Logo Studenta

El encierro de la locura

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

El encierro de la locura
Hospital Samuel Ramírez Moreno. Me toma más de dos horas de camino y ciertas dificultades para llegar a él, lo cual me hizo preguntarme, ¿por qué alejar de la población a kilómetros de distancia lo que llamamos locura? Como si fuese un peligro para la sociedad que hubiera contacto entre lo que denominamos locura y cordura. Siguiendo la línea de Goffman en su percepción de una institución total: “Una institución total puede definirse como un lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente” (Goffman, 1972).
En dichas instituciones totales su tendencia absorbente está simbolizada por obstáculos con los que nos cruzamos para llegar, que oponen la interacción social con el exterior, como puertas cerradas, altos muros, alambres de púas, ríos bosques, etc.
En el transcurso de las visitas me pareció curioso otro aspecto: los internos, como son llamados dentro del hospital psiquiátrico, tendían a caer en una rutina bastante controlada, lo cual es la clave de estas instituciones totalizadoras, que consisten en el manejo de las necesidades humanas organizadas burocráticamente con el propósito de vigilar y castigar si estas no son correspondidas. Pero, ¿quién determina las necesidades básicas de los internos? Es característico de estas instituciones mantenerlos en la ignorancia de las decisiones que se toman sobre su propio destino, ya que son consideradas personas incapaces de razonar y tomar una decisión para su bienestar, por lo que la autoridad hospitalaria determina cuáles son las necesidades básicas del interno y en torno a eso planifica un programa de actividades. “cualquiera que sea, pues, el incentivo propuesto para el trabajo, carecerá de la significación estructural que tiene en el exterior” (Goffman, 1972) 
En el encierro la vida psíquica del paciente se desarrolla y se limita a lo que le oferta dicho encierro institucionalizado, por lo que comienza una carrera de mortificaciones del yo, “la barrera que las instituciones totales levantan entre el interno y el exterior marca la primera mutilación del yo” (Goffman, 1972) causado por la programación de rutina diaria que en la mayoría de los casos se lleva por años y se despoja totalmente del rol exterior que llevaba antes del encierro. Èsta se caracteriza, basándonos en Goffman, por una pérdida del mundo civil, una pérdida de autonomía, un sistema de privilegios y castigos, la exposición contaminadora que va de la mano con la transgresión de los límites que llegan a profanar el yo, debido a la violación de la intimidad del interno y por la ruptura de la relación habitual entre el individuo y sus actos dentro de la institución.
Este modelo tan específico y permanente crearía una enfermedad institucional que se ancla a la enfermedad con la que llegó en un inicio, entonces la enfermedad se tergiversa en su curso y se le atribuyen a la propia enfermedad y a la locura misma, haciendo a un lado la subjetividad del paciente.
Esto pude observarlo en una ocasión que tuve la fortuna de platicar unos minutos con el interno Alejandro, el cual comenzó describiéndome lo que no le gustaba del hospital y no en cuestión física, sino en su tratamiento, haciendo mención a que cada día su enfermedad empeora debido a la alta ingesta de medicamentos prescritos por el psiquiatra, y resaltando que veía una mejoría cuando alguien lo escuchaba, pero al expresar su sentir era tomado por las personas encargadas de su tratamiento como una resistencia al mismo y que era causado por la locura misma. Dicho lo anterior se puede deducir que si algún interno desea salir del hospital, en primer momento debe demostrar que acepta el rol ocupacional de quienes imponen esa condición y así pueda ser tomado como alguien razonable y apto para salir del encierro de la locura.
 “Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados, en el que un trabajo de escritura une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerárquica continua, en el que cada individuo esta constantemente localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos, todo esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario” (Foucault, 1976).
Esto me puso a repensar en aquella ocasión en la que el interno Felipe me expresó su sentir ante esta vigilancia, “no me gusta que solo vengan a mirarnos”, lo cual está haciendo una petición a que nosotros, fuera de lo que ellos llaman autoridad, les ofrezcamos algo más que solo vigilar y en comparativa a la petición que la institución misma hace de nuestra presencia, es portar la autoridad mediante el uso de la bata para así poder ser parte de su dispositivo disciplinario ante los usuarios. 
A manera de colofón puedo resaltar que el cuestionamiento no se dirige a la existencia misma de los hospitales si no a señalar la falta de reconocimiento en la terapéutica que influiría en la subjetividad del interno, que incluso es señalada y demandada por el mismo.
Foucault, M. (1976). Vigilar y castigar: El nacimiento de la prisión. España: Siglo veintiuno.
Goffman E. (1972). Internados: Ensayos sobre la situación de los enfermos mentales (2ª. ed.). Argentina: Amorrotu editores.

Continuar navegando