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Meza, Carlos Andrés
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Revista Colombiana de Antropologia, Vol. 44, Núm. 2, julio-diciembre, 2008, pp. 439-
480
Instituto Colombiano de Antropología e Historia
Colombia
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Revista Colombiana de Antropologia
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Rev i s ta Co lombiana de An t ropo log ía
Volumen 44 (2), julio-diciembre 2008, pp. 439-480
urbanización, conservación y ruraliDaD 
en los cerros Orientales de Bogotá
CarloS anDréS meza
inVeStiGaDor Del inStituto ColomBiano De antropoloGía e HiStoria (iCanH)
cmeza@icanh.gov.co
Resumen
El artíCulo eStuDia loS CerroS orientaleS De BoGotá Como un Complejo De reGímeneS De territorialidad y experiencias histórico-sociales heterogéneas y conflictivas entre sí 
a lo largo del tiempo. La cuenca del río Teusacá es el contexto micro regional en la 
transición entre Bogotá y la región oriental, y sirve de caso para identificar la superpo-
sición y el conflicto de territorialidades asociadas a la conservación de la naturaleza, 
la expansión urbana y la ruralidad. Un análisis de los diferentes regímenes de cons-
trucción territorial a lo largo del siglo veinte permite vislumbrar la encrucijada y el 
conflicto que caracteriza a los cerros orientales de Bogotá en este nuevo siglo. 
palaBraS ClaVe: paisaje, territorialidad, conservación, urbanización, campesinos, 
conflicto.
crossroaDs anD conflict. urbanization, conservation 
anD rurality in tHe eastern mountains of bogotá.
Abstract
The article exPlores the eastern mountains of bogotá as a comPlex of territoriality regimes and socio-historical heterogeneous and conflicting experiences through time. The 
Teusacá river basin is the micro regional context in the transition between Bogotá city 
and the Eastern plains. It serves as a case study to identify overlapping and conflicting 
territorialities associated with nature conservation, urban expansion and rural life. 
The analysis of the construction of different territorial regimes during the last century 
allows a glimpse at the dilemmas and conflicts that characterize the Eastern mountains 
of Bogotá in this new century.
Key words: Landscape, territoriality, conservation, urbanization, peasants, conflict.
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza440
A Alfonso Molano,
caminante y habitante de los cerros Orientales,
fallecido en agosto de 2006
introDuCCión
La CuenCa Del río teuSaCá eS un territorio que Forma parte De loS cerros Orientales de Bogotá. Hace poco más de treinta años, el entonces Distrito Especial lo convirtió en área protegida y desde 
entonces se identifica con la categoría de “reserva forestal protec-
tora”, lo que significa que se trata de una zona que por el valor 
de sus elementos físicos –agua y suelo– y bióticos –vegetación y 
fauna– debe ser conservada permanentemente con bosque, ya sea 
para la preservación de las aguas, los suelos, la fauna silvestre 
y el paisaje, o bien, para el desarrollo de la economía forestal 
como en su momento lo estipuló la ley 2a de 1959, de reservas 
forestales de la nación. Ubicada entre los cerros Orientales, la 
cuenca del río Teusacá ha sido también un hito de paso en el 
tránsito histórico desde el altiplano hacia los pueblos de los 
Llanos orientales. La población campesina que hoy la habita es 
el resultado de dinámicas de movilidad inscritas en el marco de 
relaciones entre una urbe que creció recostada sobre los cerros 
Orientales, pero persiguiendo los caminos del occidente con 
rumbo al valle del río Magdalena. 
Desde finales del siglo veinte, la sabana se viene modernizan-
do con la conurbación característica por la expansión, el acceso y 
la conectividad entre la metrópoli y los municipios circundantes. 
La contraparte del salto agroindustrial en la zona plana de occi-
dente está en las montañosas alto andinas. Allí, las viejas rutas 
de oriente, la historia extractiva del carbón para abastecer a la 
ciudad en épocas pasadas y el minifundio son marcadores de una 
territorialidad rural en contrapunteo con la expansión urbana del 
borde oriental de la ciudad, que ha unido a barrios y veredas. El 
valle que forma el Teusacá parecía alejado de la expansión del 
borde urbano, hasta que nuevas dinámicas de ocupación en for-
ma de lujosos chalets o grandes fincas de propietarios ausentes 
evidenciaron un encuentro entre lo rural y la ciudad, mediadas 
por relaciones de servidumbre. Las múltiples formas de uso y 
ocupación a partir de eventos y de sucesos dinamizadores de 
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la relación entre la ciudad y los cerros Orientales revelan una 
problemática de superposiciones territoriales en el paisaje. 
Al hablar de paisaje me refiero al resultado de procesos históri-
cos, sociales, políticos, económicos y ambientales que interactúan en 
el modelamiento del espacio. El geógrafo estadounidense Carl Sauer, 
estudioso de la relación diacrónica y sincrónica entre la sociedad y 
la naturaleza, sintetizó la elaboración física y simbólica de hábitats 
mediante el trinomio: cultura (agente)-naturaleza (medio)-paisaje 
(resultado) (Sauer, 1963). Se trata de una geografía histórica en la cual 
el paisaje es resultante del despliegue de múltiples territorialidades a 
través del tiempo. Con la noción de territorialidad aludo a ejercicios 
discursivos y materiales que revelan una lógica de construcción del 
espacio. Un conjunto de sucesos descritos permiten comprender 
formas de interrelación con el entorno. Así, el paisaje es la cara 
visible de un territorio y un territorio es la creación cultural e histó-
rica de un espacio; las políticas públicas territoriales y las acciones 
sociales, por ejemplo, son elementos que moldean el paisaje (Ardila, 
2006). En ese sentido, no es posible comprender esa cara visible si 
no se entiende como el producto del peso de historias, ideologías, 
economías y relaciones sociales, como sucede con los problemas 
asociados al ordenamiento territorial de los cerros Orientales. Estos 
son el resultado de las relaciones y superposiciones conflictivas 
entre territorialidades que comparten y compiten por el mismo 
lugar y por el modelamiento del ambiente, como son las políticas 
de conservación y las dinámicas de ocupación campesina, ambas 
relacionadas con la expansión urbana. El resultado es que los cerros 
son un paisaje conflictivo, un territorio de frontera que se caracte-
riza por la encrucijada y la confrontación. Es discutible decir, por 
ejemplo, que se trata de “ecosistemas estratégicos” o de “reservas”, 
porque se desconocerían las dinámicas de ocupación en barrios y 
veredas, pero esto no es menos problemático que la urbanización 
del borde de la ciudad que se erige sobre el bosque oriental.
Estudiar el entrecruce de territorialidades constituye una 
crítica al dualismo naturaleza-sociedad que se extiende a la di-
cotomía entre campo y ciudad, que ha ocasionado una ruptura 
en la relación dialéctica de adaptacióny transformación entre 
los pueblos y los sistemas naturales, socavando la relación 
sociedad-entorno y presentando a la naturaleza como un mundo 
en equilibrio, roto por la impertinencia humana (Leal, 2002) o 
bien, como mero recurso que puede ser objeto de explotación 
y dominio de las ciencias y de la producción. Así, el conserva-
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Car los Andrés Meza442
cionismo y el desarrollismo, aun cuando opuestos, parecen ser 
dos caras de una misma moneda en donde la naturaleza es fija 
y estática. Esto, nos dice Claudia Leal (2002: 127), le roba al am-
biente su historia y va en contravía de los objetos mismos y de la 
historia ambiental. La concepción desarrollista de la naturaleza 
se sustenta en el paradigma antropocéntrico, racionalista e ins-
trumental, que se consolidó durante la modernidad a partir de los 
siglos dieciocho y diecinueve. La concepción conservacionista 
por su parte, surge del paradigma ecocéntrico, en el que la natu-
raleza es concebida como ente autónomo con una organización 
ecosistémica compleja que se imagina totalmente escindida de 
los procesos sociales de valoración y de apropiación de la natu-
raleza (Amérigo y González, 1999). En el paradigma ecocéntrico 
radical, la cultura parece más bien una intromisión extraña 
en el orden de la naturaleza. Los seres humanos son entonces 
invasores y manipuladores de los ecosistemas al desplegar una 
plataforma tecnológica que desestructura el orden prístino. Tanto 
el paradigma desarrollista, que instrumentaliza la naturaleza, 
como el conservacionista, que la ve en sí misma como capital, 
son construcciones de la cultura convertidas en políticas que 
pretenden resolver las situaciones problemáticas que derivan 
de epistemologías naturalistas y antropocéntricas. 
Por otra parte, la oposición entre lo rural y lo urbano parece 
congruente con el supuesto civilizatorio y de construcción de 
órdenes espaciales rígidos a los cuales se asocia la presencia de gru-
pos humanos rígidamente diferenciados (Tocancipá-Falla, 2005). 
Los espacios rurales son habitados por campesinos, asociados 
con la permanencia, mientras que en las ciudades residen comu-
nidades urbanas que se suponen cambiantes. Esta dualidad es el 
reflejo de cómo las teorías de la complejidad y de la evolución 
unilineal decimonónicas reificadas en el discurso civilizatorio del 
desarrollo y del tercer mundo de mediados del siglo veinte esta-
blecen jerarquizaciones y taxonomías que suponen una enorme 
violencia epistémica sobre el estudio de las sociedades rurales. 
Los esencialismos en la conceptualización de lo campesino se 
pueden rastrear en la genealogía del concepto, por ejemplo, la 
tradición sociológica ha asociado a los campesinos con la vida en 
el campo, el trabajo de la tierra, la rusticidad y la residencia fuera 
del espacio de la ciudad (Tocancipá-Falla, 2005: 7). Todas estas 
alusiones distan de las condiciones particulares que pretendo 
analizar y que se refieren a la interfase entre dos tipos geográficos 
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aparentemente bien diferenciados como son el campo y la ciudad. 
