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Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 1 TESTIMONIOS SOBRE WINNICOTT, LACAN Y MI PROPIA TRAYECTORIA MAUD MANNONI Algunos de ustedes me han pedido que les hable de Winnicott. Acepté aportar, modestamente, un testimonio: el de un trayecto, el mío, en los años '60. Muy pronto me vi enfrentada con los límites del análisis con un tipo de pacientes psicóticos, adolescentes o adultos a quienes no se les había ofrecido más que un mantenerse en la familia puntuado por dos o tres sesiones de análisis por semana. Influenciada por Winnicott, con quien me encontraba regularmente en Londres, comprendí que algunos pacientes jóvenes tiene necesidad, en primera instancia, de un lugar en el que se les ofrezca un vivir afectuoso. Porque el análisis no es posible sin un mínimo de seguridad existente de antemano en la cotidianeidad de esas vidas. "El niño, su «enfermedad» y los otros" fue escrito durante los años en los que tuve como interlocutores privilegiados a Lacan y Dolto y —pronto también— a Winnicott y Laing. Algunos capítulos de este libro han sido objeto de un debate en el Instituto Psicoanalítico de Londres. En esa ocasión, Winnicott me expresó la pena que le causaba que los adolescentes psicóticos no pudieran, en sus momentos de crisis, encontrar un lugar en el cual delirar (sin que ese delirio sea interrumpido inmediatamente por una terapia farmacológica). Lo apenaba también que el analista estuviera tan poco preparado para aceptar la profunda crisis de un adolescente. Él decía que nos preocupamos demasiado por sostener en pie, por reconducir a un sujeto que demanda una ruptura, que necesita existir en un primer momento en el rechazo. ¿Por qué —preguntaba él— hablan de "curar" cuando alcanza con "acompañar" a un ser en su profunda angustia ? En el libro en cuestión, intento, en relación al niño por el que se consulta, poner en evidencia aquello que revela sobre un malestar colectivo. Intento explicar, a través de ejemplos concretos, que cuando los padres aportan al analista de su hijo los deseos de muerte correspondientes al niño, no se trata tanto del niño real sino más bien del otro (autre) imaginario del progenitor —es decir, la parte sufriente del progenitor proyectada en el niño. De donde se Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 2 desprende un riesgo de suicidio de este último si su propio malestar no ha sido tomado en cuenta. En la cura de un niño, sucede en efecto que la resistencia deba ser leída del lado de los padres o del analista. Distinguía, en ese momento, dos tipos de discurso: —Por discurso cerrado entendía un relato hecho frente al analista más que al analista. Queda entonces del lado de los padres un rechazo de la experiencia analítica. Van al analista a que éste confirme un diagnóstico de irrecuperabilidad. Lo cual no quiere decir que el analista deba detenerse allí (como me hizo notar Winnicott). —Por discurso dramático entiendo la existencia de un llamado que pide ayuda. El análisis es entonces posible, y aquello que debe ser alcanzado en la cura es la palabra del adulto que ha podido marcar al niño a nivel del cuerpo. He mostrado luego, con ejemplos concretos (y marcada por la influencia de Winnicott y Lacan) cómo los límites que el analista encuentra con tal o cual paciente constituyen en primer lugar, y ante todo, los límites mismos de lo que el analista puede o no soportar de la prueba a al que lo somete el paciente. El analista que se deja interpelar por la locura (y especialmente por la esquizofrenia) acepta, en efecto, dejarse cuestionar en el campo de lo "inanalizado" que le es propio. Ese punto ciego del analista, es la rendija a través de la cual se produce en él la abertura del interés terapéutico. También sucede que un analista (como le sucedió a Freud con los adultos) reciba de su paciente un esclarecimiento acerca de aquello que en él, analista, estaba hasta entonces a salvo de todo cuestionamiento, un aspecto de su propia "locura". Retomé de esta manera, sin saberlo, aquello que en esa época estaba en el núcleo de ciertos debates londinenses. Trabajos del grupo de Winnicott intentaban en la práctica sustituir la concepción de los estadios de desarrollo por la escucha de un discurso. Este intento no estaba aún reflejado en la teoría. Detrás del discurso