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Viejísimo

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Viejísimo, los prejuicios contra la vejez
1- Las dos teorías:
Leopoldo plantea dos teorías contrapuestas relacionadas con la vejez. Serían dos formas prevalentes de enfocar dicha problemática, y ambas se contraponen.
La primera se basa en el libro Growing old: the process of disengagement, que propone la teoría del desapego. De acuerdo con esta teoría, a medida que el sujeto envejece se produce una reducción de su interés vital por las actividades y objetos que lo rodean, lo cual va generando un sistemático apartamiento de toda clase de interacción social. Gradualmente la vida de las personas viejas se separa de la vida de los demás, se van sintiendo menos comprometidas emocionalmente, con problemas ajenos, y están cada vez más absortas en los suyos propios y en sus circunstancias. Este proceso –según los autores- no sólo pertenece al desarrollo normal del individuo, sino que es deseado y buscado por él, apoyado en el lógico declinar de sus capacidades sensoriomotrices, lo cual le permite una redistribución adecuada de sus mermadas reservas sobre menos objetos, pero más significativos para el sujeto. Al mismo tiempo, este distanciamiento afectivo lo pone a cubierto de confrontaciones con objetos y situaciones que le plantean problemas de difícil solución, y que cuando no puede hallarla le engendran cuadros de angustia.
Los puntos sobresalientes de esta teoría plantean que este proceso es:
a- Universal (ha ocurrido y ocurre en toda la historia y todas las culturas)
b- Inevitable (está apoyado en los procesos psicobiológicos)
c- Intrínseco (no está condicionado ni determinado por variable social alguna)
De esta manera el rol del entorno social de un viejo (sean amigos, profesionales, familiares), sería inducir o favorecer un apartamiento progresivo de sus actividades como un paso de preparación necesaria para la muerte.
Esta teoría fue y es objeto de fuertes críticas. Por ejemplo, Bromley propone tres clases de críticas:
· La crítica práctica es que creyendo en esta teoría uno se inclina a adoptar una política de segregación o de indiferencia hacia los viejos o a desarrollar la actitud nihilista de que la vejez no tiene valor.
· La crítica teórica es que la teoría del desapego no es un sistema axiomático en el sentido científico, sino en el mejor de los casos, una prototeoría.
· La crítica empírica, es la que la evidencia usada para soportar la teoría es inadecuada o, más aún, no cierta
Maddox contrapuso su teoría de la actividad a la anterior, y sostuvo que los viejos deben permanecer activos tanto tiempo como les sea posible, y que cuando ciertas actividades ya no son posibles deben buscarse sustitutos para ellas. La personalidad previa del viejo debe servir como llave para comprender las reacciones los cambios biológicos y sociales que se producen con la edad.
A partir de las múltiples críticas a la teoría del desapego, provenientes de campos diversos, Salvarezza propone recoger los puntos fundamentales de las mismas y tratar de agruparlos en lo que podríamos llamar la teoría del apego.
Leopoldo Salvarezza, basándose en Bleger, plantea que el hombre aislado es un problema y no un ideal; por lo tanto, mal puede argüirse el apartamiento y el desapego como un proceso intrínseco del ser humano y deseado por él. Toda posibilidad de ser dentro del contexto humano es posible solamente en relación con el otro, o con objetos contingentes. Toda satisfacción de necesidades o deseos es provista sólo en estas relaciones objetales, y la separación o el aislamiento deben ser comprendidos como formando parte de la patología o de la acción prejuiciosa y segregacionista contra los viejos de ciertas estructuras sociales, pero de ninguna manera como normalidad.
Cuando se invoca la disminución de las capacidades sensoriomotrices como el argumento de apoyo que sostiene la teoría del desapego, se está cometiendo el error de juzgar la posibilidad de satisfacción que pueden obtener los viejos en sus actividades con la óptica comparativa de las personas más jóvenes. En otras palabras, si un viejo trata de competir con el recuerdo de sí mismo cuando eran jóvenes, ahí se producirá la insatisfacción y la angustia. Por lo tanto, el secreto del buen envejecer estará dado por la capacidad que tenga el sujeto de aceptar y acompañar estas inevitables declinaciones sin insistir en mantenerse joven a cualquier precio: mantener una lucha activa para tratar de obtener el máximo de satisfacción con el máximo de las fuerzas de que en cada momento se disponga.
Por lo tanto, de esta teoría se sigue que nuestra conducta hacia los viejos, más allá del rol que ocupemos, será la de tratar de que éstos se mantengan apegados a sus objetos y actividades la mayor cantidad de tiempo posible, y cuando esto no sea posible, tratar de encontrar sustitutos derivativos. Esta será la única forma de hacerles sentir que la vida aún vale la pena de ser vivida.
2- Prejuicios contra la vejez:
El término Viejísimo define el conjunto de prejuicios, estereotipos y discriminaciones que se aplican a los viejos simplemente en función de su edad.
Los prejuicios contra la vejez, como cualquier otro prejuicio, son adquiridos durante la infancia y luego se van asentando y racionalizando durante el resto de la vida de los seres prejuiciosos. Generalmente son el resultado de identificaciones primitivas con las conductas de personas significativas del entorno familiar y, por lo tanto, no forman parte de un pensamiento racional adecuado, sino que se limitan a una respuesta emocional directa ante un estímulo determinado. Estos orígenes quedan luego sumergidos en el inconsciente, y a los individuos prejuiciosos les resulta difícil, cuando no imposible, reconocer el tremiendo impacto que estas identificaciones tienen sobre su pensamiento o conducta, que resultan en una mala interpretación de los hechos, reacciones inapropiadas, desinterés o rechazo según el caso.
