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LA INTELIGENCIA DE LOS NIÑOS MADURA PRONTO 
¿Quién son los jóvenes en el sentido exacto de la palabra? . ¿Los colegiales? , 
¿los estudiantes universitarios? , ¿los aprendices? . Hoy día por ejemplo, decimos: 
"jóvenes poetas" hablando de hombres ya hechos, de treinta años, cuando más de 
uno de nuestros poetas clásicos a esta edad había ya llegado a su más alto grado de 
madurez y perfección. Pues bien, si un poeta es joven a los treinta años, un médico, 
un ingeniero de la misma edad pueden ser considerados jóvenes igualmente hasta 
que, pongamos por ejemplo, su jefe se retire. Gracias a la gerontología, la edad 
humana se ha prolongado y por consiguiente todas las etapas de la vida, y también 
el límite de la juventud, sufren un desfase. Pero este no es sino uno de los aspectos 
del problema. El otro es que los jóvenes viven en una espera, paciente a veces, a 
veces febril: ¿cuándo podrán por fin conseguir los puestos que les son debidos? . 
De esto se sigue que hasta que hayan sido capaces de crear el definitivo cuadro de 
su vida, deben ser considerados como jóvenes, independientemente del número de 
años que tengan. Visto así el problema, ¿por qué no se considerarían ellos mismos 
jóvenes? . En este estado, reaccionan a los problemas de la vida de una manera más 
abierta, más dispuesta a la acción que aquellos que se consideran ya "instalados", 
no buscan avanzar sino tan sólo conservar las posiciones adquiridas. 
En el teatro esos jóvenes no buscan sólo la distracción o la diversión. Para ello, 
disponen de muchas otras posibilidades: clubs, estadios, reuniones privadas. Si van 
al teatro quieren ver cosas importantes y verdaderas. Los adultos dicen general-
mente: dejemos las preocupaciones en el vestuario, basta el día entero para las 
preocupaciones y problemas, ahora lo que buscamos es, encontrar por fin un poco 
de "relax". Pero, ¿por qué los jóvenes querrían relajarse en el teatro? . Ellos serán 
aun en un estado permanente de receptividad. Si ellos están presentes no se pueden 
soslayar los problemas porque la juventud dice, sin ambages, lo que piensa y por 
consiguiente quieren que se les hable de la misma manera. Y hablar francamente en 
el teatro quiere decir denunciar cuanto de malo hay en la vida. Así, los artistas del 
teatro tienen en la juventud un aliado. 
Porque el arte, y claro está el arte del teatro también, tiene necesidad de un 
público que le siga con una atención muy sensibilizada, que quiera participar en la 
organización de las cosas, o valorar las distintas situaciones de la vida. Por eso son los 
jóvenes nuestros compañeros ideales, por excelencia —suponiendo, claro está, que 
queramos exponer en el teatro los problemas de nuestra sociedad. 
Cuando escribo una obra, no pienso nunca en mis futuros espectadores. Se 
piensa en otras cosas. Yo, por ejemplo, lo que quiero es proclamar de la manera más 
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convincente posible, lo que me apasiona más. Esto pide, como es ya sabido, mucho 
esfuerzo. Más tarde, durante los ensayos, no es tampoco el futuro público lo que me 
preocupa, sino la forma definitiva que mi obra toma, observo de qué manera los 
personajes creados por mí en el papel se convierten en personas vivas. No empiezo a 
acordarme del público hasta el ensayo general. Son sus primeras reacciones las que 
me despiertan, me doy cuenta de que somos muchos los interesados en ver lo que 
pasa en la escena. Después del estreno tengo algunas reuniones con espectadores. 
Sus preguntas me llevan a discutir el mensaje que pretendo hacer llegar con mi 
obra, el comportamiento de los personajes y, mientras hacemos esto es cuando 
empiezo a descifrar todo cuanto queda en la penumbra, en el trasfondo de la obra, 
todo cuanto durante mi trabajo ha sido debido al azar, para utilizar una contradic-
ción aparente —al azar necesario—. 
Hay que hacer a veces un esfuerzo muy serio, para destacar de la obra un perso-
naje y alumbrar su personalidad bajo un nuevo aspecto: ¿qué habría hecho si ...? 
