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Álava Reyes - La verdad de la mentira

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Índice
Dedicatoria
Agradecimientos
Introducción. ¡Nos pasamos la vida mintiendo y escuchando mentiras!
Capítulo 1. ¿Por qué mentimos tanto en las relaciones afectivas y de pareja?
Empezamos a mentir desde muy pequeños
Mentiras en la primera cita. Mentir para seducir y manipular
El caso de Elena
Mentir en lo más íntimo: en nuestra sexualidad
El caso de Sergio y Clara
Mentir por venganza, utilizando a los hijos, cuando no asumen que la relación ha terminado
El caso de Luis
Mentira e infidelidad
El caso de Paloma
El caso de Álvaro
Capítulo 2. Mentira y personalidad. ¿Hay personas que mienten más que otras?
El narcisista que miente en beneficio propio, incluso para justificar su agresividad
El caso de Antonio
Personas con altos niveles de psicopatía que mienten para explotar y aprovecharse de otros
El caso de Roberto y Aurora
Personas deshonestas y maquiavélicas que solo buscan su propio beneficio
El caso de Ángela
Personalidad y baja autoestima: el autoengaño. Mentir para encubrir nuestros fracasos
El caso de Sagrario
Personas inseguras y con altos niveles de ansiedad. Mentir para caer bien a los demás
El caso de Verónica
Los introvertidos mienten más que los extravertidos
El caso de Raúl y Carla
Capítulo 3. Personas que mienten para aprovecharse de los que están a su lado
Personas egoístas, que mienten y buscan siempre su propio beneficio
El caso de Francisca
Personas que mienten para extorsionar y manipular
El caso de Rocío y Carlos
Personas que mienten para dar pena
El caso de Ernesto y su familia
Capítulo 4. Las mentiras en el trabajo
Mentir para engañar y conseguir un trabajo
El caso de Jaime
Mentir para encubrir fallos y lograr prebendas
El caso de Pepe y Raquel
Mentir para esconder nuestras adicciones
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El caso de Andrés (alcohol)
El caso de Javier (ludopatía, juegos de azar)
Estudios sobre la mentira en el trabajo
Capítulo 5. Personas con mucha exposición pública con tendencia a mentir
Políticos que tienden a mentir. Claves que nos ayudarán a identificarlos
¿Castigamos mucho a los políticos que mienten?
Estudios e investigaciones sobre la mentira en los políticos
Estudios sobre las consecuencias de las mentiras de los políticos
Capítulo 6. ¿Somos conscientes de nuestras propias mentiras? ¿Nos sentimos culpables?
El autoengaño para escondernos de nuestra «verdad»
El caso de Pilar y Rafael
Mentirosos compulsivos, que mienten sin ninguna necesidad y que a veces terminan creyéndose sus propias
mentiras
El caso de Fernando y Cristina
Mentira y culpabilidad. ¿Se siente culpable el mentiroso?
El caso de Juan
Estudios sobre el autoengaño
Capítulo 7. Las mentiras más dolorosas de nuestra vida
El hijo que se entera, a los 21 años, de que es adoptado
El caso de Miguel
Padres ingenuos con hijos acosadores
El caso de los padres de Belén
El daño de los celos, la susceptibilidad, las interpretaciones erróneas…; las «falsas mentiras»
El caso de Lucía
Cuando el materialismo y el egoísmo vencen a la ilusión y al amor
El caso de Pablo y Paula
Capítulo 8. Principales errores a evitar
No seamos ingenuos: la mayoría de la gente miente todos los días
El caso de Pepa
No te engañes permitiéndote mentir en pequeñas cosas…: drogas blandas que terminarán machacando tu vida
El caso de Samuel
Internet: ¡cuidado con los embaucadores! ¡No te relajes con lo que te suena bien!
El caso de Inmaculada e Isaac
No permitas que te engañen por debilidad o por una mal entendida generosidad
El caso de Alfredo y Mar
Capítulo 9. Reglas de oro a seguir
Tengamos las ideas claras: la mayoría de las mentiras no se producen por altruismo, sino por egoísmo
El caso de José Antonio y Alfonso
Pongámonos en «guardia», si queremos descubrir las mentiras
El caso de Ana
La verdad puede traer sorpresas; la mentira, sufrimientos
El caso de Jesús
No contestes a todas las preguntas que te hagan
El caso de Irene
Capítulo 10. Análisis científico de las mentiras. Qué ocurre en el cerebro cuando mentimos
La mentira patológica
La mentira a nivel fisiológico
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Principales tipos de mentiras
Principales consecuencias de las mentiras
Capítulo 11. Cómo descubrir cuándo nos mienten y cómo actuar con los mentirosos. principales investigaciones
Cómo desenmascarar a los mentirosos
Cómo se pueden identificar las mentiras
Por qué unos mienten mejor que otros
Por qué es más fácil engañar a unas personas que a otras
Capítulo 12. Reflexiones finales. ¿Triunfan más los mentirosos?
¿Mentir nos ayuda a conseguir determinados fines?
Cuando está justificado mentir. ¿Hay mentiras positivas, altruistas?
No expresar lo que pensamos o sentimos ¿es mentir?
Bibliografía
Notas
Créditos
4
A todas y cada una de las personas que formáis el equipo de Psicología de Álava Reyes
y de ApertiaConsulting. Gracias por vuestra valentía, generosidad y por vuestra
entrega.
Con especial afecto a los recién incorporados, que nos habéis enriquecido con vuestra
experiencia y vuestro entusiasmo.
Y muchas gracias también a mi familia y a mis amigos, por permitirme disfrutar cada
día de vuestro cariño.
5
Agradecimientos
Gracias de forma muy especial a Daniel Peña y a Natalio Fernández.
Daniel, has realizado un trabajo fantástico, como es habitual en ti, lleno de rigor en
la documentación que sustenta gran parte de los contenidos de este libro. ¡No podíamos
tener mejor director de I+D en nuestro equipo!
Natalio, gracias siempre por contar contigo en cada proyecto, sabes que valoro tanto
tu amistad, como infinita es tu cultura y tu entrega.
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Introducción
¡NOS PASAMOS LA VIDA MINTIENDO
Y ESCUCHANDO MENTIRAS!
No nos engañemos: ¡mentimos como bellacos! Algunos pensarán que esta afirmación
es una exageración, pero la realidad es que la mentira, lejos de disminuir, aumenta cada
día, y lo hace en proporciones parecidas a como se elevan los niveles de infelicidad de
muchas, muchísimas personas.
¿Mentimos por costumbre, o lo hacemos para protegernos? ¿Mentimos para caer
bien, agradar e impresionar a los que nos rodean?; ¿para obtener alguna ventaja
adicional?; ¿para crear una buena imagen? ¿Mentimos por inseguridad?; ¿por debilidad?;
¿porque tenemos la autoestima baja? ¿Mentimos por cariño?; ¿por humanidad?; ¿para
ser educados y diplomáticos?; ¿para esconder algo que hemos hecho mal?... ¿O
mentimos para engañar, manipular y aprovecharnos de los demás?
Hay quien mantiene que es imposible vivir sin mentir, que la mentira es una
defensa necesaria en un mundo difícil como el actual, lleno de trampas y obstáculos.
Pero ¿cómo podemos sobrevivir a una existencia plagada de mentiras? Esta podría ser la
pregunta que se hacen millones de personas, o el título de una película de terror.
Seguramente, uno de los grandes misterios de la vida es la facilidad que tenemos
para mentir, simular o falsear la realidad. Resulta curioso, pues, que…
... aunque el ser humano está diseñado para decir la verdad, todas las
investigaciones demuestran que mentimos al menos una vez al día.
Llevo muchos años en mi profesión, pero cada día me sigue sorprendiendo la
incapacidad que muestran muchas personas para detectar las mentiras propias y ajenas.
Con frecuencia, la causa o el origen puede deberse a grandes dosis de ingenuidad o a la
ausencia de «alertas» ante el engaño. Lo grave es que esta carencia puede
condicionarnos y amargarnos la existencia.
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Desde la psicología, sabemos que las mentiras son responsables de gran parte de
nuestro sufrimiento, pero, a pesar de esta evidencia, la mayoría de la gente no es
consciente de hasta qué punto el engaño y la manipulación están presentes en sus
vidas.
Este libro pretende ser un instrumento de reflexión importante; por ello, desde el
principio, desearía que cada lector lo hiciera suyo, y que aplicase lo que aquí está escrito
a su propia realidad. En este sentido, si nos esforzamos y retrotraemos a nuestra infancia,
quizá nos acordemos de cómo nos retrotraemos sentimos al descubrir por primera vez
que alguien mentía. Seguramente, el impacto fue grande y estuvo en consonancia con el
significado que esa persona teníapara nosotros. No es lo mismo que fuese un niño, un
hermano o un amigo; en ese caso, aunque nos extrañase y nos llenase de incredulidad, la
mentira no tendría la trascendencia que nos habría ocasionado si el que mentía fuese un
«mayor», y en especial si ese adulto fuera una de las principales referencias para
nosotros: padres, educadores, abuelos…
Algo parecido le ocurrirá al adolescente o al joven; a pesar de la edad, seguirán
sorprendiéndose al observar con qué facilidad la gente miente. Ellos, a su vez, mentirán
con frecuencia para asegurarse la aceptación del grupo, de sus iguales, de sus amigos, o
de los que tienen más influencia o «liderazgo» en su círculo. También mentirán para
deslumbrar o conseguir la admiración de los chicos o las chicas que les gustan, en una
etapa de la vida en la que siguen siendo muy dependientes de la aprobación de los
demás. Y ¿los adultos? ¿Por qué mienten? ¿Por qué basan parte de su vida en el engaño,
en el halago o en la manipulación? ¿Qué ocurre para que los introvertidos mientan más
que los extravertidos?; ¿por qué las personas con poca confianza en sí mismas, o las
personas egoístas o individualistas, mienten tanto?
Sabemos que mienten los niños, los adolescentes, los adultos, los amigos, los jefes,
los empleados, los compañeros de trabajo, la familia, la pareja… ¿Hay alguien que no
haya escuchado mentiras a su alrededor? Y lo que es más elocuente, ¿existe alguna
persona que no haya mentido en algún momento de su vida?