sostenido por el enfermo y su familia, hacen surgir la trama de una situación psicotizante. Esto se ve netamente en los delirios de influencia, los estados paranoides y las alucinaciones. Los analistas, en cierto momento de la historia del psicoanálisis, han llegado —del mismo modo que los psiquiatras— a hablar de la enfermedad y no del enfermo. Pero si nos ponemos a la escucha de un discurso colectivo, no es infrecuente encontrar que una paciente descripta en un primer momento como "buena", "normal", pasa a ser designada, progresivamente, como "mala" y luego "loca", con el consecuente Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 3 alivio de la familia. Pero hay una verdad en el delirio que el entorno abona. A partir del instante (por ejemplo) en el que un paciente en lugar de decir que su madre no lo deja vivir sustituye esto por la idea de que su madre ha matado a su hijo, los padres no sólo perdonan su "maldad", sino que aceptan el encierro de un ser que manifiestamente "no sabe lo que dice". Entonces, la imposibilidad que sufre el sujeto de proyectar el odio sobre su madre deviene, en ese momento, el elemento que desencadena un episodio psicótico. Las acusaciones contra la madre, como justamente señala Laing son la mayor parte del tiempo acusaciones en las que el sujeto es hablado por el adulto al que acusa. Hablado por designios diversos, ese sujeto comienza a vivir esos momentos como un peligro. Identificado a la vida, pero acusándose de querer destruir, se dice en otro tiempo que es la vida misma la que lo va a destruir. Allí se da entonces verdaderamente al entrada en lo que nosotros denominamos "psicosis". Ville- Evrard En 1964 Hélène Chaigneau me abrió generosamente su servicio de Ville- Evrard. Ella esperaba que yo pudiera ayudar a un cierto tipo de pacientes adultos que son aquellos que, cuando niños, yo había descripto en El niño retardado y su madre. Pero me encontré en el asilo con los esquizofrénicos y paranoicos descriptos por Lacan. Prisionera de la institución, sentí la amplitud de mi impotencia. Algunos pacientes hospitalizados desde hacía veinte años, que habían hecho del asilo su hogar, no querían volver a salir. Pusimos de todos modos en marcha una estrategia de "cuidados" a través de la rendija abierta por mediaciones que fuimos introduciendo (clubes, reuniones, trabajo), cuya función era abrir la relación estereotipada del paciente hacia una apertura al mundo exterior (lo que los analistas llaman posibilidades de simbolización). Todo aquello que se sostenía desde el discurso se inscribía, sin embargo, en un lugar vuelto carcelario por los usos administrativos. En el transcurso de esta experiencia, fueron los pacientes los que me hicieron comprender los límites de un territorio que debía ser respetado. Me hizo falta tiempo para asimilar el sistema de reglas, de convenciones y prohibiciones que organizan, en este lugar, las relaciones de los individuos entre sí. Modelados por la institución psiquiátrica, los pacientes actúan, en efecto, acrecentando su propia parálisis. Recuerdo el día que me introduje de manera no concertada Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 4 en la sala de televisión reservada a los enfermos. Fui agredida y le debo mi salud a un enfermero que estaba de paso. Por otra parte, yo recibíaa los enfermos en un consultorio: ellos sabían que yo estaba escribiendo un libro. Me proveyeron de historias y también de escritos. Fui investida como "experta" por un paciente paranoico, lo cual marcó con un carácter de intrusión a mi proyecto. El paciente, de raza negra, veía acrecentadas las persecuciones ejercidas por el gobierno contra los extranjeros por mi presencia. A partir del momento en que yo deseaba verlo, él corría el riesgo —según la lógica de su delirio interpretativo— de ser catalogado por mí como indeseable, porque cada vez que el paciente intentaba sostenerse como deseante, era reenviado a una forma de disolución de su identidad: ser otro, capturado por una imagen materna (narcisista y rival), no pudiendo su masculinidad ser sostenida de otro modo. En la treceava sesión, el paciente me hizo saber que es en vano proseguir con las entrevistas en la institución. Mi sola presencia era percibida por el paciente como una provocación: "Me hacen —decía— crueldades mentales que yo acumulo. Mi tía está celosa mí, y