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Las bacterias sean unidas

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LAS BACTERIAS SEAN UNIDAS
Una introducción a la ecología de los ríos
urbanos
David Kuczynski
Las Bacterias Sean Unidas. Una introducción a la ecología de los ríos urbanos
David Kuczynski
Arte de tapa: Gisela Aquaviva
Diseño de tapa: Disegnobrass
Diagramación: Mariana Cravenna
Corrección: Yamila Transtenvot
ISBN 978-987-4413-08-6
© 2017 Editorial Maipue
Zufriategui 1153 - Ituzaingó (1714) - Provincia de Buenos Aires
Tel/Fax: + 54 (011) 4458-0259 / 4624-9370
Contacto: promocion@maipue.com.ar / ventas@maipue.com.ar
www.maipue.com.ar
Kuczynski, David
Las bacterias sean unidas : una introducción a la ecología de los ríos urbanos / David Kuczynski. - 1a ed. -
Ituzaingó : Maipue, 2017.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-4413-08-6
1. Bacterias. 2. Ecología. 3. Ecología Acuática. I. Título.
CDD 577.6
Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.
Libro de edición argentina.
No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro,
en cualquier forma o por otro cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin
el consentimiento previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446
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Índice
Capítulo 1
Un libro infantil y una antigua televisión
Las bacterias se presentan
¿Y cómo hacemos para nombrarlas?
¿Cuántas bacterias existen?
Capítulo 2
¿Sabemos mirar adecuadamente a los otros organismos?
Las bacterias y su ambiente
¿Y qué hacen las bacterias todo el día?
Saprotrofia
Mutualismo
Simbiosis
Parasitismo
Agentes patógenos
¿Hay bacterias “buenas” y “malas”?
Capítulo 3
Breve historia de cómo conocemos a las bacterias
Van Leeuwenhoek y el microscopio
Jenner y la vacunación preventiva
Lister y la antisepsia
Yersin y la peste
Koch y la tuberculosis
Un pequeño homenaje para un gran hombre: Louis Pasteur, el gran
descubridor
Capítulo 4
Las bacterias y el agua, la gran fuente de vida
Los ríos y el hombre
La peculiaridad de los ríos urbanos
¿Cómo estudiar las bacterias acuáticas?
Algunas consideraciones sobre el estudio de las bacterias
Aparición de patógenos más resistentes
Presencia de antibióticos en el agua
Bacterias emergentes
Las bacterias acuáticas desarrollan considerable resistencia
antibiótica
Los patógenos en ríos pueden interactuar con diversas
comunidades biológicas
Capítulo 5
Explorando un río cercano
Visitando a un amigo enfermo
Capítulo 6
Las bacterias patógenas y los ríos
Pasando revista a los patógenos
Citrobacter freundii
Cronobacter sakazakii
Aeromonas hydrophila
Erwinia carotovora
Género Serratia
Burkholderia cepacia
Género Pseudomonas
Providencia rettgeri
Acinetobacter baumannii
Chromobacterium violaceum
Photobacterium damselae
Vibrio fluvialis
Escherichia coli
Yersinia enterocolitica
Klebsiella pneumoniae
Una temática compleja
Capítulo 7
El ingenio de las biopelículas
El biofilm como atractivo para patógenos
Aprovechando a los eucariontes
Capítulo 8
¿Podemos vivir en equilibrio?
Problemas y posibles soluciones
Cuestiones jurisdiccionales
Cuestiones de planificación
Cuestiones de contaminación general
Cuestiones vinculadas al estudio de los ríos
Cuestiones educativas
Capítulo 9
Penas y sinsabores de la investigación científica
¿Los investigadores se adelantan a su tiempo?
¿Y quién es un investigador?
Capítulo 10
Referencias bibliográficas
La nostalgia por las bibliotecas perdidas
Microbiología general
Historia de la microbiología
Ecología y contaminación del río Reconquista
Patógenos en ríos urbanos
Bacterias acuáticas patógenas en animales y vegetales
Bacterias patógenas y biopelículas
Capítulo 1
Y fue en el comienzo…
Un libro infantil y una antigua televisión
Mucho se ha discutido y se seguirá discutiendo sobre el origen del
planeta y mucho más aún sobre la aparición de la vida. No es motivo
principal de este libro debatir específicamente este tema, que nunca
pierde ni perderá actualidad. Aunque la cantidad de información que
se fue acumulando al respecto resulta abrumadora, no se tiene mayor
certeza que varias décadas atrás. Tal vez sea bueno que el origen de la
vida siga siendo un gran misterio, que siga despertando pasiones y
curiosidades en nuevas generaciones de científicos y de legos; que
siga aguijoneando cada tanto a algunos a aventurar otra nueva teoría,
atrayendo de inmediato igual cantidad de defensores y seguidores
que de opositores y detractores. Pero cualquiera sea su origen, las
bacterias juegan un rol de gran importancia en la aparición de los
seres vivos, su desarrollo y su explosiva expansión, y a ellas me
referiré con cierto detalle en las próximas páginas.
Siendo yo un niño de 7 u 8 años, hace ya más de un largo medio
siglo, recuerdo la extraña sensación que me producían algunos libros,
especialmente cuando los veía por primera vez. Era una mezcla de
curiosidad, de atracción y de cierta aversión al mismo tiempo.
Posiblemente me sentía atraído más bien por los dibujos y colores que
por el título o la temática. Por entonces no existía Internet, ni siquiera
las computadoras y sus interminables variantes, y el libro escrito era
por lejos la principal fuente de acceso a la información, cualquiera
fueran sus características.
Creo que al ver un libro me sentía atraído por lo nuevo, por el
desafío implícito que escondía en su interior, al tiempo que sentía el
temor que conlleva todo lo desconocido, la duda de si meterme en
temas que posiblemente no comprendiera bien, cosas que es mejor no
saber por ahora, mundos extraños aún para mí que podrían
asustarme. Pero la atracción siempre predominaba, y aún recuerdo la
sensación de asombro al ver las filas de libros exhibidos en las
estanterías y vitrinas de las librerías.
Los libros de divulgación científica para niños (y no tan niños) eran
entonces frecuentes, algunos muy simples, otros bastantes aburridos.
Casi todos pasaban por la prueba de lograr atrapar, al menos por un
momento, un par de ojos infantiles ávidos de curiosidades, y cada
tanto aparecía un libro que lograba la exquisitez de atraer la atención
por horas y días enteros.
Una vez cayó en mis manos la Historia de las Invenciones, del escritor
holandés-estadounidense Hendrik van Loon. Durante la primera
mitad del siglo XX, Van Loon fue un maestro insuperable en la
redacción de libros para niños, especialmente sobre temas históricos,
que él mismo ilustraba con gran arte.
En las primeras páginas, a modo de simple introducción, Van Loon
nos decía: “Un buen día, una diminuta partícula de polvo se alejó de
su añoso padre, el Sol, y se estableció por su cuenta. El acontecimiento
no causó gran revuelo en el cielo, porque el nuevo recluta era tan
desesperantemente exiguo que ninguna de las estrellas de mayor
edad, que vivían en una parte distante y más respetable del cosmos,
pudo notar siquiera la llegada de su hermanita. Pero quizás sea
preferible no informarse demasiado de los aspectos más bien
humillantes del asunto, pues, por decirlo de una vez, todos nosotros
somos prisioneros de ese diminuto globo”. Tras hacer una
comparación con la atracción que ejercen las novelas de detectives,
concluye diciendo que “la historia de nuestro planeta constituye una
interminable serie de acertijos, de los cuales solo fue posible hasta
ahora resolver unos pocos. Los demás se niegan obstinadamente a
entregar su secreto, pero es preciso tratarlos con justicia y reconocer
que no hay uno solo entre esos acertijos para el que no exista una
clave”.
Durante semanas el relato de Van Loon fue un compañero
inseparable, entonces decidí (posiblemente sin saberlo) que dedicaría
mi vida a estudiar las ciencias naturales, a saber algo más acerca del
origen del planeta, de los misterios de la naturaleza y de sus
asombrosas y desafiantes criaturas. Recuerdo que muchos años más
tarde, cuando estaba en la universidad estudiando geología y temas
conexos, volví a leer con regocijoaquellos párrafos que no han
perdido nunca vigencia.
Tal vez las cosas se hubieran dado de igual forma, de todos modos,
sin conocer ese libro, y otros textos hubieran ocupado su lugar.
Imposible saberlo. Pero si la Historia de las Invenciones fue un punto de
referencia en mi infancia, una década más tarde las películas de
Cousteau dieron su estocada final en mi vocación adolescente. En
aquella televisión en blanco y negro de los años 60, cuando además no
existían grabadores de video ni tecnología accesible para guardar
películas (inimaginables los teléfonos celulares, los Googles, los
YouTubes y las múltiples aplicaciones, cuando los más audaces
futurólogos profetizaban que alguna vez habría TV en colores) las
aventuras de Jacques-Yves Cousteau eran un acontecimiento
imperdible. Con un estilo único y atrapante, la divulgación de sus
exploraciones por los mares del mundo marcó a toda una generación,
despertó sanamente la imaginación dormida e incitó como nunca
antes el interés por la naturaleza y la ecología. Mi destino ya no tenía
escapatoria. La suerte estaba echada, y entre tantos temas
apasionantes y diversos me dedicaría a estudiar las aguas y sus
organismos.
Pensando que yo era el único “loco” en abocarme a tales temas, en
la universidad encontré a muchos con similar vocación. ¡Estudiar
ecología acuática! ¿Por qué? ¿Tiene sentido acaso esta pregunta?
Parafraseando las expresiones de Cousteau que flotaban por nuestra
ávida imaginación, no importa cuán lejos vayamos en nuestro andar,
cuán profundo penetremos en los continentes, cuánto nos adentremos
en las más remotas selvas y los más extensos valles, cuán alto
subamos en las más elevadas montañas, cuánto nos alejemos en el
espacio de esta pequeña pelotita que es el planeta Tierra, la vida
surgió en el agua, y volverá siempre a ella, como hija pródiga.