Nos sentimos decepcionados y engañados cuando descubrimos que nos mienten,
pero ¿qué ocurre cuando somos nosotros quienes mentimos, cuando tratamos de
justificar nuestras mentiras como un bien o un mal necesario? ¿Dónde se rompe el
círculo? ¿Mentimos porque nos mienten, o nos mienten porque mentimos?
Hoy sabemos que mienten incluso las personas altruistas, aunque lo hagan con otros
fines.
Para la mayoría, las mentiras más dolorosas son aquellas que tienen lugar en las
relaciones afectivas.
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Aunque en general mentimos más a los extraños que a nuestras parejas, estudios
psicológicos demuestran que en la relación con la pareja mentimos desde el principio; de
hecho, el 92 por ciento de las personas reconocen haber mentido en alguna ocasión a sus
parejas.
A lo largo de los capítulos del libro, analizaremos en profundidad la verdad de las
mentiras. Hay mentiras sociales; mentiras narcisistas; mentiras psicopáticas; mentiras
para salvar la vida; mentiras de trabajo, a los compañeros, a los amigos, a nuestra
familia…; y mentiras dirigidas a nosotros mismos. Cuando profundizamos en estas
últimas, resultan sorprendentes los mecanismos del autoengaño.
Identificaremos también las llamadas mentiras patológicas, y aquellas que forman
parte de determinados trastornos como la simulación, la confabulación, los trastornos
ficticios, el trastorno límite de la personalidad, los delirios…
Tan importante como saber por qué mentimos son las consecuencias de las
mentiras, el daño y el dolor que provocan, el engaño que conllevan y el sufrimiento
que arrastran.
Vamos a tratar de exponer la verdad de la mentira, los mecanismos de las mentiras
—los propios y los ajenos—, para aprender a identificarlas, pues…
... en contra de lo que pudiéramos pensar, la mayor parte de las mentiras pasan
inadvertidas.
Esto ocurre porque nos cuesta mucho detectar las señales indicativas de que alguien
nos está mintiendo, y porque generalmente tendemos a juzgar los mensajes como ciertos.
Veremos por qué unas personas mienten mejor que otras.
La capacidad para mentir sin ser descubierto depende de diferentes factores y de
muchos recursos; recursos que algunos sujetos han desarrollado increíblemente.
Analizaremos por qué es más fácil engañar a unas personas que a otras.
¿Mienten más los hombres o las mujeres? ¿Cómo actúan las personas suspicaces
ante la mentira? ¿Influye nuestro estado de ánimo en nuestra capacidad para detectar
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mentiras? Y en cuanto a los políticos que tienden a mentir, ¿cuáles son las claves que
nos ayudarán a identificarlos?
Conocer la verdad de las mentiras puede explicarnos nuestra felicidad o nuestra
infelicidad, nuestra plenitud o nuestra insatisfacción, nuestra alegría o nuestro
sufrimiento.
Nos sumergiremos en un mundo tan impactante como desconocido, e intentaremos
aprender a detectar las mentiras, las nuestras y las de los otros.
Nos entrenaremos para desenmascarar al mentiroso, para desactivarlo y, cuando la
ocasión lo requiera, para «volver» la mentira en su contra. De esta forma, conseguiremos
que la manipulación y el engaño no se apropien de nuestra existencia, ni de nuestros
sentimientos.
Desde la psicología sabemos que podemos aprender a vivir sin que la mentira nos
prive de la verdad de nuestra vida.
Invito al lector a que nos adentremos en uno de los principales enigmas: la
VERDAD de las MENTIRAS de nuestra VIDA.
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Capítulo 1
¿POR QUÉ MENTIMOS TANTO EN LAS RELACIONES AFECTIVAS Y
DE PAREJA?
Yo no divido el mundo entre hombres modestos y arrogantes.
Divido el mundo entre los hombres que mienten y los que dicen la verdad.
MOHAMED ALÍ
Comenzábamos la introducción con una cascada de preguntas: ¿mentimos por
costumbre, o lo hacemos para protegernos?; ¿mentimos para caer bien, agradar e
impresionar a los que nos rodean?, ¿para obtener alguna ventaja adicional?, ¿para dar
una buena imagen?; ¿mentimos por inseguridad?, ¿por debilidad?, ¿porque tenemos la
autoestima baja?; ¿mentimos por cariño?, ¿por humanidad?, ¿para ser educados y
diplomáticos?; ¿para esconder algo que hemos hecho mal?; ¿o mentimos para engañar,
manipular y aprovecharnos de los demás?
En general, la gente miente cuando cree que le compensa, que gana algo
haciéndolo, pero también cuando estima que de esa forma evita un reproche, una
amonestación o una sanción.
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EMPEZAMOS A MENTIR DESDE MUY PEQUEÑOS
Un niño nace sin malicia y piensa que las cosas son como las ve: blancas o negras. No
entiende que alguien mienta. Su mente está diseñada para aprender, y lo hace a través de
la observación y la experimentación constantes; por eso mira y analiza todo lo que pasa a
su alrededor; de hecho, no para de moverse, de jugar y de explorar. Esa observación será
uno de los principales recursos de su vida; un recurso que le permitirá desarrollar su
inteligencia y adaptar su comportamiento a las circunstancias o exigencias del medio.
Cuando un niño constata una mentira, la mirada que aparece en su rostro está llena
de sorpresa e interrogación, como si sus ojos saltasen de sus órbitas, intentando descifrar
un hecho incomprensible para él. No entiende que alguien pueda mentir, y mira a su
alrededor buscando una explicación que le tranquilice, que ponga de nuevo las cosas en
su sitio.
Su reacción dependerá del «golpe» emocional que experimente. Si presenció la
mentira de un niño, es posible que llore de rabia y de impotencia, pero, aunque lo pase
mal, no será nada comparable a si la mentira que observó procedía de un adulto.
Entonces su rostro reflejará una sorpresa y una tristeza infinitas, producto de la
desolación y la pena que en ese momento le embarga. Su pequeño mundo se ha venido
abajo, y parte de su existencia posterior la pasará intentando descubrir las mentiras de su
vida: las de los otros, pero también las suyas.
A través de nuestras experiencias, aprendemos a mentir desde pequeños. En un
principio, el niño puede empezar a mentir para «competir» en igualdad de condiciones
con los críos que le rodean. Puede llegar a pensar que no compensa decir siempre la
verdad, que los que mienten llevan ventaja, pues muchas veces esas mentiras no son
descubiertas. Pero lo habitual es que mienta para evitar alguna consecuencia negativa
para él: algún castigo, recriminación o sermón.
También es muy frecuente que los niños mientan o intenten engañar sobre sus
conocimientos. Los niños suelen copiar o hacer trampas en los exámenes. El 80 por
ciento de los estudiantes afirman haber copiado en algún momento de su vida académica,
y el porcentaje incrementa en los últimos años conel uso generalizado de internet y las
nuevas tecnologías (Williams, Nathanson y Paulhus, 2010).
La probabilidad de mentir en los exámenes está relacionada con variables de
personalidad (psicopatía, impulsividad, búsqueda de sensaciones) (Nathanson, Paulhus y
Williams, 2006; Williams et al., 2010) y con factores emocionales como la culpa.
Con frecuencia, el niño, como el adolescente, el joven o el adulto, mentirá para
ganarse el cariño y la aprobación de quienes le rodean, intentando ofrecer la imagen que
los otros esperan de él.
Mentir por agradar puede implicar ciertas dosis de debilidad y de falta de confianza
en nosotros mismos.
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Hasta ahí, todo está bastante claro; incluso esa fragilidad es muy propia del ser
humano, pero…
... los esquemas se nos rompen cuando vemos que hay personas que mienten con
maldad, que lo hacen a pesar de que son muy conscientes de que con su acción, con
su mentira, van a provocar daño, sufrimiento y, muchas veces, injusticia a su
alrededor.
¿Cómo es posible, nos preguntamos, que una persona actúe con tanta vileza y que,
aun sabiendo las consecuencias tan nefastas de sus falsedades, siga cometiéndolas?
¿Es que no somos sensibles al bien?, ¿no buscamos la equidad y la justicia?, ¿no
actuamos desde el razonamiento y la lógica?
¿Todas las personas que mienten son perversas?, ¿son seres egoístas que solo
persiguen su bienestar?, ¿individuos a los que no les importa el dolor que provoquen en
los demás?
Muchos argumentarán que no es lo mismo mentir para «protegernos», para dar una
buena imagen de nosotros mismos, que mentir para injuriar, calumniar o desacreditar…,
y tienen razón. Una cosa es el autoengaño, o el tratar de engañar a los demás sobre
nosotros, y otra, muy diferente, es buscar nuestro beneficio, provocando
deliberadamente, con nuestras mentiras, el sufrimiento ajeno.
Vamos a ver a continuación una mentira muy extendida y, por desgracia, muy
conocida para la mayoría, mentir para seducir.
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MENTIRAS EN LA PRIMERA CITA. MENTIR PARA SEDUCIR Y
MANIPULAR
Los psicólogos sabemos que en las relaciones de pareja se miente desde el principio.
Aunque nos sorprendan los datos, los trabajos que se han realizado son bastante
concluyentes. El 90 por ciento de los participantes en el estudio de Rowatt y sus
colaboradores admitieron estar dispuestos a mentir en una primera cita. (W. C. Rowatt,
M. R. Cunningham y P. B. Druen, 1999).
Pero una cosa es el flirteo de la primera cita, esa especie de juego para intentar
impresionar a la otra persona, y otra muy diferente es encadenar una mentira tras otra en
la relación.
Curiosamente, y no por casualidad, en las relaciones afectivas es donde parece que
estamos más «ciegos».
Se trata de una ceguera muy selectiva; la persona implicada es la que menos detecta
las señales que nos indican que el otro está mintiendo. Es como si tuviera delante una
cortina que le impide ver todos los indicadores y los avisos del engaño.
En general, suele ser alguien del entorno de la persona engañada quien antes se da
cuenta y activa las primeras alertas, al comprobar claras incongruencias entre la
información que nos han dado y la realidad que observamos.
Al principio, nos extrañamos cuando constatamos situaciones poco coherentes. A
pesar de la evidencia, no esperamos que alguien mienta en sus relaciones afectivas, pero
una vez que saltan las alarmas, los hechos resultan inapelables; inapelables para todos,
menos para quien los padece en primera persona y que es la principal víctima del
engaño.