colabora para que yo sea desgraciado. Antes de mi nacimiento, mi suerte ya estaba echada. Aparezco ante usted como un prisionero, sin dinero, no puedo ofrecerle siquiera una rosa. Estoy desguarnecido. Tampoco quiero su caridad. Reclamo que se haga justicia. Para qué sirve este parloteo, más que para su propio placer? Usted me quita mi goce y me rechaza como a un perro". Georges me decía de esta manera que la ambigüedad de mi estatuto lo ponía en peligro y le despertaba algo que él mismo definía como de naturaleza persecutoria. Lo que él reivindicaba era el derecho a la rebelión, dejando escapar allí un decir de verdad. Quedaba a mi cargo el interrogarme acerca de los efectos producidos por la alienación social sobre la alienación mental en lo que para él se entretejía como destino. Kingsley Hall Soportaba Ville- Evrard porque se me ofrecía la ocasión de hacer un pasaje por Kingsley Hall. Este encuentro se lo debo a Winnicott, que se interesaba en la experiencia institucional que se llevaba a cabo allí. Recordemos que él lamentaba que no hubiera más lugares para acoger a pacientes en crisis, que los analistas no fueran más ingeniosos en sus propias instituciones, y que el menor problema emocional fuese tan rápidamente medicalizado. Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 5 El alma de Kingsley Hall era, indiscutiblemente, Laing. Su palabra era tan fuerte que él no residía allí. Una decena de pacientes vivían allí con psiquiatras, en su mayoría norteamericanos. Recibí, luego de una puesta a prueba, una acogida afectuosa por parte de los pacientes. Querían saber si yo llegaba como paciente, curadora o visitante. De estos últimos, desconfiaban: redoblaban la inquisición. No les oculté que había sido invitada como tal por Laing, y que no viviría allí, porque tenía en lo personal una necesidad visceral de un lugar de reposo fuera de una colectividad en la que la locura se ponía en juego 24 horas de 24. Se me intentó convencer de que un poco de hasch o marihuana detendrían esa atmósfera. Respondí que una taza de té sería mucho mejor, y que ese tipo de "viaje" más bien me enloquecería. Las preguntas se hacían cada vez más opresivas: me imaginaba yo que podía estar loca? que podía escuchar voces, tener alucinaciones visuales? —"Porqué no?"— contesté. —"Soy capaz de hacer funcionar en mí un cine interior, de tener miedo, de darme miedo, pero estar realmente loca, como se describe en los libros, no lo veo tan evidente. Pertenezco más bien a la clase de gente susceptible de jugar a estar loca. Estar verdaderamente loco, es un estado de gracia que no se le da a todo el mundo. —"Entonces usted no se parece a nosotros?" —"No sé, lo que sé es que quizás tenga en mí, escondido, un jardín de locura, pero loca como se describe en los libros, no estoy". —"Esa es la diferencia", me explicaba un paranoico, "con los psiquiatras de aquí. Ellos dicen que son como nosotros, pero nosotros sabemos que no le es dada a todo el mundo la suerte o la desgracia de estar loco". Un huésped de la casa me explicó: "en un psiquiatra, incluso un antipsiquiatra, siempre hay un policía dormido". Me contó riendo la historia acaecida la noche anterior: los rateros del barrio habían invadido la casa; los antipsiquiatras llamaron a la policía. "Vea, nosotros nunca podríamos haber hecho una cosa así”. Vi a Laing en reuniones de amigos. Mi fobia a la droga lo divertía. Pero más lo divertía mi deseo de tratar seriamente ciertos temas, como la psicosis. Me decía que yo confundía "acompañamiento de una perso- na en angustia profunda" y "cura". ("to heal" y "to cure"). Me advierte contra un peligro: el de dejarme enrolar en las fuerzas de la represión (refoulement). Si Winnicott me aconsejaba en ese momento un tour por el entorno de Laing, era para que perdiera algo Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 6 de mi reaseguro en el saber... Más tarde, él mismo romperá con Laing, negándose a apoyar la apología de la droga que éste hace en determinado momento. En el marco de esta ruptura, se mantuvo sin embargo la amistad entre ellos. Los debates decisivos de los años ‘60: Londres Durante este período, el azar hizo que me encontrase en Londres —a través de Winnicott y Laing— con jóvenes universitarios comprometidos en una investigación sobre psicoanálisis, especialmente sobre mis trabajos. Se