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1 Importando Dinamarca por Decreto Panfleto contra el Institucionalismo Ingenuo Eduardo Dargent y Paula Muñoz Ante la pregunta de cómo fortalecer la institucionalidad en el Perú probablemente muchos esperen que, como politólogos, demos una serie de recetas de reformas electorales para mejorar el sistema político y fortalecer los partidos. Listas cerradas al Congreso, distritos uninominales, también voto voluntario, y un poco de democracia interna en los partidos. En nuestro país ésta respuesta legalista es usual cuando se discute cómo fortalecer las instituciones, un sentido común muy poderoso que va más allá del reformismo electoral. Se asocia nuestros problemas con las leyes que nos rigen, y se concluye que con nuevas reglas las cosas irían mejor, lograríamos un remedio a nuestra débil institucionalidad. Lo que es peor, se suele señalar como evidencia que esas mismas reglas producen determinados efectos positivos en países desarrollados. Cambiando las reglas avanzaríamos hacia una institucionalidad más sólida, como la que existen en esos países. Tan sólida que las personas respetan las instituciones sin pensar, está en su ADN. Dinamarca suele ser el ejemplo más mentado, la pregunta ¿cómo llegar a Dinamarca? representa esta búsqueda virtuosa y esquiva de salud institucional (Fukuyama 2004). En este texto queremos proponerle que desconfíe de las recetas de reforma legal como forma de fortalecer nuestras instituciones. No le crea a quien le diga que para superar nuestros problemas de débil institucionalidad basta “cambiar las reglas”, entendiendo por ello aprobar reformas constitucionales, nuevas leyes, aumentar sanciones y multas, etc. Sí, algunas reformas legales pueden ayudar, especialmente cuando implican combatir un formalismo muy acentuado en la administración pública o barreras groseras a la acción de los ciudadanos. Pero, como explicamos más adelante, hacer reformas duraderas es difícil y trasciende largamente los cambios legales. En el Perú se celebra la aprobación de la ley, o discutimos sus efectos posibles en abstracto asumiendo que se va a cumplir. No nos percatamos en la medida que deberíamos que nunca llegaremos a Dinamarca por decreto. Entonces, cuando le hablen de reformar las reglas y de reformas electorales como el centro de un cambio institucional, le proponemos que usted dé un par de pasos hacia atrás y evalúe con cuidado lo que se propone.1 Entender mejor las enormes resistencias al cambio institucional nos permite 1 El reformismo formalista no es el único discurso ingenuo. El hablar de valores como forma de cambiar el marco institucional “desde abajo” es otro discurso que usted escuchará constantemente y que tiene en realidad limitados efectos prácticos. Lo que importan son los valores, cambiar a las personas que ellas cambiarán al sistema, se dice. De acuerdo, educar y sensibilizar es importante, pero tenemos una mala noticia: sin organizaciones que hagan respetar estos valores probablemente los ciudadanos sigan actuando 2 comprender el desafío que tenemos por delante si queremos contar con una institucionalidad sólida. Proponemos que deberíamos darle más importancia, más bien, a otros temas urgentes que construyen institucionalidad, como el cumplimiento de la ley y la implementación efectiva de políticas públicas que muestren que la autoridad es efectiva. Esto nos lleva a ir más allá de los cambios legales para priorizar la reforma estatal y de la gestión pública. Tras explorar en la siguiente sección las razones que hacen tan complicado la reforma de instituciones discutimos algunas lecciones y recomendaciones sobre qué priorizar para avanzar en esa dirección. Los invitamos a una aproximación crítica al fortalecimiento institucional que, al ser más consciente de la dificultad de la implementación exitosa de reformas y de hacer cumplir las normas, tenga mejores posibilidades de lograr un marco institucional más sólido. Un par de aclaraciones antes de continuar. Primero, por instituciones no entendemos solamente a las reglas formales, sino algo mucho más