Las bacterias se presentan
Cualquiera que haya sido el origen de la vida, en algún momento
aparecieron las primeras células en la inmensidad de los mares
primitivos, agrupaciones de moléculas con capacidad de
autoperpetuarse. Las bacterias son posiblemente las estructuras más
antiguas de las que se puede decir que tienen las propiedades de la
vida, descendientes de las primeras células que se formaron en los
albores de los tiempos.
Acostumbrados a mirar todo desde nuestra perspectiva
antropocéntrica, parecen unas cositas diminutas e imperceptibles.
Pero esto no significa que sean tan “sencillas” como se presentan. Se
las arreglan muy bien para cumplir todas las funciones que necesitan,
y saben aprovechar magistralmente los materiales del medio en que se
encuentran. Su estudio nos provee permanentemente de nuevos
descubrimientos y sorpresas.
Para la mayoría de las personas, escuchar la mención de bacterias,
microbios, gérmenes o microorganismos evoca la existencia de unas
estructuras muy pequeñitas que ni siquiera podemos ver, pero que
andan por todos lados, y a las cuales es mejor evitar a toda costa ya
que en general son causantes de muchas enfermedades y dolencias.
Bajo el nombre genérico de microorganismos, se incluye una
enorme variedad de seres vivos, muy numerosos y muy diferentes
entre sí, que solo tienen en común su pequeño tamaño. Precisamente
esa circunstancia ha motivado que para su observación se requiera el
empleo de instrumentos especiales, como el microscopio, o
determinadas técnicas de cultivo para ver colonias formadas por
agrupaciones de millones de individuos.
Por eso el descubrimiento y estudio de los microorganismos es
muy reciente, en comparación con la ciencia en general y en particular
con el estudio de los seres vivos, por quienes los hombres se
interesaron desde las épocas más remotas.
Es seguro que en los próximos años los conocimientos seguirán
aumentando, ante los aportes incesantes de nuevas tecnologías, junto
al ingenio y la perseverancia de los investigadores para arrancarle a
estos diminutos seres sus secretos mejor guardados. No obstante, es
mucho lo que ya sabemos al respecto, y numerosos libros y tratados se
han dedicado al tema. Infinidad de publicaciones se suceden
ininterrumpidamente y raramente culmina un día sin la contribución
de un nuevo hallazgo.
La microbiología abarca el estudio de bacterias, hongos, algas,
virus, protozoarios y otros grupos de organismos microscópicos o
submicroscópicos, sobre los cuales existe una superposición de
numerosos sistemas de clasificación con variantes que se suceden año
tras año, todo lo cual hace más apasionante y desafiante el estudio y la
comprensión de los seres vivos, ya sean pequeños como las bacterias o
gigantescos como los dinosaurios y las ballenas.
Inicialmente se incluyó bajo la denominación de “microbios” a
todos los seres diminutos que se observaban con el microscopio.
Dentro de las “algas” se agruparon a las numerosas formas de
autótrofos, aquellos que pueden fabricar su alimento a partir de la
energía luminosa del Sol, como hacen el resto de los vegetales. A su
vez, se encerró dentro de los “protozoos” a todos los unicelulares que
no pueden hacer fotosíntesis, y por lo tanto se alimentan a expensas
de otros.
Pronto los avances de la ciencia fueron creando nuevos grupos y
subgrupos para separar a las miles de especies que se iban
caracterizando. La denominación de protozoos quedó obsoleta y sus
integrantes se fueron separando en otros conjuntos de la más alta
categoría clasificatoria (phylum) como ciliados, flagelados, esporozoos,
ameboides, etc. Otro tanto ocurrió con las algas.
Una de las primeras observaciones de la microscopía consignó la
existencia de una estructura bien diferenciada, en forma de pelota, que
ocupaba más o menos la parte central de todas las células. De
inmediato se lo llamó “núcleo” y se lo consideró como la porción
principal de la célula, sin saberse muy bien qué era ni qué había en su
interior.
Las investigaciones posteriores demostraron que el núcleo es una
especie de caja cuya función es albergar y proteger una molécula muy
especial, el ácido desoxirribonucleico (ADN). Haciendo honor a su
gran nombre, consiste en una molécula enorme, un filamento delgado
pero de increíble longitud, que para poder entrar en el núcleo se
encuentra sumamente replegado, de forma tal que recuerda a una
madeja de lana. Esta molécula alberga la información de la célula,
regula sus funciones y controla la mayoría de sus procesos y
actividades. Se la considera con justicia como el “gobierno” de la
célula, la que da las órdenes en cada momento y toma las decisiones
difíciles. El resto de las estructuras obedecen sus instrucciones para
que todo funcione armoniosamente.
No obstante, en algunas células no se podía distinguir el núcleo,
pese a las técnicas de tinción y a la mejora de las lentes de los
instrumentos ópticos. Los microscopios más poderosos demostraron
que no se trataba de un defecto técnico sino que esas células realmente
no poseían un núcleo definido, como era lo habitual. En base a esta
circunstancia se separó a las células en dos categorías, considerando la
presencia de núcleo como un asunto fundamental. Utilizando la
palabra griega “carion” (que significa núcleo), se designó como
“procariontes” o “procariotas” a las células que no presentan un
núcleo bien delimitado (pro = antes de, previo a) y “eucariontes” o
“eucariotas” a las células con núcleo típico bien visible (eu =
verdadero, auténtico).
Ahora bien, ¿cómo hacen las procariontes para gobernarse, para
organizar de manera coordinada sus múltiples procesos y
actividades? ¿Dónde está su información genética? ¿Acaso no tienen
su ácido nucleico? Pues también poseen su molécula de ADN, solo
que no está delimitada por una envoltura protectora que la separa del
resto de la célula.
Las células procariontes son mucho más pequeñas que las
eucariontes e incluyen a todas las bacterias y a un grupo de algas
denominadas cianofitas o algas azules. Las células eucariontes se
encuentran en el resto de los seres vivos, tanto unicelulares como
pluricelulares, animales y vegetales. Los estudios celulares fueron
evidenciando muchasotras diferencias entre procariontes y
eucariontes. Pero la ausencia o presencia de núcleo bien delimitado
quedó como elemento prioritario de referencia.
Más pequeños aún que los procariontes, existen unas estructuras
que se incluyen bajo la denominación de virus, asociados a numerosas
trastornos de la salud, incluyendo la gripe y el resfrío, posiblemente
las enfermedades humanas más comunes y extendidas. Aunque
presenta gran variedad de formas, un virus puede imaginarse como
una cajita increíblemente pequeña, que encierra en su interior una
molécula de ADN. Puede hallarse prácticamente en cualquier lugar,
permaneciendo inactivo e indiferente a las condiciones externas. Pero
si encuentra una célula viva y logra ingresar a la misma, comienza a
multiplicarse rápidamente, utilizando los materiales y la energía que
le roba a la célula atacada. En general la célula nada puede hacer, y en
pocas horas muere, dejando escapar cientos de nuevos virus que
buscan sus propias células para infectar. La palabra virus significa
“veneno” o sustancia nociva, y de allí proviene el concepto de
virulento, que se viene empleando desde hacer varios siglos para
designar a los agentes que causan infecciones. El descubrimiento de
los virus ha constituido un gran desafío para la ciencia y ha
permanecido asociado al estudio de los microorganismos.
En este libro haremos particular mención a las bacterias, diminutos
procariontes, omnipresentes en el planeta y permanentemente
vinculados con nuestra vida cotidiana.
¿Y cómo hacemos para nombrarlas?
Desde el origen mismo del lenguaje, en la remota evolución hacia
la especie humana, en las rudimentarias tribus y pueblos primitivos,
los hombres fueron dando nombres a todo lo que observaban en su
intento por comunicarse entre sí y poder expresar sus ideas y temores,
sus pensamientos y anhelos, sus frustraciones y esperanzas.
Dieron nombre a los ríos, las montañas y las estrellas. Dieron
nombre a los animales y vegetales, tan necesarios para su inmediata
subsistencia.
Con el surgimiento de la ciencia moderna y su extensión global,
apareció la necesidad imperiosa de unificar los conceptos y los
nombres, de tener certeza de lo que quiso decir un escritor de otro
país, con distintos idiomas y costumbres de por medio. Los biólogos
del siglo XVIII se encontraron con una increíble conjunción de
nombres y términos para designar las mismas cosas. Para la mayoría
de los animales y vegetales, tan conocidos por la gente desde siempre,
los nombres se iban modificando con las regiones y comarcas, además
de los cambios derivados de los distintos idiomas y dialectos.
¿Cómo resolver esta dificultad? Tras diversos intentos, se adoptó el
sistema propuesto por el botánico sueco Carlos Linneo en 1735. Este
sabio propuso un sistema simple y sumamente práctico para llamar
de manera única e inequívoca a cada especie, que se conoce como
“nomenclatura binomial”. Esta nomenclatura asigna a cada organismo
una combinación de dos palabras. La primera de ellas corresponde al
“género” y se escribe con mayúscula. La segunda corresponde a la
“especie” (que siempre debe pertenecer a un género en particular) y se
escribe con minúscula. Cada especie se nombra mediante el conjunto
de las dos palabras. Para que no haya lugar a dudas, estas deben
escribirse con letras diferentes al resto del texto, como “cursivas” o
“itálicas”.
Un género puede abarcar una sola especie, unas pocas o muchas.
Puede incluir 10, 20, 50 o 200 especies, dependiendo de cuán parecidas
sean entre sí. Pero los individuos de distintas especies siempre
presentan algunas diferencias (aunque sean del mismo género) y no
pueden reproducirse entre sí.
En la época de Linneo los libros y tratados se escribían en latín, por
ello se acordó que los nombres científicos deberían seguir con esta
tradición. No es necesario que signifique algo concreto en ese idioma,
pudiendo ser cualquier combinación razonable de letras del alfabeto
latino. Para los hispanoparlantes y para los lectores de la mayoría de
los países occidentales esto constituye una gran ventaja. Los podemos
leer y escribir perfectamente aunque no sepamos nada de gramática
latina. Incluso en un texto en un idioma con otra simbología, como el
chino, el japonés o el ruso, distinguimos de inmediato y sin ninguna
duda de qué especie se está hablando.