produjeron debates acerca de los conceptos de Laing y Lacan, y esto me obligó a definirme en relación a diferentes corrientes de pensamiento. La literatura inglesa casi no se difundía más allá de un cierto círculo de iniciados. Por otra parte, su teoría basada en la biología, en el desarrollo, en el humanismo, no daba cuenta fehacientemente del trabajo clínico efectuado. Había un corte entre la práctica, tal como la vemos en la obra de los grandes clínicos, y una teoría que generalmente no daba cuenta de esto. Me parece importante no buscar en la práctica una mera aplicación de la teoría. Las concepciones de Winnicott y Lacan, que parecen oponerse en lo que hace a determinados tópicos (por ejemplo, el de la relación de objeto), coinciden en nociones tales como la de presencia/ausencia o la de la matriz simbólica necesaria para que el niño, en determinado momento, pueda sobrevivir a una pérdida sin desaparecer como sujeto. Dada su formación como pediatra, Winnicott trabajó especialmente con niños muy pequeños (incluso con lactantes desde su llegada al mundo). Lacan se ocupó más de lo concerniente al niño un poco mayor y el adulto, mientras que Dolto aportó por su parte elementos esenciales para comprender a los niños de cero a tres años —contribuyendo a su vez a aclarar en muchos puntos los aportes de Lacan. Una actitud dogmática no podría más que volver al analista sordo frente a lo que el paciente intenta hacerle escuchar en su propia lengua, con sus palabras. Es claro que yo me veo Nevada (según los hechos concretos que se me presentan en la práctica) a privilegiar a veces el aporte de Lacan, otras el de Bleger, el de Winnicott, etc. No me prohibo traducir estos diferentes aportes a una lengua que me es propia. Se puede, según la posición que uno tome, querer oponer a Winnicott y Lacan, como también se puede querer aclarar el aporte de uno a través del otro, sin anular nada de las investigaciones de cada uno. Por ejemplo, la noción de holding de Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 7 Winnicott es coherente con lo que Lacan intentó circunscribir como captura, como aprehensión de sí en el espejo, teniendo esta experiencia como referente la presencia de la mirada de la madre que garantiza al niño la realidad como separada de su propia existencia. Es en función de esta relacióndel moi al otro (autre) que Lacan hace surgir un Je en constitución. Cuando me preguntan con qué referentes trabajo, respondo: bien, con todos estos, sin olvidar aquellos que nos indica el paciente mismo. Porque es él quien opera como guía. La teoría permite, luego, encontrar las palabras para explicar lo que sucedió en una situación que engloba el inconciente del analista y el de su paciente. Abordaje de la psicosis Muy pronto fui sensible al hecho de que el neurótico va a análisis con una demanda propia (incluso si está atravesada por la palabra de los otros), mientras que el psicótico (y también el niño) son llevados al analista por aquellos que constituyen su entorno. No podemos, entonces (y más aún en el caso del psicótico) abstraernos de la historia y de la manera en que un sujeto brinda testimonio, a su turno, de los efectos de una simbolización fallida desde —a veces— tres generaciones atrás. Un paciente "repara" el rechazo del que fue objeto su madre, por parte de su propia madre. Otro, no se autoriza a disfrutar una herencia fruto del trabajo de varias generaciones porque le parece que ha sido adquirida ilegalmente: dilapida una fortuna en tiempo récord. Un tercero cae en una depresión gravísima el día que le retorna el usufructo de una casa comprada poco antes, cuando mueren sus propietarios. Cuando la "enfermedad" estalla, se devela un drama, un no- dicho que se pone a hablar en la violencia del síntoma: soy el niño que mi madre tuvo con mi hermana, soy el niño que mi padre tuvo con la mucama. La realidad objetiva no se corresponde por cierto con lo "vivenciado" que a menudo irrumpe en la violencia, el asesinado o el suicidio. Pero el sujeto no puede encontrar una palabra propia si no es interrogando las palabras que, en la sombra, han vehiculizado, portado, ocultado la historia de una familia (sustituciones de niños, de padres, muertes camufladas, desapariciones no verbalizadas, etc.). Un acceso al Je devendrá posible sólo al precio de abrir los ojos (sin necesariamente