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TEORÍA FEMINISTA: DE LA ILUSTRACIÓN A LA GLOBALIZACIÓN DE LOS DEBATES SOBRE EL GÉNERO AL MULTICULTURALISMO FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS3 Celia Amorós Ana de Miguel (Eds.) TEORÍA FEMINISTA: DE LA ILUSTRACIÓN A LA GLOBALIZACIÓN DE LOS DEBATRES SOBRE EL GÉNERO AL MULTICULTURALISMO FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS3 MINERVA EDICIONES La edición de este libro ha contado con una subvención económica en virtud del Convenio Instituto Aragonés de la Mujer (IAM) - Universidad de Zaragoza (Se- minario Interdisciplinar de Estudios de la Mujer, SIEM) Cubierta: A. Imbert Colección: «Estudios sobre la mujer» © Las autoras © Minerva Ediciones, S. L., Madrid Almagro, 38 28010 Madrid (España) ISBN: 978-84-16089-57-4 Edición digital, 2014 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de re- producción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de de- lito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. www.cedro.org Índice 1. Debates sobre el género, Asunción Oliva Portolés .. 13 2. El feminismo de Nancy Fraser: Crítica cultu- ral y género en el capitalismo tardío, Ramón del Castillo ................................................................. 61 3. Del ecofeminismo clásico al deconstructivo: principales corrientes de un pensamiento poco conocido, Alicia H. Puleo ........................................ 121 4. El feminismo Postcolonial y sus límites, María Luisa Femenías .......................................................... 153 5. Feminismo y multiculturalismo, Celia Amorós .. 215 6. Globalización y nuevas servidumbres de las mu- jeres, Rosa Cobo ....................................................... 265 7. Globalización y orden de género, Celia Amorós .... 301 8. Sujetos emergentes y nuevas alianzas políticas en el «paradigma informacionalista», Celia Amorós ...................................................................... 333 Para Begoña San José, que siem- pre sabe hacer de puente entre la teo- ría feminista y la militancia política Agradecimientos En este libro cristaliza el esfuerzo colectivo del grupo que, desde el curso 1990-1991, sin solución de continuidad, viene impartiendo un curso de Historia de la Teoría Femi- nista, entre los muchos que organiza el Instituto de Inves- tigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid. Queremos agradecer el apoyo que ha recibido siempre por parte del Consejo así como de sus sucesivas Di- rectoras: Concha Fagoaga, Cristina Segura, Ana Sabaté y Rosa García Rayego. Ha sido inestimable la colaboración, año tras año, de su Secretaria, la entrañable Juany Merino. Queremos asimismo de manera muy especial hacer constar que, sin la dedicación y la eficacia de Cristina Justo, la edi- ción de este volumen no hubiera sido posible. Quisiera tam- bién hacer constar mi agradecimiento a Stella León por su valiosa colaboración. Celia Amorós y Ana de Miguel 1 DEBATES SOBRE EL GÉNERO Asunción Oliva Portolés 1 C. Delphy, L’ennemi principal II, Penser le genre, París, Editions Syllepse, 2001, pág. 52. El término género ha tenido una historia accidentada desde que se introdujo, a partir de la lingüística, en la medicina y la psiquiatría a mediados de los 50 y de allí pasó a las ciencias so- ciales y a la teoría feminista. Primero fue el concepto clave de las teorías que estaban en contra del determinismo biológico. Más tarde, como «sistema sexo-género», se enfrentaría a con- cepciones como la del marxismo, el psicoanálisis y la teoría de Lévi-Strauss sobre las relaciones de parentesco, intentando su- plir sus insuficiencias. Luego sufriría la crítica de las feministas negras y lesbianas que argumentaban que el género no era la única ni la más importante instancia en la vida de muchas mu- jeres, crítica que se enlazó con la que realizaron algunas teóri- cas influidas por la filosofía postmoderna a conceptos califica- dos de «totalizadores», como «género, «patriarcado», «mujer», considerándolos como meras construcciones del discurso. En el momento actual, el término que nos ocupa parece estar des- lizándose hacia el eufemismo. Como afirma la teórica francesa Christine Delphy, de las dos nociones implícitas en el término, la de división y la de jerarquía, se hace hincapié solamente so- bre la división, con lo que «género» puede servir como otro nombre para «sexo» o «diferencia sexual», sin que ello implique que uno de los géneros esté supeditado al otro. Esta acepción apolítica vendría provocada por lo que Delphy llama la «deriva norteamericana» del concepto que parece estarse extendiendo al feminismo europeo.1 Quizá por ello exista hoy cierta des- 16 Asunción Oliva Portolés 2 En inglés existe una categoría particular, llamada «género natural», que designa la ausencia de sexo de un sustantivo. confianza hacia el concepto de «género» por parte de algunas feministas: así, la denominación de «estudios de género» en sustitución de «estudios feministas» o «estudios sobre las mu- jeres» parece a muchas teóricas una forma eufemística, fomen- tada por las instituciones económicas y políticas, de designar una realidad de subordinación y opresión que no se desea pre- sentar como tal. 1. Lingüística y género El uso del término «género», tal como lo utiliza hoy la teo- ría feminista, no está reconocido por el Diccionario de la Real Academia Española y ha entrado en nuestro idioma proce- dente del inglés. En el Diccionario de la R.A.E. «género» es definido como: «1.Conjunto de seres que tiene una o varias características comunes. // 2. Modo o manera de hacer una cosa. // Clase o tipo al que pertenecen personas o cosas. // 4. En el comercio, cualquier mercancía.// 5. Cualquier clase de tela. // 6. En las artes, cada una de las categorías o clases en las que se pueden ordenar las obras según rasgos comunes de forma y contenido. // 7. Gram. Clase a la que pertenece un nombre sustantivo o un pronombre por el hecho de concertar con él una forma y, generalmente sólo una, de la flexión del adjetivo y del pronombre. En las lenguas indoeuropeas estas formas son tres en determinados adjetivos y pronombres: mas- culino, femenino y neutro.» Aunque las acepciones no termi- nan aquí, y se define más abajo desde el punto de vista gra- matical el «género femenino» el «género masculino» y el «género neutro» (se dice de este último que «en español no existen sustantivos neutros, ni hay formas neutras especiales en la flexión del adjetivo; sólo el artículo, el pronombre personal de tercera persona, los demostrativos y algunos otros pro- nombres tienen formas neutras diferenciadas en singular»)2 no Debates sobre el género 17 3 T. De Lauretis, Diferencias, Madrid, Horas y Horas, 2000, pági- hay ninguna otra que haga referencia al concepto que estamos analizando. La raíz de los términos gender, genre y género es el verbo latino generare, el sustantivo genus y el prefijo latino gener—, tipo o clase. Tanto en castellano, como en francés, inglés y alemán, el término que designa el «género» se refiere a cate- gorías gramaticales y literarias. Sin embargo, el significado del término inglés «gender» está