¿Por qué ha hecho tal cosa ...? ¿por qué no se ha opuesto a ...? , etc. Son estas 
preguntas difíciles que, sin embargo prueban que la simiente ha encontrado un 
suelo fértil, que ha nacido y crece de una manera determinada y que, incluso, ha 
empezado a vivir fuera de la escena,en el corazón y en el espíritu de los espectadores. 
Estas experiencias se vinculan generalmente a mis conversaciones con los jóvenes. 
Es a lo menos lo que consta en mis estadísticas personales: participar en la discusión 
de una obra, apasiona mucho más a la juventud que a los adultos. Y no en el 
sentido de hacer estética. Quieren someter los problemas que presenta la obra al 
crisol de la realidad. Sus invitaciones me gustan siempre mucho, aun si, como más 
de una vez ha sucedido, me someten sin piedad a las más difíciles y delicadas 
preguntas. A veces sus críticas son muy duras, sobrepasando a los profesionales de 
plumas más aceradas y crueles. Tando dá —a lo menos para mí— el autor desea 
justamente que el telón que cae cuando termina una obra, sea el principio de algo. 
Después del estreno de mi obra "Emisión interrumpida" he participado en gran 
número de encuestas. He estado muy satisfecho cuando en un taller, en un despacho 
los trabajadores me han dado a conocer su interés, su aprobación. Pero para sentirme 
verdaderamente electrizado era menester que me sintiera rodeado de jóvenes que 
tomaban mi obra como punto de partida para discutir luego sobre su vida, su propia 
situación y que comparaban la actitud de uno de los personajes —un muchacho de 
unos veinte años— con la suya propia. Chicos y chicas se preguntaban si una vez conse-
guida su independencia serían capaces de vivir según sus principios, si podrían ir 
hacia adelante sin aceptar compromisos, si su fe humana sería garantía suficiente 
a su fidelidad a las normas morales, enunciadas o tácitas de nuestra sociedad. 
Discutían con gran interés la influencia del comportamiento de las generaciones que 
les habían precedido, los modelos eventuales de su mentalidad por espíritu de 
familia u otras formas colectivas de la sociedad. En suma, la experiencia teatral 
les llevaba a sondear sus propias posibilidades. Entre esos jóvenes había estudiantes 
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y obreros que habían introducido la costumbre de discutir en su club las obras de 
teatro que iban a ver juntos. 
Su seriedad, un poco forzada lo confieso, me ha gustado mucho. La prefiero al 
cinismo, a la pereza. Refiriéndose a los egoístas, a las gentes mezquinas que no 
buscan otra cosa que su provecho y pontifican con frases huecas, me decían con un 
apasionado desprecio que, en mi lugar, en vez de escribir una obra sobre ellos, habría 
debido azotarles. A lo que les contestaba que yo no me considero el azote de Dios. 
Los errores que describo también a mí me impresionan, pero no soy para mis 
personajes un juez insensible, al contrario, en mí encuentran comprensión. Sin 
embargo, es posible que sean ellos los que tienen razón ... 
No quisiera sobre la base de algunos ejemplos arriesgarme a generalizar, pero mi 
poca experiencia es suficiente a convencerme de que hay un gran número de 
jóvenes que esperan que el teatro hable de ellos, se dirija a ellos aunque la obra que 
están viendo no contenga personajes juveniles. Por ejemplo un enorme número de 
jóvenes han visto el film de Zaffirelli "Romeo y Julieta" y lo han visto con una 
enorme devoción aunque son chicos que sólo se interesan en escuchar las orquestas 
beat de nuestro Parque de la Juventud en Budapest y en Varsovia, en el teatro 
Nacional he visto "Hamlet de Shakespeare con Daniel Olbrychski en el papel 
principal. La sala estaba rebosante, ¡rebosante de jóvenes! . El actor en carne y 
hueso encarnando el personaje de Hamlet era como uno de ellos que hubiera subido 
al escenario. Se podía sentir la unidad absoluta entre el personaje, el actor y el joven 
público. Shakespeare hablaba a la juventud de hoy, como si realmente hubiera que-
rido hablar de ellos esa tarde de 1971. Hubo al terminal1 una formidableovación 
para el actor y para el escenarista. 
