Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Ficciones sociales contemporáneas Fabián Sanabria Hernando Salcedo-Fidalgo Editores y coautores Grupo de Estudios de las Subjetividades y Creencias Contemporáneas – Gescco Cenwtro de Estudios Sociales – CES Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia Colección Lecturas CES Ficciones sociales contemporáneas Ficciones sociales contemporáneas ©Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales-CES ©Fabián Sanabria, Hernando Salcedo-Fidalgo (Editores y coautores) ©Varios autores ISBN: 978-958- 8063-67-6 Bogotá, Colombia, 2009 Facultad de Ciencias Humanas Fabián Sanabria Decano Centro de Estudios Sociales-CES Javier Sáenz Obregón Director Astrid Verónica Bermúdez Díaz Coordinadora editorial Lina Rojas Camargo Corrección de estilo Julián Ricardo Hernández Reyes Leonardo Cuéllar Velásquez Diseño y diagramación Patricia Fidalgo Imágenes de carátula y portadillas Intergráficas S.A Impresión Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia Ficciones sociales contemporáneas / eds. Fabián Sanabria, Hernando Salcedo-Fidalgo. – Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas, 2009 256 p. ISBN : 978-958-8063-67-6 1. Creencia y duda 2. Conducta cultural 3. Religión y cultura CDD-21 XXX / 2009 Contenido Prólogo Un saber social paradójico como reflexión de lo trivial 7 Gabriel Restrepo Manderlay, Grace and Freedom o la tentación de hacer el bien en antropología 19 Fabián Sanabria Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot 35 Rodrigo Ruiz El amor, el cuerpo y la muerte: historia y ficciones de un sanatorio 57 Hernando Salcedo-Fidalgo La masculinidad como ficción en telenovelas colombianas: diálogos entre psicoanálisis y estudios queer 75 David Díez-Gómez Competencias culturales y configuración interétnica en el Caribe 99 Hernando Salcedo-Fidalgo Deseos comunitarios y creencias estatales. Dos aspectos a los que nos enfrenta el barrio Nelson Mandela en Cartagena, Bolívar 117 Lukas Jaramillo La política en imágenes y otros simulacros contemporáneos 145 Pablo Cuartas El terrorismo como ficción o la nueva forma de conducir las guerras. De lo visible a lo invisible: claves para una relectura del conflicto colombiano 165 Jorge Bula De la ficción de la realidad a la realidad de la ficción (basado en una historia real) 193 Julián Sepúlveda Del pequeño salvaje a la masacre de Columbine. La educación en imágenes e imágenes de la educación 207 Esteban Giraldo Entre Beckett y Lacan: cesar de no escribirse... 223 Fabián Sanabria Autores 245 Prólogo Un saber social paradójico como reflexión de lo trivial Gabriel Restrepo Profesor especial del Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura, IECO Universidad Nacional de Colombia Atribuyo a mi condición de científico social, poeta y narrador el honor y el placer concedido por los editores de glosar este precioso libro que obra como bisagra de una puerta giratoria para abrir las ciencias sociales. Cuando dejamos de creer en verdades únicas, dejamos de creer en general. Porque la creencia se tomaba como realidad del mundo cuando era administrada y domesticada por imperio como natu- raleza o eternidad, en tanto que ahora es como viático que cada pasajero lleva muchas veces nulo. No es que las creencias dejen de ser amamantadas, sólo que hoy son digeridas y dirigidas por la gran ubre telemática que las cultiva, estudiando a cálculo y a compás la multitud de deseos con la ilusión de transformar la a perdida en la zeta concebida como alfabeto de alfabetos o en la vinculante @ que sirve de mampara al abismo sustancial, como indica Fabián Sanabria en un pasaje del libro. El mundo gira todavía en la dialéctica de amo y esclavo sin alcanzar el reconocimiento que predicara Hegel. Algo se avanza, si avanzar tiene sentido, cuando sucede que no es el esclavo quien imita al amo, sino el amo quien imita al nuevo esclavo y le suplica concederle el don de satisfacer sus deseos. Incluso las ideologías abandonan el barco ebrio de la modernidad y en su lugar emergen los imaginarios con su Prólogo8 textura de bricolage y su volatilidad amarrada a la fluctuación de los caprichos. Con esa caja negra, secreto a modo de sancta sanctorum, santidad de lo santo, la publicidad asume la tarea de cautivar, incluso en su sentido etimológico, como un capturar los deseos, mediante una conjunción impensada de artes, letras, tecnologías, ciencias, en un carnaval nunca visto porque no aparece ni en la calle, como el carnaval popular, ni en el recinto del Beureuth de Wagner, como lo concibió la élite, sino mediante el oficio de los llamados creativos en las invisibles agencias de publicidad. Asistimos a la organización a escala del biopoder de las envidias que constituyen a tono con la etimología un invidere, invidencia por exceso de ver. El deseo, desidere, como nostalgia de los astros según la acepción que rige desde el neolítico, roza el desastre, pérdida de los astros, a través de una mística sin Dios que nos lleva como a Quijotes por medio del extravío no se sabe si al retorno a casa, a la cordura o a la cuenta regresiva del abismo: agonía lenta por calentamiento global, muerte súbita por explosión nuclear en cadena. En una sociedad del riesgo, como la define Ulrich Beck, podemos sólo estar ciertos de lo incierto. No obstante, pareja a transformaciones que van de la letra a la imagen, nuestra conciencia empieza a comprender que las creencias son ficciones, pero que las ficciones son facticias. Las ficciones son subliminales lanzaderas de la imaginación que tejen como mundo cuántico o como neurotransmisores el universo real y el conceptuado. Por ello, se puede acuñar el neologismo de lo fa(i)ctic(i)o: ficticio y facticio a la vez. Esta ambigüedad de las creencias y ficciones, in- clasificables en el nudo borromeo de Lacan porque pertenecen a la vez al mundo imaginario, al simbólico y al real, entraña además la consecuencia de una cierta borradura de la relación decimonónica binaria entre lo veraz de la ciencia y lo verosímil del arte. Esta sutileza propia de un mundo evaporable no ocurre sólo en las ciencias sociales, en las cuales, como demostró Max Weber, quien Gabriel Restrepo 9 siguió a Kant con su disciplina de la razón, el trabajo en torno a la cura de las creencias propias del investigador es monumental para abrir paso a un saber apenas probabilístico que aún así está teñido de modo inevitable por la perspectiva del investigador. El mismo autor nos lleva de la mano para pensar con seriedad que la idea jubilar, la espera de un advenimiento redentor, que traza la rectilínea del llamado Occidente es una quimera, una ficción que no obstante ha sido más performativa que el pensar jovial de los griegos que, como el posmodernismo, finge instalarse en el don circular del presente, el eterno retorno de Zaratustra. Ocurre algo semejante en la matemática y en la ciencia porque están fundadas en axiomas o principios indemostrables. La mayor prueba de ello es el determinismo de la mathesis universalis y su apli- cación al mundo financiero que proviene de dos contemporáneos acaballados entre el siglo XVII y el XVIII: el primero, Newton, quien en su lucha íntima contra el padre sustituto empleó toda su vida en demostrar que sólo había un padre verdadero; de la cien- cia, él; de la naturaleza, el sol; de la religión, el dios arriano; de la moneda, el soberano; de la política, el rey anglicano. El segundo, Bernardo Mandeville, quien fundó en su Fábula de las abejas la expresión de una economía moral edificada en la perfecta ecuación de la hipocresía: vicios privados, virtudes públicas, la cual sirvió de fundamento a la economía política de Adam Smith como mano invisible que trueca pasiones y egoísmos de producción o consumo en bienestar común. Ambos principios se fundan en creencias, las mismas que hoy revientancon el indeterminismo y con la explosión de Wall Street: dos bombas de concentradas creencias, una externa, la de las Torres Gemelas estalladas por la fusión de fe y tecnología, otra interna, la de la codicia financiera: ambas transforman de raíz la escena contemporánea. Dos apariciones de lo sublime como aquello que excede al orgullo humano y que la publicidad borra Prólogo10 para representar lo que concibe como bello: una vida grata sin cesar, instante eterno, pasarela de la vanidad del gusto. Cabría añadir la bomba de las masacres escolares, que se retoma en dos ensayos del libro, con la potencia de la última de Finlandia, país con los mejores rendimientos en pruebas de competencias lógicas y lingüísticas, pero con ausencia de mediciones del afecto. A ello se suman las transmutaciones del concepto de virtud en la historia del mundo. Ya fue extraordinario el paso de la Virtud platónica y cristiana enlazada a Bien y Verdad, a la virtú maquia- vélica como capacidad de ejecutar, en sentido doble: poner en acto fuerza y astucia y someter a muerte. Por fortuna, ese ejecutar que fue elevado a la potencia por la España de la reconquista y la Contrarreforma dio paso a una versión diferente de lo virtuoso en los países que nutrieron cierta libertad y diferencia. Mientras que en Iberoamérica un artista solía ejecutar una partitura como el Arzobispo Virrey ejecutó a los comuneros, en alemán, francés o inglés se conjugaban los verbos spielen, jouer, play y los compositores ensayaban variaciones y divertimentos. Bernardo de Mandeville realizó otra transformación prodigiosa con su metáfora: vicios privados, virtudes públicas, a la cual segui- ría la formulación de la relatividad de todos los valores por vía de Niestzsche. Pero ni el más formidable pensador del mundo moderno imaginó la deglución por el mundo virtual de la Virtud, la virtú, lo virtuoso, el vicio virtuoso y la virtud relativa, un universo virtual que ofrece a cada cual la consolación de una second life. Con ello, hoy somos como Don Quijote, pues vivimos en un mundo