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Escape del Infierno Administrativo de Robert D Gilbreath | serendipity

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ESCAPE DEL 
INFIERNO 
ADMINISTRATIVO 
12 CUENTOS DE HORROR, HUMOR Y HEROÍSMO 
RoBERT D. GILBREATH 
Traducción: 
María Elisa Moreno Canalejas 
Traductora técnica 
Mcf~RA W-HILL 
MÉXICO · BUENOS AIRES • CARACAS · GUATE:\L\L\ • LISBOA • .\H.DRID • NUEVA YORK 
PANA"L\ · SAN JUAN • SANTAFÉ DE BOGOTÁ • SANTIAGO · SÁO PAULO 
AUCKL\.c\D • lL\1\!BURGO • LONDRES • ~!ILL\ · ~!O.\TREAL 
\UEVA DEU!l · PARÍS · SA.c\' FR:\.c\'CISCO • SL\'GAPUR 
ST. LOUIS • SID\EY • TOKIO • TORONTO 
Gerente de producto: Alexis Herrería Valero 
Supervisor editorial: Sebastián Elizarrarás García 
Supervisor de producción: Margarita Flores Rosas 
ESCAPE DEL INFIERNO ADMINISTRATIVO 
12 cuentos de horror, humor y heroísmo 
Prohibid8 la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, 
sin autorización escrita del editor. 
DERECHOS RESERVADOS© 1994, respecto a la primera edición en español por 
McGRA W-HILL/INTERAMERICANA DE MEXICO, S.A. de C.V. 
Atlacomulco 499-501, Fracc. Ind. San Andrés Atoto. 
53500 Naucalpan de Juárez, Edo. de México 
Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial, Reg. Núm. 1890 
ISBN 970-10-0525-2 
Traducido de la primera edición en inglés de 
ESCAPE FROM MANAGEMENT HELL 
Copyright© MCMXCIII, Robcrt D. Gilbreath, "First published by Berrct-
Koehler Publishers, San Francisco. Al! Rights Reserved.,. 
ISBN 1-88105226-5 
1234567890 PE-94 9087651234 
Impreso en Colombia Printcd in Colombia 
Se imprimieron l 000 ejemplares en el mes de agosto de l 998 
Impreso por: Lito Camargo Ltda. Santafé de Bogotá, D.C. Colombia 
;,.• 
Todo escapista exitoso 
necesita un cómplice. 
Gracias, Linda. 
,' 
CONTENIDO 
Prefacio lX 
El autor xiii 
Prólogo 1 
l. Los huesos de Hammurabi 15 
(Conozca al primer fanático del control) 
2. Las asombrosas Cabezas de Dígito 29 
(Una breve historia de toma de decisiones) 
3. El café del Huevo Dorado 41 
(Cómo el compromiso ahoga la innovación) 
4. La carrera de carros de Calígula 57 
(La calidad desafía al fraude) 
5. El culto perdido del consenso 69 
(Equipo de trabajo in extremis) 
6. El laberinto del toro 81 
(Donde reina la burocracia) 
7. El télex revelador 95 
(La vergüenza es una cualidad administrativa) 
8. La mujer catarata 109 
(Visiones de un líder) 
9. El cambio de cultura de Constantino 123 
(El maestro del cambio del infierno) 
10. Los pensamientos de hambre de los esclavos 135 
(El peligro del éxito) 
vii 
11. Abejas asesinas 149 
(Cómo se inició la consultoría) 
12. La confesión de San Agustín 159 
(Llegando a los límites de la administración) 
Epílogo 173 
Vlll 
PREFACIO 
La mejor forma de detectar un patrón consiste en alejarse de los puntos 
aislados de la experiencia y verlos a distancia. De este modo, los puntos em-
piezan a conectarse, a formar una imagen. Para muchos de nosotros, esto 
sucede cuando un acontecimiento, repentino e inesperado, nos aparta de las 
presiones y el ritmo del trabajo. 
Podría ser un accidente o una enfermedad, unas vacaciones, o algo tan 
simple como no llegar a tiempo para abordar un avión y verse obligado a 
esperar el próximo, lo que nos daría la oportunidad de pensar. Esa es la clave: 
pensar. O, más precisamente, reflexionar. Gran parte de lo que hacemos en 
los negocios, que supuestamente es pensar, en realidad es un procesamiento 
de información, reacciones, representaciones de papeles por reflejo o por 
hábito. Cuando la oportunidad o el cambio nos obliga a retroceder y 
reflexionar, las implicaciones de lo que estamos haciendo a menudo resaltan 
en forma contrastada. Los puntos se conectan entre sí. La imagen resulta 
manifiesta. 
En la actualidad, la oportunidad y el cambio están obligando a millones de 
nosotros a reconsiderar lo que es la dirección de una empresa. Los puntos en 
la imagen incluyen una disminución del personal y con mayores demandas. 
El observar la salida de amigos y colegas en circunstancias repentinas y en 
ocasiones arbitrarias. Pedirles a subordinados desleales que crean en las metas 
que usted ha establecido mientras, al mismo tiempo, los superiores tratan de 
cambiarlas o eludirlas. Recibir las instrucciones de servir al cliente y venerar 
la calidad, y a la vez exprimir la mayor utilidad posible al mercado -y rápido. 
¿Está empezando a verse más clara la imagen? 
Es una imagen del Infierno: el infierno administrativo. Un lugar en el que 
las reglas cambian tan rápido que lo que antes era un ascenso en la carrera 
lX 
Prefacio 
ahora es una caída libre. Lo que fue desafiante ahora es caótico. Lo que era 
dificil, ahcra es tortuoso. Lo que tenía sentido, ahora es incongruente. Lo que 
era impensable es ahora la norma; si es que "norma" todavía tiene algún 
significado. El infierno administrativo. 
Con este libro, espero sacarlo de su infierno administrativo, alejarlo la 
suficiente distancia de las inconsistencias y confusiones diarias, a fin de que 
surja una imagen clara; que tomen forma las implicaciones y que, en el mejor 
de los casos, encuentre el camino de salida. Escape del infierno administrativo 
es más que el título de un libro. Debe ser su meta personal y profesional. 
Tom Brokaw, conductor del programa Nightly News de la NBC, comentó 
una vez que independientemente del carácter de las noticias del día, sin 
importar qué tan graves o triviales sean, lo primero que observa el público es 
su corbata. 
Yo he visto el mismo fenómeno personalmente. Sin importar el número de 
seminarios que imparta, y he dirigido más de doscientos en más de veinticinco 
países, las historias son lo primero y lo último que recuerdan los asistentes. 
No importa cuán importantes o insignificantes sean las lecciones, lo detallado 
o lo candente de las discusiones posteriores, ellos recordarán las historias años 
después de que hayan olvidado los puntos que tanto me esforcé en exponerles. 
Así, si examina el contenido de este libro, verá que no me pasó inadvertido 
este aspecto. No encontrará listas de los asuntos clave, ni resúmenes de una 
hoja, o diagramas de flujo. Aun cuando éste es un libro para directores de 
empresas, tampoco encontrará estudios de casos de corporaciones excelentes. 
Sé que estos elementos son tan efímeros como ~l polvo en el viento. 
Las historias perduran. En especial si incluyen a personas en dificultades 
similares a las suyas. Personas que se enfrentan a problemas espectacularmente 
nuevos y desafiantes. Personas atrapadas en dilemas éticos y que luchan con 
el incontrolable fenómeno de nuestro tiempo: el cambio. Personas que 
reconocerá inmediatamente, porque ya ha tratado con ellas antes. En este 
libro, estarán vestidas con prendas exóticas, se ubicarán en ámbitos extraños. 
Podría parecer, en principio, que los colocamos a la distancia, con el posible 
riesgo de hacerlos irrelevantes. No obstante, este hecho podrá brindar 
objetividad, nuevas perspectivas que resultan en percepciones sorprendentes. 
X 
Prefacio 
Cuando estamos demasiado cerca de lo cotidiano, con frecuencia perdemos 
esta ventaja -necesitamos escapar de nuestros propios infiernos administra-
tivos para darnos cuenta de cuán magníficos y enloquecedores son en 
realidad. 
Entre los pillos y los santos, reconocerá al jefe que casi arruinó su carrera, 
o lo ayudó a hacerla. Verá al cliente que perdió, el competidor contra quien 
luchó. Los hombres o mujeres inteligentes que lo colocaron en el camino 
correcto; los rivales que intentaron apartarlo de él. 
En el camino podría encontrarse con alguien más. Alguien que comprende 
que el trabajo está lleno de triunfos y tragedias y ha compartido ambos. 
Alguien que todavía lucha, día a día, por encontrarle un sentido a este brutal 
y algunas veces tedioso, pero no obstante, sorprendentemente satisfactorio 
mundo de los negocios. Tal vez identificará a un mentor, quizá a un colega; 
pero, lo más probable, es que ese alguien sea usted. 
Duluth, Georgia 
Enero de 1993 
Robert D. Gilbreath 
XI 
EL AUTOR 
Robert Gilbreath es presidentede Administración del Cambio para Philip 
Crosby Associates, Inc., en Atlanta, Georgia. Gilbreath dirige sus servicios 
mundiales y es responsable de la capacitación para el cambio, planeación y 
puesta en práctica de servicios para clientes en 35 países. 
Es autor de cuatro libros previos, incluyendo Save Yourself! y Forward 
Thinking (McGraw-Hill). Más de quinientas corporaciones de primer nivel, 
gobiernos e instituciones utilizan sus videos Winning Through Change 
(Ganando por medio del cambio), producidos por la American Management 
Association. Ha dirigido más de doscientos seminarios a ejecutivos de 
empresas sobre el tema de las transformaciones estratégicas y operacionales 
que ocurren en el mercado global de hoy. 
Gilbreath fundó el servicio de Organización del Cambio en Andersen 
Consulting, ha sido columnista en New Management y ha escrito para The 
Journal of Business Strategy, The Atlanta Journal Constitution, The Los 
Angeles Business Journal y The International Finance y Law Review. Ha sido 
tema de artículos en U. S. News and World Report, y el Washington Post, y 
lo han entrevistado las cadenas de televisión CNN, ABC y NBC, así como Dan 
Rather en el programa Evening News de la CBS. 
Durante más de veinte años, Gilbreath ha ayudado a sus clientes a enfrentar 
los desafíos del cambio estructural y organizacional en Japón, España, 
Inglaterra, Suiza, Argentina, Brasil, Italia, Finlandia, Singapur, Noruega, 
Canadá, México, Australia, Sudáfrica y muchos otros países. Entre sus 
clientes se incluyen IBM, el servicio postal de Estados Unidos, Phillips 
Petroleum, Jolmson & Jolmson, Carnation, Firestone, General Motors, el 
gobierno de Gran Bretaña y la Engineering Advancement Association de 
Japón. Ha dictado conferencias en la Escuela de Graduados en Administra-
Xlll 
El autor 
ción de Empresas de la Universidad de Harvard, el Instituto Tecnológico de 
rvfassachusetts (Escuela Sióan de Administración), la Universidad Estatal de 
Pennsylvania y la Universidad de México. 
