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PRÁCTICA 6

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UNIVERSIDAD NACIONAL AGRARIA LA MOLINA 
DEPARTAMENTO DE CIENCIAS HUMANAS Y EDUCACIÓN 
CURSO DE REDACCIÓN TÉCNICA 
 
 
PRÁCTICA N° 6: Conectores discursivos 
 
Apellidos y nombres: Segura Pacherres, Bruno Daniel 
 
 
I. Complete los espacios en blanco con los conectores pertinentes. 
 
 
La obra de Thomas Piketty El Capital en el Siglo XXI ha concitado interés a nivel mundial, no a causa de que 
emprenda con ella una cruzada contra la injusticia social —somos muchos los que lo hacemos— sino, 
basándose en sus lecturas de los siglos XIX y XX, enarbola como tesis central: “El capital produce 
mecánicamente desigualdades arbitrarias e insostenibles” que inevitablemente conducen al mundo a la 
miseria, la violencia y las guerras y que continuará haciéndolo en este siglo. 
 
Hasta ahora los críticos de Piketty solo han planteado objeciones técnicas a sus malabarismos con las cifras, 
sin embargo no han impugnado su tesis política y apocalíptica, que es absolutamente incorrecta. Yo lo sé 
porque en los últimos años mis equipos de investigadores han realizado estudios de campo, explorando 
países donde campeaban la miseria, la violencia y la guerra, en pleno siglo XXI. Lo que descubrimos fue que 
lo que la gente realmente desea es más capital, no menos, y quieren que su capital sea real y no ficticio. 
 
La plaza de Tahrir, El Cairo: la ciudad del capital muerto 
Thomas Piketty, al igual que muchos otros estudiosos occidentales que investigan dotados de un 
presupuesto limitado, cuando tropieza en países no occidentales con datos estadísticos precarios y 
disparatados, en lugar de efectuar su propio muestreo en el terreno, adopta las categorías de clase y los 
mismos indicadores estadísticos europeos y los extrapola a las realidades de esos otros países. Luego se basa 
en ellos para sacar conclusiones de validez mundial y llegar a una ley de aplicación universal, sin tomar en 
cuenta que el 90% del mundo vive en países en vías de desarrollo o de la antigua Unión Soviética, cuyos 
habitantes producen y mantienen su capital en el sector informal, es decir, al margen de las estadísticas 
oficiales. 
 
Los alcances de este error no se limitan a simples métodos de cálculo. Aun así sucede que el tipo de violencia 
que estalló en lugares como la plaza de Tahrir, Egipto, en 2011, se presenta precisamente en aquellas partes 
del mundo, según nuestros estudios de campo, el capital tiene un papel determinante pero oculto que el 
análisis eurocéntrico no puede percibir. 
 
A petición del ministro de Hacienda de Egipto, mi equipo, junto a 120 investigadores, en su mayoría egipcios, 
no sólo estudiaron documentos oficiales, sino que apelaron a todos los medios locales para conseguir 
información que permitiera al Gobierno comprobar la veracidad y la integridad de sus estadísticas 
convencionales. 
 
Descubrimos que el 47% del ingreso anual del trabajo en realidad proviene del capital. Los casi 22,5 millones 
de trabajadores que hay en Egipto no sólo ganaban un total de 20.000 millones de dólares (18.361 millones 
de euros) en salarios, sino que además percibían otros 18.000 millones de dólares (16.527 millones de euros) 
por el rendimiento de su capital no registrado. Nuestro estudio demostró que los “trabajadores” egipcios 
son propietarios de bienes inmuebles cuyo valor se estima en unos 360.000 millones de dólares (330.534 
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millones de euros), que representa un monto ocho veces superior a toda la inversión extranjera directa 
llegada a Egipto desde que Napoleón invadió el país. ¡Con razón Piketty no se percató de estos hechos, pues 
solo estudió las estadísticas oficiales! 
 
Las revoluciones árabes y las guerras por el capital 
 
A Piketty le preocupa que haya guerra en el futuro y sugiere que cuando se produzca lo hará como una 
rebelión contra las injusticias que provoca el capital. Al parecer, no se ha dado cuenta de que las guerras por 
el capital ya han empezado, en Oriente Próximo y el norte de África, con Europa por testigo. Si no se le 
hubieran pasado por alto estos acontecimientos Piketty se habría percatado de que no son revueltas contra 
el capital, como supone su tesis, sino más bien revueltas por el capital. 
 
La primavera árabe se desencadenó a causa de la inmolación de Mohamed Bouazizi en Túnez, en diciembre 
de 2010. Como las estadísticas oficiales y eurocéntricas califican de “desempleados” a todos aquellos que 
no trabajan para empresas formalmente reconocidas, no debe sorprendernos que la mayoría de 
observadores rápidamente le adjudicaran a Bouazizi el calificativo de “trabajador desempleado”. Por eso 
este sistema de clasificación no se percató de que Bouazizi no era un trabajador, sino un comerciante desde 
los 12 años, y que deseaba vehementemente tener más capital (ras el mel, en árabe). Se puede decir que 
una taxonomía eurocéntrica nos impidió ver que, en realidad, Bouazizi estaba encabezando cierto tipo de 
revolución industrial árabe. 
 