Estos territorios “resbaladizos”, en situación transicional y de per-
manente transformación han recibido diversas denominaciones 
que aluden a una definición por indefinición: la periferia urbana, 
el rur-urbano, la “ciudad difusa”, la frontera campo-ciudad, la 
“ciudad dispersa”, territorios de borde, borde urbano/periurbano 
o el contorno de la ciudad (Capel, 1994 citado en Barski, 2005: 1; 
Álvarez, 1999). En este contexto, el término campesino opera para 
los actores rurales como una conciencia históricamente situada 
en relación con las transformaciones del paisaje asociadas con 
fenómenos de expansión urbana, extracción de recursos natura-
les y conversión del espacio habitado en reserva forestal. Como 
lo señala Tocancipá-Falla (2005) lo campesino se convierte en 
una forma de expresión política, utilizada como mecanismo de 
acción reivindicativa y movilización de derechos de ocupación 
y el ejercicio de su territorialidad en un marco de invisibilidad 
y marginalidad al que han sido sometidos por el estado.
La problemática de la cuenca del río Teusacá entraña la 
compleja articulación entre órdenes rurales y urbanos y entre 
concepciones muy particulares y dominantes de naturaleza y 
sociedad. Incluso, si se habla de la naturaleza como algo apre-
hendido, socializado y mediado por la cultura, podría decirse 
que, en un sentido epistemológico, no existe una única naturaleza 
socialmente construida, sino múltiples naturalezas que se cons-
tituyen en niveles históricos, geográficos y sociales diferentes 
(Saurí y Boada, 2006). Así lo demuestran las dinámicas de la 
apropiación de esas laderas de alta montaña y el telón de fondo 
que son los cerros Orientales. Este borde peri-urbano durante 
años se mantuvo al margen del crecimiento de la ciudad por sus 
condiciones climáticas y por sus pendientes, pero se convirtió 
en espacio de vida y recreación de prácticas ecológicas, econó-
micas y socioculturales para la población campesina nativa y 
emigrante de otras regiones. Paralelamente, ha sido enclave de 
diversas actividades extractivas de gran impacto sobre los recur-
sos minerales y vegetales. Si en otro tiempo la gente de la ciudad 
percibía los cerros como el “monte” –espacio no-domesticado–, o 
como la gran “despensa” de leña, carbón y agua, hoy las nuevas 
generaciones ven en ellos un territorio degradado que materializa 
y hace palpable la crisis ambiental.
La propuesta de historia ambiental de este artículo busca dar 
sentido a la subjetivación y sujeción inherentes a la identidad 
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza444
campesina, e intenta hilvanar los fenómenos y sucesos que subyacen 
a la idea política de los cerros Orientales como oferta de espacio 
público, de recursos naturales, así como lugar de recreación y de 
identidad cultural para Bogotá. Monserrate y Guadalupe, la laguna el 
Verjón, donde nace el río Teusacá, o la vía a La Calera, por ejemplo, 
son referentes que hablan de una historia poco conocida de territo-
rialidades campesinas, extractivas, de reserva y expansión urbana 
invisible e intersticial. El artículo está dividido en tres secciones: 
la primera trata del contexto biogeográfico e histórico de los cerros 
Orientales y de la cuenca del río Teusacá. La información empírica e 
histórica acerca de la extracción de recursos naturales, la expansión 
urbana, la conservación del bosque oriental y la ruralidad pretende 
identificar regímenes de territorialidad en conflicto. La segunda par-
te procede a caracterizar el conflicto resultante de la confrontación 
entre las lógicas de apropiación territorial mencionadas. En la tercera 
y última, el artículo se refiere al conocimiento situado y a los espa-
cios de experiencia y construcción de una territorialidad por parte 
de los campesinos de los cerros Orientales, en su continuo discurrir 
entre los umbrales de la ciudad y los del bosque oriental. 
La noción de conocimiento situado que empleo sigue al 
historiador alemán Reinhart Koselleck, respecto a la conciencia 
que forman las transiciones históricas en las sociedades. Se trata 
de una tensión entre espacios de experiencia y horizontes de 
expectativa que incide en la expresión de pensamientos, elabo-
ración de memorias e ideas políticas que hacen comprensibles 
diferentes narrativas (Koselleck, 1993: 336). Donna Haraway (1995) 
sostiene que esta tensión deriva de diversos aspectos sociohis-
tóricos que determinan la posición del sujeto, que en el caso del 
sujeto campesino hace parte de una de las múltiples realidades 
sociales de los cerros Orientales. Su experiencia es el resultado de 
la encrucijada territorial y esta se puede recoger a partir de hitos 
relevantes en el reconocimiento del paisaje, que implica recorrer, 
recordary narrar un territorio para repensar algunas ideas que 
existen acerca del mismo. La patrimonialización de los cerros 
Orientales, por ejemplo, es una 
idea política derivada de su va-
lor ecológico, social y cultural, 
que aparece de diversas formas 
en múltiples intervenciones 
institucionales ambientales, sociales y culturales del distrito y 
la región1. No obstante, prima el desencuentro entre objetivos de 
1. En 2008, la Secretaría Distrital de Planeación 
publicó la consultoría que llevó a cabo para la 
creación de un corredor ecológico y recreativo en 
los cerros Orientales (Wiesner et al., 2008). 
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preservación ecológica, sostenibilidad ambiental, equidad social 
y sustentabilidad económica. 
Este artículo surge como una reflexión y un análisis crítico de 
mi experiencia de dos años de trabajo e investigación aplicada a 
los procesos de formulación de planes de ordenamiento y manejo 
de los cerros Orientales. De mi participación como consultor en 
proyectos con los sectores rurales de Bogotá derivan las notas 
finales acerca de la experiencia y los horizontes que caracterizan 
la presencia de esta población que habita en los gélidos contornos 
montañosos de la capital. Al final, expondré algunas ideas para 
pensar alternativas a las tensiones urbano-rurales, así como las 
visiones antropocéntricas y ecocéntricas que matizan el concepto 
de sostenibilidad priorizando la sostenibilidad del subsistema 
humano sobre el biótico, en el caso de la primera, o del subsis-
tema biótico sobre el humano, en el caso de la segunda.
 
loS CerroS orientaleS y el teuSaCá
El territorio que ComprenDe loS CerroS orientaleS eS una Franja montañosa de 14.000 hectáreas, que se sitúa entre la sabana de Bogotá y la región que comunica con las tierras calientes de 
los Llanos orientales. Los cerros forman una especie de barrera 
natural que circunda a la ciudad en su costado oriental y signi-
fican la principal zona verde y fuente de producción de oxígeno 
para la capital. Poseen una gran diversidad de especies de flora 
y fauna, que soportan la consolidación de distintos ecosistemas 
como los páramos –entre 3.300 y 3.800 msnm–, los subpáramos 
–entre 3.200 y 3.400 msnm– y los bosques alto-andinos –entre 
2.700 y 3.000 msnm–. Su estructura ecológica ha configurado 
un encadenamiento vertical de estos tres ecosistemas que ha 
preservado algunos remanentes de bosque alto andino –11,7 % del 
área total– y un extenso cordón de páramo –18,3% del área total– 
(Sanclemente, 2004). Mas allá del borde urbano, donde acaba la 
ciudad y comienzan las montañas, se encuentra la cuenca del 
río Teusacá que hace parte del perímetro urbano de Bogotá. El 
escenario fisiográfico de la cuenca se ordena en torno a la laguna 
del Verjón alto, que está en el páramo de Cruz Verde a 3.300 msnm 
(CAR, 1999). De allí se desprende el hilo de agua que da origen al 
río Teusacá y que desciende por la hondonada recogiendo aguas 
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Car los Andrés Meza446
de decenas de quebradas que le tributan como las quebradas 
Santos, Carrizal, Raizal, El Coral, Farías, León, El Portillo, Turín, 
Honda y El Juncal (véase el mapa). El río Teusacá desemboca 
en el Bogotá, pero antes su represa forma el embalse San Rafael 
que tiene como fin asegurar el suministro adecuado de agua a 
Bogotá y a los municipios aledaños. El río Teusacá es eje ordena-
dor de dos vertientes: la de occidente que limita con Bogotá y la 
de oriente que es adyacente a Choachí. Más al norte, la cuenca 
media atraviesa el municipio de La Calera, donde se encuentra 
localizado el embalse de San Rafael. Sopó y Tocancipá conforman 
su parte baja, donde el recurso es utilizado principalmente con 
fines de riego y abastecimiento doméstico. Dentro de la cuenca 
alta y media encontramos las veredas Verjón alto y Verjón bajo 
localizadas en una zona de frontera, donde tienen influencia los 
municipios de La Calera, Sopó y Guasca –al norte–, Choachí y 
Ubaque –al oriente– el distrito capital con localidades de Santa 
Fé y Chapinero, al occidente y los cerros de Usme, al sur.
mapa 
CuenCa meDia Del río teuSaCá
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La movilidad y la configuración del territorio
a lo larGo Del tiempo, la CuenCa alta Del río teuSaCá y SuS aCtua-
les veredas han formado parte de una estructura de intercambio 
económico y cultural coherente con sus características de lugar 
de paso entre la sabana del altiplano y la región oriental. En el 
marco de una estrategia de asentamiento disperso, movilidad y 
control territorial, los indígenas muiscas hicieron del Teusacá un 
eje conector importante en la dinámica comercial e interétnica 
entre los Andes y los Llanos. Como otras culturales andinas, los 
muisca practicaban la microverticalidad, consistente en el apro-
vechamiento de la variedad de pisos térmicos y eco nichos que 
se dan en los ecosistemas templados, alto-andinos y de páramo 
(Herrera, 1999). Para ello precisaron de una red de caminos que les 
permitiera realizar recorridos entre franjas altitudinales; de ahí que 
la cuenca del río Teusacá esté demarcada por senderos de origen 
prehispánico que luego fueron retomados por los españoles para 
continuar las mencionadas relaciones de intercambio comercial 
con el oriente. Uno de esos senderos es el camino entre Monserrate 
y Choachí que conecta con la ruta de peregrinación al cerro tutelar 
y que luego atraviesa la cuenca en dirección oeste-este.