ficti- cio, aunque, a diferencia de él, no como mundo revivido de modo anacrónico, sino como extemporaneidad y ausencia de lugar físico por doblaje en tiempo real. Todo lo anterior obliga a aguzar el pensamiento y a nutrirlo con las figuras gramaticales de los deícticos (nombres, tiempos, lugares Gabriel Restrepo 11 y modos) propios de los mundos ficticios de artes y letras, incluso si ello nos lleva al extremo espectral de Beckett, con agudeza descrito en el ensayo de Fabián Sanabria; indicar tanto para señalar la nada, o si se opta por otra vía: poner en escena seducciones alternativas que pasen por el distanciamiento, la reflexividad o la apuesta teatral de los clásicos cínicos en caso de nulidad de la retórica política o propia de las ciencias sociales. Si método, en su raíz methodos, es una brújula que nos señala el más allá del camino o el camino del más allá concebido en el orden de lo inmanente, entonces lo trivial no lo es tanto, si nos atenemos a la etimología de la palabra latina trivialis derivada de trívium: cruce de tres caminos. Que lo trivial no lo sea tanto se prueba en la enseñanza del trívium medieval como conjunción de gramática, lógica y retórica: todo el decir, todo lo dicho. En lo trivial no hay nada trivial. El lugar común es, como se dice del sentido común, el menos común de los lugares: lo constituye el secreto que, como indicaba Poe en La carta robada, se oculta en lo más evidente. El hombre de la multitud, como lo señala otro relato de Poe, cruza la ciudad en un laberinto, pues las tres vías aparecen en cada calle. No hay nada más aleatorio que aquello que aparece en las encrucijadas, ni nada más sorprendente. Lo supo en clave trágica Edipo, porque los enigmas de la vida y de su vida aparecieron en los trances de caminos. Allí surgen las epifanías, el kairos, el aleas, el duende, la iluminación mística o la profana, la aletheia, el paso del duende, el eureka, el extravío, el desvío o desvarío, justo en ese lugar trifurcado que marca la indecisión entre el regreso por la misma vía, la contra- vía, o la elección de dos rutas distintas. Es allí donde emergen las paradojas: que son la opinión en contra o la contracorriente. Por tanto, el desvío también es parte del método, lo mismo que la caída, por ejemplo subvertir la aspiración de movilidad ascendente. De ahí surge un guiar a través de lo secreto como mistagogía en el modelo Prólogo12 de La carta robada de Poe, desciframiento etnopoiésico del topos y del tropos, de la retórica del lugar y del lugar de la retórica. Cierta disposición mercurial en la época de los fluidos etéreos se impone para destejer la clasificación de los géneros aristotélicos y los géneros de clasificación patriarcales. Es, como se reitera en muchos de los ensayos, habitar en el no lugar que es el lugar común del tránsito: hacer del pasaje un éxtasis o trance de la perspicacia, alcanzar visión mediante la cura del invidere. Igual sucede con lo obvio, que, según la etimología, es lo que está adelante en el camino. Vale la pena tomar esta peregrinación por lo trivial y lo obvio a tono con una frase de Simmel citada en un ensayo de este libro: “[…] el poder de perseverar el alma en un camino, una vez emprendido, aún después de haber pasado los efectos del choque que la impelió por ese camino”. Esa clave psicagógica, en el sentido de Foucault, podría ser una suerte de hilo de Ariadna para conciliar hasta donde se puede la virtud, la virtú, lo virtuoso, los retruécanos de vicios que devienen virtudes y las virtudes tornadas en vicio y lo virtual. Por todo ello, la ficción, desestimada en general por la ciencia social como mentira, fábula o pasatiempo, recobra un valor extraor- dinario. Ficción viene del portugués feitiço que significa hechizo, ficción, encanto, pero también fetiche: la parte por el todo e incluso el todo por la parte. Es preciso hoy curarnos de esa bella mentira de Max Weber sobre el desencantamiento del mundo, que sigue la ilusión ilustrada de un mundo que puede desterrar la magia, pues el mundo está permanentemente encantado por nuevas formas de hechizos. No hay que olvidar que el imperio más racional de la antigüedad, el latino que entronizó la ley y la tecnología a gran escala, se fundaba en la adicción al logos (el mismo que Beckett lleva al absurdo de un decir que no indica en el fondo más que la Nada y el ensayo imposible de suturarla con la escritura, como lo Gabriel Restrepo 13 señala Fabián Sanabria en su lúcido ensayo), pero a la vez era una palabrería que en última instancia reposaba en el vaticinio de los agoreros, como indica Michel Serres en Los cinco sentidos. Abro y recorro el libro Ficciones sociales contemporáneas como el Libro de la arena: puntos, líneas, planos, volúmenes que desmienten lo rectilíneo, entrecruzamientos pródigos desde la visión del antropó- logo como aquel que, según el dicho nariñense, debería decir: “ando viniendo”, expresión quizás propia de la cultura aymará donde el camino de ida y de vuelta se revuelven, lo ausente se representa, el pasado es el futuro: lección para una antropología, como lo indica Fabián Sanabria cuando apunta a reconocer el vaivén del etnógrafo, que incluso ha de ir más allá de la autoetnografía porque implica un mentís a la magnífica ficción de Borges, El etnógrafo: siempre entre el otro y yo habrá esa distancia insalvable que Michel de Certeau y todos los místicos reconocen como inevitable en la teología negativa, una que ahora se aplica a cualquiera en tanto el otro es irreductible y esa alteridad radical forma parte del oxímoron del enigma humano: iguales y diferentes. Comenzando porque, como indicaba Hamlet: “pretender conocer a otro es pretender conocerse a sí mismo” y al contrario de lo que indicaba Sartre es mejor decir: “el infierno soy yo”, no los otros, como principio de alguna sabiduría. Las clarividencias del libroson innumerables y provienen de una mirada diferente del lugar común. Cuando un grupo de intelectuales mexicanos regresó de Francia en la posguerra se preguntaron qué podía significar la filosofía en su país y cuál sería su escena. El grupo Hype- rion descubrió que la calle era el mejor observatorio. Es cierto que su mirada siguió siendo altiva, como se muestra en el formidable libro de Jorge Portilla, Fenomenología del relajo, pero esa filosofía en clave más humilde derivó en la prodigiosa perspicacia de Monsivais. Todo ello apunta a señalar el lugar excéntrico de una nueva enun- ciación, como aparece en el libro en clave de lo fa(i)ctic(i)o: el tarot, Prólogo14 el melodrama, el barrio, las violencias, los hospitales, Maicao o el Caribe, la ciudad, el traslado higiénico de un centro de altos estudios a la periferia parisina, un poema, un gato, un ir viniendo. Sobresalen en todo ello las dos condiciones de nuestro devenir como pueblos mundos que quizás en su defecto nos habiliten para comprender el mundo virtual: somos radicalmente descentrados y desplazados. Hemos llegado a parecernos al mundo contemporáneo. Somos donde no estamos y no estamos donde somos. Podemos decir con Hegel que “el ser es lo que no es y no es lo que es”. Ratificamos nuestro éxodo y exilio permanente expresado en forma bella por un gran meteco como Edgar Morin en Mis demonios: “pertenecía a aquello que no pertenecía y no pertenecía a aquello que pertene- cía”. Vivimos en destierros, éxodos, exilios, mudanzas de tiempos, lugares y sentidos. Nuestro horizonte como pueblos radica en ficciones necesarias de reconstrucción, desde la ciudad letrada con su mando a distan- cia y con su “locura del ver”, hasta el más ficticio de los modelos económicos, el de Lauchlin Currie; caso éste que prueba cómo las ficciones económicas entrañan consecuencias nefastas: forzar la migración hacia la ciudad, impulsar la construcción de vivienda aupada por crecimiento del sector financiero, nuestro pequeño Wall Street, confiando que la demanda urbana transforme al campo en empresas productivas. Sueños, quimeras, fetiches del pensar que no toman en cuenta el juego, el azar, el poder, la codicia, la pasión, el prestigio concedido a ser terrateniente, la simbología del caballo y de la mula, todo aquello que con más perspicacia que la ciencia social comprendieron Eugenio Díaz, Carrasquilla, Rivera y los poetas y pintores. Por ello, los habitantes del barrio Mandela de Cartagena aprenden que “la tierra en Colombia se toma por la fuerza”: son “fuerzas en las orillas”, costuras rotas como ha sido desde la con- quista. Sentarse, asentarse, fijar plaza, aplazar, reemplazar, desplazar: Gabriel Restrepo 15 residencias y estancias precarias, fijadas en el aire, provisionales, permanente disidencia como muda forzada del espacio, del tiempo, de una memoria compulsada al olvido, mojones corredizos, hitos frágiles. Ficciones del Estado y ficciones del común que carecen de intertextualidad y transcurren como paralelas. Colombia, como todos los países de América Latina, pero en el nuestro en mayor medida, es habitada por fantasmas, quizás la forma más pura que asume la ficción como una presente ausencia. Por ello, es crucial invitar a la casa del pensamiento, que es la universidad, en un acto de comensalidad (cum mensa) y de compañerismo (cum pannis) a nuestros grandes ausentes de toda retórica: esos huéspedes incómodos (gast en alemán) que son nuestros propios fantasmas (ghost en inglés), de modo que pudiéramos transformar su veneno (gift en alemán) en regalo (gift en inglés): operación ficticia y fáctica, conjuro para hallar nuestras verdades, como ensayó el inigualable Rulfo y como se realiza en este libro de Ficciones sociales contemporá- neas, en el cual lo fantástico se resuelve en conciencia, la perplejidad en complejidad pensada. Bogotá, 14 de octubre de 2008 Manderlay, Grace and freedom o la tentación de hacer el bien en antropología Fabián Sanabria Manderlay, Grace and Freedom o la tentación de hacer el bien en