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Gestalt Amar con las manos
Cuando nuestro antepasado común, el homo erectus, liberó las 
manos y empezó a caminar exclusivamente sobre la planta de 
los pies, se produjo un enorme salto evolutivo. Las manos no 
sólo empezaron a fabricar herramientas y armas, sino que 
también iniciaron un largo aprendizaje para comunicar, para dar 
y recibir, para acariciar y amar.
El lenguaje ha ido acumulando expresiones que ponen de 
relieve la importancia que atribuimos a las manos. La deferencia 
y la confianza pueden expresarse "dando la mano", el 
compañerismo, "echando una mano" y la solidaridad, 
"trabajando mano a mano". Si queremos pasar del discurso a la 
acción, nos ponemos "manos a la obra". De alguien muy 
expresivo decimos que "habla con las manos" y de la persona 
con la que podemos contar afirmamos que "siempre está a 
mano". El novio decidido a cerrar su compromiso amoroso "pide 
la mano" de su prometida, como símbolo que representa la 
totali-dad de la persona.
Las manos crean belleza en un 
cuadro o moldean con 
perfección la arcilla del 
alfarero, acarician las cuerdas 
de una guitarra sacándola de 
su silencio, siembran la semilla 
y recogen sus frutos, dan una 
palmada amiga o un empujón 
salvador, curan y cuidan al 
enfermo, acogen al recién 
nacido y cierran los ojos del 
moribundo. Todas ellas son maneras de crear amor, de expresar 
amor, de amar por las buenas. Creamos nuestro universo con el 
pensamiento y la palabra, con las manos lo recreamos y lo 
mimamos cada día.
Las manos comunican
Una mano abierta es el gesto primitivo más universalmente 
inteligible, signo de paz y de saludo, promesa de una posible 
relación con "el otro" que nos es desconocido. Cuando tendemos 
la mano a alguien, se establece además un primer contacto 
físico. Nuestra piel se pone en contacto con otra piel, que puede 
ser cálida o fría, húmeda o seca, áspera o suave. En muchas 
ocasiones es entonces cuando se produce una corriente de 
simpatía, un movimiento de repulsión, o simplemente de 
indiferencia. Decimos que ha funciona-do o no "la química" entre 
dos personas.
En gran parte de los países occidentales, casi todo el contacto 
físico en las relaciones sociales queda limitado a ese primer 
apretón de manos. Parece existir un miedo atávico, una especie 
de tabú difícil de transgredir, que nos impide ir más allá. 
Cualquier otro gesto se ve cargado de una connotación sexual 
en sentido estricto. Sobre todo entre hombres. Toda otra 
muestra de afecto, cariño o efusividad corporal queda acotada 
al terreno deportivo, donde se consideran normales expresiones 
de arrebatamiento, que caerían bajo sospecha en cualquier otro 
contexto.
Sin embargo, en otras culturas el tacto y el contacto no han sido 
tan reprimidos como en Occidente. En China puede verse a los 
soldados fotografiarse cogidos de la mano con un candor que 
recuerda las estampas de Primera Comunión de nuestra 
infancia. 
En Marruecos, es más fácil ver hombres paseando de la mano o 
cogidos del hombro que mujeres. Cuando los yanomani de la 
selva amazónica venezolana encuen-tran a un forastero, 
pellizcan suavemente su piel, la masajean a modo exploratorio, 
con una curiosidad y un ardor desprovisto de toda connotación 
sexual; en breves instantes, llegan a producir una especie de 
éxtasis colectivo contagioso.
Estas diferencias abismales están asociadas a la infancia, a 
cómo y cuánto hemos sido acariciados durante las primeras 
fases de nuestra relación con el mundo. Si nuestros padres 
tenían un excesivo pudor de sus propios cuerpos, transmitido a 
su vez por sus padres, lo más probable es que el mensaje haya 
quedado grabado en nosotros: ¡atención!, hay algo de no 
natural en todo este asunto, o incluso algo de lo que 
avergonzarse. 
Este mensaje ha sido recibido a veces en el inicio de la 
pubertad, cuando el padre o la madre se han sentido incómodos 
ante la sexualidad incipiente de su hijo o de su hija. Como 
consecuencia de esta especie de herencia biológica, no es 
extraño que se produzca un distanciamiento de nuestro cuerpo 
y del de los demás; queda así reforzado el círculo de la 
separación y del aislamiento.
¡Papá, dame un abrazo!
La última película de Alan Parker "El Balneario de Battle Creek" 
muestra el paradigma de la educación clásica, con muchos 
principios y ninguna muestra de afecto corporal. Uno de los 
persona-jes, un alcohólico y rebelde con causa, al borde de la 
demencia, pasa toda su vida en una sucesión de actos de 
provocación para llamar la atención de su padre, el Dr. Kellogg, 
que cree haberle dado todo lo necesario para su educación; al 
final, en una dramática escena, acaba balbuceando lo que había 
estado necesitando desde pequeño: "Papá, dame un abrazo".
Algunos estudios médicos han demostrado que los niños que 
han tenido más contacto físico con sus madres durante los tres 
primeros años de su vida poseen un sistema inmunológico más 
fuerte. Sin saberlo, es lo que muchas madres de las montañas 
de Tailandia, Bolivia, o Nepal, por ejemplo, están 
proporcionando a sus bebés, llevándolos a la espalda 
continuamente, hasta que tienen otro hijo. Son pueblos en los 
que el contacto físico se vive de manera más natural: no hay 
exceso ni defecto, sólo lo justo, para una vida más humana y 
amorosa.
Hoy día, el tacto es en Occidente el pariente pobre entre los 
demás sentidos. Todo parece relegarlo al desván del olvido. 
Gran parte de la comunicación es visual o verbal. Cada día 
