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TEORIA FEMINISTA - DE LA ILUSTRACION A LA GLOBALIZACION - VOL IIICELIA AMOROS ANA DE MIGUEL

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TEORÍA FEMINISTA:
DE LA ILUSTRACIÓN
A LA GLOBALIZACIÓN
DE LOS DEBATES SOBRE EL GÉNERO
AL MULTICULTURALISMO
FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS3
Celia Amorós
Ana de Miguel (Eds.)
TEORÍA FEMINISTA:
DE LA ILUSTRACIÓN
A LA GLOBALIZACIÓN
DE LOS DEBATRES SOBRE EL GÉNERO
AL MULTICULTURALISMO
FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS3
MINERVA EDICIONES
La edición de este libro ha contado con una subvención económica en virtud del
Convenio Instituto Aragonés de la Mujer (IAM) - Universidad de Zaragoza (Se-
minario Interdisciplinar de Estudios de la Mujer, SIEM)
Cubierta: A. Imbert
Colección: «Estudios sobre la mujer»
© Las autoras
© Minerva Ediciones, S. L., Madrid
Almagro, 38
28010 Madrid (España)
ISBN: 978-84-16089-57-4
Edición digital, 2014
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de re-
producción, distribución, comunicación pública y transformación de esta
obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual.
La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de de-
lito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El
Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el
respeto de los citados derechos.
www.cedro.org
Índice
1. Debates sobre el género, Asunción Oliva Portolés .. 13
2. El feminismo de Nancy Fraser: Crítica cultu-
ral y género en el capitalismo tardío, Ramón 
del Castillo ................................................................. 61
3. Del ecofeminismo clásico al deconstructivo: 
principales corrientes de un pensamiento poco 
conocido, Alicia H. Puleo ........................................ 121
4. El feminismo Postcolonial y sus límites, María 
Luisa Femenías .......................................................... 153
5. Feminismo y multiculturalismo, Celia Amorós .. 215
6. Globalización y nuevas servidumbres de las mu-
jeres, Rosa Cobo ....................................................... 265
7. Globalización y orden de género, Celia Amorós .... 301
8. Sujetos emergentes y nuevas alianzas políticas 
en el «paradigma informacionalista», Celia 
Amorós ...................................................................... 333
Para Begoña San José, que siem-
pre sabe hacer de puente entre la teo-
ría feminista y la militancia política
Agradecimientos
En este libro cristaliza el esfuerzo colectivo del grupo
que, desde el curso 1990-1991, sin solución de continuidad,
viene impartiendo un curso de Historia de la Teoría Femi-
nista, entre los muchos que organiza el Instituto de Inves-
tigaciones Feministas de la Universidad Complutense de
Madrid. Queremos agradecer el apoyo que ha recibido
siempre por parte del Consejo así como de sus sucesivas Di-
rectoras: Concha Fagoaga, Cristina Segura, Ana Sabaté y
Rosa García Rayego. Ha sido inestimable la colaboración,
año tras año, de su Secretaria, la entrañable Juany Merino.
Queremos asimismo de manera muy especial hacer constar
que, sin la dedicación y la eficacia de Cristina Justo, la edi-
ción de este volumen no hubiera sido posible. Quisiera tam-
bién hacer constar mi agradecimiento a Stella León por su
valiosa colaboración.
Celia Amorós y Ana de Miguel
1
DEBATES SOBRE EL GÉNERO
Asunción Oliva Portolés
1 C. Delphy, L’ennemi principal II, Penser le genre, París, Editions
Syllepse, 2001, pág. 52.
El término género ha tenido una historia accidentada desde
que se introdujo, a partir de la lingüística, en la medicina y la
psiquiatría a mediados de los 50 y de allí pasó a las ciencias so-
ciales y a la teoría feminista. Primero fue el concepto clave de
las teorías que estaban en contra del determinismo biológico.
Más tarde, como «sistema sexo-género», se enfrentaría a con-
cepciones como la del marxismo, el psicoanálisis y la teoría de
Lévi-Strauss sobre las relaciones de parentesco, intentando su-
plir sus insuficiencias. Luego sufriría la crítica de las feministas
negras y lesbianas que argumentaban que el género no era la
única ni la más importante instancia en la vida de muchas mu-
jeres, crítica que se enlazó con la que realizaron algunas teóri-
cas influidas por la filosofía postmoderna a conceptos califica-
dos de «totalizadores», como «género, «patriarcado», «mujer»,
considerándolos como meras construcciones del discurso. En
el momento actual, el término que nos ocupa parece estar des-
lizándose hacia el eufemismo. Como afirma la teórica francesa
Christine Delphy, de las dos nociones implícitas en el término,
la de división y la de jerarquía, se hace hincapié solamente so-
bre la división, con lo que «género» puede servir como otro
nombre para «sexo» o «diferencia sexual», sin que ello implique
que uno de los géneros esté supeditado al otro. Esta acepción
apolítica vendría provocada por lo que Delphy llama la «deriva
norteamericana» del concepto que parece estarse extendiendo
al feminismo europeo.1 Quizá por ello exista hoy cierta des-
16 Asunción Oliva Portolés
2 En inglés existe una categoría particular, llamada «género natural»,
que designa la ausencia de sexo de un sustantivo.
confianza hacia el concepto de «género» por parte de algunas
feministas: así, la denominación de «estudios de género» en
sustitución de «estudios feministas» o «estudios sobre las mu-
jeres» parece a muchas teóricas una forma eufemística, fomen-
tada por las instituciones económicas y políticas, de designar
una realidad de subordinación y opresión que no se desea pre-
sentar como tal.
1. Lingüística y género
El uso del término «género», tal como lo utiliza hoy la teo-
ría feminista, no está reconocido por el Diccionario de la Real
Academia Española y ha entrado en nuestro idioma proce-
dente del inglés. En el Diccionario de la R.A.E. «género» es
definido como: «1.Conjunto de seres que tiene una o varias
características comunes. // 2. Modo o manera de hacer una
cosa. // Clase o tipo al que pertenecen personas o cosas. // 4.
En el comercio, cualquier mercancía.// 5. Cualquier clase de
tela. // 6. En las artes, cada una de las categorías o clases en
las que se pueden ordenar las obras según rasgos comunes de
forma y contenido. // 7. Gram. Clase a la que pertenece un
nombre sustantivo o un pronombre por el hecho de concertar
con él una forma y, generalmente sólo una, de la flexión del
adjetivo y del pronombre. En las lenguas indoeuropeas estas
formas son tres en determinados adjetivos y pronombres: mas-
culino, femenino y neutro.» Aunque las acepciones no termi-
nan aquí, y se define más abajo desde el punto de vista gra-
matical el «género femenino» el «género masculino» y el
«género neutro» (se dice de este último que «en español no
existen sustantivos neutros, ni hay formas neutras especiales en
la flexión del adjetivo; sólo el artículo, el pronombre personal
de tercera persona, los demostrativos y algunos otros pro-
nombres tienen formas neutras diferenciadas en singular»)2 no
Debates sobre el género 17
3 T. De Lauretis, Diferencias, Madrid, Horas y Horas, 2000, pági-
hay ninguna otra que haga referencia al concepto que estamos
analizando.
La raíz de los términos gender, genre y género es el verbo
latino generare, el sustantivo genus y el prefijo latino gener—,
tipo o clase. Tanto en castellano, como en francés, inglés y
alemán, el término que designa el «género» se refiere a cate-
gorías gramaticales y literarias. Sin embargo, el significado del
término inglés «gender» está relacionado estrechamente con
los conceptos de sexo, sexualidad y diferencia sexual, cosa que
no ocurre con sus equivalentes en idiomas como el francés,
italiano y castellano.
Así, Teresa De Lauretis señala que, en el American He-
ritage Dictionnary of the English Language, la primera acep-
ción de gender es la de un término clasificatorio gramatical,
y la segunda es «clasificación de sexo: sexo».
Es interesante resaltar —señala la autora (italiana de
origen, pero que reside en EEUU)—, que esta proximi-
dad de sexo y gramática está ausente en las lenguas ro-
mánicas (que, según la opinión popular, son habladas por
pueblos mucho más románticosque los anglosajones). El
español género, el italiano genere y el francés genre no im-
plican ni tan siquiera la connotación del género de una
persona, que se expresa, por el contrario, con el término
usado para «sexo». Y quizá por eso la palabra inglesa genre,
tomada del francés para designar la específica clasifica-
ción de las formas artísticas y literarias (…) está también
libre de cualquier tipo de connotaciones sexuales, tanto
como la palabra genus, la etimología latina de gender, que
se usa en inglés como término clasificatorio en biología y
lógica. Un corolario interesante de esta peculiaridad lin-
güística del inglés (la acepción de gender referida al sexo)
es que el concepto de género que aquí analizo y, por tanto,
toda la intrincada cuestión de la relación entre género hu-
mano y representación, es imposible de traducir en casi
todas las lenguas románicas. (O lo era hasta hace pocos
años, en 1986, cuando escribí este trabajo)3.
18 Asunción Oliva Portolés
nas 36-37. Este capítulo es la introducción, algo modificada, a su obra
Technologies of Gender. Essays in Theory, Film and Fiction, Bloomington,
Indiana University Press, 1987.
4 V. Demonte, «Sobre la expresión lingüística de la diferencia», en
C. Bernis y cols. (eds.), Los Estudios sobre la Mujer: de la investigación a la
docencia, Madrid, Instituto Universitario de Estudios sobre la Mujer,
1991, pág. 291.
5 Corbett J. Greville, Gender, Cambridge, Cambridge University
Press, 1991, pág. 5.