relacionado estrechamente con los conceptos de sexo, sexualidad y diferencia sexual, cosa que no ocurre con sus equivalentes en idiomas como el francés, italiano y castellano. Así, Teresa De Lauretis señala que, en el American He- ritage Dictionnary of the English Language, la primera acep- ción de gender es la de un término clasificatorio gramatical, y la segunda es «clasificación de sexo: sexo». Es interesante resaltar —señala la autora (italiana de origen, pero que reside en EEUU)—, que esta proximi- dad de sexo y gramática está ausente en las lenguas ro- mánicas (que, según la opinión popular, son habladas por pueblos mucho más románticosque los anglosajones). El español género, el italiano genere y el francés genre no im- plican ni tan siquiera la connotación del género de una persona, que se expresa, por el contrario, con el término usado para «sexo». Y quizá por eso la palabra inglesa genre, tomada del francés para designar la específica clasifica- ción de las formas artísticas y literarias (…) está también libre de cualquier tipo de connotaciones sexuales, tanto como la palabra genus, la etimología latina de gender, que se usa en inglés como término clasificatorio en biología y lógica. Un corolario interesante de esta peculiaridad lin- güística del inglés (la acepción de gender referida al sexo) es que el concepto de género que aquí analizo y, por tanto, toda la intrincada cuestión de la relación entre género hu- mano y representación, es imposible de traducir en casi todas las lenguas románicas. (O lo era hasta hace pocos años, en 1986, cuando escribí este trabajo)3. 18 Asunción Oliva Portolés nas 36-37. Este capítulo es la introducción, algo modificada, a su obra Technologies of Gender. Essays in Theory, Film and Fiction, Bloomington, Indiana University Press, 1987. 4 V. Demonte, «Sobre la expresión lingüística de la diferencia», en C. Bernis y cols. (eds.), Los Estudios sobre la Mujer: de la investigación a la docencia, Madrid, Instituto Universitario de Estudios sobre la Mujer, 1991, pág. 291. 5 Corbett J. Greville, Gender, Cambridge, Cambridge University Press, 1991, pág. 5. A este respecto, la lingüista Violeta Demonte afirma que no hay en las lenguas humanas una correlación entre el género gramatical y las características sexuales: existen lenguas en las que la marca de género gramatical se basa en otras distincio- nes, tales como animado/inanimado, humano/no humano, ra- cional/no racional, o personal/no personal; sin embargo, …en las lenguas indoeuropeas, en las cuales se señalan desde muy pronto las diferencias de género gramatical, existe alguna conexión —aunque con muchos matices— entre el género de los sustantivos y el sexo de sus refe- rentes y, más específicamente, entre género gramatical y propiedades estereotipadas de sus referentes. […] Esas diferencias entre las lenguas revelan que no hay una pro- piedad intrínseca de las lenguas humanas, pero implican también que las lenguas que posean esta correlación ofre- cerán un campo interesante de contrastación para la hi- pótesis de que la discriminación sexual puede estar de al- guna manera gramaticalizada4. De la misma forma, J. Greville Corbett, después de exa- minar más de doscientas lenguas, afirma que el número de géneros no se limita a tres; «cuatro es bastante común y veinte es posible»5. Por tanto, el término género es enorme- mente versátil en la lingüística, lo que le despoja de cual- quier sombra de determinismo biológico. La propia Demonte subraya el hecho de que en las len- guas que tienen género gramatical, la clasificación de ciertos Debates sobre el género 19 6 V. Demonte, art. cit., pág. 292. sustantivos para designar al conjunto de individuos —tanto de sexo femenino como masculino— se marca con género masculino. La autora se plantea, en consecuencia, si la adop- ción de términos denominados «genéricos» ha estado o está determinada desde el punto de vista del sexo. Aunque señala que sigue siendo objeto de controversia entre los especialistas si la adopción originaria del genérico masculino obedecería sólo a razones lingüísticas o existirían otro tipo de causas, De- monte sostiene que en el origen de ciertas clasificaciones de la gramática están presentes los significados sociales de gé- nero. En apoyo de su tesis, la autora cita el ejemplo de una gramática inglesa de 1898 en la que su autor recomienda que «el principio general sea el de dar el género masculino a las palabras que sugieran ideas tales como fuerza, fiereza, terror, mientras que el género femenino se asociará a las ideas opues- tas de amabilidad, delicadeza y belleza, junto con la fertili- dad»6. Hay que reconocer, por tanto, como señala la antropó- loga feminista Virginia Maquieira, que «los usos de la gramática pueden operar muy fuertemente en favor de la dis- criminación.» También para la historiadora J. W. Scott, «en gramática, el género es la manera de clasificar a los fenóme- nos, un acuerdo social acerca de los sistemas de distinciones, más que una descripción objetiva de rasgos inherentes». 2. Constitución del género como categoría analítica en Kate Millet y Gayle Rubin Fue el médico John Money en 1955 quien tomó el tér- mino «gender» de la lingüística y lo aplicó a la sexualidad cuando estudiaba los problemas de hermafroditismo en el Hospital de la John Hopkins University. Unos años más tarde, el psiquiatra Robert Stoller utilizó el concepto de «identidad de género» en el Congreso Internacional de Psi- 20 Asunción Oliva Portolés 7 K. Millet, Política Sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 82. coanálisis celebrado en 1963, y en su obra Sex and Gender, publicada en 1968, afirmó: «El vocablo género no tiene un significado biológico, sino psicológico y cultural. Los térmi- nos que mejor corresponden al sexo son «macho» y «hem- bra», mientras que los que mejor califican al género son «masculino» y femenino; éstos pueden llegar a ser indepen- dientes del sexo (biológico)». La idea de que no tiene por qué existir una correspondencia biunívoca y necesaria entre sexo y género y que, por tanto, su desarrollo puede tomar cami- nos independientes será recogida en la obra Política sexual de Kate Millet, publicada en 1970, quien cita este texto de Sto- ller y dice estar de acuerdo con él en la idea de que el papel genérico depende de ciertos factores adquiridos, indepen- dientes de la anatomía y fisiología de los órganos genitales. Aunque se considere un instinto la tendencia sexual de los seres humanos, es preciso señalar que esa importante faceta de nuestras vidas que llamamos «conducta sexual» es el fruto de un aprendizaje que comienza con la tem- prana «socialización» del individuo y queda reforzada por las experiencias del adulto. […] La influencia que ejercen sobre nosotros las normas patriarcales sobre el tempera- mento y el papel de los sexos no se deja empañar por la arbitrariedad que suponen. Tampoco plantean cuestiones debidamente serias las cualidades privativas, contradicto- rias y radicalmente opuestas entre sí que imponen a la per- sonalidad humana lo «masculino» y lo «femenino». Bajo su égida, cada persona se limita a alcanzar poco más, o in- cluso