nuestro cerebro ha de ocuparse en seleccionar, para retener o 
desechar, el bombardeo de imágenes que nos asedia, 
provenientes del cine y la televisión o de las pancartas publicita-
rias. El oído es sobreestimulado por los ruidos urbanos o las 
charlas y eslóganes inútiles. Se mima al olfato con 
ambientadores, desodorantes y perfumes de moda.
Se intenta comprar el paladar de los consumidores con la 
producción masiva de novedosos productos alimentarios, menús 
culinarios o la mejora de los vinos de crianza. La civilización del 
automóvil ha ampliado el espacio geográfico de la piel, pero 
también lo ha acorazado y distanciado de las demás pieles: es 
como si llevásemos puesto todo el día el caparazón de un 
armadillo, desplazándolo a toda velocidad para evitar toda 
posibilidad de roce. ¿Qué ocasiones quedan entonces cada día 
para el tacto y el contacto?
El espacio del tacto y la caricia
Si el rostro es el espejo del alma, las manos son las plumas que 
escriben el lenguaje del corazón. Para que nuestras manos sigan 
pudiendo expresar el lenguaje del corazón deberíamos convertir 
nuestras rutinas en actos de amor: tomar conciencia de nuestro 
rostro cada mañana al lavarnos, transmitiéndole energía y 
cariño; pasar las páginas del libro que leemos con la suavidad 
de una caricia, apreciando la textura del papel; deslizar los 
dedos por el teclado de la máquina de escribir o del ordenador 
como si se tratara de un piano... Y además, darnos tiempo para 
apreciar la suavidad del pétalo de una rosa o de la piel de un 
melocotón, la calidez de la arena de la playa o la lisura y el 
frescor de un canto rodado del río... Pero sobre todo, poner 
conciencia al estrechar una mano, dar una palmada en el 
hombro de un amigo, abrazar el talle de la pareja, tomar entre 
las manos el rostro de un niño...
También deberíamos reservarnos un tiempo semanal para un 
masaje relajante, dado por un profesional, o recíprocamente 
entre amigos, familiares o en la relación de pareja. 
Potenciaríamos así la comunicación amorosa, el compartir de las 
sensaciones y no sólo de las ideas, la transmisión de salud y no 
únicamente de sentimientos...
El quiromasaje, el shiatsu o digitopuntura japonesa, el masaje 
de polaridad, el magnetismo ... son técnicas que proceden del 
viejo arte de curar con las manos conocido en todas las culturas, 
desde la China antigua y el Alto Egipto, hasta los pueblos indios 
precolombinos. Fue y sigue siendo una de las formas más 
antiguas del amor desinteresado: devolver la salud sin más 
intermediarios que el cuerpo,el contacto físico y la movilización 
de la energía del paciente.
En la relación de pareja, es hora de abandonar la tiranía del 
orgasmo genital, concebido como única y última meta de la 
relación sexual. La caricia no sólo es una preparación para la 
unión extática; es en sí misma un acto amoroso que puede 
expresar la comunión de dos cuerpos y su unidad con el resto 
del Universo. Todo depende de la calidad del momento y de la 
profundidad de la intimidad lograda, en primer lugar con uno 
mismo, condición indispensable para entrar en comunicación 
profunda con el ser del otro. 
Cuando el propio cuerpo es asumido como algo sagrado, puede 
respetarse el cuerpo del otro como un misterio, que la caricia no 
puede agotar con el paso de los años. Más bien lo renueva y lo 
refleja, dejando paso a la sorpresa permanente.
Llega a crearse una inteligencia kinestésica en la pareja, que 
guía la danza de los más mínimos gestos antes de ser 
solicitados. Se curan viejas heridas emocionales y se cubren 
antiguas carencias. Amar con las manos deja de ser entonces un 
lugar conocido, para convertirse en un viaje de continuo 
descubrimiento del misterio inagotable que somos cuando nos 
relacionamos.
"Ser humano", año 1, nº 1, 1995
Cuando se producen las pequeñas desavenencias y rupturas, 
más vale una caricia que mil palabras. El contacto con la piel es 
más inmediato que el discurso lógico. Existe lo que se llama 
memoria ultracorta: una sensación percibida, por ejemplo, con 
la punta de los dedos es capaz de permanecer unas fracciones 
de segundo en los órganos de los sentidos y pasar después a la 
memoria, que la recupera ante un estímulo similar. 
Pueden entonces reproducirse las caracte-rísticas fisiológicas del 
enamoramiento: el corazón late más deprisa, aumenta la 
tensión arterial y se liberan grasas y azúcares para ampliar la 
capacidad muscular. Pero sobre todo, entran en juego las 
endorfinas, poderosos analgésicos naturales, que producen las 
sensaciones asociadas a la felicidad, al cerrar el paso a los 
influjos negativos.
En esta época en que parece aumentar la desconfianza hacia los 
demás y la soledad en medio de la multitud, necesitamos 
remedios sencillos. Recursos personales que no requieran la 
sofisticación tecnológica de "los expertos". De nuestra 
capacidad para desarrollar-los depende la calidad de nuestro 
futuro y del porvenir de las próximas generaciones.
Volvamos a enamorarnos cada día, pues como ha escrito el 
sociólogo P. Sorokin, "el amor es el mejor remedio contra la 
ansiedad, la soledad y la hostilidad; estimula la creativi-dad y 
alarga la vida; y lo mejor de todo es que existen los medios para 
desarro-llarlo". Uno de ellos es, sin duda, reaprender a amar con 
las manos
Por Alfonso Colodrón
 
Graciela E. Prepelitchi
"La felicidad es un bien que se multiplica al ser dividido"
 
	Gestalt Amar con las manos

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