En el altiplano, los cronistas describieron caminos que salían 
desde las tierras altas hacia el piedemonte llanero (Simón, 1981, 
2: 81; Piedrahíta, 1973 1: 63), y tres documentos de fines del siglo 
dieciséis mencionan caminos muiscas y dos hablan de “camini-
llos” en Teusacá. Aquellos que comunicaban las tierras altas con 
el piedemonte llegaban a pueblos como Súnuba o Somondoco, 
comunidades que suministraban algodón y coca a los grupos 
que ocupaban pisos térmicos más altos (Langebaek, 1987: 82-87). 
Mucho se ha discutido acerca de la funcionalidad que tuvieron 
los caminos en la época prehispánica: algunos historiadores ase-
guran que no sólo permitían el acceso a terrazas de cultivo y el 
trueque con poblaciones vecinas, sino que los caminos de oriente 
tenían un carácter ceremonial y que, en ese sentido, su función 
era comunicar aldeas con santuarios (Piedrahíta, 1973). También 
estaban asociados a la reproducción de estructuras organizativas 
tribales mediante rituales como las carreras que efectuaban los 
nobles guerreros de la sociedad muisca. Esas territorialidades 
tuvieron lugar en la laguna del Verjón alto y el río Teusacá; de 
la primera se dice que fue lugar de pagamento de los muiscas, 
dentro de su dinámica de culto al agua. Entretanto, el río era el 
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Car los Andrés Meza448
escenario de las carreras que efectuaban los guechas o guerreros 
que hacían parte del anillo militar territorial que los muisca había 
conformado en torno al Zipa (Mariño y Peña, 2002).
Ya en la época colonial, el nuevo orden de sociedad impuesto 
por los españoles se relacionó de manera distinta con la franja 
montañosa de oriente. Esta relación se caracterizó por el sistema 
de encomienda y haciendas en tierras que eran apropiadas como 
despensa de recursos naturales, como tránsito entre Santafé y 
los pueblos de oriente (Therrien, 1992). Los españoles convirtie-
ron en reales los caminos que comunicaban a la sabana con la 
serranía oriental y la cuenca devino un territorio periférico. En 
cierto sentido, esa dinámica urbano-regional quedó plasmada en 
las pinturas costumbristas de los siglos dieciocho y diecinueve, 
que resaltan la connotación del boquerón del río San Francisco 
como puerta de entrada a la región oriental. Durante la época 
colonial, entre Monserrate y Guadalupe, los cerrosse convirtieron 
en cinturón de viviendas para poblaciones indígenas y mestizas 
(Vargas y Zambrano, 1990).
Siglos más tarde –finales del diecinueve y comienzos del vein-
te– las familias Samper, Morris Gutt, Nates y Fajardo extendieron 
sus propiedades en un área que iba desde Monserrate hasta la 
cuenca del río Teusacá. Fueron estas familias quienes incentiva-
ron la extracción de leña y de carbón para el consumo urbano. 
Los trabajadores y aparceros de estas haciendas de encargo2 
provenían de regiones lejanas como Santander y Boyacá, pero 
una buena parte era de la región oriental de Cundinamarca. Sus 
descendientes sostienen que las grandes familias fueron cediendo 
en pago por servicios, otorgando o vendiendo el terreno a sus 
trabajadores cuyos apellidos eran Bravo, Fonseca, Rico y Garzón, 
entre otros3. Así, la cuenca del río Teusacá fue poblada dentro de 
una dinámica de movilidad de 
mestizos y campesinos pobres 
en torno a ofertas de trabajo 
asociadas con el abastecimiento 
de la ciudad. La dinámica de 
intercambio comercial entre las 
regiones de oriente se mantuvo 
viva teniendo a la cuenca del 
Teusacá como principal corre-
dor; por eso, en la década de 1920 se adecuó el camino real, y 
antes prehispánico, que de Monserrate llevaba a Choachí (Ramírez, 
2. Dado que los predios en propiedad de las 
familias Moris Gutt y compañía se caracteri-
zaban por el ausentismo de sus dueños, estos 
fueron encargadas a la gente de la zona o que 
llegó por la oferta de trabajo que generó el 
carbón. En la actualidad existen en las vere-
das suburbanas, grandes predios en encargo 
(Mesa et al., 2005). 
3. Entrevista con Cristino Bravo, 3 de mayo de 
2006.
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2005). Las redes de antiguos caminos prehispánicos y reales que 
sirvieron al control económico y político de los indígenas y de 
la sociedad colonial se constituyeron en una impronta de las es-
trategias adaptativas desplegadas por los pobladores campesinos 
del Teusacá para establecer relaciones cotidianas entre la ciudad 
y el bosque oriental.
(…) aquí en ese entonces bajábamos con los animales (….) eran 
achucuas de barro que lo enterraban a uno hasta la cintura. Todo eso 
no era conocido de la ciudad lo mismo que los animales. Nosotros 
bajábamos a pie por el camino que venía desde Bogotá en la casa 
quinta de Bolívar y que subía por Monserrate y que llegaba a un 
alto que se llama Frailejonal, luego a la quebrada de Santos, el río 
Teusacá y que cogía la ladera hasta llegar a Choachí (entrevista con 
Miguel Pineda, 6 de junio de 2006). 
la DeSpenSa De reCurSoS Del BoSque
La ConFiGuraCión Del teuSaCá Como territorio DeSpenSa SurGió a partir de las relaciones que estableció la sociedad colonial asentada al pie de los cerros Orientales. 
Con el establecimiento de pue-
blos de indios y de instituciones 
como la mita urbana4 y la enco-
mienda, los colonizadores ase-
guraron la mano de obra de los 
indios y, de paso, su reducción 
demográfica como consecuencia 
de los trabajos forzados. Dichas 
actividades de sujeción incluye-
ron el aprovisionamiento de leña 
para la construcción de las viviendas y como recurso energético 
extraído del bosque. La situación se extendió mucho después 
que desapareciera la colonia, como quedó consignado entre 1879 
y 1880 en las crónicas semanales publicadas por Eugenio Díaz en 
el periódico capitalino El Bien Social:
(…) Al oriente de Bogotá hay una inmensa extensión de terreno 
cubierto de matorrales, de donde sacan los elementos de su subsis-
tencia los carboneros y leñadores que proveen de combustible la 
4. Desde el siglo dieciséis, la mita urbana 
se instauró como un derecho de los vecinos 
de Santafé de usufructuar la mano de obra 
indígena para diversos beneficios, entre ellos 
el aprovisionamiento de leña. Ello significó 
una pugna constante entre vecinos de la 
ciudad, representados por sus autoridades, y 
los encomenderos por el control del trabajo 
indígena. La mita urbana simbolizó el en-
frentamiento entre la ciudad y el campo que 
acarreó la rápida desaparición de los indios 
(Trejos, 2006).
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza450
vecina ciudad. En aquella comarca, situada a espaldas de los cerros 
Monserrate y Guadalupe que dominan a Bogotá, predomina el aspec-
to selvático y triste. El uvo camarón y el de anís, el tagua, el chucua, el 
arrayán, el encenillo, el tuno esmeralda y el laurel adornan y forman 
los bosquecillos que se extienden bordeando las fuentes o en las 
caídas de la serranía. Estos bosques van desapareciendo, porque los 
leñadores los talan sin discernimiento, y al propio tiempo que el 
paisaje toma un aspecto más triste, la vecina ciudad va perdiendo 
la abundancia y pureza de sus aguas. Otro tanto sucede con los 
chuscales, que sirven para hacer los cielos rasos de las casas de 
Bogotá (…) (El Bien Social, 1879-1880).
El deterioro ambiental que el cronista percibe a finales del siglo 
diecinueve se relaciona con el incremento de actividades extrac-
tivas promovidas principalmente por familias dueñas de grandes 
haciendas en los cerros, que llegaron tras la oferta y demanda de 
recursos forestales y se relacionaron con el bosque en tanto recur-
so susceptible de ser explotado. En la década de 1950, el bosque 
y sus pobladores paramunos seguían abasteciendo de recursos 
energético a la ciudad mediante el comercio de leña de cuartillo 
y carbón de encenillo y tuno. La venta del carbón vegetal sólo se 
detendría definitivamente con la aparición de la energía eléctrica 
y del cocinol a finales de los años 1970 (Ramírez, 2003).
Otro fenómeno que coadyuvó en la configuración de la te-
rritorialidad extractiva fue el proceso de expansión urbana que 
demandó nuevos materiales de construcción y que propició que 
grandes sectores de las faldas de los cerros Orientales fueran uti-
lizados como chircales y canteras, sobre todo en el borde urbano, 
como lo evidencia la sucesión de un régimen de apropiación 
territorial de fincas y estancias de encargo que fueron parceladas 
y loteadas para convertirse en fuentes de materiales. A partir del 
auge de la minería en los cerros, una de las familias terratenientes 
de finales del siglo diecinueve (Samper Agudelo) fundó en 1909 la 
fábrica de Cementos Samper sobre la carretera noroeste que une 
a Bogotá con el municipio de Sopó en el sitio llamado Siberia 
(Universidad de los Andes-Cifa, 1999). En la vereda suburbana 
y la cuenca del río Teusacá no se presentaron muchos casos de 
canteras, pero ello no impidió que tales actividades dejaran una 
huella en el paisaje.