menos, de la mitad de su potencialidad humana. Ahora bien, desde el punto de vista político, el hecho de que cada grupo sexual presente una personalidad y un campo de acción restringidos pero complementarios está supeditado a la diferencia de posición (basada en una di- visión de poder) que existe entre ambos. En lo que atañe al conformismo, el patriarcado es una ideología dominante que no admite rival; tal vez ningún otro sistema haya ejer- cido un control tan completo sobre sus súbditos7. Debates sobre el género 21 8 M. Hawkesworth, «Confounding Gender», en Signs (22), 3, pri- mavera de 1997, pág. 651. Desde luego Millet no se inspira sólo en la obra de Sto- ller, sino que conoce bien la obra de Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, publicada en 1949 y en la que, al hacer de la noción de «mujer» una categoría cultural («No se nace mu- jer, se llega a serlo»), esta utilizando implícitamente la cate- goría de género, sobre todo en su dimensión de identidad genérica, aunque sin llegar a tematizarla. Ya en la propia obra de K. Millet las virtualidades de la categoría «género» em- piezan a aplicarse al análisis literario: las obras de autores como H. Miller, D.H. Lawrence y N. Mailer son contem- pladas bajo una nueva luz. Esta misma indagación será rea- lizada a partir de entonces por otras teóricas feministas no ya sólo sobre obras literarias y artísticas, sino también sobre textos de historia y filosofía, poniendo de relieve que la opresión de las mujeres puede, o bien tematizarse de forma ostensible (haymuchos ejemplos en autores de la Ilustra- ción), o bien manifestarse en forma de exclusión o de invi- sibilización; a esto se le ha denominado sacar a la luz el «subtexto genérico». Por tanto, me parece imprescindible destacar el hecho de que, cuando aparece la noción de género en la teoría femi- nista, lo hace vinculada a la división de poder y al patriar- cado. Esto coincide con la tesis, sostenida por Mary Haw- kesworth, de que la primera virtualidad que tuvo el concepto de género fue la de deconstruir la «actitud natural», actitud que podría resumirse en estos supuestos: sólo hay dos géne- ros; el sexo corporal genital es el signo esencial del género; la dicotomía macho-hembra es natural; todos los individuos deben ser clasificados como masculino o femenino y cual- quier desviación ha de considerarse como patológica8. El siguiente paso en la consideración del género lo dio la antropóloga americana Gayle Rubin, quien propone la de- nominación de «sistema de sexo-género» (sex-gender system), 22 Asunción Oliva Portolés 9 Tomo este ensayo de la obra editada por Linda Nicholson, The Se- cond Wave, A Reader in Feminist Theory, Nueva York-Londres, Routledge, 1997. La traducción de las citas es mía. en un célebre artículo publicado en 1975 y titulado «The Traffic in Women: Notes on the «Political Economy» of Sex»9, para suplir las carencias que, en su opinión, presenta- ban los tres referentes conceptuales presentes en el momento en que escribe su ensayo: el marxismo, el psicoanálisis y la teoría de Lévi-Strauss sobre las estructuras de parentesco. De esta forma, Gayle Rubin intentó poner los cimiento de una teoría que pudiera explicar la opresión de la mujer en su «in- finita variedad y en su monótona similitud.» En primer lugar, Rubin constata que Marx explica cla- ramente la utilidad que ofrece la opresión de las mujeres para el capitalismo como elemento fundamental para la re- producción y el mantenimiento del trabajador y, por tanto, para la creación de la plusvalía. «El trabajo del hogar cons- tituye un elemento clave en el proceso de reproducción del trabajador de quien se obtiene la plusvalía». Ahora bien, esa utilidad de las mujeres para el capitalismo no explica la gé- nesis de la opresión de la mujer. Únicamente en la obra de Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Es- tado se contempla la opresión de la mujer como parte de la herencia que recibe el capitalismo de modos de producción anteriores. Deberíamos fijarnos, dice nuestra autora, en el método que utiliza Engels más que en sus resultados, muy limitados por la insuficiencia de las teorías antropológicas del momento en que vive. Porque es cierto que en esta obra distingue entre la producción de los medios de subsistencia, por una parte, y la producción de los seres humanos, esto es, la reproducción, por otra; sin embargo, aunque destaca la existencia de esta esfera de la vida social, incurre en un fa- llo que estará presente en toda la tradición marxista poste- rior: el concepto de segundo aspecto de la vida material tiende a pasar a segundo plano o a ser incorporado dentro de la no- Debates sobre el género 23 ción general de vida material. Por otra parte, Rubin no está de acuerdo con la dicotomía «producción/reproducción». Para ella cada modo de producción implica reproducción (de herramientas, trabajo, relaciones sociales, etc.) y no se pueden reducir al sexo todos los diferentes aspectos de la re- producción social, como tampoco limitar la sexualidad a la mera reproducción biológica. El sistema sexo/género no es simplemente el momento reproductivo de un «modo de producción». La formación de la identidad de género es un ejemplo de producción en el terreno del sistema del sexo. Y un «sistema sexo/género» abarca más, afirma la autora, que las «relaciones de procreación», es decir, que la reproducción en un sentido biológico. Lo que el marxismo denomina el «segundo aspecto de la vida material» sólo puede analizarse en profundidad me- diante un examen de las estructuras de parentesco y, en este punto, introduce Rubin el análisis de la teoría de Lévi- Strauss, para quien el parentesco está concebido explícita- mente como una imposición de la organización cultural so- bre los hechos de la procreación biológica. En la teoría del antropólogo francés la esencia de los sistemas de parentesco reside en el concepto de intercambio (recogiendo la idea de Marcel Mauss del intercambio del «don») como principio de organización de la sociedad, siendo el matrimonio la forma más básica de intercambio, ya que la mujer es el «don» más preciado. Por esta razón, Lévi-Strauss entiende el tabú del incesto como el mecanismo que asegura que tales intercam- bios ocurran entre familias y entre grupos, imponiéndose así el objetivo social de la exogamia y, con ella, la alianza ante los fenómenos biológicos del sexo y la procreación. Ahora bien, si la mujer es el «don», los hombres son los que se lo intercambian: como señala Lévi-Strauss, la relación de true- que que constituye el matrimonio no se establece entre un hombre y una mujer sino entre dos grupos de hombres; las mujeres no son quienes realizan el intercambio, sino sólo su objeto. Rubin señala, con toda razón, que Lévi-Strauss ha construido una teoría implícita de la opresión sexual. 