amplio: “son conjuntos de reglas, escritas o informales, que gobiernan las relaciones entre los ocupantes de los roles en organizaciones sociales como la familia, la escuela y demás áreas institucionalmente estructuradas de la vida organizacional: la política, a economía, la religión, las comunicaciones y la información y el ocio” (Portes 2012: 31). Si esta es la definición, suena contradictorio hablar de “débil institucionalidad” como hacemos a lo largo del texto. Las instituciones son, por definición fuertes, estructuran la conducta. Lo que sucede en el Perú, y en el mundo en desarrollo en general, es que las que son débiles son las reglas formales (constitución, leyes, reglamentos), esas que en teoría deberían ser obedecidas pero que no lo son.2 Hay otras reglas que regulan nuestra conducta, son predecibles, pero no siempre son formales. Son instituciones informales con gran poder. En el Perú instituciones formales e informales conviven y con frecuencia las segundas son más fuertes que las primeras. Por ejemplo, el “diezmo”, la coima que se paga en obras públicas, es una de esas poderosas instituciones informales. No está escrita, pero todos sabemos existe y se hace cumplir.3 Lo mismo sucede con la conocida institución de la “vara” o la “coima”, a las que los ciudadanos recurren con frecuencia para recibir un trato preferencial o evitar una sanción luego de haber incumplido una ley o norma. Segundo, éste no es un manifiesto disciplinario, una llamada de atención desde la ciencia política a otras disciplinas. Si bien es común que abogados y economistas caigan en estas simplificaciones, igual. Es muy difícil cambiar la forma en que se actúa si el entorno sigue premiando conductas que implican pasar por encima los derechos de los demás y buscar ventaja por sobre el bien común. La educación en valores, por el contrario, suele ser el tema que desde dentro de instituciones corruptas se levanta para no hacer cambios de fondo. Hacer cumplir la ley parece ser la única forma efectiva de que esa educación adquiera sentido cotidiano. Pensar en estrategias conjuntas parece lo más adecuado. 2 Como señala Hodgson: “If laws or declarations are neither customary nor embedded in individual dispositions, then formal or not, they have insignificant effects. They are mere declarations or proclamations, not effective social rules” (Hodgson 2006: 18). 3 Para una revisión conceptual del vínculo entre instituciones y desarrollo puede revisarse Portes 2012. 3 los politólogos tampoco escapan al problema. Contra una rica literatura que cuestiona este institucionalismo ingenuo, hay politólogos también conocidos por su “optimismo” reformista y dar mucha importancia al cambio de leyes electorales o de otro tipo como solución a problemas diversos en el mundo en desarrollo. Es tan ingenuo pensar, como Bentham en el Siglo XIX, que los problemas de Bolivia se solucionaban con una constitución ideal, como el de varios politólogos que asesoraron sobre “el mejor” modelo constitucional en países en desarrollo. Nuestra crítica es a un institucionalismo ingenuo que sobrevalora el efecto del cambio de reglas formales para la reforma institucional, no a una disciplina. La ciencia política también debe dialogar más con una rica literatura institucional desarrollada por sociólogos, economistas y politólogos que precisamente coloca a las instituciones en un contexto económico, social y político mucho más amplio. Compartimos el llamado de Alejandro Portes en esta extensa cita a comprender mejor de qué hablamos cuando hablamos de instituciones: “En síntesis, los economistas del desarrollo y los neoistitucionalistas tratan de dar forma a la intuición de North de que las restricciones sociales importan. Sin embargo, por falta de un marco teórico sólido los resultados prácticosde este “giro institucional” han sido los que cabía esperar. En manos de los profesionales del desarrollo, el nuevo consenso ha llevado al intento de exportar códigos legales y planos organizativos a los países del sur de manera uniforme y sin matices. Los resultados funestos de estos intentos ya se han