Años mas tarde, hacia la década de 1970, la Corporación Au-
tónoma Regional de Cundinamarca (CAR), sembró en los cerros 
cientos de hectáreas con plantaciones forestales de pino pátula y 
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de Ant ropo log ía
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pino candelabro, ambas especies exóticas que hoy se consideran 
sumamente nocivas para los ecosistemas del bosque alto-andino 
(Ramírez, 2005). Muchas teorías se han desarrollado alrededor 
de este suceso histórico que no sólo tuvo lugar en la cuenca del 
río Teusacá, sino en todos los cerros Orientales. Alfonso Molano 
sostenía que:
(…) Eso fue un negocio que hicieron entre la empresa maderera 
Triplex Pizano y la CAR. La idea era que la empresa daba las semillas 
y la CAR sembraba las plantaciones con la promesa que la empresa 
los compraría a determinada edad con el objeto de explotarlos eco-
nómicamente porque de ahí saldría papel y cartón. Sin embargo, la 
promesa de Triplex Pizano no prosperó y los pinos se quedaron ahí 
creciendo y haciéndole daño a la cuenca del Teusacá. Eso es lo que 
pasa con las acciones que emprende el gobierno y que no tienen 
continuidad. De eso no hay memoria (...) (entrevista con Alfonso 
Molano, 15 de junio de 2006).
Las plantaciones de pinos sembradas desde la década de 1970 
son un buen referente de los proyectosde sustentabilidad forestal 
en donde el bosque es, ante todo, un recurso explotable. Pero 
no sólo eso. En tanto su explotación no llegó a realizarse, los 
bosques de estas especies crecieron y su expansión fue auspi-
ciada por las instituciones apoyándose en criterios paisajísticos 
de reforestación que buscaban recrear en los cerros bosques de 
coníferas propios de las latitudes nórdicas. En la actualidad, 
el plan de manejo de los cerros que formuló la CAR y que dio a 
conocer en abril de 2006 considera que las plantaciones con es-
pecies exóticas son áreas destinadas a la restauración ecológica, 
lo cual implica la sucesión de especies de pinos por vegetación 
nativa5. Al convertirse en hecho histórico en la larga duración 
de una política de reforestación 
desplegada por la autoridad 
ambiental que en la actualidad 
privilegia la conservación, las 
organizaciones de la sociedad civil, incluidas las que representan 
a los campesinos de Bogotá, se refieren a las plantaciones pineras 
en términos de sus impactos en la desaparición de la cobertura 
vegetal nativa y las fuentes de agua. La percepción del cambio 
en el paisaje en el contexto de reivindicaciones territoriales ha 
servido en la construcción discursiva de lo ecológico por parte 
de los campesinos de los cerros. Lo importante de reseñar aquí 
5. Resolución CAR 1141 del 12 de abril de 2006, por 
la cual se adopta el Plan de manejo de la zona 
de reserva del bosque oriental.
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza452
es el papel que desempeña el conocimiento de los campesinos 
sobre la forma como cambió el paisaje de los cerros y que va a ser 
muy importante en la producción de narrativas que confronten 
la contradicción de la institucionalidad ambiental al generar ella 
misma uno de los mayores deterioros ecológicos.
La conservación del bosque oriental
en la tenDenCia ConSerVaCioniSta, laS áreaS ruraleS, aDemáS De Ser 
perferias urbanas, colindan o se encuentran en territorios que por 
sus características bióticas, económicas y sociales son considera-
dos áreas protegidas. En el contexto urbano-regional, las áreas pro-
tegidas se asumen desde una perspectiva ecologista y biocéntrica 
que se fundamenta en políticas de reapropiación de la naturaleza 
orientadas hacia la preservación de los procesos ecológicos esen-
ciales. En esta lógica, la conservación in situ de los recursos natu-
rales plantea la necesidad de incrementar la oferta natural para la 
ciudad, que a su vez debe volver la mirada hacia el importante rol 
de los ecosistemas que conforman su sistema natural, y planificar 
pensando en rehabilitar, proteger y preservar bosques naturales, 
páramos, humedales y cuencas hidrográficas6.
La perspectiva conservacionista parece ser una idea que resul-
ta de una época en la que la transformación de la naturaleza se 
acelera (Leal, 2002: 128). En los 
cerros Orientales, las dinámicas 
de expansión urbana, la extrac-
ción de recursos del bosque y 
otras formas de ocupación son 
las que interpelan la política 
conservacionista que es asumida principalmente por el estado 
y por algunos sectores de la sociedad civil que han introyectado 
el discurso ecologista. Surge la categoría de espacios o áreas 
protegidas mediante normativas constitucionales y procesos 
de planificación con enfoques de conservación que implican 
mayor presencia del gobierno de la ciudad para ejercer control 
sobre el ordenamiento y manejo, ya que la calidad y cantidad 
de tierras destinadas a la conservación son del dominio público. 
El conflicto entre lo público y lo privado comienza a reflejar 
las debilidades del enfoque conservacionista ortodoxo, ya que 
6. Los bosques y los humedales mejoran la calidad 
del agua, generan oxígeno y retienen carbono. 
Además, regulan los flujos y suministros de agua, 
recargan los acuíferos y almacenan agua, previ-
niendo los riesgos de desastres y la erosión de los 
suelos (Contraloría de Bogotá, 2005).
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de Ant ropo log ía
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para conservar el estado debe adquirir predios y llevar a cabo 
acciones policivas para impedir la ocupación. Al hacer efectiva 
la retirada de habitantes del área destinada a la conservación, el 
estado debe sustentar la sostenibilidad de las áreas protegidas, 
es decir, garantizar el flujo de recursos destinados a la conser-
vación de los ecosistemas. En este sentido, el pensamiento y 
la política conservacionista refuerzan el límite de la relación 
sociedad-naturaleza, demarcando con alambradas y vallas las 
áreas en donde la expansión urbana y la ocupación veredal o 
barrial transgreden los límites territoriales entre lo peri-urbano, 
lo rural y la reserva forestal. A su vez, este conservacionismo 
esquemático de estado niega todo espacio de experiencia y toda 
tradición relacionada con el campesinado, al tiempo que erige su 
discurso como respuesta a la expansión urbana en los bordes de 
la ciudad. Las prácticas estatales y distritales de la conservación 
introducen nociones de ilegalidad en todo proceso de ocupación 
que suponga la invasión del territorio reserva. 
A continuación señalaré algunos hechos históricos relevantes 
que dan lugar a la construcción discursiva del conservacionis-
mo y las políticas de conservación en los cerros Orientales. La 
conciencia de los actores distritales respecto de los servicios am-
bientales estratégicos que aportan los cerros a la ciudad, y entre 
ellos el agua, llevó a que en 1915 la administración suscribiera el 
acuerdo municipal No. 8 que reguló la compra o expropiación de 
las hoyas hidrográficas de Bogotá por parte del municipio (Uni-
versidad de los Andes-Cifa, 1999). Los primeros predios adquiridos 
por el distrito correspondieron a las hoyas hidrográficas de los 
ríos San Francisco, San Agustín y San Cristóbal y las quebradas 
de Las Delicias y La Vieja. Se compró en total cerca de 7.000 fa-
negadas, lo que significó el desalojo de más de cuatro mil vecinos 
del lugar, un número significativo de habitantes para la época 
en mención (Universidad de los Andes-Cifa, 1999).
Treinta años más tarde, en 1945, la administración gestionó la 
compra de nuevos predios sobre los cerros para iniciar programas 
de reforestación en las cabeceras de los ríos San Francisco, San 
Cristóbal, Arzobispo y Los Rosales, con el objeto de dar respuesta 
a los problemas de abastecimiento de agua para la ciudad (Ibí-
dem). De ahí se desprende otro momento significativo que fue 
la creación la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá 
(EAAB), que en 1955 comenzó a adquirir buena parte de los predios 
localizados en las laderas de los cerros Orientales con el propósito 
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza454
de protegerlos (Ibídem). En la actualidad, la EAAB posee 40% de las 
14.000 hectáreas. La ley 2a de 1959, conocida también como ley de 
reservas, hizo que los cerros Orientales entraran en la tipología de 
áreas naturales por conservar. En 1961 se creó la Corporación Autó-
noma Regional (CAR), entidad encargada del manejo ambiental de 
la región de Cundinamarca, que incluye a Bogotá, y que asumió el 
manejo ambiental de las zonas rurales de Bogotá y entre ellas, de 
la cuenca del río Teusacá (Mesa, 2002). Vimos cómo el gobierno 
distrital representado por esta recién creada autoridad ambiental 
impulsó las plantaciones de pinos como una forma de moderni-
zación de la economía extractiva en el bosque oriental. Como ya 
se dijo, la ciudad percibió ese proyecto reforestador con especies 
exóticas como una iniciativa de restauración ambiental que mejoró 
la calidad del paisaje que ofrecía el verde telón de fondo al oriente 
de la urbe. No obstante, el hecho que más impactó en los procesos 
de conservación y manejo forestal fue la aparición de la resolución 
76 de 1977, mediante la cual el gobierno nacional declaró los cerros 
Orientales como reserva forestal protectora, de acuerdocon lo 
dispuesto en la ley de reservas del país. La autoridad que expidió 
la resolución fue el entonces Instituto Nacional de los Recursos 
Naturales (Inderena), hoy convertido en Ministerio de Ambiente, 
Vivienda y Desarrollo Territorial, que también delegó en la CAR las 
funciones de administración y manejo de la reserva forestal. 