En esas circunstancias, amigos, familiares, compañeros…, sin pretenderlo, de
repente se ven inmersos en una situación muy delicada: ¿cómo decir a una persona
cercana que alguien «especial» no está siendo leal con su cariño y le está mintiendo en la
relación?
¡No hay más ciego que el que no quiere ver! Con esta frase me resumía un familiar
la impotencia que sentían para hacer ver a su hermana que su pareja era un fraude, un
impostor, que se había inventado un personaje para conquistar y embaucar a nuestra
amiga.
Como suele ser habitual en mis libros, vamos a tratar de ilustrar los diferentes
apartados con el relato de algunos casos reales. Al igual que hicimos en La inutilidad del
sufrimiento,1 llamaremos Elena a la primera persona que nos sirve de ejemplo.
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El caso de Elena
Elena era el prototipo de una buena persona, una mujer sensible y luchadora, a la que
nunca le habían regalado nada y que se había esforzado al máximo por abrirse camino en
la vida.
Se consideraba a sí misma una persona muy normal, trabajadora, con buenos
amigos; generosa, algo tímida, pero con mucho tesón y una enorme fuerza de voluntad.
De repente, las cosas parecían sonreírle. Después de varios años con contratos en
precario, por fin trabajaba en algo que le gustaba y para lo que se sentía muy preparada.
La guinda del pastel había llegado de la mano de Mario, un chico apuesto, siete
años más joven que ella, que parecía cumplir todos los requisitos que podían enamorar a
Elena.
Pero… ¡no era oro todo lo que relucía! Su hermana y su mejor amiga le habían
pedido por favor que viniera a vernos, pues tenían fundadas sospechas de que Elena
estaba siendo víctima de un enorme engaño, a través de una calculada y vil «puesta en
escena». Para ellas, ¡Mario era un impostor, una persona «sin principios» que dejaba
mucho, muchísimo que desear!
Vengo porque mi hermana y mi mejor amiga se han puesto muy pesadas, están
convencidas de que Mario, mi pareja, me miente. Yo sé que solo quieren lo mejor para
mí, pero me fastidia que cuando por fin consigo ser feliz, y encuentro al hombre que
siempre he buscado, se empeñen en que no me conviene, en que soy una ingenua y tengo
una venda en los ojos que me impide ver sus engaños.
Me han insistido en que no perdía nada viniendo a verte. Me ha costado mucho dar
el paso, pero me regalaron uno de tus libros y te he escuchado varias veces en la radio y
me pareces una persona que inspira confianza, así que ¡aquí me tienes! ¡Seguro que
pensarás que es una tontería!, pero no soporto tanta presión. Además, me siento muy
mal, porque le he comentado a Mario que iba a venir, y aunque le he ocultado el
auténtico motivo, se ha puesto como una fiera. Le he dicho algo que sí que me ocurre
con frecuencia, y es que a veces me encuentro muy cansada y con mucha ansiedad, y
quería ver si me podías ayudar, pero se ha enfadado mucho y me ha dicho ¡que si estoy
loca!, que no tiene sentido venir al psicólogo, que no lo necesito, que seguro que me vas
a llenar la cabeza de ideas raras, y que los psicólogos solo sirven para aprovecharse de
las personas cándidas e inocentes como yo. Curioso, ¿verdad? Al final los tres, mi
hermana, mi amiga y él, coinciden en que soy una ingenua.
Los psicólogos nos fijamos tanto en las palabras que pronuncia una persona como
en su comunicación corporal, en sus gestos, en sus ademanes, en el tono, el timbre, el
volumen de su voz; en sus pausas, en las dudas y vacilaciones que refleja su rostro…, y
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la mirada de Elena, mientras nos presentaba su caso, expresaba una tristeza tan profunda
como profundo era el miedo que sentía cuando trataba de quitar importancia a los
argumentos que su amiga y su hermana esgrimían en contra de Mario. Solo por amor
hacia ellas, y por temor al engaño, había hecho el enorme esfuerzo de venir a la consulta
para tratar de encontrar la tranquilidad y la paz que desde hacía tiempo no sentía.
Como fácilmente podemos imaginar, todo en Elena eran resistencias; resistencias a
examinar y evaluar de forma objetiva los hechos, resistencias a admitir que quizá su
pareja fuese un fraude; resistencias, en definitiva, a que su «cuento de hadas» se viniera
abajo.
En estas situaciones, la experiencia acumulada y los muchos años trabajando como
psicóloga me indican que tenemos que ir despacio, con un cuidado y una sensibilidad
extrema, para no provocar que la persona se sienta tan débil, tan vulnerable que se arroje
en manos del «impostor», ante su falta de fuerzas para enfrentarse a la realidad y para
podercombatir el dolor que le produce la mentira de que está siendo objeto.
Nos preparamos, pues, para una buena «acogida». Le comenté a Elena que
estuviera tranquila, que mi misión no era romper parejas que se querían bien y que
sabían respetarse, pero que recapacitara sobre los auténticos motivos que les podían
llevar a su amiga y a su hermana a plantearle unas dudas tan delicadas: ¿qué ganaban
ellas con la ruptura de su relación con Mario, en qué les beneficiaba, acaso se habían
mostrado con anterioridad reticentes a otras relaciones de Elena?
Nuestra amiga se quedó más tranquila, pero a la vez sorprendida con mi
planteamiento, y después de pensarlo en profundidad comentó que, en realidad, ellas
estaban deseando verla feliz; de hecho, siempre la animaban para que se relacionara más,
para que conociera más hombres, y cuando les dijo que había un joven que le gustaba, se
alegraron mucho. Elena vivía por su cuenta desde los 27 años, ahora rondaba la frontera
de los 40. Su hermana y su amiga estaban felizmente casadas, y deseaban por encima de
todo que ella encontrase la pareja que tanto buscaba; un hombre sensible, generoso, con
quien pudiera compartir su vida y los valores que para Elena resultaban cruciales.
A medida que fuimos completando la «historia» de Elena, las sospechas sobre el
comportamiento de Mario se acrecentaban; por eso era importante desactivar los
primeros ataques que él pondría en marcha, y que ocurrirían en cuanto viese que las
dudas sobre su conducta empezaban a hacer mella en Elena.
En estos casos, las descalificaciones que realiza el «mentiroso» hacia las personas
que pueden descubrirle son inmediatas. Como no tienen argumentos sólidos para
defenderse, se dedican a atacar a quienes están haciendo que su «historia» se
tambalee. Su objetivo es claro: cuanto más débil esté su presa, cuanto más la aíslen
de su entorno, de las personas que más la quieren, más fácil les resultará que siga
cautiva en sus redes.
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Por eso quise adelantarme a esa situación futura, para desactivarla desde el
principio; de tal forma que cuando comenzaran los primeros ataques de Mario hacia la
familia y la amiga de Elena, estos no conseguirían sembrar dudas en ella, pues esas
preguntas ya se las habría hecho y tendría claro cuáles eran las respuestas.
Simultáneamente, teníamos que empezar a realizar un análisis muy objetivo y
profundo de los hechos; por ello, le pedí a Elena que «registrase» todo lo significativo
que ocurriera en las siguientes semanas en la relación con su pareja; es decir, que anotase
lo más literal posible lo que Mario decía, también lo que ella contestaba, en aquellas
situaciones que habíamos determinado que podían resultar más esclarecedoras.
Si hay algo que «delata» al mentiroso, es la incoherencia de los hechos; la falta de
correspondencia entre lo que dice y lo que hace, la imposibilidad de comprobar sus
«credenciales», el desmoronamiento de ese cúmulo de falsedades sobre los que ha
edificado una identidad inexistente.
La falta de respeto por parte de Mario era constante. Por ejemplo, él se empeñaba
un día sí y otro también en quedarse en la casa de Elena. Ella aún tenía muchas dudas y
le había manifestado en reiteradas ocasiones que de momento prefería que no viviesen
juntos, pero él actuaba como si la decisión ya estuviera tomada, y hacía tiempo que había
hecho una copia de las llaves de la casa. Cuando le pregunté a Elena cómo es que él las
tenía, recordó que, en realidad, un día que estaban comprando en un centro comercial,
sin anunciárselo ni preguntárselo previamente, Mario se acercó a un establecimiento
donde hacían copias de llaves y le dijo que sacara todas de la casa, que siempre venía
bien tener una copia. A Elena le dio vergüenza discutir allí y accedió a su petición,
pensando, de forma errónea, que luego podría recuperar el juego.
Los registros y las anotaciones que con disciplina realizaba Elena nos mostraban
numerosas pruebas sobre las mentiras y las fabulaciones en que constantemente incurría
Mario, así como sobre la falta de respeto que mostraba hacia las opiniones o argumentos
de Elena. Le daba igual lo que ella pensase, al final siempre se hacía lo que él decía.
Además, estaba claro que Mario había construido una estrategia para apartarla de
sus amistades y de su familia. Nunca le decía directamente que no les viese, que no
quedase, pero se las ingeniaba para que así fuera. En paralelo, desencadenaba una feroz
campaña para desprestigiar a todas las personas que eran importantes en la vida de
Elena.
Con relación a las visitas al psicólogo, aunque al principio se mostró muy
beligerante, después se relajó un poco cuando vio que Elena, aparentemente, estaba
tranquila y no parecía distante con él.
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Pronto tuvimos un material tan contundente como esclarecedor. En las primeras
sesiones constatamos infinidad de situaciones en las que Mario faltaba a la verdad; en
realidad, su vida era un cúmulo permanente de mentiras y de fantasías.
Elena no salía de su asombro; al principio, como sucede habitualmente en estos
casos, intentaba disculpar los engaños de Mario. En esa primera fase, yo desempeñaba el
rol contrario al que seguro esperaba Elena. En lugar de atacar a Mario, le comentaba a
Elena que buscase posibles explicaciones a esas mentiras, que quizá había algo que no
habíamos teniendo en cuenta y que podría explicar por qué Mario mentía; en definitiva,
y para sorpresa de Elena, buscábamos razones que pudieran condicionar las conductas de
nuestro mentiroso recalcitrante. Ni que decir tiene que la mayoría de las veces no
encontrábamos ni una sola excusa que justificase tanta mentira. Pero este «ejercicio» fue
muy positivo para Elena, pues le permitió coger fuerzas y ganar confianza y seguridad
en sí misma. Al no sentirse forzada, y respetarle el ritmo y el tiempo que ella necesitaba
para asimilar el fraude de que estaba siendo objeto, Elena por fin estuvo en condiciones
de hacer frente al engaño que estaba padeciendo y reaccionar ante ello.