antropología Fabián Sanabria La última película del director danés Lars von Trier1 es un excelente pre-texto para la reflexión antropológica actual. En ella hay un conjunto de esclavos en una plantación algodonera, la familia propietaria de dicha plantación, un grupo de gansgters que casualmente pasa por el lugar... Y por supuesto Grace. El filme sirve como metáfora para plantear cuatro preguntas fundamentales al antropólogo: ¿No sigue representando su quehacer, en numerosos contextos, el sustituto caritativo del misionero? ¿Es posible seguir enmascarando la verdad del don, cuando la ilusión de suspender el tiempo a través de la historia ha volado en mil pedazos? ¿Explicitando la “docta ignorancia” de los otros, el conocimiento antropológico no resulta completamente inútil? ¿Cómo renunciar a la “tentación de hacer el bien” cuando el antropólogo se proclama “voz de los que no tienen voz”? Esas preguntas constituyen el espectro del artículo. ¿Ha dicho usted popular? Pierre Bourdieu Aproximarse a la ficción es una excelente oportunidad para reflexionar acerca del quehacer científico. Porque 1 Von Trier, L. (2005). Manderlay. Duración: 139 min. Manderlay, grace and freedoM o la tentación de hacer el bien en antropología20 quizá este oficio no está tan lejos de ser un producto de la imagi- nación que se construye a partir de sus propias reglas y tradiciones, así como de los dispositivos que validan su creer. La espléndida obra Manderlay, del director danés Lars von Trier, es en ese sen- tido un buen pretexto para este ejercicio. Manderlay es el campo, la plantación algodonera, el terreno, este espacio. Grace puede ser cualquiera de nosotros. Y la tentación de “hacer el bien” podría llamarse Freedom: el don supuestamente gratuito. Una libertad que puede ser bastante demagógica, pues al mismo tiempo puede estar escondiendo demasiados temores. Una subjetividad no tan situada, no tan objetivada. En realidad, lo que el creador de esta ficción nos presenta en la segunda entrega de su serie Estados Unidos: tierra de oportunidades, proyecta la manera en que un extranjero ha pensado un país en el cual nunca ha puesto los pies, pero del que está muy informado. Un magnífico ejemplo para reflexionar sobre tentaciones en las cuales puede caer el científico social, y particularmente el antropólogo, al no objetivar las condiciones que le permiten dar cuenta de los modos de sentir, pensar y actuar de los otros. Más que de una confesión se trata de un reconocimiento. Usted estudia indígenas: ¿qué tienen que ver ellos con usted? Usted estudia campesinos, afro-descendientes, homosexuales, prostitutas: ¿qué tan cercano o lejano está usted de estos sujetos? ¿Usted es afro-descen- diente?, ¿usted es racista?; ¿usted es homosexual, puesto que estudia homosexuales?, ¿usted estudia la prostitución porque frecuenta “trabajadores sexuales”? ¿Qué interés tiene usted en presentar una suerte de visión reivindicativa del otro? Surge nuevamente la gran pregunta antropológica: ¿esa ciencia de los otros puede seguir siendo ciencia de los otros, cuando los otros están dentro de nos–otros? Apelando a una pretensión más amplia, ese otro, parafraseando a Sartre, podría preguntarle al antropólogo: “¿ha dicho usted ge- Fabián Sanabria 21 nerosidad? Ésta, como la avaricia y el racismo, no es más que un bálsamo segregado que sirve para sanar nuestras llagas interiores y que termina por envenenarnos”. El campo antropológico, y la su- puesta posibilidad de hablar del otro sin objetivación, tendría que ver con ese célebre pensamiento de Pascal: “el mundo me contiene como un círculo contiene a un punto, pero yo con mi pensamiento puedo contener al mundo”. Contener con el pensamiento al mundo sería justamente eso: determinar qué es lo que me motiva, social o culturalmente hablando, para hablar de un otro. Y por qué estas preguntas siempre nos avasallan. Enprimer lugar, porque los otros no están tan lejos, están muy cerca. Y en segundo lugar, porque la célebre fórmula de Rimbaud de ser absolutamente moderno, hoy se proclamaría a contrario: el otro soy yo. Una pregunta inicial para el conflicto armado en Colombia que, a veces se presenta de una manera muy estereotipada en términos de que los guerrilleros parecieran ser extranjeros y los paramilitares foráneos y los narcotraficantes seres extraños, es si... ¿acaso ellos no son made in Colombia?, ¿acaso ellos no forman parte de nos–otros?, ¿acaso no son producto interno –tal vez bruto–, pero producto interno colombiano? ¿Dónde está el “faraco”, el “paraco”, el “traqueto” que llevamos dentro? Y aquí hay una necesidad fundamental que riñe probablemente con muchísimas militancias de la Antropología, par- ticularmente la difundida por el antropólogo norteamericano Marvin Harris: el relativismo cultural. No basta con suscribir la pluralidad o la diversidad de culturas, declararnos amantes del pluralismo, abanderados de la diversidad, hacernos militantes de la tolerancia. Porque la palabra tolerancia a veces indica “soportar” en el lenguaje común al otro. ¿No deberíamos hablar más bien de respeto, aunque no compartamos ciertos modos de sentir, pensar y actuar de otros? Pero si no compartimos esas maneras de ser de otros, ¿no es porque en alguna medida nos interpelan? Habría entonces que relativizar el Manderlay, grace and freedoM o la tentación de hacer el bien en antropología22 relativismo cultural para ser en realidad consecuentes con este prin- cipio. Y finalmente no todo vale, o dicho de otra manera, habría que “sociologizar” un poco la antropología para no caer en la ingenuidad de cantar: “we are the world, we are the children”, llamándonos eco- logistas que ignoran cómo los primeros asépticos preocupados por limpiar e higienizar el medio ambiente fueron los nazis. En ese relativizar el relativismo cultural, se explicita que el mundo con sus jerarquías sociales, que no se dejan relativizar tan fácilmen- te, no es relativista. Grace es supremamente ingenua. Es una niña rica, hija de un gánster que sabe corregir a sus empleados según las reglas de su mundo. Pero ella quiere experimentar y cuando llega a Manderlay, se sorprende de ver que están azotando a un esclavo. Ella quiere quedarse ahí a hacer su “trabajo de campo”, así que pelea con su padre y él le concede esa oportunidad. Grace quiere transformar, como quien vive en un rascacielos y desea que aquellos que viven en un barrio marginal se comporten como se debe comportar una persona de “estrato superior”. Ella empieza a cambiar paulatinamente todas las costumbres de los habitantes de Manderlay: cambia las normas, los hábitos, los estilos de vida… Le da voz a los que no tienen voz. La mueve el deseo de “redimir” de “salvar”... Empieza a ordenar y descubre que el orden social es complejo. En consecuencia implementa, inclusive con ella misma, una suerte de ascetismo franciscano. Y allí está Grace, con su piel blanca en medio de los negros, es- tableciendo nuevas reglas, pues le parece aterrador el orden que los esclaviza. La libertad en América se proclamó hace mucho tiempo y ella inicia esa transformación fantástica, aunque le pasan cosas similares a las que ocurrieron con la escisión del clítoris en niñas africanas en Francia, o al debate sobre portar el velo islámico en la escuela pública francesa, o lo que –ya en nuestras latitudes– ocurre si se condena a la madre de una comunidad indígena que teniendo Fabián Sanabria 23 a dos gemelos abandona a uno de sus hijos a orillas del río, o lo que acontece si se le da látigo al indígena que comete una falta porque las reglas internas de su comunidad indican castigarlo antes que someterlo a la “justicia ordinaria”. Carácter problemático de toda cultura: todas las culturas poseen, generan, señalan órdenes que tienen que ver con comportamientos permitidos, prohibidos u obligatorios. Todas reglamentan, hablan de lo normal y de lo anormal. Esa diferencia entre culturas exige una puesta en perspectiva de fines y medios, y es tal vez lo que más le cuesta aceptar a Grace, es decir, al antropólogo... Porque él tam- bién tiene sus normas, tabúes y temores. Porque un antropólogo –como Grace– podría sentirse motivado a estudiar a un otro por repugnancia, quizá por racismo. Ahora bien, si algún día un investigador de grupos afrodescen- dientes dijera “yo estudio a los negros porque soy racista”, ¿sería admisible entre los protocolos de validación de nuestro oficio creer esa “confesión”? Sólo el conocimiento etnológico es posible a par- tir del reconocimiento social. Esa es una vieja fórmula, platónica inclusive: “conocer es recordar”. Pero, ¿qué se re–conoce? Se reco- nocen algunos signos. Y qué pasa cuando éstos son ambivalentes y ambiguos, como ocurre en el mundo contemporáneo, cuando no se sabe exactamente si una persona es andrógina, metrosexual, bisexual, homosexual, heterosexual… ¿Hay realmente víctimas y victimarios?... ¿Dónde queda la ética cuando la relativizamos completamente? Pero en ese primer ejercicio, ¿quién es quién?, ¿quién perdona a quién?: ¿sólo puede haber perdón en Colombia con una cierta impunidad?, ¿hasta dónde llega esa impunidad? ¿Los encubrimientos de las faltas sociales entre grupos de amigos son un indicativo de moral o de ética? ¿Qué es la moral y qué es la ética? He ahí una diferencia fundamental para nuestro trabajo y nues- tro quehacer antropológico. La moral, que viene del latín mores, Manderlay, grace and freedoM o la tentación de hacer el bien en antropología24 es decir, la costumbre, no es igual aquí que en la Patagonia o entre los barazana del Vaupés, o entre los esquimales. El uso es distinto, la moral es distinta. Y la ética ¿en qué consiste? ¿En qué consiste el ethos? Emmanuel Levinas –probablemente uno de los filósofos más hermosos de todos los tiempos– señalaba que sólo podía haber ética con rostro, pues si no se da la cara no hay ética. Pero el rostro es siempre cultural y la cultura