conocido (Evans 2004a; Stiglitz 2001), pero podemos hacer más que señalar que esos esfuerzos están condenados al fracaso. Los economistas y otros científicos pueden recurrir a las tradiciones teóricas establecidas para afilar sus instrumentos conceptuales y levantar un mapa más sofisticado y útil de la vida social. En vez del olvido selectivo, los sociólogos también pueden colaborar en esta empresa refinando su propia herencia conceptual. En la mayoría de los casos este “institucionalismo denso” es preferible a la versión “ligera” que hoy circula en varias disciplinas” (Portes 2012: 25). Receta típica: nuestras instituciones son malas, hay que adoptar “buenas” instituciones. Comencemos con una mirada general sobre por qué es difícil crear “buenas instituciones”. Como señalábamos antes, un sentido común muy extendido en el país apunta a que la solución a nuestros problemas políticos es crear buenas instituciones. De acuerdo, con buenas instituciones seguro estaríamos mejor. El problema es que concluir que para superar nuestra debilidad institucional debemos crear instituciones buenas es como decir que uno tiene cáncer y la solución es curarse. La pregunta clave es cómo lograrlo. Y apuntar a reformas de reglas no es una solución que responda a la magnitud de ese desafío. 4 Un par de libros muy difundidos nos muestran la dificultad de crear instituciones saludables y por qué no es tan sencillo como “adoptarlas” por medio de reformas formales: Por qué Fracasan los Países de Daron Acemoglu y James Robinson (2012) y El Otro Sendero de De Soto, Ghibellini y Ghersi. Tenemos varias críticas a estos textos, a decir verdad les tenemos más peros que coincidencias, pero nos centramos en aquellos puntos que enseñan sobre la dificultad de cambiar y mejorar el marco institucional de un país.4 El primer texto muestra cómo las instituciones suelen sostenerse en el poder dentro de una sociedad mayor, por lo que las normas legales difícilmente podrán cambiar los poderosos determinantes de “malas” instituciones (y menos aún si el Estado es débil). El segundo texto muestra la importancia de un Estado profesional y fuerte para hacer cumplir las reglas. Es común escuchar o ver citado en columnas de opinión el libro Por qué Fracasan los Países, todo un bestseller académico. Los autores dividen a los países en dos tipos: los que cuentan con instituciones económicas y políticas inclusivas y aquellos que tienen instituciones extractivas. Las inclusivas, en apretado e incompleto resumen, son las que premian la iniciativa individual y la innovación, permiten la acumulación de riqueza a los ciudadanos, y evitan la concentración del poder. Por el contrario, en la mayoría de Estados lo que rigen son instituciones extractivas, aquellas que benefician a grupos que concentran poder, reglas que aseguran la reproducción de dicho poder y concentran la riqueza, evitando el bienestar de las mayorías. El mensaje que muchos sacan del libro es que hay que adoptar esas instituciones inclusivas porque traen prosperidad y generan un círculo virtuoso de desarrollo. Conclusión: ¡hagamos reformas legales inclusivas! El problema de esta lectura superficial es que no recoge uno de los puntos más valiosos discutidos por los autores. A través de sus páginas, ellos muestran que las condiciones para desarrollar instituciones inclusivas son excepcionales y, por tanto, difíciles de replicar por simple decisión. No es tan sencillo como “adoptarlas”. Fíjense en los casos donde se desarrollaron instituciones inclusivas mencionadas en el libro. Europa tras siglos de guerra y competencia feroz entre Estados en un limitado espacio territorial. Estados Unidos gracias a la posibilidad de los colonos de escapar a la supervisión de las empresas que los llevaron a EEUU y la ausencia de riqueza que los obligó a ser virtuosos trabajadores. O Corea del Sur cuando tuvo que, sí o sí, desarrollarse en 4 Hay aspectos de ambos textos que no nos convencen, como han señalado también diversos autores. En el primer caso, esa dicotomía entre “buenas” (inclusivas) y “malas” (extractivas) instituciones es demasiado