quedar ciego como Edipo) a través de un proceso de desidentificación, de despegue, respecto de un drama que es de otro. Me llamaba la atención, durante el desarrollo de los Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 8 procesos de cura, las diferentes posiciones del sujeto en los momentos de tensión, de conflicto. Lo importante es ubicar desde dónde habla el sujeto, y en ocasiones, por quién es hablado. A veces alcanza con un poco de humor, o con una palabra concerniente a las cosas comunes de la vida (es decir, despegada de toda vivencia persecutoria) para desdramatizar una situación y lograr que el discurso vuelva a partir desde otras bases. Recuerdo un hombre que amenazaba con tirarse al vacío desde la torre Eiffel, con su bebé. Se movilizaron su psiquiatra, los bomberos y la policía. Tal despliegue no hizo más que acrecentar las amenazas que profería. Llegó una joven externada de un hospital de París. Sorprendida, le dijo: "tenga cuidado con las corrientes de aire, el bebé puede tomar frío". La crisis cedió por completo. No se opuso en absoluto y bajó de lo más calmo. Es que la palabra de ella venía de un lugar completamente diferente del imaginario persecutorio de ese hombre desesperado, en cierto sentido, lo despertó de su delirio. En los momentos de crisis, el analista —pero puede ser también cualquier miembro de un equipo terapéutico— al no albergar las proyecciones persecutorias del sujeto, acepta ser el depositario de las angustias del paciente. Otro ejemplo: en Bonneuil, un adolescente se negaba todos los días a permanecer ni un minuto más en la institución. Una valija lista, que contenía todas sus cosas, esperaba cada día la partida inminente anunciada por su propietario. Sin embargo, no se necesitaba casi nada para desanudar la angustia: sugerir una salida alcanzaba para ayudarlo a no escapar. El núcleo de su angustia psicótica había apareció en el transcurso de una cura individual con un analista. El adolescente pudo un día develar en análisis el discurso interior que escondía cuidadosamente, centrado enteramente en torno a impresiones de metamorfosis de su rostro. Leía por momentos en el rostro del otro que su propio rostro había tomado los rasgos de un monstruo. Esto desencadenaba una compulsión de huida (tomar el tren) o de suicidio (tirarse bajo un auto). Ese monstruo era, de alguna manera, su doble. Su primer aparición traumática había coincidido con la muerte súbita de un amigo amado- odiado. Cada vez que el sujeto se encontraba confrontado en la realidad con pruebas (por ejemplo, un examen) reaccionaba con una bouffée delirante. Lo que el adolescente reclamaba en esos momentos de tensión, era una matriz: pero más a11á de la matriz real, se enfrentaba de manera especular a una relación de captura por la imagen del otro (autre). Cada vez que tenía que elegir, se enfrentaba Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 9 a una amenaza, como si necesitara aceptar, en vivo, pagar un precio por la muerte de un ser querido. Por eso vivía una vida imposible de ser vivida. Lo que velaban sus defensas, en último término, era la muerte, cuya pulsión está siempre allí donde el deseo se pone en juego. Tales problemas, por difíciles que sean, pueden encontrar una salida en el análisis. Es necesario que el sujeto se sienta "autorizado a vivir" por sus padres. Esto implica, en casos graves, ayudar a éstos a atravesar su propia angustia (en particular en lo relacionado con lo que sucederá luego de su muerte) para que su hijo pueda exponerse al riesgo de vivir. Una pensión por invalidez —necesaria en ciertos casos— puede, al ser otorgada demasiado fácilmente, transformar a un joven en "asilado en vida" ("jubilarse" a los veinte años, como ellos mismos lo llaman, no es cosa de todos los días). Si las cosas se satisfacen a nivel de la necesidad, la adminis- tración se conduce como una "madre de psicótico". Aporta una solución allí donde una economía del desorden debería por desplegarse para que a través de ella el sujeto encuentre un orden propio, compatible con los requerimientos sociales inherentes a todo deseo. Este orden del sujeto, sería más exacto acaso definirlo en términos de una verdad que se abre a un espacio de creación, quizás opuesto al de los padres. Terapias familiares, hacia una selección Volviendo a los años '60, Thomas Szasz me