A este respecto, la lingüista Violeta Demonte afirma que
no hay en las lenguas humanas una correlación entre el género
gramatical y las características sexuales: existen lenguas en las
que la marca de género gramatical se basa en otras distincio-
nes, tales como animado/inanimado, humano/no humano, ra-
cional/no racional, o personal/no personal; sin embargo,
…en las lenguas indoeuropeas, en las cuales se señalan
desde muy pronto las diferencias de género gramatical,
existe alguna conexión —aunque con muchos matices—
entre el género de los sustantivos y el sexo de sus refe-
rentes y, más específicamente, entre género gramatical y
propiedades estereotipadas de sus referentes. […] Esas
diferencias entre las lenguas revelan que no hay una pro-
piedad intrínseca de las lenguas humanas, pero implican
también que las lenguas que posean esta correlación ofre-
cerán un campo interesante de contrastación para la hi-
pótesis de que la discriminación sexual puede estar de al-
guna manera gramaticalizada4.
De la misma forma, J. Greville Corbett, después de exa-
minar más de doscientas lenguas, afirma que el número de
géneros no se limita a tres; «cuatro es bastante común y
veinte es posible»5. Por tanto, el término género es enorme-
mente versátil en la lingüística, lo que le despoja de cual-
quier sombra de determinismo biológico.
La propia Demonte subraya el hecho de que en las len-
guas que tienen género gramatical, la clasificación de ciertos
Debates sobre el género 19
6 V. Demonte, art. cit., pág. 292.
sustantivos para designar al conjunto de individuos —tanto
de sexo femenino como masculino— se marca con género
masculino. La autora se plantea, en consecuencia, si la adop-
ción de términos denominados «genéricos» ha estado o está
determinada desde el punto de vista del sexo. Aunque señala
que sigue siendo objeto de controversia entre los especialistas
si la adopción originaria del genérico masculino obedecería
sólo a razones lingüísticas o existirían otro tipo de causas, De-
monte sostiene que en el origen de ciertas clasificaciones de
la gramática están presentes los significados sociales de gé-
nero. En apoyo de su tesis, la autora cita el ejemplo de una
gramática inglesa de 1898 en la que su autor recomienda que
«el principio general sea el de dar el género masculino a las
palabras que sugieran ideas tales como fuerza, fiereza, terror,
mientras que el género femenino se asociará a las ideas opues-
tas de amabilidad, delicadeza y belleza, junto con la fertili-
dad»6. Hay que reconocer, por tanto, como señala la antropó-
loga feminista Virginia Maquieira, que «los usos de la
gramática pueden operar muy fuertemente en favor de la dis-
criminación.» También para la historiadora J. W. Scott, «en
gramática, el género es la manera de clasificar a los fenóme-
nos, un acuerdo social acerca de los sistemas de distinciones,
más que una descripción objetiva de rasgos inherentes».
2. Constitución del género como categoría 
analítica en Kate Millet y Gayle Rubin
Fue el médico John Money en 1955 quien tomó el tér-
mino «gender» de la lingüística y lo aplicó a la sexualidad
cuando estudiaba los problemas de hermafroditismo en el
Hospital de la John Hopkins University. Unos años más
tarde, el psiquiatra Robert Stoller utilizó el concepto de
«identidad de género» en el Congreso Internacional de Psi-
20 Asunción Oliva Portolés
7 K. Millet, Política Sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 82.
coanálisis celebrado en 1963, y en su obra Sex and Gender,
publicada en 1968, afirmó: «El vocablo género no tiene un
significado biológico, sino psicológico y cultural. Los térmi-
nos que mejor corresponden al sexo son «macho» y «hem-
bra», mientras que los que mejor califican al género son
«masculino» y femenino; éstos pueden llegar a ser indepen-
dientes del sexo (biológico)». La idea de que no tiene por qué
existir una correspondencia biunívoca y necesaria entre sexo
y género y que, por tanto, su desarrollo puede tomar cami-
nos independientes será recogida en la obra Política sexual de
Kate Millet, publicada en 1970, quien cita este texto de Sto-
ller y dice estar de acuerdo con él en la idea de que el papel
genérico depende de ciertos factores adquiridos, indepen-
dientes de la anatomía y fisiología de los órganos genitales.
Aunque se considere un instinto la tendencia sexual de
los seres humanos, es preciso señalar que esa importante
faceta de nuestras vidas que llamamos «conducta sexual»
es el fruto de un aprendizaje que comienza con la tem-
prana «socialización» del individuo y queda reforzada por
las experiencias del adulto. […] La influencia que ejercen
sobre nosotros las normas patriarcales sobre el tempera-
mento y el papel de los sexos no se deja empañar por la
arbitrariedad que suponen. Tampoco plantean cuestiones
debidamente serias las cualidades privativas, contradicto-
rias y radicalmente opuestas entre sí que imponen a la per-
sonalidad humana lo «masculino» y lo «femenino». Bajo
su égida, cada persona se limita a alcanzar poco más, o in-
cluso menos, de la mitad de su potencialidad humana.
Ahora bien, desde el punto de vista político, el hecho de
que cada grupo sexual presente una personalidad y un
campo de acción restringidos pero complementarios está
supeditado a la diferencia de posición (basada en una di-
visión de poder) que existe entre ambos. En lo que atañe
al conformismo, el patriarcado es una ideología dominante
que no admite rival; tal vez ningún otro sistema haya ejer-
cido un control tan completo sobre sus súbditos7.
Debates sobre el género 21
8 M. Hawkesworth, «Confounding Gender», en Signs (22), 3, pri-
mavera de 1997, pág. 651.
Desde luego Millet no se inspira sólo en la obra de Sto-
ller, sino que conoce bien la obra de Simone de Beauvoir, El
Segundo Sexo, publicada en 1949 y en la que, al hacer de la
noción de «mujer» una categoría cultural («No se nace mu-
jer, se llega a serlo»), esta utilizando implícitamente la cate-
goría de género, sobre todo en su dimensión de identidad
genérica, aunque sin llegar a tematizarla. Ya en la propia obra
de K. Millet las virtualidades de la categoría «género» em-
piezan a aplicarse al análisis literario: las obras de autores
como H. Miller, D.H. Lawrence y N. Mailer son contem-
pladas bajo una nueva luz. Esta misma indagación será rea-
lizada a partir de entonces por otras teóricas feministas no
ya sólo sobre obras literarias y artísticas, sino también sobre
textos de historia y filosofía, poniendo de relieve que la
opresión de las mujeres puede, o bien tematizarse de forma
ostensible (haymuchos ejemplos en autores de la Ilustra-
ción), o bien manifestarse en forma de exclusión o de invi-
sibilización; a esto se le ha denominado sacar a la luz el
«subtexto genérico».
Por tanto, me parece imprescindible destacar el hecho de
que, cuando aparece la noción de género en la teoría femi-
nista, lo hace vinculada a la división de poder y al patriar-
cado. Esto coincide con la tesis, sostenida por Mary Haw-
kesworth, de que la primera virtualidad que tuvo el concepto
de género fue la de deconstruir la «actitud natural», actitud
que podría resumirse en estos supuestos: sólo hay dos géne-
ros; el sexo corporal genital es el signo esencial del género;
la dicotomía macho-hembra es natural; todos los individuos
deben ser clasificados como masculino o femenino y cual-
quier desviación ha de considerarse como patológica8.
El siguiente paso en la consideración del género lo dio la
antropóloga americana Gayle Rubin, quien propone la de-
nominación de «sistema de sexo-género» (sex-gender system),
22 Asunción Oliva Portolés
9 Tomo este ensayo de la obra editada por Linda Nicholson, The Se-
cond Wave, A Reader in Feminist Theory, Nueva York-Londres, Routledge,
1997. La traducción de las citas es mía.
en un célebre artículo publicado en 1975 y titulado «The
Traffic in Women: Notes on the «Political Economy» of
Sex»9, para suplir las carencias que, en su opinión, presenta-
ban los tres referentes conceptuales presentes en el momento
en que escribe su ensayo: el marxismo, el psicoanálisis y la
teoría de Lévi-Strauss sobre las estructuras de parentesco. De
esta forma, Gayle Rubin intentó poner los cimiento de una
teoría que pudiera explicar la opresión de la mujer en su «in-
finita variedad y en su monótona similitud.»
En primer lugar, Rubin constata que Marx explica cla-
ramente la utilidad que ofrece la opresión de las mujeres
para el capitalismo como elemento fundamental para la re-
producción y el mantenimiento del trabajador y, por tanto,
para la creación de la plusvalía. «El trabajo del hogar cons-
tituye un elemento clave en el proceso de reproducción del
trabajador de quien se obtiene la plusvalía». Ahora bien, esa
utilidad de las mujeres para el capitalismo no explica la gé-
nesis de la opresión de la mujer. Únicamente en la obra de
Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Es-
tado se contempla la opresión de la mujer como parte de la
herencia que recibe el capitalismo de modos de producción
anteriores. Deberíamos fijarnos, dice nuestra autora, en el
método que utiliza Engels más que en sus resultados, muy
limitados por la insuficiencia de las teorías antropológicas
del momento en que vive. Porque es cierto que en esta obra
distingue entre la producción de los medios de subsistencia,
por una parte, y la producción de los seres humanos, esto es,
la reproducción, por otra; sin embargo, aunque destaca la
existencia de esta esfera de la vida social, incurre en un fa-
llo que estará presente en toda la tradición marxista poste-
rior: el concepto de segundo aspecto de la vida material tiende
a pasar a segundo plano o a ser incorporado dentro de la no-
Debates sobre el género 23
ción general de vida material. Por otra parte, Rubin no está
de acuerdo con la dicotomía «producción/reproducción».
Para ella cada modo de producción implica reproducción
(de herramientas, trabajo, relaciones sociales, etc.) y no se
pueden reducir al sexo todos los diferentes aspectos de la re-
producción social, como tampoco limitar la sexualidad a la
mera reproducción biológica. El sistema sexo/género no es
simplemente el momento reproductivo de un «modo de
producción». La formación de la identidad de género es un
ejemplo de producción en el terreno del sistema del sexo. Y
un «sistema sexo/género» abarca más, afirma la autora, que
las «relaciones de procreación», es decir, que la reproducción
en un sentido biológico.
