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Pared abdominal, epiplon, mesenterio y retroperitoneo

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PARED ABDOMINAL
Generalidades
La pared abdominal, entre sus características, da sostén, protec-
ción y estructura a los órganos abdominales y retroperitoneales y 
está definida en sentido superior por los bordes costales, en sentido 
inferior por el anillo pélvico y hacia atrás, por la columna verte-
bral. Para el tratamiento de enfermedades de la pared abdominal o 
durante la penetración a la cavidad del abdomen, se necesita cono-
cimiento de sus características anatómicas específicas.
Anatomía quirúrgica
La pared del abdomen es una estructura dispuesta en capas, com-
pleja en sentido anatómico, con riego e inervación por segmentos 
(fig. 35-1). Se origina en el mesodermo y se desarrolla en forma de 
hojas bilaterales migratorias, que surgen en la región paravertebral 
y envuelven la futura área abdominal. Los bordes guía de estas 
estructuras forman los músculos del recto del abdomen, que al final 
se encuentran en la línea media. 
El recto anterior del abdomen está orientado en sentido longi-
tudinal y cubierto por una vaina aponeurótica cuyas capas se fusio-
nan en la línea media en la estructura conocida como línea blanca. 
El recto anterior del abdomen se inserta en los huesos púbicos en 
sentido inferior y en la quinta y sexta costillas así como el séptimo 
cartílago costal y el apéndice xifoides en sentido superior. El borde 
externo de los rectos anteriores tiene una forma curva identificable 
por un signo superficial de referencia, la línea semilunar. A nivel 
del apéndice xifoides, la cicatriz umbilical y en un punto interme-
dio entre las dos estructuras mencionadas están tres inserciones 
tendinosas que cruzan los músculos rectos anteriores (fig. 35-1).
A los lados de la vaina del recto se encuentran tres capas 
musculares cuyas fibras tienen orientaciones oblicuas entre sí (fig. 
35-2). Estas capas derivan de los tejidos mesodérmicos que migran 
de forma lateral durante la sexta a séptima semanas del desarro-
llo fetal. El músculo oblicuo mayor sigue hacia la parte inferior e 
interna y proviene de los márgenes de las ocho costillas y los car-
tílagos costales más inferiores. El músculo oblicuo mayor surge de 
modo externo en los músculos dorsal ancho y serrato mayor y asi-
Pared abdominal 1449
Generalidades / 1449
Anatomía quirúrgica / 1449
Fisiología / 1450 
Anatomía abdominal e incisiones 
quirúrgicas / 1451
Anomalías congénitas / 1453
Anomalías adquiridas / 1453
Epiplón 1456
Anatomía quirúrgica / 1456
Fisiología / 1457
Infarto del epiplón / 1457
Quistes del epiplón / 1457
Neoplasias del epiplón / 1457
Mesenterio 1457
Anatomía quirúrgica / 1457
Mesenteritis esclerosante / 1458
Quistes del mesenterio / 1459
Tumores del mesenterio / 1460
Retroperitoneo 1460
Anatomía quirúrgica / 1460
Infecciones retroperitoneales / 1460
Fibrosis retroperitoneal / 1460
mismo en la cresta iliaca. En la línea media forma una aponeurosis 
tendinosa, próxima a la vaina anterior del recto. El ligamento ingui-
nal es el borde más inferior de la aponeurosis del oblicuo mayor, 
que se refleja hacia la parte posterior en el área que está entre la 
espina iliaca anterosuperior y el tubérculo púbico. El músculo obli-
cuo menor está situado en un nivel profundo inmediato al músculo 
oblicuo mayor y surge de la superficie externa del ligamento ingui-
nal, la cresta iliaca y la aponeurosis toracolumbar. Sus fibras se 
extienden hacia la parte superior y medial y forman una aponeuro-
sis tendinosa que aporta componentes a las vainas anterior y poste-
rior del recto. Las fibras mediales inferiores y las que se encuentran 
en la parte más baja del trayecto del oblicuo menor se pueden fusio-
nar con las fibras inferiores del músculo transverso del abdomen 
(el área conjunta). Las fibras más inferiores del músculo oblicuo 
menor se proyectan contiguas al músculo cremáster en el conducto 
inguinal. Estas relaciones son muy relevantes para la reparación de 
la hernia inguinal. El músculo transverso del abdomen es el más 
profundo de los tres músculos laterales y, como lo indica su nom-
bre, avanza de manera transversal desde las seis últimas costillas, 
la aponeurosis lumbosacra y la cresta iliaca hasta el borde externo 
del recto del abdomen. La línea arqueada (línea semicircular de 
Douglas), se encuentra en general a nivel de la espina iliaca ante-
rosuperior (fig. 35-3). Arriba de la línea arqueada, la vaina anterior 
del recto está formada por la aponeurosis del oblicuo mayor y la 
lámina externa de la aponeurosis del oblicuo menor, en tanto que 
la vaina posterior del recto está constituida por la lámina interna 
de la aponeurosis del oblicuo menor, la aponeurosis del transverso 
del abdomen. Abajo de la línea arqueada, la vaina anterior del recto 
se forma con la aponeurosis del oblicuo mayor, las láminas de la 
aponeurosis del oblicuo menor y la aponeurosis del transverso del 
abdomen. Este segmento inferior de los músculos rectos anteriores, 
no tiene una cubierta aponeurótica posterior aunque la fascia 
transversalis o endoabdominal brinda cubrimiento contiguo 
de la porción posterior del abdomen por arriba y debajo de la línea 
semilunar de Douglas o arqueada.
La irrigación de los músculos de la pared anterior del abdo-
men proviene de las arterias epigástricas superior e inferior (fig. 
35-4). La arteria epigástrica superior procede de la arteria mama-
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Pared abdominal, epiplón, mesenterio 
y retroperitoneo
Neal E. Seymour y Robert L. Bell35capítulo 
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ria interna, mientras que la arteria epigástrica inferior surge de la 
arteria iliaca externa. A la perfusión de la pared del abdomen con-
tribuye asimismo una red colateral de ramas de las arterias sub-
costales y lumbares. El drenaje linfático de la pared abdominal se 
dirige sobre todo a las cuencas ganglionares mayores en las áreas 
inguinal y axilar superficiales.
La inervación de la pared anterior del abdomen se relaciona 
por segmentos con los niveles raquídeos específicos. Los nervios 
motores de los músculos rectos, oblicuos menores y transversos del 
abdomen siguen un trayecto desde las ramas anteriores de los ner-
Figura 35-1. Pared anterior del abdomen. 
La línea alba es la demarcación aponeu-
rótica en la línea media entre los vientres 
de los músculos rectos del abdomen. Se 
muestra en el lado izquierdo el músculo 
recto del abdomen y sus intersecciones 
tendinosas abajo de la vaina anterior del 
recto que se encuentra plegada. (Reprodu-
cida con autorización de Moore KL, Dalley 
AF [eds]: Clinically Oriented Anatomy, 4th 
ed. Philadelphia: Lippincott, Williams & 
Wilkins, 1999, p 181.)
vios raquídeos hasta los niveles T6 a T12. La piel suprayacente 
está inervada por ramas aferentes de las raíces nerviosas T4 a L1 
y las raíces nerviosas de T10 proporcionan sensibilidad a la piel 
alrededor de la cicatriz umbilical (fig. 35-5).
Fisiología
Los músculos rectos, oblicuos mayores y oblicuos menores funcio-
nan como una unidad para flexionar el tronco hacia adelante o a los 
lados. La rotación del tronco se lleva a cabo por la contracción del 
músculo oblicuo mayor y el músculo oblicuo menor contralateral 
Quinto cartílago costal
Capa anterior de
la vaina del recto
Músculo recto del abdomen
Músculo oblicuo mayor
Inserción
tendinosa
Espina iliaca
anterosuperior
Aponeurosis
del oblicuo mayor
Fascia superficial
Músculo serrato anterior
Capa anterior de
la vaina del recto
Línea blanca
Músculo oblicuo mayor
Cordón espermático
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Puntos clave
1 Se advierten diferencias anatómicas importantes en las estructuras 
de la vaina de los rectos anteriores por arriba y debajo del arco de 
Douglas. Las láminas del oblicuo menor que contribuyen al seg-
mento anterior (junto con el transverso del abdomen) y posterior 
por arriba del arco de Douglas contribuyen sólo a la vaina ante-
rior por debajo del arco mencionado. En la porción inferior de los 
músculos rectos anteriores no existe cubierta aponeurótica pos-
terior.
2 La diastasis de los rectos es ocasionada por la prominencia de la 
pared abdominaly la separación de los músculos rectos del ab -
domen, en la línea media. No constituye una hernia y las inter-
venciones operatorias contra dicha entidad son de beneficio 
cues tionable (si lo tiene).
3 Cuando se emprende la ablación de los tumores desmoides es 
necesario advertir si los bordes quirúrgicos tienen todavía células 
cancerosas, pues ello conlleva un riesgo extraordinariamente 
grande de recidiva local de la neoplasia.
4 La reparación primaria de las hernias posoperatorias ventrales 
(eventración) se acompaña de una cifra inaceptablemente grande 
de ineficacia y se prefiere la reparación con empleo de otras téc-
nicas como la malla protésica.
5 La adición de la técnica videoscópica cerrada a los métodos de 
separación de componentes se ha vinculado con una disminu-
ción significativa en la incidencia de complicaciones de las 
incisiones locales.
6 Entre los beneficios posibles de las reparaciones laparoscópi-
cas de la hernia posoperatoria en comparación con las repara-
ciones abiertas con malla, están hospitalización más breve, 
menor riesgo de complicaciones de la incisión y mejor función 
de la pared del abdomen. Un aspecto controvertido es el menor 
beneficio en la cifra de recidivas.