La resolución 76 de 1977 obedece a una nueva lógica de ma-
nejo forestal en la que sólo es posible la preservación radical del 
bosque y de la biodiversidad, limitando al máximo cualquier ac-
tividad humana. Con esta medida se consolidó la concepción del 
territorio “reserva” en oposición a las territorialidades rurales a 
las que hicimos referencia, y a las dinámicas de suburbanización 
que explicaremos más adelante. Vale decir que la resolución 76 
de 1977 detuvo en cierto sentido la expansión urbana en el bor-
de, pero desconoció los derechos de propiedad de las familias 
campesinas de la cuenca del río Teusacá y de otras áreas rurales 
cuya ocupación y tenencia de la tierra se remontaba a muchos 
años atrás. Los efectos de esta invisibilidad de los territorios 
rurales no se hicieron evidentes sino hasta finales de la década 
de 1980, cuando las veredas del El Verjón bajo y Verjón alto ex-
perimentaron un aletargamiento en las actividades productivas 
como consecuencia del control ambiental. Actividades como el 
cultivo de papa y alverja, así como la porcicultura fueron las más 
afectadas por las medidas conservacionistas (Ramírez, 2003).
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Por otra parte, muchas actividades de extracción de minera-
les y de recursos florísticos quedaron frenadas en la cuenca del 
río Teusacá. En los años 1990 se sancionó la venta de musgo y 
quiches, y entre 1999 y 2000 se cerraron las canteras que se encon-
traban en el Verjón bajo. Este hecho marcó el fin de la actividad 
minera, al menos en la cuenca del río Teusacá (Ramírez, 2003). 
En la década de 1990 el distrito creó el Departamento Técnico 
Administrativo del Medio Ambiente (Dama)7, que se convirtió 
en la autoridad ambiental para 
la zona del perímetro urbano 
de Bogotá, mientras que la CAR 
siguió controlando la región 
de Cundinamarca. Empero, la 
cuenca del río Teusacá, esa interfase y frontera urbano-regional, 
fue el escenario de yuxtaposición de competencias y poderes 
institucionales entre estas dos autoridades ambientales –una 
regional y otra urbana– que acarreó fuertes tensiones por los 
enfoques dados al ordenamiento ambiental de la cuenca y a 
los enfoques conservacionistas. Sobre este punto volveré más 
adelante.
Las dinámicas conservacionistas no sólo han tenido origen en 
la institucionalidad estatal, sino también en algunas experiencias 
de movilización social con intereses de reapropiación de la na-
turaleza en el marco de relaciones de convivencia armónica con 
el ambiente y de revaloración de la identidad cultural. Muchas 
de ellas surgieron como consecuencia de la injerencia de actores 
ambientalistas que directa o indirectamente han llevado a cabo 
proyectos de conservación en la zona. La apropiación directa en la 
cuenca ha sido mediante la compra o arriendo de predios por parte 
de grupos ambientalistas como las fundaciones Macrobosque, Par-
que Museo del Páramo o la experiencia agroecológica de la finca 
Utopía, que han propugnado a la restauración biocultural en la 
cuenca del río Teusacá mediante la rehabilitación de ecosistemas 
degradados, la recuperación de los alimentos tradicionales y de 
sus técnicas de producción, así como de otros aspectos relaciona-
dos con el patrimonio natural y cultural de la región. Iniciativas 
de tipo agroecológico como el cultivo de la quinua en los cerros 
Orientales son asumidas por el sujeto neorrural –personas que 
no son campesinas ni citadinas– y son fruto de otro régimen de 
construcción territorial que se focaliza en la suburbanización, 
como veremos a continuación.
7. Con la reforma administrativa de 2006, el 
Dama se convirtió en la Secretaría Distrital de 
Ambiente.
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza456
La expansión urbana
La expanSión urBana HaCia loS CerroS orientaleS eS un Fenómeno que 
se da desde finales del siglo diecinueve y que tiene su máxima 
expresión durante la segunda mitad del veinte. En la cuenca del 
río Teusacá la presión por ocupación y los procesos de loteo sólo 
comenzaron a sentirse hacia las últimas décadas, especialmente 
en los decenios de 1980 y 1990. Es en el borde urbano de los cerros 
donde este fenómeno se ha hecho presente desde mucho antes, 
cuando las canteras y los chircales sucedieron a las fincas de 
encargo y allanaron el terreno con la explotación minera. Uno de 
los hitos históricos correspondió al surgimiento de la zona alfa-
rera de chircales que dio origen al entonces denominado barrio 
Colorado, ubicado al oriente de la carrera 7 entre las calles 40 y 
65. Posteriormente, en ese mismo sector, se desarrollaron barrios 
como el Mariscal Sucre, el Paraíso y la parte alta de la localidad 
de Chapinero (Universidad de los Andes-Cifa, 1999).
Varios hechos históricos se relacionan con la expansión 
de barrios urbano-populares en los cerros. Para empezar, la 
modernización que introdujo la industrialización en Bogotá a 
comienzos del siglo veinte incidió en la migración rural-urbana 
que aumentó conforme al incremento de las tensiones agrarias 
y de la violencia en los campos. La migración se convirtió en uno 
de los causales de la expansión acelerada de la ciudad hacia sus 
bordes, donde el auge minero generó una oferta de trabajo que 
se mantuvo hasta que los enclaves de extracción decayeron y 
muchos de los dueños pagaron con la tierra a los trabajadores. 
Así comenzó el proceso de loteo y establecimiento de los ba-
rrios urbano-populares de desarrollo progresivo. Para los años 
1920 había en Bogotá dieciocho barrios obreros en condiciones 
precarias, la mayoría localizados sobre la falda de los cerros 
Orientales en el denominado “Paseo Bolívar”, que se extendía 
desde el parque de la Independencia hasta el barrio Egipto. De 
este modo, los cerros continuaban siendo el territorio de sectores 
subalternos y marginados que desde la colonia y hasta el siglo 
veinte conservaban fuertes rasgos indígenas. Es interesante 
observar el desinterés que mostraron la administración pública 
y la sociedad bogotana de ese entonces hacia los cerros. De ahí 
que el borde urbano se desarrollara relativamente al margen del 
gobierno distrital mediante mecanismos de autogestión comuni-
taria y acompañamiento por parte de diversas organizaciones no 
Rev i s ta Co lombiana 
de Ant ropo log ía
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gubernamentales que tuvieron su mayor auge hacia la década de 
1960; barrios como los Laches o Pardo Rubio son beneficiarios de 
este tipo de iniciativas. Para esta época una nueva oleada migra-
toria agudizada por la violencia bipartidista de la década de 1950 
dinamizaría nuevos procesos de urbanización informal.
Los cerros Orientales, que hasta las primeras décadas del 
siglo habían permanecido subvalorados y prácticamente aban-
donados por la ciudad, empezaban a ser epicentro de nuevas 
tendencias de ocupación y urbanización opuestas a la estableci-
da por los mencionados barrios populares de desarrollo progresi-
vo. Esto se evidenció especialmente hacia la década de 1960 y 1970, 
cuando se establecieron dotaciones educativas, condominios 
y desarrollos de vivienda planificados que propugnaron por la 
revalorización del suelo en el borde del bosque oriental. En el 
contexto de ese nuevo desarrollo urbanístico, la administración 
distrital propuso a comienzos de 1970, el Plan integral de desarro-
llo urbano de la zona oriental (Piduzob), que supuso el desalojo 
de parte de varios asentamientos subnormales y la legalización 
de los desarrollos progresivos que para la época ya se encontraran 
más consolidados. Uno de los proyectos más controvertidosdel 
Piduzob fue el de la avenida de los Cerros (1972-1973), porque el 
gobierno distrital dispuso que los barrios en la zona de influencia 
del proyecto deberían desaparecer (Chaparro, 1997). En respuesta 
a la arremetida del estado, emergió una movilización social sin 
precedentes en el borde periurbano que se conoció como el Co-
mité‚ pro defensa de los barrios nororientales. Este movimiento 
contó con el apoyo de organizaciones políticas como la Alianza 
Nacional Popular (Anapo), las comunidades religiosas y las juntas 
de acción comunal de los barrios que ahora se unían para impedir 
procesos de desalojo y de compra de predios.
Hasta ese momento, las dinámicas de la expansión urbana 
se daban especialmente hacia el borde, entrañando múltiples 
conflictos sociales derivados de regímenes de apropiación con-
tradictorios tales como los asentamientos populares frente a mega 
proyectos urbanísticos. El fomento de la urbanización de las áreas 
veredales del bosque oriental apenas comenzaría en 1945, en la 
vereda Torca que se encontraba al norte de la ciudad. La Empresa 
Floresta Constructora Samper compró los predios de una gran 
hacienda y desarrolló el proyecto de vivienda campestre “Floresta 
de la Sabana”, que comenzó a construirse hacia 1957 (Cano, 2002). 
Entre tanto, en la cuenca del río Teusacá se presentaban hechos 
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza458
relacionados la accesibilidad como la adecuación del camino 
real que lleva del Verjón bajo a Choachí –comienzos de los años 
1920–, o la pavimentación de vías que conectaban a Bogotá con 
municipios de la región oriental como La Calera y Choachí, que 
más adelante facilitarían la suburbanización. Esto favoreció la 
disponibilidad de servicios de transporte y los intercambios 
económicos urbano-regionales8.
