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DE COMO CONOCÍ A LA SAENZ

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COMO CONOCÍ A LA SAENZ
Estimado amigo Eric:
Soy Bolívar, El Libertador. En relación a tu misiva, de agosto pasado; como sabrás muchos especialistas han tratado de estudiar mi vida sentimental, haciéndolo como si se tratara de un inventario o una sucesión aritmética, que si 47, 35 u 86 mujeres. 
Mi gran amor fue María Teresa Rodríguez del Toro, su prematuro fallecimiento me causó un dolor indescriptible, de tal magnitud, que me juré nunca volver a casarme. Amigo Eric, si puedes léete mi Declaración de Bucaramanga, es el único amor al que hago mención, en documentos oficiales. 
Apuesto nunca, galante siempre fui. Hoy como en mi tiempo, no hay mujer que se resista a una flor, al piropo apropiado, además que, el uniforme de General y el título de El Libertador, hablaban por sí solos, por eso es que algunos afirman, que un rosario se queda corto ante mis amores. 
De victoria en victoria mi fama crecía infinitamente. Siendo un triunfador me aclamaban en cuanta ciudad entraba, la de Quito fue apoteósica ¡Impresionante! Aquella euforia, era prácticamente inenarrable: tarimas, tambores, bailes, bandas marciales, cohetes, fuegos artificiales, millares de personas y desde los balcones las más bellas y hermosas mujeres, lanzaban flores a mi paso… de repente sentí que una corona de flores y hojitas de laurel se estrelló bruscamente contra mi pecho y de inmediato mi mirada buscó el origen. Una mujer que no pudo ocultar su rostro sonrojado, enmudeció vislumbrada, entonces le saludé con el sombrero pavonado que llevaba en mano derecha. 
Resulta que esa noche la Municipalidad daría un baile en mi honor ¡Vaya sorpresa! La responsable de organizar la velada, era la misma mujer del rostro sonrojado. Me la presentaron como “La Caballeresa del Sol de la Orden del Perú”, y extendiendo su mano, me dijo “Soy Manuela Sáenz”. Enseguida, la observé con una mirada, de esas quieren descubrirlo todo, de una buena vez, mientras ella me correspondía con una sonrisa. Luego, se disculpó por el incidente de la mañana, a lo le respondí “Si es usted la bella dama que ha incendiado mi corazón al tocar mi pecho con una corona”. 
Con temas sobre política y estrategia me le fui aproximando. Los dominaba como cualquiera mis Generales. Rotó el frio inicial, le recite a Virgilio y Horacio en latín, ella hizo lo mismo con Tácito y Plutarco. A esa hora mi corazón ya estaba sofocado por las palpitaciones. En eso cambie de tono y guardé silencio táctico, tal vez pensó que me había enojado y con mucho tino me le aproximé y le manifesté con sutileza, que deseaba un “encuentro apasionado”. La tomé de la mano, sonaba un vals muy suave y luego un minué, una contradanza y después otra contradanza. Bailamos tres o cuatro piezas musicales seguidas, al oído le susurré “El baile es la mejor forma de preparar una estrategia de guerra”
En adelante, no solo me rendí a su belleza, sino ante una inteligencia excepcional y un patriotismo sin igual. ¡Qué más puede pedir un guerrero! 
Por unos días, nos instalamos en una hacienda cercana. En una carta que me escribió posteriormente recordó: “…en aquella estancia todo es llamativo, los árboles, las flores, las mariposas, todo invita al amor”. Yo agrego, una pasión tan ardiente que provocaba hacerlo a cada rato, en mañana, tarde o noche y de nuevo repetirlo al día siguiente, hasta con mayor frecuencia. Terminar sin fuerzas para recuperarlas y después volver a entregárselas con una efusión incólume. 
Ahora bien, quiero dejarte claro, que quienes magnifican mi vida amorosa, en muchos casos son unos tarifados, u opinadores de oficio, que se han propuesto enlodar mi reputación y la de Manuela. En realidad, de ella se dice que fue mi amante, ya que estaba casada. Sepa usted y lo puede divulgar con mi venia, que mil veces conversamos al respecto, y mil veces me aseguró, lo que le a la postre le escribió a su esposo. Desde hacía tiempo le hacia el amor sin placer, se comunicaba con una conversaba alejada y absurda reverencia, una chanza sin gracia y sus estúpidas formalidades anglosajonas. En verdad, Manuela y yo, nos entregamos con absoluta pasión, sin importar el qué dirán, ni las puntualidades que la sociedad exige. 
Finalmente, estimado Eric, concluyó esta carta esperando haber dado respuesta a tu particular inquietud. Asimismo agradezco inmensamente su tiempo. Sin más a que hacer referencia me despido
Atentamente
Simón Bolívar, El Libertador

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