Y no fue el único. Poco después descubrimos que otros 63 empresarios, en un periodo de dos meses, e 
inspirados por Bouazizi, intentaron suicidarse públicamente en todo Oriente Próximo y el norte de África, y 
animaron a millones de árabes a tomar las calles derrocando casi de inmediato a cuatro gobiernos. 
 
A lo largo de dos años entrevistamos a casi la mitad de los 37 inmoladores que sobrevivieron a las 
quemaduras y también hablamos con sus familiares. Lo que precipitó sus intentos de suicidio fue que les 
habían expropiado el poco capital que poseían. Unos 300 millones de árabes viven en las mismas 
circunstancias que ellos, y de ellos podemos aprender muchas cosas. 
 
Primero, que el origen de la miseria y de la violencia no es el capital, sino la carencia del mismo. No tener 
capital es la peor injusticia. Segundo, que para la mayoría de nosotros que no pertenecemos al mundo 
occidental y, por lo tanto, no estamos sometidos a las categorizaciones europeas, el capital y el trabajo no 
son enemigos naturales, sino más bien facetas que se entretejen para formar un todo. Tercero, que el mayor 
freno para el desarrollo de los pobres es su incapacidad para forjarse un capital y protegerlo. Cuarto, que la 
disposición personal a enfrentarse al poder no es exclusivamente una cualidad occidental. Cada uno de los 
inmoladores es Charlie Hebdo. 
 
El capital ficticio y la crisis económica europea 
 
Concuerdo plenamente con Piketty cuando sostiene que la ausencia de transparencia es un mal medular de 
la crisis europea, que no amaina desde 2008. Pero no comparto la solución que propone: armar un libro de 
contabilidad gigante —un “catastro financiero”— que incluya todos los activos financieros. No tiene sentido 
porque el problema está en que los bancos europeos y los mercados de capital tienen gran cantidad de lo 
que Marx y Jefferson llamaban capital “ficticio”. Es decir, papeles que ya no reflejan un valor real. ¿Quién 
querría un catastro de billones de dólares y euros, de derivados financieros agregados en paquetes de origen 
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turbio, basados en bienes que no dejan rastro o cuya documentación está incompleta, que se propagan y 
arremolinan sin control por los mercados europeos? Un catastro que se limite simplemente a sumar el 
“valor” de todos estos instrumentos solo podría reportar un guarismo inútil sobre un capital ficticio. 
Especialmente, cuando vemos que una de las razones principales del mínimo crecimiento de la economía 
europea es que nadie confía en las instituciones financieras que detentan esos papeles sin valor. 
 
Entonces, ¿cómo haríamos para crear un catastro que refleje la realidad y no la ficción? ¿Cómo pueden los 
Gobiernos manejar datos económicos cuya veracidad se pueda comprobar en un mercado mundial lleno de 
papeles ilusorios? ¿Cómo podemosubicar, fijar y controlar algo tan inmaterial y trascendente como el 
capital? Fueron los franceses quienes aportaron la respuesta con sus sistemas de registro de propiedad 
desarrollados antes, durante y después de la Revolución francesa. Los sistemas de registro de aquella época 
feudal no podían ir al ritmo de los mercados en fuerte expansión. Las recesiones eran incontrolables y 
desapareció la confianza entre los franceses, por lo que llevaron su frustración a las calles. Los reformadores 
franceses no respondieron con un catastro que retratara el caos del sistema financiero, sino creando 
sistemas de recopilación de datos, radicalmente nuevos, que reflejaran datos reales y no ficticios. 
 
Simple y genial. Al contrario de lo que sucede con los estados financieros, los registros de propiedades se 
guardan en archivos muy bien reglamentados y son accesibles al público, además contienen toda la 
información disponible sobre la situación económica de las personas y de los bienes que controlan. Nadie 
puede permitirse cometer errores al declarar la cantidad de capital que posee pues perdería su capital. 
 
Como bien señaló el reformista francés Charles Coquelin, Francia pudo modernizarse cuando el país 
aprendió a registrar la propiedad durante todo el siglo XIX y, por lo tanto, pudo hacer un levantamiento de 
los millares de enlaces que entretejen las empresas, y con ello socializar y reestructurar la producción en 
forma más flexible. 
 
Piketty tiene el corazón en el lugar correcto, sin embargo tiene los papeles en los archivos equivocados. El 
problema del siglo XXI son los papeles sin respaldo en bienes de Occidente, y los bienes sin papeles en el 
resto del mundo. 
 
¿Cómo lidiamos con la miseria, las guerras y la violencia cuando la mayoría de los registros del mundo han 
dejado de representar aspectos cruciales de la realidad? La historia francesa es un buen punto de partida 
para encontrar respuestas, especialmente en la etapa de Revolución francesa.

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