24 Asunción Oliva Portolés 10 G. Rubin, art. cit., en The Second Wave, pág. 32. El intercambio de mujeres es para Rubin el primero de un conjunto de conceptos mediante los cuales se describen los sistemas de sexualidad. Dentro de la teoría de las rela- ciones de parentesco está implícita una concepción del gé- nero, de la obligación de la heterosexualidad y de las reglas que se imponen sobre la sexualidad femenina. En primer lu- gar, el género es una división de los sexos socialmente im- puesta. Hombres y mujeres son diferentes, pero se parecen más entre sí, afirma Rubin con sorna, que a las montañas, a los canguros o a los cocoteros. «Lejos de ser una expresión de las diferencias naturales, la identidad genérica es exclu- sivamente la supresión de las similitudes naturales. Requiere represión»10. El mismo sistema social que oprime a las mu- jeres mediante las relaciones de intercambio y oprime a to- dos los humanos que forman parte de él con su insistencia en una rígida división de la personalidad. En segundo lugar, dice nuestra autora, el tabú del incesto presupone el tabú de la homosexualidad (anterior al del incesto, aunque menos articulado). El género no es sólo una identificación con un sexo, sino que lleva consigo, además, la regla de que el de- seo sexual tenga que dirigirse hacia el otro sexo. «La supre- sión de los componentes homosexuales de la sexualidad hu- mana (…) es, claramente, un producto del mismo sistema cuyas normas y relaciones sirven para oprimir a las muje- res.» En tercer lugar, la asimetría del género, es decir, la des- igualdad entre los que intercambian y lo intercambiado (las mujeres), implica un conjunto de imposiciones sobre la se- xualidad femenina; en la medida en que los varones tienen derechos sobre las mujeres que ellas no tienen sobre sí mis- mas, la homosexualidad femenina, por ejemplo, estará sujeta a una prohibición aún más dura que la que se ejerce sobre la del hombre. El concepto del «intercambio de mujeres» dice Rubin, es valioso y problemático a la vez. Resulta sugerente porque si- Debates sobre el género 25 túa la opresión de la mujer dentro del sistema social y no ya en la biología. Es problemático en la medida en que pre- tende describir todos los sistemas de parentesco conocidos empíricamente. Si bien Lévi-Strauss acierta al considerar el intercambio de mujeres como un principio fundamental de las relaciones de parentesco, ha construido una teoría de la opresión sexual que oculta el hecho de que la subordinación de la mujer es el producto de las relaciones sociales que or- ganizan y producen el sexo y el género. Nuestra autora no cree, en cambio, que la asimetría entre los dos sexos tenga la función de asegurar una dependencia recíproca entreellos porque sean siempre los varones quienes se beneficien de ella. Desde el momento en que la mujer es el objeto del in- tercambio, y no una de las partes, se transforma en signo de algo, se define como palabra, aunque el mismo Lévi-Strauss reconozca que ella es, también, productora de signos. El reino de lo simbólico, de la transformación del estímulo en signo, aparece con la mediación de la mujer y ello es lo que marca el paso de la naturaleza a la cultura. No obstante, el antropólogo francés en ningún momento pone en cuestión el sexismo del sistema que describe, planteándolo como algo «dado». En un tercer momento, Rubin pasa revista a las aporta- ciones del psicoanálisis. Cree nuestra autora que Freud nos ha proporcionado una acertada descripción conceptual de los mecanismos que llevan a cabo la división de los sexos en nuestra sociedad mediante la fase edípica; es decir, la teoría de la adquisición del género que Freud describe podría ha- ber servido de base para una crítica de los «roles» sexuales, en la medida en la que el psicoanálisis nos aporta una ima- gen de los mecanismos por los que los sexos se dividen y de- forman: una descripción de cómo la cría humana, bisexual, andrógina, se transforma en niño o niña. Pero esta crítica no se ha producido ni con él ni, mucho menos, con sus conti- nuadores. En definitiva, dice Rubin, puede ser interesante analizar de qué forma funcionan, según Freud, los mecanis- mos sociales que deciden que seamos varones o mujeres. 26 Asunción Oliva Portolés 11 G. Rubin, art. cit., pág. 34. Pero la introducción de conceptos tales como «envidia del pene» y «complejo de castración», como forma de explicar la adquisición de la feminidad por parte de la niña, ha dado lugar a críticas muy duras por parte del feminismo. Sobre estas críticas, Rubin afirma: En la medida en que el psicoanálisis es una raciona- lización de la subordinación de la mujer, la crítica está justificada; en la medida en que es una descripción del proceso que subordina a las mujeres, la crítica es un error. Como descripción de la forma en la que las culturas fá- licas domestican a las mujeres y los efectos que tal do- mesticación tienen sobre las mujeres, la teoría psicoana- lítica no tiene comparación con ninguna otra11. En definitiva, según Rubin tanto Lévi-Strauss como Freud arrojan luz sobre lo que se percibe oscuramente como las estructuras profundas de la opresión sexual. Las dos teo- rías nos sirven de advertencia sobre la dificultad y la mag- nitud de aquello contra lo que luchamos, y sus análisis nos proporcionan una cartografía preliminar de la maquinaria social que tenemos que reorganizar. Pero ninguna de ellas es capaz de presentar la subordinación de la mujer como un producto de las relaciones sociales a través de las cuales el sexo y el género se organizan y producen. Con el objetivo de superar las limitaciones de estos tres referentes conceptuales, Rubin formula lo que ella deno- mina el «sistema de sexo-género» en el que estarían presen- tes tanto las relaciones económicas como las relaciones so- ciales y personales entre los varones y las mujeres. Define este concepto como «el conjunto de ajustes o disposiciones por los cuales una sociedad transforma la sexualidad bioló- gica en producto de la actividad humana, y mediante los cuales estas necesidades sexuales transformadas se satisfa- cen». Este concepto le parece que incluye más elementos Debates sobre el género 27 12 V. Maquieira, «Género, diferencia y desigualdad», en E. Beltrán y V. Maquieira (eds.), Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, Madrid, Alianza, 2001, pág. 163. que la mera relación de procreación, es decir, que la repro- ducción en el sentido biológico. También le parece más ade- cuado que el concepto de patriarcado porque, desde su punto de vista, el «sistema sexo/género» es un término neu- tro que se refiere a un tipo de sistema sexual y generizada- mente desigual, pero que no implica que la opresión sea in- evitable en otro tipo de sistemas sino, más bien, un producto de las relaciones sociales específicas que lo organizan. Me parece necesario subrayar la importancia de este pri- mer ensayo de Rubin, que hoy es reconocido como punto de partida de un análisis que ha hecho más difícil, desde en- tonces, los intentos de ignorar el carácter «generizado» de todas las relaciones sociales y que ha vinculado el género con otras desigualdades y contradicciones sociales, eliminando el anterior enfoque que consideraba «naturales» las relaciones de género y sustituyéndolo por una visión de éstas como producto de fuerzas sociales históricas y culturales. Pese a las muchas críticas que ha cosechado posteriormente, estoy de acuerdo con Virginia Maquieira en la idea de que des- pués de este ensayo el género fue considerado «como una divisoria impuesta socialmente a partir de relaciones de po- der. Divisoria que asigna espacios, tareas, deseos, derechos, obligaciones y prestigio. Asignaciones y mandatos que per- miten o prohíben, definen y constriñen las posibilidades de acción de los sujetos y su acceso a los recursos»12. Desde mi punto de vista, «The Traffic in Women» da un paso más en la aplicación del concepto de género, ya que en este artículo no tiene únicamente el papel de categoría analítica, como en Stoller y Millet, sino que se considera, además, un sistema de organización social. 