En realidad, Mario había mentido sobre aspectos clave de su vida: no había
estudiado ninguna carrera; en contra de lo que había manifestado, venía de una familia
humilde, lo cual no es ningún demérito, pero él se había empeñado en hacer creer que
procedía de una familia muy bien situada; no tenía ningún piso a su nombre y su cuenta
en el banco estaba en números rojos; trabajaba en una empresa como vendedor a
comisión, muy lejos del puesto de director comercial que había dicho que tenía, y debía
prácticamente todo el importe del flamante coche que había adquirido hacía poco; en
realidad, más bien lo debía Elena, pues le pidió a ella que le avalase, con el pretexto de
que en esos momentos tenía su dinero en inversiones muy rentables, que no convenía
tocar…
Pero no nos engañemos, a pesar de la contundencia de estos hechos, necesitamos
trabajar mucho con Elena su autoestima (que había quedado por los suelos), la confianza
en sí misma, su equilibrio emocional, su seguridad en su propia valía, su capacidad para
perdonarse por su «ingenuidad» y quererse de nuevo, antes de que tuviera las fuerzas
suficientes para romper de forma definitiva con Mario. Y remarco lo de romper de forma
definitiva, porque en estos casos son muchas las personas que ante la constatación de las
mentiras rompen en un primer intento, pero también son demasiadas las que de nuevo
vuelven a caer en la misma red, esa relación de dependencia que ha logrado tejer el
impostor.
Elena consiguió romper con tanta mentira y tanta falsedad, a la par que logró no
«quebrarse» internamente. Hubo una fase durísima cuando se dio cuenta de que en
Mario todo era mentira, que la había conquistado con una estrategia llena de falsedades,
que la estaba utilizando para intentar vivir a su costa, que se había aprovechado de su
ingenuidad, de su buen corazón, de su deseo de sentirse amada por un hombre.
Afortunadamente, consiguió salir fortalecida de esta amarga experiencia, pero no fue
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fácil y, como nos dijo en su última sesión, estaba convencida de que no lo habríaconseguido sin ayuda profesional.
—La psicología me ha salvado la vida. Cuando por fin empecé a cuestionar sus
mentiras, él reaccionó de forma brutal, con una agresividad que nunca le había visto
antes, insistiendo en que tú eras la culpable de todo y que tenía que dejar inmediatamente
de venir a las consultas; ese fue el momento en que me di cuenta de que, por mucho que
me costase reconocerlo, él no me quería nada, solo pretendía engañarme. A Mario no le
importaba mi sufrimiento, era un egoísta que quería vivir a mi costa; menos mal que
reaccioné. Gracias por haberme dado las fuerzas para hacerlo y gracias por haber tenido
paciencia y haber confiado en mí —concluyó.
—Elena, el mérito es enteramente tuyo —le respondí—. Tú has conseguido mirar
«con ojos de ver» la realidad que ponía al descubierto las mentiras de que eras objeto.
Eres tú quien ha sido capaz de luchar para descubrir la verdad, de haber sido valiente en
medio del dolor, de haber conseguido liberarte de las garras del engaño, de haber
conquistado tu libertad y haber recuperado el respeto hacia ti misma. Tú has aprendido
de la experiencia que has vivido, y lo has hecho sabiendo estar al lado de los que te
quieren de verdad, sin fallarte a ti misma y conservando la esperanza en el futuro; en ese
futuro que sin duda te cogerá más fuerte y con más sabiduría para disfrutarlo.
Es una realidad que, en situaciones como las vividas por Elena, las personas que
son objeto de estos engaños quedan tan debilitadas que, en general, necesitan ayuda
psicológica. Ayuda para darse cuenta de las mentiras que las envuelven, para ser
conscientes de su realidad; ayuda para no hundirse cuando descubren el fraude; y ayuda
para ser capaces de «liberarse», sin que su autoestima se venga abajo.
Las personas de su entorno, las que se dan cuenta de estos hechos, estarán lealmente
al lado de «la víctima», de la persona que sufre las mentiras, y harán bien en no caer en
las provocaciones del mentiroso, pero cuando las mentiras rompan tanto el corazón de
quien las padece, conviene que busquen ayuda profesional para que esa persona pueda
afrontar una de las vivencias más dolorosas de su vida, la de ser engañada en lo más
profundo de sus sentimientos.
Hay que estar muy fuerte emocionalmente para despertar de un sueño que parecía
maravilloso, y que en realidad era una pesadilla camuflada por continuas mentiras
para seducirnos y engañarnos en nuestra afectividad.
En el caso que nos ocupa, seguramente, el objetivo final de Mario, como bien
apuntó nuestra protagonista, era vivir a costa de ella. Sabía que las mentiras que había
empleado para seducirla eran de mucho calado, y que el tiempo corría en su contra, por
eso quería acelerar todas las fases en su relación con Elena, quería vivir ya en su casa,
quería ilusionarla con la idea de tener hijos, quería aislarla de sus amistades y su familia,
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quería disfrutar de bienes materiales a los que difícilmente tendría acceso por sí mismo;
quería, en definitiva, tenerla atrapada para que cuando descubriese sus engaños fuera
incapaz de liberarse, y se sintiese tan débil, tan insegura, tan humillada que no tuviera
fuerzas para terminar con la relación.
En su caso, hubo un momento que fue muy consciente de que su castillo de naipes
se le podía venir abajo; había algo que se había escapado a su plan: la intervención
psicológica. Por ello, cuando se dio cuenta, intentó por todos los medios que Elena
dejara de venir a la consulta. Afortunadamente, cuando lanzó este ataque nuestra amiga
ya era capaz de hacerle frente, y en ningún momento contempló la posibilidad de
abandonar el tratamiento. Además, por si quedasen dudas sobre sus intenciones, le
pusimos ante una prueba de fuego que terminó por desenmascararlo. Le comenté a Elena
que, si de verdad la quería, no tendría ningún inconveniente en venir él a la consulta, que
se lo pidiera, que yo estaría encantada de analizar con él algunos hechos que resultaban
muy extraños en su comportamiento, y que seguro que él, que nada tenía que ocultar,
vendría para ver cómo podía mejorar su relación con Elena. Ni que decir tiene ¡que
nunca apareció!
Las personas que han hecho de la mentira el fin de sus vidas, en general, son muy
hábiles cuando se trata de detectar el punto débil de sus víctimas.
Mario se había dado cuenta de que Elena era una buena persona, una mujer que
estaba en una edad «vulnerable», que quería llenar el vacío que había en su vida en el
terreno de la afectividad de la pareja, y tenía muchas ganas de encontrar un hombre que
la quisiera. Se dio cuenta y decidió que el fin justificaba los medios.
Pero no nos confiemos, no pensemos que el caso de Elena es algo extraño, que se
da pocas veces. Aunque no confluyan tantas mentiras juntas, seguro que hay muchas
personas, mujeres y hombres, que, en mayor o menor medida, han vivido o viven, al
menos parcialmente, situaciones parecidas, donde una persona querida ha abusado de su
confianza y, lo que es aún peor, ha abusado de su amor.
Recordemos, como comentábamos al principio de este capítulo, que el 90 por ciento
de los encuestados admiten que están dispuestos a mentir en su primera cita para seducir.
Conviene, en consecuencia, que seamos conscientes de esta realidad y que
empecemos a entrenarnos en la apasionante tarea de aprender a diferenciar entre la
verdad y la mentira, entre las personas honestas y aquellas que no tienen escrúpulos y se
saltan todos los límites para conseguir sus objetivos; en definitiva, vamos a emprender
un camino apasionante que nos ayudará a desarrollar recursos y habilidades que nos
protejan de los que quieren conseguir sus propósitos a través de subterfugios y atajos,
abusando de la candidez de las buenas personas.
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Acabamos de ver cómo Mario mintió para seducir y manipular, y lo hizo sin
sentirse culpable en ningún momento por el fraude y el dolor que estaba ocasionando; al
igual que Mario, hay personas que se justifican siempre, por muy viles que sean sus
mentiras, y a pesar de las graves consecuencias que puedan originar con ellas.
Son personas que se envilecen, que se llenan de odio y se vacían de sentimientos.
Por cierto, el análisis exhaustivo que hicimos sobre las conductas y actitudes que
manifestaba Mario, cada vez que lo «pillábamos» en una mentira, nos enseñó que, en su
caso, los indicadores más objetivos de que mentía eran:
Elevación muy notable del tono de voz.
Mayor duración de las pausas cuando hablaba.
Aumento considerable de las frases negativas.
Por lo demás, en contra de la creencia habitual, la fijeza en la mirada no es un
indicativo fiable de que una persona no mienta; de hecho, Mario era capaz de sostener la
mirada sin pestañear durante un largo periodo de tiempo, a la vez que en ese mismo
espacio temporal había encadenado una mentira tras otra.
En cualquier caso, el elemento crucial que resultó más ostensible en sus mentiras
fue la constante falta de coherencia entre lo que decía y lo que hacía; su aparente amor
hacia Elena en nada se correspondía con la agresividad que mostraba cuando ella le
pedía explicaciones por algo. De la misma forma, su desprecio hacia todo lo que ella
manifestaba no encajaba con la conducta que tiene una persona que quiere de verdad y
que respeta las opiniones, las creencias y los valores de la persona amada.
Elena se liberó, pero seguro que hay muchos Marios dispuestos a buscar una presa
fácil que caiga en sus redes, en las redes de sus mentiras y en las trampas de sus vidas.
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MENTIR EN LO MÁS ÍNTIMO: EN NUESTRA SEXUALIDAD
Son muchas las parejas que tienen dificultades en el ámbito sexual, en sus relaciones
más íntimas y personales.
Comentábamos en el libro Amar sin sufrir:2 «La afectividad es un factor clave,
seguramente el más esencial en la relación de la pareja».