Educado en la Academia Militar de West Point, la Universidad de 
Kentucky y la Universidad de Tennessee, Robert y su esposa Linda, viven en 
las afueras de Atlanta. Su hijo, Bob, estudia economía en la Universidad Duke 
y su hija, Alice, es estudiante de ingeniería biomédica en la Universidad 
Vanderbilt. 
X!V 
PRÓLOGO 
En la tarde del lunes 17, en medio de la amenaza de una tormenta de nieve, 
un jet bimotor de servicios locales despegó de una pista en las montañas y 
ascendió a los cielos sobre las Rocosas. A bordo iban doce pasajeros, todos 
ejecutivos de importantes corporaciones, y quienes habían concluido poco 
antes una conferencia sobre liderazgo que se llevó a cabo en un exclusivo 
centro de deportes invernales. 
Se habían reunido el viernes anterior, llevando esquíes y botas y costosas 
vestimentas para la nieve, habiendo volado desde los cuatro puntos cardina-
les por cuenta de sus respectivas compañías. Tras una recepción-coctel de dos 
horas, un desconocido profesor se colocó detrás de un atril y empezó a 
describir principios de administración. Su asistente, de cabello canoso, 
hombros encorvados por años de dolor, manejaba el proyector de diapositivas 
desde la parte posterior del salón. Principios de liderazgo pasaban rápida-
mente a través de la lente del aparato e iluminaban una pantalla improvisada. 
A los diez minutos de iniciada la conferencia, los ejecutivos se veían 
notoriamente inquietos y desinteresados. El profesor subió ligeramente la 
voz, en un intento por continuar con sus puntos clave. La atención y respeto 
disminuyeron proporcionalmente. 
En la parte posterior del salón, uno de ellos ojeaba abiertamente las 
cotizaciones de la bolsa del The Wall Street J ournal. Otro abrió su portafolio 
sobre la mesa que tenía ante sí y empezó a susurrar en una micro grabadora, 
dictando un memorandum que había pospuesto por varios días. 
Cuando el orador dio la espalda al grupo para exponer una gráfica en la 
pantalla, un director en la fila del frente se volvió hacia los que estaban detrás 
1 
Prólogo 
y simuló un bostezo reprimido. Un murmullo de risitas sofocadas corrió entre 
quienes lo observaron. Otro le cuchicheó a su vecino, diciendo, "¡Cuentos de f 
hadas! ¡No son más que cuentos para niños!" 
El profesor continuó, absorto en su presentación. Pero cuando se dio 
vuelta de la pantalla, no pudo evitar el observar tres asientos vacíos cerca de 
la salida posterior. Se estaban yendo; uno a uno, cada vez que les daba la 
espalda. Por la ventana, se podía ver que empezaba a caer la nieve. Pronto 
estarían perfectas las pistas. Aquellos que aún permanecían sentados, 
miraban ansiosos el exterior y empezaban a inquietarse, lanzando ostentosas 
miradas a sus relojes de pulsera. 
Derrotado, el profesor pidió a su asistente que apagara la luz del 
proyector. En la oscuridad, sólo se podía oír el chirrido de las patas de la 
mesa y el arrastre de pies. La puerta de salida se abrió y salieron los 
rezagados, apresurándose hacia sus placeres privados. 
El profesor olvidado se escabulló entre las sombras, caminó a tientas hasta 
la parte de atrás de la pantalla y desapareció, dejando a su asistente la tarea 
de disculparse con la última ejecutiva y acompañarla hasta la puerta. 
Es posible que esta tenaz mujer se haya ido con la impresión de que el 
orador quedaba sumido en la vergüenza, oculto detrás de la cortina -un 
fracaso, totalrnente anticuado, totalmente irrelevante. 
Sin embargo, la realidad era otra. Ni estaba resentido ni avergonzado. 
Estaba pensando, echando pestes, enojado, planeando y urdiendo. Cuando 
oyó que se cerraba la puerta y que su asistente se acercaba a la cortina, se 
dirigió a él con una voz sorprendentemente confiada. 
-¿Ya se fueron todos? -preguntó. 
-Sí seíior, los doce. Y. .. seízor ... 
Q , ') -¿ uepasa: 
-Si le sirve de consuelo, lo siento. Ésta fue mi idea, después de todo. 
2 
Prólogo 
-No pienses en eso ni un momento más -dijo la voz sorprendentemente 
alterada desde la parte de atrás de la pantalla-. Tengo otras formas de 
enseñar, otras formas más efectivas. Lugares de reunión menos cómodos y 
confrontaciones inevitables. No te preocupes por el público -agregó en tono 
burlón--. ¡Qué se vayan al infierno! 
Para esa hora, los ejecutivos ya se habían precipitado hacia sus suites, se 
habían despojado de la ropa de viaje y puesto chaquetas rellenas con plumas 
y prendas de fiera. Algunos atacaron las pistas con la ferocidad característica 
de marineros llenos de ansiedad por tocar tierra y encontrar en el puerto la 
taberna más cercana. Otros organizaron partidas de póquer con cuantiosas 
apuestas. Otros más corrieron a sus habitaciones y abrazaron sus teléfonos 
para establecer contacto con sus servicios de correo de voz con la pasión de 
amantes que se reencuentran. Y unos más, se sumergieron en tinas de 
hidromasaje, sus cuerpos y pensamientos desapareciendo en el vapor y la 
rendición. Todos olvidaron al profesor y su asistente, y lo que fuera que 
hubiese tratado de enseñarles. 
Así, el largo fin de semana pasó para algunos de los más poderosos del 
mundo. Cuando terminó, varios estaban bronceados por la penetrante luz del 
sol de las colinas de cristal y azúcar. Unos eran más ricos, otros más pobres. 
Unos cuantos se frotaban las rodillas suplicando siquiera una hora más en las 
tinas de hidromasaje. Otros se crispaban nerviosos en sus costosos trajes de 
negocios -visiblemente ansiosos por volver a la tensión y emoción de la caza 
corporativa. 
Se reunieron en el pequeño hangar de aviación general, abordaron un jet 
de vuelos locales, se reclinaron en sus asientos y se acomodaron para el corto 
vuelo hasta Denver. 
En. fa torre de control de tráfico aéreo de Stapleton, la pequeña nave 
apareció primero como un parpadeo constante, de movimiento veloz. Un 
joven controlador vigilaba la pantalla con un ojo y con el otro observaba el 
crecientetamaño y frecuencia de los copos de nieve por la manchada ventana. 
3 
Prólogo 
Aves invernales en camino a casa, murmuró para sí mismo, después estrujó 
el vaso del café y lo lanzó a través del pequeño local hacia un cesto rebosante. 
La bola de pulpa húmeda chocó contra un escritorio gris de metal contiguo 
al bote, rebotó en un ladrillo color crema de la pared y cayó en el cilindro. 
Satisfecho, el controlador volvió su atención a la pantalla, a las aves 
invernales, al parpadeo que se acercaba en el radar. Había desaparecido. 
Oprimió los controles de resolución de la pantalla, brincó con una 
descarga de adrenalina, se frotó los ojos y acercó más a la pantalla su silla 
metálica. El AspenAir 409 se había esfamado. 
Nuevas señales que surgían de los bordes de la pantalla distraían su 
atención y quedaron a la vista más aviones que arribaban a Denver como 
polillas atraídas a una llama. Más trayectorias que controlar, más personas 
que proteger. ¿Pero dónde estaba el AspenAir 409? 
El pánico es contagioso. En unos cuantos segundos, dos supervisores se 
apretaron sobre el hombro del controlador, reprendiéndolo y ayudándolo al 
mismo tiempo. Como si alguien hubiese aumentado repentinamente la 
temperatura cien veces más, los tres hombres empezaron a gritar y sudar 
desesperadamente. Uno de ellos arrancó el micrófono y envió un frenético 
mensaje a la escalofriante y blanquecina atmósfera. -AspenAir 409, aquí 
Staplenton, ¿cambio? AspenAir 409, aquí Staplenton. Hemos perdido contac-
to, cambio. 
La bocina emitió cacareante estática y congeló sus corazones. Se sintió un 
silencio tan pesado como el plomo. Se oprimieron más botones, se rascaron 
cabezas, se lanzaron recriminaciones. 
-En ese vuelo viajaban doce empresarios muy importantes -dijo entre 
dientes el controlador. Resistió la acometida del humor negro. Rechazó el 
apremio de preguntarle a su supervisor si los salvarían sus "paracaídas 
dorados", todos los beneficios y prestaciones de una jubilación temprana. 
Aguantó el impulso de preguntarles a sus colegas si el inminente impacto 
provocaría un desplome o un alza en las acciones respectivas. Se limitó a 
4 1 
1 
Prólogo 
permanecer sentado, el nervioso aliento del supervisor calentándole la parte 
posterior del cuello y se preguntó-: ¿Dónde diablos están? 
U na docena de ejecutivos formaba una fila imprecisa, uno detrás del otro, 
las cabezas girando de un lado a otro, las espaldas dobladas, como las de 
muchos de los viajeros por negocios que están agotados. Reinaba la oscuri-
dad. El aire era pesado y fétido, inundado con el hedor a miedo. Los directivos 
miraban de soslayo y se revolvían en una angustia desacostumbrada. 
Una cadena de hierro corría de uno a otro de los doce, uniendo las esposas 
que tenían puestas en la mano derecha. Cuando uno de ellos cambiaba de 
posición, levantaba una mano para secarse una frente sudorosa o aflojarse la 
corbata, el resto se sobresaltaba por reflejo y le reclamaba al ofensor. 
Algunos eran industriales del medio oeste. Se les notaba por sus hombros 
de jugadores de futbol y sus prácticos zapatos bostonianos de suela gruesa. 
Por sus vientres abultados por la cerveza y sus sobrios trajes. Hombres del 
acero, de los automóviles, del caucho, de los futuros de panza de puerco. 
Los que trasladaban su peso de un lado a otro, murmuraban oh y ah, eran 
sin duda financieros de Nueva York o Londres -sus ligeros zapatos Swiss 
Bally trasmitían el calor del piso con toda la eficiencia del aluminio-. 
Compradores de empresas -con o sin el consentimiento de éstas-, manipu-
ladores de la bolsa, negociadores en acciones y adquisiciones, cazadores de 
márgenes accionarios. Sus pañuelos de bolsillo, de seda brillante y vistosa, 
se deslizaban por sus rostros en un intento vano por reducir el sudor. Muy 
elegantes, sin duda, pero nada prácticos -no en este' sitio. 