Hay un cuento de Grimm, citado por Simone de Beavoir, que muestra con mucha claridad este proceso: “un campesino hace comer a su padre separado de la familia, en una pequeña escudilla de madera; sorprende a su hijo juntando maderitas: ‘Es para cuando tú seas viejo’, dice el niño. Inmediatamente el abuelo recobra su lugar en la mesa común”.
Butler señala que otro factor que se agrega es la propensión humana de hostilidad hacia los discapacitados, con los cuales son identificados los viejos.
El temor (principalmente en los jóvenes) es la base de la hostilidad hacia los viejos, y la ignorancia la prolonga. El temor es que esto me puede pasar a mí, por lo tanto o debo escaparme o debo luchar activamente en contra.
Estos temores y prejuicios son especialmente peligrosos cuando los poseedores de ellos son los médicos y psicólogos que tienen a su cargo la responsabilidad de la salud mental de los viejos.
El Group for Advancement of Psychiatry enumeró en 1971 algunas de las razones de las actitudes negativas de los psiquiatras para tratar a las personas viejas:
· Los viejos estimulan a los terapeutas temores sobre su propia vejez
· Reactualizan en los terapeutas conflictos reprimidos en relación con sus propias figuras parentales.
· Los terapeutas piensan que no tienen nada que ofrecer a los viejos porque creen que estos no van a cambiar su conducta o porque sus problemas están relacionados con enfermedades cerebrales orgánicas intratables.
· Los terapeutas creen que no vale la pena hacer el esfuerzo de prestar atención a los psicodinamismos de los viejos porque están muy cerca de la muerte.
· El paciente puede morir durante el tratamiento, lo cual afecta el sentimiento de importancia del terapeuta.
· Los terapeutas se sienten disminuidos en su esfuerzo por sus propios colegas. Habitualmente se escucha decir que los gerontólogos o geriatras tienen una preocupación morbosa por la muerte; su interés por los viejos es o “enfermizo” o, por lo menos, sospechoso.
Salvarezza plantea que los médicos recurren a medios defensivos ante las ansiedades que les produce su enfrentamiento con la enfermedad. La conducta defensiva máscomún está constituida por el par defensivo disociación-negación. Para ello recurren simbólicamente al escritorio, que interponen entre ellos y el paciente, y les permite separar omnipotentemente la salud de la enfermedad.
Esta conducta defensiva fracasa por completo cuando entrevistan a un viejo, porque ya no pueden separar las cosas: si tenemos el tiempo suficiente todos llegaremos a eso, no hay escapatoria. Un viejo representa una especie de espejo del tiempo, y como todos sabemos el destino que la sociedad impone a la vejez- desconsideración, rechazo, aislamiento, explotación y depósito en sórdidos lugares a la espera de la muerte-, esto provoca angustia frente a este futuro posible y el impulso a escapar de ella. En otras palabras, los médicos eligen no atenderlos.
“Nos negamos a reconocernos en el viejo que seremos” (S. de Beavoir).
Ante esto Salvarezza propone cambiar el punto de vista, tomando a la vejez como un proceso vital que se inicia desde la juventud, que no es algo extraño y ajeno, como una etapa final de la vida y que precede a la muerte, sino como algo que es presenta, actual y que la llevamos adentro activamente. Esta toma de conciencia la considera una herramienta fundamental para que nuestro accionar profesional se desarrolle científicamente en vez de formar parte de una nebulosa visión prejuiciosa hacia la vejez.
3- Prejuicio más común contra la vejez:
Uno de los prejuicios más comúnmente extendidos, tanto entre legos como entre profesionales, es el de que los viejos son todos enfermos o discapacitados.
El resultado de estos prejuicios es que se establece una fuerte sinonimia: viejo=enfermo.
La OMS (1946) señala que la salud debe definirse como “un estado de completa satisfacción física, mental y social y no solamente por la ausencia de enfermedad”. En la práctica, la salud de los viejos se describe:
· En función de la presencia o ausencia de enfermedad (asociada al “modelo médico de la perspectiva de la salud”)
· En función de cuán satisfactorio es su funcionamiento en las áreas de la conducta donde la salud se expresa: física, mental y social.
Existe una preeminencia del modelo médico para determinar la salud en los viejos, pero a lo largo de las décadas fue tomando fuerza el modelo funcional, que plantea que la salud de los viejos es mejor medirla en términos de función; el grado de ajuste más que la falta de patología debe ser usado como la medida del monto de servicios que el viejo requiere de la comunidad.
La medida de la salud, hasta hace poco considerada prerrogativa de los médicos y resultado objetivo de los exámenes de laboratorio, debe incluir en alguna medida el cómo el individuo se siente frente a su impedimento y, por extensión, cómo ese impedimento interfiere con su rutina vital.
El hecho de que existan viejos que corran maratones, trepen montañas, naden largas distancias o simplemente den muestras de su excelente funcionamiento físico, sugiere que muchas de las declinaciones en algunas habilidades se deben más a la falta de entrenamiento y al apartamiento de la actividad que al proceso inevitable de envejecimiento.
El criterio funcional permite cambiar el paradigma que sustenta los prejuicios contra la vejez, planteando a la vejez no como una enfermedad en sí misma, sino que la enfermedad puede, y de hecho lo hace, influir negativamente sobre la vejez.

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