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02 Ficha La pregunta por la clínica en el Acompañamiento Terapéutico y los procesos de cuidado

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Ficha 1 del Seminario-Taller Acompañamiento Terapéutico: clínica y política. 
La pregunta por la clínica en el Acompañamiento Terapéutico y los procesos de 
cuidado. 
Si hay un espacio refractario a las construcciones del campo de la Salud Mental, a las 
experiencias que recoge y sintetiza la Ley 26.657, ese es el espacio de la Academia. El 
mismo que al día de hoy no ha reformulado aún la estructura de sus planes de estudio ni 
ha incorporado de modo transversal las recomendaciones a las Universidades esbozadas 
por la CONISMA (Comisión Nacional Interministerial en Salud Mental y Adicciones). 
Pero en lo atinente al Acompañamiento Terapéutico encontramos, además de estas 
dificultades contingentes, las marcas de un debate no saldado en torno a la cuestión de la 
habilitación para la práctica. Las coordenadas de dicho debate, amplias y difusas, pueden 
sin embargo ordenarse a partir de dos orientaciones presentes en cierta tensión. Por un 
lado situaremos las corrientes que buscan considerar al A.T. como una nueva profesión 
disponible en el mercado de posibilidades laborales. Por el otro, vale situar una 
perspectiva que apuesta a pensar sus fundamentos en la configuración misma de un 
campo de prácticas de diversas profesiones, rasgo que a lo largo y ancho del país, ha 
permitido el despliegue de estilos muy diversos en las prácticas que se nombran de ese 
modo. 
A su vez, la práctica del Acompañamiento Terapéutico recibió un respaldo clave al ser 
nombrada como recurso pertinente para el cambio de paradigma que se pretende instalar 
a partir de la Ley de Salud Mental 26.657, su reglamentación y la conformación del Plan 
Nacional de Salud Mental. 
Nos parece importante detenernos en algunos momentos históricos de esta práctica, para 
explicitar qué tipo de lazo es el que nos interesa a la hora de pensar su función enmarcada 
como política pública acorde al paradigma de derechos que se sostiene desde la Ley 
26.657. 
Primer momento: 
En las primeras publicaciones sobre la práctica del Acompañamiento Terapéutico se 
planteaba la construcción de una alternativa a la internación manicomial a partir de la 
figura del “amigo calificado”, una proto imagen del A.T. que se ampara en la noción teórica 
de contención y cuidado denominada: “chaleco humano”. 
Dicha versión “humanizante” y “humanizada” re-actualiza aquello que se juega 
centralmente en la serie “chaleco de fuerza” - “chaleco químico” -como noción planteada a 
su vez por Henri Laborit. Se trata de aquello que Michel Foucault planteaba en las páginas 
de “El poder Psiquiátrico”, la existencia y eficacia de un poder disimétrico e ilimitado que 
apunta al control del cuerpo, del cuerpo del paciente. 
Asimismo, agregaba en aquel trabajo la mención de ciertas figuras operantes dentro de la 
institución mental, que en sus diversas y determinadas funciones, ejercen una cuota de 
poder y adquieren un lugar importante dentro de la misma. 
Foucault nombra: “En primer lugar, los vigilantes, a quienes Fodéré reserva la tarea de 
informar sobre los enfermos, ser la mirada no armada, no erudita, una especie de canal 
óptico a través del cual va a funcionar la mirada erudita, es decir, la mirada objetiva del 
propio psiquiatra.” 
Más adelante sigue diciendo: “¿Cómo deben ser? En un vigilante de insensatos es 
menester buscar una contextura corporal bien proporcionada, músculos llenos de fuerza y 
vigor, un continente orgulloso e intrépido cuando llegue el caso, una voz cuyo tono, de ser 
necesario, sea fulminante, además, el vigilante debe ser de una probidad severa, de 
costumbres puras, de una firmeza compatible con formas suaves y persuasivas y de una 
docilidad absoluta a las órdenes del médico”. 
Otra categoría, será la de los sirvientes. “Los sirvientes darán vuelta en torno a los 
enfermos y los mirarán en el plano de su cotidianeidad, y de alguna manera, en la cara 
interna de la voluntad que ejercen, de los deseos que tienen; y el sirviente va a informar lo 
que es digno de nota al vigilante, quien a su vez informará al médico”. 
Estas líneas nos llevan a precisar un primer momento en la historia de esta práctica, donde 
la cuestión humanitaria radica en sustituir el proceso de la internación manicomial, 
aunque no nos quede claro si ello pone a jugar allí algún atisbo de sustitución de la lógica 
manicomial, o si dicha sustitución no acaba más bien conformando lo que con Marcelo 
Percia podríamos denominar como “manicomio de cotillón”. 