Descubrir un nuevo género o una nueva especie es siempre un
gran privilegio para cualquier biólogo, quien tiene el deber de ponerle
un nombre. Tiene total libertad para hacerlo, con el único requisito de
que no haya sido utilizado previamente.
En muchos casos se utiliza algún atributo o rasgo distintivo para
“inventar” un nuevo nombre, como ocurre en las bacterias con los
géneros Helicobacter (que alude a su forma en espiral), Penicilium (“en
forma de penachos”) o Staphilococcus (stafilo = racimo y coco =
pequeña esfera, aludiendo a la forma en que se agrupan las células).
En este último género tenemos las especies S. aureus (por el color
dorado de las colonias), S. epidermis (que se presenta sobre la piel del
hombre y de animales) y S. caprae (originalmente aislada de cabras y
ovejas), entre otras.
A veces se hace una alusión geográfica, referida al lugar donde se
encontró o donde se investigó, como el Bacillus thuringiensis (por
Turingia, una región de Alemania), Klebsiella singaporensis (por
Singapur), Vibrio tasmaniensis (por Tasmania) y otros.
Es frecuente aprovechar un descubrimiento y tener que
“bautizarlo”, para rendir homenaje a una personalidad destacada,
como ha ocurrido con Escherichia (por Theodor Escherich), Yersinia
(por Alexandre Yersin), Pasteurella (por Louis Pasteur), Listeria (por
Joseph Lister), Salmonella (por Daniel Salmon), Klebsiella (por Edwin
Klebs) y muchos más. También puede aludirse a algún acontecimiento
vinculante, como la bacteria Legionella, identificada como responsable
de una infección que resultaba muy frecuente entre los legionarios.
Pero cualquiera que haya sido la motivación del nombre, una vez
designado y aceptado no puede ser modificado por ningún motivo.
Quedará así para siempre, para la ciencia y para las sucesivas
generaciones de biólogos y de estudiosos que vendrán en el futuro.
El mismo Linneo, al escribir en latín, utilizaba el pomposo nombre
de Carolus Linnaeus. Su nomenclatura binaria, que impidió que la
ciencia cayera en un caos, constituye posiblemente el procedimiento
actualmente en vigencia más antiguo que se haya inventado. Con una
serie de pasos estandarizados, concretos y obligatorios a seguir,
significó el aporte de un método seguro, confiable y universal para
designar a las especies, que tras sobrepasar infinidad de pruebas ha
salido siempre indemne y ha sabido mantener su inapreciable valor.
En la época actual donde los procedimientos estandarizados, de
manera omnipresente, rigen nuestra vida cotidiana, que utilizamos
por ejemplo cada vez que accedemos a una página web de cualquier
institución comercial, financiera o educativa a través del mundo
virtual, usando claves y contraseñas, resulta asombroso pensar que un
sistema desarrollado hace más de 280 años siga siendo de tanta
utilidad y que no haya sido necesario cambiarlo ni modificarlo en
absoluto. Precisamente su eficacia radica en mantener las reglas y
respetarlas en todos los casos.
Un ejemplo sencillo podrá ilustrar mejor la enorme utilidad de la
propuesta de Linneo:
El gorrión es un pajarillo muy común en casi toda Europa, que se
sintió a gusto desde muy antiguo en la proximidad de las personas,
probablemente desde el comienzo de la agricultura dado que entre sus
platos favoritos están los cereales. Ha aprendido a aprovechar los
restos de nuestra comida y de la de nuestros animales domésticos
pero sin molestarnos ni correr riesgos. Es por ello que es tan conocido,
y que en muchas aldeas y pueblos de la vieja Europa se lo reconoce
con una denominación propia. Además de los nombres más comunes
en España de “gorrión” o “pardal”, se lo llama “teuladí” en Alicante,
“torrodá” en Huesca, “etxe-txolarrea” en el país vasco, “michón”o
“muichonet” en aldeas de Cataluña. Los términos “borrión” o
“gurriato” se usan con frecuencia en pueblos de Aragón y Navarra. En
francés es “moineau” y más popularmente “pierrot”, además de
numerosas variantes en los valles y pueblos del interior. En alemán es
“Haussperling”, en inglés “house sparrow” y la lista es interminable.
En sueco lo llaman “sparv” o “grassparv”, en finlandés “verpunen” y
en irlandés “gealbhan”. En las islas griegas se lo conoce como
“spourgitis”, y algo más al oeste, ya en Turquía, se lo denomina
“bayagi serçe”, mientras que en el Mediterráneo oriental se lo llama
“ancor”.
Siendo un animalito tan popular, no es de extrañar que al hacer la
lista de las aves Linneo lo ubicó entre los primeros puestos. No
importa cómo se lo denomine en cualquier lugar, ni los cientos de
nombres vulgares que posea. Para la nomenclatura binomial es el
Passer domesticus (“pájaro doméstico”), bajo cuya denominación se lo
identifica inequívocamente en cualquier libro o revista de biología.
Otro ejemplo de la ventaja de respetar las reglas de nomenclatura:
con la palabra “hormiga” identificamos de inmediato a unos insectos
muy abundantes y fácilmente reconocibles, con grandes cabezas,
poderosas mandíbulas y estrechas cinturas, además de su asombrosa
organización colonial, y que tienen fama de ser infatigables
trabajadoras. Pero la palabra “hormiga” engloba actualmente a más de
12.000 especies, cada una con sus propias características y sus
diferencias en anatomía, fisiología, comportamiento e información
genética. Hablar de “hormiga” no tiene pues ningún valor científico y
puede generar notable confusión. Por ello cada especie tiene su propia
nomenclatura binomial, única e insustituible, que la diferencia de
todas las demás especies cercanas.
Aunque las bacterias ya habían sido observadas en su época con los
rudimentarios microscopios disponibles, Linneo no las mencionó en
sus obras, en las que describió y aplicó el procedimiento binomial a
unas 4400 especies de animales y 7700 de vegetales. Recién en 1828, el
prestigioso microscopista Christian Gottfried Ehrenberg introduce el
nombre Bacterium para designar a un nuevo grupo de diminutos seres
vivos. Como es de suponer, con los avances de la ciencia el número de
especies bacterianas fue creciendo constantemente. ¿Cuántas bacterias
distintas se conocen? ¿Cuántas se supone que realmente existen? A
estas notables preguntas nos referiremos a continuación.
¿Cuántas bacterias existen?
¿Cuántas bacterias existen? Esta pregunta entronca inevitablemente
en una cuestión mucho más amplia: ¿cuántas especies biológicas
existen? Intentar responderlo amerita cuanto menos una singular
reflexión.
He escuchado muchas veces el comentario de que los filósofos, en
todas las épocas, se han formulado algunas preguntas turbadoras
referidas al ser humano y su esencia, como ser: ¿para qué existimos?,
¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿tiene alguna finalidad
concreta nuestra presencia en el mundo? Los debates y posturas han
sido tan numerosos como las personas que intentaron responder tales
enigmas.
Por su parte, los astrónomos se han preguntado desde la
antigüedad: ¿cuánto mide el universo? ¿Tiene acaso una extensión
mensurable? Y si es así, ¿qué hay más allá? Y si no tiene límite, ¿cómo
se entiende eso? ¿Qué es el infinito?, y otras cuestiones similares,
sobre las cuales los avances en la construcción de telescopios, las
mejoras tecnológicas y la pujante conquista del espacio solo lograron
aumentar la inquietud y generar nuevos interrogantes.
Similarmente, los biólogos también tenemos nuestras dudas
existenciales y nos venimos preguntando desde siempre: ¿cuántas
especies existen?, ¿puede ponerse un número a las distintas formas de
vida que pueblan y comparten este diminuto planeta? Parecería algo
sencillo de responder pero no hay una respuesta directa. ¿Cómo es eso
posible? ¿Por qué no las contamos con cuidado y listo? Recuerdo que
cuando iniciaba mis estudios de biología leía con disgusto las
referencias de los libros, siempre generales y difusas, sobre el número
de especies de cada grupo zoológico, siempre diciendo que se conocen
“alrededor de” cierto valor, o que posiblemente sean “cerca de” cierta
cifra. Me quedaba con un sabor amargo, con un dato faltante, como si
los autores quisieran evadir la respuesta exacta. Pero el asunto tiene
sus ribetes peculiares. Veamos algo más al respecto:
Las especies reconocidas e identificadas son posiblemente solo una
pequeña parte de la biodiversidad real. Constantemente se descubren
nuevas especies, y muchos ecosistemas naturales permanecen remotos
y casi inexplorados para la ciencia, al menos para los métodos
adecuados de biología y ecología de campo.
Las grandes selvas y las profundidades de los océanos poseen una
inmensidad en la que apenas nos hemos aventurado. Cada expedición
aporta decenas o centenares de nuevas especies junto con curiosas
novedades sobre cómo estas especies se relacionan entre sí.
Precisamente en esos océanos se gestó y evolucionó la vida, allí
tuvieron lugar los interminables ensayos de la naturaleza, allí se
formaron (y también se extinguieron) incontables formas biológicas, y
la mayoría posiblemente permanezca en esos fríos y distantes sitios,
indiferentes a lo que nosotros podamos escribir o pensar. Una
pequeña fracción se “asomó” y se acostumbró a vivir en un ambiente
atmosférico, fracción que abarca los animales y vegetales que mejor
conocemos. Los océanos, difíciles de explorar y de mayor extensión
que todas las tierras emergidas, conservan aún casi todo su embrujo y
sus secretos biológicos muy bien guardados.
De muchas especies solo se tienen algunos ejemplares,
pertenecientes a la colección de un museo y guardados en un cajón.