Cada persona vive su afectividad con tal intensidad que le cuesta imaginarse que los
demás no tengan las mismas necesidades, y experimenten emociones semejantes.
La mujer es en especial sensible y vulnerable en esta área. Puede luchar contra la
adversidad, sobrecargarsede tareas y asumir responsabilidades que no le competen, para
que la convivencia no se resienta, puede sentirse insatisfecha en el trabajo y
decepcionada por la vida que le está tocando vivir, pero necesita encontrarse bien
afectivamente. Ese es su principal motor y su punto de equilibrio, pero también puede
constituir su mayor fuente de insatisfacción.
Para el hombre también es importante sentirse bien afectivamente, pero a otro nivel.
El hombre busca y necesita ser admirado, quiere que lo valoren, que lo vean
competitivo, dominante, valiente, práctico…; se encontrará de maravilla si la mujer le
dice que se siente feliz, que él cubre todas sus necesidades y expectativas.
El tema de la sexualidad es otro punto especialmente delicado. Aquí las hormonas
desempeñan un papel esencial e influyen mucho en el comportamiento de la pareja. En
esta área podríamos destacar:
Los hombres poseen unos niveles de testosterona mucho más elevados, entre
10 y 20 veces más. Por eso, ellos suelen manifestar más apetito sexual que las
mujeres.
Los hombres relajan sus tensiones con el sexo; por el contrario, si las mujeres
están preocupadas por algo, no quieren relaciones sexuales; quieren afecto,
caricias, manifestaciones llenas de ternura y paciencia.
Los hijos constituyen otro punto importante en las relaciones afectivas. La
pareja no siempre coincide en la necesidad de tener hijos, uno puede desearlo
y otro no.
Los métodos anticonceptivos también son una fuente importante de
desacuerdos en la pareja. Las mujeres están hartas de tener que ser ellas
quienes tomen las medidas para no tener hijos, y a los hombres no les gusta
generalmente el uso del preservativo.
Pero a bastantes parejas les cuesta hablar de las dificultades que tienen en sus
relaciones sexuales y, cuando por fin lo hacen, a veces omiten detalles importantes o
mienten en su sexualidad, o en sus emociones más profundas.
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El caso de Sergio y Clara
Sergio y Clara llevaban dos años de casados cuando por fin se decidieron a pedir ayuda
psicológica.
En contra de lo que suele ser habitual en muchas parejas, en este caso era Clara
quien se mostraba más insatisfecha, ante el escaso número de relaciones sexuales que
tenían.
Ambos coincidían en que la convivencia era muy agradable, se llevaban bastante
bien y, cuando por fin tenían relaciones, estas estaban llenas de ternura y de cariño.
Pero Clara pensaba que algo pasaba, ambos querían tener hijos, pero ella decía que,
al ritmo de sus actuales relaciones, sería una auténtica lotería que se quedara
embarazada.
No utilizaban métodos anticonceptivos desde hacía año y medio, pero en los
últimos meses las relaciones eran tan esporádicas que apenas alcanzaban una media de
una relación cada 8 o 10 semanas.
Clara le había preguntado repetidas veces a Sergio si había otra mujer en su vida,
pero él siempre contestaba de forma muy rotunda, y enfadado, negando esa posibilidad.
Cuando empezamos a trabajar con ellos, algo resultaba extraño desde el principio;
los dos tenían un alto nivel cultural, un trabajo con el que se sentían satisfechos, unos
ingresos que les permitían vivir bien, una convivencia muy armónica, pero unas
relaciones sexuales con cuentagotas, lo que era extraño en una pareja que solo llevaba
dos años de casados.
Lo más curioso es que, además, esa falta de interés por parte de Sergio en las
relaciones sexuales se había manifestado desde la misma noche de bodas.
A Clara siempre le había inquietado que durante el noviazgo Sergio apenas había
intentado tener relaciones: cuando ella se insinuaba, él le decía que en ese tema era muy
conservador y que, precisamente porque estaba convencido de que era la mujer de su
vida, no quería utilizarla y tener con ella la típica aventura, quería casarse, tener hijos y
construir la familia que los dos anhelaban.
La realidad es que tenían dos formas de ser muy diferentes: Clara era bastante
extravertida, incluso impulsiva, muy vital y espontánea; por el contrario, Sergio era más
reservado, más controlado, muy agradable en el trato, pero muy hermético en la
manifestación de sus emociones. Al contrario de lo que les sucedía a la mayoría de las
parejas que acuden a consulta a causa de dificultades en sus relaciones sexuales, quien se
quejaba amargamente de la poca frecuencia de estas relaciones era Clara, y no Sergio.
De hecho, el primer día Sergio intentó una maniobra poco inteligente, pues me preguntó
(en presencia de Clara) si no era verdad que hoy día, con las presiones y el cansancio que
tenemos, la frecuencia de las relaciones sexuales en las parejas había descendido mucho,
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y añadió que él, de hecho, tenía compañeros que estaban en su media (una relación cada
dos meses).
—Tú sabrás lo que te han dicho tus compañeros, Sergio —respondí—, pero ¿cuánto
tiempo llevan casados o teniendo relaciones sexuales con sus parejas?
Clara contestó por él: los compañeros a los que se refería superaban los 50 años y
llevaban cerca de treinta con sus parejas.
Ese día, al escribir el resumen de la sesión, anoté: «Mal comienzo, Sergio no está
siendo sincero y sus primeros intentos se han dirigido a que Clara no le presione tanto.
Como está muy bloqueado y poco preparado para abrirse de verdad, seguiremos un
programa “lento”, aunque las posibilidades de éxito son escasísimas». La conducta de
Sergio era muy sospechosa y poco compatible con la respuesta sexual que cabe esperar
en un hombre de 30 años.
En general, cuando una de las dos personas se siente muy presionada y con cierto
miedo al fracaso en las relaciones sexuales, preparamos un programa que incluya unas
fases de acercamiento, de juegos amorosos, de desarrollo de su afectividad y sus caricias,
pero sin ningún tipo de presión; por cierto, prohibimos explícitamente que en las
primeras fases se mantengan relaciones.
Cuando les contamos que empezaríamos con ejercicios de Focalización Sensorial,
que en las primeras fases excluían el coito y la penetración, observamos que, tal y como
habíamos previsto, Sergio lo agradeció mucho y Clara se mostró más escéptica, pero
estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para desbloquear la situación.
Gran parte de dichos ejercicios se desarrollan sobre la base de las investigaciones
que en su momento realizaron William Masters y Virginia Johnson.
En la Focalización Sensorial de la fase I se prohíbe a la pareja realizar el coito, pero
se les anima a que, desnudos y en un ambiente muy relajado y diferente del habitual —
con música, velas, cremas…—, utilicen todo lo que les ayude a sentirse más cómodos y
exploren sus cuerpos y jueguen con ellos, acariciándose primero uno y después el otro, y
a que se concentren en sentirse bien cuando son acariciados y en que su pareja descubra
nuevas sensaciones placenteras cuando le toca al otro acariciar. Podrán acariciar cada
punto de su cuerpo, excluyendo en esta fase las caricias en los pechos y en los genitales.
Es un ejercicio muy placentero. Siempre insistimos en que todo son caricias y que
no tiene que haber exigencias, con lo cual eliminamos la ansiedad previa y la sensación
de fracaso que se pueden tener a raíz de experiencias anteriores. El objetivo fundamental
es restablecer la intimidad sexual en la pareja.
Cada fase deberá durar un mínimo de una semana, pero no se pasará a la fase
siguiente hasta que no se hayan conseguido plenamente los objetivos de la anterior.
Siempre se les anima a que hablen durante estos juegos, que cuenten a la otra
persona cómo se están sintiendo, que digan qué les gusta más, que verbalicen lo que
necesitan para sentirse aún mejor…; se trata de informar sobre cómo reacciona nuestro
cuerpo.
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En la fase II las caricias se repetirán, pero ahora ya podrán incluir los pechos y los
genitales, aunque se prohíbe que tengan orgasmo y, por supuesto, no habrá penetración.
La realidad es que en esta segunda fase muchas parejas «desobedecen», se dejan
llevar y pueden llegar a alcanzar unos orgasmos maravillosos.
En la fase III se pide que se acaricien a la vez, mutuamente, mirándose con ternura,
pero sinbuscar el orgasmo.
En la fase IV el objetivo de las caricias será tener un orgasmo extravaginal, sin
realizar el coito.
En la fase V se realizará la penetración, pero de nuevo el objetivo es obtener un
orgasmo extravaginal, y en la fase VI podrán tener un coito normal, sin restricciones.
Nuestra pareja realizó muy bien las tres primeras fases, pero en la cuarta, aunque
los dos manifestaron que habían alcanzado el orgasmo, nos dimos cuenta, por la forma
de enfatizar de Sergio, que de nuevo estaba mintiendo; en realidad solo Clara consiguió
su orgasmo. En esa sesión les pedí, como de costumbre, hablar a solas con cada uno de
ellos 10 minutos para ver cómo se habían sentido.
Cuando entró Sergio, se mostró aparentemente muy contento, diciendo que había
tenido un orgasmo muy placentero; le dije que se tranquilizase, que conmigo no tenía
que fingir y que, para que no sintiera ansiedad (seguramente estaba ya muy preocupado
porque en la fase quinta sí que debía haber penetración), los dejaríamos otra semana en
esta fase, pero de nuevo le pregunté:
—Sergio, ¿no te parece que sería mejor que me dijeras tu verdad?
Él se sintió muy turbado, bajó la cabeza y dijo que no sabía bien a qué verdad me
refería y que, en cualquier caso, le incomodaba mucho mi pregunta. Cuando una persona
no está preparada para verbalizar su verdad, es mejor no insistir, porque, ante la presión,
puede empezar a mentir para no afrontar su realidad.
La semana siguiente los dos vinieron muy eufóricos, habían tenido orgasmos muy
placenteros y, esta vez, por fin, reconoció Sergio, se había permitido concentrarse en su
propio placer, sin estar tan pendiente de que Clara alcanzase su orgasmo. Quise dar a
Sergio otra semana más antes de pasar a la fase quinta, pero insistió en que estaba
preparado y se sentía muy bien y capaz de dar el siguiente paso.