28 Asunción Oliva Portolés 13 Carol Vance (comp.), Pleasure and Danger. Exploring Female Se- xuality, Routledge, 1984. En esta obra la preocupación de Rubin no será ya la de teorizar sobre el género sino la de desarrollar una teoría sexual que incluya a las minorías sexuales. 14 He tomado las citas de la traducción al castellano: C. Vance 3. Deconstrucción del género: crítica a la heterosexualidad obligatoria y al esencialismo No obstante, es preciso señalar que la propia Gayle Ru- bin realizó una revisión autocrítica de la distinción entre sexo y género en un artículo que tituló «Thinking Sex» y que pu- blicó, diez años más tarde, en la obra colectiva, compilada por Carol Vance, Pleasure and Danger13. Allí Rubin observa que en «The Traffic in Women» no distinguía «sexo» (como deseo sexual) de «género», por considerar a los dos como mo- dalidades del mismo proceso social subyacente. Ahora, en cambio, piensa que hay que analizar separadamente la se- xualidad del género porque tienen existencias sociales dis- tintas, aunque estén relacionados. En este artículo propone una política de la sexualidad independiente de una política de género, lo que implicaría cuestionar que la sexualidad se derive del género y problematizar la confusión semántica en- tre sexo y género, ámbitos que en su opinión no son inter- cambiables. Y, aunque «a largo plazo la crítica feminista de la jerarquía de géneros tenga que ser incorporada a una teo- ría radical sobre el sexo y la crítica de la opresión sexual deba enriquecer al feminismo», es preciso elaborar previamente «una teoría y política autónomas de la sexualidad» por con- siderar que tanto la sexualidad como el género son políticos, es decir, están socialmente construidos: existe un sistema de poder que recompensa y fortalece a algunos individuos y ac- tividades, mientras castiga y oculta a otros. En la cúspide de este sistema de poder estaría la sexualidad marital reproduc- tiva monógama14. En definitiva, lo que le preocupaba a la au- Debates sobre el género 29 (comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina, Madrid, Re- volución, 1989, pág. 186. Esta traducción recoge sólo una selección de textos de la obra original. 15 Cfr. G. Anzaldúa y C. Moraga, This Bridge called my Back: Wri- tings by Radical Women of Color, Watertown, MA., Persephone Press, 1981. tora es que pudiera deducirse de su concepto de sistema sexo-género la idea de que el sexo fuera una realidad «natu- ral» y que, por tanto, se presentara universalmente de la misma forma, ajena a la historia, con lo que podría enten- derse que hacía referencia exclusivamente a la sexualidad he- terosexual reproductiva.Ya a partir de finales de los 70, el concepto de género va a recibir serias críticas desde todos los frentes. En primer lu- gar, desde la perspectiva de mujeres que no se sienten re- presentadas por el feminismo existente: desde 1974 empie- zan a aparecer grupos, como el Combahee River Collective, de feministas negras y lesbianas cuyo objetivo era definir y clarificar una política propia y las posibilidades de coalición con otras organizaciones progresistas, entre ellas con las or- ganizaciones negras masculinas. «Luchamos junto a los va- rones negros contra el racismo, al tiempo que luchamos con- tra ellos a causa del sexismo». Esta corriente continuó durante los 80 con las obras de autoras como Adrienne Rich (Nacemos de mujer), que denuncia lo que se ha llamado la «heterosexualidad obligatoria» y habla del «continuum les- biano»; de mujeres negras y/o lesbianas como bell hooks (Ain’t I a Woman?), Denise Riley (Am I that Name?), Audre Lorde (Sister Outside), que se plantean en qué medida la pa- labra «mujer» las nombra, movimiento que sigue en los 90 con las chicanas Gloria Anzaldúa, Chela Sandoval y María Lugones15. Todas estas autoras han criticado la reificación del género que se produce desde el momento en que se es- tablece la definición del sujeto del feminismo a partir del único eje del género, lo que ha dado un estatus cuasi onto- lógico a una noción que pretendía ser una mera categoría de 30 Asunción Oliva Portolés 16 L.Nicholson, Gender and History. The Limits of Social Theory in the Age of the Family, Nueva York, Columbia University Press, 1986, pági- nas 17-66. análisis. La acusación contra el feminismo anterior de pri- vilegiar la crítica a la visión androcéntrica y con ella poner por delante el eje del género, olvidando otras instancias como la raza o la orientación sexual, va a continuar con una crítica añadida al etnocentrismo, por parte del llamado fe- minismo del Tercer Mundo o feminismo postcolonial, ha- cia el feminismo occidental por privilegiar la visión de las mujeres que habitan en el Primer Mundo. En segundo lugar, se desencadena, asimismo, una crítica procedente de la teoría feminista más afín al postmoder- nismo (primero influida por Lyotard y Lacan, luego por otros teóricos como Foucault, Deleuze, Derrida, etc.), que realizará una denuncia de todas las abstracciones y generali- zaciones, entre ellas de la de género, al mismo tiempo que pondrá el acento en la heterogeneidad, la fragmentación y, en definitiva, en las diferencias. Se acusará al feminismo de las dos décadas anteriores de estar infectado por la prepo- tencia y la arrogancia de las teorías filosóficas de las que se nutre (marxismo, psicoanálisis, etc.), al tiempo que será du- ramente criticado, de nuevo, por su ceguera ante la cuestión de la raza y la clase social, lo que parece haberle llevado a re- flejar únicamente el punto de vista de las mujeres occidenta- les, de clase media, blancas y heterosexuales, en detrimento de todas las demás. Estas dos críticas acaban por confluir. Por ejemplo, la historiadora Linda Nicholson piensa que la perspectiva de Rubin del «sistema sexo-género» presu- pone un tipo de distinción y relación entre lo biológico y lo cultural que asume que lo biológico posee una cierta fijeza y lo cultural un alto grado de variabilidad. De este modo, las bases biológicas de las diferencias entre mujeres y hom- bres sirven como el fundamento sobre el que las sociedades imponen sus diversos significados culturales16. Es decir, para Debates sobre el género 31 17 Joan Wallace Scott, Gender and the Politics of History, Nueva York, Co- lumbia University Press, 1988, págs. 28 y sigs. La traducción al castellano está en Cangiano y DuBois (eds.), De mujer a género. Teoría, interpretación y práctica feminista en las ciencias sociales, Buenos Aires, Centro Editor de Amé- rica Latina, 