Poco o nada se sabe de su fisiología, de su ecología o de su
comportamiento. Es habitual entre los invertebrados, como insectos,
arañas, gusanos y otros grupos, que un análisis más riguroso detecte
que en realidad, entre los ejemplares dejados como representantes de
una especie, hay individuos de dos especies diferentes que hay que
delimitar mejor y separar adecuadamente, reparando la descripción
original y poniendo nombre a las nuevas especies.
También ocurre lo contrario: ejemplares dejados como
representantes de dos especies distintas son en realidad variantes de
una misma especie. Y si esto ocurre con animales de cierto tamaño,
visibles y coleccionables, el panorama puede ser más complejo aún
con organismos microscópicos. Resulta inevitable, pues, que a medida
que avanza la tecnología y que se modifican los instrumentos y
métodos de observación, se demarquen con mayor precisión el límite
entre especies, por lo que su número cambia permanentemente y sin
duda seguirá cambiando en el futuro.
Salvo las especies de gran importancia para el ser humano, que no
son más que algunos centenares, se conoce muy poco o casi nada en
proporción de las cientos de miles de formas restantes. Ni siquiera hay
certeza de la correcta separación entre las especies, mientras están a la
espera de que nuevas generaciones de biólogos les dediquen su
merecida atención.
Hay identificadas y nombradas alrededor de 2.500.000 especies.
Parece un número respetable, pero se calcula que solo tenemos
registradas el 10% de las especies que realmente existen (con lo cual
habría tal vez 25.000.000 de especies en el planeta). La mayor parte de
la biodiversidad real continúa desconocida para nosotros, viviendo y
luchando por su subsistencia, como lo viene haciendo desde hace
milenios, en los bosques, las selvas, los mares y las montañas, en los
diversos y variados ecosistemas que la naturaleza fue creando y
perfeccionando, sin preocuparse por si la ciencia del hombre los haya
o no identificados y les haya puesto un nombre más o menos
llamativo.
Por otra parte, a lo largo de la historia de la Tierra han ocurrido
diversos cataclismos, algunos de gran intensidad y de alcance
planetario, que motivaron la extinción de muchas formas de vida. Una
de las más grandes de las que se tiene indicioocurrió hace 250
millones de años, y fue de tal intensidad que se supone acabó con el
95% de las especies que existían. Los registros fósiles nos dan
interesantes pruebas, evidencias dispersas pero contundentes, de
muchas otras hecatombes, tras las cuales la vida fue resurgiendo y se
las ingenió para continuar evolucionando y adaptándose a las
condiciones reinantes.
La biodiversidad actual, o sea la totalidad de las especies que
existen (que por otra parte apenas conocemos), juntando animales y
vegetales, grandes y pequeños, terrestres y acuáticos, no son sino un
insignificante reflejo de la enorme cantidad de formas de vida que
existieron a lo largo de los tiempos.
Con estas observaciones, responder a la pregunta inicial ¿cuántas
especies hay? se evidencia como un asombroso desafío, tal vez el más
apasionante que ha venido estremeciendo y entusiasmando a los
biólogos de todas las épocas. Por eso hay que leer con prudencia las
cifras sobre la diversidad de los grandes conjuntos de seres vivos,
tanto unicelulares como pluricelulares. Con respecto a las bacterias,
el Centro Nacional para la Información Biotecnológica (NCBI), una de
las más importantes fuentes mundiales de información de biología
molecular, con sede en Maryland, Estados Unidos, registra en su base
de datos unas 16.000 formas bacterianas, de las cuales algo menos de
600 entran en la categoría de “peligrosas”. Pero de bacterias “buenas”
o “malas”, y de aquellas que pueden causar daños y enfermedades,
hablaremos un poco más adelante.
Capítulo 2
¿Comprendemos a las otras criaturas?
¿…Y qué decir del buey que ama a su yugo y considera al alce y
al ciervo del bosque como descarriadas y vagabundas criaturas?
Khalil Gibran, El profeta
¿Sabemos mirar adecuadamente a los otros
organismos?
Es muy difícil para nosotros, pobres y limitados seres humanos,
salir de nuestra visión antropocéntrica al analizar el resto de las cosas.
Llamamos a los animales “pequeños” o “grandes” al compararlos con
nuestro cuerpo, los consideramos longevos o de vida breve en relación
a nuestra propia esperanza de vida. Admiramos la elegancia del cisne,
la velocidad implacable del guepardo, la fuerza demoledora del león,
la resistencia del caballo galopando, la majestuosidad del cóndor
sobrevolando las altas cumbres y tantos otros animales cuyas
habilidades quisiéramos tener, mientras que ridiculizamos a aquellos
que se desplazan con lentitud o que nos parecen torpes, simplemente
porque nos creemos capaces de movernos con mayor agilidad que
ellos. Los llamamos feos o hermosos según nuestros propios cánones
de belleza. Pero cada organismo es el producto de un delicado y
asombroso proceso evolutivo de constante creación, y si aún no se ha
extinguido sino que sigue viviendo y reproduciéndose, es porque está
perfecta y asombrosamente adaptado a sus circunstancias y sus
necesidades.
Los ejemplos serían interminables. Vayan algunos de muestra. Las
mitologías y las creencias populares han descrito a las serpientes como
seres “condenados” a no tener manos ni patas. Esta circunstancia las
convierte de inmediato en criaturas despreciables, obligadas a
arrastrarse por el suelo como castigo a algún delito que sin duda
cometieron y dejando de paso la moraleja de que no hay que realizar
malas acciones.
En efecto, para nuestra visión antropocéntrica, ¿qué mayor castigo
que no tener manos ni patas, como posee la mayoría de las criaturas?
Incluso las arañas, los insectos y otros animalitos pequeños y molestos
están muy bien dotados de numerosos apéndices para nadar, trepar,
capturar, excavar y hasta para volar. ¿Cómo puede entonces –desde
nuestra humana y pobre perspectiva– un organismo caminar, correr,
sujetarse, tomar el alimento o manipular objetos sin manos ni piernas?
Sin embargo, los ofidios constituyen un grupo muy evolucionado
de reptiles, magníficamente adaptados al ambiente y que han
conquistado con gran éxito numerosos hábitats, desde praderas y
desiertos hasta selvas y mares. Y si pudieran hablar y filosofar, como
en las viejas fábulas, posiblemente una serpiente le diría a su
compañera: – ¡Mira qué torpes son estos seres humanos, que son
incapaces de detectar en la oscuridad las ondas infrarrojas que irradia
su alimento!
Y la compañera, asintiendo, podría responderle: – ¡Y ni siquiera
saben cómo moverse con comodidad y rapidez con solo contraer
sincronizadamente los músculos de su abdomen!– También, ¿qué otra
cosa puede esperarse de su limitado esqueleto, si en su rudimentaria
columna solo existen 33 vértebras, y en nosotras más de 400?
Y una tercera, escuchando la conversación y con ánimos de
entrometerse, podría añadir: –¡Ya lo creo, pobres criaturas estos
humanos, condenados a tener que comer todos los días para
mantenerse vivos, mientras que nosotras, tras una buena presa de fácil
captura, podemos quedarnos tranquilas varios meses descansando y
sin preocuparnos por el alimento!
Cuando observamos un ave volando, pensamos que está haciendo
un notable esfuerzo y que pese a sus espléndidas alas, sus plumas, sus
músculos especializados y su cuerpo aerodinámico, pronto se cansará
y se posará en una rama o sobre una roca a “descansar”. Lo pensamos
desde nuestra humana comprensión de las cosas, ya que somos
incapaces de elevarnos del suelo más que por unos pocos segundos y
para nosotros el concepto de descansar es estar cómodamente
sentados o recostados.
Pero así como el suelo es nuestro ambiente, para las aves voladoras
lo es el medio aéreo. Muchas pueden permanecer largo tiempo en el
aire y desplazarse enormes distancias, sin detenerse para comer,
dormir o tan solo descansar un rato, ¡Y además sin desorientarse ni
perder su rumbo!
Los registros no dejan de asombrarnos. Numerosas especies de
aves migran largas distancias. Lo hacen para escapar del frío, o para
reproducirse en mejores condiciones, o pasar algunos meses en
lugares con mejor alimento, y repiten la migración año tras año. Es
frecuente que viajen entre distintos continentes, incluso de un
hemisferio al otro. Quizás el mayor viajero sea el charrán o golondrina
de mar (Sterna paradisaea), que pasa el verano boreal en el Ártico y el
verano austral en la Antártida, o sea que se traslada nada menos que
de un polo al otro, logrando así no tener que sufrir nunca los rigores
de ningún invierno. Para ello, estas aves recorren distancias que
pueden llegar a los 70.000 kilómetros anuales. Se calcula que un
ejemplar adulto podría llegar a volar en su vida una distancia
semejante… ¡a la de un viaje de ida y vuelta a la Luna!
Podríamos pensar entonces que tras su migración las aves llegan
agotadas y que han necesitado detenerse muchas veces. Pero no es así
y suelen permanecer días y semanas en vuelo sin inconvenientes.
El vencejo real (Tachymarptis melba) es capaz de mantenerse más de
seis meses enteros volando, en su camino de migración desde el oeste
del continente africano al centro de Europa. Todas sus actividades,
incluso el sueño, las pueden hacer en el aire ¡Sin posarse ni una sola
vez! ¿Cómo son capaces de lograr semejante hazaña? ¡Cuántas
maravillas nos esconde la madre naturaleza! Parece que se alimentan
de los insectos en el aire, y que son capaces de dormir poniendo su
sistema nervioso en “piloto automático”.
Otras aves directamente resuelven la cuestión viajando a
velocidades insólitas. La denominada “agachadiza” (Gallinago media),
un animalito con el aspecto de una perdiz de pico largo y puntiagudo,
en su migración desde los humedales del norte de Europa al centro de
África, es capaz de recorrer hasta 6500 kilómetros sin paradas ¡En
apenas tres días! Pueden alcanzar velocidades cercanas a los 100
kilómetros por hora y mantenerlas prácticamente sin ayuda del
viento.