Dispersos entre ellos, estaban el ocasional especulador en bienes raíces de 
California, el magnate de líneas aéreas, el director de finanzas, el presidente 
del consejo. Y, por supuesto, los que apuñalan por la espalda, los estafadores, 
farsantes, aduladores, "barberos", los que "conocen a todo el mundo", los 
traficantes de influenci'as, y también embusteros y traidores. No es sorpren-
5 
Prólogo 
dente que entre todos no se alcance la cifra de doce. La mayoría calificaba en 
más de una categoría. 
A sus lados, saltaban y centelleaban luces naranjas y rojas, avivando los 
muros de la caverna, dando forma y movimiento a las sombras que ahí 
bailaban. El grupo se movió y rechinó la cadena. Murmullos de maldiciones 
se dispersaron entre ellos. 
Sonidos silbantes, como de vapor de caldera, surgían en suspiros desde el 
techo cavernoso. Desde alguna parte más allá en la oscuridad se podían oír 
los penosos golpes continuos de un fuelle zumbante. El calor aumentó en el 
vibrante piso de roca y empezó a brillar. 
Las bufandas de cashmir, los guantes de piel de becerro, los ornatos de 
seda -distintivos del éxito- salían volando de la fila en cuanto los ejecutivos 
podían arrancárselos. 
Lucharon infructuosamente por despojarse de los abrigos y los sacos de 
los trajes italianos. Las prendas que poco tiempo antes habían sido dobladas 
con todo cuidado por los sobrecargos del avión y se habían colgado en la 
exclusividad de primera clase, ahora estaban suspendidas de los brazos 
encadenados, torcidas, al revés, la escoria de excesos pasados. 
Los zapatos los conservaron. El piso se agrietaba y, a través de las fisuras, 
chisporroteaban pequeños hilos de vapor a presión. Chasqueantes arcos 
azules de electricidad se crispaban por todas partes, trazando burlonas venas 
de poder y luz. 
Por los muros sudorosos rodaba vapor condensado y crepitaba en el piso. 
Nubes de hedor los atacaron. El aire estaba lleno de putrición. Y muerte. Y 
condenación. La desesperación vendría más tarde, en cuanto se dieran cuenta 
de dónde estaban. Y por qué. Y lo que se necesitaría para escapar. 
U na diminuta placa atornillada a la piedra parpadeante les dijo que estaban 
en el nivel doce, en el sub-sótano. Con empujones mutuos y mirando por 
encima de los hombros. empezaron a conversar. 
6 
¡¡¡ 
1 
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Prólngo 
-¿Nivel doce? ¡Vaya, esto debe ser el estacionamiento! ¿Alguien ha visto 
un Mercedes negro? ¿Con placas de Connecticut? 
-¡Deja de tirar de la cadena! Tengo un codo de tenista que ya me está 
matando. 
-Recuérdenme que nunca vuelva a volar en líneas comerciales. 
-¿Dónde diablos están los teléfonos aquí? Tengo que llamar para ver qué 
mensajes he recibido. 
-¿A propósito, qué se tiene que hacer para conseguir un trago en este 
lugar? ¿Suplicar? 
De repente, una retumbante voz sugjió desde la oscuridad. "¡No es 
necesario suplicar!" La respuesta fue tan inesperada y la voz tan repugnante 
que todos tiraron de la cadena y se coloca-ron las manos sobre las orejas con 
dolor y miedo. Llamas abrasantes les saltaron al frente, mientras un vapor 
sobre calentado salía de una grieta abierta en la superficie de la roca. Apareció 
una enorme figura, realzada por detrás con la incandescente luz de un horno 
rugiente. De su cabeza estalló una corona de criaturas con alas de carbón y 
explotaron en la oscuridad, aleteando como un cascabeleo de muerte. 
La figura parecía un hombre, viejo y de hombros encorvados. No obstante, 
era difícil saberlo con certeza, ya que llevaba puesto un traje plateado. 
Llamaradas y centelleos se reflejaban en el brilloso material, muy semejante 
al uniforme a prueba de fuego de un trabajador siderúrgico o al traje protector 
de un bombero. Un pesado casco de metal, una máscara de soldador, protegía 
la cabeza, y de la parte posterior de un estrecho rectángulo de grueso cristal 
ahumado, sobresalían dos puntos de luz, semejantes a rubíes, que señalaban 
a los ejecutivos. Cuando se dio vuelta para examinar a los cautivos, se aclaró 
el cristalahumado y, en el interior, pudieron ver un leve movimiento de 
cabello cano. De nuevo escucharon la voz, el quejido tonal de Darth Vader, * 
mitad respiración, mitad aversión. 
*Personaje de la película "Guerra de las Galaxias". (N. de la T.) 
7 
,' 
Prólogo 
-Las súplicas son algo muy común aquí -empezó-. No les servirán para 
nada. 
Todos los ojos estaban fijos en el que hablaba mientras los corazones 
dejaban de latir, en espera. Nadie se atrevió a moverse o hablar. La figura se 
acercó un paso más. -Permítanme presentarme. ¡Soy Reflecto! -anunció 
orgullosamente-. Director de Operaciones de Satán. Y como he dicho, 
suplicar no les servirá de nada. 
-¡Están en el infierno, tontos! ¡Y se espera que supliquen! 
Reyes y príncipes, artistas, superestrellas de Hollywood, magnates de 
bienes raíces, leyendas de los deportes -todos suplican aquí-. El infierno 
tiene una forma exclusiva para producir esa característica, la de extraer a la 
superficie un exceso de humildad. 
-Pero éste no es su infierno regular, de primera clase, amigos -con-
tinuó-. Miren a su alrededor. Aquí no encontrarán príncipes o mendigos, ni 
estrellas, héroes, o leyendas de los deportes. Ellos tienen sus propios lugares. 
Éste, amigos míos, es exclusivamente para las almas de ustedes -gruñó 
• 
sarcásticamente y levantó los brazos, extendiendo las manos en un cálido 
ademán-. ¡Bienvenidos al infierno administrativo! 
En ese mismo momento, un impetuoso prisionero gritó desde alguna parte 
en el centro de los dolientes encadenados. "¡Dinero, entonces! i Si las súplicas 
no me van a sacar de aquí, estoy dispuesto a pagar lo que sea!". Metió la mano 
en el bolsillo de la cadera y sacó su billetera, esperando lucirse con una 
pequeña American Express dorada, tal vez con el deseo de ascender, aunque 
fuese al purgatorio nada más. Pero la cubierta de piel de anguila estaba 
humeando y los hilos de plástico derretido escaldaron sus dedos. Lanzó la 
billetera al aire y emitió un grito de dolor. 
-¡No! -rugió la figura en el traje plateado-. El dinero no tiene ningún 
valor para mí. ¡Me quema en el bolsillo! -Su propio chiste lo divirtió, se rió 
disimuladamente y dio unos ligeros golpecitos en el azufre con la pesada bota 
reluciente. Los ejecutivos encadenados temblaron y se miraron nerviosamen-
8 
Prólogo 
te unos a otros. Nunca se habían enfrentado a una respuesta como esa. ¿El 
dinero no tiene valor? Estaban mudos de asombro, impotentes. Un hombre 
apacible, tal vez contador en otro tiempo, se asomó entre ellos y planteó una 
modesta solicitud. 
-¿Qué es, entonces -preguntó-, lo que quiere que hagamos? 
-No se trata de dinero -respondió el traje reluciente, la voz baja, las 
palabras deliberadas mientras resonaban desde atrás la máscara de soldador, 
como si llegaran desde el fondo de un corredor de más de mil kilómetros de 
largo-. Ni se trata de sexo, poder, fama o seguridad, ni siquiera de una 
oficina en la esquina. Tampoco requiero títulos o limosinas. No necesito 
bonos u opciones de compra de acciones a precio fijo, ni les concedo ningún 
valor a las jubilaciones tempranas con todos los beneficios ni a los apretones 
de mano de cualquier clase. 
Los directivos se encogieron y escucharon asombrados. Ésta era, en efecto 
una experiencia nueva y desconcertante. Sin duda, se trataba de una situación 
para la cual estaban totalmente impreparados. El hombre hizo una pausa, y 
después dio un pisotón con una de las pesadas botas y agitó violentamente un 
reluciente dedo enguantado sobre su encasquetada cabeza. -¡Sabiduría! 
-vociferó-. ¡Necesito tener sabiduría! 
Se estremecieron al unísono, y el terror ante el pronunciamiento provocó 
que se juntaran unos con otros, ya que la palabra no significaba nada para 
ellos. ¿Sabiduría? ¿Qué es esta, sabiduría? Nadie habló, ya que estaban 
seguros de que el secuaz de Satanás pronto se los diría. 
-Ustedes saben de presupuestos y precios y costos -los sermoneó-. 
¡Saben de cadenas de mando y espacios de control y ventas y mercadotecnia, 
y saben cómo interactuar y enlazarse y ponerse en contacto y sostener comidas 
de negocios! ¡Saben cómo darle un giro positivo a un proyecto desastroso, 
como adornar un informe anual para que una inversión estúpida parezca 
brillante! -su tono de voz subía, su irritación aumentaba-. ¡Pero! -gri-
tó-, ¡están aquí porque carecen de sabiduría administrativa! ¡Su miopía, su 
9 
Prólogo 
ambición, sus estilos empresariales bien intencionados y sus técnicas proba-
das simplemente ya no funcionan! -Esperó una respuesta que nunca llegó. 
-Simplemente no lo entienden, ¿verdad? 
Na die respondió. Sabían que esa cosa monstruosa no esperaba una 
contestación. Estaba a punto de concluir y los consumía la ansiedad por saber 
lo que era esta sabiduría, cómo obtenerla y, lo más importante, cómo usarla 
para salir de ahí como alma que lleva el diablo.-
-Ustedes son doce -les dijo el demonio-, y doce son los pasos que los 
llevan a la libertad. Cada uno de ustedes debe ganarse su propia salida del 
Infierno. Cada uno debe dar un paso. Si todos pasan, todos escaparán. Si uno, 
si tan sólo uno fracasa, todos perecerán. Su destino está vinculado con la 
sabiduría con la misma solidez con que el hierro enlaza ahora sus cuerpos. 
-¿Pero por qué? -preguntó un prisionero-. ¿Por qué no puede cada uno 
salvarse a sí mismo? 
-¡Maldita sea, porque lo digo yo! -bufó Reflecto-. ¡Éste no es un lugar 
de vacaciones, basura! No son huéspedes, son prisioneros. ¡No pueden irse 
a la hora que quieran, hacer lo que se les antoje y ofender a quien les plazca! 
Éste es el infierno, idiota, ¡no un hotel! 
El hombre que había preguntado, respondió: -Considerando algunos de 
los lugares en que me he hospedado, es difícil distinguirlos. 
Todos los demás se estremecieron ante esta imprudencia, con la seguridad 
de que no se haría esperar la ira de Reflecto. Pero, increíblemente, se rió. 