es un juego de máscaras. Entonces, ¿qué clase de rostros damos? Normalmente mostramos una máscara. En general, las culturas no están hechas para dialogar, porque no hablan las mismas lenguas, y si lo hacen es mediante metáforas. “El lenguaje es fuente de malos entendidos”, le dice el Principito a Saint–Exúpery cuando en medio del desierto trataba de reparar su avión… Esa es la mejor conclusión a la que él llega. Hay cosas intraducibles, pues toda traducción es en cierta medida una trai- ción. ¿Pero qué ocurre sin la posibilidad de traducir? Si la literatura no pudiera traducirse, entonces los que no hablamos japonés no podríamos acceder al Elogio de la sombra, de Yonishuro Tanizaki. Los hombres expresamos lo que somos en la práctica y esa práctica siempre es parcial. Como el antropólogo, Grace trata de sumergirse en la práctica. Ella quiere entender la cultura de plantación, saber cómo se siembra, cómo se cosecha, cómo se reparte la comida, cómo se come, a qué hora y cómo se duerme, cómo es una nueva jornada. El cineasta danés Lars von Trier nos presenta en Mander- lay –de la misma manera que en Dogville– esos ejercicios de abrir y cerrar la puerta, y de recrear en un teatro –dónde el otro no está tan oculto– la historia que se podría resumir con el aria del Salmo 116, de Antonio Vivaldi, en la que se repite: “Dios consiente a las criaturas más débiles e indefensas”. Pero si la práctica es engañosa no puede expresarse completamente: puede tomar una cosa por otra, puede equivocarse, es más, la práctica vale y juega con el equívoco permanente de decir de otro modo el mundo que habitamos. Fabián Sanabria 25 En ese horizonte, la identidad, concepto que tanto ha preocupa- do a los antropólogos, ya no es un rompecabezas, y quizá nunca lo haya sido. No es un objeto para armar –como señala el sociólogo polaco Zygmunt Bauman a Benedetto Vecchi–, que se compre en una tienda y deantemano se sepa exactamente cuál es el diseño que se debe construir. Tal vez tampoco tenga finalidad. La identidad se inventa, se construye paulatinamente y, nosotros, antropólogos, a veces le queremos dar identidad al otro. Ante la necesidad de re- ajustar el sentido práctico al interactuar con otros sobre lo normal y lo anormal, Grace quiere que sus negros sean “libres”. Una vez más lo permitido, lo prohibido y lo obligatorio. Quizá un bello ejercicio para un antropólogo sería tratar de responder ¿en qué medida podemos ampliar el campo de lo moral y restringir el es- pacio de lo normativo? Porque no hay inmunidad cultural y todas las sociedades reconocen diversos estatus de trasgresión y distintas maneras de juicio. Por ejemplo, en la mayoría de culturas hay una terrible ambigüedad hacia los extranjeros que puede conducir al racismo. Éste no es solamente un rechazo, es, más bien, la hostilidad absoluta. Es todo lo contrario a la hospitalidad. Usted que milita con negros: ¿ha dormido o comido con ellos, le han gustado, no le repugna su olor? ¿Se ha hecho estas confesiones? ¿Ustedes que son “militantes de la tolerancia y abanderados de la diversidad”, soportan a la lustrabotas que recitaba poemas en el Instituto Colombiano de Antropología? Hay también otras formas de desviación. Las culturas, en su in- mensa mayoría, tienen modelos de inconducta y rituales de inversión que sirven para reafirmar el orden establecido: los carnavales y fiestas donde el príncipe se disfraza de mendigo, el diablo es dios –aunque invertir sea pervertir y en buena medida sea reconocer el arbitrario inicial– son dispositivos que cíclicamente se usan para sostener el statu quo. De modo que se requiere re–pensar las normas sociales Manderlay, grace and freedoM o la tentación de hacer el bien en antropología26 para que una recomposición del poder sea plausible. Grace trata de ver el orden que construyó la dueña de la plantación algodonera por medio de un manual, un cuaderno escondido en su lecho de muerte, en el que estaba escrito puntualmente lo que debía hacer cada empleado. Empleado no porque devengara un salario, sino porque se consideraba “de la casa”. Y hay una caracterización espe- cífica para cada uno de ellos, aunque eso le parezca abominable a Grace. Ella quiere inmediatamente descomponer el orden dispuesto y rearmar otro más “democrático”. No obstante, comienza a tener dificultades. Ella trata de alargar lo moral y restringir lo normativo, pero se da cuenta que debe establecer normas. Esas normas se van a multiplicar poco a poco, geométricamente, y Grace se volverá más radical que la difunta propietaria de la plantación, cuyas reglas su- puestamente había escrito. Al final, se sabe que no fue la propietaria quien escribió las reglas, sino el más anciano de los empleados. Ante la ficción, frente a la dificultad de estudiar al otro, de dar cuenta de él, de reconocer a quien siempre se nos escapa porque de lo contrario no sería otro, es necesaria una conciencia de ir y venir y, en esa conciencia, los antropólogos –querámoslo o no– también somos turistas. Algunos cinéfilos dirán que la diferencia entre el turista y el viajero es la misma que plantea el director Bernardo Bertolucci en la película The Sheltering Sky, traducida como El cielo protector, en la cual la voz de Paul Bowles le pregunta a la protagonista: “Are you lost?” (“¿está perdida?”). Efectivamente, ella estaba perdida junto con su compañero, pero otro de los “viajeros”, a diferencia de éstos, tiene tiquete de regreso. Así queda establecida en la película de Ber- tolucci la diferencia entre el viajero y el turista: el primero no tiene tiquete de vuelta, el segundo sí. Nosotros, antropólogos, ¿acaso no volvemos siempre a la antropología? “Sin embargo, nuestro cono- cimiento es de otra naturaleza”, argumentarán algunos, “nosotros hacemos diario de campo, entrevistas en profundidad, encuestas, Fabián Sanabria 27 fotografiamos, filmamos, grabamos, tomamos siempre distancia. Y no siempre regresamos”. No obstante, ese ir y venir consiste en dar la vuelta, hacer un tour, y de allí procede justamente la palabra “turismo”. Aunque los antropólogos nos sintamos viajeros, y no cualquier clase de turistas, si alguien concede que hay turismo en la antropo- logía no aceptará que su categoría sea similar a la de quien compra un “paquete turístico”. Cuando los antropólogos hacemos trabajo de campo y vamos al resguardo, al palenque, al corregimiento, a la finca, a la procesión de Semana Santa en Popayán o en Mompóx, volvemos, quizá no iguales, quizá con una carpeta de cosas, de docu- mentos, procesando datos… cuando entrevistamos a un indigente, a alguien que sufre, y luego publicamos un libro, que puede tener por título La miseria del mundo, y efectivamente venderse muy bien, en una edición de lujo, podemos lucrarnos a costa de los po- bres y de los desvalidos, no siendo ya salvadores, sino presentando otro rostro: un nuevo rostro de la caridad. Nos enfrentamos una vez más con algo que afecta directamente nuestro quehacer: esto y aquello o ni esto ni aquello... lo uno y lo otro y ni lo uno ni lo otro... nuevas ambivalencias y ambigüedades: los actuales dominios de la ficción. La utilidad de la antropología no es adquirida, sino problemática, siempre problemática. Si algo tiene esta disciplina, más que ciencia, es que es una aventura. Aquí nos encontramos con el célebre texto de uno de los padres fundadores de nuestras disciplinas, Georg Si- mmel, su ensayo Sobre la aventura. Empresa que no debe temer ser una coquetería, es decir, promesa que no necesariamente se cumple. ¿Cuánta coquetería científica hemos hecho como antropólogos a nuestros informantes, a nuestros desplazados? (¿son realmente “nues- tros”?), ¿hasta dónde tenemos que seguir enunciando promesas que no cumplimos? Algunos se quedan allá, quizá Carlos Castaneda es Manderlay, grace and freedoM o la tentación de hacer el bien en antropología28 más antropólogo que nosotros, gran paradoja, sin publicar libros caritativos o, tal vez, difundiéndolos de otra manera. Reaparece un problema epistemológico bastante fuerte en términos de producción del conocimiento, similar a la pregunta que formulara a un periodista el desaparecido jefe paramilitar colombiano Carlos Castaño: “¿para qué sirven los intelectuales?”, a lo que habría que responder: “tal vez para nada”. La disciplina antropológica no puede reducirse a colaboracionismos aplicados, a neocomunitarismos salvíficos ni a nuevos rostros de la caridad. Quizá sea necesario reivindicar la inutilidad del conocimiento del otro que produce la antropología, proclamando que éste no tiene fin por fuera de sí. Surge entonces otra gran pregunta, ¿una suerte de arte por el arte etnológico? Reivindicación del “porque sí”. Riesgo de conocer y reconocer las constantes y variables de las relaciones singulares y colectivas entre los hombres que implica darse cuenta que los otros tienen una maestría, un sentido práctico, un mundo para reconocerse en él y atribuirle sentidos, incluso una voluntad de totalización: dioses, cosmogonías, espíritus, demonios, tierras pro- metidas como las del pueblo de Israel o la invención de La ciudad de Dios de san Agustín. Los otros, hombres y mujeres, tienen también sistemas clasificatorios, jerarquías, niveles de conocimiento, modos de ver y de vivir el mundo, visiones de los hechos, de sí mismos y de nosotros los antropólogos. ¿Alguna vez hemos escuchado lo que esos otros han dicho de lo que hacemos? Porque lo que menos soportamos es el reflejo del otro para ver nuestra propia imagen. Entre universos de reconocimiento no hay más que negaciones de ese otro conocimiento, juegos que engloban al otro como lo señalado por Emmanuel Levinas: han existido tres maneras de relacionarse con el otro –y la antropología no escapa a ellas–: al otro se le mata –con la empresa colonial o callándolo, no dándole la cara–, o se le vomita, se le expulsa–he ahí el ostracismo–, o nos adueñamos de Fabián