Similarmente a la fábula anterior, un ave le podría decir a su amiga
de bandada:
–Pobrecitos estos humanos, obligados a andar por el suelo sin
poder elevarse ni por diez segundos y menos revolotear o jugar en el
aire, apenas dar saltitos ridículos, sin siquiera poder planear.
Y si esto ocurre con animales grandes ybien conocidos por todos,
como las serpientes o las aves, ¡Qué decir de aquellos organismos
microscópicos, invisibles a nuestra vista! Debemos intentar, pues,
dejar de observar a las diminutas bacterias desde nuestra
antropocéntrica percepción, para interpretarlas como organismos bien
adaptados a su ambiente, capaces de resolver con éxito los desafíos de
su existencia.
Las bacterias y su ambiente
Todas las formas de vida, sean pequeñas o grandes, simples o
complejas, necesitan una serie de factores para poder existir. No solo
necesitan alimento. También requieren un medio físico dentro del cual
desenvolverse: luz, temperatura, humedad y otras numerosas
variables. La ecología es precisamente la ciencia que estudia estas
cuestiones, o sea, de qué manera una especie se relaciona con los otros
organismos y con su ambiente.
Para cada una de las variables externas, cada especie presenta un
rango dentro del cual puede vivir, con valores mínimos y máximos
que no puede sobrepasar. ¿De qué le sirve a un organismo tener
suficiente alimento disponible si las temperaturas están por debajo de
su límite de tolerancia? ¿De qué le sirve a un animal acuático disponer
de temperaturas adecuadas a su fisiología si la salinidad de su entorno
sobrepasa su capacidad de subsistencia?
Estos factores ambientales limitan la extensión y condicionan la
distribución geográfica de cada especie. Es posible que las primeras
formas de vida surgieran en la inmensidad de los océanos primitivos,
cuando la superficie del planeta era muy diferente de la actual. Se
supone que las primeras células se alimentaban de moléculas que
encontraban a su alrededor, evolucionando y mejorando durante
millones de años, lo cual permitió la aparición de los organismos
pluricelulares.
Todos los organismos necesitan para sobrevivir materiales y
fuentes de energía que obtienen de diversas maneras, además de un
lugar concreto, un medio físico donde poder permanecer.
En el caso de las bacterias, la aparición de formas más complejas
ofreció nuevas oportunidades que supieron aprovechar
magníficamente, ya que muchas especies se adaptaron con rapidez a
vivir a expensas de las células y órganos de animales y vegetales. Las
enormes ventajas de vivir dentro de otro organismo, o a expensas del
mismo, nos introduce en la cuestión de comprender a qué se dedican
estos microbios, cómo pueden con infinita paciencia resolver
exitosamente la aventura de subsistir y perpetuarse.
¿Y qué hacen las bacterias todo el día?
La historia de la vida sobre la Tierra es en gran medida el relato de
una lucha constante e interminable, siempre dramática, siempre en
contra de circunstancias adversas, una lucha de todos contra todos, de
cada especie contra el ambiente hostil, sin reglas y sin leyes, donde
todo es válido. Es la historia del ingenio por sobrevivir ante el terrible
dilema de lograrlo como sea o extinguirse irremediablemente.
El planeta ha presenciado impotente, infinitas veces, la
desaparición de organismos que supieron ser reyes y señores
indiscutidos por un lapso, durante el cual parecían ser indestructibles,
dotados de impenetrables armaduras, poderosa musculatura, filosos
dientes, poderosos venenos y otras armas asombrosas, pero que no
pudieron finalmente enfrentar alguna circunstancia desfavorable. Y
sin duda nuestro viejo planeta seguirá presenciando más
desapariciones en el futuro.
Mientras algunos grupos biológicos se extinguían y otros nuevos
aparecían, las bacterias en sus diversas formas han logrado
sobrellevar adversidades y catástrofes y llegar hasta nuestros días
gracias a su gran capacidad de adaptación y a su plasticidad para
aprovechar cualquier nueva oportunidad. Así, han desarrollado
diversas especializaciones para obtener los materiales, la energía y el
espacio que necesitan. Algunas de las formas de vida más frecuentes
utilizadas por muchas especies bacterianas se comentan a
continuación:
Saprotrofia
Es la relación alimenticia de los organismos que utilizan sustancias
orgánicas en descomposición, o sea restos de animales y vegetales
muertos. No le causan daño al individuo del cual se nutren, ya que no
son los responsables de su muerte. La amplia mayoría de las bacterias
tiene esta forma de vida. Su actividad lleva la materia orgánica al
nivel inorgánico (sales, minerales, sustancias simples). Esto tiene una
tremenda importancia ecológica, ya que con este proceso se realiza
una autodepuración biológica, permitiendo el reciclado de los
materiales y nutrientes, y manteniendo la fertilidad del suelo.
Por ello las bacterias forman parte de toda la vida orgánica
conocida en nuestro planeta, sería impensable la existencia de
comunidades biológicas de animales y vegetales en equilibrio sin la
presencia de bacterias. Los saprobios son los auténticos “limpiadores”
del ambiente. Gracias a ellos en los ecosistemas naturales no existen
residuos y el concepto de “basura” pasa a ser un triste invento de
nuestras ciudades y ecosistemas urbanos. Las especies que viven de
esta manera se llaman “saprobias” o “saprófitas”.
Mutualismo
Es una relación entre especies diferentes en la cual ambos
participantes se benefician mutuamente, aunque la interacción pueda
no ser permanente ni obligatoria ya que cualquiera de los integrantes
podría vivir sin el otro de ser necesario. Es frecuente encontrar en la
naturaleza animales que se han asociado con otras formas de vida,
llegando a una suerte de “acuerdo mutuo” que trae provecho para
ambos. Muchas bacterias han desarrollado relaciones de mutualismo
con muy diversos grupos biológicos, tanto animales como vegetales.
Simbiosis
Es una relación entre dos especies por medio de la cual ambas se
benefician y en la que están interrelacionadas de tal forma que no
pueden vivir por separado. Se supone que toda simbiosis se produce
como consecuencia de un proceso evolutivo conjunto entre ambas
especies, a partir de una relación previa de mutualismo que se fue
haciendo cada vez más interdependiente.
Muchos animales herbívoros no producen las enzimas y jugos
digestivos capaces de degradar las duras fibras vegetales. Lo hacen
con la ayuda de bacterias que se alojan dentro de su estómago, las
cuales por su parte obtienen alimento y un sitio adecuado donde vivir.
Estos microorganismos permiten a los rumiantes digerir la dura
celulosa de su alimento y a las termitas vivir consumiendo madera.
En el intestino del ser humano coexisten varios cientos de especies
diferentes de bacterias cuyo conjunto tradicionalmente se menciona
como “flora bacteriana” o “flora intestinal”. Está concentrada sobre
todo en la última parte del intestino y está compuesta por bacterias
“buenas” y también por algunas especies patógenas. Entre los dos
grupos se establece una verdadera guerra de colonización y de
supervivencia: si prevalecen las “buenas”, el organismo se beneficia y
mantiene un estado de salud. En condiciones normales, estos
gérmenes aprovechan todo lo que llega al intestino e impiden que le
llegue alimento a los patógenos para obstaculizar su reproducción en
masa. Lo mismo que ocurre en la naturaleza, ocurre en cualquier lugar
donde compitan varias formas bacterianas: la especie que logra
acceder a los nutrientes, crece y prospera, mientras que la otra está
destinada a detener su desarrollo. Cuando en esta lucha permanente
ganan los gérmenes “malos” y comienzan a predominar, se producen
diversas afecciones y trastornos digestivos.
Parasitismo
Es una relación entre dos especies por la cual una se beneficia a
expensas de la otra, causándole daño aunque sin provocarle la muerte,
al menos en forma directa y relativamente rápida. El parasitismo es
una forma de vida sumamente conveniente en muchos aspectos, por
lo cual prácticamente todos los grupos biológicos tienen
representantes que se han adaptado a alguna forma de parasitismo.
Al organismo que es atacado se lo conoce como hospedador o
huésped. Los parásitos se pueden clasificar con diversos criterios:
ectoparásitos (parásitos externos, que viven sobre el hospedador,
sobre su pielo pelaje) y endoparásitos (que viven dentro del
hospedador, en cavidades naturales, sistemas circulatorios o en algún
órgano). También pueden ser parásitos ocasionales, accidentales,
facultativos (que pueden también ser de vida libre) u obligados (solo
pueden vivir como parásitos).
Vivir dentro de otro organismo más grande significa enormes
ventajas. En el interior de un ser vivo las condiciones serán siempre
las más propicias para la vida, mucho más que en el medio exterior,
además de que el mismo sitio constituye una fuente inapreciable de
sustento. Sacando ventaja de su pequeño tamaño, desde el
surgimiento de los pluricelulares las bacterias han sabido aprovechar
esa jugada de la evolución y adaptarse a vivir en los órganos, tejidos y
cavidades corporales de los nuevos grupos biológicos.
Por supuesto que el hospedador posee mecanismos de defensa que
detectan la presencia de seres extraños o impiden su ingreso. El
parasitismo infeccioso, que existe desde siempre, constituye la historia
de una cruenta y perpetua lucha entre invasores e invadidos por
predominarse entre sí. Emulando una auténtica guerra, los
hospedadores van mejorando sus técnicas de detección temprana y
han construido varios niveles de defensa, preparados a actuar en caso
de que la infección sea muy patógena y sobrepase los primeros
sistemas defensivos, además de tener herramientas para contraatacar
y destruir a los invasores. Estos, por su parte, encuentran nuevas
maneras de evadir los controles, de engañar al hospedador y de lograr
su objetivo. Este constante batallar ha sido la causa de muchos de los
cambios y adaptaciones que han experimentado la mayoría de las
especies que hoy sobreviven en el mundo.
Agentes patógenos
El concepto de patógeno es muy amplio y se refiere a todo “agente”
u organismo que puede producir enfermedad o daño a la biología y al
normal funcionamiento de un animal o vegetal. El trastorno que
producen los patógenos es muy variable y depende de cada especie de
bacteria, que suele atacar preferencialmente determinados órganos o
tejidos de su hospedador.