7 El tratamiento quirúrgico de la mesenteritis esclerosante se 
emprende muy a menudo para confirmar el diagnóstico y des-
cartar neoplasias como causa de la tumoración mesentérica. 
Las posibilidades de ablación disminuyen con base en la 
extensión del cuadro patológico y también el beneficio cues-
tionable en muchos casos.
8 Entre las intervenciones quirúrgicas posibles en caso de fibro-
sis retroperitoneal están la toma de material de biopsia por 
cirugía para descartar neoplasia, colocación de una endopró-
tesis ureteral, ureterólisis abierta o por laparoscopia, e inter-
venciones endovasculares en caso de oclusión iliocava. 
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(p. ej., la rotación hacia la derecha se produce por la contracción 
del músculo oblicuo mayor izquierdo y el oblicuo menor derecho). 
Todos los músculos del tronco participan en el incremento de la 
presión intraabdominal. La contracción de los músculos del abdo-
men que acaece cuando se relaja el diafragma originará expulsión 
(espiración) del aire de los pulmones y si la contracción es potente, 
tos. Si el diafragma se contrae cuando están contraídos los múscu-
los del abdomen (maniobra de Valsalva), la mayor presión abdo-
minal facilita fenómenos como la micción, la defecación y el parto.
Anatomía abdominal e incisiones quirúrgicas
Los cirujanos deben abordar la pared del abdomen para penetrar 
en sitios preperitoneales, intraperitoneales y retroperitoneales; ello 
plantea cuestiones prácticas del sitio y la forma de hacer las incisio-
nes. En términos generales, las incisiones para operaciones abier-
tas se sitúan muy cerca de los puntos quirúrgicos principales. Las 
Figura 35-2. Las tres capas musculares de la pared abdominal a los lados del recto del abdomen son los músculos oblicuo mayor, oblicuo menor 
y transverso del abdomen, que se muestran aquí en la parte baja del abdomen, en donde se pliega el borde inferior del oblicuo mayor hacia la parte 
posterior para formar el ligamento inguinal. (Reproducida con autorización de Moore KL, Dalley AF [eds]: Clinically Oriented Anatomy, 4th ed. 
Philadelphia: Lippincott, Williams & Wilkins, 1999, p 181.)
Figura 35-3. Anatomía transversal de la pared del abdomen arriba y abajo de la línea arqueada de Douglas. El segmento inferior derecho de la 
pared del abdomen muestra con claridad la ausencia de un recubrimiento aponeurótico en la superficie posterior del músculo recto del abdomen 
abajo de la línea arqueada. Arriba de esta última se observan las contribuciones aponeuróticas del oblicuo menor y el transverso del abdomen a 
la vaina posterior del recto. (Reproducida con autorización de Moore KL, Dalley AF [eds]: Clinically Oriented Anatomy, 4th ed. Philadelphia: 
Lippincott, Williams & Wilkins, 1999, p 185.)
incisiones para los accesos laparoscópicos podrían estar alejadas 
del sitio de interés y se planean de manera cuidadosa con base en 
los ángulos de abordaje anticipados para el instrumento y en las 
distancias de trabajo necesarias, tanto para el sitio quirúrgico como 
entre los trócares. La orientación del trayecto de cualquier incisión 
depende de la calidad de exposición esperada; consideraciones para 
el cierre, que incluyen el resultado estético; evitación de sitios con 
incisiones previas y la simple preferencia del cirujano. En general, 
la incisión para el acceso peritoneal abierto puede ser longitudinal 
(sobre o fuera de la línea media), transversal (lateral o cruzando la 
línea media) u oblicua (dirigida hacia arriba o abajo en dirección 
al flanco) (fig. 35-6). Hay numerosas modificaciones a estas clases 
generales de incisiones y pueden consistir en varias extensiones con 
la intención de optimizar la exposición en situaciones clínicas 
específicas. Las incisiones en la línea media se usan en la mayor 
parte de los métodos no laparoscópicos en el aparato digestivo. Es 
Femoral
Nervio
Arteria
Vena
Músculo oblicuo menor
Músculo oblicuo mayor
Espina iliaca anterosuperior
Aponeurosis del oblicuo mayor
Margen inferior incurvado
(escotadura) de la aponeurosis
que forma el ligamento inguinal
Testículo
Espina iliaca
anterosuperior
Músculo transverso
del abdomen
Anillo inguinal profundo
(fascia transversalis)
Cordón espermático
Cresta púbica
Ligamento inguinal (por delante
de la línea pectínea del pubis)
Tubérculo púbico
Vaina del recto
Línea blanca
Vaina
del recto
Aponeurosis del músculo
transverso del abdomen
Peritoneo parietal
Aponeurosis del transverso
Músculo transverso del abdomen
Oblicuo menor
Oblicuo mayor
Tejido subcutáneo
Aponeurosis del oblicuo mayor
Piel
Aponeurosis del oblicuo menor
Peritoneo parietal
Grasa extraperitoneal
Fascia transversalis
Línea blanca
Recto del
abdomen
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Figura 35-5. Dermatomas de inervación sensorial de la pared del 
abdomen. (Reproducida con autorización de Moore KL, Dalley AF 
[eds]: Clinically Oriented Anatomy, 4th ed. Philadelphia: Lippincott, 
Williams & Wilkins, 1999, p 86.)
Figura 35-6. Varias incisiones en la pared abdominal anterior para 
exponer estructuras peritoneales. A, incisión medial; B, incisión para-
mediana; C, incisión subcostal derecha y extensión en “herida de 
sable” hacia el borde costal (línea punteada); D, incisión subcostal 
bilateral (también en asa de cubeta, V invertida, gablete), con exten-
sión de “Mercedes Benz” (línea punteada); E, incisión de Rocky-Davis 
y extensión de Weir (línea punteada); F, incisión de McBurney; G, 
incisión transversal y su extensión a través de la línea media (línea 
punteada) y H, incisión de Pfannenstiel.
Figura 35-4. Las arterias epigástricas superior e inferior forman una 
red anastomótica de vasos en la vaina del recto y alrededor de ella, 
con colaterales hacia vasos subcostales y lumbares situados de manera 
más lateral en la pared del abdomen. El drenaje linfático posee una 
dirección axial o en el sentido de las cuencas ganglionares inguinales. 
(Reproducida con autorización de Moore KL, Dalley AF [eds]: Clini-
cally Oriented Anatomy, 4th ed. Philadelphia: Lippincott, Williams & 
Wilkins, 1999, p 188.)
una maniobra sencilla el corte del tejido aponeurótico de la línea 
blanca, en la línea media (con fusión de estructuras) y no daña 
músculos de fibra estriada. Las incisiones paramedianas a través 
de la vaina del recto abdominal ya casi se abandonaron en favor de 
los métodos de acceso medial o no longitudinal. En las incisio-
nes laterales a la línea media con orientación transversal u obli-
cua pueden dividirse las capas musculares sucesivas o separarlas 
con técnica roma siguiendo la dirección de sus fibras. Esta última 
técnica de separación muscular (ejemplificada por la incisión clá-sica de McBurney para apendicectomía) es menos destructiva para 
el tejido pero ofrece una exposición más limitada. Las incisiones 
subcostal derecha (incisión de Kocher para práctica de colecistecto-
mía), o izquierda (en caso de esplenectomía) son los arquetipos de 
incisiones con corte de tejido muscular con las cuales se seccionan 
los tejidos musculoaponeuróticos intermedios, que incluyen parte 
del recto anterior del abdomen. Las incisiones mencionadas se cie-
rran en dos capas; la más superficial incorpora la vaina aponeuró-
tica anterior del recto en sentido interno, para establecer transición 
al músculo oblicuo mayor y su aponeurosis, en sentido externo. 
La capa posterior y más profunda consiste en fibras del oblicuo 
menor y del transverso del abdomen. Las consideraciones anató-
micas similares incluyen la orientación para el cierre de incisiones 
miotómicas de orientación transversal. La incisión de Pfannens-
tiel, usada a menudo para procedimientos pélvicos, se distingue 
por la incisión transversal en la piel y en la vaina anterior del recto, 
seguida de retracción de dicho músculo e incisión longitudinal del 
peritoneo. Sin importar el tipo de incisión, lo ideal es que la sutura 
para aposición de los tejidos de la pared abdominal durante el cierre 
se realice sin tensión excesiva y con gran precisión. 
Las incisiones abdominales pueden generar complicaciones 
a corto o largo plazo, además de discapacidad. No hay una res-
puesta simple al planteamiento de la longitud que debe tener una 
incisión. En términos generales, es prudente hacerlas con una lon-
gitud no mayor de la necesaria para lograr con seguridad los obje-
tivos quirúrgicos. Los métodos quirúrgicos laparoscópicos y otros 
con penetración mínima, en gran medida deben su origen y perfec-
Ganglios
linfáticos
axilares
Ganglios
linfáticos
inguinales
superficiales
Arteria intercostal
Arteria epigástrica
superior
Arterias lumbares
Arteria
epigástrica inferior
Arteria circunfleja
iliaca profunda
Arteria iliaca
externa
C3
C4
C5
T1
T2
T3
T4
T5
T6
T7
T8
T9
T10
T11
T12
T1
C5
C6
C7
C8
L1
L2
L3
L4 
S2
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C
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E
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G
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cionamiento a la idea de llevar al mínimo la lesión quirúrgica a la 
pared del abdomen, lo que brinda beneficio significativo al paciente. 
Para la cirugía abierta existen diversos dispositivos para separar la 
pared abdominal y facilitar la exposición peritoneal sin someter al 
paciente a incisiones demasiado grandes, o al personal quirúrgico 
a tareas de separación exhaustivas (fig. 35-7). Los ejemplos inclu-
yen los separadores de BookwalterTM, Omni-Tract® y Thompson.