-Usted tiene sentido del humor -le dijo al hombre-. Eso está bien. Muy 
bien. Verán, para escapar, para huir de este infierno, tienen que divertirnos 
a mí y a mi jefe. Cada uno de una manera diferente. Tienen que instruirnos 
acerca de sus errores y triunfos, ilustrar nuestras débiles mentes diabólicas, 
por así decirlo. Deben impartirnos sabiduría empresarial. ¡Y sin tonterías, sin 
basura del tipo de "cómo nadar con los tiburones!" ¡También he visto a 
tiburones supiicar! 
10 
Prólogo 
-El espíritu perverso quiere sabiduría perdurable, efectiva. Exige saber 
cómo lidiar con el mundo actual aliá arriba, bajo las condiciones competitivas 
de la actualidad, ya que, como se pueden imaginar, no hay nadie más 
competitivo que mi jefe. 
-Y no esperen tampoco que sea el diablo simplón de las pesadillas de su 
infancia. No es una caricatura, ni un dibujo animado. Es mucho más 
complejo, sus motivos son mucho más profundos. Mi amo es malvado, sí, 
pero también es brillante. En ese aspecto, parásitos, no es distinto a cualquiera 
de ustedes. Y, como muy pronto sabrán, para ver el interior del infierno, 
tendrán que ver el interior de ustedes mismos. 
-Enséñenle a la rancia @hanería sobre la calidad, el cambio y el control 
de costos. Siente un deseo vehemente por aprender las reglas de la innovación. 
Ustedes lo ilustrarán en cuanto a la ventaja competitiva, la administración por 
participación, la descentralización, el potenciar el poder de los empleados, y 
todo eso. 
-De acuerdo, de acuerdo, ya entendimos -exclamó un pns1onero 
ansioso-, sólo díganos cómo lo quiere y se lo daremos. Vaya, somos fáciles. 
Lo compraremos, secuestraremos a algún profesor y se lo enviaremos por 
Federal Express. Mandaremos una orden de compra por fax, lo que quiera. 
-Quiere historias. 
-¿Historias? -preguntó el inquieto prisionero-. ¿Historias? 
-¡Exactamente! -respondió el asistente del demonio-. Y no cualquier 
historia. Historias específicas. Relatos que demuestren la inutilidad de sus 
pecados individuales.Historias que repudien sus errores. Que reflejen un 
profundo remordimiento. 
Un angustiado ejecutivo hizo un esfuerzo por acercarse más y habló en voz 
alta: ¿Conoce el cuento de los tres tipos que entran a un bar y ... 
-¡Cállese, estúpido! ¡No ha estado escuchando! Ya no están en Aspen, 
11 
,' 
Prólogo 
insectos. Aquí no pueden reírse de la sabiduría. Deben sentirla profundamen-
te y comp?.rtir conmigo su intensidad. 
El grupo guardó silencio y el asistente de Satán procedió a describir el 
-A cada uno de ustedes se le dará un tema, un block de papel tamaño oficio 
y un lápiz. Cada uno dispondrá de dos semanas para elaborar un relato 
significativo, entretenido, tal vez hasta divertido. Cada uno debe leer el relato 
ante mi amo, el demonio mismo. Si le gustan todas las historias, si aprende 
lecciones perdurables de cada una, se les concederá permiso para marcharse. 
¡Así, gusanos, es como pueden escapar del infierno administrativo! 
-¡Por favor! -gritó en tono agudo un ejecutivo agotado por la tensión al 
final de la fila-. ¡Por favor! ¡Póngame en ei potro de tormentos! ¡Hiérvame 
en aceite, lánceme a un foso lleno de lobos! ¡Cualquier cosa, aceptaré 
cualquier castigo que me imponga! ¡Pero no me obligue a tomar un lápiz y 
escribir algo original! Dios mío, hombre, ¿no tiene usted compasión? 
-¿Compasión? -preguntó el asistente del demonio-. ¿Compasión? 
Difícilmente, y en especial para gusanos como ustedes. Paciencia, eso es lo 
que tenemos aquí. Mucha paciencia, ¿Y ustedes, capitanes de industria, 
magos de las finanzas, constructores de imperios, directores corporativos? 
-Hizo una pausa; ellos temblaron-. Ustedes tienen dos semanas. 
Enseguida, una falange de guardias en uniformes plateados, surgió de las 
sombras y, a empellones, llevó a la hilera de ejecutivos sudorosos y 
conmocionados a través de una pesada puerta de acero tachonada con 
relucientes cerrojos y chapas. Éste era el cuarto para la escritura: doce 
diminutos cubículos, cada uno con un desgastado escritorio de acero gris y 
una silla naranja de plástico como de sala de espera. En el Infierno 
Administrativo no hay ~J2_en_da_~: 
A cada prisionero se le condujo a un cubículo y se le empujó a una silla. 
La cadena que los unía fue cortada y, con grilletes en los tobillos, cada uno 
fue atado a la pata de su escritorio. 
12 
Prólogo 
Todos ellos miraron tristemente la cubierta de metal. Ahí, como se les 
había prometido, estaban los dos instrumentos de tortura: papel y lápiz. En 
la hoja superior del block, cada uno leyó un tema especial, único. Lamentos 
de reconocimiento y desesperación resonaban por encima de los cubículos. 
En eso, se oyó un agudo chasquido, un látigo de asbesto serpenteó en el 
aire desde alguna parte y estalló sobre sus cabezas. -¡Silencio! -aulló 
Reflecto-. No debe oírse nada más que el sonido de lápices dando salida a 
sus pobres ideas! 
Doce humildes ejecutivos se enfrentaron al horror extremo: una hoja de 
papel en blanco. El látigo estalló de nuevo, chasqueando en los espacios entre 
sus febriles mentes. Doce puntos de grafito cobraron vida y corrieron sobre 
los campos de amarillo canario, arrastrando sabiduría a su paso. Empezaba 
la escapatoria del Infierno Administrativo. 
13 
CAPÍTULO UNO 
LOS HUESOS 
DE HAMMURABI 
(Conozca al primer fanático del control) 
"En lugar de la antigua y rígida ley, desde ahora el hombre 
debe decidir por sí mismo, con el corazón libre lo que es bueno 
y lo que es malo". 
-Fedor Dostoyevski, El gran inquisidor 
El prisionero número uno fue llevaao por un estrecho corredor que conducía 
a un masivo y adornado pórtico. Cuando el guardia accionó la palanca de 
bronce, el hierro enmohecido crujió y se abrió la puerta. El prisionero número 
uno fue pateado hacia el aposento. 
Se despatarró sobre las piedras ardientes. Se puso de pie tambaleante, 
aferrando unfajo de hojas de papel amarillo como si en eso se le fuese la vida. 
El demonio estaba en una plataforma elevada, tras una pesada cortina; pero 
cuando el prisionero número uno miró hacia arriba a través del humo y los 
vapores sulfurosos, no vio nada. Entonces, el demonio habló desde las 
alturas. 
-¿Qué se siente ser empleado? -preguntó la voz sorprendentemente 
suave y calmada. 
-¿Empleado? -preguntó el prisionero-. ¿A qué se refiere? 
-Estás en la oscuridad, atemorizado. Estás escuchando órdenes de 
alguien a quien no conoces. Tú estás ahí abajo y yo aquí arriba, escondido. 
¿Te suena familiar? 
15 
Los huesos de Hammurabi 
-¿Tiene algo que ver con la forma en que dirigí mi negocio? -sugirió el 
aterrorizado ejecutivo. 
-¿Naciste estúpido -preguntó con sorna Satanás-, o desarrollaste esa 
deficiencia en una maestría en administración de empresas? /Claro que tiene 
que ver! Dirigías tu compañia con puño de hierro, ¿no es verdad? Dictabas 
órdenes e imponías el control desde la cima de una pirámide de poder. Te 
aislabas a ti mismo. Gobernabas por edicto. Eras el clásico director de arriba 
hacia abajo. 
-Ninguna compañía puede funcionar sin cierto grado de control -sugirió 
el sumiso prisionero. Después añadió-: Era mi trabajo. Yo hacía las reglas 
y las aplicaba. 
-¿Ves a dónde te llevó? -preguntó el demonio. 
-Sí -musitó el prisionero, mirando sus humeantes zapatos. 
-¿Tienes una historia para mí, entonces?¿ Un cuento acerca del control, 
el poder, las leyes? ¿Una historia que corrija los errores de un fanático del 
poder en el infierno? 
"' El prisionero levantó el fajo de papeles y respondió: 
-Es un cuento acerca de huesos, señor. 
-¡Ooooh! -llegó la respuesta desde el fondo de la cortina-. ¡Ya me 
gustó! Espero que trate de muerte y destrucción y crueldad y todas esas cosas 
agradables -chilló Satanás. 
-En efecto, así es, -susurró el empequeñecido ejecutivo. 
-¡Pues cuéntamela, hombre! -ordenó en tono agudo el demonio-. Y 
-bajó la voz, pausando- ... ¡más vale que sea buena! 
El prisionero número uno sostuvo el block cerca de su rostro, debido a que 
era extremadamente miope. Los papeles temblaban y con voz trémula, 
empezó. 
16 
Los huesos de Hammurabi 
Esta es una historia que trata sobre huesos y sobre similitud y diferencia. 
Puesto que la dirección de una empresa es una batalla constante entre el deseo 
por cada una de éstas: consistencia en el sistema para todas las operaciones, 
frente a la flexibilidad y la adaptación local. Las grandes corporaciones han 
librado estas guerras civiles: centralización frente a descentralización, 
uniformidad versus autonomía. Y grandes líderes han tenido que determinar, 
diariamente, en qué casos resulta fatal el exceso de cualesquiera de ellas. 
Hammurabi es conocido en la historia como el legislador, el primer 
monarca que codificó reglas de comportamiento, y como tal, son muchos los 
que le rinden reverencia. Este rey de Babilonia vivió desde 1792 hasta 1750 
a.C. y los arqueólogos han encontrado su código. Es extraordinario en sus 
detalles y particularidades. Cubre toda conducta imaginable, desde el precio 
de las alas de pollo hasta el castigo por usar impúdicamente una túnica. 
Hammurabi era un fanático del control. 
No obstante, en sus días -y ante sus ojos- se le conoció como un gran 
estratega, un hombre de principios e invariable dedicación. Esas cualidades, 
se nos ha dicho, forman el perfil de un líder. Esto, sabemos, puede ser una 
fórmula para el desastre. 
-¡Cuenta la maldita historia! -gritó el demonio-. Llega a la muerte y 
la destrucción! 
El prisionero número uno se aclaró nerviosamente la garganta, hojeó dos 
páginas, encontró un nuevo punto donde empezar y continuó la lectura. 