1993. Las citas que haré serán de la traducción al castellano. Nicholson la introducción de este concepto no termina de poner en cuestión lo que Hawkesworth ha llamado la acti- tud «natural» ante el género. La misma Hawkesworth ha criticado la noción de gé- nero por su equivocidad. Con el mismo término, señala esta autora, se nombra la sexualidad, la identidad sexual, la iden- tidad genérica, el rol sexual y la identidad de rol genérico. Para evitar confusiones, sería preciso explicitar en qué sen- tido se utiliza la palabra «género» en cada caso para no caer en la confusión. Creo que los tres primeros significados es- tarían dentro de lo que podrían ser aspectos subjetivos del género, mientras que los dos últimos constituirían sus as- pectos sociales. Pues bien, en este apartado voy a hablar del género como categoría analítica, tanto como sistema de or- ganización social (noción que ya está presente en el primer ensayo, antes analizado, de G.Rubin, y en los análisis de J. W. Scott, que trataré a continuación), como en el sentido de formación de la identidad genérica (en los análisis de Te- resa De Lauretis y de Judith Butler). La historiadora Joan Wallach Scott, en su notable en- sayo, «Gender: A Useful Category of Analysis», publicado en 1986 como artículo y dos años más tarde como capítulo de una obra17, examina la aparición del término «género» y se extiende en la descripción de las formas en que ha sido utilizado por las historiadoras feministas. Desde una pers- pectiva favorable a la utilización del término, afirma que aunque la oposición masculino / femenino, o la «cuestión de la mujer» estén ya presentes en los y las teóricas del si- glo xix, el género como categoría analítica surge, explica Scott, a fines del siglo xx. 32 Asunción Oliva Portolés 18 J. W. Scott, ob. cit., pág. 32. El término género es parte de los resultados de los in- tentos de las feministas contemporáneas por lograr un lu- gar de legitimidad y por insistir en el carácter inadecuado de los actuales cuerpos de teoría para explicar las des- igualdades entre los hombres y las mujeres. Me parece significativo que este término haya surgido en un mo- mento de gran turbulencia epistemológica que supone, en algunos casos, un desplazamiento en las ciencias sociales de los paradigmas científicos a los literarios (…) y en otros, un debate en el que unos afirman la transparencia de los hechos y otros insisten en que la realidad es cons- truida. En el espacio abierto por este debate y desde el lado de la crítica de la ciencia, desarrollada por las huma- nidades, así como de la crítica al empirismo y al huma- nismo hecha por los post-estructuralistas, las feministas han comenzado a tener no sólo voz propia sino también aliados académicos y políticos. Dentro de este espacio de- bemos articular el género como una categoría analítica18. Esta autora distingue cuatro aspectos del género, conec- tados entre sí: los símbolos culturales disponibles que evo- can representaciones múltiples e, incluso, contradictorias (por ejemplo, Eva y María, que representan la inocencia y la corrupción dentro de la cultura cristiana); los conceptos normativos que definen las interpretaciones de los signifi- cados de los símbolos y que intentan limitar y contener sus posibilidades metafóricas (así, las oposiciones binarias entre lo masculino y lo femenino, que se quieren presentar como atemporales y estáticas); las instituciones y organizaciones sociales (que deberían incluir no sólo el parentesco y la fa- milia sino también el mercado de trabajo, la educación, la política, etc.) Y, en último lugar, la identidad genérica; en este punto J.W. Scott se muestra muy crítica con la expli- cación psicoanalítica: Debates sobre el género 33 19 Ibíd., págs. 35-37. Si la identidad genérica se basa sólo en el miedo uni- versal a la castración, la investigación histórica pierde vali- dez […] Los historiadores necesitan, en cambio, examinar las formas según las cuales se construyen sustantivamente las identidades genéricas y relacionar sus hallazgos con un conjunto de actividades, de organizaciones sociales y de re- presentaciones culturales históricamente específicas.Los aspectos señalados se relacionan entre sí de modo diverso a lo largo de la historia, pero sin perder de vista la idea de que «el género es una manera primaria para signifi- car las relaciones de poder», o quizá sea mejor decir que «el género es un campo primario dentro del cual o por medio del cual el poder se articula»19. Scott cree que es preciso te- ner en cuenta tanto al sujeto individual como a la organiza- ción social y articular la naturaleza de su interrelación, para lo cual se reclama del concepto de poder de Michel Fou- cault como conjunto de constelaciones dispersas de relacio- nes desiguales, constituidas discursivamente en «campos de fuerza» sociales, aunque añade algo que aclara su propia po- sición respecto a la cuestión del sujeto: «Dentro de estos procesos y estructuras hay espacio para la existencia de un concepto de capacidad de acción (agency) humana como un intento (al menos parcialmente racional) de construir una identidad, una vida, un conjunto de relaciones y una socie- dad dentro de ciertos límites y con lenguaje, un lenguaje conceptual que marque al mismo tiempo los límites y que contenga la posibilidad de la negación, la resistencia, la rein- terpretación y el juego de la invención metafórica y de la imaginación.» En definitiva, si no se puede hablar ya de su- jeto, quizá se puede hablar de algo más modesto, de la ca- pacidad de acción autónoma y racional. Desde otra perspectiva que estudia el género tanto como sistema de poder como auto-representación para la forma- 34 Asunción Oliva Portolés 20 T. de Lauretis, Technologies of Gender. Essays on Theory, Film and Fiction, Indiana University Press, 1987, pág. 3. El capítulo que da título al libro está traducido al castellano en T. De Lauretis, Diferencias, Etapas de un camino a través del feminismo, Madrid, Horas y Horas, 2000. ción de la identidad genérica, la feminista Teresa de Laure- tis se basa en la teoría de la sexualidad de M. Foucault en- tendida como «tecnología del sexo» (es decir, como las téc- nicas que la burguesía desarrolla desde el final del siglo xviii para asegurar su supervivencia como clase y la continuación de su hegemonía), para afirmar que el género, como repre- sentación y como auto-representación, es el producto de di- versas tecnologías sociales (como el cine y las técnicas na- rrativas), de discursos institucionalizados, epistemologías y prácticas críticas, y, por supuesto, de prácticas de la vida co- tidiana. De esta forma, frente a las «tecnologías del sexo» de Foucault, ella propone las «tecnologías del género». El filósofo francés, afirma De Lauretis, no ha tenido en cuenta las diferentes demandas de los sujetos masculino y femenino y ha ignorado los intereses conflictivos de las mu- jeres y de los hombres en los discursos y en las prácticas de la sexualidad. «La teoría de Foucault excluye de hecho, aun- que no imposibilite, la consideración del género»20. Es de- cir, la sexualidad (como construcción y como auto-repre- sentación) en el discurso foucaultiano, lo mismo que en el tradicional, no está construida con la marca del género, es decir, poseyendo una forma masculina o femenina, sino que, simplemente, lleva el sello del varón. «Incluso cuando se lo- caliza, como a menudo ocurre, en el cuerpo de la mujer, la sexualidad es un atributo o una propiedad del varón.» Y aquí reside la paradoja de la teoría foucaultiana: para combatir la tecnología social que produce la sexualidad y la opresión se- xual, omite el género. «Pero negar el género, en primer lu- gar, es negar las relaciones sociales de género que constitu- yen y dan validez a la opresión sexual de las mujeres; y, en segundo lugar, negar el género es permanecer «en la ideolo- Debates sobre el género 35 21 T. De Lauretis, Diferencias, pág. 38. 