Anomalías congénitas
Las capas de la pared anterior del abdomen comienzan a formarse 
en el transcurso de las primeras semanas de la concepción. En los 
comienzos del desarrollo embrionario se advierte un gran defecto cen-
tral a través del cual pasan el conducto vitelino (onfalomesentérico) y 
la alantoides. El conducto vitelino une el intestino medio embrionario 
y fetal con el saco vitelino. Durante la sexta semana del desarrollo, 
el contenido abdominal crece demasiado para que lo contenga la 
pared del abdomen y se hernia el intestino medio embrionario hacia 
el cordón umbilical. Aunque se encuentra fuera de los confines del 
abdomen en desarrollo, durante el desarrollo del mesenterio efectúa 
una rotación de 270° en sentido contrario a las manecillas del reloj. 
Al final de la duodécima semana retorna a la cavidad abdominal. Los 
defectos del cierre de la pared abdominal pueden ocasionar onfalocele 
o gastrosquisis. En el onfalocele las vísceras salen a través del anillo 
umbilical abierto y están recubiertas por un saco derivado del amnios. 
En la gastrosquisis las vísceras protruyen a través de un defecto lateral 
a la cicatriz umbilical sin la presencia de un saco.
Durante el tercer trimestre regresa el conducto vitelino. La 
persistencia de un remanente de este último en el borde ileal pro-
duce un divertículo de Meckel. La falta total de regreso del con-
ducto vitelino da lugar a una fístula del conducto vitelino, que se 
acompaña de drenaje del contenido del intestino delgado por la 
cicatriz umbilical. Cuando vuelven los extremos intestinal y umbi-
lical del conducto vitelino hacia los cordones fibrosos, puede ocu-
rrir un quiste del conducto vitelino (onfalomesentérico) central. La 
persistencia de los remanentes del conducto vitelino entre el tubo 
digestivo y la pared anterior del abdomen puede acompañarse de 
vólvulo del intestino delgado en recién nacidos. Cuando se diag-
nostican fístulas y quistes del conducto vitelino deben extirparse 
junto con cualquier cordón fibroso concomitante.
El uraco es una extensión tubular y fibromuscular de la alan-
toides que se desarrolla con el descenso de la vejiga a su posición 
pélvica. La persistencia de remanentes del uraco puede dar por 
resultado quistes y fístulas hacia la vejiga, con drenaje de orina 
Figura 35-7. Separador BookwalterTM colocado para exposición de 
estructuras peritoneales durante una operación abdominal. Los dis-
positivos de este tipo son auxiliares valiosos para la exposición que 
reducen las demandas físicas del personal del quirófano y permiten una 
atención más completa en el sitio quirúrgico de interés.
por la cicatriz umbilical. Estas anomalías se tratan con la extirpa-
ción del uraco y el cierre de cualquier defecto de la vejiga.
Anomalías adquiridas
Diastasis de los músculos rectos del abdomen. La diastasis 
de los rectos del abdomen es una separación clínicamente obvia de 
los pilares de los músculos rectos del abdomen. Esto produce un 
abultamiento característico de la pared del abdomen en el epigas-
trio que se confunde en ocasiones con una hernia ventral, a pesar 
de que está intacta la aponeurosis en la línea media y no existe 
un defecto herniario. La diastasis puede ser congénita, como con-
secuencia de una inserción más lateral de los músculos rectos en 
las costillas y las uniones costocondrales, pero de manera carac-
terística es un trastorno que se adquiere con el envejecimiento, la 
obesidad o después del embarazo. En el puerperio tiende a ocurrir 
diastasis de los rectos en mujeres de edad materna avanzada, des-
pués de embarazos múltiples o gemelares o en mujeres con partos 
de niños con un peso elevado al nacer. La diastasis se reconoce 
con facilidad en la exploración física (fig. 35-8). La tomografía 
computarizada (CT) proporciona un medio preciso para medir la 
distancia entre los pilares de los rectos y diferencia la diastasis de 
una hernia ventral verdadera, si se requiere alguna precisión. Hay 
descripciones de la corrección quirúrgica de una diastasis de los 
rectos mediante el plegamiento (plicatura) de la aponeurosis medial 
amplia por razones estéticas y para aliviar la disfunción muscular 
de la pared abdominal. Sin embargo, estas técnicas introdu-
cen el riesgo de una hernia ventral verdadera y tienen valor 
cuestionable para corregir la alteración.
Hematoma de la vaina del recto. La hemorragia proveniente 
de la red de vasos colaterales dentro de la vaina del recto anterior y 
otros músculos puede originar un hematoma en dicha estructura. Es 
importante obtener datos del antecedente de traumatismo, pero el 
problema a veces proviene de otros fenómenos menos manifiestos 
como contracción repentina de los músculos rectos anteriores con la 
tos, el estornudo o cualquier actividad física vigorosa. Por lo regular 
se describen hematomas espontáneos de la vaina del recto en la 
edad avanzada y en quienes reciben tratamiento anticoagulante. Los 
pacientes describen con frecuencia el inicio repentino de dolor en un 
lado del abdomen que puede confundirse con trastornos peritoneales 
lateralizados, como apendicitis.
Se puede establecer el diagnóstico con el interrogatorio y la 
exploración física. Es típico que el dolor se intensifique con la con-
Figura 35-8. Diastasis de los rectos visiblesen el epigastrio medio 
con la maniobra de Valsalva. Se palpan en toda la longitud del área 
abultada los bordes de los músculos rectos del abdomen rígidos con 
la contracción voluntaria. Esta alteración no debe confundirse con una 
hernia ventral.
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tracción de los músculos rectos y es posible palpar una tumoración 
dolorosa. La capacidad para reconocer una masa intraabdominal 
disminuye con la contracción de los músculos rectos. El signo de 
Fothergill es una masa palpable en el abdomen que no cambia con 
la contracción de los músculos rectos y se vincula las más de las 
veces con un hematoma de la vaina del recto. Es importante contar 
con resultados de la cuantificación de hemoglobina y hematócrito, 
así como de estudios de coagulación. Por medio de ecografía y CT 
(fig. 35-9) se pueden obtener datos imagenológicos confirmatorios 
y descartar otras entidades patológicas.
El tratamiento específico depende de la gravedad de la hemo-
rragia. Los hematomas pequeños, unilaterales y estables pueden 
mantenerse en observación y sin hospitalización. Los hematomas 
bilaterales o grandes tal vez ameriten internamiento y posible rea-
nimación. En algunas situaciones puede estar indicada la transfu-
sión o la restitución de factores de la coagulación. La embolización 
angiográfica puede ser necesaria cuando crece el hematoma, si 
existe hemorragia libre o deterioro clínico. Se recurre al trata-
miento quirúrgico en las pocas situaciones en las que falla el tra-
tamiento angiográfico o cuando hay inestabilidad hemodinámica 
que descarta cualquier otra opción. Los objetivos quirúrgicos son 
drenaje del hematoma y ligadura de cualquier vaso sangrante que 
se identifique. La mortalidad en esta anomalía es rara, pero se ha 
informado en sujetos ancianos que requieren cirugía.
Tumores desmoides. Los tumores desmoides de la pared abdo-
minal son neoplasias fibrosas que nacen de estructuras muscu-
loaponeuróticas de la cara anterior del abdomen. También se les 
conoce en forma global como fibrosis activa, término que describe 
su “agresividad” y capacidad infiltrante local. No tienen capacidad 
metastásica y aunque hay extraordinaria celularidad en las muestras 
de biopsia no existen características histológicas específicas que 
sugieran carácter maligno en sí. Los tumores desmoides de la pared 
abdominal muestran una predilección leve por el género femenino 
y aparecen de manera esporádica o en el marco de la poliposis 
adenomatosa familiar (FAP; familial adenomatous polyposis) y el 
máximo riesgo se observa en el síndrome de Gardner. Incluso 10 a 
15% de los pacientes de FAP terminan por mostrar tumores desmoi-
des en la pared abdominal, el abdomen o el plano retroperitoneal y 
este trastorno puede explicar la mortalidad por complicaciones de la 
proliferación local intensiva. En casos en que no hay FAP los des-
Figura 35-9. Imagen por tomografía computarizada que muestra un 
hematoma en la vaina del recto derecho de tamaño mediano. El hema-
toma se produjo en un paciente anciano sin antecedente claro de trau-
matismo que recibía tratamiento anticoagulante. Por su tamaño y la 
complexión delgada del paciente, este hematoma era palpable y pudo 
mantenerse en seguimiento clínico.
moides de pared abdominal aparecen más a menudo en puérperas o 
en cicatrices quirúrgicas. La ablación radical con bordes a los que se 
han hecho cortes por congelación y reconstrucción inmediata con 
malla de cualquier defecto que surja en la pared abdominal, cons - 
tituye el tratamiento más recomendado. La afectación de los már-
genes se acompaña de cifras de recidiva incluso de 80%. La 
infiltración extensa y la afectación de estructuras peritonea-
les hacen que la ablación de desmoides sea una empresa imposible 
desde el punto de vista técnico. El tratamiento médico con un agente 
antineoplásico como doxorrubicina, dacarbacina o carboplatino 
ocasiona remisiones por lapsos variables incluso en la mitad de los 
pacientes, aunque es insatisfactorio el pronóstico de los desmoides 
avanzados, particularmente en FAP, con una cifra de mortalidad 
quinquenal que llega incluso a 50%, según algunas notificaciones. 
Se han utilizado combinaciones de tratamientos médicos con la adi-
ción de imatinib con algunos buenos resultados en corto número de 
pacientes; la radioterapia se ha usado después de la operación y con 
fin paliativo, con grandes cifras de respuesta.
