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Lazzari x Burucua

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Alfredo Lazzari 
 
Fue el maestro de los artistas de La Boca. Nacido en la provincia de Lucca, Toscana, en 
1871, se formó en Florencia junto a los macchiaioli. De ellos tomó tres elementos plásticos, 
centrales para la representación del paisaje. Esos tres factores dominaron sus trabajos 
realizados en Buenos Aires a partir de 1898 y se transmitieron, no sólo a sus discípulos 
directos, sino a los pintores que, más allá de los años ’40, participaron en la época madura 
de la escuela de La Boca. 1) El uso de pinceladas breves en las imágenes de follajes, 
prados y superficies cubiertas por hierbas y flores, toques de colores análogos que permiten 
recrear las modulaciones generadas por el movimiento de las plantas y las reverberaciones 
de la luz, sin que resulte abolida la percepción de tonos locales y característicos de las 
cosas. Hay variaciones cromáticas, mezclas y pasajes, pero no división tonal que exija una 
síntesis óptica. El ojo se desliza y registra los cambios como si se tratase de un recorrido 
ordenado por el espectro de la luz blanca (Las escenas del aire libre, pintadas por Silvestro 
Lega [La pérgola de 1868] y Telémaco Signorini [Cita en el bosque de 1873 o En el jardín 
de 1883], sirvieron probablemente de modelo). 2) Las pinceladas se hacen más 
homogéneas en los cielos y más largas en los reflejos del agua donde, paradójicamente, la 
materia pictórica puede adquirir una densidad inesperada, propia de la mancha (macchia), 
que acentúa la sensación del movimiento superficial merced a un dibujo del pequeño oleaje, 
trazado como un entrecruzamiento de arabescos continuos de color. De tal suerte, los 
efectos de algo que cambia y muta o se agita por la acción del viento invisible no despiertan 
la idea de una captación de lo fugaz, sino de lo permanente que se transforma sin cesar y 
regresa al punto de partida. A pesar de las primeras apariencias, estamos lejos de la 
instantaneidad del impresionismo francés (Las aguas pintadas por Fattori [Marina plúmbea 
de 1875 o La Torre del Marzocco de 1885-90] parecen estar en el origen de esas tramas de 
Lazzari). 3) Las paredes, representadas casi siempre en perspectivas oblicuas, se forman 
mediante concentraciones de materia de un mismo color que, ora yuxtapuestas, ora 
superpuestas, otorgan un peso óptico a los muros y los convierten en los ordenadores 
principales del cuadro en profundidad. Nuestra mirada se complace en esa operación 
pictóricamente constructiva de la arquitectura. De nuevo, se produce el milagro estético de 
presentar lo permanente como receptáculo de lo móvil y viceversa, revelar mediante el 
trazo y la irregularidad de las vibraciones del color la estabilidad de lo que el trabajo 
humano ha levantado en bella confrontación y complementación de la naturaleza (El 
recuerdo de Fattori se encuentra en las bambalinas de este recurso [Los guardias, pared 
blanca de 1870]).

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