Para la década de 1980, las dinámicas de suburbanización del 
municipio de La Calera –al norte de la cuenca– comenzaron a 
permear el territorio del Teusacá 
y en especial la vereda Verjón 
bajo. La suburbanización, en-
tendida como la movilidad de 
los sectores de mayor poder adquisitivo fuera de los límites del 
tejido urbano consolidado, trajo consigo una oleada de citadi-
nos que llegaron a comprar las fincas de los campesinos de la 
vereda. Esto ocurrió en el contexto de revaloración de los cerros 
Orientales como escenario que permitió a los sectores élite de la 
ciudad y el país –políticos, industriales, artistas–, una inserción 
en espacios naturales que proporcionarían calidad ambiental y 
oferta de paisaje guardando la cercanía con el núcleo urbano. 
Una nueva tipología residencial compuesta por chalets y condo-
minios dio origen a los desarrollos de vivienda suburbano; los 
nuevos desarrollos conformaron una ciudad difusa e invisible, 
caracterizada por la autodotación de algunos servicios públicos 
sin intervención del estado y por la automovilidad que va a per-
mitir a los nuevos pobladores periurbanos la proximidad con los 
espacios funcionales de la ciudad central.
Un actor decisivo en el acontecer de los conflictos territoriales 
que entrañan la expansión suburbana y la resistencia campe-
sina ha sido el propietario urbanizador que lotea y fragmenta 
la propiedad rural para el establecimiento de proyectos de vi-
vienda, como sucedió en la cuenca hace más de veinte años. La 
suburbanización supone el despliegue de prácticas territoriales 
que sólo son identificadas por la institucionalidad distrital en 
relación con las restricciones de ocupación de la reserva fores-
tal. Así, entidades como el antiguo Dama empiezan a hablar de 
la chaletización –tendencia a la construcción de casas quintas 
campestres–, en tanto es una dinámica de ocupación en los 
ecosistemas de bosque alto-andino. En una escala mucho más 
local, las relaciones de trabajo de vigilancia o servicio doméstico 
8. En 1980 se creó la primera empresa de 
transporte público en la ruta Bogotá-Choachí 
(Ramírez, 2003). 
Rev i s ta Co lombiana 
de Ant ropo log ía
Volumen 44 (2), julio-diciembre 2008
459
surgen con los cambios en la tenencia de la tierra del campesi-
nado y con el establecimiento de fincas y viviendas campestres 
de gente de Bogotá.
Dos lógicas contrapuestas en lo relativo al uso del suelo y el 
modelo de ordenamiento territorial configuran y definen hoy 
lo rural urbano-regional en Bogotá. La primera es la expansión 
urbana desarrollista y la segunda conservacionista expresada 
en el establecimiento de áreas protegidas (Andrade, 2005). En la 
tendencia desarrollista, el desplazamiento de la frontera entre 
lo urbano y lo rural obedece en general a una dinámica que se 
fundamenta en la pérdida de valor de la tierra como espacio ru-
ral. La progresiva degradación del suelo hace difícil y costosa la 
recuperación del mismo para procesos productivos, quedando así 
expuestos al reemplazo de usos, favoreciendo los de tipo urbano. 
Este proceso de competencia de usos es además reforzado por 
el mercado especulativo de la tierra urbana, de forma tal que al 
resultar más barato el suelo rural se propician los procesos de 
expansión sobre el mismo. En la pérdida del valor de la tierra 
como espacio rural influyen las características del sistema de 
producción y reproducción presente en el tipo de actividades, la 
tecnología, la articulación al mercado, la diversificación agrope-
cuaria, la rentabilidad y su redundancia en la estructura familiar 
y social (Dama, 1996; Dama-Bachaqueros, 1998).
Los conflictos territoriales, sociales y culturales entre mode-
los de ocupación tipo condominio y las fincas campesinas ya 
establecidas se anclaron en torno a la tenencia de la tierra y se 
manifiestan en las representaciones de clase, estilos de vida e 
imaginarios de campo y de ciudad producidos por actores cita-
dinos, campesinos y neorrurales. Los neorrurales son aquellos 
no-raizales que, a diferencia de los citadinos, llegaron a la vereda 
con un proyecto de vida que ha enfatizado en el “retorno a la 
tierra” y la sensibilidad por lo oriundo y lo ancestral, y se con-
vierten en gestores locales de la conservación y de proyectos de 
producción sostenible y agroecológica de alimentos. Los citadinos 
son quienes desarrollan sus actividades fuera del territorio rural 
–trabajan en la ciudad–, pero habitan en él y terminan empleando 
a los habitantes locales en actividades agrícolas y no agrícolas. 
La desruralización que ha traído como consecuencia la inserción 
de la población campesina en actividades económicas informales 
en la ciudad –construcción, servicio doméstico, comercio infor-
mal– y en trabajos como administradores de fincas, celadores o 
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza460
empleados en chalets y condominios, ha acelerado las relaciones 
de dominación entre citadinos y nativos.
La ruralidad en el tránsito 
entre la ciudad y la región
loS reGímeneS De territorialiDaD a loS que He HeCHo reFerenCia Han 
evidenciado la existencia de los campesinos en los cerros, que a 
pesar de las referencias históricas y de la memoria local que es 
la narrativa que atestigua su presencia, sólo a finales de la dé-
cada de 1990 se hicieron visibles para las entidades ambientales 
del distrito, que dan cuenta de la existencia de áreas en donde 
“persistían” actividades agropecuarias en minifundios como 
forma de uso principal del suelo (Dama, 1996). La territorialidad 
rural en los cerros Orientales y en otras microrregiones como la 
cuenca del río Tunjuelo se había dado en espacios montañosos, 
húmedos, escarpados, boscosos y de clima hostil. La ruralidad 
se había manifestado en la resiliencia de las comunidades que 
habían experimentado tanto la expansión urbana como las po-
líticas conservacionistas en los cerros. Sus pobladores rurales, 
frecuentemente invisibilizados y discriminados por la ciudad, 
también se manifestaban hostiles a la ciudad pese a sus prácticas 
de movilidad pendular. El desconocimiento de un campesinadofruto de relaciones de aparcería y de constantes movilidades 
urbano-regionales también era resultado del rezago de los cerros 
respecto a la modernización agrícola que se proyectó hacia la 
sabana. La invisibilidad de escenarios como la cuenca del río 
Teusacá permitió que estas comunidades campesinas, marcadas 
por la movilidad entre las veredas y la ciudad, desplegaran un 
tipo de territorialidad en los cerros Orientales (Dama-Bachaque-
ros, 1998). En la actualidad en todo el distrito, las áreas rurales 
campesinas forman parte de cuatro cuencas hidrográficas: del 
río Tunjuelo afluente del río Bogotá; del río Teusacá, también 
tributario del Bogotá; del río Blanco, afluente del Meta a través 
del Guayuriba; y del río Sumapaz que vierte al Magdalena. Estas 
son tierras frías y de páramo que forman parte de cuencas altas 
–desde los 2.700 m hasta los 4.000 m de altitud–.
La ocupación territorial tiene como antecedentes las oleadas 
de migrantes campesinos que finales del siglo diecinueve llegaron 
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a Bogotá y que más tarde se asentaron en el Verjón bajo. La 
zona ofrecía tierra para el trabajo rural en fincas y haciendas y 
para las mencionadas actividades extractivas que sostenían el 
crecimiento de la ciudad (Teusacá, 1997). A comienzos del siglo 
veinte se inició el proceso de fragmentación de la gran hacienda 
y la minifundización que se acompañó de la llegada de nuevas 
familias como los Flores, Rico, Rivera y Ricaurte. En la vereda el 
Verjón bajo todos los apellidos referidos remiten al discurso de 
la ancestralidad que en la actualidad elaboran los campesinos de 
los cerros, por cuanto se trata de familias que han persistido en 
conservar la producción agropecuaria así como sus derechos de 
propiedad y de herencia sobre la tierra (Teusacá, 1997). Los cam-
pesinos cultivaban trigo, papa, chuguas y otros tantos productos 
que intercalaban con el pastoreo y las actividades extractivas 
de carbón y leña. Araban con yunta de bueyes a través de las 
pendientes montañosas y la agroforestería, que era el mecanis-
mo para proteger los cultivos de los gélidos vientos andinos que 
constantemente amenazan con quemarlos.
(…) antes se trabajaba con azadón y no con candela. Los encenillos 
nunca se tumbaban porque uno sabía que los árboles mismos cui-
daban los cultivos de las inclemencias del clima. Es que aquí hacen 
heladas que queman los cultivos y eso es un drama para la gente. 
Por eso uno veía como antes la gente procuraba tener sus palos cerca 
de sus cultivos (…) (Cristino Bravo, 2006).
Otra actividad muy importante para los campesinos era la 
venta en el comercio del camino a Monserrate. Cada fin de se-
mana emprendían el camino por senderos que comunican con 
el cerro tutelar con el objeto de vender a peregrinos y turistas 
caldos, tamales, chocolates y otras comidas típicas y “chirrin-
chi”. Hacia 1929 el distrito inauguró el funicular que ascien-
de al santuario de Monserrate, lo cual incrementó de forma 
sustancial la demanda de turistas e intensificó la movilidad 
pendular de los campesinos del Teusacá. Una de las prácticas 
de mayor arraigo y tradición en la cuenca del río Teusacá ha 
sido la producción del “chirrinchi”, aguardiente casero elabo-
rado con técnicas artesanales de destilado en alambiques, que 
estuvo vigente durante la primera mitad del siglo veinte. El 
chirrinchi era la bebida más popular junto con la chicha hasta 
que en 1925 el estado colombiano adquirió el monopolio de la 
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza462
producción de aguardiente9. Esto generó el cobro de impuestos, 
mayor control de la producción de licores y, por ende, la apertura 
del contrabando. En el ámbito local y regional, los cafuches o 
fabricantes de aguardiente clandestino se convirtieron en los más 
importantes traficantes hacia la 
década de 1930, y la producción 
ilícita de licores en los cerros se 
hizo a través de viejos caminos 
prehispánicos y coloniales que 
eran desconocidos por la policía 
de ese entonces. La prohibición del aguardiente de los cerros es 
un hito en la historia de la ilegalidad, cuya tradición oral redunda 
en la forma como la ciudad y el estado han interpelado al sujeto 
campesino del Teusacá. La ilegalidad como identificación se 
recrea en la historia de los cafuches, experiencia que a su vez 
reflexiona acerca del presente actual de tensas relaciones entre 
los campesinos y las instituciones ambientales del distrito por un 
nuevo concepto de ilegalidad, construido por la política conserva-
cionista. Un relato legendario es el de papá Fidel, contrabandista 
que distribuía el licor en el barrio Egipto y de quien se dice burló 
los controles del resguardo –la policía– cuando ingresó a la iglesia 
del citado barrio un ataúd repleto de aguardiente. 