simplista para enmarcar la variedad de marcos institucionales que existen. Además, se dejan de lado factores importantes (geográficos, por ejemplo) que creemos no son para nada secundarios con respecto a la posibilidad de contar con instituciones para el desarrollo. En el segundo trabajo, nos parece inadecuada esa suerte de dicotomía entre contar con derechos de propiedad y no tenerlos. En realidad, toda sociedad tiene mecanismos intermedios que garantizan la propiedad, no solo la propiedad formal. Además, hay diversas actividades donde la no formalización es una decisión estratégica por los beneficios que concede, no una pérdida de recursos potenciales para informales que se beneficiarían de ser formales, tono que mantiene el libro. 5 términos económicos y sociales ante la amenaza externa de guerra por su vecino del norte y el temor a revueltas internas de guerrillas comunistas. Para los autores las instituciones son en gran medida endógenas; esto es, fuertemente determinadas por la distribución del poder y las condiciones materiales de la sociedad en cuestión. Lograr cambiarlas necesita de algún cambio considerable que permita alterar el balance de poder existente y superar los intereses de quienes se benefician por las instituciones extractivas. Es decir, se requiere que se desarrolle un nuevo balance de poder que dé continuidad y “apoye” a estas nuevas instituciones virtuosas que se irán enraizando. En esa línea, en un influyente texto sobre política africana de Michael Bratton y Nicolás Van de Walle (1997) muestran cómo en África poderosas instituciones informales regulan la vida política: una institucionalidad patrimonialista basada en una alta desigualdad, con un poder omnímodo del Poder Ejecutivo, y un clientelismo y corrupción rampantes, marcan la conducta de ciudadanos y funcionarios. Mientras los altos niveles de desigualdad y este poder concentrado se mantengan igual, el cambio institucional hacia un sistema más virtuoso en estos países es muy improbable. El poder real determina las instituciones, por ello el reformador se enfrenta a enormes fuerzas al intentar cambiarlas. Otro ejemplo. En El Otro Sendero Hernando de Soto y sus coautores Ghibellini y Ghersi señalan el potencial revolucionario del reconocimiento de derechos de propiedad para el desarrollo de los países. Los Estados que dificultan el acceso a la formalidad, al reconocimiento y uso de estos derechos, están desaprovechando una fuente de riqueza social. Con más seguridad jurídica y menor interferencia estatal que reduzca los costos de transacción, las sociedades podrían progresar en forma rápida. La receta que algunos lectores sacan del texto, especialmente popular en el Perú, es que hay que reformar leyes y normas para que el los procedimientos burocráticos sean más sencillos, acotados y rápidos. Avanzar hacia la formalización debe ser algo sencillo de lograr para esa gran capa informal que carece de seguridad jurídica que la beneficiaría. Receta: ¡simplificar procedimientos! Lo que se pierde de vista es que el libro no solo contiene una receta de simplificación administrativa y de “no hacer”. Cuando se estudia El Otro Sendero en seminarios académicos también se discute otra arista: la necesidad de fortalecer el Estado para que pueda hacer cumplir sus reglas en su territorio. Para hacer efectivos los derechos de propiedad el Estado debe poder declarar y garantizar derechos, así como resolver disputas.Esto es mucho más que “no intervenir”. Significa subordinar retadores que no reconocen a la autoridad estatal (mafias, traficantes de terrenos, mineros ilegales, contrabandistas, etc.), construir burocracias profesionales autónomas de interese económicos y políticos, con recursos propios. No es poca cosa. No es tan sencillo como cambiar las reglas y “no meterse” con el progreso individual. Para tener un marco institucional que se respete se necesita un Estado fuerte y eficiente (Fukuyama 2004). 