Otros tumores de la pared abdominal. La pared del abdomen 
puede ser asiento de algunas neoplasias benignas como lipomas 
y neurofibromas. El tratamiento quirúrgico no siempre es indis-
pensable, pero se recomienda la ablación local en caso de lesiones 
sintomáticas o en crecimiento. Los cánceres primarios de la pared 
abdominal son muy raros e incluyen subtipos de sarcomas (leio-
miosarcomas, histiocitoma fibroso maligno, fibrosarcoma, lipo-
sarcoma y rabdomiosarcoma); dermatofibrosarcoma protuberans, 
schwannoma y melanoma. Para la estadificación tumoral se utiliza 
la resonancia magnética (MRI; magnetic resonance imaging) o la 
tomografía computarizada; la tomografía del tórax debe incluirse 
para descartar metástasis en pulmones. Por medio de los estudios 
mencionados se define la magnitud y extensión del tumor y afecta-
ción de estructuras vecinas antes del tratamiento operatorio. Antes 
de la operación para tratar sarcomas de la pared abdominal por lo 
común se obtiene un fragmento de tejido con una aguja gruesa (con 
orientación imagenológica si es necesario). Una vez confirmado el 
diagnóstico el tratamiento comprende la ablación con bordes sin 
células tumorales y se aplican los mismos principios generales usa-
dos en caso de ablación de sarcoma de extremidades. La disección 
meticulosa que impide la violación de la cápsula tumoral y la con-
servación de bordes mayores de dos centímetros en la medida de lo 
posible, son consideraciones esenciales. La ablación extensa puede 
dejar un defecto considerable en la pared abdominal que habrá que 
reconstruir. Las mejores opciones si es imposible el cierre primario, 
son la reconstrucción inmediata con malla, cubrimiento de la herida 
con colgajos miocutáneos por rotación o libres o las dos técnicas 
en cuestión. A menudo se describe a dichos tumores como masas 
resistentes a radiación y quimioterapia, pero se han utilizado las dos 
modalidades en casos avanzados, después de la operación y con fin 
paliativo. La magra experiencia con estos dos cuadros hace que 
sea difícil hacer comentarios de la eficacia de ambos tratamientos.
A veces se necesita ablación de la pared abdominal en caso de 
afectación contigua de cánceres de aparato digestivo o aparato repro-
ductor de la mujer. A veces se intenta el cierre primario, pero tam-
bién otras opciones son la aplicación de una malla protésica (incluso 
en casos de ablación de asas intestinales); refuerzo con malla absor-
bible o biológica y reconstrucción con colgajos miocutáneos.
Hernias de la pared abdominal. Las hernias de la pared anterior 
del abdomen, o hernias ventrales, representan defectos de la apo-
neurosis y los músculos de la pared abdominal a través de los cuales 
puede salir contenido intraabdominal o preperitoneal. Las hernias 
ventrales pueden ser congénitas o adquiridas. Estas últimas se forman 
por un deterioro lento de la estructura de las aponeurosis musculares 
o se desarrollan por fracaso de la cicatrización de una incisión en 
la pared anterior del abdomen (hernia incisional). El hallazgo más 
común es una masa o abultamiento en la pared anterior del abdomen 
que aumenta de tamaño con la maniobra de Valsalva. Las hernias 
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ventrales pueden ser asintomáticas o provocar una gran molestia y a 
menudo crecen con el tiempo. En la exploración física se descubre un 
abultamiento en la pared anterior del abdomen que puede reducirse 
de manera espontánea, al acostarse o mediantepresión manual. Una 
hernia que no se reduce se describe como incarcerada y requiere 
corrección quirúrgica urgente. La incarceración de un segmento del 
intestino puede acompañarse de náuseas, vómitos y dolor conside-
rable y es urgente una cirugía. Si se altera la irrigación del intestino 
incarcerado, la hernia se describe como estrangulada y la isquemia 
localizada origina infarto y perforación.
Las hernias ventrales primarias (no incisionales) por lo gene-
ral se les conoce según sea su localización anatómica. Las hernias 
epigástricas se hallan en la línea media entre el apéndice xifoides y 
la cicatriz umbilical. Casi siempre son pequeñas, pueden ser múlti-
ples y en la reparación programada se encuentra que contienen epi-
plón o una porción del ligamento falciforme. Pueden ser congénitas 
y debidas a la fusión defectuosa en la línea media de los elementos 
laterales de la pared abdominal en desarrollo.
Las hernias umbilicales afectan al anillo umbilical y pueden 
existir al nacer o desarrollarse de modo gradual durante la vida 
de la persona. Se encuentran en 10% de todos los recién nacidos 
y son más comunes en prematuros. Casi todas las hernias umbili-
cales congénitas se cierran de manera espontánea alrededor de los 
cinco años de edad. Si no se cierran en ese momento, se aconseja 
una reparación quirúrgica programada. Los adultos con hernias 
umbilicales asintomáticas pequeñas pueden someterse a vigilancia 
clínica. Se ha propuesto el tratamiento quirúrgico cuando crece la 
hernia, si se acompaña de síntomas o en presencia de incarcera-
ción. El tratamiento quirúrgico consiste en la reparación primaria 
con sutura o colocación de malla protésica para los defectos más 
grandes (> 2 cm), ya sea por métodos abiertos o laparoscópicos.
Los pacientes con una hepatopatía avanzada, ascitis y hernia 
umbilical requieren una consideración especial. En esta situación 
clínica crece el anillo umbilical como resultado de la elevación 
de la presión intraabdominal por ascitis descontrolada. La primera 
línea terapéutica es la corrección médica intensiva de la ascitis 
con diuréticos, tratamiento alimentario y paracentesis para la asci-
tis a tensión con alteración respiratoria. A menudo estas hernias 
están llenas de líquido ascítico, pero también puede penetrar en 
el defecto epiplón o intestino después de una paracentesis de gran 
volumen. La ascitis descontrolada ocasiona alteraciones de la piel 
en la hernia protuberante y, al final, fuga de líquido de ascitis que 
predispone al sujeto a la peritonitis bacteriana. Los individuos con 
ascitis resistente pueden ser elegibles para derivación portocava 
intrahepática transyugular o trasplante de hígado. La reparación de 
una hernia umbilical debe diferirse hasta que se controle la ascitis.
Las hernias de Spiegel pueden aparecer en cualquier parte a 
lo largo de la línea o zona de Spiegel, una banda aponeurótica de 
anchura variable en el borde externo del recto del abdomen. Sin 
embargo, el sitio más frecuente de estas hernias poco comunes es la 
línea arqueada y apenas arriba de ella. No siempre se manifiestan en 
clínica por un abultamiento y pueden llamar la atención médica por 
dolor o incarceración. La revisión más amplia sobre el tratamiento 
quirúrgico de tales hernias sugiere que el riesgo de incarcelación 
puede llegar a 17% para la fecha del diagnóstico; lo anterior ha sido 
citado como justificación para la reparación impostergable de las 
hernias de Spigel después de que sean diagnosticadas. La reparación 
se puede realizar con procedimientos abiertos o por laparoscopia.
Eventración o hernia posoperatoria. Incluso 10 a 20% de los 
pacientes al final pueden presentar hernias en los sitios de la inci-
sión después de operaciones abiertas del abdomen. Es difícil iden-
tificar la causa en cualquier caso particular de este tipo de hernia. 
Factores que pueden contribuir son obesidad, defectos primarios de 
cicatrización de heridas, práctica previa de múltiples métodos, her-
nias posquirúrgicas previas y errores técnicos durante la reparación. 
Reparar las eventraciones puede ser una empresa técnicamente 
difícil y se han descrito muchísimos métodos. Las diferencias más 
importantes en el tratamiento quirúrgico de las hernias posquirúrgi-
cas incluyen la reparación primaria ya sea con colocación de malla, 
la reparación abierta o la que se hace por laparoscopia.
Las reparaciones primarias de las eventraciones incluyen cie-
rre sencillo con suturas y separación de componentes. La repara-
ción primaria con la simple aproximación con suturas incluso en 
caso de defectos < 3 cm o hernias pequeñas, se acompaña de cifras 
grandes publicadas de reaparición de la hernia. En un estudio pros-
pectivo con asignación al azar de reparaciones primarias abiertas, 
reparaciones abiertas con malla de eventraciones en 200 pacientes, 
investigadores de Países Bajos observaron que después de tres años 
las cifras de recidiva eran de 43 y 24%, respectivamente. Los fac-
tores de riesgo de reaparición fueron reparación de sutura primaria, 
infección de incisión posoperatoria, problemas de próstata y 
cirugía de un aneurisma en aorta abdominal. Ramirez, en un 
intento de disminuir la tensión en las líneas de sutura, propia de 
la reparación primaria describió la técnica de separación de com-
ponentes en 1990; entraña la creación de grandes colgajos sub-
cutáneos en sentido externo al defecto aponeurótico, seguido de 
incisión bilateral de las aponeurosis del oblicuo mayor y de ser 
necesario, corte de las vainas del recto posterior en ambos lados. 