Lo que el marxismo denomina el «segundo aspecto de la
vida material» sólo puede analizarse en profundidad me-
diante un examen de las estructuras de parentesco y, en este
punto, introduce Rubin el análisis de la teoría de Lévi-
Strauss, para quien el parentesco está concebido explícita-
mente como una imposición de la organización cultural so-
bre los hechos de la procreación biológica. En la teoría del
antropólogo francés la esencia de los sistemas de parentesco
reside en el concepto de intercambio (recogiendo la idea de
Marcel Mauss del intercambio del «don») como principio de
organización de la sociedad, siendo el matrimonio la forma
más básica de intercambio, ya que la mujer es el «don» más
preciado. Por esta razón, Lévi-Strauss entiende el tabú del
incesto como el mecanismo que asegura que tales intercam-
bios ocurran entre familias y entre grupos, imponiéndose así
el objetivo social de la exogamia y, con ella, la alianza ante
los fenómenos biológicos del sexo y la procreación. Ahora
bien, si la mujer es el «don», los hombres son los que se lo
intercambian: como señala Lévi-Strauss, la relación de true-
que que constituye el matrimonio no se establece entre un
hombre y una mujer sino entre dos grupos de hombres; las
mujeres no son quienes realizan el intercambio, sino sólo su
objeto. Rubin señala, con toda razón, que Lévi-Strauss ha
construido una teoría implícita de la opresión sexual.
24 Asunción Oliva Portolés
10 G. Rubin, art. cit., en The Second Wave, pág. 32.
El intercambio de mujeres es para Rubin el primero de
un conjunto de conceptos mediante los cuales se describen
los sistemas de sexualidad. Dentro de la teoría de las rela-
ciones de parentesco está implícita una concepción del gé-
nero, de la obligación de la heterosexualidad y de las reglas
que se imponen sobre la sexualidad femenina. En primer lu-
gar, el género es una división de los sexos socialmente im-
puesta. Hombres y mujeres son diferentes, pero se parecen
más entre sí, afirma Rubin con sorna, que a las montañas, a
los canguros o a los cocoteros. «Lejos de ser una expresión
de las diferencias naturales, la identidad genérica es exclu-
sivamente la supresión de las similitudes naturales. Requiere
represión»10. El mismo sistema social que oprime a las mu-
jeres mediante las relaciones de intercambio y oprime a to-
dos los humanos que forman parte de él con su insistencia
en una rígida división de la personalidad. En segundo lugar,
dice nuestra autora, el tabú del incesto presupone el tabú de
la homosexualidad (anterior al del incesto, aunque menos
articulado). El género no es sólo una identificación con un
sexo, sino que lleva consigo, además, la regla de que el de-
seo sexual tenga que dirigirse hacia el otro sexo. «La supre-
sión de los componentes homosexuales de la sexualidad hu-
mana (…) es, claramente, un producto del mismo sistema
cuyas normas y relaciones sirven para oprimir a las muje-
res.» En tercer lugar, la asimetría del género, es decir, la des-
igualdad entre los que intercambian y lo intercambiado (las
mujeres), implica un conjunto de imposiciones sobre la se-
xualidad femenina; en la medida en que los varones tienen
derechos sobre las mujeres que ellas no tienen sobre sí mis-
mas, la homosexualidad femenina, por ejemplo, estará sujeta
a una prohibición aún más dura que la que se ejerce sobre
la del hombre.
El concepto del «intercambio de mujeres» dice Rubin, es
valioso y problemático a la vez. Resulta sugerente porque si-
Debates sobre el género 25
túa la opresión de la mujer dentro del sistema social y no ya
en la biología. Es problemático en la medida en que pre-
tende describir todos los sistemas de parentesco conocidos
empíricamente. Si bien Lévi-Strauss acierta al considerar el
intercambio de mujeres como un principio fundamental de
las relaciones de parentesco, ha construido una teoría de la
opresión sexual que oculta el hecho de que la subordinación
de la mujer es el producto de las relaciones sociales que or-
ganizan y producen el sexo y el género. Nuestra autora no
cree, en cambio, que la asimetría entre los dos sexos tenga
la función de asegurar una dependencia recíproca entreellos
porque sean siempre los varones quienes se beneficien de
ella. Desde el momento en que la mujer es el objeto del in-
tercambio, y no una de las partes, se transforma en signo de
algo, se define como palabra, aunque el mismo Lévi-Strauss
reconozca que ella es, también, productora de signos. El
reino de lo simbólico, de la transformación del estímulo en
signo, aparece con la mediación de la mujer y ello es lo que
marca el paso de la naturaleza a la cultura. No obstante, el
antropólogo francés en ningún momento pone en cuestión
el sexismo del sistema que describe, planteándolo como algo
«dado».
En un tercer momento, Rubin pasa revista a las aporta-
ciones del psicoanálisis. Cree nuestra autora que Freud nos
ha proporcionado una acertada descripción conceptual de
los mecanismos que llevan a cabo la división de los sexos en
nuestra sociedad mediante la fase edípica; es decir, la teoría
de la adquisición del género que Freud describe podría ha-
ber servido de base para una crítica de los «roles» sexuales,
en la medida en la que el psicoanálisis nos aporta una ima-
gen de los mecanismos por los que los sexos se dividen y de-
forman: una descripción de cómo la cría humana, bisexual,
andrógina, se transforma en niño o niña. Pero esta crítica no
se ha producido ni con él ni, mucho menos, con sus conti-
nuadores. En definitiva, dice Rubin, puede ser interesante
analizar de qué forma funcionan, según Freud, los mecanis-
mos sociales que deciden que seamos varones o mujeres.
26 Asunción Oliva Portolés
11 G. Rubin, art. cit., pág. 34.
Pero la introducción de conceptos tales como «envidia del
pene» y «complejo de castración», como forma de explicar
la adquisición de la feminidad por parte de la niña, ha dado
lugar a críticas muy duras por parte del feminismo. Sobre
estas críticas, Rubin afirma:
En la medida en que el psicoanálisis es una raciona-
lización de la subordinación de la mujer, la crítica está
justificada; en la medida en que es una descripción del
proceso que subordina a las mujeres, la crítica es un error.
Como descripción de la forma en la que las culturas fá-
licas domestican a las mujeres y los efectos que tal do-
mesticación tienen sobre las mujeres, la teoría psicoana-
lítica no tiene comparación con ninguna otra11.
En definitiva, según Rubin tanto Lévi-Strauss como
Freud arrojan luz sobre lo que se percibe oscuramente como
las estructuras profundas de la opresión sexual. Las dos teo-
rías nos sirven de advertencia sobre la dificultad y la mag-
nitud de aquello contra lo que luchamos, y sus análisis nos
proporcionan una cartografía preliminar de la maquinaria
social que tenemos que reorganizar. Pero ninguna de ellas
es capaz de presentar la subordinación de la mujer como un
producto de las relaciones sociales a través de las cuales el
sexo y el género se organizan y producen.
Con el objetivo de superar las limitaciones de estos tres
referentes conceptuales, Rubin formula lo que ella deno-
mina el «sistema de sexo-género» en el que estarían presen-
tes tanto las relaciones económicas como las relaciones so-
ciales y personales entre los varones y las mujeres. Define
este concepto como «el conjunto de ajustes o disposiciones
por los cuales una sociedad transforma la sexualidad bioló-
gica en producto de la actividad humana, y mediante los
cuales estas necesidades sexuales transformadas se satisfa-
cen». Este concepto le parece que incluye más elementos
Debates sobre el género 27
12 V. Maquieira, «Género, diferencia y desigualdad», en E. Beltrán y
V. Maquieira (eds.), Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, Madrid,
Alianza, 2001, pág. 163.
que la mera relación de procreación, es decir, que la repro-
ducción en el sentido biológico. También le parece más ade-
cuado que el concepto de patriarcado porque, desde su
punto de vista, el «sistema sexo/género» es un término neu-
tro que se refiere a un tipo de sistema sexual y generizada-
mente desigual, pero que no implica que la opresión sea in-
evitable en otro tipo de sistemas sino, más bien, un producto
de las relaciones sociales específicas que lo organizan.
Me parece necesario subrayar la importancia de este pri-
mer ensayo de Rubin, que hoy es reconocido como punto
de partida de un análisis que ha hecho más difícil, desde en-
tonces, los intentos de ignorar el carácter «generizado» de
todas las relaciones sociales y que ha vinculado el género con
otras desigualdades y contradicciones sociales, eliminando el
anterior enfoque que consideraba «naturales» las relaciones
de género y sustituyéndolo por una visión de éstas como
producto de fuerzas sociales históricas y culturales. Pese a
las muchas críticas que ha cosechado posteriormente, estoy
de acuerdo con Virginia Maquieira en la idea de que des-
pués de este ensayo el género fue considerado «como una
divisoria impuesta socialmente a partir de relaciones de po-
der. Divisoria que asigna espacios, tareas, deseos, derechos,
obligaciones y prestigio. Asignaciones y mandatos que per-
miten o prohíben, definen y constriñen las posibilidades de
acción de los sujetos y su acceso a los recursos»12. Desde mi
punto de vista, «The Traffic in Women» da un paso más en
la aplicación del concepto de género, ya que en este artículo
no tiene únicamente el papel de categoría analítica, como en
Stoller y Millet, sino que se considera, además, un sistema
de organización social.
28 Asunción Oliva Portolés
13 Carol Vance (comp.), Pleasure and Danger. Exploring Female Se-
xuality, Routledge, 1984. En esta obra la preocupación de Rubin no será
ya la de teorizar sobre el género sino la de desarrollar una teoría sexual
que incluya a las minorías sexuales.