22 Ibíd. gía», una ideología que (no por casualidad y, desde luego, no de forma intencional) está claramente al servicio del sujeto de género masculino.» Para contrarrestar esta negación, De Lauretis habla de las «tecnologías del género», es decir, de las técnicas y estrategias discursivas mediante las que el gé- nero es construido y, por lo tanto, la violencia es engendrada y generizada (en-gendered)»21. Nuestra autora considera al género como la representa- ción de una relación que asigna a un individuo una posición dentro de una clase y, por lo mismo, una posición frente a otras clases previamente preconstituidas (entendiendo por clase no lo que Marx denomina clase social, sino un grupo de individuos unidos por determinaciones sociales e intere- ses). El género es la representación de cada individuo en tér- minos de una particular relación social que preexiste a éste y se le atribuye sobre la base de la oposición conceptual de los dos sexos biológicos. A esta estructura conceptual, señala De Lauretis, es a lo que las feministas desde Rubin han lla- mado sistema de sexo-género. Aunque los significados varían con cada cultura, un sistema de sexo-género está íntimamente interrelacionado con factores políticos y económicos en cada sociedad. Desde esta perspectiva, la construcción cultural del sexo como género y la asimetría que caracteriza en todas las culturas a los sistemas de sexo-género (aunque a cada uno de un modo particular) se entienden como sistemática- mente ligadas a la organización de la desigualdad social22. El sistema de sexo-género es, por tanto, un sistema sim- bólico que pone en relación el sexo con determinados con- tenidos culturales según los valores y las jerarquías sociales. «El sistema de sexo-género es, a la vez, una construcción 36 Asunción Oliva Portolés 23 Ibíd., pág. 9. 24 Ibíd., pág. 25. cultural y un aparato semiótico, un sistema de representa- ción que atribuye un significado (identidad, valor, prestigio lugar en el sistema de parentesco, estatus en la jerarquía so- cial, etc.) a los individuos dentro de la sociedad.» Por ello, nuestra autora sostiene que, «si las representaciones de gé- nero son posiciones sociales que llevan consigo diferentes significados, el que alguien sea representado y se represente a sí mismo como varón o mujer implica el que asuma la to- talidad de los efectos de este significado»23. Pero, además, la representación social del género afecta a su construcción subjetiva y viceversa, con lo que se abre una puerta a la po- sibilidad de autodeterminación y de capacidad de acción en el nivel subjetivo e incluso individual de las prácticas micro- políticas y cotidianas. La gran dificultad para la construcción de una nueva subjetividad estriba en el hecho de que cualquier producción cultural está construida sobre narrativas masculinas de gé- nero que, a su vez, se fundan en el contrato heterosexual, narrativas que tienden a reproducirse en las teorías feminis- tas, si no nos resistimos a ellas. Esta es la razón por la que la crítica de todos los dis- cursos que conciernen al género, incluyendo los produci- dos o alentados por el feminismo, continúa siendo una parte tan esencial del feminismo como lo es el esfuerzo continuado por crear nuevos espacios del discurso, por re- escribir las narrativas culturales y por definir los términos desde otra perspectiva — una perspectiva desde «otra parte» […]. Y es ahí donde hay que plantearse los nuevos términos de una diferente construcción del género24. Por su parte, la feminista americana Judith Butler de- sarrolla una perspectiva constructivista extrema sobre el gé- nero. Ya en un artículo titulado «Gender Trouble, Feminist Debates sobre el género 37 25 Incluido en el libro editado por L. Nicholson, Feminism/Postmo- dernism, Nueva York-Londres, Routledge, 1989. págs. 324 y sigs. Este ar- tículo está escrito unos meses antes de la publicación de la primera edi- ción de su obra Gender Trouble. Theory and Psychoanalytic Discourse»25 comienza con una crítica al psicoanálisis tanto freudiano como lacaniano para afirmar que en la teoría freudiana la adquisición de la iden- tidad de género se realiza simultáneamente a la realización de una heterosexualidad coherente; así el tabú delincesto que presupone e incluye el tabú de la homosexualidad opera sancionando y produciendo la identidad, al tiempo que la reprime. Tanto en el caso de la teorías lacanianas como en el de las teorías psicoanalíticas basadas en las relaciones de objeto, se da por supuesto que en el desarrollo infantil, bien una represión primaria (en el caso de las primeras), bien una identificación primaria (en el de las segundas), produce la especificidad de género y, posteriormente, «da forma, orga- niza y unifica la identidad.» Las dos posiciones explican la adquisición del género mediante teorías que estabilizan de forma falsa la categoría de «mujer». Tales teorías, sostiene Butler, no necesitan ser explícitamente esencialistas en sus argumentos para ser efectivamente esencialistas. Ambas presentan el postulado utópico de un estadio originaria- mente prediferenciado de los sexos, que, además, preexiste al postulado de la jerarquía y que queda destruido por la in- tervención brusca y rápida de la ley del Padre (en las laca- nianas) o por el mandato edípico de repudiar y devaluar a la madre (teoría de las relaciones de objeto). Al fundamentar sus metanarrativas en el mito del origen, estas descripciones psicoanalíticas de la identidad de género confieren un falso sentido de legitimidad y universalidad a una versión culturalmente específica (y culturalmente opresiva también) de la identidad gené- rica. Al afirmar que algunas identificaciones son más pri- marias que otras y sirven para unificar a las demás, la uni- 38 Asunción Oliva Portolés 26 Ibíd., pág. 334. dad de las identificaciones queda preservada. Las identi- ficaciones primarias establecen el género de un modo sustantivo y las secundarias funcionan como atributos de éste, que pueden revisar o reformar la identificación pri- maria pero, de ningún modo, poner en cuestión su pri- macía estructural26. Las fantasías de género constitutivas de las identifica- ciones no forman parte del conjunto de propiedades que se considera que posee un sujeto, sino que constituyen la ge- nealogía de esta identidad corpóreo-psíquica, el mecanismo de