En África Central, lejos de las costas y oculta entre la selva tropical, se 
encuentra una maravilla natural, cuyos orígenes son especulativos. Es un 
enorme cráter en la tierra, lleno de agua y muy hondo. Algunos sugieren que 
un meteoro chocó con la tierra, lo cual ocurrió hace millones de años. Otros 
dicen que fue obra deuna raza fanática de adoradores del demonio, quienes 
excavaron para encontrar el enlace con su antidiós. Sigue en duda cómo se 
17 
Los huesos de Hammurahi 
creó, pero en la actualidad está comprobado el contenido del cráter, en las 
profundidades de su turbio líquido. Está iieno de huesos. Las oscuras aguas 
están saturadas con esqueletos. 
Nuestros arqueólogos acuáticos descubrieron ahí miles y miles de esque-
letos, de todas edades, sexos y ocupaciones. No están atados como para un 
sacrificio o castigo, y no se les enterró con rituales o rodeados con amuletos 
o símbolos para un viaje a un nuevo mundo. Yacen al azar, en grandes pilas 
revueltas, como si hubiesen saltado, a la vez, como lemmings al mar, en la 
silenciosa fosa en esa selva. ¿Por qué? 
El secreto tiene que encontrarse en el único registro escrito que se encontró 
entre montañas de calcio submarino, un fragmento de piedra entre los huesos. 
El agua ha borrado la inscripción que contuvo en algún tiempo, pero una 
esquina está cincelada con una escritura remota. En esa esquina se lee una 
palabra: Hammurabi. Y esa palabra nos remite a una tierra a cientos de 
kilómetros al noreste. Más allá de Egipto, a través del Levante y hasta el valle 
del Tigris y el Éufrates. Ahí encontraremos la cuna de la civilización: 
Babilonia. Quizá ahí se halle la respuesta. 
El trono de Babilonia lo ocupaba Hammurabi, el señor de Mesopotamia, 
el portavoz de Marduk, dios del mundo. Y Hammurabi estaba afligido porque 
ciertas tribus remotas de su dominio no enviaban conscriptos para las guerras 
de dominio; en efecto, huían de sus reclutas. Así que Hammurabi envió el 
aviso. Todos los pueblos de todas las tierras enviarían a sus gobernadores o 
representantes a Babilonia. -Celebraremos una reunión -proclamó. 
Dado que temían despertar la ira del déspota, todos acudieron al llamado. 
Llegaron desde el Sudán y Egipto y Etiopía. Desde Arabia, Persia y desde las 
costas del golfo. Y desde las islas también. U na variada colección de 
embajadores, subordinados, jefes supremos territoriales, todos al servicio de 
Hammurabi y a merced de sus ejércitos. Y una vez que se reunieron en el gran 
Salón de Mandatos, apareció Hammurabi, acompañado por su séquito de 
eunucos. 
18 
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1 
Los huesos de Hammurabi 
El tirano recorrió con la mirada a los congregados y se quedó pasmado con 
lo que vio. Ahí estaban hombres bronceados, eiegantes, con túnicas de lino 
adornadas con plata. Y hombres ataviados con pieles de jabalí, engalanados 
con dientes de animales y pintados con ocre rojo. Otros más, de aun otras 
tierras con pieles curtidas y el cabello con rizos cuidadosamente arreglados. 
Estaban presentes, asimismo, hombres semidesnudos, cubiertos única-
mente con taparrabos, con sus largas cabelleras atadas con cintas de todos 
colores. Otros lucían plumas, algunos tenían barbas y otros estaban afeitados. 
Algunos con la piel aceitada, otros empolvados, unos más envueltos en pieles, 
o enfundados en seda. Cada uno de los cien variaba en vestimenta y apariencia 
de acuerdo con las costumbres y el clima locales. Esto molestó a Hammurabi. 
Esto no es un imperio, pensó, es una horda multicolor. 
Por tanto, en vez de arengarlos sobre los principios de la conscripción y 
demandar más hombres y caballos para proseguir sus campañas, Hammurabi 
amplió la agenda. -Hablaremos de control -les dijo-, de consistencia, 
garantía de calidad y uniformidad de conducta. Estableceremos estándares 
mínimos y todos los obedecerán -advirtió-. ¡Tendremos leyes! 
Hammurabi seleccionó a sus eunucos más quisquillosos y los aisló en una 
cabaña de piedra. En ese sitio, deberían formular y registrar los mandatos que 
darían algún sentido de homogeneidad a la barra de ensaladas de imperio que 
dominaba. Debían redactar el Código de Hammurabi. Se disolvió la asamblea 
y los representantes recibieron la orden de volver a sus puestos y esperar la 
ley. 
Mientras los eunucos escribían y soltaban risitas sofocadas en la cabaña 
de piedra, un mercader le presentó a Hammurabi una nueva obra. -Se llama 
En Busca de la Excelencia, oh gran señor -empezó-, escrita por dos 
profetas llamados Peters, el del Suéter Abultado, y Waters, el Hombre. En 
este libro hablan de imperios excelentes y sus características, e invitan a otros 
tiranos a que los imiten y alcancen el éxito al hacerlo, exactamente como lo 
hacen ellos. -Hammurabi quedó encantado con la obra. 
' 
19 
Los huesos de Hammurabi 
Llevaba el libro consigo a todas partes, absorto en las características de 
los imperios excelentes. Lo llevó incluso al zoológico real, y mientras estaba 
sentado en una roca hojeando el libro, le llamaron la atención dos vivaces 
monos. Detrás del recinto de madera, ambos estaban sentados también en una 
roca, y fingían examinar con detenimiento un libro propio. Son imitadores, 
sin duda, pensó Hammurabi. En eso, su cerebro de tirano se encendió como 
un olivo en llamas. 
-¡Imitaré a los imitadores! -exclamó-. Copiaré lo que copiaron Peters 
el del Suéter Abultado y Walters el Hombre. Jugaré a lo que hace la mano, 
hace el de atrás. ¡Pero con un ligero cambio! ¡Jugaré a que lo que vio la mano 
hacer al de atrás de la otra mano, hace el de atrás! -Y corrió a la cabaña 
de piedra, sorprendió a los juguetones eunucos y les lanzó el libro-. Copien 
las reglas -ordenó-, y conviértanlas en mi código. Después, inscríbanlas en 
una lápida y ¡manden una copia a cada feudo, avanzada, colonia, baluarte y 
territorio bajo mi mando! 
Antes de dejarlos dedicados a su tarea, Hammurabi emitió tres órdenes 
adicionales: 
-Redáctenlas de modo específico -les dijo-. Y que sean obligatorias. 
¡Y, por último, indiquen el castigo por desobediencia! 
Así, los eunucos se pusieron a trabajar. Una vez que inscribieron todas las 
reglas del libro mímico importado, se dieron cuenta de que no decían gran 
cosa. Algunas eran vagas, otras no eran más que simple sentido común. Por 
tanto, los eunucos añadieron especificidad y detalle, seguros de que compla-
cerían a Hammurabi. Y después de 30 días y muchas lápidas modificadas, 
quedó encantado. Los edictos esculpidos se enviaron a sus destinos y se 
erigieron en cada territorio. Bueno, casi en todos. 
Las leyes eran tan específicas -y muchas eran sólo pertinentes dadas las 
condiciones de Mesopotamia, además de que habían sido redactadas en 
dialecto babilonio- que se presentó una gran dificultad para interpretarlas y 
aplicarlas. De hecho, los portadores de las lápidas tuvieron serios contra-
tiempos. 
20 
Los huesos de Hammurabi 
Por ejemplo, una de las leyes estaba diseñada para proteger a los burros 
de ia crueidad de sus dueños, ya que estos animales eran extremadamente 
frágiles y valiosos en la tierra de Hammurabi. A la letra, la regla 214 
establecía, "Quien se desmonte para tomar agua durante un viaje, deberá 
primero atar firmemente su asno (ass)* a un árbol". Y en el camino a las 
regiones interiores, tres de los portadores de las lápidas llegaron a un oasis 
en el desierto. 
Impulsados por la sed, procedieron a cumplir con los dictados de la ley. 
El problema fue que estos hombres eran de las regiones interiores, donde el 
término ass tiene una connotación totalmente diferente y, además, montaban 
camellos. Desafortunadamente, los árboles más cercanos estaban a 30 pasos 
del agua y los hombres murieron mientras luchaban y tiraban entre el árbol 
y el pozo. Y los camellos se abastecieron de agua, se rieron alegremente y se 
marcharon. Así que las lápidas nunca llegaron a las regiones interiores. 
No obstante, el resto de las lápidas sí arribaron a su destino y se obligó a 
los pobladores a obedecerlas. Véamos primero lo que sucedió en Etiopía. 
En esta tierra del este de África, la costumbre local dictaba que los 
panaderos apartaran una hogaza de pan por cada seis como limosna para los 
pobres. El pan recién horneado se colocaba en el borde deuna ventana 
especial de donde los mendigos, sabiendo que eran para ellos, pasaban y lo 
tomaban. Esta benevolente costumbre se había seguido durante generaciones 
y a ella se debía la paz y la tranquilidad entre los marginados. 
La ley cambió esto. 
La regla 764 estipulaba, "Quien tome lo que no haya comprado será 
culpable de robo y perderá la mano empleada para tal acto". Y aun cuando 
era contraria a la costumbre local, el gobernador insistió en su estricto 
cumplimiento. Cuarenta mendigos fueron mutilados al día siguiente de la 
*Juego de palabras intraducible, ya que en inglés ass significa asno y trasero. (N. de 
la T.) 
21 
Los huesos de Hammurabi 
llegada de las lápidas, con lo que llegó a su fin la colocación de hogazas para 
los indigentes. Y miles de individuos necesitados, y sus respectivas familias 
y animales, murieron. 
Asimismo, otra costumbre establecía los matrimonios masivos, en los 
cuales todas las parejas elegibles se unían en la cuarta luna llena del año. Los 
etíopes eran románticos y al amor se le daba importancia aun por encima de 
las artes marciales. El ritual requería que cada novio fingiera que hacía 
desaparecer el corazón de su prometida, huyera a la cima de la montaña y 
esperara la mano de la novia. 
En la primera de esas ocasiones, unas cuantas semanas después de que 
llegaran las lápidas, el gobernador asistió a la ceremonia. De pie en la cumbre 
de la montaña local esperaban doscientos hombres jóvenes, rebosantes de 
afecto y expectación mientras las futuras esposas ascendían penosamente para 
unirse a ellos en la celebración del año. 
-¡Esperen! -gritó el lugarteniente del gobernador-, es posible que 
estemos violando la ley! -Y citó la regla 765, la cual decía, "Se modifica la 
regla 764 para incluir el robo de emociones y afectos, ya que son hurtos del 
corazón". 
Por lo tanto, se canceló la ceremonia y no se celebraron los matrimonios. 