El efecto neto es de 10 cm de movilización de los músculos rectos 
anteriores hacia la línea media, lo que permite la aposición primaria 
de las aponeurosis. Los señalamientos tempranos de la técnica de 
separación de componentes indicaron una cifra grande de infec-
ciones de la herida (20%) y 18.2% de reaparición de la hernia al 
año. Sin embargo, conforme la técnica evolucionó y hubo mayores 
conocimientos de los elementos quirúrgicos clave que incluyeron 
conservación máxima de los vasos perforantes del recto y disección 
mínima de tejidos subcutáneos, surgieron menos complicaciones 
posoperatorias de la herida. En años recientes, algunas modificacio-
nes incluyeron la técnica de separación de componentes por endos-
copia y también la adición de refuerzo de malla al cierre primario 
del borde aponeurótico. Con la primera técnica cerrada y control 
videoscópico se logró corte eficaz del oblicuo mayor sin crear colga-
jos subcutáneos extensos; tal situación ha demostrado la disminución 
impresionante de las complicaciones de la herida vinculadas 
con el método abierto. El empleo de implante permanente o 
materiales biológicos con separación de componentes pudiera cul-
minar en una cifra de reaparición de la hernia incluso de 4% al año 
de vigilancia. 
La reparación con malla se ha convertido en el estándar de 
referencia para el tratamiento programado de la mayor parte de las 
hernias incisionales. La malla puede colocarse como una capa sub-
yacente, más profunda que el defecto aponeurótico (intraperito-
neal o preperitoneal); como una capa interna, ya sea como puente 
para cerrar el espacio entre los bordes del defecto o dentro de las 
capas musculoaponeuróticas de la pared abdominal (intraparietal), 
o como una capa externa (superficial al defecto aponeurótico). Las 
reparaciones laparoscópicas utilizan una técnica de capa subyacente 
intraperitoneal. Cada tipo de material de malla posee densidad 
específica, porosidad y sus propias características de resistencia. 
En el cuadro 35-1 se incluyen algunas de las mallas disponibles en 
el comercio y que se usan en la reparación de eventraciones. Los 
implantes permanentes están hechos de materiales protésicos que 
no se degradan con el transcurso del tiempo. Sus ventajas principa-
les son facilidad de uso, costo relativamente pequeño y durabilidad. 
Las mallas absorbibles se degradan y eliminan desde los tejidos 
y pierden poco a poco la integridad estructuralnecesaria para el 
soporte de los tejidos. Son útiles para cierre temporal de la pared 
abdominal en campos contaminados o infectados, pero al final el 
paciente queda con una eventración. Las mallas biológicas se pre-
paran a base de tejidos porcino, bovino o humano con abundante 
colágeno, del cual se han eliminado los materiales celulares anti-
génicos. Han sido tratadas con productos químicos para establecer 
enlaces cruzados de moléculas de colágeno y mejorar su resistencia 
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y durabilidad a costa de alguna disminución en la penetración celu-
lar en el hospedador. Con el paso del tiempo el colágeno de la malla 
biológica es incorporado en el tejido del hospedador, remodelado y 
al final sustituido por el colágeno de la persona. Las características 
mencionadas pueden ser útiles en un contexto de campos conta-
minados o infectados. Sin embargo, cuando se usan para cubrir 
defectos de eventraciones, las mallas biológicas se acompañan de 
una cifra excesivamente grande de reaparición de la hernia y hay 
que reservarla para refuerzo hístico y no para su sustitución. En 
la actualidad se cuenta con nuevos materiales protésicos absorbi-
bles en malla que comparten algunas de las características de los 
productos biológicos (p. ej., penetración de tejido del hospedador 
y sustitución con colágeno) y se utilizan también para refuerzo de 
cierre primario con costo considerablemente menor.
En años recientes, la tendencia al uso de métodos operatorios 
con penetración mínima ha tenido gran influencia en el tratamiento 
de las eventraciones. A pesar de ello, se siguen practicando en 
forma extensa las reparaciones abiertas y muchas usan una téc-
nica con colocación de malla, a menudo con disección extensa del 
espacio preperitoneal para dar cabida a una gran hoja de malla de 
polipropileno o poliéster entretejido. El método anterior aísla la 
malla, del contenido peritoneal. Han surgido algunas controver-
sias en cuanto a las consecuencias del contacto directo de la malla 
con estructuras peritoneales, pero las adherencias densas a los 
intestinos pueden complicar una nueva operación y cuando menos 
aisladamente predisponen a la erosión y la aparición de fístulas 
Cuadro 35-1
Mallas disponibles en el comercio para la reparación 
de eventraciones (hernia posoperatoria)
NoMbre coMercIAl coMposIcIóN
Mallas protésicas
Parietex Poliéster/película de colágeno
Composix Polipropileno/ePTFE
DualMesh, Dulex, MotifMESH ePTFE
Prolene, Surgipro, ProLite Polipropileno
Proceed, Physiomesh Polipropileno/polidioxanona
Sepramesh IP Polipropileno/gel de 
 hialuronato
C-Qur Polipropileno/ácido graso 
 omega-3
TiMESH Polipropileno/titanio
Mallas biológicas
Surgisis Gold Submucosa porcina de 
 intestino delgado
AlloDerm Dermis humana
SurgiMend Dermis bovina fetal
CollaMend Dermis porcina
AlloMax Dermis humana
Strattice Dermis porcina
Veritas Pericardio bovino
Mallas absorbibles
Gore Bio-A Poli(glucólido:carbonato 
 de trimetileno)
Vicryl Poliglactina 910
Dexon Ácido de poliglucolato
ePTFE, politetrafluoroetileno expandido.
incluso sin una ablación concomitante de asas intestinales. Se han 
planeado como soluciones de este problema mallas con cubiertas 
como barrera antiadherente a base de aceite de pescado, celulosa 
oxidada o ácido hialurónico. También se han utilizado prótesis de 
politetrafluoroetileno expandido (ePTFE; expanded polytetrafluo-
roethylene) si es inevitable el contacto con estructuras peritoneales, 
porque dicho material no tiende a ocasionar adherencias densas.
LeBlanc y Booth fueron los primeros en describir la repara-
ción laparoscópica de hernia incisional en 1993. Desde entonces, 
muchos dirían que estos procedimientos se convirtieron en el están-
dar de referencia para la reconstrucción de la pared abdominal en 
caso de hernias ventrales. En el año 2000, los datos provenientes 
de 407 pacientes que se sometieron a reparación laparoscópica de 
hernia incisional como parte de un estudio multicéntrico revelaron 
un índice de recurrencia de sólo 3.4% después de un seguimiento 
medio > 2 años. De las recurrencias observadas, se consideró que 
casi todas se debían a errores técnicos cometidos en la etapa en la 
que el cirujano tenía poca experiencia, las cuales se evitarían en los 
casos ulteriores. Los datos de estudios que utilizaron información 
acumulada de múltiples centros y metaanálisis de publicaciones 
médicas se han orientado fuertemente en pro de las reparaciones 
laparoscópicas de eventraciones, con base en un número menor 
de complicaciones de la incisión, disminución en el número de 
complicaciones en forma global y cifras menores de recidiva en 
comparación con lo obtenido con la técnica abierta. Los autores 
especulan que estos beneficios se logren al eliminar las incisiones 
abdominales repetidas y mejoren la detección de defectos secunda-
rios insospechados que en otras circunstancias no se identificarían 
durante la reparación abierta. Sin embargo, una revisión reciente 
de la base de datos de Cochrane de estudios con un total de 880 
casos que incluyeron los resultados de 10 investigaciones compa-
rativas con asignación al azar, concluyó que las cifras de recidiva 
a corto plazo no mostraron diferencias significativas y las repara-
ciones laparoscópicas se acompañaron de mayores costos intrahos-
pitalarios a pesar de la duración más breve de la permanencia. El 
principal beneficio de las reparaciones laparoscópicas en compara-
ción con las abiertas siempre fue el menor riesgo de infecciones de 
heridas. En una investigación reciente multicéntrica con asignación 
al azar además de las cifras menores de infección, se demostró 
desde fecha muy temprana una función física e incipiente 
superior después de reparaciones laparoscópicas en compa-
ración con las abiertas.
La técnica de reparación laparoscópica incluye la colocación 
de trócares en ambos lados para los defectos de la línea media y en 
el área contralateral en defectos laterales. Se separan todas las adhe-
rencias de la pared anterior del abdomen, con cuidado de no lesionar 
el intestino de manera directa o con energía térmica o eléctrica. Se 
reduce por completo el contenido herniario pero, a diferencia de las 
reparaciones abiertas, se deja el saco in situ. Una vez que se define 
el área que incluye todos los defectos de la aponeurosis, se corta 
una malla que permita una cobertura suficiente (mínimo, 4 cm) 
bajo la pared sana del abdomen. Después de insertarse en el abdomen, 
la malla se fija con suturas transaponeuróticas colocadas de modo 
circunferencial a la misma y tachuelas espirales, según sea la prefe-
rencia del cirujano (fig. 35-10). Se propuso que las suturas trans-
aponeuróticas contribuyen al dolor posoperatorio excesivo y algunos 
cirujanos las eliminaron de la técnica mencionada, dependiendo 
sólo de puntos espirales para dar fuerza a la reparación. LeBlanc 
revisó la utilidad de las suturas transaponeuróticas y recomendó con 
cautela una superposición mínima de 5 cm entre la malla y el borde 
del defecto, cuando no se usaran suturas transaponeuróticas.
EPIPLÓN
Anatomía quirúrgica
Los epiplones mayor y menor son pliegues fibroadiposos que pro-
porcionan apoyo, recubrimiento y protección al contenido perito-
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neal. Estas estructuras se forman durante la cuarta semana de la 
gestación. El epiplón mayor se desarrolla a partir del mesogastrio 
dorsal, que se inicia como una estructura de doble capa. Entre las 
dos capas se origina el bazo y más adelante se fusionan las dos 
capas durante el desarrollo, lo que da lugar al bazo intraperitoneal 
y el ligamento gastroesplénico. Las capas fusionadas cuelgan desde 
la curvatura mayor del estómago y recubren el colon transverso, al 
cual se fija su superficie posterior. Los ligamentos gastrocólico y 
gastroesplénico son los segmentos del pliegue delepiplón mayor 
que unen las estructuras mencionadas. En adultos, el epiplón 
mayor se halla entre la pared anterior del abdomen y las vísceras 
huecas y a menudo se extiende a la pelvis.