Un segundo tiempo de esta práctica, sin dudas en encuentra ligado a la pregunta por la 
clínica en aquellas situaciones que desbordan las herramientas, la oferta de trabajo, que 
producen los equipos. Aparece en ocasiones la figura de la coordinación de Acompañantes 
Terapéuticos, equipos de trabajo articulados a alguien que oficia como referencia ante el 
paciente, o que puede también ocupar el lugar de direccionar un proceso de trabajo. 
Sin dudas la tensión de este segundo momento subyace a la oposición producida entre la 
posibilidad de inclusión del Acompañante Terapéutico en un Equipo de Trabajo acorde a 
los procesos de interdisciplina que promueve la Ley de Salud Mental, y la vertiente que 
acentúa su condición de mero Auxiliar de una estrategia que lo precede. 
La clave de esta distinción se halla en si se permitirá al A.T. interrogar las demandas del 
equipo o no. No hace falta analizar a fondo la construcción del Campo del 
Acompañamiento Terapéutico en Argentina para encontrarlo bajo la limitación de ejercer 
funciones auxiliares ora al psicólogo, al enfermero, al trabajador social, o por qué no, a un 
familiar. 
Para que el Acompañante Terapéutico pueda incluirse en el equipo de trabajo, pudiendo 
leer y retrabajar los efectos de su práctica, se requiere a su vez de una formación que no 
se reduzca a la enseñanza de una técnica, fundamentos que orienten y permitan la 
construcción de un estilo de trabajo. 
Resulta por ello fundamental retomar este tiempo desde la perspectiva del Equipo 
Interdisciplinario que plantea la ley 26.657 en sus artículos 8 y 9. Allí se establece que: 
“Debe promoverse que la atención en Salud Mental esté a cargo de un equipo 
interdisciplinario integrado por profesionales, técnicos y otros trabajadores con la debida 
acreditación de la autoridad competente...” 
“El proceso de Atención debe realizarse preferentemente fuera del ámbito de internación 
hospitalario y en el marco de un abordaje interdisciplinario e intersectorial, basado en los 
principios de la atención primaria de la salud. Se orientará al reforzamiento, restitución o 
promoción de los lazos sociales”. 
Desde esa base, podremos relanzar una apuesta a que el Acompañante Terapéutico pueda 
participar de la constitución de esta red. Si el mismo responde como auxiliar, ello lo situará 
en relación a la “ejecución” de estrategias e intervenciones definidas de antemano y sin su 
participación. Cabe aclarar que la lógica en juego allí, que hace del AT un puro 
instrumento, da cuenta de una incapacidad para pensar el orden de complejidades 
intrínseco a toda intervención en el campo de la Salud. La intervención del A.T. debe poder 
ordenarse a partir de la lectura y problematización que de una situación singular y desde la 
especificidad y disponibilidad de su estar clínico, puede efectuarse como aporte al trabajo 
interdisciplinario. Sabemos que el surgimiento de jerarquías por fuera de las vicisitudes 
singulares de cada caso -lo que en psicoanálisis se llama transferencia- no hace sino 
anticipar la objetivación del Usuario de Salud Mental, y esto más allá de los encierros 
diagnósticos e incluso bajo el orden de las mejores intenciones terapéuticas. Un equipo 
que construye jerarquías burocráticas niega y desconoce la condición de sujeto y los lazos 
singulares a partir de los cuales esta última es posible. A un objeto constituido, no se le 
supone más que lo previsto. 
Bajo esta perspectiva esposible pensar un tercer momento de esta práctica, ligado 
entonces a la participación de Acompañantes Terapéuticos desde la composición misma de 
un equipo de trabajo, o incluso como promotor de la misma. Pensar la práctica del A.T. en 
relación a la construcción y fortalecimiento de redes vinculares con base comunitaria, 
intersectorial e interdisciplinaria, permite realizar una puesta en valor del hacer 
privilegiado que le corresponde por sus condiciones, por cuanto opera en el sentido 
mismo de la construcción de proximidad-accesibilidad entre el usuario y el nivel de 
atención pertinente, del mismo modo en que en muchas ocasiones genera las bases 
mismas para la construcción de una posibilidad de un tratamiento. 
Un factor importante en la degradación de las condiciones de la práctica del A.T. proviene 
del ámbito del trabajo en internaciones, al menos así ocurre allí donde en desmedro de los 
postulados de la ley priman las necesidades de las instituciones por encima de la apuesta a 
realizar un trabajo que trascienda la mera suplencia de recursos faltantes. Dichas lógicas 
que impiden a las intervenciones constituirse como proceso -limitándolas a responder a 
una demanda institucional-, configuran la materialización de una dificultad y un obstáculo 
ético que debemos problematizar en todos los ámbitos y prácticas convocados en el 
proceso de atención en salud. Consideramos a su vez que el acompañamiento terapéutico 
constituye un verdadero analizador en torno a esta cuestión, por lo que la consideración 
de las aristas relativas a dicha problemática habrán de introducir a las grandes cuestiones 
de fondo que el cambio de paradigma propone como desafío.

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