envió unos recortes de diario, unas caricaturas que advertían a los norteamericanos contra el despliegue de tests que se abatía sobre las escuelas, desde la guardería. Desde la cuna, casi se podría decir, el comportamiento del niño era evaluado desde un punto de vista selectivo. Las madres se aferraban de libros que les explicaban cómo hacer que su hijo se volviera más inteligente por medio de diferentes jueguitos. Los efec- tos de una selección que no se nombraba se hicieron sentir rápidamente: las madres tenían cada vez más dificultades para encontrar un lugar para sus hijos en la guardería o la escuela del barrio. El alumno "medio" ya no tenía lugar: se estaba a la pesca de "superdotados". Caricaturas feroces inauguraron una era de rebelión. Las mujeres se preguntaban ¿acaso nuestro hijo tiene que ser un superdotado para poder ir a la escuela del barrio? Durante estos años prosperaron los distintos asesoramientos "psi", preparando a los niños desde la cuna para una vida de competencia. Nunca como entonces, el niño ha sido tan avasallado por sus padres, deseosos de Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 10 "saberlo todo" acerca de él. Se puso en marcha toda una rutina de vida. Ya no se trata de que el adulto aprenda del niño. Se le impuso un modelo. La invención comenzó a inquietar, y se olvidó que la cultura espara todos como la experiencia o el conocimiento, y que hay que aprender del error y del fracaso. Los docentes de Estados Unidos se abocaron para esta misma época a oponerse a los diktats de los cuestionarios que debían llenar, y denunciaron un sistema en el que se sentían tan prisioneros como sus alumnos. ¿Es posible —se preguntaban algunos— abordar con los alumnos cuestiones tales como el genocidio judío? No es tan evidente. Se vieron entonces llevados a descubrir que un sistema (del cual forman parte) prohibe abordar ciertas cuestiones. Esta voluntad de callar los crímenes cometidos por ciertas generaciones (con la complicidad de todos) hará surgir (en otra generación) de lo real un mismo despliegue de violencia inexplicable. John Holt, que fue maestro sucesivamente en Boston, Massachusetts, Colorado y California, se situó dentro del movimiento de una protesta contra las ideas establecidas en materia de educación (y difundidas a millones). El disoció el aprendizaje de la noción de necesidad y de la de deseo. No dudó en escribir libros para explicar a los norteamericanos cómo estaban volviendo débiles a sus niños. Mi verdadera educación, decía, está situada antes de la escuela, fuera de la escuela y después de la escuela. Afirmación que es retomada en Mayo del '68 en Francia. En 1987 era el modelo japonés el que fascinaba: el niño identificado a la computadora, programado desde el nacimiento para transformarse en "el mejor" (llevando a las madres hasta el suicidio, en ocasiones en las que su hijo no era el primero de la clase). Los analistas recolectaron toda una "patología" escolar, a su turno "cuidada", "reeducada" o "abandonada", según las prioridades económicas y las ideologías del momento... La asimilación del lenguaje a un tipo de comportamiento conduce a los comportamentalistas anglosajones (y, luego, a los franceses) a arrastrar el material que se les ofrece (el discurso del paciente, y también el de los padres en el caso de un niño o de un psicótico) hacia una adaptación a una norma, o hacia la denuncia de una conducta inadecuada. Pero es otra utilización posible des discurso familiar la que tiende a un develamiento catártico. En el desanudamiento de un drama revivido en la transferencia se encuentra la clave de ciertas "curaciones". En el caso del analista de niños, el analista se ve a menudo confrontado a un presente a desanudar en el hic et nunc de una Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 11 situación transferencial que engloba a los padres. Ocurre también, en el caso de todos los niños pequeños, que la intervención no opera más que sobre los padres. La teoría de aquello que se pone en juego en la escucha analítica del drama (o del discurso colectivo) no ha sido hecha y el analista casi no tiene como parámetros más que los descubiertos por él mismo en su propio análisis. En cuanto a las hipótesis teóricas, por acertadas que sean, no siempre son suficientes en sí mismas para permitirle al analista hacer un acto de