El epiplón menor, que se conoce por otra parte como liga-
mento hepatoduodenal y ligamento hepatogástrico, se desarrolla 
a partir del mesodermo del tabique transverso, que une el hígado 
embrionario con el intestino anterior. En el borde inferolateral 
del epiplón menor, que también forma el borde anterior del hiato 
de Winslow, se localizan el colédoco, la vena porta y la arteria 
hepática.
La irrigación del epiplón mayor procede de las arterias 
gastroepiploicas derecha e izquierda. En gran medida el drenaje 
venoso es paralelo al riego arterial y al final las venas gastroepi-
ploicas izquierda y derecha drenan en el sistema porta.
Fisiología
A comienzos del siglo xx, el cirujano británico Rutherford Morison 
observó que el epiplón tendía a aislar áreas de infección y limitar 
la diseminación de la contaminación intraperitoneal y lo llamó el 
policía del abdomen. Poco después de publicarse su descripción, 
varios informes sugirieron características hemostáticas intrínsecas 
del epiplón. En 1996, algunos investigadores en los Países Bajos 
demostraron que la concentración de factor hístico en el epiplón 
es mayor del doble de la cantidad por gramo que se encuentra 
en el músculo. Esto facilita la activación de la coagulación en 
sitios de inflamación, isquemia, infección o traumatismo dentro de 
la cavidad peritoneal. La consiguiente producción local de fibrina 
promueve la capacidad del epiplón para adherirse a áreas de lesión 
o inflamación.
Figura 35-10. Aspecto intraperitoneal de malla de politetrafluoroeti-
leno usada para la reparación laparoscópica de hernia incisional ven-
tral. La malla está en su sitio en la cara posterior de la pared abdominal 
sin laxitud aparente debido a la insuflación constante con CO2. Una vez 
que se libera el neumoperitoneo, se permite la laxitud suficiente para 
aliviar cualquier tracción sobre los puntos de fijación y para permitir la 
aposición adecuada de la malla con la superficie de la pared abdominal.
Infarto del epiplón
La interrupción de la irrigación del epiplón es una causa poco 
frecuente de abdomen agudo y puede ser secundaria a torsión del 
epiplón alrededor de su pedículo vascular, trombosis o vasculitis 
de los vasos epiploicos u obstrucción del flujo venoso del epiplón. 
En la bibliografía hay menos de 100 casos informados y es más 
probable que el diagnóstico se establezca en adultos varones. Con 
base en el sitio del tejido epiploico infartado este cuadro patoló-
gico puede remedar apendicitis, colecistitis, diverticulitis, úlcera 
péptica perforada o quiste ovárico roto, con dolor espontáneo y a 
la palpación en abdomen, típico de sitios en que suelen aparecer 
estos trastornos. En la exploración del abdomen se puede detec-
tar una masa palpable y dolorosa al tacto. El diagnóstico por lo 
común se deduce de las imágenes de CT o ecografía abdominales, 
en que se advierte una masa inflamatoria localizada con densidad 
de la grasa. En sujetos con imágenes convincentes que están clí-
nicamente estables sin signos de peritonitis progresiva, bastan las 
medidas de sostén. Sin embargo, algunos casos las manifestacio-
nes clínicas pueden ser idénticas a las propias de otras alteraciones 
graves. En tales situaciones por medio de la exploración laparos-
cópica se puede corroborar el diagnóstico preciso y extirpar el 
tejido infartado, lo que debe ocasionar una resolución rápida de 
los síntomas.
Quistes del epiplón
Las lesiones quísticas del epiplón y el mesenterio son trastornos 
relacionados, que podrían derivar ya sea de inclusiones perito-
neales o de degeneración de las estructuras linfáticas. Los quistes 
del epiplón son menos comunes que los mesentéricos y pueden 
presentarse como una masa asintomática en el abdomen o causar 
dolor, con o sin presencia de masa palpable o distensión abdominal. 
En la exploración física se descubre una masa intraabdominal que 
se mueve con libertad. La CT y la ecografía del abdomen mues-
tran una lesión quística bien circunscrita, que proviene del epiplón 
mayor. El tratamiento incluye resección de todos los quistes epi-
ploicos sintomáticos. Es posible extirpar con facilidad estas lesio-
nes benignas con técnicas laparoscópicas.
Neoplasias del epiplón
Los tumores primarios del epiplón son raros. Las neoplasias benig-
nas del epiplón incluyen lipomas, mixomas y tumores desmoides. 
Los tumores malignos primarios del epiplón se consideran tumores 
estromales derivados del mesodermo, en los que se han descrito 
algunas características histoquímicas relacionadas con los tumo-
res estromales gastrointestinales, incluida la respuesta inmunitaria 
positiva a c-kit. Son muy comunes los tumores metastásicos que 
afectan al epiplón y el cáncer de ovario es el que lo afecta con más 
frecuencia. Los tumores malignos de estómago, intestino delgado, 
colon, páncreas, vías biliares, útero y riñón pueden dar metástasis 
al epiplón.
MESENTERIO 
Anatomía quirúrgica
El mesenterio del yeyunoíleon y del colon actúa como una vía 
importante de estructuras arteriales, venosas, linfáticas y nerviosas 
para su trayecto al intestino y de este a su punto de origen. Los 
tejidos mesentéricos se desarrollan a partir del mesenterio dorsal 
del embrión que une los intestinos anterior, medio y posterior a la 
pared posterior del abdomen. El mesenterio dorsal se transforma en 
el epiplón mayor en sentido proximal; el mesenterio del intestino 
delgado en la región del yeyunoíleon y el mesocolon en la región 
del colon. Durante el desarrollo fetal, después del retorno hernia-
rio y la rotación de 270° del intestino medio a su sitio intraperito-
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neal, el mesenterio reducido alcanza su estado final de fijación. El 
duodeno y los segmentos laterales del colon quedan fijos al retro-
peritoneo en tanto que el mesenterio de intestino delgado, el del 
colon transverso y el del colon sigmoide permanecen móviles (fig. 
35-11). Los defectos en estas fases del desarrollo normal, desde la 
rotación del intestino medio ocasionan trastornos de muy diverso 
tipo que provienen de la rotación defectuosa del intestino medio. 
Las anomalías anatómicas del mesenterio que provienen de tal pro-
blema incluyen hernias paraduodenales o mesocólicas (fig. 35-12), 
cuyo cuadro inicial puede ser de obstrucción intestinal crónica o 
aguda en niños o adultos.
Mesenteritis esclerosante 
La mesenteritis esclerosante, que se conoce también como mesen-
teritis retráctil, paniculitis mesentérica o lipodistrofia mesentérica, 
es un trastorno inflamatorio y fibroso crónico, poco común, que 
incluye una porción del mesenterio intestinal. No tiene predominio 
por género o raza, pero la mesenteritis esclerosante se diagnostica 
con mayor frecuencia en personas > 50 años.
Se desconoce la causa de este proceso, pero su característica 
cardinal es el aumento en la densidad hística dentro del mesenterio. 
Puede ser localizado y relacionarse con una discreta tumoración 
mesentérica no neoplásica, o más difuso, a veces afecta grandes 
franjas de mesenterio sin bordes bien definidos. Es posible que 
haya grados relativos variables de degeneración adiposa, inflama-
ción y fibrosis en el examen histológico, lo que da origen a los 
diversos términos usados para describir este trastorno. No se sabe 
si tales variaciones constituyen etapas en un fenómeno seriado o 
diferencias en la biopatología básica. El síntoma inicial más fre-
Figura 35-11. Los fenómenos por rotación durante el desarro-
llo del tubo digestivo (GI) en el feto dan como culminación la 
posición final de segmentos de dicho tubo y relaciones anató-
micas del mesenterio intestinal con el retroperitoneo. Es posible 
vigilar durante la rotación antihoraria de 270° del mesenterio 
hasta su posición en el cuadrante inferior derecho, al ciego mar-
cado con la letra “B”.Durante estos fenómenos, el duodeno y 
los segmentos derecho e izquierdo del colon y su mesenterio 
quedan fijados al retroperitoneo de modo que dejan en situa-
ción de movilidad al intestino delgado y al sigmoide unidos a 
sus mesenterios respectivos. (Reproducido con autorización de 
Healy JE, Hodge J (eds). Surgical Anatomy, 2nd ed. Toronto: 
BC Decker, 1990:151.)
Figura 35-12. Hernia mesocólica del intestino delgado hacia un 
saco herniario retrocólico posterior al mesenterio del colon descen-
dente. Las hernias de este tipo, así como las hernias hacia las fosas 
paraduodenales, se deben a la fijación anormal de las estructuras 
mesentéricas durante la rotación intestinal. (Reproducida con auto-
rización de Healy JE, Hodge J [eds.]: Surgical Anatomy, 2nd ed. 
Toronto: BC Decker, 1990, p 153.)
cuente es el dolor abdominal, seguido por la presencia de una 
tumoración o, con menor frecuencia, obstrucción intestinal. Sin 
embargo, muchos casos se descubren de manera incidental cuando 
se practican estudios de imagen, más a menudo CT por razones no 
relacionadas. 