Y, puesto que la regla 653 prohibía que un hombre y una mujer procrearan 
fuera del matrimonio, el número de etíopes empezó a disminuir. Los hombres 
agraviados se dedicaron entonces a las artes marciales y empezaron a matarse 
unos a otros en cifras crecientes cada mes. En poco tiempo, todos estaban 
muertos. La ley debe obedecerse. Sólo podemos intentar adivinar cúal de los 
eunucos en Mesopotamia se habría sentido complacido. 
Ahí estaba también el Sudán, un pueblo urbano con una gran ciudad 
densamente poblada en las márgenes del río. Su problema habían sido las 
ratas, enormes plagas que nadaban hasta la orilla en la primavera y llevaban 
la peste negra. Pero generaciones atrás los sudaneses habían inventado 
trampas infalibles y suficientes para estos roedores y las cebaban con miel. 
22 
i 
Los huesos de Hammurabi 
Podían llegar miles de ratas, pero a la mañana siguiente a la invasión, todas 
estaban muertas. 
Mientras los alguaciles de la ciudad se preparaban para cebar las trampas 
para la acometida de ese año, observaron una pequeña inscripción en el 
Código de Hammurabi. La regla 1253 estipulaba, "Todas la trampas para 
roedores de todos tamaños se cebarán con queso de cabra". 
Esto resultaba incomprensible, ya que los sudaneses no conocían ni el 
queso ni las cabras. Tal vez algún eunuco en esa cabaña de piedra tenía un 
rebaño de cabras y deseaba su prosperidad. En todo caso, los sudaneses fueron 
derrotados por las ratas, todos sin excepción, y los arrasó la peste negra. Las 
ratas estaban muy satisfechas. La ley debe obedecerse. 
Ahora los persas, una secta floreciente distante de Babilonia y su 
Hammurabi, si bien bajo su dominio. Aquí la costumbre había dictado durante 
cientos de años un despliegue muy singular. A todas las mujeres entre 15 y 
50 años de edad se las reclutaba como guerreros y con grandes esfuerzos 
defendían las fronteras de su país contra invasores que no conocían ni se 
interesaban en Hammurabi. Los hombres, por otra parte, permanecían en la 
aldea, cultivando la tierra y cuidando de los niños. Las mujeres eran 
temerarias e intrépidas y cazadoras excelentes. 
Pero la regla 8470 estipulaba, "Todos los hombres entre 15 y 50 años de 
edad serán guerreros y defenderán la tierra. Queda prohibido a las mujeres, 
por su naturaleza y por esta ley, tomar las armas. Deben permanecer 
indefensas". 
Los persas trataron de adaptarse. A los hombres se les dieron las hondas, 
los arcos y las flechas. Sin embargo, eran terriblemente ineptos en el manejo 
de armas de guerra y hubo muchas heridas y muertes accidentales. Entonces 
llegaron los arios, a cabaUo con excelentes tiradores. Mientras las competen-
tes mujeres observaban, sus hombres fueron aniquilados. Y, al fin, sin 
armamentos o sorpresa u ocultamiento siquiera, se asesinó o secuestró a las 
mujeres. Suponemos que algún eunuco en esa cabaña de piedra tenía algún 
agravio contra las mujeres. En cualquier caso, la ley debe obedecerse. 
23 
Los huesos de Hammurabi 
Pero no en todas partes. En las regiones interiores, debido a la agonizante 
muerte de íos tres sedientos jinetes de camellos, las lápidas no llegaron a su 
destino y, por ende, no se alteraron las costumbres locales ni las operaciones 
exitosas. Los pobladores prosiguieron su trabajo y se entretuvieron y 
prosperaron como sabían hacerlo, gracias al destino y a los equívocos 
resultantes de la regla del asno en peligro de extinción. 
De vez en cuando, en esta provincia centroafricana, en lo profundo de la 
selva y en los alrededores del antiguo cráter, arribaban viajeros que 
informaban acerca del desorden que las lápidas estaban causando al mundo. 
La población de las regiones interiores se estremecía de miedo ante los relatos, 
rogando día y noche que nunca llegaran los mensajeros con la ley. Y su 
gobernante supremo, un hombre llamado DeCente, juró que, de darse el caso 
de que aparecieran, nunca la obedecerían. 
Pasaron los años y Decente falleció. Su Hijo, ComPlaciente, tomó el 
poder. En ese entonces, se presentó un mensajero de Babilonia y dio 
instrucciones al nuevo líder para que compareciera ante Hammurabi. El temor 
invadió a las regiones interiores. ComPlaciente montó en un camello y partió 
para el encuentro en el cuartel general. Atemorizados por su regreso, toda la 
pobhciór: abar:dor:ó la aldea y acampó a la orilla del lago del cráter. Todos 
los días, cinco mil seres humanos se tomaban de la mano, alrededor del 
precipicio y mirando la reluciente agua verde. Suplicaban "No nos des la ley". 
"Sabemos cómo manejar nuestros asuntos". Con la esperanza de que estas 
oraciones colectivas apaciguarían a sus dioses, la gente de las regiones 
interiores esperaba el regreso de ComPlaciente. 
Y regresó, en efecto, sonriendo mientras ascendía entusiasmado al cráter. 
Ahí, los cinco mil ciudadanos se tomaron del brazo y, primero se asomaron 
por el borde del cráter y después, miraron hacia ComPlaciente por encima del 
hombro. Un grito sofocado escapó de sus bocas conforme cada uno observaba 
que traía consigo unas lápidas de piedra. La desesperanza los cubrió a todos 
y volvieron a fijar la vista en las hermosas profundidades esmeraldas. 
ComPlaciente pidió que le pusieron atención. 
24 
Los huesos de Hammurabi 
-¡No teman! -gritó-. ¡No traigo la Ley de Hammurabi conmigo! -Los 
ciudc.danos tuvieron un asomo de esperanza y sonrieron, mientras ComPlaciente 
añadía-: En cambio, tengo la Revisión Número de la Ley. Y tengo más. ¡El 
Plan Estratégico de Hammurabi y su Presupuesto Anual! 
Al escuchar esto, las cinco mil almas -al unísono, con los brazos 
entrelazados- saltaron al cráter y se hundieron a través de la superficie 
reluciente en busca de la muerte inmediata. Las últimas palabras que oyó 
ComPlaciente antes de que cayeran fueron -¡Hagamos lo que es mejor para 
nosotros! 
Así, el misterio de los huesos en el vientre del foso descansa en paz y los 
críticos de Hammurabi señalan el error que cometió. 
* 
* * 
-Muy buena -comentó el demonio-, muy buena,sin duda. ¡Me gustó 
especialmente la parte acerca de los viajeros sedientos que ataron sus traseros 
a un árbol! 
El prisimzero número ww se sonrojó. -Nos dijo que deberíamos divertirle 
a la vez que le ilustrábamos. 
-Ilústrame ahora, señor fanático del control. Dime la lección. ¿Cuál fue 
el error de Hammurabi? 
-Trató de determinar acciones y objetivos y deseos y preferencias para 
personas a quienes no conocía e impuso en ellas su particular sello de 
sabiduría. Se les codificó hacia la catástrofe, regulados a la ruina. Todo en 
nombre de la uniformidad y la consistencia, las cuales, en ausencia de todo 
lo demás, parecen objetivos admirables. 
-Pero la "ausencia de todo lo demás" nunca es absoluta -chilló el 
demonio-. Los imperios y las corporaciones no existen como recipientes 
vacíos estúpidamente esperando que alguien de la dirección general los llene. 
Son viables por derecho propio, y diferentes. Y es así como debe ser. 
25 
Los huesos de Hammurabi 
-El imponer el orden donde se necesita, es un acto justo. Lo contrario es 
tiranía. El aplastar la variedad de los otros con una especificidad severa no 
es creación de leyes, sino la obra de eunucos. Y el suicidio es el único proceso 
que funciona de arriba hacia abajo. -El prisionero bajó los ojos, en espera 
de si había terminado el demonio. A continuación, Satán emitió su juicio. 
-¡Felicitaciones, peón! -gruñó Satán. 
-¿Por qué? 
-¡Te has convertido en el primer ex eunuco del mundo! -rugió con júbilo 
y golpeó la mesa de piedra. El prisionero permaneció en silencio, confundi-
do-. Humor -bufó el demonio-. Algo que no entendería un fanático del 
control. -Después añadió lo siguiente-: Por primera vez en tu carrera, 
gusano, tu destino está totalmente faera de tu control. Está en las manos de 
los once imbéciles que te siguen. Más te vale esperar que ellos hayan 
aprendido tanto como tú. 
El prisionero número uno resplandeció de alegría y empezó a deslizarse 
hacia la salida. Al cruzar la puerta, se encontró al siguiente prisionero, 
esperando entrar al aposento del demonio. 
-Tiene sentido del humor -susurró el ejecutivo saliente con una 
sonrisa-. ¡Estupendo! -suspiró la siguiente víctima-. ¡Tengo una oportu-
nidad! 
-¡Manden al siguiente idiota! -gritó la voz de la condenación, haciendo 
crujir la cortina con su potencia. El prisionero número dos perdió la sonrisa 
cuando, de una patada, traspasó la puerta y cayó sobre el piso de azufre. 
26 
1 
i 
CAPÍTULO DOS 
L;\S ASOMBROSAS 
CABEZAS DE DÍGITO 
(Una breve historia de toma de decisiones) 
"Y lo que falta no puede ser numerado". 
-Eclesiastés 1:14 
Cuando el segundo prisionero se detuvo en el centro del oscuro aposento, 
escuchó un sonido martilleante, como huesos secos castañeando sobre 
piedra. Entonces los vio, dos cubos de marfil que rodaban hacia él; dados, 
lanzados por el diablo. 
-¿No es una buena forma de tomar decisiones, verdad? -dijo la voz 
desde atrás de la tela. 
El prisionero recuperó la sonrisa, y se arriesgó. -Se ha intentado, su 
majestad. Le llaman adivinación, el proceso de toma de decisiones de los 
antiguos. 
-¿Cómo demonios esperas que el diablo sepa acerca de algo llamado 
adivinación? 
-Eh, sí, entiendo lo que quiere decir. 
-Ensétzame, devorador de números -ordenó Satán-, ya que eso es lo 
que eres, ¿no es as[? ¿Un devorador de números? 
-Yo dirigía el servicio de encuestas más grande de la nación, oh perverso. 
Manejaba los números arriba y abajo, hacia dentro y hacia fuera. Examinaba 
29 
Las asombrosas Cabezas de Dígito 
y ponderaba y promediaba hasta que podía asesorar a los líderes corporativos 
sobre qué era más conveniente, qué era más seguro. 
-¿A eso es lo que le llaman adivinación, entonces? No me suena muy 
divino que digamos. 
-Oh no -respondió el prisionero-. Los antiguos usaban la adivinación. 
Nosotros usamos datos. 
-¡Explícate! 
-Utilizaban presagios, sortilegios, augurios y adivinación espontánea. 