invención. Le corresponde, como dice Michel de Certeau, escuchar lo que la teoría no dice. El hombre, decía Freud, no tiene inclinación a escuchar la verdad. Esta reenvía a aquello que es callado por la práctica del lenguaje. Freud daba a entender que a todo "núcleo histórico" corresponden inscripciones o "impresiones" mudas. La historia o la novela familiar que se cuentan tendrían una apariencia de semblante, un intervalo situado entre una verdad muerta y aquello que resta como saber en la memoria del sujeto. Si planteamos las preguntas: ¿quién habla, y a quién? y ¿desde qué lugar (lugar del otro o del Otro)? Lacan nos muestra el eje a partir del cual debiera ordenarse todo proceso dialéctico. Arranca de esta manera el discurso del paciente de la cosificación a la que ha sido sometido (después de Freud) y da a la palabra su dimensión de juego y de disfraz. Quien habla puede, en efecto, ocupar el lugar de todos los personajes a la vez, o ser atravesado por un otro que habla de su lugar, que hasta lo comanda. La dificultad es que el analista (si se encuentra tomado por la perspectiva de las certidumbres que le confiere la creencia en un moi fuerte) puede impedir al analizante hacer su análisis o perturbar a través de intervenciones inoportunas aquello que Freud, a propósito del delirio, llamaba "el proceso restitutivo de cura". El interés del proceso de un Winnicott es que reconduce constantemente al analista a una posición de humildad, recordando que no es él quien detenta el saber. La verdad, deja él entender, surge entre el paciente y el analista, no le pertenece a nadie. Existe, recuerda Winnicott, una "política del análisis", en el sentido de que el analista debe entregarse continuamente a su subversión, tanto en el plano de la terapéutica como en el de la enseñanza y las instituciones. La dirección de la cura La situación analítica, tal como se desprende de la obra de Winnicott, es el movimiento de una relación (la del analista con su Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 12 paciente) y la creación en común de un espacio en el cual se inscriben los mecanismos más primitivos de amor, de odio, de introyección, de proyección, de represalia, de desintegración. Pueden inscribirse allí porque, en un principio, hay una "adaptación" del analista a la angustia desbordante del paciente. A partir de referentes mínimos de seguridad, se pone en juego un marco susceptible de contener las angustias más arcaicas y se desarrolla, en libertad (a través de lo imprevisto) el proceso analítico (proceso en el cual tiene un lugar la participación inconciente del analista). Winnicott nos hace participar de la constitución progresiva de un campo (de palabra) con su propia lógica. Nos hace seguirlo en el camino clínico que ha seguido con el paciente, par ver hasta qué punto el verdadero eje del trabajo efectuado por él gira en torno a la noción de ausencia, condición del desarrollo del pensamiento simbólico que introduce el "principio de realidad" (porque la realidad que hay que dominar, es la de la ausencia de objeto). Si Winnicott pone el acento, entre otras cosas, en las frus- traciones reales que un objeto puede infligir al sujeto (en una visión biologizante), el campo operatorio al que lo conduce su experiencia es el del objeto transicional, equivalente, pero diferente, del da del niño observado por Freud. En la teoría analítica, hay entonces una suerte de bipolaridad un saber que se domina (que se da según el esquema del desarrollo, de la estructura o de la lingüística), que constituyen podríamos decir, el texto de una lengua muerta. Harry Guntrip mostró cómo el analista puede encontrarse prisionero de su teoría y arrastrar al paciente en su proceso personal de creencia. La teoría —dice él— encuentra su raíz en nuestra psicopatología, debe ser una herramienta y no un amo. Se pone en juego otro saber, el que se desprende de cada trayecto (el del analista y el del paciente), anudado por las coordenadas de la interpretación construcción (lo que Freud llamó la construcción arqueológica). En su mejor movimiento, Winnicott no tiene la ambición de crear una teoría "totalizante" que tendría respuesta para todo. Sigue, con dificultad, una ruta y sus obstáculos. Lo que interesa es el "núcleo de verdad" presente en todo delirio, en todo fantasma. Su exigencia de verdad se dirige