1 2
4 5
3
Hígado
Estómago
Aorta
Arteria
mesentérica superior
Aorta
Mesosigmoide, no fijo
Mesocolon
transverso,
no fijo
Ombligo
Ombligo
A
B
B
A
A'
A
'
A"
B'
B
'
B"
B"'
270°
90°
Mesenterio,
fijo
Inserción
mesentérica
del intestino
delgado
Arteria
mesentérica
superior
Mesenterio
fijo
A' A'
A'
A'"
A"
B"
B'
B' B'
B'"
A
B
Vena mesentérica inferior
Arteria cólica izquierda
Saco herniario
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La CT abdominal permite verificar la presencia de una tumo-
ración o área del mesenterio con mayor densidad que el tejido 
mesentérico normal. Se identifican estructuras vasculares en su 
trayecto por las áreas afectadas, que en ocasiones abarcan la base 
del mesenterio (fig. 35-13). Aunque la CT no permite distinguir en 
forma definitiva la mesenteritis esclerosante de un tumor mesenté-
rico primario o secundario, la identificación de un “signo de anillo 
adiposo” o una zona hipodensa alrededor del área de la tumora-
ción se sugiere como una forma para distinguir la mesenteritis 
esclerosante del linfoma. La presencia de una franja muy atenuada 
también se sugirió como un hallazgo radiográfico que favorece el 
diagnóstico de mesenteritis.
Los hallazgos operatorios varían desde una masa mesen-
térica aislada y circunscrita (fig. 35-14) hasta áreas amplias de 
nódulos y engrosamiento del mesenterio. A menudo se ha utili-
zado el tejido obtenido quirúrgicamente para biopsia y confirmar 
el diagnóstico y descartar un cuadro neoplásico. La extensión 
y localización de la afectación mesentérica define y en algunos 
casos, limita las opciones para la intervención quirúrgica. Además 
de la biopsia simple, puede considerarse la resección intestinal y 
mesentérica, sobre todo en casos en los que es técnicamente posi-
ble con base en el tamaño de la tumoración y en la capacidad para 
evitar lesionar la irrigación sanguínea del intestino delgado. Sin 
embargo, a menudo la afectación de las estructuras vasculares en 
la raíz mesentérica hace que sea imposible la resección. Rara vez, 
puede considerarse la creación de un estoma de algún tipo para 
la derivación fecal en presencia de obstrucción. El uso reciente 
de la tomografía por emisión de positrones con CT ha sido 
un método eficaz para descartar neoplasias en presencia de 
masas mesentéricas, lo cual deja a la mesenteritis esclerosante 
como diagnóstico de exclusión.
En la mayor parte de los casos de mesenteritis esclerosante, el 
proceso parece autolimitarse, incluso a veces presenta regresión si 
se sigue con estudios de imagen periódicos. Es muy probable que 
los síntomas mejoren sin intervención, por lo que los tratamientos 
Figura 35-13. Estudio de CT de mesenteritis esclerosante (lipodistro-
fia mesentérica). Este padecimiento no se diferencia con facilidad de 
una neoplasia del mesenterio en el estudio radiológico. En este caso, 
el estudio mostró “tumor mesentérico adiposo con afectación de vasos 
mesentéricos” y la “lipodistrofia mesentérica” se demostró en la explo-
ración mediante los hallazgos de la biopsia. El hallazgo de una franja 
muy atenuada alrededor de la lesión, como se observa en esta imagen, 
se relaciona con el diagnóstico de mesenteritis.
Figura 35-14. Hallazgos quirúrgicos al momento de la resección de lo 
que se creía era un tumor mesentérico, pero que resultó ser un foco de 
lipodistrofia mesentérica. En este caso, el sitio relativamente pequeño 
de compromiso y la localización periférica en el mesenterio permi-
tieron la resección en bloque, con un segmento del intestino delgado 
adyacente.
quirúrgicos agresivos casi nunca están indicados. En los casos con 
cuadro clínico problemático que no son susceptibles a la resección 
por la afectación diseminada del mesenterio o la localización des-
favorable, se administra tratamiento farmacológico para aliviar los 
síntomas intensos. Entre los fármacos que se han usado están 
los corticoesteroides, colquicina, tamoxifén y ciclofosfamida.
Quistes del mesenterio
Los quistes del mesenterio son lesiones benignas con una inciden-
cia < 1 en 100 000. Aún se desconoce el origen de estos quistes, 
pero se proponen varias teorías, que incluyen el que su aparición 
se deba a una degeneración de los linfáticos mesentéricos y que 
corresponden tan sólo a una anomalía congénita.
Los quistes mesentéricos pueden ser asintomáticos o inducir 
los síntomas de una anomalía masiva y casi siempre son agudos 
o crónicos. El dolor agudo suele ser causado por rotura o torsión 
del quiste o de hemorragia aguda al interior de la cavidad quística.
Los quistes mesentéricos también suscitan dolor crónico 
intermitente del abdomen por la compresión de estructuras adya-
centes o torsión espontánea seguida de reducción de la torsión del 
quiste. Dichos quistes pueden ocasionar síntomas inespecíficos 
como anorexia, náuseas, vómitos, fatiga y périda de peso.
La exploración física revela una tumoración que sólo se 
mueve lateralmente (signo de Tillaux), a diferencia de los quis-
tes del epiplón, que se mueven con libertad en todas direcciones. 
Tillaux fue el primero que refirió este hallazgo físico y, en 1850, 
por primera vez extirpó con éxito un quiste del mesenterio.
Para la valoración de personas con quistes mesentéricos se 
utilizan la CT (fig. 35-15), la ecografía y la MRI. Por lo regular los 
quistes tienen aspecto uniloculado sin un componente sólido en su 
imagen. Con menor frecuencia pueden ser múltiples o multitabica-
dos o difíciles de diferenciar de los tumores mesentéricos sólidos 
con componentes quísticos como el tumor de estroma quístico o 
el mesotelioma. El linfangioma quístico mesentérico puede pre-
sentarse con múltiples quistes, a menudo grandes, en un cuadro de 
dolor abdominal. Por lo general es difícil tratarlos y casi de manera 
invariable recurren después de su resección.
Cuando los quistes simples del mesenterio causan síntomas, 
se extirpan por medios quirúrgicos en forma abierta o laparoscó-
pica. No es recomendable destaparlos o marsupializarlos, ya que 
los quistes del mesenterio tienen una gran tendencia a recurrir 
cuando sólo se los drena. En pocas ocasiones el mesenterio adya-
cente puede estar adherido de forma densa al quiste o es necesario 
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sacrificar vasos mesentéricos para extirparlo en su totalidad, en 
cuyo caso se practica una resección intestinal segmentaria.
Tumores del mesenterio
Los tumores primarios del mesenterio son poco frecuentes. Las 
neoplasias mesentéricas benignas incluyen lipoma, linfangioma 
quístico y tumores desmoides. Los tumores malignos primarios del 
mesenterio son similares a los descritos para el epiplón. Se han des-
crito liposarcomas, leiomiosarcomas, histiocitomas fibrosos malig-
nos, lipoblastomas y linfangiosarcomas. El carcinoide metastásico 
del intestino delgado en ganglioslinfáticos mesentéricos puede 
exceder el volumen de la enfermedad primaria y alterar la perfusión 
del intestino. El tratamiento de las neoplasias malignas mesentéri-
cas incluye resección amplia del tumor. Dada la proximidad con 
las estructuras de irrigación intestinal, tal vez estas resecciones no 
sean factibles desde el punto de vista técnico o implican la pérdida 
de tramos importantes de intestino.
RETROPERITONEO
Anatomía quirúrgica
El retroperitoneo se define como el espacio entre la envoltura pos-
terior del peritoneo y la pared posterior del cuerpo (fig. 35-16). 
El espacio retroperitoneal está limitado en la parte superior por el 
diafragma, atrás por la columna vertebral y los músculos iliopsoas 
y en la parte inferior por los músculos elevadores del ano. No obs-
tante el retroperitoneo se encuentra delimitado en su parte anterior 
por el repliegue posterior del peritoneo, el borde anterior del retro-
peritoneo está muy enrollado sobre sí mismo y se extiende hacia 
los espacios que están entre los mesenterios del intestino delgado 
y del grueso. Dada la rigidez de los límites superior, posterior e 
inferior y la adaptabilidad del margen anterior, los tumores retro-
peritoneales tienden a expandirse hacia adelante en dirección de la 
cavidad peritoneal.
Infecciones retroperitoneales
El repliegue posterior del peritoneo limita la diseminación de casi 
todas las infecciones intraabdominales al peritoneo. En consecuen-
cia, las infecciones retroperitoneales suelen originarse en un órgano 
que está dentro o colindando con él. La apendicitis retrocecal, la 
perforación contenida de úlceras duodenales, la perforación yatró-
Figura 35-15. Estudio de CT de un quiste del mesenterio (imagen izquierda). El aspecto unilocular sin componentes sólidos sugiere el diagnóstico 
de quiste benigno. Los hallazgos operatorios durante la exploración laparoscópica (imagen derecha) confirman el diagnóstico de quiste uniloculado 
(por CT) que será enucleado de su mesenterio con un plano relativamente avascular junto a los vasos mesentéricos.
gena de esofagogastroduodenoscopia o colangiopancreatografía 
retrógrada endoscópica y la pancreatitis complicada pueden cul-
minar en infección retroperitoneal con formación de abscesos o sin 
ella. El amplio espacio y los límites poco precisos del retroperito-
neo permiten que algunos abscesos en dicho plano asuman un gran 
tamaño antes de ser diagnosticados.
Las personas con abscesos retroperitoneales suelen mostrar 
un cuadro inicial de dolor y fiebre, pero también pueden estar pre-
sentes algunos signos preocupantes de septicemia según la intensi-
dad clínica. El dolor puede mostrar localización variable e incluir 
el dorso, la pelvis o los muslos. Alrededor de la cicatriz umbilical 
o del flanco a veces se observa eritema. El diagnóstico se con-
firma mejor por medio de CT en el cual se demuestra un conjunto 
uniloculado o multitabicado junto con “bridas” en partes blandas 
retroperitoneales (fig. 35-17).