A muchos patógenos se los considera “oportunistas”, esto significa
que se encuentran en el ambiente o en contacto con otro organismo en
forma inofensiva. Cuando nuestro sistema inmunológico está sano,
controla estos gérmenes sin inconvenientes pero cuando el cuerpo está
debilitado o enfermo presenta la “oportunidad” para estos gérmenes
de comportarse como verdaderos patógenos.
Se escucha hablar, cada vez con mayor frecuencia, de infecciones
vinculadas a patógenos “emergentes”. Esto se refiere a organismos
conocidos desde hace tiempo pero que recientemente han adquirido
mayor gravedad o se han extendido a regiones en las que antes no se
habían reportado.
Similarmente, se han incorporado los patógenos “reemergentes”
para incluir a los agentes causantes de enfermedades que se creía
haber controlado o erradicado, y que de pronto reaparecen,
evidenciando mayor poder y virulencia.
Más adelante presentaremos a un conjunto de especies patógenas,
en su mayoría consideradas oportunistas, que he podido hallar en los
ríos del Conurbano Bonaerense. Precisamente, varias de ellas
corresponden a formas consideradas emergentes o reemergentes, lo
que amerita un análisis del significado ecológico y sanitario de su
presencia en las aguas libres de estos ríos urbanos.
¿Hay bacterias “buenas” y “malas”?
Aunque son una pequeña proporción del total, ya que la gran
mayoría de las bacterias son inofensivas o benéficas, las patógenas
revisten una trascendencia extraordinaria. Vienen acompañando al
hombre desde su más remoto origen y son las responsables directas
de las grandes epidemias que azotaron a la humanidad y diezmaron
poblaciones completas, sin distinguir ricos de pobres, reyes de
plebeyos, campesinos de habitantes de ciudades o castillos, dejando a
su paso muerte y desolación. La peste bubónica que afectó a gran
parte del mundo en el siglo XIV, exterminó más de un tercio de la
población de Europa, tal vez más de la mitad, y se cobró aún más
vidas en los remotos países del Asia. Pueblos y regiones enteras
quedaron despoblados en poco tiempo. ¡Y fue causada por una
especie de bacteria, la Yersinia pestis, un organismo pequeñísimo,
invisible a nuestros ojos y de aspecto insignificante, muy simple en su
estructura y su composición!
Casi no hay territorios o poblaciones humanas que al registrar su
historia no mencionen con espanto algunas grandes epidemias. Ya en
el Antiguo Testamento hay referencias precisas sobre plagas
infecciosas que azotaron la Tierra en los tiempos bíblicos. Uno de los
relatos más antiguos sobre el efecto de patógenos (aún desconocidos
como tales) proveniente de un testigo presencial fue la llamada peste
de la Guerra del Peloponeso, de la que tenemos noticias gracias al
historiador Tucídides y que hacia el año 430 a. C. exterminó de golpe a
un tercio de la población de la Grecia Antigua. Investigaciones
recientes consideran que se trató posiblemente de fiebre tifoidea
provocada por una bacteria llamada Salmonella typhi.
La relación del hombre con las bacterias “malas” y especialmente la
tenacidad y vocación de un puñado de investigadores por
descubrirlas y evitar su contagio constituyen una de las mayores
hazañas de todos los tiempos. En el capítulo siguiente pasaremos
revista a esta historia terrible de lucha contra lo desconocido,
protagonizada por organismos invisibles y omnipresentes a los que la
voluntad inquebrantable de los pioneros de la microbiología
consiguió arrancarles sus más ocultos secretos.
Capítulo 3
¿Cómo ver lo invisible?
Lo esencial es invisible a los ojos.
Antoine de Saint-Exupéry, El principito
Breve historia de cómo conocemos a las
bacterias
Es mucho lo que actualmente sabemos del diminuto mundo de los
microorganismos.
Sin duda alguna es mucho más lo que aún ignoramos. Pero si
hemos llegado a un cúmulo de conocimientos, se debe a la tarea de un
puñado de investigadores que en medio de la época y la sociedad que
les tocó vivir sintieron el desafío de lo desconocido, no se
desanimaron nunca y contra una infinidad de adversidades supieron
arrancar a la madre naturaleza algunos de sus escondidos y
asombrosos secretos.
Presentamos en este capítulo una breve historia de la
microbiología, a modo de homenaje a todos ellos. Esta historia, como
la historia de cualquier otra temática, resultará forzosamente
incompleta. Es imposible incluir a todos los que han contribuido a su
desarrollo y solo pretende despertar un poco de curiosidad en el
lector, que podrá ampliarla a su gusto. Servirá asimismo para recordar
que una historia nunca termina y lo que hoy está sucediendo será
“historia” en un futuro cercano.
A la luz de los conocimientos actuales y de la sociedad en que
vivimos, los descubrimientos de los pioneros suelen parecer sencillos
y simples. Por eso es necesario ubicarse en tiempo y lugar, en la
realidad de ese momento y de los medios a su alcance. Tengo la
absoluta certeza de que dentro de pocas décadas se reirán de las
tecnologías que hoy consideramos de vanguardia y se verán como
ridículos los instrumentos que ahora llamamos de última generación,
así como ahora nos asombramos de los laboratorios y equipamiento
de los primeros descubridores, que pueden parecernos anticuados y
obsoletos. Mayor mérito y gloria para ellos. Allí está precisamente la
atracción del desafío permanente y el avance de la ciencia.
Hacia 1850 los médicos europeos sabían apenas un poco más que
sus colegas egipcios 3000 años atrás acerca de las verdaderas causas
de las infecciones y epidemias.
Pero unas décadas más tarde nadie dudaba de la teoría bacteriana
de las enfermedades, se podía enfrentar con éxito las más graves
infecciones, se había transformado para siempre el ambiente
hospitalario, se practicaba la antisepsia de las heridas y se
recomendaba la desinfección y la medicina preventiva. Además, había
surgido la bacteriología como una ciencia con entidad propia,
incipiente y triunfante.
En solo medio siglo, la humanidad avanzómás que en muchos
milenios. Los años transcurridos entre 1857 y 1914 se recuerdan
justificadamente como la edad de oro de la microbiología. Y si esto fue
posible, se debió a la genialidad, el esfuerzo, el entusiasmo y la
obstinación inquebrantable de un selecto grupo de héroes, que
revolucionaron la ciencia y la historia de la humanidad para siempre.
A muchos investigadores se los recuerda en relación con algún
descubrimiento en particular. Aunque obviamente hayan dedicado su
vida a estudiar y resolver otras múltiples cuestiones, alguno de sus
hallazgos se destacó lo suficiente como para que la historia los asocie
para la posteridad. Veamos, pues, algunos de estos personajes:
Van Leeuwenhoek y el microscopio
Siendo los microorganismos invisibles a simple vista, su
conocimiento corre de la mano del desarrollo de instrumentos y
técnicas que permitan su detección y observación. ¿Cómo es posible
observar cosas invisibles? ¿Cómo conocer organismos tan minúsculos
que se necesitan millones de ellos para formar un pequeño punto?
¿Cómo asegurarse que existen realmente y que además son
responsables de terribles enfermedades y tragedias humanas? La
herramienta fundamental para lograrlo ha sido el microscopio, un
conjunto de lentes ensambladas que permiten ver con mucho aumento
las cosas más pequeñas.
En una época en que no existían los estudios formales de ciencias
naturales, el comerciante holandés Anton van Leeuwenhoek (1632-
1723) sintió una atracción particular por el mundo de los seres
microscópicos. Si bien no fue su inventor, supo perfeccionar el
microscopio y observar todo lo que tenía a su alcance con modelos de
su propia fabricación.
Fue el primero que observó seres microscópicos vivos, a los que
denominó “animalículos” y que incluyen protozoos, bacterias y otros
unicelulares. Llegó a diferenciar y describir con certeza tres tipos de
bacterias: bacilos, cocos y espirilos. En cierto modo fue el precursor de
la biología celular y de la microbiología. Se atrevió a enfrentarse a la
teoría de la generación espontánea, por aquel entonces en pleno vigor,
demostrando que los insectos no nacían de la basura acumulada,
como se creía, sino que se desarrollaban a partir de huevos diminutos.
Sin tener formación académica, sus observaciones fueron valiosos
aportes en campos tan diversos como zoología, botánica, química,
física, fisiología y medicina. Dejó una inmensa obra constituida por
numerosas cartas, sus novedosas lentes y, no menos destacable, logró
despertar en los hombres la curiosidad por los seres microscópicos.
Un contemporáneo escribió sobre él: “Se puede ver cómo no se cansa
de hurgar por todas partes hasta donde su microscopio alcanza, y si
buena parte de otros mucho más sabios hubieran dedicado el mismo
esfuerzo, el descubrimiento de cosas bellas iría mucho más lejos”.
Jenner y la vacunación preventiva
Edward Jenner (1749-1823) fue un médico inglés que descubrió el
principio de la vacunación preventiva, iniciando la lucha científica
contra las enfermedades infecciosas y poniendo fin a milenios de
lucha estéril basada en la superstición y la ignorancia.
Conocida desde la antigüedad, la viruela es una enfermedad aguda
muy contagiosa que produce erupciones en la piel, alta fiebre y en
general una muerte rápida y terrible. Jenner observó con atención que
las mujeres del campo que se dedicaban a ordeñar vacas no se
contagiaban, aunque en sus pueblos se sucedían los contagios y las
muertes. Supuso que de alguna manera estas vaqueras estaban
protegidas contra esta plaga. Descubrió que las ordeñadoras tenían en
sus manos unas pústulas similares a las que producía la viruela, por
haberse contagiado de una enfermedad similar, la viruela de las vacas,
que provocaba erupciones en las ubres de los animales de igual
aspecto que las producidas por la viruela humana. Pero este contagio
era de carácter benigno, y Jenner concluyó que las vaqueras que lo
sufrían quedaban a salvo de enfermarse. Decidió entonces ir a la
práctica e inocular a una persona sana con la viruela de las vacas.