6 Nuestro punto, entonces, es que estos trabajos muestran la dificultad de reformar el marco institucional de un país y las limitaciones de centrarse solamente en las reformas legales. Avanzamos poco repitiendo clichés sin contenido del tipo “hay que cambiar las instituciones para mejorar las instituciones”. Las recetas extraídas de ambos trabajos, en realidad, deberían ser reconocer las fuerzas políticas y sociales que sustentan las instituciones existentes y la poca relevancia de las leyes, por más razonables que sean, si no hay capacidad estatal para aplicarlas y hacerlas cumplir. La literatura institucional más “densa” a la que hacía referencia Portes precisamente hace énfasis en esta dificultad de entender las instituciones como simples “causas” que al cambiarse generan de inmediato consecuencias positivas. Las nuevas reglas operarán en un contexto a veces contrario al propósito de su adopción. Por ello, varios trabajos en temas de reforma institucional precisamente apuntan a entender a las instituciones en el contexto mayor en el que operan (Evans 1996; Evans 1996 y 2004; Fukuyama 2004; Hirschman 1958; Portes 2012). Algo muy similar pasa con la reforma electoral y por ello nuestro rechazo a centrar la discusión en estos temas. Lo antes dicho sobre la solidez de “malas” instituciones y la dificultad de cambiarlas muestra por qué difícilmente, por sí mismas, las reformas electorales van a poder “crear” un mejor sistema político o de partidos fuertes. Nadie duda que haya algunas reformas legales que son necesarias y pueden lograr avances. Pero no podemos verlas como la clave del cambio. ¿Por qué? Dos razones, en parte ya mencionadas en los párrafos precedentes. Primero, porque las reglas electorales son, en gran medida, endógenas al proceso político vigente. Reflejan parcialmente los intereses de los actores representados en el sistema político. Esos actores difícilmente adoptarán reglas que afecten sus intereses. Por ejemplo, la valla que impide que partidos con menos de 5% de votos en las elecciones al Congreso parecía una buena idea para reducir el número de partidos presente en el Congreso y reducir la atomización. Pero partidos débiles en el Congreso adoptaron disposiciones adicionales para atenuar el efecto de la valla: se permitieron las alianzas y entonces hoy varios partidos pequeños que por sí solos no pasarían la valla pueden ingresar al Congreso bajo el gorro de la “alianza”. Pero estas alianzas normalmente no resultan en la conformación de nuevos partidos y disciplinados en la toma de decisiones sino que se rompen rápidamente una vez iniciado el gobierno (Levitsky 2013; Zavaleta 2014). Son alianzas electorales puntuales, destinadas solamente a cumplir con el requisito formal que las disposiciones legales imponen para la competencia política. Las nuevas instituciones muchas veces nacen incompletas, peleadas con su objetivo original. Pero, incluso si logramos aprobar las reglas tal como las queremos, es muy probable que no se apliquen como deseamos. Si bien los sistemas electorales proveen incentivos para la acción estratégica, el contexto socioeconómico e institucional más amplio provee también otras oportunidades, limitaciones e incentivos. La ley es un incentivo más en el Perú, a veces no el más 7 fuerte. Por ejemplo, ¿el voto preferencial es lo que causa que personas con recursos pero sin mayor interés político o personajes famosos sin vocación ni educación política entren al Congreso? ¿O es más bien que partidos débiles necesitan recursos y votos para ser competitivos, aceptando postulantes que les briden dinero y popularidad mediática? Este punto es crucial pues nos permite entender el efecto limitado de la reformas, muy alejado de esos efectos “buenos” que observamos (y asociamos) en el mundo desarrollado. Eliminar el voto preferencial muy probablemente no hará que nos parezcamos a los países desarrollados que tienen listas cerradas, sino que motivará a que los primeros puestos de cada lista sean más caros o que se usen a famosos como locomotoras de listas parlamentarias. Como discutimos más adelante, no hay que asumir que la regla va a llegar a producir efectos positivos sin considerar el contexto en la que operará. Algunas de estas reformas presuponen partidos fuertes