El tratamiento de infecciones retroperitoneales incluye la 
identificación y la corrección de la entidad primaria, antibióticos 
por vía intravenosa y el drenaje de todos los cúmulos perfecta-
mente definidos. Los cirujanos prefieren decididamente el drenaje 
percutáneo orientado por estudios imagenológicos, pero a veces se 
necesita el drenaje quirúrgico para la expulsión adecuada de cúmu-
los complejos o múltiples. La mortalidad publicada por absceso 
retroperitoneal, incluso cuando se drena, es de hasta 25%, o aun 
mayor en casos raros de fascitis necrosante del retroperitoneo.
Fibrosis retroperitoneal
La fibrosis retroperitoneal es un trastorno que se caracteriza por la 
hiperproliferación de tejido fibroso en el retroperitoneo. Este puede 
ser un padecimiento primario, como en la fibrosis retroperitoneal 
idiopática, que se conoce también como enfermedad de Ormond, o 
una reacción secundaria a un proceso inflamatorio, una neoplasia 
maligna o un medicamento precipitante. La fibrosis retroperitoneal 
idiopática es una anomalía poco frecuente que afecta a 0.5 pacien-
tes por 100 000 sujetos cada año. Es dos veces más probable que 
se afecten los varones, sin predilección por algún grupo étnico en 
particular. La enfermedad se inclina sobre todo por individuos de 
la cuarta a sexta décadas de la vida.
Se han planteado mecanismos alérgicos o autoinmunita-
rios, pero no hay certeza en la patogenia de este trastorno. En la 
periaortitis crónica, un cuadro muy similar, es de particular interés 
la relación con el alelo HLA-DRB1*03 vinculado con enfermeda-
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des autoinmunitarias como el lupus eritematoso sistémico, la dia-
betes mellitus tipo 1 y la miastenia grave, para definir una causa 
autoinmunitaria de la fibrosis retroperitoneal. En más de 90% de 
los sujetos con fibrosis retroperitoneal se encuentran en la circula-
ción anticuerpos contra ceroide, un subproducto lipoproteináceo de 
Figura 35-16. Anatomía del retroperitoneo. (Reproducida con autorización de Healy JE, Hodge J [eds]: Surgical Anatomy, 2nd ed. Toronto: 
BC Decker, 1990, p 201.)
Figura 35-17. Estudio de CT de un absceso retroperitoneal que 
complica una infección retroperitoneal compleja, tratada de forma 
quirúrgica; la anomalía resultó de una perforación ampollar durante 
una colangiopancreatografía retrógrada endoscópica. Puede ser difícil 
tratar esta variedad de infección y podrían requerirse varias interven-
ciones, como drenaje percutáneo, antes de lograr su resolución.
la oxidación de las placas ateromatosas vasculares. Aún es incierta 
la relación de este hallazgo con la presentación de fibrosis. En la 
reacción inflamatoria inicial predominan células T colaboradoras, 
células plasmáticas y macrófagos, pero más adelante son sustitui-
dos por fibroblastos que sintetizan colágeno. Al microscopio no 
es posible diferenciar el infiltrado del que se observa en la afecta-
ción periadventicia de la aortopatía aneurismática, la tiroiditis de 
Riedel, la colangitis esclerosante y la enfermedad de Peyronie. El 
proceso fibroso se inicia en el retroperitoneo justo abajo del nivel 
de las arterias renales. La fibrosis se extiende de forma gradual 
e invade uréteres, vena cava inferior, aorta, vasos mesentéricos o 
nervios simpáticos. En 67% de los casos se observa una afectación 
bilateral.
La fibrosis retroperitoneal también al parecer es consecuencia 
de diversos cuadros inflamatorios que incluyen aneurisma de la 
aorta abdominal, pancreatitis, histoplasmosis, tuberculosis y acti-
nomicosis. Asimismo, se vincula con distintas neoplasias malignas, 
que incluyen cánceres prostático, pancreático y gástrico, así como 
linfoma no Hodgkin, tumores estromales y tumores carcinoides. 
Hay descripciones de fibrosis retroperitoneal en relación con tras-
tornos autoinmunitarios, como espondilitis anquilosante, lupus 
eritematoso sistémico, granulomatosis de Wegener y poliarteritis 
nudosa. 
Hay pruebas de peso de que la metisergida, un alcaloide 
semisintético del cornezuelo de centeno que se utiliza en el tra-
tamiento de migrañas, interviene como elemento causal en algunos 
casos de fibrosis retroperitoneal. Otros fármacos que se relacionan 
con fibrosis retroperitoneal incluyen bloqueadores beta, hidrala-
zina, metildopa α y entacapona, un medicamento que inhibe a la 
catecol-O-metiltransferasa y que se emplea como complemento, 
Pared posterior
del hígado
Glándula
suprarrenal
derecha
Duodeno
Uréter derecho
Riñón derecho
Músculo
cuadrado lumbar
Músculo
psoas mayor
Arteria iliaca
primitiva
Transcavidad
de los epiplones
Bazo
Glándula
suprarrenal izquierda
Ligamento
frenocólico
Riñón izquierdo
Páncreas
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junto con la levodopa, en el tratamiento de la enfermedad de Par-
kinson. Cuando se suspenden estos agentes la fibrosis retroperito-
neal involuciona.
Los síntomas de presentación dependen de las estructurasque 
afecta el proceso fibroso. Al comienzo, los pacientes se quejan de 
una aparición insidiosa de dolor abdominal constante, mal locali-
zado. El dolor abdominal súbito o intenso puede indicar isquemia 
mesentérica aguda. Otros síntomas de fibrosis retroperitoneal son 
edema unilateral de la pierna, claudicación intermitente, oliguria, 
hematuria y disuria.
Al igual que los síntomas, los hallazgos durante la explora-
ción física varían según sea la estructura retroperitoneal dañada. En 
consecuencia, pueden incluir hipertensión, palpación de una masa 
en el abdomen o en la fosa renal, edema de la extremidad inferior 
(unilateral o bilateral) o disminución de los pulsos de las extremi-
dades inferiores (en un lado o en ambos). Los datos de laboratorio 
muestran concentraciones elevadas de nitrógeno ureico sanguíneo 
o creatinina, o ambos. Como en muchos procesos inflamatorios 
autoinmunitarios, en sujetos con fibrosis retroperitoneal casi siem-
pre está incrementada la velocidad de sedimentación globular.
Para el diagnóstico de la fibrosis retroperitoneal se usan 
muchas modalidades de imagen con sensibilidades diversas. La 
ecografía del abdomen y de las extremidades inferiores es el proce-
dimiento de imagen que implica menor penetración corporal, pero 
los resultados dependen del operador. Puede ser útil si predomi-
nan los síntomas de compresión iliocava o renal. 
En la ecografía de extremidad pélvica se puede identificar 
trombosis venosa profunda, en tanto que la que se hace en el abdo-
men puede detectar una masa anormal o hidronefrosis.La pielogra-
fía intravenosa (IVP; intravenous pyelography), que alguna vez 
fue el método diagnóstico más indicado, se utiliza cada vez menos. 
Cuando están afectados los uréteres, los hallazgos en la pielografía 
IV incluyen compresión ureteral, desviación de los uréteres hacia 
la línea media e hidronefrosis.
El estudio imagenológico de elección es la CT abdominal y 
pélvica con medio de contraste oral e intravenoso y casi siempre 
permite determinar la extensión del proceso fibrótico. En caso de 
disminución de la función renal, el hecho de no utilizar material de con-
traste intravenoso disminuirá la posibilidad de definir los planos de 
tejido retroperitoneales. En tal caso, el procedimiento de elección es 
la MRI, debido a que la intensidad de la señal del proceso fibroso 
es discreta respecto al músculo o grasa. Adicionalmente, la angio-
grafía por MRI suele permitir una valoración apropiada del grado 
de afectación iliocava. Una vez que se advierte una lesión en masa, 
debe tomarse biopsia para descartar un cáncer retroperitoneal. Es 
posible obtener la pieza con técnicas guiadas por imágenes o por 
medio de un procedimiento quirúrgico de biopsia retroperitoneal, 
el cual puede realizarse por laparoscopia o por laparotomía abierta.
Tras descartar una neoplasia, efectos farmacológicos e infec-
ciones, se instituye el tratamiento del proceso fibroso retroperi-
toneal. Los fármacos fundamentales son los corticoesteroides, 
con o sin medidas quirúrgicas. El tratamiento quirúrgico consiste 
sobre todo en ureterólisis o colocación de endoprótesis ureterales 
en pacientes que presentan hidronefrosis moderada o masiva. Está 
demostrado que la ureterólisis laparoscópica es tan efectiva como 
el procedimiento abierto. Los pacientes con trombosis de las venas 
iliacas y cava requieren anticoagulación, aunque es incierta la dura-
ción apropiada del tratamiento. Las intervenciones endovasculares 
en caso de oclusión iliocava han demostrado que son eficaces en 
grupos pequeños de pacientes. La administración de predni-
sona se inicia en dosis relativamente alta (60 mg en días alter-
nos por dos meses) y luego se reduce en forma gradual en los dos 
meses siguientes. La eficacia terapéutica se valora con los síntomas 
del paciente y en los estudios de imagen periódicos. También se 
han usado ciclosporina, tamoxifén y azatioprina para tratar a los 
pacientes que no responden a los corticoesteroides.
El pronóstico general de la fibrosis retroperitoneal idiopática 
es excelente, con tasas de sobrevivencia a cinco años de 90 a 100%. 
Dado que se presentan recurrencias a largo plazo se justifica el 
seguimiento durante toda la vida.
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