14 He tomado las citas de la traducción al castellano: C. Vance
3. Deconstrucción del género: crítica 
a la heterosexualidad obligatoria 
y al esencialismo
No obstante, es preciso señalar que la propia Gayle Ru-
bin realizó una revisión autocrítica de la distinción entre sexo
y género en un artículo que tituló «Thinking Sex» y que pu-
blicó, diez años más tarde, en la obra colectiva, compilada
por Carol Vance, Pleasure and Danger13. Allí Rubin observa
que en «The Traffic in Women» no distinguía «sexo» (como
deseo sexual) de «género», por considerar a los dos como mo-
dalidades del mismo proceso social subyacente. Ahora, en
cambio, piensa que hay que analizar separadamente la se-
xualidad del género porque tienen existencias sociales dis-
tintas, aunque estén relacionados. En este artículo propone
una política de la sexualidad independiente de una política
de género, lo que implicaría cuestionar que la sexualidad se
derive del género y problematizar la confusión semántica en-
tre sexo y género, ámbitos que en su opinión no son inter-
cambiables. Y, aunque «a largo plazo la crítica feminista de
la jerarquía de géneros tenga que ser incorporada a una teo-
ría radical sobre el sexo y la crítica de la opresión sexual deba
enriquecer al feminismo», es preciso elaborar previamente
«una teoría y política autónomas de la sexualidad» por con-
siderar que tanto la sexualidad como el género son políticos,
es decir, están socialmente construidos: existe un sistema de
poder que recompensa y fortalece a algunos individuos y ac-
tividades, mientras castiga y oculta a otros. En la cúspide de
este sistema de poder estaría la sexualidad marital reproduc-
tiva monógama14. En definitiva, lo que le preocupaba a la au-
Debates sobre el género 29
(comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina, Madrid, Re-
volución, 1989, pág. 186. Esta traducción recoge sólo una selección de
textos de la obra original.
15 Cfr. G. Anzaldúa y C. Moraga, This Bridge called my Back: Wri-
tings by Radical Women of Color, Watertown, MA., Persephone Press,
1981.
tora es que pudiera deducirse de su concepto de sistema
sexo-género la idea de que el sexo fuera una realidad «natu-
ral» y que, por tanto, se presentara universalmente de la
misma forma, ajena a la historia, con lo que podría enten-
derse que hacía referencia exclusivamente a la sexualidad he-
terosexual reproductiva.Ya a partir de finales de los 70, el concepto de género va
a recibir serias críticas desde todos los frentes. En primer lu-
gar, desde la perspectiva de mujeres que no se sienten re-
presentadas por el feminismo existente: desde 1974 empie-
zan a aparecer grupos, como el Combahee River Collective,
de feministas negras y lesbianas cuyo objetivo era definir y
clarificar una política propia y las posibilidades de coalición
con otras organizaciones progresistas, entre ellas con las or-
ganizaciones negras masculinas. «Luchamos junto a los va-
rones negros contra el racismo, al tiempo que luchamos con-
tra ellos a causa del sexismo». Esta corriente continuó
durante los 80 con las obras de autoras como Adrienne Rich
(Nacemos de mujer), que denuncia lo que se ha llamado la
«heterosexualidad obligatoria» y habla del «continuum les-
biano»; de mujeres negras y/o lesbianas como bell hooks
(Ain’t I a Woman?), Denise Riley (Am I that Name?), Audre
Lorde (Sister Outside), que se plantean en qué medida la pa-
labra «mujer» las nombra, movimiento que sigue en los 90
con las chicanas Gloria Anzaldúa, Chela Sandoval y María
Lugones15. Todas estas autoras han criticado la reificación
del género que se produce desde el momento en que se es-
tablece la definición del sujeto del feminismo a partir del
único eje del género, lo que ha dado un estatus cuasi onto-
lógico a una noción que pretendía ser una mera categoría de
30 Asunción Oliva Portolés
16 L.Nicholson, Gender and History. The Limits of Social Theory in the
Age of the Family, Nueva York, Columbia University Press, 1986, pági-
nas 17-66.
análisis. La acusación contra el feminismo anterior de pri-
vilegiar la crítica a la visión androcéntrica y con ella poner
por delante el eje del género, olvidando otras instancias
como la raza o la orientación sexual, va a continuar con una
crítica añadida al etnocentrismo, por parte del llamado fe-
minismo del Tercer Mundo o feminismo postcolonial, ha-
cia el feminismo occidental por privilegiar la visión de las
mujeres que habitan en el Primer Mundo.
En segundo lugar, se desencadena, asimismo, una crítica
procedente de la teoría feminista más afín al postmoder-
nismo (primero influida por Lyotard y Lacan, luego por
otros teóricos como Foucault, Deleuze, Derrida, etc.), que
realizará una denuncia de todas las abstracciones y generali-
zaciones, entre ellas de la de género, al mismo tiempo que
pondrá el acento en la heterogeneidad, la fragmentación y,
en definitiva, en las diferencias. Se acusará al feminismo de
las dos décadas anteriores de estar infectado por la prepo-
tencia y la arrogancia de las teorías filosóficas de las que se
nutre (marxismo, psicoanálisis, etc.), al tiempo que será du-
ramente criticado, de nuevo, por su ceguera ante la cuestión
de la raza y la clase social, lo que parece haberle llevado a re-
flejar únicamente el punto de vista de las mujeres occidenta-
les, de clase media, blancas y heterosexuales, en detrimento
de todas las demás. Estas dos críticas acaban por confluir.
Por ejemplo, la historiadora Linda Nicholson piensa que
la perspectiva de Rubin del «sistema sexo-género» presu-
pone un tipo de distinción y relación entre lo biológico y lo
cultural que asume que lo biológico posee una cierta fijeza
y lo cultural un alto grado de variabilidad. De este modo,
las bases biológicas de las diferencias entre mujeres y hom-
bres sirven como el fundamento sobre el que las sociedades
imponen sus diversos significados culturales16. Es decir, para
Debates sobre el género 31
17 Joan Wallace Scott, Gender and the Politics of History, Nueva York, Co-
lumbia University Press, 1988, págs. 28 y sigs. La traducción al castellano
está en Cangiano y DuBois (eds.), De mujer a género. Teoría, interpretación y
práctica feminista en las ciencias sociales, Buenos Aires, Centro Editor de Amé-
rica Latina, 1993. Las citas que haré serán de la traducción al castellano.
Nicholson la introducción de este concepto no termina de
poner en cuestión lo que Hawkesworth ha llamado la acti-
tud «natural» ante el género.
La misma Hawkesworth ha criticado la noción de gé-
nero por su equivocidad. Con el mismo término, señala esta
autora, se nombra la sexualidad, la identidad sexual, la iden-
tidad genérica, el rol sexual y la identidad de rol genérico.
Para evitar confusiones, sería preciso explicitar en qué sen-
tido se utiliza la palabra «género» en cada caso para no caer
en la confusión. Creo que los tres primeros significados es-
tarían dentro de lo que podrían ser aspectos subjetivos del
género, mientras que los dos últimos constituirían sus as-
pectos sociales. Pues bien, en este apartado voy a hablar del
género como categoría analítica, tanto como sistema de or-
ganización social (noción que ya está presente en el primer
ensayo, antes analizado, de G.Rubin, y en los análisis de
J. W. Scott, que trataré a continuación), como en el sentido
de formación de la identidad genérica (en los análisis de Te-
resa De Lauretis y de Judith Butler).
La historiadora Joan Wallach Scott, en su notable en-
sayo, «Gender: A Useful Category of Analysis», publicado
en 1986 como artículo y dos años más tarde como capítulo
de una obra17, examina la aparición del término «género» y
se extiende en la descripción de las formas en que ha sido
utilizado por las historiadoras feministas. Desde una pers-
pectiva favorable a la utilización del término, afirma que
aunque la oposición masculino / femenino, o la «cuestión de
la mujer» estén ya presentes en los y las teóricas del si-
glo xix, el género como categoría analítica surge, explica
Scott, a fines del siglo xx.
32 Asunción Oliva Portolés
18 J. W. Scott, ob. cit., pág. 32.
El término género es parte de los resultados de los in-
tentos de las feministas contemporáneas por lograr un lu-
gar de legitimidad y por insistir en el carácter inadecuado
de los actuales cuerpos de teoría para explicar las des-
igualdades entre los hombres y las mujeres. Me parece
significativo que este término haya surgido en un mo-
mento de gran turbulencia epistemológica que supone, en
algunos casos, un desplazamiento en las ciencias sociales
de los paradigmas científicos a los literarios (…) y en
otros, un debate en el que unos afirman la transparencia
de los hechos y otros insisten en que la realidad es cons-
truida. En el espacio abierto por este debate y desde el
lado de la crítica de la ciencia, desarrollada por las huma-
nidades, así como de la crítica al empirismo y al huma-
nismo hecha por los post-estructuralistas, las feministas
han comenzado a tener no sólo voz propia sino también
aliados académicos y políticos. Dentro de este espacio de-
bemos articular el género como una categoría analítica18.