(...) eso había unos barriles así de altos –un metro– y eso se echaba 
panela a fermentar y enseguida, a lo que ya estuviera ese guarapo 
bien fermentado, entonces se echaba en una olla a cocinar y se le 
ponía una caña al lado por donde salía el aguardiente (...) eso se 
acabó desde que se acabaron los antiguos. El resguardo siempre 
molestaba mucho por eso y los cafuchaderos eran prohibidos. Había 
gente que incluso dormía en el cafuche para proteger el aguardiente 
(...) (entrevista con José Martínez, abril de 2006).
Esa percepción del estado como el enemigo no se consolidaría 
en la memoria colectiva sino muchos años después de declarada 
la reserva forestal. Antes de 1977, las veredas Verjón alto y bajo 
se habían mantenido prácticamente invisibles a los ojos de la 
ciudad. Empero, entre 1965 y 1970 la apertura de dos grandes vías 
de penetración: la vía Bogotá-Choachí –al sur de la cuenca– y la 
de Bogotá-La Calera –al norte– significaron un acelerado proceso 
de descampesinización y de definitiva inserción urbana. Entre 
tanto, la tradición extractiva en los cerros daba un vuelco con 
los proyectos de aprovechamiento forestal a gran escala, como el 
9. La ley 88 de 1923, sobre lucha antialcohólica, 
facultó a los departamentos para prohibir la 
introducción, producción, comercialización y 
consumo de las bebidas alcohólicas que estos 
estimen convenientes.
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de Ant ropo log ía
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establecimiento de las plantaciones de pino que los campesinos 
se vieron obligados a sembrar en gran parte de la cuenca. La 
economía agraria sufrió también una serie de transformaciones 
cuyos efectos ambientales hoy son determinantes en la proble-
mática ambiental local y regional. Una de ellas es consecuencia 
de la revolución verde10 que en el territorio fomentó el modelo 
de monocultivos masivos como la papa, muy dependientes de 
agroquímicos, en detrimento de 
la cobertura vegetal que se re-
dujo con la ampliación de áreas 
cultivables, del suelo y de las 
fuentes hídricas que empezaron 
a degradarse y a contaminarse.
El desarrollo de monocultivos 
a gran escala obedeció a la ne-
cesidad creciente de abastecimiento alimentario para la ciudad. 
Nuevas generaciones campesinas hicieron sus fortunas con el 
monocultivo de la papa, y eso les llevó a aumentar los límites de 
su propiedad mediante la compra de predios vecinos. Aunque 
existen pocos medianos y grandes propietarios dedicados al cul-
tivo de la papa, que además son de origen campesino y nacidos 
en la cuenca, la presencia de grandes extensiones destinadas a 
esas siembras evidencia cambios en la tenencia de la tierra y las 
relaciones de trabajo entre propietarios ausentes y trabajadores 
locales. Para las familias que administran los predios de los pa-
peros y las que cuidan los chalets, estas actividades ocurren en 
el marco de una inminente inserción urbana subordinada, como 
consecuencia de la pérdida de la agricultura de subsistencia, bien 
sea por la expansión de la papa o por las restricciones derivadas 
de la política conservacionista.
La modernizacióndel cultivo de la papa ha afectado los ecosis-
temas de páramo y aceleró la pérdida de técnicas de producción 
agroforestales y basadas en el policultivo. En los últimos diez 
años los monocultivos de relativa extensión les han conferido 
a los campesinos un nuevo estatus de ilegalidad, ya que de 
acuerdo con la norma ellos se encuentran dentro de la reserva 
forestal y algunos la habitan en calidad de invasores y depre-
dadores de la misma. Sin duda, el momento preponderante en 
la historia de marginación e ilegalidad del área rural sobrevino 
con la declaratoria de los cerros y la cuenca del río Teusacá como 
“reserva forestal”, que desconoció la territorialidad campesina. 
10. Con ese nombre se conoce al periodo com-
prendido entre la década de 1960 y 1970, cuando 
el auge de la agroquímica y la mecanización 
agraria introdujo cambios sustanciales en los 
modos de producción en numerosas zonas rurales 
del mundo. Esta transferencia tecnológica trajo 
consigo un aumento espectacular de la produc-
tividad agrícola pero a costa de la dependencia 
de la industria agroquímica.
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza464
En adelante, el límite ciudad-reserva sería rígido, y es en virtud 
de la expansión urbana y no de las formas de territorialidad rural 
que los gobiernos de la ciudad empezaron a desarrollar políticas, 
planes y programas de protección de los cerros. El fenómeno de 
suburbanización incidió también en una mayor presencia insti-
tucional del distrito a partir de la cual los gobiernos se percataron 
de la existencia de pobladores que se identificaban a sí mismos 
como campesinos.
Hoy el esquema de apropiación territorial de lo rural en los 
cerros Orientales tiene como característica la dispersión es-
pacial y la baja densidad poblacional, la mínima unidad es la 
finca campesina o minifundio con una extensión inferior a las 
20 hectáreas. Las unidades agrícolas familiares que la habitan y 
la trabajan mantienen una vida de aldea dispersa y veredal que 
se encuentra distribuida entre los 2.750 y 2.800 msnm (Ramírez, 
2005). Los núcleos de habitación y las relaciones de propiedad 
privilegian la agricultura y el pastoreo hacia las partes altas donde 
se encuentran los nacederos de agua y las quebradas que sirven 
para el riego de los cultivos y el consumo humano. Hay sin em-
bargo conciencia de la necesidad de conservar el subpáramo del 
cual depende la vida de las gentes que viven más abajo, donde 
predomina la agricultura parcelada. Entre las principales activi-
dades asociadas a la subsistencia están la ganadería, la agricultura 
de la papa y la porcicultura (Mesa et al., 2005). Con respecto a 
la agricultura, vale señalar la importancia del policultivo que 
alberga diversas especies de papa junto con otros tubérculos de 
altura como el cubio, las hibias y las chuguas. Los neorrurales que 
llegaron con la suburbanización de la década de 1990 incentivaron 
a algunas familias campesinas para que incluyeran el amaranto 
y la quinua dentro de sus cultivos. Campesinos y neorrurales 
han introducido la idea de la producción orgánica y limpia como 
sustento de su territorialidad y su identidad, y las instituciones 
distritales no han sido ajenas a estos discursos; todo lo contrario, 
las alcaldías locales de Bogotá que tienen jurisdicción en zonas 
rurales han promovido estas prácticas, al introducirlas en la 
asistencia agropecuaria que brindan a los campesinos. 
El que la población campesina se inscriba dentro del complejo 
de transiciones y gradientes entre lo rural y lo urbano supone cierta 
dificultad para establecer tipologías precisas que permitan carac-
terizar a un grupo social que no encaja del todo en las conceptua-
lizaciones estables o fijas del campesinado (Tocancipá-Falla, 2005). 
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Lo que caracteriza a los campesinos de los cerros es el discurrir 
continuo entre un contexto de pueblos y municipios de la zona 
oriental y la proximidad con la ciudad de Bogotá. Estos poblado-
res fronterizos han desarrollado ingentes estrategias para moverse 
entre dos mundos a partir de sus intensos trayectos e itinerarios, 
como respuesta a las necesidades históricas de abastecimiento 
de recursos naturales y alimentos y la también histórica fun-
cionalidad de un territorio “bisagra” que permitía la conexión 
entre Bogotá y los municipios del oriente cundinamarqués. Las 
relaciones urbano-regionales en que está inmerso el campesino 
de los cerros se caracterizan por el efecto polarizante de Bogotá 
que se refleja en un proceso de descomposición o disolución de 
la forma rural (Dama-Bachaqueros, 1998). Se trata de una dialéc-
tica de disolución-reproducción que se debate entre un proceso 
de fortalecimiento de la cultura campesina y un proceso de 
“descampesinización” (Shanin, 1980: 14). Esa descomposición del 
sistema campesino se refleja en la ruptura de la familia extensa 
como unidad básica de la organización económica y social. Sin 
la familia y los derechos de propiedad que otorga la herencia en la 
tenencia de la tierra se verá también afectado el uso agrícola como 
principal fuente de sustento, a consecuencia de la inmensa pre-
sión urbana (Shanin, 1980).
Pese a que la movilidad como referente de construcción 
territorial hace difusa la delimitación de zonas rurales y gente 
campesina, son estas prácticas las que les dan una experiencia 
cognitiva de su relación con la ciudad y la región. Las historias 
de venta de leña y carbón, los mercados al aire libre en los barrios 
populares, la presencia dominante del propietario de la finca o 
el chalet y el ejercicio policivo de los funcionarios de las insti-
tuciones ambientales, son todos referentes de la experiencia y la 
conciencia históricamente situada de estos pobladores rurales. 
