Logo Studenta

Introducción A La Historia

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

Marc, Bloch. Introducción a la historia.
La historia, los hombres y el tiempo.
Su ha dicho alguna vez: “la historia es la ciencia del pasado”. Me parece una forma inapropiada de hablar. En primer lugar, es absurda la idea de que el pasado, pueda ser objeto de la ciencia. Porque ¿cómo puede ser objeto de conocimiento racional, sin una delimitación previa, una serie de fenómenos que no tienen otro carácter común que el no ser nuestros contemporáneos?
La obra de una sociedad que modifica según sus necesidades el suelo en que vive es, como todos percibimos por instinto, un hecho eminentemente “histórico”.
En efecto, hace mucho que nuestros grandes antepasados, un Michelet y un Fustel de Coulanges, nos habían enseñado a reconocerlo: el objeto de la historia es esencialmente el hombre.
“Ciencia de los hombres”, hemos dicho. La frase es demasiado vaga todavía. Hay que agregar: “de los hombres en el tiempo”.
Referente a los estudios cristianos. Una cosa, es para la conciencia inquieta que se busca a sí misma, una regla para fijar su actitud frente a la religión católica, tal y como se define cotidianamente en nuestras iglesias, y otra es, para el historiador, explicar, como un hecho de observación, el catolicismo actual.
Un fenómeno histórico nunca puede ser explicado en su totalidad fura del estudio de su momento.
Hay sabios que piensan, con razón, que el presente humano es perfectamente susceptible de conocimiento humano.
Los escritos facilitan con más razón estas transferencias de pensamiento entre generaciones muy alejadas, transferencias que constituyen propiamente la continuidad de una civilización.
O hay, pues, más que una ciencia de los hombres en el tiempo y esa ciencia tiene la necesidad de unir el estudio de los muertos con el de los vivos. Sin embargo, una ciencia no se define únicamente por su objetivo. Sus límites pueden ser fijados también por la naturaleza propia de sus métodos.
La observación histórica.
Las características más aparentes de la información histórica entendida es, en este sentido limitado y usual del término han sido descritos muchas veces.
¿Es seguro que la observación del pasado, incluso de un pasado muy remoto, sea siempre a tal punto “indirecta”?
Si se piensa un poco se ve claramente por qué razones la impresión de este alejamiento entre el objeto del conocimiento y el investigador ha preocupado con tanta fuerza a muchos teóricos de la historia.
Hay que definir las indiscutibles particularidades de la observación histórica con otros términos, a la vez menos ambiguos y más amplios.
Es evidente que todos los hechos humanos algo complejos escapan de la posibilidad de una reproducción, o de una orientación voluntaria.
Las fuentes narrativas –expresión consagrada–, es decir, lo relatos deliberadamente dedicados a la información de los lectores, no han dejado nunca de prestar una preciosa ayuda al investigador.
Los textos o los documentos arqueológicos, aún los más claros en apariencia y los más complacientes, no hablan sino cuando se sabe interrogarlos.
Una de las tareas más difíciles con las que se enfrenta el historiador es la de reunir los documentos que cree necesitar. No lo lograría sin la ayuda de diversos guías: inventarios de archivos o bibliotecas, catálogos de museos, repertorios bibliográficos de toda índole.
El análisis histórico.
Es célebre la fórmula del viejo Ranke: el historiador no se propone más que describir las cosas “tal como fueron, wie es eigentlich gewesen”. Herodoto lo había dicho antes “contar lo que fue, ton eonta”. En otros términos, invitar al sabio, al historiador, a desaparecer ante los hechos.
 Durante mucho tiempo el historiador pasó a ser una especie de juez de los Infiernos, repartiendo elogios o censuras a los héroes muertos.
Una palabra domina e ilumina nuestros estudios: “comprender”.
Comprender no es una actitud pasiva. Para elaborar una ciencia siempre se necesitarán dos cosas: una materia y un hombre. La realidad humana, como la del mudo físico, es enorme y abigarrada. Una sencilla fotografía, aun suponiendo que la idea de esta reproducción mecánicamente integral tuviera un sentido, sería legible.
Es evidente que las conciencias tienen sus separaciones interiores, que algunos de nosotros se muestran habilísimos en forjar.
Sería muy poca cosa limitarse a discernir en un hombre o en una sociedad los aspectos principales de su actividad. En el interior de cada uno de estos grandes grupos de hecho es necesario un nuevo y más delicado esfuerzo de análisis.
La idea de generación es, pues, muy flexible, como todo concepto que se esfuerza por expresar, sin deformarlas, las cosas humanas. Pero una generación no representa más que una fase relativamente corta. Las fases más largas se llaman civilizaciones.
El tiempo humano seguirá siendo siempre rebelde tanto a la implacable uniformidad como al fraccionamiento rígido del reloj. Solo al precio de esta flexibilidad puede esperarse que la historia adapte sus clasificaciones a las “líneas mismas de lo real”, según dijo Bergson, lo que es propiamente el fin último de toda ciencia.

Continuar navegando