Fue así que en 1796 inoculó a un niño con la secreción extraída de
las pústulas de la mano de una vaquera. Pocas semanas después lo
inyectó nuevamente, esta vez con pus procedente de una persona
enferma de verdadera viruela. El niño no solo no se enfermó, sino que
había quedado inmune contra la enfermedad. El descubrimiento
ocasionó rechazos y críticas de sus colegas médicos. Pero la verdad se
abrió camino y la vacunación preventiva se extendió por Europa y el
resto del mundo.
El beneficio que significó para la humanidad es incalculable. La
viruela fue una de las plagas más terribles. Conocida desde los
tiempos de los faraones, se extendió por Asia, África y todo Occidente.
Tras el descubrimiento de América fue llevada por los europeos y
contagiada a los pueblos originarios, que carecían totalmente de
defensas, causando estragos en sus poblaciones y facilitando el
derrumbe de los imperios Inca y Azteca y su rápida conquista. Se
estima que en la Europa del siglo XVIII, cuando había nacido Jenner,
la viruela acabó con más de 60 millones de personas.
La viruela es causada por un virus y ni Jenner ni sus
contemporáneos no podían tener idea de esto. Pero su descubrimiento
introdujo la vacunación y la medicina preventiva. Casi un siglo
después, Pasteur descubrió que las enfermedades infecciosas estaban
causadas por microorganismos que al cultivarse en un medio
apropiado perdían su virulencia pero conservando capacidad para
generar inmunidad. En honor a Jenner, Pasteur conservó el término
vacunación para su procedimiento. Este método sirve para combatir o
prevenirse de numerosos agentes patógenos y puede emplearse tanto
contra virus como contra bacterias.
La tarea iniciada por Jenner tuvo un final feliz. La viruela, uno de
los más terribles azotes de la humanidad de todos los tiempos, logró
ser eliminada por completo y en 1979 se declaró definitivamente
erradicada tras un programa de gran cooperación internacional.
Lister y la antisepsia
Joseph Lister (1827-1912) fue un cirujano inglés llamado con justicia
el padre de la cirugía moderna. En su época no se conocía la antisepsia
y las operaciones quirúrgicas casi siempre eran seguidas de terribles
infecciones que generalmente llevaban a la muerte del pobre paciente.
Los médicos no sabían qué las causaba y mucho menos cómo
evitarlas.
Estudiando la obra de Pasteur en Francia, quien había demostrado
que la putrefacción era causada por seres vivos, Lister supuso que si
los microbios estaban en el aire, eran posiblemente la causa de las
infecciones quirúrgicas, y podían ser evitados.
Tras analizar el problema, colocó sobre las heridas telas embebidas
en productos que suponía mataba a las bacterias, como el ácido
carbónico. También comenzó a conservar sus instrumentos de cirugía
sumergidos en dichas sustancias. Los resultados fueron inmediatos y
las infecciones tras las operaciones bajaron drásticamente.
Como ocurre con la mayoría de los precursores, Lister encontró
resistencia y oposición entre sus colegas. Al comienzo los cirujanos
fueron reticentes e incrédulos con su descubrimiento. Sin embargo, la
verdad se fue imponiendo también en este caso y acabaron
rindiéndose ante las abrumadoras evidencias. Así, en pocos años la
cirugía antiséptica se puso en práctica en toda Europa, salvando
incontables vidas y sufrimientos. La obra de Lister permitió tomar
conciencia de la higiene y esterilización como parte fundamental en el
control de enfermedades.
Yersin y la peste
Alexandre Yersin (1863-1943) fue un médico y bacteriólogo suizo,
conocido sobre todo por haber identificado el bacilo de la peste. Tras
estudiar medicina en Suiza y luego en Alemania y Francia, en 1889 se
unió al recientemente creado Instituto Pasteur como colaborador de
Émile Roux, con quien descubrió la toxina diftérica, que es producida
por una bacteria, el bacilo Corynebacterium diphtheriae. En 1894 fue
enviado por pedido del gobierno francés y del Instituto Pasteur
a Hong Kong, para investigar una epidemiade peste bubónica. Esta
infección produce un ataque a los nódulos linfáticos que evoluciona
en una rápida septicemia (infección generalizada, originada por la
presencia de un germen en una zona del cuerpo, que se propaga por
todos los órganos a través de la sangre). Una variante clínica es la
peste neumónica, que se produce cuando la bacteria llega a los
pulmones, con un desenlace fatal y fulminante. Tan letal es, que
históricamente el 99% de los afectados morían en los primeros días de
contraída la infección. Algunos historiadores consideran que esta
especie ha sido responsable de más muertes humanas a través del
tiempo que cualquier otro agente patógeno.
Yersin fue capaz de demostrar por primera vez que el mismo bacilo
estaba presente en la enfermedad del roedor al igual que en la del
humano, indicando así la posible transmisión a través de las pulgas de
las ratas. En 1895 regresó al Instituto Pasteur en París, donde con
Roux y otros colaboradores trabajó en el primer suero contra la
enfermedad. La bacteria responsable, una vez identificada, fue
llamada posteriormente Yersinia pestis. El género taxonómico, Yersinia,
fue puesto en merecido homenaje a su descubridor.
Koch y la tuberculosis
Robert Koch (1843-1910), médico y bacteriólogo, es considerado
por muchos como el fundador de la microbiología clínica, junto con
Louis Pasteur. Casi autodidacta en sus investigaciones (pues
prácticamente no había antecedentes ni maestros en esta disciplina) y
trabajando con escasos recursos, concluyó que para asegurarse de que
un microbio es el causante de una determinada enfermedad, se debe
cumplir con algunos requisitos. Estos argumentos, conocidos como los
“postulados de Koch”, fueron elementos fundamentales en las
investigaciones desde entonces y, con pequeñas modificaciones,
siguen plenamente vigentes. Pueden resumirse de la siguiente
manera:
Para establecer que un organismo sea la causa de una
enfermedad, este debe estar presente en todos los casos en los
que se examine la enfermedad y ausente en organismos sanos.
No debe encontrarse en casos de otras enfermedades.
Debe poder ser aislado.
Debe poder ser preparado y mantenido en un cultivo puro.
Debe conservar la capacidad de producir la infección original
después de varias generaciones en un cultivo.
Al ser inoculado en animales sanos debe producir la misma
enfermedad.
Debe poder ser aislado nuevamente del animal inoculado y
poder a su vez ser cultivado de nuevo.
Entre los méritos de Koch se incluye la introducción de algunas
novedades metodológicas, como la utilización de unas placas
cilíndricas de poca altura para cultivar bacterias con mayor
comodidad, diseñadas por su colaborador Julius Petri y el uso del
agar. Este es un material semejante a una gelatina que resulta
sumamente práctico y conveniente para preparar los medios de
cultivo, pues adquiere la forma de un medio sólido transparente, ideal
para la observación a simple vista de la forma y el color de las colonias
microbianas. El agar se venía utilizando en países tropicales para la
elaboración de postres de gelatina, permitiendo que estos se
conserven en estado sólido pese a las altas temperaturas ambientales.
Resultó ser un material excelente en bacteriología, ya que no tiene
efecto sobre el crecimiento de las bacterias y no es atacado por las que
crecen en él. Las placas de Petri y el uso del agar, aportes cruciales
pese a su simplicidad, pronto se volvieron rutinarios y característicos
en cualquier laboratorio.
Con su rigurosidad científica Koch logró descubrir en 1882
el bacilo de la tuberculosis (Mycobacterium tuberculosis), enfermedad
que a mediados del siglo XIX era responsable de uno de cada siete
fallecimientos y la principal causa de mortalidad infantil por infección
en Europa. Siguiendo sus pautas, pronto descubrió los agentes
responsables de enfermedades como el cólera y el carbunco. Este
último, también llamado ántrax, constituía en su época una epidemia
devastadora, que exterminaba a los rebaños muy rápido y sin
explicación aparente. Koch encontró en la sangre de animales
enfermos unos bastoncitos que no estaban en la sangre de los animales
sanos. Siguiendo sus postulados, demostró que la especie
correspondiente a estos microbios (Bacillus anthracis) era la causante
de la enfermedad.
Sus discípulos descubrieron en pocos años los organismos
responsables de otros flagelos terribles como
difteria, tifus, neumonía, meningitis cerebroespinal, gonorrea,
lepra, peste pulmonar, tétanos y sífilis, salvando la vida de millones
de personas en todo el mundo.
Un pequeño homenaje para un gran hombre: Louis
Pasteur, el gran descubridor
Aunque lo he intentado, sin pretender desmerecer un ápice los
extraordinarios aportes de tantos pioneros, no he podido hacer otro
tanto con Pasteur, como caer en la simplicidad de agregar otro párrafo
bajo el subtítulo de “Pasteur y la rabia” o “Pasteur y la teoría
microbiana”. Y es así porque su obra fue tan fecunda y su aporte tan
monumental y digno de recordar, que incluimos este breve relato a
modo de “un homenaje pequeño para un sabio muy grande”. Además
de gran científico fue ante todo un gran hombre, con elevados valores
humanísticos, un gran ejemplo de investigador y más aún de ética y
hombría de bien, cualidades poco frecuentes de encontrar reunidas en
una misma persona, más allá de las épocas.
Louis Pasteur (1822-1895) fue un químico francés cuyos
descubrimientos y metodologías innovadoras tuvieron enorme
trascendencia en muy diversos campos de la biología, la química, la
conservación de los alimentos, la medicina y la prevención de las
enfermedades.
Desarrolló un procedimiento para eliminar las bacterias que
degradan la leche, el vino y la cerveza, manteniendo el producto a 44
°C un cierto tiempo, logrando que se eliminen las bacterias nocivas sin
perjudicar la calidad del alimento. El proceso, conocido luego como
pasteurización, garantiza la conservación y la seguridad de multitud
de sustancias alimenticias.