en primer lugar a sí mismo. El falso self Los trabajos ingleses se desarrollaron alrededor de una noción poco utilizada en Francia: la del sí mismo (soi). No se trata del Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 13 sujeto, ni del ego, sino de una imagen narcisista funcionando como defensa, que el sujeto desarrolla; y que para él mismo y para los otrospermite acentuar la distinción entre la noción de identificación- incorporación al objeto y la de identificación a la función del padre, de la madre, del analista, etc. Se trata de un fenómeno subjetivo más que de una estructura; que muestra bien lo que surge de la separación entre teoría y práctica: la idea de self, nos recuerda Winnicott, "surgió de nuestros pacientes". El falso self es una función de defensa que se establece sobre la base de identificaciones, y cuya función es proteger el “verdadero self”. El individuo puede, a través de su éxito social (es decir, gracias a una buena organización del falso self llegar a abordar a los otros escondiendo su angustia. En la relación madre- lactante, si la madre no ha dado al niño la posibilidad "de ser", éste puede desarrollarse identificado a tal punto a las insignias de la madre que no deberá su existencia más que a la imitación. El verdadero self sería la posición (en la relación con el otro) que permite el gesto espontáneo, el juego y la creación. Quien se presenta en análisis sólo con los ropajes de un falso self (con un desempeño social perfecto) es casi inanalizable. Pero el reclutamiento de los candidatos analistas (según los criterios de selección vigentes) se hace hoy en día cada vez más entre los aspirantes a un falso self. Estas hipótesis acerca del "verdadero" y el "falso" self, por insatisfactorias que sean teóricamente, responden a los límites de la teoría freudiana. Lo que importa es lo que autores como Winnicott llegan a escuchar a través de un recorrido clínico cuya dificultad es la de actualizar las dificultades, los obstáculos que nos cuestionan, en el lugar de nuestros propios impasses y de nuestros propios límites. El que enseña es el paciente La mayoría de los trabajos de Winnicott manifiestan una pre- ocupación didáctica. Se dirigen a los analistas, pero también a los pediatras, a los psiquiatras, al personal paramédico, a los padres. A veces intentaba convencer, nunca a doctrinar, porque no tenía una causa a defender. Trabajaba en solitario, habiendo conservado durante mucho tiempo una práctica hospitalaria que era un verdadero lugar de análisis. Recibía el respeto de los pacientes, quienes le servían para demostrar lo bien fundado de tal o cual teoría psiquiátrico- analítica. Los pocos alumnos que participaban en sus consultas se veían envueltos por el "aire de intimidad" creado por el paciente y eran parte del camino que se elaboraba a partir de esta Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 14 dimensión de la "preocupación por el otro": del paciente que dirige un pedido. Winnicott repetía hasta el cansancio que el analista no ocupa un lugar de dominación, de enseñanza quien enseña es el paciente. El psiquiatra no es un curador de síntomas, dice Winnicott. Debe cuidarse de no tratar al sujeto de manera de dejar de su lado todo llamado a una seguridad (a través del síntoma) imposible. Esta advertencia que al analista le es tan familiar, ¿por qué la olvida cuando trabaja en el hospital, haciéndose el "psiquiatra para pobres", como si el análisis estuviese reservado para los ricos? Winnicott denunciaba una práctica hospitalaria en la que el paciente estaba allí para la promoción universitaria del analista, promoción que no puede hacerse sin alumnos. El paciente sirve entonces como materia prima de la enseñanza. Peor si en medicina esta enseñanza puede servir al mejoramiento del paciente, sabemos que no es el caso en psiquiatría, donde el paciente sirve a la reproducción de un saber de amo cuyo único efecto es el de alienar un poco más al sujeto. Sabiendo permanecer analista en el hospital, Winnicott marcó una ruptura con una tradición psiquiátrica hospitalo- universitaria responsable del estancamiento del análisis (o en todo caso, responsable de la perversión de su práctica). La pregunta acerca de la formación del analista debería ser abordada a partir de esta afirmación.
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