Sanabria 29 él –yo hablo en nombre del otro, publico en nombre del otro de la misma manera que hablo de mis colegas y amigos, de mis panelistas, de mi simposio... Empero, habría que dejar en puntos suspensivos –al igual que Levinas en Difficile liberté– algo que coincide con lo que señala en su último artículo Clara Nieto–Ponce de León: “ustedes han hecho lo mismo que los nazis con los palestinos”. Difícil libertad que muestra ese suspenso en el que tal vez no se le permite al otro que sea absolutamente otro. ¿Puedo dar cuenta de cómo el otro se me escapa y elaborar un conocimiento etnológico de eso que creo que el otro dejó en mí –me–dejó–a–mí– en el que no lo puedo aprehender? Conversiones y reconversiones de sentido, el tono del acento propio o ajeno, los tics que se nos pegan del otro… ¿Tene- mos acaso conciencia de cómo el otro nos transforma, de cómo no nos podemos desembarazar tan fácilmente de él si ha sido otro para nosotros? Ni siquiera aniquilándolo, pues ¿cómo desembarazarnos del cadáver del otro, si aún desembarazándonos de él, el otro nos persigue entre sueños y en pesadillas nos atormenta? “El infierno es el otro”, decía Sartre, el mismo que ironizaba acerca de la gene- rosidad. Infierno que puede ser cálido, lugar de relatos, espacio del decir o del mal–decir, pero también tierra de nadie. ¿Una antropología colombiana? Saber crítico sobre el saber prác- tico en Colombia, lo más y lo menos de algo que ha diagnosticado Antanas Mockus, con su equipo de investigadores asociados a Jon Elster, de ese divorcio entre lo que se debe hacer, lo que se dice que se hace, y lo que en realidad se practica: “ley, moral y cultura” en Colombia, pero reconociendo lo positivo y lo negativo de la relación entre éstas, justa observación de un par de colegas a propósito de no sólo considerar “el desorden colombiano”, sino también los inéditos lazos de solidaridad que inéditamente surgen. Tablas que permiten atravesar de lado a lado, con toda la precariedad pre–moderna, los Manderlay, grace and freedoM o la tentación de hacer el bien en antropología30 arroyos que por subdesarrollo se forman en las calles de Bogotá o Barranquilla. Al mismo tiempo, esa contradicción cultural de no ser tan legales y de ser más tramoyeros que tramoyistas indica una situación que difícilmente aceptaría nuestro gobierno. ¿Qué es ser tramoyero, para ilustrar esa relación que últimamente he tratado de bosquejar gracias a un afecto muy personal? El tramo- yero es alguien que desmedidamente entusiasma, tiene una cierta destreza técnica, incluso moviliza sin contar con las condiciones suficientes para armar un buen escenario que posibilite la realización de una ficción creíble. En el mundo contemporáneo hay muchos tramoyeros. Por ejemplo, alguien que está chateando con diez per- sonas a la vez y le hace creer a uno de sus corresponsales que es el único, puede ser un tramoyero (habría que establecer protocolos mínimos de reciprocidad en el ciberespacio: que haya acuso de re- cibo de cada mensaje y si esto no se da, o si se presenta una demora excesiva con el tiempo de respuesta y se percibe la imposibilidad de reconocer al otro, de “darle la cara”, esto sería signo de una relación líquida que muy pronto puede evaporarse). El tramoyista, en cambio, es el que construye buenos telones, produce ficciones bien fundadas. No obstante, en medio de nuestros tramoyerismos, tendríamos que pensar cuáles son buenas, coherentes y consistentes tramoyas de solidaridad y cuáles definitivamente nos hacen inviables. Por último, es imperativo aceptar la necesidad de un cierto “turis- mo etnológico”, es decir, de dar la vuelta. Un cierto tipo de ficción antropológica se fundamenta en identificar nuestra creencia y la validación de ésta como antropólogos, más aún, reconocer cierta dimensión ficcional de nuestro oficio. Tal vez haya que admitir, mediante la ficción, que el exotismo ha muerto. Quizá un deber fundamental, para no caer en la tentación de Grace, sea preguntar- nos que si vivimos tan preocupados por nuestras lógicas prácticas y Fabián Sanabria 31 “dinámicas auténticas” y si estamos tan empeñados en sacar adelante nuestra antropología colombiana y latinoamericana… ¿la muerte de lo exótico no nos obliga a replantear la percepción del otro hoy? En ese sentido, vale la pena evocar una anécdota importante en términos de ficción. Cuando el Papa Pablo VI reanudó el concilio ecuménico inaugurado por Juan XXIII, el Vaticano consultó a nu- merosos teólogos franceses olvidando deliberadamente al célebre historiador Michel de Certeau –quien había escrito a la época un libro fascinante llamado Le christianisme eclaté (“El cristianismo en estallido”), en el que se anunciaba una inminente erosión de la autoridad eclesiástica–. Posteriormente, el Papa debió sostener una entrevista con ese autor, quien le recomendaría, para continuar el aggiornamento de la Iglesia, que quizá ésta debería “renunciar a la tentación de hacer el bien”. En cuanto a nosotros, antropólogos, tal vez debamos renunciar a la tentación de creer que el otro es exótico, de pretender salvarlo o hablar por él, de asumir la voz de los que no tienen voz... Porque corremos el riesgo de parecernos a Grace. Puede acontecernos lo que a ella le ocurrió: constatar dolorosamente que las reglas de la plantación algodonera (el campo) las escribió el más anciano de todos (el otro absolutamente otro), quien había prescrito cada una de las normas para mantener el orden de los empleados, burlándose de esta forma el cineasta danés Lars von Trier de ese nuevo rostro de la caridad. Imagen encarnada por Grace (el antropólogo ingenuo), incapaz de objetivarse tras impostar un rol salvífico y liberal. Dicho papel adoptarían los científicos sociales que inconscientemente caen en la tentación de hacer el bien, pretendiendo producir un conocimiento que en apariencia alcanza al otro, cuya paradoja bien podría ser ilustrada por uno de los mayores autores de poesía en lengua castellana: “cuanto más quererlo quise, nunca lo pude alcanzar. Cuando ya no lo quería, téngolo todo sin querer”. Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot Rodrigo Ruiz Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot Rodrigo Ruiz El presente escrito está basado en la inves- tigación: “Echar las cartas”: Antropología y sociología a propósito de un libro descuadernado. Se trata de una aproximación a la práctica social de “leer el tarot”, planteada como “ficción”, que busca dar sentido a los numerosos intercambios que suelen realizarse entre quien lee el tarot y quien lo consulta. A la luz de una antropología de la ficción contemporánea, es interesante observar cómo en el tango que interpreta Rolando La Serie, titulado “Las cuarenta”1, el protagonista de la canción acude constantemente a metáforas que provienen del juego de cartas y las aplica a situaciones propias de la vida cotidiana. Este tango es quizás uno de los más recordados y difundidos por nuestro sentido común, y en él se tocan tópicos culturales clave en el desempeño social de los sujetos. Las cuarenta Con el pucho de la vida apretado entre los labios, la mirada turbia y fría, un poco lento al andar, dobló la esquina del barrio 1 Música: Roberto Grela. Letra: Francisco Gorrindo. Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot36 curda ya de recuerdos, como volcando un veneno, esto se le oyó acusar: Vieja calle de mi barrio donde he dado el primer paso, vuelvo a vos, gastado el mazo en inútil barajar. Con una llaga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos, que se rompió en un abrazo que me diera la verdad. Aprendí todo lo bueno, aprendí todo lo malo, sé del beso que se compra, sé del beso que se da. Del amigo que es amigo, siempre y cuando le convenga, y sé que con mucha plata uno vale mucho más. Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran y si la murgase ríe ¡Ja! uno se debe reír; no pensar ni equivocado, para qué, si igual se vive... Y, además, corres el riesgo que te bauticen gil. Rodrigo Ruiz 37 La vez que quise ser bueno en la cara se me rieron, cuando grité una injusticia, la fuerza me hizo callar. La experiencia fue mi amante, el desengaño mi amigo... Toda carta tiene contra y toda contra se da. Hoy no creo ni en mí mismo, todo es truco, todo es falso, y aquel, el que está más alto es igual a los demás... Por eso no ha de extrañarte si alguna noche borracho, me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar. Por otra parte, en su artículo “Mito, matemática y poesía”, el antropólogo colombiano Guillermo Páramo (2001) utiliza varios extractos de escritos literarios, poesías y canciones populares para presentar el mito como un modelo con características similares a los formulados por la matemática y la lógica. Este propósito jus- tifica la pertinencia del estudio del mito desarrollado por Páramo en relación con el tema de este texto, el cual radica en que su tesis ha sido aplicada a los dibujos de algunas cartas del tarot como La Torre, El Eremita, La Muerte y El Loco. Así, nuestro objetivo es presentar algunas de las hipótesis que surgieron del trabajo de campo adelantado en diversos escenarios Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot38 de la consulta del tarot en Bogotá, y así mismo examinar la eficacia cultural del ejercicio mántico a partir de la tesis sobre el mito pro- puesta por Páramo. En una mezcla de lo descriptivo y lo novelesco, este escrito y sus referencias a un arsenal conceptual esporádico esbozarán los trazos de una investigación “difusa” a propósito de un objeto “ambiguo”. De acuerdo con Páramo (2001: 56), Los fragmentos de un poema, un drama o de un relato mítico pueden ser modelos de situaciones abstractas; “modelos”, en el mismo sentido en que la mención del camino más corto entre dos puntos ofrece un modelo de línea recta; en que un dibujo de triángulo sobre un tablero es un modelo del triángulo