Esta autora distingue cuatro aspectos del género, conec-
tados entre sí: los símbolos culturales disponibles que evo-
can representaciones múltiples e, incluso, contradictorias
(por ejemplo, Eva y María, que representan la inocencia y
la corrupción dentro de la cultura cristiana); los conceptos
normativos que definen las interpretaciones de los signifi-
cados de los símbolos y que intentan limitar y contener sus
posibilidades metafóricas (así, las oposiciones binarias entre
lo masculino y lo femenino, que se quieren presentar como
atemporales y estáticas); las instituciones y organizaciones
sociales (que deberían incluir no sólo el parentesco y la fa-
milia sino también el mercado de trabajo, la educación, la
política, etc.) Y, en último lugar, la identidad genérica; en
este punto J.W. Scott se muestra muy crítica con la expli-
cación psicoanalítica:
Debates sobre el género 33
19 Ibíd., págs. 35-37.
Si la identidad genérica se basa sólo en el miedo uni-
versal a la castración, la investigación histórica pierde vali-
dez […] Los historiadores necesitan, en cambio, examinar
las formas según las cuales se construyen sustantivamente
las identidades genéricas y relacionar sus hallazgos con un
conjunto de actividades, de organizaciones sociales y de re-
presentaciones culturales históricamente específicas.Los aspectos señalados se relacionan entre sí de modo
diverso a lo largo de la historia, pero sin perder de vista la
idea de que «el género es una manera primaria para signifi-
car las relaciones de poder», o quizá sea mejor decir que «el
género es un campo primario dentro del cual o por medio
del cual el poder se articula»19. Scott cree que es preciso te-
ner en cuenta tanto al sujeto individual como a la organiza-
ción social y articular la naturaleza de su interrelación, para
lo cual se reclama del concepto de poder de Michel Fou-
cault como conjunto de constelaciones dispersas de relacio-
nes desiguales, constituidas discursivamente en «campos de
fuerza» sociales, aunque añade algo que aclara su propia po-
sición respecto a la cuestión del sujeto: «Dentro de estos
procesos y estructuras hay espacio para la existencia de un
concepto de capacidad de acción (agency) humana como un
intento (al menos parcialmente racional) de construir una
identidad, una vida, un conjunto de relaciones y una socie-
dad dentro de ciertos límites y con lenguaje, un lenguaje
conceptual que marque al mismo tiempo los límites y que
contenga la posibilidad de la negación, la resistencia, la rein-
terpretación y el juego de la invención metafórica y de la
imaginación.» En definitiva, si no se puede hablar ya de su-
jeto, quizá se puede hablar de algo más modesto, de la ca-
pacidad de acción autónoma y racional.
Desde otra perspectiva que estudia el género tanto como
sistema de poder como auto-representación para la forma-
34 Asunción Oliva Portolés
20 T. de Lauretis, Technologies of Gender. Essays on Theory, Film and
Fiction, Indiana University Press, 1987, pág. 3. El capítulo que da título
al libro está traducido al castellano en T. De Lauretis, Diferencias, Etapas
de un camino a través del feminismo, Madrid, Horas y Horas, 2000.
ción de la identidad genérica, la feminista Teresa de Laure-
tis se basa en la teoría de la sexualidad de M. Foucault en-
tendida como «tecnología del sexo» (es decir, como las téc-
nicas que la burguesía desarrolla desde el final del siglo xviii
para asegurar su supervivencia como clase y la continuación
de su hegemonía), para afirmar que el género, como repre-
sentación y como auto-representación, es el producto de di-
versas tecnologías sociales (como el cine y las técnicas na-
rrativas), de discursos institucionalizados, epistemologías y
prácticas críticas, y, por supuesto, de prácticas de la vida co-
tidiana. De esta forma, frente a las «tecnologías del sexo» de
Foucault, ella propone las «tecnologías del género».
El filósofo francés, afirma De Lauretis, no ha tenido en
cuenta las diferentes demandas de los sujetos masculino y
femenino y ha ignorado los intereses conflictivos de las mu-
jeres y de los hombres en los discursos y en las prácticas de
la sexualidad. «La teoría de Foucault excluye de hecho, aun-
que no imposibilite, la consideración del género»20. Es de-
cir, la sexualidad (como construcción y como auto-repre-
sentación) en el discurso foucaultiano, lo mismo que en el
tradicional, no está construida con la marca del género, es
decir, poseyendo una forma masculina o femenina, sino que,
simplemente, lleva el sello del varón. «Incluso cuando se lo-
caliza, como a menudo ocurre, en el cuerpo de la mujer, la
sexualidad es un atributo o una propiedad del varón.» Y aquí
reside la paradoja de la teoría foucaultiana: para combatir la
tecnología social que produce la sexualidad y la opresión se-
xual, omite el género. «Pero negar el género, en primer lu-
gar, es negar las relaciones sociales de género que constitu-
yen y dan validez a la opresión sexual de las mujeres; y, en
segundo lugar, negar el género es permanecer «en la ideolo-
Debates sobre el género 35
21 T. De Lauretis, Diferencias, pág. 38.
22 Ibíd.
gía», una ideología que (no por casualidad y, desde luego, no
de forma intencional) está claramente al servicio del sujeto
de género masculino.» Para contrarrestar esta negación, De
Lauretis habla de las «tecnologías del género», es decir, de
las técnicas y estrategias discursivas mediante las que el gé-
nero es construido y, por lo tanto, la violencia es engendrada
y generizada (en-gendered)»21.
Nuestra autora considera al género como la representa-
ción de una relación que asigna a un individuo una posición
dentro de una clase y, por lo mismo, una posición frente a
otras clases previamente preconstituidas (entendiendo por
clase no lo que Marx denomina clase social, sino un grupo
de individuos unidos por determinaciones sociales e intere-
ses). El género es la representación de cada individuo en tér-
minos de una particular relación social que preexiste a éste
y se le atribuye sobre la base de la oposición conceptual de
los dos sexos biológicos. A esta estructura conceptual, señala
De Lauretis, es a lo que las feministas desde Rubin han lla-
mado sistema de sexo-género.
Aunque los significados varían con cada cultura, un
sistema de sexo-género está íntimamente interrelacionado
con factores políticos y económicos en cada sociedad.
Desde esta perspectiva, la construcción cultural del sexo
como género y la asimetría que caracteriza en todas las
culturas a los sistemas de sexo-género (aunque a cada uno
de un modo particular) se entienden como sistemática-
mente ligadas a la organización de la desigualdad social22.
El sistema de sexo-género es, por tanto, un sistema sim-
bólico que pone en relación el sexo con determinados con-
tenidos culturales según los valores y las jerarquías sociales.
«El sistema de sexo-género es, a la vez, una construcción
36 Asunción Oliva Portolés
23 Ibíd., pág. 9.
24 Ibíd., pág. 25.
cultural y un aparato semiótico, un sistema de representa-
ción que atribuye un significado (identidad, valor, prestigio
lugar en el sistema de parentesco, estatus en la jerarquía so-
cial, etc.) a los individuos dentro de la sociedad.» Por ello,
nuestra autora sostiene que, «si las representaciones de gé-
nero son posiciones sociales que llevan consigo diferentes
significados, el que alguien sea representado y se represente
a sí mismo como varón o mujer implica el que asuma la to-
talidad de los efectos de este significado»23. Pero, además, la
representación social del género afecta a su construcción
subjetiva y viceversa, con lo que se abre una puerta a la po-
sibilidad de autodeterminación y de capacidad de acción en
el nivel subjetivo e incluso individual de las prácticas micro-
políticas y cotidianas.
La gran dificultad para la construcción de una nueva
subjetividad estriba en el hecho de que cualquier producción
cultural está construida sobre narrativas masculinas de gé-
nero que, a su vez, se fundan en el contrato heterosexual,
narrativas que tienden a reproducirse en las teorías feminis-
tas, si no nos resistimos a ellas.
Esta es la razón por la que la crítica de todos los dis-
cursos que conciernen al género, incluyendo los produci-
dos o alentados por el feminismo, continúa siendo una
parte tan esencial del feminismo como lo es el esfuerzo
continuado por crear nuevos espacios del discurso, por re-
escribir las narrativas culturales y por definir los términos
desde otra perspectiva — una perspectiva desde «otra
parte» […]. Y es ahí donde hay que plantearse los nuevos
términos de una diferente construcción del género24.
Por su parte, la feminista americana Judith Butler de-
sarrolla una perspectiva constructivista extrema sobre el gé-
nero. Ya en un artículo titulado «Gender Trouble, Feminist
Debates sobre el género 37
25 Incluido en el libro editado por L. Nicholson, Feminism/Postmo-
dernism, Nueva York-Londres, Routledge, 1989. págs. 324 y sigs. Este ar-
tículo está escrito unos meses antes de la publicación de la primera edi-
ción de su obra Gender Trouble.
Theory and Psychoanalytic Discourse»25 comienza con una
crítica al psicoanálisis tanto freudiano como lacaniano para
afirmar que en la teoría freudiana la adquisición de la iden-
tidad de género se realiza simultáneamente a la realización
de una heterosexualidad coherente; así el tabú delincesto
que presupone e incluye el tabú de la homosexualidad opera
sancionando y produciendo la identidad, al tiempo que la
reprime. Tanto en el caso de la teorías lacanianas como en
el de las teorías psicoanalíticas basadas en las relaciones de
objeto, se da por supuesto que en el desarrollo infantil, bien
una represión primaria (en el caso de las primeras), bien una
identificación primaria (en el de las segundas), produce la
especificidad de género y, posteriormente, «da forma, orga-
niza y unifica la identidad.» Las dos posiciones explican la
adquisición del género mediante teorías que estabilizan de
forma falsa la categoría de «mujer». Tales teorías, sostiene
Butler, no necesitan ser explícitamente esencialistas en sus
argumentos para ser efectivamente esencialistas. Ambas
presentan el postulado utópico de un estadio originaria-
mente prediferenciado de los sexos, que, además, preexiste
al postulado de la jerarquía y que queda destruido por la in-
tervención brusca y rápida de la ley del Padre (en las laca-
nianas) o por el mandato edípico de repudiar y devaluar a
la madre (teoría de las relaciones de objeto).
Al fundamentar sus metanarrativas en el mito del
origen, estas descripciones psicoanalíticas de la identidad
de género confieren un falso sentido de legitimidad y
universalidad a una versión culturalmente específica (y
culturalmente opresiva también) de la identidad gené-
rica. Al afirmar que algunas identificaciones son más pri-
marias que otras y sirven para unificar a las demás, la uni-
38 Asunción Oliva Portolés
26 Ibíd., pág. 334.
dad de las identificaciones queda preservada. Las identi-
ficaciones primarias establecen el género de un modo
sustantivo y las secundarias funcionan como atributos de
éste, que pueden revisar o reformar la identificación pri-
maria pero, de ningún modo, poner en cuestión su pri-
macía estructural26.