La inteligencia de los niños madura deprisa. Gracias a la multitud de medios 
de información los adolescentes de 15 ó 16 años conocen el mundo al menos tan 
bien sino mejor que lo conocíamos nosotros a los veinte. Su facultad de comparar, 
sus exigencias, su apasionado interés social deben estimularnos a prepararnos mejor 
si queremos llegarles. En cuanto a mí, me parece que la exigencia de la juventud me 
impiden caer en la indiferencia, en el compromiso. Quizá a pesar de eso los jóvenes 
me consideran como un vejestorio. No me gustaría nada que tuvieran razón. 
No es un desplante, lo pienso seriamente. La reacción emotiva e intelectual de 
los jóvenes me interesa más que la opinión de mis compañeros. La mayor parte de 
los jóvenes son sinceros, sinceros hasta llegar a la brutalidad. Y los mejores, los más 
maduros de entre ellos no se contentan con una "contestación" sin substancia, 
saben muy bien lo que quieren. Formulan netamente sus exigencias: aspiran a una 
vida en que el hombre en la colectividad sea verdaderamente un ser colectivo, que 
sean verdaderamente el saber y las aptitudes del individuo las que le llevan al éxito 
y donde no haya cinismo, ni burlas, ni engaños. Sus deseos corresponden pues a los 
esfuerzos de las sociedades revolucionarias y de los hombres progresistas y bien 
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intencionados del mundo entero pero la juventud formula al mismo tiempo sus 
preocupaciones: ¿tendrán la fuerza de llegar a conseguir sus fines, si se encuentran 
frente a frente con aquellos que no son honrados en su proceder sino únicamente en 
sus palabras? . Y si es de estos de quienes van a depender para vivir, ¿serán capaces 
de rebelarse y de aceptar la lucha? . Serán capaces de poner en peligro su posición, 
su piso, su coche para seguir el camino que se han trazado y que exige valor y 
perseverancia o se convertirán en los iguales de esos adultos desencantados y 
cansinos? . 
Yo creo, que en este tipo de preocupaciones, esperan por parte del teatro, una 
ayuda y apoyo. 
Según la Biblia hay que atar una piedra de molino al cuello de aquellas personas 
que suscitan el escándalo, antes de tirarlas al mar. Los jóvenes se escandalizan sobre 
iodo de la mentira —y en eso son iguales a nosotros y a nuestros padres. La 
sinceridad, tanto del pensamiento como del arte, es el primer deber del teatro y del 
autor dramático, ía mayor atracción de la escena es justamente el gran crédito que 
se concede a la palabra, crédito que es preciso salvaguardar, aumentar y si es 
necesario, establecer. 
En el mundo entero se tropieza uno con la misma alarmante duda: ¿será el 
teatro capaz de conservar su público o lo perderá? . Esta preocupación se nutre de 
distintas razones en los distintos países. Se ha maldecido la televisión, pero luego 
se ha demostrado que la técnica no es capaz de triunfar del teatro. Arthur Milier ha 
planteado el problema: la gente ¿es aun capaz de reunirse en una sala para seguir 
en común una experiencia determinada? . Miller cree en la victoria del teatro, a 
condición de que éste sea capaz de ofrecer fe e ilusión, y que estemos dispuestos a 
aceptar lo que no existe aun, pero que puede existir un día. 
Me obstino en creer que para esto podemos tener confianza en la juventud. No 
olvidemos que tiene un gusto especial por el espíritu colectivo: le gusta la comunidad, 
se agrupa espontáneamente alrededor de los conjuntos beat, participa en los hap-
penings sean mejores o peores. ¿Por qué no se agruparía también en torno al 
teatro? . De nosotros depende en gran parte que así sea. Si tomamos a la juventud 
en serio, ellos reaccionarán hacia nosotros de la misma manera, porque la juventud 
está siempre pronta a aceptar la palabra del teatro si éste es sincero y auténtico: yo 
tengo confianza en la juventud y estoy cierto de que esta confianza no es vana. 
Karoly SZAKONYÍ 
Autor dramático. 
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