perfecto de la geometría, y en que ciertas jugadas de un dado son un modelo de un sistema contra–fáctico o de una situación probabilista, los cuales, a su vez, son expresables mediante matrices o grafos. Así las cosas, apartes de la canción anteriormente citada ofrecen modelos de situaciones cotidianas metafóricamente transmitidas por el sentido común. Pues el enunciado “vuelvo a vos, gastado el mazo/en inútil barajar...” hace explícita la relación entre los tópicos culturales enfrentados día y noche por los sujetos y las cartas que componen una baraja; como si el mazo albergara las posibilidades del actuar social en cuestiones tales como el amor y la amistad. En ese sentido, es fácil observar la recurrencia de muchos ciudadanos a esta ficción que, haciendo olvidar su característica de “juego”, es tomada como clave de interpretación de los hechos sociales. Por supuesto, los enunciados que tejen el drama del personaje que canta corresponderían implícitamente a una carta en particular –capaz de condensar las situaciones que se le presentan frecuentemente– sólo que aquí dicha metáfora aplicada a la canción propondría en su to- Rodrigo Ruiz 39 talidad un ejemplo extensivo a la consulta del tarot. Efectivamente, si a cada carta corresponde un tópico cultural, y a cada enunciado una carta, la canción resulta ser la descripción de lo que sería posible narrar si se consultan las cartas. En el juego de la vida2 En el juego de la vida juega el grande y juega el chico juega el blanco y juega el negro juega el pobre y juega el rico. En el juego de la vida, nada te vale la suerte porque al fin de la partida gana el albur de la muerte. Juega con tus cartas limpias en el juego de la vida, al morir nada te llevas vive y deja que otros vivan. Cuatro puertas hay abiertas al que no tiene dinero, el hospital y la cárcel, la iglesia y el cementerio. En el juego de la vida. Lo mismo sucede con este bolero, aunque la metáfora directa se empeña en la imagen del juego y de la muerte, ya que la superpo- sición de narraciones presenta un modelo implícito de los tópicos 2 Daniel Santos con la Sonora Matancera. Letra de Mundito Medina. Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot40 culturales en los enunciados contenidos en la baraja. Porque la frase “juega con tus cartas limpias”, más que un tratado estratégico del juego, evoca el desempeño ético de los sujetos a manera de consejo en las situaciones cotidianas, que en este caso se resumirían en el fragmento “al final de la partida”, donde la partida es la vida coti- diana. Este bolero no precisa los momentos ni los tópicos culturales propiamente, los da como una serie de situaciones ya conocidas por todos los sujetos que cantan la letra. Entonces, si los ejemplos son pocos, se espera que sean contun- dentes en la cuestión de formalizar la relación entre el mazo y la cotidianidad. O lo que es lo mismo: entre las producciones culturales que se sirven de la ficción y los hechos sociales que se afrontan en la vida cotidiana. De suerte que es posible ir más allá del mero juego de naipes y proponer que la consulta del tarot es un escenario en el que se evocan circunstancias como las que se señalan en poemas, novelas, películas y dibujos. Reconstruyendo la estructura del tarot, hay que recordar que éste es un mazo compuesto por 78 cartas, de las cuales la asocia- ción frecuente entre mito e iconografía la sufren las 22 conocidas como arcanos mayores. Sin embargo, la representación cultural comprendida en el sentido común a propósito del tarot dibuja un escenario simple de cartas echadas sobre la mesa y al azar, las cuales, manipuladas por un tarotista, son capaces de describir aquellos temas comunes a los sujetos como la salud, el dinero y el amor. De acuerdo con Páramo (2001: 58): En el estudio del mito (y de la poesía), cuando se tiene un modelo o ejemplo idealizado, preciso, económico y claro de algo, se suele decir que es un paradigma; especialmente cuando, además, el ejemplo se ha hecho típico dentro de un cierto ámbito cultural. Rodrigo Ruiz 41 Queda así señalada la efectividad de una ficción social que logra producir sentido en un determinado ámbito cultural. Porque si bien los tópicos culturales se hacen típicos, se inclinan hacia la trivialidad. Lo que se resuelve en la consulta es ese paso de lo meramente abstracto e idealizado a la particularidad propia del sujeto que consulta el mazo de cartas. La experiencia ficticia se pone al servicio de lo real. Es decir, si la evocación del tarot proporciona una imagen representativa cultu- ralmente es porque quienes establecen un contacto, ya sea permanente o efímero con la baraja, cuentan con variantes que permiten construir a nivel histórico lo típico del ejercicio mántico, al igual que matizar con su relato los paradigmas contenidos en la baraja. Páramo no es el primero en establecer la presencia de narracio- nes míticas en los arcanos mayores del mazo, pues el tarot y su iconografía han estado ligados, en la literatura sobre el tema, a la presencia del mito. Sin embargo, su propuesta involucra detalles inéditos porque la idea de que el tarot es un catálogo de paradig- mas míticos dibujados, que han estado sometidos a la presión de la historia y han experimentado cambios culturales y sociales, ubica definitivamente a estas cartas más allá de la anécdota esotérica. Es conocido que los tratados existentes sobre las cartas del tarot se dedican a narrar los mitos arcaicos que fundan corrientes mágico– religiosas, trayendo a cuento personajes repetitivos de la mitología grecolatina y judeocristiana: La rueda de la fortuna, es decir, la rueda cosmogónica de Eze- quiel, con un Hermanubis ascendente a la derecha, un Typhon descendente a la izquierda, y una Esfinge encima, en equilibrio, teniendo la espada entre sus garras de león. La rueda de la fortuna gira sobre un eje. A la derecha está Hermanubis, geniodel bien ascendente; a la izquierda Typhon, ge nio del mal descendente; en la parte superior y en el medio, Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot42 la Esfinge en equilibrio, la cual aprisiona una espada entre sus garras de león. La idea primera queda expresada por el ternario: Hermanubis o positivo, Typhon o negativo, la Esfinge o equilibrio dominante. La segunda idea se halla expresada por la rueda, cuya circun- ferencia carece de comienzo y de fin: símbolo de la eternidad (Eliphas-Levi, 2004: 118). Partiendo de lo anterior, es posible enunciar que el tarot permite ser indagado como una representación condensada del poder del mito en la cotidianidad de los sujetos. Para esto, es necesario considerar por lo menos a los arcanos mayores del tarot como un catálogo de paradigmas míticos dibujados, que en la actualidad contienen narraciones perti- nentes a tópicos culturales. Se debe aceptar que la metáfora típica entre baraja y cotidianidad cobija y explicita su representación cultural. Al mismo tiempo, el escenario de la consulta del tarot es una indagación de intereses triviales que son transmitidos en calidad de mitos por la cultura y que están presentes en la literatura, la música, el cine, etc. Presentemos pues la imagen típica del tarot, la representación que está al alcance de la mano en el sentido común. Descrita de manera sencilla, se trata de las cartas echadas sobre la mesa, proponiendo a veces un orden o simplemente “echadas”; este es el punto focal de la identidad del mazo. En la ampliación del foco al escenario, dos sujetos, consultante y tarotista en diálogo a propósito de la iconografía convocada por el azar. Elementos imprescindibles que dinamizan y dan sentido a la representación. La formula básica de la consulta está contenida y puede variar en cuatro tipos generales de la puesta en escena: el primero es la consulta que ocurre en un local comercial, el cual se reconoce por un letrero Rodrigo Ruiz 43 repleto de ofertas y servicios varios: tarot, lectura de manos, guacas, suerte, etc. En un sentido práctico, es evidente que se trata de un nego- cio: un trabajo continuo, con ritmos y horarios, tarifas y clientela. Ese local está formado por dos ambientes: el primero es el del comercio, casi siempre una sala estrecha de sillas amontonadas contra las vitrinas, un televisor, revistas, una caja rústica que simula la registradora y un ayudante –personaje aprendiz de “brujo” que se encarga de las aguas aromáticas, el teléfono, el aseo y el dinero de los clientes, especie de alarma y espía que autoriza al consultante su paso al tarotista. El segundo ambiente pertenece exclusivamente al tarotista. La luz es tenue, los colores son opacos: morado, negro y rojo, los cristos amenazantes, las vírgenes piadosas y los ángeles bélicos saturan el contenido del escenario. Piedras e inciensos, humo y tabaco apuntalan el detalle de lo preconcebido para una consulta. He ahí la tramoya de la que depende, en buena medida, la eficacia simbólica de la ficción social del tarot. Es el círculo mágico de las historias brujeriles. En este escenario, la consulta de veinte o cuarenta minutos es desenfrenada y fugaz. Las cartas son echadas a la mesa en un desor- den que nunca se ordena, que nunca se clasifica, que es traducido, leído o interpretado sin referencias precisas a los arcanos. La línea del tarotista en el diálogo con el consultante pareciera ser un ejer- cicio ensayado que no dista del relato dramático y repetitivo de los comunes esotéricos. Es una consulta que tiende hacia el ofrecimiento de otros productos que forman parte del inventario del local, pues el argumento ensayado constantemente alude a causas brujeriles que interfieren en la cotidianidad del consultante; los espejos y los rostros de los enemigos ocultos sobresaltan cada línea del tarotista. Las consultas en estos negocios son de bajo costo. Sin embargo, la tendencia brujeril de la consulta hace posible que se incremente el gasto hasta los 300.000 pesos: “precio de promoción”, asegura el tarotista para efectuar los baños y las contras adecuadas. Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot44 Un segundo tipo de escenario en la consulta es el que se da en la casa del tarotista, y muy pocas veces en la casa del consultante. Ocurre en la mesa de sala o en la mesa de comedor, a éstas se les suma una tela singular, exclusiva para la consulta, una vela, un vaso de agua… Un juguito de guayaba. Las fotografías familiares, los “suvenires”, las porcelanas y quizás un perro ambientan pacífica- mente el ejercicio mántico. Esta consulta es descriptiva, de voz tenue y pausada, las cartas que aparecen sobre la mesa corresponden a un orden, pareciera ser intuitiva la narración del tarotista, preguntas y contra–preguntas alimentan el diálogo con el consultante. Una o dos horas se con- sumen en el drama de imágenes. Los anuncios publicitarios son transformados en consejos; el inventario brujeril no es explícito y el repertorio de baños y esencias es mera anécdota. A este escenario no se llega por volante o letrero, sino por recomendación de un familiar o de un amigo… O por la casualidad de un comentario. Un tercer tipo de escenario es el que surge de la combinación de los dos anteriores: es la casa de tarotista con un espacio especial para la consulta, que en la mayoría de casos es un cuarto de estudio. Ambiente prefabricado de bibliotecas, escritorio y mesa de computador, apuntalado por inciensos, cuarzos, espejos, velas, conchas, deidades y gurúes. No es saturado, los detalles, más que indicar un círculo mágico, se perciben como adornos, como eventualidades o aficiones de los habitantes de casa. Sin embargo, a medida que transcurren las horas de consulta, el tarotista hace explícito el porqué de los objetos; es un escenario ambiguo que oscila entre la porcelana de payaso y las piedras con poderes. Y un cuarto y último tipo de escenario en la consulta es el oca- sional, aquel ambiente que se improvisa, al que sólo le basta para existir la casualidad o la intención de que el tarot esté a la mano; es una consulta que no se cobra, y que ocurre muchas veces en público a manera de diversión. Rodrigo Ruiz 45 Así, la danza desenfrenada o pausada de los motivos impresos en las cartas que van apareciendo en escena convoca el referente paradigmático de la situación requerida por el consultante. En este caso, es lo real lo que se pone bajo el signo de la ficción. Los tópicos básicos, salud, dinero y amor, van desplegándose a medida que las preguntas requieren de aspectos puntuales sobre el ser amado, los amigos, el jefe, la familia, los viajes, las enfermedades, etc. Lo que se presenta es lo preestablecido, una carga cultural que exige aquello que siempre se ha hecho. Al respecto, es interesante evocar ciertos pasajes de Italo Calvino (1977: 20): Uno de los comensales recogió las cartas dispersas, despejando buena parte de la mesa; pero no las juntó en un mazo ni las mezcló; tomó una y la echó. Todos notamos la semejanza entre su cara y la de la figura, y nos pareció entender que con aquella carta quería decir “yo” y que se disponía a contar su historia. Llegamos así al eje central de nuestra lectura de la ficción social del tarot: la posibilidad cultural de contar historias de la cotidia- nidad de los sujetos a partir de una baraja de cartas. En la misma dirección se inscribe El castillo de los destinos cruzados, de Italo Calvino, con la diferencia de que en este relato los personajes son para sí mismos tarotista y consultante, actuando en una especie de consulta al revés que carece del elemento mántico propio de lo que suscita manipular el tarot. En esta ficción literaria se introdu- ce otra posibilidad a la lectura del tarot, pues más que presentar incertidumbres y atiborrar el diálogo con preguntas, lo que se narra ya se conoce, provocando que la elección de las cartas se haga de manera intencional y el pasodescriptivo se haga desde lo cotidiano hacia la imagen. Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot46 Sin embargo, esta variación literaria revela por contraste el con- tenido metafórico del sentido común entre baraja y cotidianidad, entre ficción y realidad, pues el paso descriptivo en la consulta del tarot en Bogotá va desde la imagen hacia lo cotidiano. En suma, la trama que surge entre mazo, tarotista y consultante es una na- rración que parte y se modifica con el aparecer de las figuras, una construcción permanente en la que intervienen la incertidumbre, los consejos, las confesiones y el deseo. De ahí proviene el interés de la literatura esotérica por establecer significados para cada una de las cartas, de conformar un conjunto de explicaciones y descripciones acordes con el devenir de los indi- viduos, conformando una especie de red que capture los elementos narrados por el consultante con enunciados generales y haga de éstos materia pasiva dispuesta a ser moldeada por el conjunto de significados que proponen las cartas. A manera de ejemplo, ya sea que la pregunta proponga como tema la salud, el dinero o el amor, preestablecemos el arcano número diez: La Rueda de la Fortuna. Esta carta provee al tarotista pares de opuestos capaces de funcionar como claves fijas para componer su narración. A partir de estos verbos y adjetivos maleables, lo que resulta es una variación constante sobre la incertidumbre temática revelada por el consultante. Improvisación calculada a partir de las posibili- dades tácitas que son transmitidas por la cultura para las situaciones comunes que enfrentan los sujetos en lo cotidiano. Esto indica que tanto consultante como tarotista conocen de antemano el espectro de respuestas concebibles y acordes con las preguntas, transformando lo desconocido en difuso y lo extraordinario en trivial. La representación cultural del tarot evoca el escenario de la consulta, donde mazo, tarotista y consultante participan de un ejercicio mántico que hace necesaria la asociación entre echar las cartas y la predicción. Se trata de una ficción conocida que sólo resulta efectiva a condición Rodrigo Ruiz 47 de ser ocultada. Lo que se da por sentado es que la consulta del tarot provee un anuncio, una anticipación de situaciones a ocurrir en el futuro cotidiano del consultante, a la vez que le describe un pano- rama claro del presente. Lo que el sentido común ha instalado en la representación del tarot es la simultaneidad propia de la adivinación, una simultaneidad de situaciones y sujetos relativos en el tiempo, presentes y futuros, que a partir de las cartas dibujan trayectos de movilidad social en los temas de salud, dinero y amor. Estamos frente a un ejercicio que involucra necesariamente a las relaciones sociales del consultante y una indagación por sí mismo y por los otros, pues resulta inevitable que las incertidumbres sobre los temas repetitivos estén referidas a los ausentes, a lo ajeno, a lo desconocido, a lo ambiguo, a lo secreto. Si bien las incertidumbres parten del consultante y son enunciados propios, íntimos, la satis- facción del acto mántico está en transformar lo desconocido de los otros en conocido, y de anticipar lo reconocido de las situaciones y personajes para un futuro probable. La ficción consigue así lo que a otras prácticas y discursos comienza a escapárseles. Sin embargo, lo que se descubre a menudo es que la eficacia de la consulta del tarot es ofrecer la ficción de que lo ambiguo es resuelto, clasificado. Ficción porque las narraciones que componen mazo, tarotista y consultante son esencialmente ambiguas. La incertidum- bre se responde con un “sí y no”, que es lógicamente similar a lo propuesto por Huizinga (2005: 21) para el juego y lo sagrado: Cualquier juego puede absorber por completo, en cualquier momento, al jugador. La oposición “en broma” y “en serio” oscila constantemente. El valor inferior del juego encuentra su límite en el valor superior de lo serio. El juego se cambia en cosa seria y lo serio en juego. Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot48 El ambiente de la consulta resulta ser lúdico al proponer para las situaciones que no han sucedido el “como si” estuvieran presentes ya en las cartas. Una composición de lo desconocido a partir de fórmulas establecidas, típicas, para cada una de las situaciones de interés del consultante. Salud, dinero y amor, tres trivialidades que pasan desapercibidas para los sujetos por estar saturadas constante- mente en películas, poemas, canciones, etc. y por ser transmitidas en la cultura e instaladas en lo íntimo de los sujetos. Eficacia a partir de ambigüedades: eso es lo trivial. Porque las na- rraciones resultan ser lo que “se ha dicho” y lo que “se puede decir” acerca de los tópicos culturales y las relaciones sociales tanto del con- sultante como del tarotista. Entonces las respuestas terminan siendo construidas –esta es su eficacia– por elementos preestablecidos que forman parte de lo que se da por sentado en el sentido común. La ficción está en que lo que se narra durante la consulta es considerado como la revelación de lo desconocido, pero que reflexivamente, si se le considera a partir del concepto de mito, es lo que tarotista y con- sultante ya conocen sobre lo que sucede en la vida cotidiana. La metáfora, en cuanto que el tarotista ha sido jugador muchas veces en el escenario de la consulta, explica la simplicidad que ope- ra en el desciframiento de símbolos que al principio de su carrera como jugador aparecían como velados y que ahora se resuelven casi instantáneamente. Esta característica hace notar que las re- ferencias comunes, aunque sea en diferentes situaciones, forman probabilidades fácticas y prácticas de interpretación. Es común que el tarotista amateur trabaje con un manual teórico que sustente su interpretación y que descanse cerca del mazo de cartas, como re- cetario a mano y que, a medida que transforma en modus operatus su modus