Inciden por lo tanto en la subjetivación del campesino de los 
cerros Orientales que elabora su memoria y su tradición como 
una herramienta para la acción colectiva y que se materializa 
en la construcción del proyecto de ruralidad en Bogotá. Al res-
pecto, es pertinente revisar la política de ruralidad en Bogotá, 
aunque por la amplitud de la materia la dejaré apenas esbozada. 
Por el momento, lo interesante es analizar esta acción colectiva 
de la ruralidad como una lucha por el rescate del lugar de estos 
pobladores, que han pasado de ser esos habitantes invisibles e 
intersticiales para definirse como grupo social y económico en 
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza466
el haz de relaciones que plantean la encrucijada y el conflicto 
entre los regímenes de apropiación que hoy están en juego. Esta 
aseveración concuerda con la propuesta de Eric Wolf de analizar 
el campesinado en términos de relaciones estructurales y no de 
un contenido particular (Wolf, 1955, citado en Tocancipá-Falla, 
2005: 15).
La ruralidad de los cerros Orientales y en especial la de la 
gente del Teusacá es un buen caso para pensar en la cuestión de 
la identidad campesina. Esta es una identidad que siempre se 
refiere a la multiplicidad de relaciones territoriales en las que 
se mueve y que vistas a lo largo del tiempo conlleva la pregunta 
por la existencia de los campesinos de Bogotá como grupo po-
blacional. El conglomerado de juntas de acción comunal y de 
organizaciones de base ha optado por autodenominarse como 
pequeños productores. Esta categoría, que tiene su raigambre en 
el minifundio, sugiere que mientras la producción agropecuaria 
siga siendo desarrollada por unidades de tipo familiar con el 
objeto de asegurar ciclo a ciclo la reproducción de sus condicio-
nes de vida y trabajo, se podrán seguir evidenciando dinámicas 
de resistencia a la descomposición del campesinado (Machado 
y Torres, 1987). Dinámicas que no son solamente relevantes en 
las formas de uso del suelo, sino también en las narrativas que 
elabora este sector poblacional, articulado a unaheterogénea 
movilización social conformada principalmente por habitantes 
populares de los cerros, quienes interpelan con sus diferentes 
formas de ocupación la política conservacionista institucional. 
Así mismo, ponen en evidencia el poder de algunos sectores 
hegemónicos con intereses en los cerros y que emplean sus 
influencias para pasar por alto las restricciones y desarrollar 
proyectos de expansión urbana. 
ConCepCioneS territorialeS en ConFliCto
LoS HeCHoS que Detallaré en loS añoS poSterioreS a 1977 entrañan la agudización del conflicto territorial avivado por el entrecru-ce de los regímenes de construcción territorial en los cerros 
Orientales y, en particular, la cuenca del río Teusacá. En síntesis, 
un conservacionismo a ultranza que reforzó el límite sociedad-
naturaleza justo cuando la expansión urbana había llegado a su 
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punto culminante y la marginalidad campesina era evidente. La 
década de 1990 significó para el área rural fuertes tensiones con 
las administraciones distritales y con la sociedad citadina que 
empieza a penetrar en la cuenca del río Teusacá. Es un periodo 
en el que los procesos de des-ruralización y suburbanización se 
acentúan. En el primer caso, intervienen el aletargamiento de la 
producción agrícola derivada de las restricciones conservacionis-
tas, la suburbanización y la insostenibilidad de los nuevos modos 
de producción. La progresiva degradación del suelo hace cada vez 
más difícil y costosa la recuperación del mismo para procesos 
productivos, quedando así expuestos su reemplazo por usos de 
tipo urbano. Por otra parte, el mercado especulativo de la tierra 
estimula el corrimiento del borde y la expansión de la ciudad.
Por otra parte, los campesinos, percatados del bajo desarro-
llo que ha tenido la cuenca en términos de redes y estructuras, 
equipamientos e inclusión social, fortalecen sus juntas de acción 
comunal y demandan al estado la creación de una infraestructura 
de servicios de la cual han sido excluidos por encontrarse den-
tro de la reserva. Su hostilidad hacia la ciudad y los pobladores 
urbanos ha ido en aumento desde que el estado los convirtió 
en poseedores ilegales. Sólo gracias al esfuerzo organizativo y 
a la intervención de algún actor político lograron que en 1989 la 
Empresa de Energía de Bogotá les instalara los primeros postes 
para la prestación del servicio de energía eléctrica en el Verjón 
bajo (Teusacá, 1997). Este hecho tuvo efectos contradictorios: de 
una parte contribuyó a disminuir el consumo de leña y redujo la 
presión sobre el bosque, pero sentó las bases para la suburbaniza-
ción de la cuenca. Es entonces cuando la comunidad campesina 
comienza a identificar a los nuevos actores citadinos como “los 
ricos de la ciudad que vienen a desalojar al campesino” y se 
refuerza su hostilidad hacia los extraños.
Uno aquí ya no puede hacer nada. No le dejan sembrar sus labran-
zas, no le dejan construir casas pa’ los hijos y todo que porque esto 
es una reserva (…) ahora vaya mire usted las casas de los ricos que 
viven aquí. Parecen mansiones. Ellos tienen sus carros, trabajan 
en la ciudad y nadie les dice nada por vivir aquí. El campesino en 
cambio es perseguido (...) nosotros creemos que todo esto no es más 
que una jugada del gobierno y de lo ricos para quitarnos la tierra 
y quedarse con todo (…) esto está reservado, pero para otros (…) 
(entrevista con Fabio Moreno, junio de 2006).
Urbanización, conservación y ruralidad en los cerros Orientales de Bogotá
Car los Andrés Meza468
Hacia finales de la década de 1990, las condiciones de mar-
ginalidad del territorio rural habían tocado fondo. Frente a las 
restricciones y sanciones impuestas por la Corporación Autó-
noma Regional (CAR) y frente a la oferta de suelo por parte de 
loteadores, muchas familias decidieron vender y trasladarse a 
Bogotá. Los pocos campesinos que aún desarrollan actividades 
productivas en sus propias fincas hoy se han visto abocados a 
tomar las partes más altas de la cuenca en virtud de la presión 
por ocupación ejercida por los citadinos y la suburbanización. 
Este confinamiento hacia las áreas de subpáramo y nacimientos 
de quebradas ha acrecentado los problemas ambientales causados 
por actividades como el monocultivo de la papa y el pastoreo. 
Actividades como estas hoy representan un riesgo para las fuentes 
hídricas y los ecosistemas de subpáramo. 
Pero los conflictos no sólo obedecen a las tendencias de su-
burbanización frente a ruralidad. La acentuada posición general 
de subordinación de las unidades sociales campesinas dentro de 
redes más amplias de dominación económica, especialmente con 
la configuración del territorio “despensa”, generó una crisis en las 
dinámicas de ruralidad descritas. Buena parte de los campesinos 
habitantes de la cuenca hoy han desplegado una praxis extracti-
vista y utilitarista sobre el territorio. Así, la demanda de recursos 
forestales y la tecnificación agrícola terminaron por debilitar las 
prácticas sostenibles que habrían representado soluciones a los 
retos de conservación de la naturaleza sin que esto conllevara 
desconocer el valor de hábitats creados por los campesinos. Es-
tas prácticas se pueden percibir en el aumento de la conciencia 
individual sobre la colectiva y la visión instrumental sobre la 
naturaleza. Muchas veces los conflictos vecinales y familiares 
surgen de la tenencia de la tierra y del aprovechamiento de re-
cursos naturales. De ahí se deriva, en parte, la atomización del 
tejido social que promueve el liderazgo local. Incluso, la hostili-
dad manifiesta de algunos campesinos puede ser consecuencia 
del deficiente tejido social y cohesión que da más seguridad y 
capacidad de interacción a los pobladores entre ellos mismos y con 
los foráneos.
Todo lo anterior implica una paradoja que deriva del conflicto 
entre área rural, expansión urbana y reserva forestal. El desplaza-
miento de la frontera entre lo urbano y rural, que es la principal 
amenaza para la conservación del bosque, es consecuencia de 
la pérdida de valor de la tierra que a su vez es resultado de las 
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mencionadas restricciones legales conservacionistas que aletar-
garon la producción agrícola. Las contradicciones inherentes a 
la frontera han llegado a su mayor. Cuanto más rígidos son los 
procesos conservacionistas más afectaciones se evidencian en el 
bosque oriental y más resistencia local ofrecen las áreas rurales. 
Este último fenómeno comienza a darse con la valoración relativa 
del espacio rural dentro del contexto internacional del derecho 
de los pueblos al desarrollo local y al ambiente. En el distrito, la 
década de 2000 supone el fortalecimiento de una política de rura-
lidad en virtud de las características ecológicas, socioeconómicas 
y socioculturales particulares de los territorios campesinos, de su 
potencial ecoturístico y de reserva hídrica, su extensa geografía y 
su importancia regional. También adquiere valor su uso espacial, 
económico y agro-silvo-pastoril del territorio y el hecho que sus 
habitantes pertenezcan a comunidades pequeñas asociados de 
forma peculiar con su entorno natural.
Al igual que el discurso de la conservación, el de ruralidad 
plantea conflictos entre instituciones de carácter regional como 
la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca, el Depar-
tamento del Medio Ambiente y las alcaldías locales. Mientras 
unos entes ejercen funciones policivas de cierre de porquerizas 
y de multas, otros brindan el servicio de asistencia técnica agro-
pecuaria, que comenzó funcionar a finales de la década de 1990. 
En 2000 la ciudad adoptó el plan de ordenamiento territorial del 
distrito capital y formuló los lineamientos de manejo de los ce-
rros. Al año siguiente, el Ministerio del Medio Ambiente, la CAR 
y el entonces Departamento Administrativo del Medio Ambiente 
crearon una comisión

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