Lo que siguió fue el desencanto de Clara y la frustración de Sergio, que, desde el
primer intento, no consiguió mantener la erección un tiempo mínimo. Así, de nuevo, se
sintió bloqueado por la ansiedad, y Clara, muy impaciente al comprobar que llegaban a
un punto en el que no avanzaban y, en voz alta, le preguntó si lo que le ocurría es que
ella no le gustaba. Como de costumbre, Sergio mintió y dijo que eso era una tontería,
que él estaba enamoradísimo y lo único que necesitaba era no sentirse presionado.
Por mi parte, tenía muy claro qué le pasaba a Sergio, por ello decidí no prolongar
una «representación», la que él estaba llevando a cabo viniendo a terapia con Clara; de
nuevo le comenté varias veces que no podría ayudarle si él no se abría y verbalizaba sus
dificultades, y que me daba mucha pena ver cómo Clara sufría pensando que no era
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atractiva y que no le gustaba a él lo suficiente, pero de nuevo decidió huir, sonreír y
decir que no sabía muy bien a qué me refería, pero que me estaba confundiendo.
En ese punto, opté por no preguntar más a Sergio y respetar su decisión, pero yo no
podía limitarme a servir de «tapadera», con la excusa de que necesitaban terapia de
pareja. En esa sesión les comuniqué a los dos que interrumpíamos la terapia. Ante la
sorpresa y decepción de Clara, les dije que no podíamos continuar, que necesitaban
tiempo para asimilar su situación, para hablar entre ellos, para verbalizar lo que
realmente ocurría; es decir, que les tocaba caminar solos.
Cuando me despedí, en un aparte, le dije a Sergio: «¿No te da pena lo que está
sufriendo Clara? ¿Y no te das pena tú mismo al negar algo que sabes que es obvio?».
Entonces se derrumbó, y aproveché para decirle que él y yo sabíamos lo que le pasaba,
pero que yo no podía seguir con una terapia durante la cual uno de los actores no decía la
verdad. Le insistí en que recapacitara sobre su situación, en que no tenía sentido
mantener por más tiempo su «mentira»; ni él ni Clara se lo merecían.
Dos meses más tarde, me llamó Sergio y me dijo que se iban a separar.
—Bien —le manifesté—, ¿le has dicho a Clara lo que de verdad te pasa? ¿Queréis
que os ayudemos en esta nueva etapa?
Aunque la conversación era por teléfono, el tono de su voz, sus titubeos, sus
suspiros y sus respiraciones profundas me indicaban que su ansiedad era máxima, pero
quiso cortar mis preguntas, diciendo que llamaba porque él seguía queriendo mucho a
Clara y le gustaría que la apoyásemos para afrontar la separación, pues estaba muy
deprimida. En este punto, volví a insistir: «Sergio, ¿conoce Clara el auténtico motivo por
el que os separáis?». Tras una larga pausa respondió: porque ella quiere tener hijos y yo
no. «Veo que sigues mintiendo, Sergio, desde luego le mientes a Clara y, seguramente,
te mientes a ti mismo». Aquí por fin estalló y, llorando, exclamó: «¿Pero cómo le voy a
decir la verdad? ¿Cómo le voy a decir que me gustan los hombres? Te juro que lo he
intentado, tú la conoces y sabes que es una gran persona, pero todo ha sido inútil».
Sergio, por fin, dejó de mentir y de mentirse. Hoy vive con un hombre, aunque no
quiere que su familia ni sus amigos lo sepan (es su decisión), y Clara lo pasó fatal hasta
que entendió que el problema no era ella.
—¿Sergio es homosexual? —preguntó un día.
—Esa es una pregunta que debe contestar él, Clara —respondí.
—María Jesús, tú sabes que él nunca lo admitirá —añadió ella.
—Bien —le dije y, con una amplia sonrisa, enfaticé—: Pero ese, en todo caso, será
su problema, no el tuyo. Tú puedes volver a ser feliz porque tienes todo el derecho de
serlo y porque además eres una persona alegre, optimista, vital, con mucha capacidad
para amar y ser amada, así que solo nos queda una cosa.
—¿Cuál? —preguntó Clara.
—Recuperar la ilusión, recuperar las ganas de vivir, recuperar la confianza en ti
misma, la esperanza en tu futuro, y para ello hay que empezar ya, hoy mismo. Hoy
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mismo puedes poner tu cerebro a tu favor y programarlo para que vuelvas a disfrutar de
cada segundo, de cada minuto, de cada momento de tu vida.
Clara decidió por fin liberarse; sintió que, efectivamente, ella no era responsable de
aquel matrimonio fallido, de aquella experiencia tan extraña y, con la generosidad que la
caracteriza, decidió no pasar factura a Sergio.
Las mentiras en la esfera de la sexualidad son muy dolorosas y, en contra de lo que
pudiéramos pensar, muy numerosas.
Hay muchos hombres y mujeres que viven una gran mentira. Están casados
«socialmente», conviven en muchos casos con sus maridos y mujeres, pero sienten una
soledad y una marginación muy dolorosa. Con frecuencia, tienen relaciones en paralelo;
relaciones homosexuales o heterosexuales; pero relaciones que prefieren no sacar a la
luz.
Sergio es un exponente típico, pero seguramente solo es la punta del iceberg, hay
millones de personas que mienten en su sexualidad.
En estos casos, la lógica es la mejor ayuda que podemos aplicar. Un hombre joven,
que acaba de empezar su relación con una mujer, una relación en la que ambos son libres
para vivir su sexualidad, no suele mostrarse inhibido, ni temeroso, ni incapaz de
mantener relaciones con regularidad. Cuando estas dificultades se dan, algo pasa, pero la
solución nunca es la mentira, ni el ocultamiento; la solución es el afrontamiento de la
verdad.
A continuación, veremos otro caso que nos demuestra la complejidad del ser
humano; complejidad que nos puede llevar a traspasar líneas que rayan en lo inhumano,
y pocas cosas hay menos humanas que utilizar a los hijos para vengarnos de su propio
padre.
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MENTIR POR VENGANZA, UTILIZANDO A LOS HIJOS, CUANDO NO
ASUMEN QUE LA RELACIÓN HA TERMINADO
Esta es otra de las mentiras que, desafortunadamente, vemos con demasiada frecuencia
en las consultas de psicología, y que resultan muy dolorosas, porque hay adultos (me
cuesta llamarlos padres) que no dudan en utilizar a los hijos en sus intentos de venganza.
Son personas que mienten con el firme propósito de hacer daño y de provocar el
máximo perjuicio posible. Justifican sus acciones amparándose en que se sienten
engañadas o traicionadas en sus sentimientos.
No les importa el medio, no se paran a pensar en el dolory el sufrimiento que están
ocasionando a sus hijos: el fin justifica sus conductas, por indignas que estas puedan
resultar.
Con los lógicos matices y diferentes circunstancias, el guion de estas «historias
dramáticas» casi siempre sigue una serie de patrones comunes. Por lo general, se trata de
dos personas que han tenido una relación intensa; habitualmente, de índole afectiva, que
ha podido prolongarse en el tiempo; que tienen hijos comunes, o de otras relaciones,
pero una relación que ha llegado a su fin, al menos para uno de los miembros. El drama
surge cuando, al no ser un final «consensuado o compartido», una de ellas puede
empeñarse en no admitir que la relación ha terminado e intenta, como si de una posesión
se tratase, que la otra persona dé marcha atrás y desista de su decisión de acabar con la
relación, y, para ello, es capaz de utilizar cualquier medio, incluso algo tan perverso
como la mentira, el engaño y la manipulación de los hijos.
Al principio, pueden intentarlo por las «buenas» o, directamente, pasan a la
manipulación o a la extorsión, pretendiendo que el otro se sienta culpable, pero si ven
que no logran sus objetivos, no dudarán en mentir, engañar o falsear hasta extremos
inverosímiles.
Lo dramático es que muchas veces consiguen sus objetivos, y terminan machacando
y hundiendo no solo a quien «libremente» quiso terminar con una relación que le
asfixiaba, o le empobrecía como persona, sino también a los hijos que, con total
indefensión, son víctimas inocentes de las maquinaciones y mentiras de quien, lejos de
quererlos y protegerlos, solo busca una cruel venganza.
El despecho es una de las emociones más innobles e impropias del ser humano,
pero ¡cuánto despecho hay en esta sociedad donde muchos creen que las personas
son pertenencias y actúan con ellas como si se tratase de mercancías que se pueden
comprar o vender, usar o tirar, maltratar y odiar!
Quizá algunos piensen que estoy adoptando un tono trágico, y lo entiendo
perfectamente, pero si hubieran sido testigos de tanta maldad, tanta injusticia como a
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veces hemos tenido que contemplar los psicólogos en el ejercicio de nuestra profesión,
coincidirían en que hay que intentar poner fin a comportamientos tan reprobables, que
llenan de vergüenza y estupor a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad.
Ante estos hechos, siempre vuelvo a echar en falta esa formación, ese
entrenamiento en las principales leyes y principios de la psicología, que nos
permitirían tener recursos para defendernos de personas manipuladoras, posesivas y
egoístas, que en algunos casos presentan, además, determinadas patologías y que
pueden arruinar la vida de quienes les rodean y son objetivo directo de sus miserias.
Esos principios son los que intentamos desarrollar en las personas que, como Luis y
sus hijos, se sienten impotentes ante los ataques de los que están siendo objeto, y nos
piden ayuda para reconducir su vida y volver a respirar y sentir un mínimo de libertad y
de justicia.
El caso de Luis
Luis era un hombre de bien. Estaba casado, tenía dos hijos y era una persona muy
querida por su entorno: amigos, compañeros, familia…
En el aspecto profesional, tenía un buen puesto en su empresa, donde le valoraban
mucho, incluso le habían propuesto para un proyecto muy interesante fuera de España,
con gran proyección, pero había renunciado a él, pues implicaba trasladarse a vivir a otro
país, y su mujer se había negado en redondo, y él sabía que eso significaba dejar de ver a
sus hijos.
Aparentemente, de cara al exterior, su vida iba bien, pero Luis estaba soportando
una auténtica tortura. Llevaba tres años intentando separarse. Desde el primer momento
quiso llegar a un acuerdo con su mujer; estaba dispuesto a ceder al máximo en el tema
económico, pues para él sus hijos eran lo más importante de su vida, y quería que la
separación se produjese en el mejor ambiente posible. Pretendía conseguir la custodia
compartida, pero los tres últimos años habían sido un suplicio, y nada parecía indicar en
el horizonte que el final estuviese próximo.