para funcionar… ¡precisamente lo que se busca conseguir con ellas! Y en el Perú, como en otros países en desarrollo, hay otros desafíos adicionales a tener en cuenta al pensar los retos de una reforma institucional. Primero, la debilidad institucional se reproduce; es difícil hacer un borrón y cuenta nueva. Nos acostumbramos a vivir con el débil cumplimiento de las reglas que se vuelve lo predecible (Levitsky y Murillo 2009). Como comentamos antes, en el Perú las leyes y normas formales tienen escasa institucionalización, por lo que no regulan efectivamente el comportamiento de las personas. De hecho, en nuestro país “sacarle la vuelta a la ley” es la norma. Por ello, será un reto doble hacer creíble la implementación de las normas. En otros países la ley goza de inmediato de autoridad. Aquí es un dato referencial más para los ciudadanos, ya que es altamente probable que al final no se aplique. ¿No han visto al circular por Lima esas fantásticas amnistías tributarias municipales que reducen en 80% o más la deuda de los ciudadanos? Los ciudadanos ya cuentan con la amnistía, saben que no se cobrarán tributos. Pero además también hay diferencias de opinión sobre qué son «buenas instituciones», sobre qué reformas hacer. No es un punto menor. Si ustedes ven la diversidad de opiniones sobre qué son instituciones inclusivas al intentar traducir en recetas concretas el libro de Acemoglu y Robinson se sorprenderían. En el Perú, por ejemplo, autores de derecha consideran que las reformas del noventa son instituciones inclusivas, mientras que críticos desde la izquierda consideran que son extractivas (dicho sea de paso, Robinson considera que siguen siendo extractivas). O piensen que el tema de la diversificación productiva discutido en los últimos años en el Perú. La mayoría está de acuerdo que es necesaria para no depender de recursos naturales y aumentar la productividad. Pero, ¿cómo se logra? ¿Cuánta intervención estatal es adecuada? Las recetas son diversas y van desde un impulso decidido a la industria con fuerte intervención estatal hasta simplemente facilitar información a los ciudadanos sobre productos competitivos. O pensemos también en cómo la coyuntura en que se aplicaron determinadas reformas determinan que las consideremos “buenas” o “malas”: ¿fueron malas per-se o el contexto internacional no les dio la menor posibilidad de 8 desarrollarse por lo que fueron consideradas “malas”? Decidir qué rumbo seguir (qué es lo deseable) para definir una política pública y cómo nuestro contexto afectará recetas exitosas de otros países es también un proceso complicado. En tercer lugar, un problema general señalado en América Latina es la enorme distancia entre la ley y lo que finalmente se implementa, la llamada “brecha de implementación” (Grindle 2009). Un Estado fuerte, profesional, ayuda a reducir era brecha. Pero empujar reformas requiere no solo de un Estado más fuerte (que tomará tiempo en construir), sino también de músculo político para hacerles seguimiento y contrarrestar a grupos de interés que obstaculicen su implementación. Lasreformas son antes que todo un proceso político y necesitan de políticos y coaliciones tanto para iniciarse como, más importante, para sostenerse en el tiempo. No se trata solamente de realizar reformas “técnicas” descuidando su sostenibilidad política. Además, es crucial que haya apoyo desde la política y la sociedad, que se demande esa implementación en línea de lo buscado con las reformas. Eso es lo que permitirá que la ley no se convierta en letra muerta, o que sus contenidos sean adaptados para que finalmente nada cambie. Se requiere, entonces, de poder político (partidos o coaliciones políticas) que garanticen la continuidad de las reformas y empujen su implementación y grupos de apoyo a favor de las reformas en la sociedad Y, como ya estarán pensando, esto será complicado de lograr en un país con partidos débiles y un alto desprestigio de la política como el nuestro. La sociedad civil también puede ser un gran aliado en la implementación de políticas o la vigilancia de cumplimiento de derechos (Amengual 2013), pero si la sociedad civil es débil tampoco avanzamos mucho. En conclusión, es difícil avanzar incluso si hay políticos y burócratas que actúan de buena fe si estos se encuentran solos y no tejen las alianzas necesarias para los embates de contrarreformas que, con seguridad, vendrán (Grindle 2012). En términos generales, entonces, creemos que al poner el acento en el cambio de leyes, perdemos de vista que en el Perú el verdadero problema tiene mucho más que ver con el cumplimiento de la ley y con construir el poder político necesario para empujar e implementar reformas. Muchas leyes vigentes son perfectamente razonables, el problema es que no se aplican. Lo que hay es una falta de imperio de la ley. Celebramos el cambio de ley, la aprobación de nuevas normas, perdiendo de vista que la ley no se cumple. Piense en las combis y el desastroso sistema de transporte en Lima. El problema no es aumentar las penas ni cambiar las reglas. El problema es que las millonarias multas no se cobran y los choferes no tienen mayor problema en seguir conduciendo a pesar de sus faltas. No hay suficiente capacidad estatal ni voluntad política para actuar. Y tenemos una sociedad que ya se ha acostumbrado a esto y se niega a ser regulada por el Estado. Podemos tener la ley más drástica del mundo, pero sin cambios en otras dimensiones será igual a no haber reformado nada. 9 Basta con el Pesimismo: es difícil, pero se puede. Tomar conciencia de la dificultad de hacer reformas estatales, de que es mucho más difícil que pasar una ley, es un primer paso necesario para fortalecer las instituciones. Una receta harto pesimista, pero necesaria. Y hasta aquí llega nuestro tono pesimista. También hay bastante evidencia de las cosas que podemos hacer para mejorar la posibilidad de fortalecer instituciones. Que hay cambios lentos y sostenidos que marcan diferencias en el corto y mediano plazo. Esta sostenibilidad y cumplimiento es lo que va construyendo esos valores sociales que asociamos con una institucionalidad más sólida. Para un cambio de valores es también necesario un cambio en la forma en que se aplica e implementa la ley y, especialmente, que se tenga confianza en la autoridad. La reforma legal debe verse solo como el inicio de un proceso más complejo de implementación de políticas, que va a ser cuestionado y puede ser revertido. ¿Qué podemos hacer para avanzar con más posibilidades en este camino? Consideramos que, sobre todo, hay que pensar en reformas del Estado y de la gestión pública que busquen el fortalecimiento de capacidad de los organismos estatales para hacer cumplir la ley e implementar políticas. Esta tarea es compleja y, como veremos, requiere de apoyo político. Hay una serie de textos que muestran algunas lecciones de reformas que han avanzado en América Latina (Graham et al 1999; Grindle 2012). También podemos aprender de casos relativamente exitosos en el Perú, como el de la Sunat (Durand 2002), el Banco Central de Reserva o el Ministero de Relaciones Exteriores (Dargent 2014). Los hoy ministros de Estado Piero Ghezzi y José Gallardo plantean en su libro ¿Qué se puede hacer con el Perú? (Ghezzi y Gallardo 2014) rutas para avanzar en el fortalecimiento del Estado, algunas muy razonables. Segundo, no debemos importar instituciones acríticamente ni “injertarlas” sin tener en cuenta el contexto (Evans 2004; Schick 1998). Traer Dinamarca al Perú es un error pues el contexto importa y mucho. ¿Fue una buena idea adoptar distritos electorales uninominales en Europa del Este, África y América Latina con el objetivo de construir sistemas bipartidistas fuertes? No lo parece, más bien permitió la concentración del poder de populistas o partidos que, con un 30% de presencia, llenaron el Congreso con sus representantes, favoreciendo el autoritarismo. Sin embargo, eso no implica no aprender de fuera de nuestras fronteras, especialmente mirar muy de cerca ejemplos de reforma en países similares a los nuestros para evaluar cómo se superaron ciertas resistencias. Copiar no es malo, el problema es hacerlo sin tener en cuenta el contexto en que