Lanzaban huesos y leían los intestinos de cabras y seguían los desvaríos de 
los lunáticos -explicó el solicitante-. Eran muy primitivos. 
-¿Y a qué han llegado ustedes, los modernos ejecutivos? ¿Algo nuevo, 
algo de alta tecnología? ¿Computadoras, tal vez? 
-Precisamente, señor-respondió el prisionero-. Datos científicamente 
derivados y estadísticamente puros. 
-Suena demasiado bueno para ser verdad -sugirió el demonio. 
El prisionero levantó sus papeles como si fuesen una prueba legal. -Lo 
es -contestó. 
-Cuéntame entonces una historia sobre decisiones -ordenó Satán-. 
Dime, encuestador del infierno, cómo llegan a conclusiones los ejecutivos. 
-¿Puedo llevarle a un nuevo escenario? -inquirió el prisionero número 
dos-. ¿Podríamos tomarnos una especie de vacaciones en una isla? 
-¡Por supuesto! -exclamó el demonio-. Agrégale un poco de misterio 
y algo de romance, también. Necesito un descanso. ¡He estado metido aquí 
abajo tanto tiempo que parece una eternidad! 
El prisionero número dos, siempre en su papel de ejecutivo, sabía que 
cuando el jefe se ríe, lo más conveniente es reírse junto con él. 
30 
,' 
Las asombrosas Cabezas de Dígito 
-¡Adelante, tonto! -rió con disimulo el demonio-. ¿A dónde me vas a 
llevar con este cuento? 
-A la isla de Pascua, señor. A una pequeña manchita de tierra perdida 
en el océano Pac6ico. Un lugar rebosante con preguntas. 
Dos dados más rodaron por los escalones, por debajo de la cortina y se 
detuvieron a los pies del prisionero. -¡Empecemos! -vociferó el jefe. 
El prisionero número dos borró la sonrisa del rostro y empezó su cuento. 
Montan guardia por todas partes, estas grandes cabezas de piedra. 
Enormes e idénticamente esculpidas por un pueblo desconocido, apuntan 
hacia el horizonte, como abandonadas y anhelando el regreso de sus 
creadores. Y el visitante también busca indicios acerca de los misteriosos 
seres que alguna vez poblaron la isla de Pascua. ¿Eran polinesios, peruanos 
o de otros mundos a los cuales regresaron en naves espaciales? 
Después de años de incógnitas, ahora tenemos una teoría -y la evidepcia 
que la respalda-. Pero debemos empezar con la llegada de esos pobladores 
a la enigmática isla. 
Eran refugiados de Micronesia, y llegaron a bordo de naves de hojas de 
palma entrelazadas. Una vez instalados en la isla de Pascua, eligieron una 
reina, cuyo nombre era Microvisión. Reinó durante dos generaciones; y 
después, la población y ella desaparecieron. 
Eran los Cabezas de Dígito, una tribu decente, y pasaron las dos 
generaciones tallando réplicas de sí mismos y enterrándolas hasta el cuello en 
las colinas y las playas. Cada estatua se numeraba y contaba, y cada una tiene 
Ja boca abierta, como si hablara o respondiera. 
Al principio, fue necesario tomar muchas decisiones: si instalarse ahí o 
partir para otras islas, si plantar pastos comestibles o tubérculos, cuándo 
enviar emisarios a otras tierras y qué tipo de dioses adorar. Y, como la toma 
31 
Las asombrosas Cabezas de Dígito 
de decisiones era algo nuevo, Microvisión probó todos los métodos primiti-
vos: presagios, sortiiegios, augurios y adivinación espontánea. 
Cuando Microvisión vio un éxodo masivo de tortugas marinas, por 
ejemplo, lo tomó como un presagio: con toda seguridad los animales 
abandonaban la isla debido a que, en un breve plazo, la isla haría erupción 
como un volcán. Se ordenó a todos los pobladores que siguieran a las tortugas 
al mar, y así lo hicieron. Después de dos días de nadar "de a perrito", fiel y 
frenéticamente, se dieron cuenta de que en la isla no había un solo volcán, ni 
siquiera una montaña alta. La creencia en los presagios llegó a su fin. 
Después, Microvisión encontró un círculo de cinco piedras pulidas en la 
playa y quedó fascinada con ellas. Cuando dejaba rodar las piedras desde su 
mano, observaba patrones extraños. Había descubierto la práctica del 
sortilegio. 
Mientras jugaba en esta forma, por azar, las cinco piedras rodaron en línearecta, una directamente detrás de la otra. Microvisión ordenó a toda la 
población de varios miles de isleños que se formaran en una fila similar. Un 
autobús mágico llegaría pronto, les dijo, y todos serían trasportados alcielo. 
Así que formaron la fila y esperaron. Aves intrigadas volaban por encima 
y los observaban, sudando de pie bajo el sol. Los delfines nadaban por la orilla 
y se reían de ellos. Pero no pasó ningún autobús. -Es posible que no estemos 
en la ruta -sugirió Microvisión y sus súbditos se dispersaron y desplomaron. 
Dos días después recuperaron la compostura y volvieron a esculpir estatuas 
Cabezas de Dígito. Era infinitamente más sensato. 
El augurio, la siguiente técnica para la toma de decisiones, la descubrió 
Microvisión por simple casualidad. Estaba cenando junto a un arroyo de un 
bosque cuando, desde lo alto, un halcón dejó caer su presa por accidente. 
Cuando la reina se llevaba un trozo de piña a la boca, una gran serpiente 
enroscada aterrizó en su plato de hoja de palma. -¡Dioses supremos! -ex-
clamó-, ¡tiene franjas de la cabeza a la cola! -Con la convicción de que esto 
era un buen augurio, ordenó a los ciudadanos que se envolvieran con cuerdas, 
de la cabeza a los pies. 
32 
Las asombrosas Cabezas de Digito 
No obstante la lealtad que le profesaban, la población se resistió a esta 
absurda solicitud. -Creemos en ti -le dijeron-, pero hemos nadado "de 
perrito" días enteros, hemos permanecido bajo el sol esperando un autobús; 
pero sabemos que si estamos envueltos de la cabeza a los pies nos s·erá muy 
difícil tallar las Cabezas de Dígito y alimentarnos y procrear -Microvisión 
tuvo que ceder. Tendría que practicar la adivinación en otra forma. 
Microvisión convocó a su tesorero, Dipso, quien se hallaba ocupado en la 
selva contando cocos. Dipso, como no esperaba verla durante varios días, 
estaba dándose un gran agasajo con leche fermentada y bastante embriagado. 
Bebía y bailaba y retozaba con algunas chicas, una práctica llamada "retozo 
en lo boscoso" y le fue muy difícil conservar la compostura para su audiencia 
con Microvisión. 
Así que cuando entró tambaleante en la choza de Microvisión y ella le pidió 
que la ayudara con las decisiones, Dipso se puso a bailar y cantar -demasiado 
ido para apreciar la sobriedad de las circunstancias-. Puesto que nunca había 
visto este aspecto de Dipso, Microvisión lo tomó como una adivinación 
espontánea. 
-Dinos, oh, Dipso -imploró-, qué deben hacer las Cabezas de Dígitos 
para complacer a los dioses? 
-¡Vamos a darle al retozo en lo boscoso! -respondió Dipso con sonidos 
indistintos, sonriendo y bamboleándose como una palmera al viento. Microvisión 
tomó su caracol marino y emitió una retumbante nota por toda la isla.-. ¡A 
los bosques -gritó-, donde ejecutaremos el retozo! -No tenía idea de qué 
significaba esto, pero le complació ver que sus súbditos lo aceptaran con tanto 
entusiasmo. Tal vez Dipso tenía una comunicación directa con los dioses 
después de todo. 
Por toda la isla se dejaron caer los martillos en la prisa por cumplir con 
los deseos de la reina. Todo el tallado se detuvo y varias personas resultaron 
heridas en el clamor y el ímpetu por dirigirse a la orgía de baile y bebida. No 
obstante, después de tres días y tres noches, Microvisión se cansó de observar 
33 
Las asombrosas Cabezas de Dígito 
tanto regocijo y juerga desenfrenada. Además, ningún hombre le había pedido 
que retozara con éi. -Vuelvan a las Cabezas de Dígito -ordenó-. ¡Terminó 
la fiesta! -Y enseguida, ajustó cuentas con Dipso el adivinador-. Ve a tirarte 
a la playa hasta que se le pasen estos efectos. 
Microvisión se dirigió también a la playa, para dar un paseo y pensar en 
nuevas formas para tomar decisiones en los asuntos importantes. Ahí se 
tropezó por casualidad con su sobrina, una chica solitaria, bastante tonta en 
ocasiones. Estaba contando los granos de arena y, en ese punto ya iba en cifras 
de siete dígitos. Pero esta sobrina tenía una idea, así que dejó de contar y habló 
con Microvisión. 
-Lo que necesitas, anciana -empezó-, es un sistema de información 
gerencial. -La reina la miró perpleja y la chica prosiguió-. Un sistema de 
información directiva, su alteza, o mejor aún, un sistema de apoyo para la 
toma de decisiones. Eso te dirá exactamente lo que debe hacerse. Reúne tus 
datos, encuesta a tu pueblo, integra los resultados y actúa conforme a ellos. 
-Y le explicó todo el proceso a la reina, quien lo aceptó gustosa, y emprendió 
inmediatamente el diseño e implantación de ese sistema. 
En consecuencia, los Cabezas de Dígito se convirtieron en la población 
más encuestada, estudiada, muestreada y analizada del Pacífico. Se elabora-
ron formas, se enumeraron las alternativas y los encuestadores las distribu-
yeron a todos los ciudadanos. Los datos se depuraron, se descartaron las 
respuestas injustificadas y se trazaron curvas. El método de apoyo para las 
decisiones inició su funcionamiento y se abrió paso entre los asuntos de mayor 
perplejidad. Y Microvisión, igual que muchos ejecutivos después de ella, 
suspiró con alivio. Aquí estaba la respuesta a sus plegarias. Ahora, liberada 
de la carga de las decisiones, podría disfrutar las prebendas del poder sin 
ninguna de las responsabilidades. Con la concíencia limpia y la rectitud de 
alguien a quien nunca se le podría achacar ninguna falta, se limitó a actuar 
según los dictados de los dígitos. 
Una de sus primeras encuestas tenía el propósito de determinar la 
necesidad de más estatuas, ya que sólo había diez en esa época. La pregunta 
34 
Las asombrosas Cabezas de Dígito 
era, "¿Qué preferiría?" y las respuestas posibles eran: "(l) Tallar otra Cabeza 
de Dígito de piedra; (2) ser ahogado en ía íaguna; o (3) casarse con 
Microvisión". ¡Los resultados fueron sorprendentes! Noventa y nueve por 
ciento de los encuestados favorecían el tallado de más estatuas. Así que se 
ordenaron más estatuas. A seis varones que eligieron las alternativas dos o 
tres, se les vio deslizándose por la playa a media noche, remando frenéticamente 
en una canoa de carrizo. 