Las fantasías de género constitutivas de las identifica-
ciones no forman parte del conjunto de propiedades que se
considera que posee un sujeto, sino que constituyen la ge-
nealogía de esta identidad corpóreo-psíquica, el mecanismo
de su construcción. Es decir que, en realidad, no se tienen
las fantasías ni existe alguien que las viva, sino que las fan-
tasías condicionan y construyen la especificidad del sujeto
marcado por el género; ellas son en sí mismas producciones
disciplinarias de sanciones y tabúes con una base cultural.
«Si el género está constituido por la identificación y ésta es
invariablemente una fantasía dentro de otra fantasía (…) el
género es precisamente la fantasía hecha acto por y a través
de los estilos corporales que constituyen las significaciones
del cuerpo.» En este punto Butler trae a colación la teoría
desarrollada por Foucault en Surveiller et punir acerca de la
represión efectuada sobre los delincuentes en la prisión
«moderna»; con ella no se buscaba la sumisión del cuerpo
sino la incorporación de la ley de forma que los cuerpos la
mostraran como una esencia inscrita en ellos. Esto es lo que
Foucault llama el alma y que sitúa «en la superficie, alrede-
dor y dentro del cuerpo». El alma en Foucault no es más
que una significación en la superficie del cuerpo que pone
en cuestión la misma distinción «interno-externo», una fi-
gura del espacio psíquico interior inscrita en el cuerpo.
La redescripción de los procesos intrapsíquicos en
términos de la política de la superficie del cuerpo implica
la consiguiente redescripción del género como la pro-
Debates sobre el género 39
27 J. Butler, Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity,
Londres, Routledge, 1999, pág. 172.
ducción disciplinaria de las figuras de la fantasía me-
diante el juego de presencia-ausencia en la superficie del
cuerpo: implica la construcción del cuerpo generizado
mediante una serie de exclusiones y negaciones, de au-
sencias significativas27.
Cuando la identidad de género se entiende como rela-
cionada causalmente con el sexo, el orden de aparición que
regula la subjetividad genérica se entiende así: el sexo con-
diciona el género y el género determina la sexualidad y el
deseo. Estaríamos dentro de una metafísica de la sustancia
en la que el género y el deseo se ven como atributos que pro-
ceden de la sustancia del sexo y sólo cobran sentido como
un reflejo suyo. En el caso de Butler, si la identificación es
la representación de una fantasía, los actos, los gestos y los
deseos producen el efecto de que existe una sustancia o nú-
cleo interior, pero realmente actúan en la superficie del
cuerpo, mediante un juego de sugerencias significativas que
nos hacen tomar la identidad como principio organizador y
como causa.
Tales actos, gestos y prácticas, generalmente construidos,
son performativos en el sentido de que la esencia de la iden-
tidad que parecen expresar se convierte en una fabricación
manufacturada y sostenida mediante signos corporales y otros
medios discursivos. El que el género sea performativo sugiere
que no tiene estatus ontológico alguno fuera de los diversos
actos que constituyen su realidad; sugiere también que, si esta
realidad es fabricada como una esencia interior, esta misma
interioridad es un efecto y una función de un discurso indu-
dablemente público y social, la regulación pública de la fan-
tasía a través de una política de la superficie del cuerpo.
Es decir, para nuestra autora, los actos y los gestos que
articulan y llevan a la acción los deseos crean la ilusión de
40 Asunción Oliva Portolés
28 Ibíd., págs. 173-176.
un núcleo de género interior y organizador, una ilusión
mantenida discursivamente con el propósito de regular la
sexualidad dentro del marco obligatorio de la heterose-
xualidad reproductiva. «El desplazamiento, efectuado
desde el origen político y discursivo de la identidad de gé-
nero hacia la consideración de un núcleo psicológico, im-
posibilita el análisis de la constitución política del sujeto
con marca de género (gendered) y, al mismo tiempo, da por
válidas las nociones de la «inefable interioridad del sexo».
Por tanto, dice Butler, si la verdad interior del género es
una fabricación y el género auténtico es una fantasía ins-
tituida e inscrita en la superficie de los cuerpos, parece que
el género no puede ser ni verdadero ni falso, sino que se
produce como el efecto de verdad del discurso de una
identidad primaria y estable.
La noción de identidad de género se parodia a menudo
en las prácticas del travestismo y de las «drag»; la actuación
de éstas juega con la distinción entre la anatomía de quién
actúa y el género que quiere representar, creando así una di-
sonancia entre sexo, género y actuación. Al imitar el género,
las «drag» ponen implícitamente al descubierto la estructura
imitativa del género mismo, así como su contingencia. Para
Butler el género es una parodia, lo cual no significa que haya
un modelo al que la parodia trate de imitar. Más bien la pa-
rodia de género revela que la identidad original, a partir de
la cual el género se fabrica, es en sí misma una «imitación
sin original». El desplazamiento continuo que se produce en
la parodia del género propicia una fluidez de identidades
que propone una apertura a la resignificación y a la recon-
textualización. «La proliferación paródica elimina la recla-
mación que la cultura hegemónica realiza de las identidades
genéricas naturales o esencialistas»28. La parodia del género
es parte de la cultura hegemónica y misógina, es decir no
tiene por qué ser subversiva por sí misma; pero puede ser
Debates sobre el género 41
29 J. Butler, «Gender Trouble, Feminist Theory and Psychoanalytic
Discourse», en L. Nicholson (ed.), Feminism/ Postmodernism, Nueva
York-Londres, Routledge, 1989, págs. 338-339.
30 El título original es Herculine Barbin, dite Alexina B., presenté par
Michel Foucault, París, Gallimard, 1978.
recontextualizada para des-naturalizar el género y poner en
cuestión el significado de la identidad genérica.
La proliferación de estilos e identidades (si está pa-
labra tiene aún algún sentido) genéricas pone en cuestión
implícitamentela siempre política distinción binaria en-
tre los géneros que, a menudo, se da por sentada. La pér-
dida de esta reificación de las relaciones de género no de-
biera ser lamentada como un fallo de la teoría política
feminista sino, más bien, afirmada como una promesa de
la posibilidad de complejas y generadoras posiciones de
sujeto, así como de estrategias de coalición que ni presu-
pongan ni sitúen a los sujetos que constituyen en un lu-
gar fijado. En definitiva, «la coherencia de género» de-
bería entenderse, más que como el punto de unión para
nuestra liberación, como la ficción reguladora que es29.
La teoría de la sexualidad de Foucault conduce a Butler
a afirmar que no sólo el género, sino también el sexo es una
construcción cultural. «De hecho el sexo tal vez siempre fue
género, con la consecuencia de que la distinción entre sexo
y género no existe como tal.» Foucault rompe, con la pers-
pectiva de la metafísica de la sustancia (ruptura que tendría
como referente a Nietzsche) en lo que a la identidad de gé-
nero se refiere. De esta forma, en la «Introducción» al Dia-
rio de Herculine Barbin30, escrita para la traducción inglesa
de esta obra, sugiere Foucault que la heterogeneidad sexual,
el hecho de que Herculine no pueda categorizarse dentro de
la relación binaria del género, implica una crítica de la me-
tafísica de la sustancia e implica que la identidad es sólo una
«ficción reglamentadora».
42 Asunción Oliva Portolés
Ahora bien, aunque el autor francés desarrolle en esta
«Introducción» ideas que parecen corroborar las expuestas
en La volonté du savoir, Butler cree que la apropiación que
hace Foucault de Herculine es sospechosa y que, de hecho,
las implicaciones de la «Introducción» contradicen la visión
foucaultiana del sexo no como una causa del deseo y del gé-
nero, sino como un efecto del dispositivo de la sexualidad
que produce el «sexo» como parte de la estrategia para per-
petuar las relaciones de poder. Pero, en el caso de Herculine,
Foucault parece no tener en cuenta las relaciones concretas
de poder que a la vez, construyen y condenan la sexualidad
de este hermafrodita. Refiriéndose a él/ella, habla del «feliz
limbo de la no identidad» para caracterizar un mundo de
placeres que no se refieren, según él, al sexo como a su causa
originaria, ni, por tanto, serían el efecto de un intercambio
específico del poder/discurso, de forma que la sexualidad de
Herculine sería «anterior a la ley» y anterior a la imposición
discursiva de un sexo unívoco.
Desde la perspectiva butleriana, Foucault ha adoptado
una postura romántica respecto a ese mundo de placeres di-
fusos que vincula con la no-identidad y no, en cambio, con
una variedad de identidades femeninas y con el lesbianismo,
ya que eso sería introducir la categoría de «sexo», que es lo
que Foucault trata de evitar. Para Butler, entre las varias ma-
trices de poder que dan lugar a la sexualidad entre Hercu-
line y sus amantes, aparecen claramente las convenciones de
la homosexualidad femenina que, a la vez, es alentada y con-
denada por el convento y la ideología religiosa que lo sos-
tiene. Sabemos por su Diario que Herculine leía mucho y
su educación se debía basar en los clásicos, los textos cris-
tianos y el romanticismo francés. Su misma narrativa sigue
unas convenciones literariamente establecidas. Para la au-
tora de Gender Trouble está claro que estas convenciones
producen e interpretan para nosotros esta sexualidad que
tanto Foucault como Herculine presuponen que está fuera
de toda convención. La sexualidad de Herculine, pese a
Foucault, está dentro de un discurso, de una auto-exposi-
Debates sobre el género 43
31 J. Butler, Gender Trouble, pág. 178.
ción narrativa que, además, es un tipo de producción con-
fesional del yo. Butler no ve en él/ella la no-identidad, sino
la ambivalencia.
No existe, por tanto, afirma nuestra autora, una sexuali-
dad «anterior a la ley» y al discurso, como parece despren-
derse de este texto de Foucault. Por eso, sostiene Butler, las
categorías de identidad que han fundamentado la política
feminista han servido, al mismo tiempo, para limitar sus po-
sibilidades. El género no es ni la expresión de una esencia
ni un ideal al que aspirar; «y porque el género no es un he-
cho, los diferentes actos del género crean la idea de género
y sin estos actos, el género no existiría». El género es, por
tanto, una construcción que, por lo general, oculta su géne-
sis. El tácito y colectivo acuerdo para realizar, producir y
mantener géneros discretos y polarizados como ficciones
culturales se hace invisible ante la credibilidad que inspiran
estas producciones, además de por el castigo que acompaña
al que no acepta creer en ellos. «Esta construcción aviva
nuestra creencia en su naturalidad y necesidad»31.