operando, y su modus operando en modus operatus como una elaboración constante y asidua, surja la práctica de manejar los símbolos de manera tal que se descifren a sí mismos conjuntamente Rodrigo Ruiz 49 con quien lo consulta, constituyendo una dinámica compleja entre referencias comunes y diferentes situaciones3. El tarotista es un jugador que se caracteriza por sostener ejercicios de cartomancia con muchos jugadores que no saben jugar al tarot, pero que le comunican todas las estrategias de su modo de jugar en los asuntos del juego social. Conociendo, por una parte, un catálogo de jugadas posibles indicadas por los símbolos a partir del tarot, de lo teórico y de lo práctico y, por otra, una serie de jugadas habituales comunicadas por sus consultantes y por su juego mismo en cuanto al juego social. Sin indicar con ello que cuando el tarotista hace del porvenir4 del consultante un recetario puesto a prueba en el “presente” (del aquí y del ahora) de las relaciones prolongadas y probables entre el ser del jugador y sus múltiples jugadas, goce de una ubicación trascendentalmente privilegiada. Más bien abre la posibilidad de argumentar que el tarotista ha sido socialmente 3 Los sistemas simbólicos deben, pues, su coherencia práctica, es decir, su unidad y sus regularidades, pero también su vaguedad y sus irregularidades, incluso sus incoherencias, las unas y las otras igualmente necesarias porque inscriben en la lógica de su génesis y su funcionamiento al hecho de que son producto de prác- ticas que sólo pueden cumplir sus funciones en cuanto que comprometen, en el estado práctico, unos principios que no sólo son coherentes al mismo tiempo que compatibles con las condiciones objetivas, sino también prácticos, en el sentido de cómodos, es decir fácilmente dominados y manejables porque obedecen a una lógica pobre y económica (Bourdieu, 1990: 146). 4 De hecho, la relación práctica que un agente mantiene con el porvenir yque dirige su práctica presente se define en la relación entre, de un lado, su habitus y, en particular, unas estructuras temporales y unas disposiciones respecto al porvenir constituidas a lo largo de una relación particular con un universo particular de cosas probables, y de otro lado, un estado determinado de probabilidades que le son objetivamente otorgadas por la sociedad. La relación con las cosas posibles es una relación con los poderes; y el sentido del porvenir probable se constituye en la rela- ción prolongada con un mundo estructurado según la categoría de lo posible (para nosotros) y lo imposible (para nosotros), de lo que es de antemano apropiado por y para otros, y lo que uno tiene de antemano asignado (Bourdieu, 1990: 110). Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot50 indicado para emplear su “misterio del ministerio”5 en diagnosticar el estado de los temas triviales (salud, dinero y amor) del sujeto que lo consulta, de describir el juego6. Ese reconocimiento, su investidura, está en el pronunciar bajo cier- tas condiciones, (de ahí el carácter ritual de la consulta) un discurso efectivo, veraz, hábil, preciso y acorde, capaz de trasmitir el complejo sistema simbólico de dictámenes del tarot y del azar al consultante con su búsqueda de certidumbres7. Aclarando que la “eficacia del discurso performativo”, como un acto de magia social que transforma de manera “estructural” la percepción y el mundo del sujeto, está su- bordinado a las disposiciones y trayectorias previas del consultante;8 5 Así, el misterio de la magia preformativa se resuelve en el misterio del ministerio (según ese juego de palabras tan caro a los canonistas), es decir, en la alquimia de la representación (en los diferentes sentidos del termino) a través de la cual el repre- sentante constituye el grupo que le constituye a él: el portavoz dotado del poder de hablar y actuar en nombre del grupo, y en primer lugar sobre el grupo que existe única y exclusivamente por esta delegación (Bourdieu, 1985: 66). 6 La urgencia, que se verá, con razón, como una de las propiedades esenciales de la práctica, es el producto de la participación en el juego y de la presencia en el futuro que está implica: basta con situarse fuera de juego, fuera de lo que se juega, como hace el observador, para hacer desaparecer las urgencias, las llamadas, las amenazas, los pasos a seguir que constituyen el mundo real, es decir, realmente habitado (Bourdieu, 1990: 140). 7 Así, la especificidad del discurso de autoridad (curso profesoral, sermón, etc.) reside en el hecho de que no basta que ese discurso sea comprendido (e incluso en ciertos casos, si lo fuera, perdería su poder) y que sólo ejerce su propio efecto a con- dición de ser reconocido como tal. Obviamente, este reconocimiento –acompañado o no de la comprensión– sólo se concede bajo ciertas condiciones, las que definen el uso legítimo: debe ser pronunciado en una situación legítima y por la persona legitimada para pronunciarlo, el poseedor del skeptron, conocido y reconocido como habilitado y hábil para producir esta particular clase de discurso, sacerdote, profesor, poeta, etc. Y, en fin, debe ser enunciado en formas legítimas (sintácticas, fonéticas, etc. (Bourdieu, 1985: 71). 8 El acto de magia social consistente en intentar producir la existencia de la cosa nombrada puede tener éxito si quien la lleva a cabo es capaz de conseguir que se Rodrigo Ruiz 51 enfatizando que la autoridad del tarotista no se reconoce sólo por un discurso de imperativos, sino también por la enunciación descriptiva del mundo del consultante con referencia a los distintos tópicos. Aquí apunto que el cosmos que sostiene al tarot como objeto social y cultural es una matriz compleja y ecléctica que impide generalizar la inmanencia o trascendencia a la que pertenece el tarot. Muchas veces, la consulta se presenta como una “invocación” de fuerzas, seres, potencias, deidades, energías; etc., pero la multiplicidad del “altar” dificulta asumir aquello que pertenece a lo etéreo9. Es así como al “echar las cartas” el tarotista juega y describe el jugar, descripción simbólica del universo cultural y social. Es el consultante el que aparece registrado en medio de las cartas, no de manera sistemática –campo por campo, empleando el modelo de Bourdieu– ni de manera precisa –capital por capital–, sino de forma metafórica y metonímica. Es decir, al distribuir las cartas sobre la mesa, su orden no es el de correspondencia con los campos ni con reconozca a su palabra el poder de que ella se arroga por una usurpación provisio- nal definitiva, la de imponer una nueva visión y una nueva división del mundo social: regere fines, regere sacra, consagrar un nuevo límite. La eficacia del discurso performativo que pretende el advenimiento de lo que enuncia en el acto mismo de enunciar es proporcional a la autoridad de quien lo enuncia: la fórmula “yo le autorizo a partir” eo ipso es sólo una autorización cuando quien la pronuncia está autorizado a autorizar, tiene autoridad para autorizar (Bourdieu, 1985: 91). 9 La eficacia simbólica de las palabras sólo se ejerce en la medida en que quienes la experimentan reconocen que quien la ejerce está autorizado para ejercerla. O, lo que viene a ser lo mismo, olvidándola e ignorándola: simplemente sometiéndose a ella, como si, por el reconocimiento tácito que se le concede, se hubiera contribuido a fundarla. Reside así totalmente en la convicción de que esa delegación constituye los cimientos mismos del ministerio, esa ficción social, convicción que es mucho más profunda que las propias creencias y misterios que el ministerio profesa y garantiza: de ahí que la crisis del lenguaje religioso y de su eficacia performativa no se reduzcan, como a menudo se cree, a la quiebra de un universo de representaciones, sino que represente también el hundimiento de todo un mundo de relaciones sociales, del que la crisis misma forma parte (Bourdieu, 1985: 77). Juego y metáforas. Antropología de lo trivial en el tarot52 los capitales: más bien es un orden particular entre los órdenes del juego social administrado por los principios de estructuración de la percepción del mundo en lo cultural. Descripción densa de la doxa, “pasado, presente, futuro, salud, dinero, amor, trabajo, enfermedad, amistad, enemistad, familia, etc.”10. El consultante aparecería como depositario en materia de suerte de distintas capacidades, nombradas por la doxa como “felicidad”, “infelicidad”, “prosperidad”, “abundancia”, “austeridad”, “fluidez”, “esterilidad”, etc., que a manera de metáfora y metonimia entrelazan los campos y sus capitales, mostrándolos de forma heterogénea, como el mundo social, connotando y denotando las particularidades que regulan las instituciones por la aparición de los distintos poderes que aparecen distribuidos en la descripción11. 10 En efecto, se puede comparar el campo con un juego (aunque, a diferencia de este último, no se trate del producto de una creación deliberada y obedezca a reglas o, mejor dicho, a regularidades que no son explicitadas o codificadas). Así, tenemos apuestas que son, en lo esencial, resultado de la competición entre los jugadores; una inversión en el juego, illusio (de ludus, es decir, juego): los jugadores están atrapados por el juego. Y si no surgen entre ellos el antagonismo, a veces feroces, es porque otorgan al juego y a las apuestas una creencia (doxa), un reconocimiento que no se pone en tela de juicio (los jugadores aceptan, por el hecho de participar en el juego, y no por “contrato”, que dicho juego es digno de ser jugado, que vale la pena), y esta colusión forma la base de su competición y conflictos. Disponen de triunfos, esto es, de cartas maestras cuya fuerza varía según el juego: así como la fuerza relativa de las cartas cambia de acuerdo con los juegos, la jerarquía de las diferentes formas de capital (económico, cultural, social, simbólico) se modifica
Compartir