Solo su mejor amigo conocía las auténticas circunstancias de su vida, las vicisitudes
y penalidades que Luis aguantaba cada día.
A pesar de que su amigo le había insistido en que cortase ya, que no lo intentase
más, que lo pusiera en manos de un buen abogado, pues su mujer nunca iba a ceder por
las buenas, ya que todo en ella era odio y deseos de venganza, Luis no pidió ayuda hasta
que comprobó que su mujer, la madre de sus hijos, era capaz de todo, incluso de
provocar el sufrimiento de los niños, con tal de conseguir su propósito. Ella tenía una
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meta en su cabeza: debilitarlo y hundirlo, para que desistiera de su intención de
separarse.
Como Raquel, su mujer, veía que Luis cada vez estaba más firme en su objetivo y,
al parecer, un abogado al que había consultado le había dicho que él tenía muchas
probabilidades de conseguir la custodia compartida, ella decidió ir en tromba, «a por
todas», sin ningún tipo de límite, y un domingo por la tarde, sin previo aviso, reunió a
los niños en el salón con el anuncio de que tenía que comunicarles algo muy grave. Ante
el estupor de Luis, y sin pestañear, Raquel les dijo que su padre era un canalla, que se
había engolfado con una sinvergüenza y que quería abandonarles y dejarles en la ruina,
que en realidad su padre nunca les había querido, que tenían que saber algo muy
doloroso. En este punto, ante la perplejidad de Luis, les dijo que su padre nunca había
querido tener hijos, que habían nacido porque ella se empeñó y, una vez que llegaron, él
siempre se había dedicado a disimular, a hacer como si los hijos le importasen, pero que
la verdad es que a ella le hacía la vida imposible y como era un canalla, un asqueroso
egoísta, ahora había decidido que se marchaba con una golfa.
Parece que Luis estuvo en estado de shock varios días. No acertaba a comprender
cómo su mujer había sido capaz de mentir con tal vileza, de inventarse aquella historia
tan inverosímil, con el único objetivo de que él desistiera en su empeño de separarse, y
para ello, para conseguirlo, Raquel no había dudado en provocar un sufrimiento tan
cruel, tan desgarrador, en sus hijos.
Fue precisamente al advertir la desolación de sus hijos, al contemplar sus caras
llenas de estupor y dolor, y de una angustia infinita, cuando sintió su impotencia. Era
consciente de que sus hijos le necesitaban más que nunca, pero estaba tan impactado que
no sabía por dónde empezar, ni cuál era la mejor forma de ayudarles. Por este motivo,
decidió venir a consulta.
A pesar de que habían pasado varios días de aquel suceso tan amargo, Luis no
conseguía relatar aún lo acontecido sin llorar amargamente y venirse abajo. Los hechos
habían terminado con una auténtica «puesta en escena» por parte de la madre, quien, en
un tono trágico, siempre delante de los niños, le dijo que se fuera de casa aquella misma
tarde, que, si en realidad lo iba a hacer a escondidas al día siguiente, no esperase más,
que no hiciera sufrir a sus hijos marchándose al trabajo y no volviendo ya nunca, que no
desapareciera como un canalla, que fuera valiente y se fuese en aquel momento. Como
Luis se resistía, y los niños estaban llorando presos de la angustia que estaban viviendo,
Raquel decidió «apretar» aún más y empezó a meterse con los padres de Luis, los
abuelos, diciendo que ellos le protegían y que también eran unos falsos, que nunca les
habían querido. En ese momento, los niños estallaron, se taparon los ojos, en medio de
un llanto desgarrador, y Raquel, en voz baja, le dijo a Luis que, o se marchaba en ese
instante, o no pararía de contarles a sus hijos lo canalla que era él y toda su familia.
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Finalmente, Luis salió de casa aquella tarde a empujones, con los niños intentando
interponerse entre él y la madre. Estaba roto por el dolor y la impotencia que sentía ante
tanta mentira, tanto engaño y tanta maldad. Le parecía que estaba viviendo una pesadilla
terrible, pues, según nos relataba, Raquel actuaba como si estuviera «poseída»,con todo
el odio del mundo reflejado en su rostro.
Pero aún le quedaban por vivir momentos angustiosos, como su vuelta a casa al día
siguiente. Según nos contó, su dolor y su sorpresa fueron infinitas cuando su hijo y su
hija lo miraron asustados y se tiraron a sus brazos diciéndole: «¡Papá!, ¿por qué nos
dejaste ayer, por qué no viniste, por qué te fuiste a ver a los abuelos, por qué estabas
enfadado con nosotros, por qué no nos llamaste por teléfono?; ¿de verdad ya no nos
quieres?»... Esa tarde seguramente los niños se habían quedado muy alterados con lo
sucedido y con la marcha de su padre, y a pesar de que este llamó varias veces por
teléfono para intentar hablar con sus hijos, Raquel había apagado el móvil y
desconectado el fijo. Parece que la madre, lejos de tranquilizarlos, les había insistido en
que tenían que saber la verdad, que ellos no le importaban a su padre, que nunca les
había querido, que se habría ido con su amante y, ante los intentos de los niños por
llamar por teléfono a su padre, les comentó que él había sido tajante y le había asegurado
que no quería hablar con ellos, que por eso no les llamaba aquella noche.
Los hechos habían sucedido de forma vertiginosa. Luis se sentía entre la espada y la
pared. El abogado que le había buscado su amigo le dijo que si quería pelear por la
custodia de los niños, no debía abandonar la casa, a pesar de que entendía que era un
infierno vivir así. La siguiente semana intentarían presentar la demanda de separación,
pero el juicio aún podría tardar varios meses y, en casos como aquel, el hecho de haberse
marchado de casa podría ser una baza en su contra. Una situación ¡penosa!, realmente
trágica, pero, además, Luis por nada del mundo quería dejar solos a sus niños.
Con estos antecedentes, y con un padre totalmente destrozado, intentamos analizar
cómo estaban los hechos en los principales frentes. Hablé con su abogado para
preguntarle directamente cómo veía él la situación, y así poder preparar a Luis para lo
que tuviera que enfrentarse en los próximos meses, pero lo más urgente era SALVAR A
LOS NIÑOS, conseguir que, a pesar de todo lo que estaban viviendo, pudieran
recuperarse y sintieran el apoyo y el cariño incondicional de su padre.
Puesto que si intentábamos ver a los niños en la consulta la reacción de la madre
aún sería más virulenta y agresiva hacia sus hijos, decidimos que lo mejor era ayudarles
a través de Luis y del colegio. Para ello, necesitábamos tener todos los datos posibles de
lo que estaba pasando en la vida de los niños, cómo lo estaban afrontando, cómo lo
manifestaban en los diferentes ámbitos: casa, colegio, con la familia…, y Luis fue una
gran ayuda. Apuntaba literalmente las principales conductas de los niños, las
«actuaciones» de la madre, su propio comportamiento, cómo reaccionaban los hijos ante
las conductas de los padres… En paralelo, nos pusimos en contacto con el colegio, para
ver cómo estaban acusando los niños la situación tan trágica que estaban viviendo. La
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colaboración del colegio fue total. Conocían muy bien a Luis, pues siempre había sido
un padre muy implicado en la educación de sus hijos y, desde el primer momento,
intentaron mitigar al máximo los efectos que estaba teniendo en los niños la situación
familiar. A la mínima señal de alarma nos avisaban, para que pudiéramos actuar y
contrarrestar los miedos que sentían los niños.
Evaluamos con mucho rigor cómo estaban viviendo los niños este drama. Luis hizo
todos los registros (anotaciones) que le pedimos y que nos permitían, desde fuera, saber
qué estaban sintiendo los niños. Analizamos sus conductas, sus silencios, sus miradas,
sus juegos, el comportamiento de la madre, las reacciones de Luis…; de esta forma, le
tranquilizamos y le fuimos proporcionando pautas muy concretas sobre cómo debía
comportarse y ayudar a los niños en cada momento, en función de las situaciones que se
daban en casa y de las conductas y emociones que sus hijos presentaban. Por fortuna,
aunque, como en este caso, no sea posible ver a los niños, es mucho lo que se puede
hacer, y Luis pronto comprobó que podía ayudar enormemente a sus hijos; que estos
confiaban en él, que sentían su cariño incondicional, que poco a poco eran capaces de no
hundirse ante tanta tensión, que se tranquilizaban al sentir la seguridad y el equilibrio
emocional que en todo momento mostraba su padre; que Luis, a pesar de los intentos de
tensionar el ambiente por parte de la madre, no caía nunca en la provocación y trataba de
contrarrestar los efectos en los niños con enormes dosis de paciencia, haciendo gala de
un control emocional fantástico, que actuaba como parachoques ante los ataques
virulentos de la madre y que protegía en lo más profundo de sus sentimientos y
emociones a los niños.
Los registros nos mostraron cómo intentaba su mujer provocarlo todos los días para
que perdiese el control; cómo le insultaba constantemente, le llamaba pelele de mierda,
maltratador, mal padre, hijo de…, y todo lo que se le ocurría. Por suerte, conseguimos
que Luis se sobrepusiera emocionalmente. El estímulo de actuar bien para que sus hijos
no sufrieran era poderosísimo en él, y, aunque fue extraordinariamente difícil, no cayó
en las provocaciones de su mujer, y consiguió sorprenderla cada día con su conducta
asertiva (segura), tranquila y relajada. Su mujer le increpaba: «¿Cómo puedes estar así?
¿Es que no tienes…?».
Algo muy difícil de conseguir, pero que Luis logró, es la utilización del sentido del
humor con los niños, como medio de desdramatizar las alteraciones que contemplan en
el adulto. Cuando Raquel se mostraba especialmente dramática, Luis hacía algún guiño o
gesto de complicidad a los niños, y después, en cuanto podía, trataba de utilizar el humor
para desdramatizar la situación.
Los niños agradecen extraordinariamente el uso del humor en las situaciones
difíciles.
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Por otra parte, en cuanto las circunstancias lo permitían, Luis intentaba que sus
hijos estuvieran con otros niños y pudieran volcarse de nuevo en sus juegos y vivencias
infantiles.