Señala Butler que lo que se podría llamar la «sedimen-
tación» de las normas de género produce el peculiar fenó-
meno que se suele llamar el sexo «natural», el cual da lugar
a un conjunto de estilos corporales que, en su forma reifi-
cada, aparecen como la configuración natural de los cuerpos
en dos sexos que se oponen en una relación binaria. La rea-
lización (performance) que requiere el género debe repetirse.
Así, ponemos en acto y volvemos a experimentar el con-
junto de significados que rodea al género y que está esta-
blecido socialmente, a la vez que lo legitimamos. Es cierto
que son cuerpos individuales los que ponen en acto estas
significaciones, pero no lo es menos que esta puesta en acto
es una acción pública, efectuada con el propósito estratégico
de mantener el género dentro de este marco binario. Este
propósito, aclara Butler, no puede ser atribuido a un sujeto
44 Asunción Oliva Portolés
32 Ibíd., págs. 179-180.
sino, más bien, debe ser entendido bajo la perspectiva de en-
contrar y consolidar el sujeto.
Si los atributos del género no son expresivos, sino per-
formativos, estos atributos son los que, efectivamente, cons-
tituyen la identidad que se supone que expresan o revelan.
La distinción entre expresión y performatividad es crucial.
Si los atributos y los actos del género, esto es, los diversos
modos en los que el cuerpo produce o muestra sus signifi-
cados culturales son performativos, no existe entonces una
identidad preexistente por la que pueda ser medido ese acto
o atributo. No hay actos genéricos verdaderos ni falsos y el
presupuesto de una identidad genérica es sólo una ficción
reguladora32.
Butler utiliza el término performativo (que en castellano
se podría traducir por «realizativo») tomándolo de J. L. Aus-
tin y lo interpreta a la luz de Derrida (para quien la noción
de performatividad va unida a la de «cita» y «repetición») y
de la noción de «metalepsis» de Paul De Man. Un acto per-
formativo es aquel que crea o pone en acto aquello que
nombra y por ello marca el poder constitutivo o productivo
del discurso. Cuando las palabras llevan aparejadas acciones
o constituyen en sí mismas un tipo de acción, no lo hacen
porque reflejen el poder de un deseo o intención individual,
sino porque proyectan y se vinculan a convenciones que han
cobrado fuerza precisamente a través de una sedimentada
reiteración. De modo que la categoría de intención y la no-
ción de hacedor tendrán su lugar, pero ese lugar no será ya
el de estar detrás de la acción como su fuente posibilitadora.
Si el género es performativo, la identidad es meramente
la ilusión de una coherencia desmentida por la discontinui-
dad de gestos, actos y estilos que nos colocan en uno de los
dos polos de la sexualidad binaria. Ahora bien, ¿se des-
prende de ello que no puede haber capacidad de acción ra-
cional (agency)? En este punto Butler afirma expresamente
Debates sobre el género 45
33 J. Butler, Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity,
Londres, Routledge, 1990, pág. 185.
que esta capacidad de acción existe. Todas las teorías femi-
nistas, señala, parten del supuesto de que es necesario un su-
jeto prediscursivo, un Yo, para que de él surja la capacidad
de acción; para Butler, el Yo se constituyeen el discurso.
Cuando decimos que el sujeto se constituye, ello sig-
nifica simplemente que el sujeto es una consecuencia del
discurso que lo gobierna y que produce el efecto de una
identidad inteligible. El sujeto no está determinado por las
reglas mediante las que se genera porque la significación
no es un acto de fundamentación, sino más bien un pro-
ceso regulado de repetición (…) que refuerza estas reglas
precisamente porque produce el efecto de que existe una
sustancia. En cierto sentido, toda significación tiene lugar
dentro de la órbita de una compulsión a repetir; la capa-
cidad de acción («agency») debe localizarse, pues, dentro
de la posibilidad de una variación en tal repetición33.
Es decir, de una repetición subversiva. ¿Y dónde podría
efectuarse esa repetición? Si la superficie del cuerpo se re-
presenta como lo natural, precisamente es esa superficie la
que puede constituirse en el espacio de una disonante y des-
naturalizada realización que pone de relieve el estatus per-
formativo de lo que parece natural. Las prácticas de la «paro-
dia», como hemos visto antes, pueden servir para enfrentar
el género «natural» con una exhibición hiperbólica, auto-
paródica, de lo «natural». Butler afirma que el hecho de que
el sujeto se construya (o, mejor, se constituya), mediante la
resignificación, es decir, mediante la deconstrucción de
identidades preexistentes, no excluye la posibilidad de la po-
lítica feminista, que (al menos, ésta parece ser la idea domi-
nante en Gender Trouble) se basará justamente en fomentar
la proliferación de las configuraciones culturales de sexo y
género para introducir confusión en el binarismo del sexo y
46 Asunción Oliva Portolés
34 Para un análisis crítico de la concepción del género en Butler, con-
frontar la obra de M.ª L. Femenías, Sobre sujeto y género. Lecturas femi-
nistas desde Beauvoir a Butler, Buenos Aires, Catálogos, 2000.
35 S. Jeffreys, La herejía lesbiana, Madrid, Cátedra, 1996, págs. 148-151.
poner de manifiesto su fundamental artificialidad. Así se ge-
nerará una fluidez de identidades que se abre a la re-signi-
ficación y a la re-contextualización y que priva a la cultura
hegemónica del derecho a dar explicaciones esencialistas de
la identidad de género34.
La teoría de Butler ha suscitado numerosas críticas. En-
tre ellas, la de la también feminista y lesbiana Sheila Jeffreys,
quien critica la visión del género que, en su opinión, Butler
comparte con los gays y las lesbianas postmodernos.
Se trata de un género despolitizado, aséptico y de di-
fícil asociación con la violencia sexual, la desigualdad eco-
nómica y las víctimas mortales de abortos clandestinos.
Quienes se consideran muy alejadas de los escabrosos de-
talles de la opresión de las mujeres han redescubierto el
género como juego. Lo cual tiene una buena acogida en
el mundo de la teoría lesbiana-y-gay porque presenta el
feminismo como diversión y no como un reto irritante35.
Las teóricas feministas de los 70 y primeros 80 se refie-
ren al género como algo que puede ser o superado o sobre-
seído. Pero para Butler el género es «representación» y, con-
secuentemente, no posee ninguna forma o esencia ideal sino
que es tan sólo un disfraz (drag) que usan todos los seres hu-
manos, sea cual sea su orientación sexual. «El travestismo»,
dice Jeffreys, «es una forma trivial de apropiarse, teatralizar
y usar y practicar todos los géneros; toda división genérica
supone una imitación y una aproximación». Lo que hace
Butler no es eludir el género ni, mucho menos, intentar su-
perarlo; sólo es posible «jugar» con él.
Jeffreys critica también lo que De Lauretis llamó, ya en
1991, QueerTheory y que Butler ha desarrollado también
Debates sobre el género 47
36 J. O’Driscoll, en «Outlaw Readings: Beyond Queer Theory»
(Signs, vol. 22, núm. 1, 1996, págs. 30 y sigs.) sugiere diferenciar la teo-
ría gay, lesbiana, transgenérica, etc., de lo que denomina outlaw theory
para significar la transgresión sexual de cualquier tipo y evitar así la con-
fusión que ocasiona la denominación de queer.
37 M. Wittig, «One is not Born a Woman», en L. Nicholson (ed.),
The Second Wave, A Reader in Feminist Theory, Nueva York-Londres,
Routledge, 1997, pág. 266. Este título es el comienzo de la célebre cita
de El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir.
como política de «transgresión», cuyas raíces se encuentran
en Foucault. Si bien al comienzo el término queer pretendía
designar la sexualidad de los gays y las lesbianas frente la
heterosexualidad (que sería lo «straight», lo correcto), esta
concepción fue criticada por Butler y otros autores que veían
el peligro de crear una nueva identidad. Hoy el término
queer parece denotar un concepto general de transgresión
sexual, sea ésta del tipo que sea36. Para Jeffreys esta teoría
seduce solamente a los postmodernos, que la consideran la
política de la diferencia de los años 90, mientras que para
ella no es más que la última argucia del neoliberalismo.
Desde una perspectiva muy distinta, pero que Butler cri-
tica por caer en el esencialismo, Monique Wittig escribió en
1981 un célebre ensayo titulado «One is not Born a Wo-
man», en el que distingue entre «mujer» y «mujeres»37.
Mientras el segundo término describe el contenido de unas
relaciones sociales específicas, «mujer» es un concepto polí-
tico. No se basa, como algunas teorías afirman, en la biolo-
gía, ni describe un grupo «natural» (como ya, treinta años
antes, analizara minuciosamente Beauvoir), sino que es una
categoría normativa que se utiliza al servicio de la heterose-
xualidad obligatoria. «Un acercamiento materialista nos
muestra que lo que tomamos como causa u origen de la
opresión no es sino la marca impuesta por el opresor: el
«mito de la mujer» y sus efectos materiales y manifestacio-
nes en las conciencias y los cuerpos dominados de las mu-
jeres. Esto significa que la marca no preexiste a la opresión.»
48 Asunción Oliva Portolés
Antes de que apareciera el movimiento de liberación de las
mujeres, el ser «mujer» constituía una imposición política y
aquellas que se resistían eran acusadas de no ser mujeres au-
ténticas.