Otro sondeo preguntaba, "¿Qué es lo que nos hace más falta?" y las 
posibles respuestas eran: "(1) más estatuas; (2) el sacrificio de una mujer 
honesta; o (3) otra emigración de tortugas". ¡Y oh sorpresa! Noventa y cinco 
por ciento de los ciudadanos eligieron más estatuas! La noche siguiente se vio 
a veinte mujeres que se alejaban remando de la isla en una nave construida 
a toda prisa. Microvisión no se inquietó: diez eran virtuosas y diez tenían 
piernas débiles. Además, estadísticamente no eran relevantes. Se ordenó que 
más personas tomaran el martillo y el cincel. 
Siguió una tercera encuesta. Las preguntas incluían: "Si se le diese la 
oportunidad de elegir, preferiría: (1) tomar un autobús al cielo, o (2) seguir 
martillando y cincelando". El 59 por ciento se inclinó por el cincel y el 
martillo. -La mayoría gobierna -exclamó Micronesia-. ¡Esto es muy 
divertido! -Pero el cincelado era más lento ahora, ya que doscientos 
hombres, mujeres y niños estaban en fila bajo el sol. En tres días perecieron 
por exposición a los elementos. 
Microvisión, al observar este resultado, jugó con la siguiente encuesta, 
determinada a probar definitivamente la resistencia de sus ciudadanos 
escultores de estatuas. Reunió a los restantes talladores frente a su choza. Ahí 
se congregaron, con los brazos caídos, trozos de piedra incrustados en la piel, 
los ojos cubiertos por el polvo. Todos tenían miedo, pero estaban demasiado 
cansados de tallar la roca para que les importara en realidad. 
A Dipso, con sus ojos inyectados y manos temblorosas, se le había 
concedido una dispensa especial del tallado de roca. Con el ánimo alterado, 
ya que había estado bebiendo leche de coco fermentada durante doce días 
35 
Las asombrosas Cabezas de Dígito 
seguidos, se situó tambaleante en su sitio favorito junto a la reinacon un 
poderoso erupto. Después pasó la mirada por la multitud, sonriendo impúdi-
camente a las mujeres jóvenes que estaban presentes. 
-Celebraremos un concurso -anunció .tY1icrovisión- para determinar su 
destreza en el tallado. -Enseguida explicó las reglas-. Mis asistentes 
llevarán un minucioso registro de la cantidad de roca que retira cada uno de 
ustedes. La persona con menos roca a su favor, será envuelta como una 
serpiente y arrojada a la laguna. La persona con la mayor cantidad de piedra 
contraerá nupcias con Dipso. El resto de ustedes nadará en el mar durante el 
lapso que requieran Dipso y su esposa para consumar su matrimonio. ¡Esto, 
hijos míos, deberá motivarlos a ustedes! ¡Tomen sus martillos! 
Microvisión se retiró al interior de su cabaña a esperar el resultado, con 
Dipso, sonriendo, a su lado. Cuando cayó la noche Dipso fue expulsado de 
la choza por su hedor y modales groseros. Pero mientras la reina permanecía 
acostada en su cama y Dipso tumbado sobre las hierbas en el exterior, no 
escuchaban ningún martilleo a lo lejos, ya que nadie estaba tallando. Los 
pobladores, en cambio, estaban tejiendo naves para huir. En la mañana, todos 
se habían ido. 
Sorprendida, la reina se levantó y deambuló hacia el pie de las colinas. 
Estaban vacías, exceptuando los centinelas silenciosos y el alto pasto 
meciéndose como el mar. Las herramientas habían sido abandonadas a toda 
prisa en torno a monumentos sin terminar, con las Cabezas de Dígito a medio 
hacer. En eso se incorporó trastabillando Diego, los ojos rojos y la cara 
hinchada y rascándose. 
-Me han dejado -dijo Microvisión llorando- y ahora tenemos una 
población de dos. Estadísticamente, no es una muestra significativa -añadió 
irritada- ¡y no puedo decidir qué debo hacer! -Y en su enojo, recogió Li.n 
martillo que estaba a sus pies y lo arrojó contra una Cabeza de Dígito cercana, 
arrancando una diminuta astilla de piedra de su rostro. 
-¡Viva el ganador del concurso! -gritó Dipso, babeando sobre el pecho 
y avanzando hacia la reina-. ¡Y viva mi novia~ 
36 
Las asombrosas Cabezas de Dígito 
Ignoramos cómo perecieron estos dos últimos habitantes de la isla de 
Pascua. Sólo podemos especular. Tal vez sí se casaron, pero se ha sabido que 
el consumo de leche de coco fermentada inhibe la virilidad. Es posible que 
esto explique la extinción de la raza. 
O pudiese ser el límite estadísticamente probado de la natación "de a 
perrito", la cual se ha demostrado que falla después de periodos prolongados, 
incluso en el caso de una reina. Y hasta donde sabemos ningún autobús se 
detiene en la isla de Pascua, ni en dirección al cielo, ni hacia ninguna otra 
parte. 
Simplemente no hay datos 
* 
* * 
-¿No hay datos? -preguntó la voz desde el oscuro trono. Era la primera vez 
que hablaba durante toda la lectura-. Tal vez esa sea la respuesta -bufó-. 
¿No lo ves, bodoque? 
El prisionero número dos empezó a calcular la probabilidad de ascender 
a la tierra de nuevo, de salvarse él y sus colegas de una eternidad en el 
infierno. Los números no eran alentadores. Mientras continuaba sus cuentas 
en silencio, Satán respondió su propia pregunta. 
-Los Cabezas de Dígito tenían todos los datos del mundo, y estaban a la 
disposición inmediata de su encargada de la toma de decisiones. Sin embargo, 
el resultado fue miles de estúpidas estatuas, una población que desapareció 
y un final demasiado repugnante para imaginarlo, incluso para mí. 
-¡Diablos -continuó el demonio- el borracho con su teatro ese de 
adivinación espontánea tuvo más sentido que Microvisión y todos los ejecu-
tivos modernos que han seguido sus estúpidos pasos! ¡Cualquier líder que 
espera escapar de la toma de decisiones al depender exclusivamente de datos 
no es mejor que Dipso! La administración por números no supera al retozo 
en lo boscoso -murmuró entre dientes-. Y es endiabladamente menos 
divertida. 
37 
Las asombrosas Cabezas de Dígito 
-Maravillosamente dicho -le dijo el prisionero-. Usted debe ser un 
líder muy sabio. 
-No abuses de tu suerte, devorador de números. Tal vez no sea sabio, 
pero puedo detectar a un adulador ¡a un kilómetro de distancia! 
Se ordenó que saliera el prisionero número dos y que enviara el siguiente 
ejecutivo. Mientras el prisionero se escabullía de puntillas hacia la salida, 
oyó al demonio ordenar a su asistente: -Tráeme una jarra de leche de coco 
fermentada. Y algunas bailarinas. ¡Ahora mismo! 
38 
_, 
CAPÍTULO TRES 
/ 
EL CAFE DEL 
HUEVO DORADO 
(Cómo el compromiso ahoga la innovación) 
"De todas las palabras tristes de la lengua o pluma, las más 
tristes son éstas: ¡Podría haber sido!" 
-John Greenleaf Whittier, "Las palabras más tristes" 
Cuando se sujetó a la prisionera número tres al abrasador escritorio de acero 
asignado, la breve nota garabateada sobre el block amarillo de tamaño legal; 
fustigó su conciencia como un látigo de nueve puntas. Había pasado casi una 
década, pero el recuerdo y la memoria aún persistían. Esta prisionera había 
sido directora de un gigantesco conglomerado de alimentos. 
Ella se había hecho de un nombre y había progresado en su carrera 
recortando no kilos, sino gramos de las raciones de comida rápida. Rebanó 
segundos a los tiempos de cocción, untando la calidad en una capa tan 
delgada corno mayonesa en un bollo con ajonjolí. La prisionera número tres 
exprimía utilidades de las operaciones de servicio de alimentos como si la 
conzpaFzfa fuese una gigantesca botella con salsa catsup. Si hubiera sido 
cantinera, se la habría acusado con toda justicia de echar agua al bourbon. 
En cambio,fonnulaba rellenos, emulsiones y empaques que hacían que lo que 
era barato y rápido se viera saludable y suculento. 
La prisionera había enterrado este proyecto particular, lo había ocultado 
entre los archivos de la corporación. Había esperado que se olvidara. Si nadie 
mencionaba su nombre nunca, tanto mejor. Pero ahí estaba, garabateado 
41 
El café del Huevo Dorado 
sobre el block. El asistente del demonio sabía cómo lastimar, cómo reabrir 
las viejas heridas. En la parte superior del block, la prisionera número tres 
leyó, "El café del huevo dorado". 
lvfientras la magnate de la comida rápida permanecía de pie frente al trono 
de juez del diablo, sintió sus ojos a través de la cortina. Se percató de esa 
antigua y familiar sensación, incluso aquí, en el infierno. Pero estaba 
acostumbrada a sobresalir acostumbrada a sus sorpresas y a sus sospechas. 
En su primer comentario, Satán confirmó ambas. 
-Creí que todos eran hombres -señaló el diablo. 
-También ellos -le dijo ella-. Todos lo creen. 
En eso, sucedió algo totalmente inesperado. De repente, de la nada, 
surgió un eructo nauseabundo. Y, más sorprendentemente aún, se elevó en el 
aire un recipiente de cartón, voló por encima de la cortina, rebotó en el azufre 
y cayó a los pies de la prisionera. El diablo había estado comiendo pollo para 
llevar. 
La prisionera se sobresaltó tanto que habló sin pensar. -No sabía que 
entregaban aquí -suspiró sorprendida. 
-Tienen una endemoniada penetración del mercado -respondió una voz 
profanda desde detrás de la cortina-. Harán cualquier cosa por un dólar. 
La prisionera número tres guardó silencio, en espera de que se le dictara 
sentencia sin leer siquiera su historia, sabiendo con certeza que sus pecados 
eran imperdonables. Pero parecía que Satán se estaba moviendo. La cortina 
se agitó crujiente y por debajo, apareció una mano. 
La prisionera esperaba que el demonio tuviese piel escamosa, de anfibio, 
o al menos unas garras de hierro o huesos empapados en sangre. Sin 
embargo, la mano era casi humana. Un poco quemada, pero eso era de 
esperarse. Lo que no se esperaba era lo que apretaba la mano. Un hueso de 
pollo, un hueso de la suerte. 
42 
El café del Huevo Dorado 
-Adelante -la apremió el demonio, moviendo el hueso para atraer la 
atención de la prisionera-. Jala. ¡Arriésgate!

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