Con relación a su familia, nuestro protagonista no tuvo más remedio que contarles
lo sucedido aquel fatídico domingo por la tarde, cuando Raquel decidió utilizar a los
niños para que desistiera de su voluntad de separarse. Los padres no salían de su
asombro ante el relato de Luis, y, aunque desde hacía mucho tiempo veían que Raquel
era una persona muy inestable emocionalmente y muy agresiva, nunca pensaron que
podía llegar al extremo de machacar a sus hijos, en su intento de vengarse de su marido.
Lo que más costó fue convencerles de que su papel debía centrarse en dar cariño y
afectividad a sus nietos, y no embarcarse en desacreditar y hacer frente a las mentiras de
su nuera. Incluso, decidimos que viniesen un día a consulta, para que pudiéramos
tranquilizarles, para responder a todas sus dudas, y entrenarles en el cometido que debían
tener con sus nietos. En realidad, los niños se lo pusieron más fácil de lo que ellos
pensaban, y aunque en un principio estaban un poco asustadizos, pronto volvieron a
disfrutar de sus abuelos. Además, al no sentirse presionados, ellos mismos, al cabo de
dos meses, les contaron lo que había pasado en casa, con esas preguntas típicas que
hacen los niños cuando quieren convencerse de algo: «¿Verdad, abuelo, que papá es
bueno, que él sí que quería tener hijos…?». Ni que decir tiene que los abuelos les dijeron
que nunca habían visto a su hijo tan feliz como cuando ellos nacieron, que él siempre
deseó tener niños, pero que además estaba muy orgulloso de ellos y no paraba de repetir:
«¡Qué feliz soy con mis hijos! ¡Qué maravillosos son! ¡No los cambiaría por nada en el
mundo!».
Pero cuando constatamos que los niños habían dado un paso de gigante, fue cuando
les dijeron, también a los abuelos, que «mamá se equivoca, ella no conoce bien a papá,
nosotros sabemos que papá es bueno y nos quiere mucho».
No obstante, no todo fue bien: Luis tuvo que esperar mucho tiempo, demasiado,
para conseguir, legalmente, que sus hijos no sufrieranlas mentiras, las tensiones y las
presiones de su madre. A pesar de todo, durante ese tiempo, que se hizo eterno, sí logró
mitigar, en gran medida, los efectos tan devastadores que estas conductas podrían haber
originado en la vida de sus hijos.
Cuando analizamos cómo «actuaba» Raquel cada vez que mentía ostensiblemente,
vimos que el signo externo más visible respecto a las señales vocales era la
ELEVACIÓN DEL TONO DE VOZ, y en las señales verbales, el INCREMENTO DE
FRASES NEGATIVAS. Este análisis permitió que Luis pudiera anticiparse, en cuanto
veía estos signos, a las mentiras de Raquel, actuando de forma muy eficaz para
desactivar el impacto que pudieran tener en los niños.
Pero no nos engañemos; no todo el mundo consigue el entrenamiento y la habilidad
que alcanzó Luis para proteger de forma tan eficaz a sus hijos. Como él mismo decía:
«después de esto, cualquier cosa que me suceda en la vida me parecerá una tontería».
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Con frecuencia, la justicia no resulta todo lo eficaz y rápida que desearíamos; a
veces, tan siquiera resulta justa, y los niños pueden ser las principales víctimas de estas
mentiras, pero siempre podemos y debemos prepararnos para afrontar la situación en las
mejores condiciones, para no hundirnos —que es el principal objetivo del mentiroso—,
para sacar lo mejor que llevamos dentro y para proteger el bien más preciado que tiene
cualquier padre sensible: sus hijos.
Ante estas situaciones, conviene encauzar muy bien nuestras energías, que siempre
son limitadas, para que los diferentes frentes que se abren ante nosotros no nos hagan
alejarnos y dejar de responder a lo principal: la ayuda que necesitan los niños.
Luis supo no perder el control de su vida, no se dejó arrastrar por los graves
acontecimientos que se sucedieron, no cayó en la provocación continua de que era
objeto, no malgastó ni un ápice de su energía en la queja y el lamento, pues comprendió
que no podía adoptar el papel de víctima y transmitir más sufrimiento a sus hijos. Su
misión era muy importante: tenía que proteger a sus hijos, y para ello necesitaba
infundirles seguridad y esperanza, y eso era algo que solo él podía hacer.
Nuestro protagonista entendió que…
... tenemos que adelantarnos al mentiroso; tenemos que entrenarnos para saber
cuándo va a mentir y cómo va a hacerlo, para desactivarlo, y la mejor desactivación
es no caer en la provocación.
Si nosotros llevamos el control, seremos los dueños de la situación.
Es posible que muchos de los lectores, ante la descripción de este caso, sientan
algún grado de identificación con lo que vivió Luis y sus hijos, y se pregunten si,
realmente, alguien en su sano juicio puede actuar como lo hizo Raquel con sus hijos. La
realidad es que desde la psicología vemos numerosos casos en que padres o madres
utilizan el dolor de sus hijos contra sus parejas o sus ex. En función de las mentiras que
se manejen, y de las conductas que presenten, podemos hablar o no de mentira
patológica.
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MENTIRA E INFIDELIDAD
La infidelidad está presente en un gran número de relaciones afectivas. Muchas personas
piensan que el último en darse cuenta es quien padece la infidelidad, y eso generalmente
es cierto, aunque no siempre se cumple esa regla.
Los principales estudios que se han realizado al respecto nos demuestran que la
mayoría de los encuestados reconocen que la mentira más importante que han contado
en su vida fue a sus parejas, y lo han hecho para encubrir hechos importantes tales como
infidelidades.
En las consultas de psicología, una parte importante de los casos que vemos son de
pareja, y, curiosamente, no por casualidad, muchas veces la petición de ayuda
psicológica coincide con la vivencia, el comienzo o el descubrimiento de una infidelidad.
El cambio de nuestros hábitos de vida influye también en el origen y el medio en el
que se desarrollan un porcentaje importante de infidelidades. Ya hemos comentado en
libros anteriores3 que en España tenemos horarios laborales muy amplios y una
productividad en comparación bastante baja; pero el hecho es que hay muchas personas
que piensan que sus parejas no pueden serles infieles, con el argumento de que no tienen
tiempo, pues se pasan la vida en el trabajo.
Sobre este particular, en un estudio que hicimos, sobre una muestra superior a 1.500
personas, vimos que una parte importante de los casos de infidelidad se daban con
compañeros de trabajo. Si lo pensamos detenidamente, no debería extrañarnos este
hallazgo; si nos pasamos gran parte de nuestra vida en el trabajo, al final muchos
compañeros terminan convirtiéndose en amigos, en confidentes y, en algunos casos, en
amantes.
Lo que resultó muy curioso de este estudio es que por cada 18 casos en que la mujer
descubre una infidelidad en su pareja, los hombres solo descubren 1 caso de infidelidad
en sus mujeres.
Las mujeres tienden a ser más observadoras y están más atentas ante
comportamientos o señales que puedan indicar una posible infidelidad; por el
contrario, muchos hombres actúan con enorme ingenuidad.
Vamos a exponer dos casos que nos ilustran sobre infidelidades en el trabajo.
El caso de Paloma
Paloma era una mujer de 41 años que llevaba dieciséis años con su actual pareja, diez ya
de casados, y tenía dos hijas de 7 y 5 años, a las que adoraba.
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La relación con su marido era buena: compartían aficiones y valores y se sentían
cómodos el uno con el otro, aunque, después de tanto tiempo, lógicamente, había
desaparecido la pasión del principio. Esto ocurría al menos en su caso, pues Juan
siempre se mostraba dispuesto a incrementar la frecuencia de las relaciones sexuales.
Paloma argumentaba que ella seguía sintiéndose atraída por su marido y cuando
tenían relaciones disfrutaba mucho, pero reconocía que llegaba a casa muy cansada, al
límite de sus fuerzas y las pocas energías que le quedaban las dedicaba a las niñas.
Por encima de cualquier otra consideración, sus hijas eran su principal prioridad. De
hecho, desde que habían nacido, su mayor preocupación era poder pasar más tiempo con
ellas.
Pero algo inesperado ocurrió en un viaje de trabajo y esa era la razón por la que
Paloma vino a vernos.
No puedo continuar así ni un día más, todo a mi alrededor se tambalea, me siento fatal
conmigo misma, llena de dudas y de reproches; por favor, necesito poner en orden mi
vida, tengo una angustia que no me deja ni respirar. Por una parte, vuelvo a sentirme
viva, llena de emociones y sensaciones que hacía años no tenía, y, por otra, me detesto
con todas mis fuerzas; no puedo mirar a mis hijas ni a mi marido, siento que les he
fallado, que me he dejado llevar por un impulso que me hizo sentirme veinte años más
joven, pero que ahora me pesa como una losa… Y, lo peor de todo, es que me cuesta
renunciar, me cuesta resignarme y ahogar estos latidos, este sinvivir que me atenaza
como si fuera una adolescente.
Paloma se encontraba en un estado de ansiedad y de reproches constante. Por una
parte, sentía que así no podía vivir y, por otra, pensaba que si renunciaba, algo se
terminaba para siempre. Era difícil asumir que a sus 41 años no podía ya experimentar
esas emociones únicas en la vida: sentir de nuevo cómo todo su cuerpo vibraba, se
excitaba, se encendía y se apagaba con la presencia y la ausencia de ese compañero, de
ese amigo, con el que había tenido «un encuentro» en un viaje de trabajo.
Los hechos se habían desencadenado a una velocidad de vértigo. Entonces, Paloma
tenía un puesto de responsabilidad en su trabajo, aunque hacía años había rechazado un
ascenso, porque implicaba viajes continuos y una mayor dedicación de tiempo. En aquel
momento sus hijas eran muy pequeñas; de hecho, la segunda apenas tenía unos pocos
meses y optó por renunciar a esa promoción. Ahora estaba en un segundo nivel. Era muy
valorada por su actual director, y fue precisamente él quien le pidió que lo sustituyera en
un viaje de trabajo, pues le coincidía con otro evento.
Paloma pensó que solo serían dos días y que, en realidad, lo que había que exponer
ante unos clientes importantes

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