El punto de vista de la autora, el de la «conciencia les-
biana», rechaza no sólo el rol de mujer, sino también el po-
der económico, político e ideológico del hombre. «El rechazo
a hacerse (o a seguir siendo) heterosexual significa siempre
el rechazo a llegar a ser un hombre o una mujer, consciente-
mente o no.» Como la autora explica «hace treinta años nos
levantamos para luchar por una sociedad sin sexo. Hoy nos
encontramos atrapadas en el familiar punto muerto de «la
mujer es maravillosa». Hemos llegado de nuevo al mito de
la mujer, sin terminar de poner en cuestión los conceptos de
hombre y mujer, que son categorías políticas y económicas y
no datos naturales. «Nuestra primera tarea es disociar com-
pletamente «mujeres» (la clase dentro de la que luchamos)
de la «mujer», es decir, del mito» La «Mujer» no es cada una
de nosotras, sino la formación política e ideológica que niega
a las «mujeres». La destrucción de la mujer como mito sólo
será posible para Wittig destruyendo el sistema social de la
heterosexualidad obligatoria que se basa en la opresión de las
mujeres por los hombres y que produce la doctrina de las di-
ferencias entre los sexos para justificar esta opresión. «El re-
chazo a hacerse (o a seguir siendo) heterosexual significa
siempre el rechazo a llegar a ser un hombre o una mujer,
conscientemente o no.» El «género» para Wittig es una ca-
tegoría social que denota a la «lesbiana», el único sujeto po-
sible del feminismo del futuro.
Teniendo en cuenta todas estas críticas, Susan Bordo ha-
bla de un escepticismo feminista sobre el género. Por un lado,
éste proviene de la reacción de las mujeres negras, chicanas,
lesbianas; por otro, de la de aquellas que acusan al género
de «ficción totalizadora». Bordo no comparte este escepti-
cismo. «La teoría feminista —incluso la realizada por las
mujeres blancas y de clase alta— no se localiza en el centro
del poder cultural.Los ejes cuyas intersecciones forman las
Debates sobre el género 49
38 S. Bordo, «Feminism, Post-modernism and Gender-Scepticism»,
en Nicholson ed., Feminism/ Postmodernism, Nueva York-Londres, Rou-
tledge, 1989, pág. 141.
39 Ibíd., págs. 152-153.
situaciones culturales de las autoras feministas nos dan a al-
gunas de nosotras, desde luego, posiciones de privilegio;
pero todas nosotras, como mujeres, también ocupamos po-
siciones subordinadas»38. Incluso señala que existe un cu-
rioso carácter selectivo en el trabajo de las feministas con-
temporáneas que critican las teorías de la identidad basadas
en el género.
Los análisis de la raza y la clase (los otros dos gran-
des motivos de la crítica social moderna) no parecen es-
tar sometidos a la misma deconstrucción. Las mujeres de
color hablan de las feministas blancas como una unidad,
sin atender a las diferencias de clase, de etnia o de reli-
gión que también nos sitúan y dividen, y las feministas
blancas tienden a aceptar esta «totalización». Nuestro
lenguaje, nuestra historia intelectual y las formas sociales
están «generizadas»; no podemos huir de este hecho ni
de sus consecuencias sobre nuestras vidas. Algunas de es-
tas consecuencias pueden ser no intencionadas, y nues-
tro mayor deseo sería trascender las dualidades de gé-
nero, no tener un comportamiento categorizado como de
varón o de hembra. Pero nos guste o no, en la cultura en
que vivimos, nuestras actividades son codificadas como
femeninas o masculinas y así funcionarán dentro del sis-
tema dominante de las relaciones de género-poder39.
Esta misma visión está presente en otras autoras que,
como Susan Bordo, comparten posiciones postmodernas,
pero que son conscientes de que para luchar en defensa de
los intereses de las mujeres hay que suponer que éstas son un
colectivo. Ésta sería la postura del «esencialismo estratégico»
de una Gayatri C. Spivak o de una Rosi Braidotti. Para la
primera, que hace de la mujer una manifestación de lo que
50 Asunción Oliva Portolés
40 La idea de «localización» del sujeto, que ha tenido una gran re-
percusión en el feminismo anglosajón, desde Harding a Haraway, está ex-
presada por primera vez en A. Rich, «Notes towards a Politics of Loca-
tion», en Blood, Bread and Poetry, Selected Essays 1979-1985, Nueva York,
W. W. Norton, 1986.
41 «Criticism, Feminism and Institution», entrevista con E. Grosz en
junio de 1984, incluida en G. C. Spivak, The Post-Colonial Critic. Inter-
views, Strategies, Dialogues, Londres-Nueva York, Routledge, 1990, pág. 11.
42 R. Braidotti, Nomadic Subjects, Nueva York, Columbia University
Press, 1994, pág. 4.
denomina «conciencia subalterna», el sujeto «mujeres» no es
una esencia ni un destino biológico sino más bien un sujeto
«localizado» o posicionado40. Nuestra autora señala que, por
mucho que queramos tomar una postura en contra del esen-
cialismo y del universalismo, como la filosofía postmoderna
postula, estratégicamente no nos es siempre posible. Aunque
Spivak, como buena seguidora de Derrida, tiene una con-
cepción radicalmente deconstructivista del sujeto «mujer» al
que considera heterogéneo y fragmentado, no duda, sin em-
bargo, en reclamarse de un esencialismo estratégico41. Según
ella, hay que examinar lo que puede haber de útil en el dis-
curso de universalización y después analizar qué limites tiene
este discurso. Incluso, dice, hay que utilizar estratégicamente
también el discurso esencialista. «De hecho, soy esencialista
de cuando en cuando», afirma la autora. Esta misma idea la
comparte también Rosi Braidotti.
En la teoría feminista, una habla como una mujer,
aunque el sujeto «mujer» no sea una esencia monolítica
definida de una vez por todas sino, más bien, el lugar de
una serie de múltiples, complejas y potencialmente con-
tradictorias experiencias, definido por variables que se
superponen, tales como la clase, la raza, la edad, el estilo
de vida, la preferencia sexual y otras. Una habla como
mujer con el propósito de que las mujeres tengan mayor
poder (to empower), de activar cambios socio-simbólicos
en su condición42.
Debates sobre el género 51
43 S. Benhabib, Situating the Self, Cambridge, Polity Press, 1992.
Cito por la traducción castellana de este capítulo de su libro que aparece
4. ¿Género o patriarcado?
Como hemos ido viendo, la noción de «género» que al
comienzo tuvo únicamente el carácter de categoría analítica
y dio lugar a análisis muy fecundos, es posible que más tarde
se haya entendido por parte de algunas teóricas de una
forma diferente a la que fue concebida. Este desplazamiento
ha determinado su puesta en cuestión desde diversos ámbi-
tos, entre ellos el del feminismo del Tercer Mundo o post-
colonial, que critica, como ya he señalado, el intento de es-
tablecer la definición del sujeto del feminismo desde el
único eje del género, además de denunciar una visión etno-
céntrica del mismo.
No obstante, el hecho de que un concepto como éste se
haya comprendido de una forma diferente a la que fue con-
cebido, y se haya reificado o esencializado, no nos debe im-
pedir realizar un análisis de esta categoría desde una pers-
pectiva crítica de signo ilustrado, ya que el punto de vista
constructivista extremo nos aboca a callejones de muy difí-
cil salida. Este tipo de análisis es el que está presente en la
obra de la filósofa feminista Seyla Benhabib, quien admite
la categoría de «sistema de sexo/género» de Gayle Rubin,
aplicándola a su propia concepción del yo.
El sistema de género/sexo es la red mediante la cual el
self desarrolla una identidad incardinada, determinada
forma de estar en el propio cuerpo y de vivir el cuerpo
(…). El sistema de género/sexo es la red mediante la cual
las sociedades y las culturas reproducen a los individuos
incardinados. En definitiva, afirma Benhabib, «entiendo
por sistema de género-sexo la constitución simbólica y la
interpretación socio-histórica de las diferencias anatómi-
cas entre los sexos»43.
52 Asunción Oliva Portolés
con el título «El Otro generalizado y el Otro concreto» en Benhabib y
Cornell, Teoría feminista y teoría crítica, Valencia, Alfóns el Magnànim,
1990, pág. 125.
Como podemos comprobar, la teoría de Benhabib, que
se refiere a la formación de la identidad genérica individual,
acepta la idea de «sistema sexo/género» sin caer en el esen-
cialismo. Lo mismo ocurre con Nancy Fraser, aunque ésta
última trate más bien de la formación de las identidades co-
lectivas, dentro de las cuales distingue cuatro variables: la
clase, el género, la raza y la orientación sexual. Para ella la
raza y el género son colectividades bivalentes y que inter-
sectan a la vez con el esquema de distribución y con el del
reconocimiento. Así ser mujer y negra lleva consigo una do-
ble discriminación y requiere una transformación de los dos
esquemas antes citados. Fraser piensa que las identidades de
clase deben ser transformadas mediante luchas por la redis-
tribución (aunque no de forma exclusiva), mientras que el
cambio de actitud ante las orientaciones sexuales «diferen-
tes» debe realizarse mediante un cambio cultural o simbó-
lico. Y esto ocurre no solamente porque hay un «subtexto
genérico» en los programas del sistema del bienestar social
(aunque oficialmente pretendan aparecer como «neutros» en
lo que al género se refiere, hay programas «masculinos» u
orientados hacia el trabajo fuera de casa, y «femeninos», vin-
culados al cuidado de la familia), sino también porque den-
tro del mismo discurso de las mujeres hay interpretaciones
diferentes de cuáles serían las necesidades que deberían ser
imprescindiblemente atendidas, ya que en el propio movi-
miento feminista hay conflictos entre mujeres de diferentes
clases, etnias u orientaciones sexuales.
Fraser nos ofrece la posibilidad de pensar las identida-
des sociales como complejas, cambiantes y construidas dis-
cursivamente.
Han sido tejidas a partir de una pluralidad de des-
cripciones diferentes que surgen de prácticas de signifi-
Debates sobre el género 53
44 N. Fraser, Justice Interruptus.

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