Demostró experimentalmente la teoría germinal de las
enfermedades infecciosas, según la cual toda infección tiene su origen
en un ser vivo, muy pequeño y microscópico, con capacidad para
propagarse entre las personas, además de ser el causante de procesos
químicos como la descomposición de los organismos. Logró refutar
definitivamente la creencia en la generación espontánea que muchos
de sus contemporáneos defendían.
Las propuestas de Pasteur fueron recibidas en un principio con
incredulidad. A los médicos y a las personas en general les resultaba
absurdo pensar que objetos infinitamente pequeños, invisibles a la
vista, podían enfermar y matar a tantos seres vivos, humanos y
animales muchísimo más grandes y complejos. Uno de sus más
inmediatos seguidores fue Lister, que siguiendo las ideas de Pasteur
desarrolló la antisepsia en las operaciones quirúrgicas.
Ha ocurrido muchas veces en la Historia de la Ciencia que algún
accidente fortuito o un error ocasional diera lugar a un gran
descubrimiento. Hacia 1880 Pasteur estaba investigando la
enfermedad conocida como cólera de las aves que ocasionaba enorme
mortalidad en los criaderos. Mantenía en su laboratorio un cultivo con
la bacteria responsable (luego llamada Pasteurella multocida) que
inoculaba a los animales para estudiar sus efectos. Se cuenta la
anécdota de que al tener que hacer un viaje, deja a un ayudante de
nombre Charmberland el recado para hacer la tarea. Pero este se
olvida y al regresar al cabo de un mes, Pasteur se encuentra los pollos
sin inocular y el cultivo con las bacterias vivas, aunque muy
debilitadas. El colaborador se apresuró a inyectar no obstante a las
aves, que esta vez no se murieron, como ocurría habitualmente, sino
que experimentaron la enfermedad en forma atenuada y siguieron
vivas.
Charmberland, pensando que su olvido había arruinado el
experimento, se aprestaba a sacrificar a los animales y reiniciar toda la
experiencia, cuando Pasteur alcanzó a detenerlo. En su mente, asoció
lo ocurrido con la utilización de una versión debilitada de laenfermedad para lograr inmunidad empleada casi un siglo atrás por
Jenner, para combatir exitosamente la viruela. Inoculó entonces con
un nuevo cultivo de bacterias activas a los pollos sobrevivientes, que
otra vez siguieron vivos: ¡Habían desarrollado una respuesta inmune
al cólera aviar!
Estas fueron las primeras vacunas de patógenos artificialmente
debilitados. Ya no hacía falta encontrar bacterias adecuadas para las
vacunas, sino que los mismos gérmenes causantes de la enfermedad
podían ser debilitados y utilizados como agentes inmunizadores.
Pasteur puso este descubrimiento en práctica casi inmediatamente
para el tratamiento de otras enfermedades infecciosas.
En sus famosos estudios contra la rabia, patología que ataca el
sistema nervioso de la víctima, utilizaba conejos infectados con la
enfermedad, y cuando estos morían tomaba muestras de sus células
nerviosas y las utilizaba para debilitar el agente causal que
posteriormente sería identificado como un virus. En 1885 un
niño mordido por un perro rabioso fue llevado a su laboratorio
cuando la vacuna recién estaba en experimentación. El niño estaba
condenado a morir sin duda en cuanto avanzase la infección. Pasteur,
que ni siquiera era médico, podría enfrentarse a graves consecuencias
por usar un procedimiento insuficientemente probado. Ante un
terrible dilema, y poniendo en juego su vida profesional y personal,
cuando muchos otros hubieran declinado, no dudó en arriesgarse e
intentar salvar a su pequeño paciente, inoculándolo con su vacuna. El
tratamiento fue un éxito rotundo y el niño se recuperó por completo.
Su fama se extendió y su vacuna pronto habría de salvar a muchos
otros afectados, algunos provenientes de remotos países, de un flagelo
anteriormente incurable.
Pasteur siguió investigando las enfermedades infecciosas toda su
vida, mientras tuvo fuerzas para seguir adelante. Los servicios que
prestó fueron invalorables. Entre otros descubrimientos, logró
solucionar las pestes del ganado, evitar la hasta entonces imparable
mortandad de carneros, gallinas y demás animales de cría; pudo
comprender y erradicar las enfermedades del vino, tema de enorme
preocupación para Francia, un país vitivinícola por excelencia; y logró
salvar incontables vidas humanas, en sus descubrimientos sobre los
gérmenes y sus efectos infecciosos. Aunque criticado y rechazado
inicialmente por sus colegas y por los “científicos” de la época,
alcanzó a ser reconocido y apreciado por sus contemporáneos ya que
había ayudado a superar exitosamente difíciles momentos para su
querida Francia, pero ante todo había ofrecido un servicio sin
precedentes a la Humanidad en su conjunto. En uno de los homenajes
que se le brindaron, en la localidad de Aurillac, se lo saludó con estas
palabras: “Habéis señalado los caminos que habrán de seguir sin
dificultad vuestros sucesores. Lo que la mecánica celeste debe a
Newton, la química a Lavoisier, la geología a Cuvier, la anatomía a
Bivhat, la fisiología a Claudio Bernard, lo deberán la patología a
Pasteur y la higiene…”.
En verdad, a él se deben los fundamentos de la higiene preventiva
que representa la más eficiente lucha contra las infecciones. Cuando el
gobierno francés quiso hacer un compendio de su obra, encargó un
breve informe a una comisión, que logró resumir su trabajo en tres
enunciados fundamentales:
Primero: “Toda fermentación es consecuencia del desarrollo del
microbio especial”.
Segundo: “Toda enfermedad infecciosa es provocada en el
organismo por un microbio específico”.
Tercera: “Los microbios de las enfermedades infecciosas, cultivados
en ciertas condiciones, pierden su actividad nociva y pueden ser
transformados en vacunas”.
Estos tres principios tienen una importancia práctica
extraordinaria. Del primero se deducen reglas para la fabricación del
vinagre y la cerveza. Del segundo surge la forma de evitar los
contagios. Y del tercero emana el fundamento de la vacunación.
En 1892, al cumplir 70 años, se le rindió un homenaje al que
concurrieron científicos de todo el mundo. Fue nada menos que Lister
quien resumió el agradecimiento y la admiración de todos los
presentes con estas palabras: “Pasteur ha levantado el velo que por
siglos ha ocultado a las enfermedades infecciosas”.
Capítulo 4
Las bacterias y los ríos urbanos
Las bacterias y el agua, la gran fuente de vida
En mi galaxia la especie se extingue y es inevitable,
abunda el amor pero no hay sol ni agua potable,
mientras ustedes siguen discutiendo el asunto del desarme.
…será mejor ir preparando mi maleta,
pues prefiero morir de sed en mi planeta.
Ricardo Arjona, Del otro lado del sol
La vida, ese permanente misterio, ha podido surgir en nuestro
planeta gracias al agua y a sus propiedades únicas. Si bien se trata de
una molécula pequeña y simple, posee algunas características
extraordinarias que la convierten en una sustancia insustituible.
El agua posibilita que dentro de las células puedan desarrollarse
todas las reacciones y actividades biológicas, además de permitir el
transporte de nutrientes y productos de desecho. Constituye un medio
en sí mismo, y es precisamente en el mar, y posteriormente en ríos y
lagos, donde la vida se ha originado y evolucionado. Y si bien algunos
seres vivos conquistaron la tierra firme, no lograron en absoluto
independizarse del agua para poder seguir existiendo.
Todos los seres vivos están formados por gran proporción de agua
que en algunos casos supera el 95% de su masa corporal. Ninguno
escapa a este designio, ni siquiera los extraños organismos que se
adaptaron a sobrevivir en los más desolados desiertos.
Podemos especular que las estructuras vivientes más primitivas,
las “protocélulas” antepasadas de las primeras células auténticas no
eran otra cosa que una porción de agua de mar encerrada en una
delgada película o membrana, conteniendo un conjunto de moléculas
flotando en su interior. Esas moléculas formaron diversas estructuras
que se especializaron en cumplir las funciones vitales lo mejor posible.
Evolucionaron a las verdaderas células y luego a organismos
multicelulares y complejos. Pero la composición fundamental y la
proporción de agua no se modificaron, y nuestro cuerpo sigue siendo
en cierto modo una porción del océano ancestral que conservamos en
cada una de nuestras células.
Conocer el agua es comprender su rol fundamental en el
funcionamiento del ambiente, en la conservación de la vida en el
planeta y nuestro propio bienestar y supervivencia. El agua constituye
el vínculo entre la atmósfera, las tierras emergidas, el subsuelo y los
océanos. Significa la interrelación entre la materia inanimada y la
materia viviente.
El agua nunca se encuentra en estado puro. Las aguas en la
naturaleza acarrean numerosas sustancias disueltas y en suspensión.
Sus propiedades físicas como temperatura, densidad, presión,
velocidad de la corriente y otras son cambiantes y marcan un
constante desafío para los seres que viven en su seno. Las aguas
ofrecen nutrientes, condiciones propicias, posibilidades de vivir y
prosperar. No es de extrañar, pues, que las bacterias estén
íntimamente asociadas al agua como medio físico en el cual logran
desarrollarse y propagarse.
Muchas bacterias viven en el agua, donde transcurre toda su
existencia. La mayoría son autóctonas y obtienen su alimento de la
descomposición de la materia orgánica, que llevan al nivel inorgánico
posibilitando en reciclado de nutrientes y materiales. Otras provienen
del suelo o son llevadas por animales en su pasaje por las orillas.
Unas pocas son patógenas, o sea que se aprovechan de organismos
vivos, a los que pueden dañar y causarles infecciones y diversas
enfermedades.
Además de los océanos, las aguas continentales contenidas en ríos,
lagos, lagunas y otros cuerpos se han poblado con numerosas
criaturas y todos los grupos zoológicos han desarrollado adaptaciones
para estos sitios. Las bacterias no podían estar ausentes, y constituyen
componentes fundamentales de todos los ecosistemas acuáticos
continentales.
Los ríos y el hombre

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