se dice “norma social”, lo que no sirve de mucho, ¡puesto que las normas son
siempre sociales al igual que la nieve es siempre blanca! Cuanto más se evita el hermoso concepto de
ideología y se lo considera peyorativo, menos se entiende qué pasa y qué no pasa en el Trabajo Social.
Esto supone, además, no confundir ideología e ideología política: la segunda constituye una de las múltiples
declinaciones de la primera, pero hay además ideologías familiares, ideologías escolares, ideologías sexuales
(el machismo, el feminismo), etc. Y es precisamente sobre éstas que interviene el Trabajo Social. Tal es su
punto preciso de fusión.
Vuelvo sobre las soluciones paliativas. Para que el pobre deje de ser materialmente pobre (nivel de vida) es
menester un cambio social de fondo, cosa que por le momento no se vislumbra; o por lo menos la herencia
de un tío americano, pero los pobres no tienen tíos en América, salvo en Nueva-Orleáns, sobre todo cuando
se inunda, o en los ghettos de las grandes metrópolis. Es en este sentido que los subsidios suministrados por
el Trabajo Social revisten un carácter paliativo, secundario. Por el contrario, es significativo cómo el pobre
sigue siendo pobre después de encontrar a trabajadores sociales: ¿Cómo se explica su pobreza, fatalidad,
castigo, exclusión, discriminación, injusticia? ¿Con qué ideologías, con qué valores e ideales socialmente
connotados, la gente sigue siendo lo que es? ¿De qué manera el psicótico sigue siendo psicótico? ¿Según qué
ideales el chico roba, según qué motivaciones? Por supuesto que robar no es correcto (hablamos de pobres,
claro...), pero si el chico roba es útil que el trabajador social recuerde que él no es ni policía ni juez: importa
que el chico entienda cómo está robando, por qué roba, y después si roba o no, no es nuestro problema, a
menos que vuestra dosis de caridad sea muy fuerte y que quieran no acompañarlo, sino salvarlo. Está muy
bien cuando se encuentran con chicos que [26] se dejan salvar, el problema es cuando trabajan con chicos
que no quieren que los salven, que quieren vivir de otra manera para nosotros insoportable. Es indispensable
comprender. Potencia de la ideología: no es lo mismo estar mal de salud sabiendo algo o no sabiendo nada de
lo que a uno le pasa y por qué le pasa.
Esto significa que las ideologías no residen sólo en la cabeza, en las actitudes catalogadas como femeninas
o como masculinas, en las diferentes maneras subjetivas de estar enfermo o de estar sano. Se encarnan en los
gestos, en aquello en lo que se lucha (“voy a la escuela porque papá dice que así tendré un buen porvenir”).
El Trabajo Social no ha sido inventado para solucionar los problemas materiales de la gente, mejor dicho:
para solucionar de manera exhaustiva la dimensión material de los problemas de puede remplazar ni la
acción política, ni el trabajo psicológico, ni las transformaciones sociales…
E1 trabajo teórico, para insistir una última vez sobre este punto estratégico, es algo demasiado importante
como para dejarlo únicamente en manos de los intelectuales de profesión. Dicho trabajo permite, más de una
vez, desempantanar la intervención social, identificarun poco mejor, o menos mal, qué pasa en tal familia,
qué pasa en la representación que el trabajador social se fabrica de tal familia, en su representación de lo
normal y de lo anormal.
De ninguna manera, la solución mágica es un recurso posible para hacerse atrapar uno mismo un poco
menos en sus propios espejismos, desplazarse un poquitín... [27]
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
La exclusión bordeando sus fronteras (Barcelona Gedisa, 2004).
El trabajo social: definición, figuras, clínica (Barcelona Gedisa, 2007).
* Este trabajo es la desgrabación de la ponencia presentada por el autor, corregida y ampliada por el mismo 
para su publicación.
http://www.catedras.fsoc.uba.ar/heler/17.03.08karsz.htm#_ftnref1

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