se aplicarán las normas y qué Estado será el que las aplique (Krause 2013). En vez de mirar a Dinamarca parece más productivo mirar casos de reformas exitosas en países similares al nuestro. Luego, es un error demandar mucho en las normas frente a una capacidad estatal baja (Grindle 2004). Encargar responsabilidades enormes y complejas a un Estado débil es irreal. El Perú de 10 los setenta muestra la locura que puede resultar en creer que un Estado debilito puede terminar siendo por decreto un Estado desarrollista. Ello no significa que haya que tener objetivos mediocres, pero sí que es mejor cumplir con la norma que poner objetivos tan altos que terminen siendo irreales pues esto solo reproduciría la falta de credibilidad del aparato estatal. Por ejemplo, en la reciente discusión sobre la Ley de Alimentación saludable se armó un gran debate sobre el derecho del Estado a regular la comida de la población. Pero no se discutió ni remotamente con igual intensidad si era razonable lo que el Estado debía hacer en términos de supervisión según la norma y si estaría en condiciones de hacerlo. Cuarto, podemos contribuir a crear una demanda social organizada y técnica a los procesos de reforma. Clave para ello es formar capacidad de seguimiento a procesos complejos desde la sociedad civil, la academia y la empresa. Por ello, la importancia de que el empresariado, la sociedad civil, la academia vaya más allá de sus intereses directos y acepte los costos de las reformas que si bien pueden afectarlos en el corto plazo servirán para un mejor entorno institucional en el largo plazo. La forma en que la Asociación Civil Transparencia ha propuesto un ambicioso proceso de reforma política, resaltando que debe ser un proceso sostenido, es un buen ejemplo de este involucramiento. Y, aunque más complicado de lograr, parece necesario promover y apoyar la participación política (no le tengan miedo). Que algunos partidos políticos rompan el círculo vicioso en que se encuentran y, en tiempo no electoral, comiencen a hablar de estos temas y hacer seguimiento a reformas de largo aliento. Formar coaliciones con los actores antes señalados puede ser una forma de regresar a los partidos al tema de las reformas institucionales. Ya hay cambios que consideramos positivos en el Perú que requieren esta observación y seguimiento para evitar retrocesos. Las reformas impulsadas por SERVIR para profesionalizar la administración pública; el fortalecimiento de la SUNEDU para regular universidades privadas y públicas de pésima calidad; los cambios que se vienen dando en el sector educación; reformas sociales que han llegado a zonas del país y sectores poblacionales a los que el Estado antes no llegaba. Todos estos casos sonejemplos de cómo algunas reformas empiezan con la aprobación de una ley pero su éxito se decide en el mediano y largo plazo, en el proceso de implementación. Conclusión Esperamos que nuestro pesimismo sea bien recibido. En un inteligente y provocador libro, Cualquier hombre es una Isla, Mario Montalbetti (2014) nos dice que en el país solemos ver la corrupción como un barril de manzanas, donde algunas están podridas. Por ello creemos que “si extraemos las manzanas podridas es posible restablecer lo que juzgamos es el orden natural del barril: un conjunto de manzanas rojas, saludables, nutritivas”. Pero según el autor nos estamos 11 engañando con esta imagen: “Comienzo a sospechar que no son las manzanas, sino que es el barril lo que está podrido”. Del mismo modo, reformar instituciones debe llevarnos a evaluar todos los obstáculos para lograrlo. Evaluar que, como el barril, las fuerzas que dificultan el cambio son considerables y tiene la capacidad de torcer hasta las mejores leyes para que no cambie nada. La mirada que ofrecemos es mucho más modesta en lo que promete, y ser consciente de las dificultades no garantiza el éxito, pero cuando menos nos da una mejor posibilidad en la pelea. 12 Bibliografía ACEMOGLU, Daron y James ROBINSON 2012 Por qué Fracasan los Países. Deusto: Deusto S.A. Ediciones. 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