su construcción. Es decir que, en realidad, no se tienen las fantasías ni existe alguien que las viva, sino que las fan- tasías condicionan y construyen la especificidad del sujeto marcado por el género; ellas son en sí mismas producciones disciplinarias de sanciones y tabúes con una base cultural. «Si el género está constituido por la identificación y ésta es invariablemente una fantasía dentro de otra fantasía (…) el género es precisamente la fantasía hecha acto por y a través de los estilos corporales que constituyen las significaciones del cuerpo.» En este punto Butler trae a colación la teoría desarrollada por Foucault en Surveiller et punir acerca de la represión efectuada sobre los delincuentes en la prisión «moderna»; con ella no se buscaba la sumisión del cuerpo sino la incorporación de la ley de forma que los cuerpos la mostraran como una esencia inscrita en ellos. Esto es lo que Foucault llama el alma y que sitúa «en la superficie, alrede- dor y dentro del cuerpo». El alma en Foucault no es más que una significación en la superficie del cuerpo que pone en cuestión la misma distinción «interno-externo», una fi- gura del espacio psíquico interior inscrita en el cuerpo. La redescripción de los procesos intrapsíquicos en términos de la política de la superficie del cuerpo implica la consiguiente redescripción del género como la pro- Debates sobre el género 39 27 J. Butler, Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, Londres, Routledge, 1999, pág. 172. ducción disciplinaria de las figuras de la fantasía me- diante el juego de presencia-ausencia en la superficie del cuerpo: implica la construcción del cuerpo generizado mediante una serie de exclusiones y negaciones, de au- sencias significativas27. Cuando la identidad de género se entiende como rela- cionada causalmente con el sexo, el orden de aparición que regula la subjetividad genérica se entiende así: el sexo con- diciona el género y el género determina la sexualidad y el deseo. Estaríamos dentro de una metafísica de la sustancia en la que el género y el deseo se ven como atributos que pro- ceden de la sustancia del sexo y sólo cobran sentido como un reflejo suyo. En el caso de Butler, si la identificación es la representación de una fantasía, los actos, los gestos y los deseos producen el efecto de que existe una sustancia o nú- cleo interior, pero realmente actúan en la superficie del cuerpo, mediante un juego de sugerencias significativas que nos hacen tomar la identidad como principio organizador y como causa. Tales actos, gestos y prácticas, generalmente construidos, son performativos en el sentido de que la esencia de la iden- tidad que parecen expresar se convierte en una fabricación manufacturada y sostenida mediante signos corporales y otros medios discursivos. El que el género sea performativo sugiere que no tiene estatus ontológico alguno fuera de los diversos actos que constituyen su realidad; sugiere también que, si esta realidad es fabricada como una esencia interior, esta misma interioridad es un efecto y una función de un discurso indu- dablemente público y social, la regulación pública de la fan- tasía a través de una política de la superficie del cuerpo. Es decir, para nuestra autora, los actos y los gestos que articulan y llevan a la acción los deseos crean la ilusión de 40 Asunción Oliva Portolés 28 Ibíd., págs. 173-176. un núcleo de género interior y organizador, una ilusión mantenida discursivamente con el propósito de regular la sexualidad dentro del marco obligatorio de la heterose- xualidad reproductiva. «El desplazamiento, efectuado desde el origen político y discursivo de la identidad de gé- nero hacia la consideración de un núcleo psicológico, im- posibilita el análisis de la constitución política del sujeto con marca de género (gendered) y, al mismo tiempo, da por válidas las nociones de la «inefable interioridad del sexo». Por tanto, dice Butler, si la verdad interior del género es una fabricación y el género auténtico es una fantasía ins- tituida e inscrita en la superficie de los cuerpos, parece que el género no puede ser ni verdadero ni falso, sino que se produce como el efecto de verdad del discurso de una identidad primaria y estable. La noción de identidad de género se parodia a menudo en las prácticas del travestismo y de las «drag»; la actuación de éstas juega con la distinción entre la anatomía de quién actúa y el género que quiere representar, creando así una di- sonancia entre sexo, género y actuación. Al imitar el género, las «drag» ponen implícitamente al descubierto la estructura imitativa del género mismo, así como su contingencia. Para Butler el género es una parodia, lo cual no significa que haya un modelo al que la parodia trate de imitar. Más bien la pa- rodia de género revela que la identidad original, a partir de la cual el género se fabrica, es en sí misma una «imitación sin original». El desplazamiento continuo que se produce en la parodia del género propicia una fluidez de identidades que propone una apertura a la resignificación y a la recon- textualización. «La proliferación paródica elimina la recla- mación que la cultura hegemónica realiza de las identidades genéricas naturales o esencialistas»28. La parodia del género es parte de la cultura hegemónica y misógina, es decir no tiene por qué ser subversiva por sí misma; pero puede ser Debates sobre el género 41 29 J. Butler, «Gender Trouble, Feminist Theory and Psychoanalytic Discourse», en L. Nicholson (ed.), Feminism/ Postmodernism, Nueva York-Londres, Routledge, 1989, págs. 338-339. 30 El título original es Herculine Barbin, dite Alexina B., presenté par Michel Foucault, París, Gallimard, 1978. recontextualizada para des-naturalizar el género y poner en cuestión el significado de la identidad genérica. La proliferación de estilos e identidades (si está pa- labra tiene aún algún sentido) genéricas pone en cuestión implícitamentela siempre política distinción binaria en- tre los géneros que, a menudo, se da por sentada. La pér- dida de esta reificación de las relaciones de género no de- biera ser lamentada como un fallo de la teoría política feminista sino, más bien, afirmada como una promesa de la posibilidad de complejas y generadoras posiciones de sujeto, así como de estrategias de coalición que ni presu- pongan ni sitúen a los sujetos que constituyen en un lu- gar fijado. En definitiva, «la coherencia de género» de- bería entenderse, más que como el punto de unión para nuestra liberación, como la ficción reguladora que es29. La teoría de la sexualidad de Foucault conduce a Butler a afirmar que no sólo el género, sino también el sexo es una construcción cultural. «De hecho el sexo tal vez siempre fue género, con la consecuencia de que la distinción entre sexo y género no existe como tal.» Foucault rompe, con la pers- pectiva de la metafísica de la sustancia (ruptura que tendría como referente a Nietzsche) en lo que a la identidad de gé- nero se refiere. De esta forma, en la «Introducción» al Dia- rio de Herculine Barbin30, escrita para la traducción inglesa de esta obra, sugiere Foucault que la heterogeneidad sexual, el hecho de que Herculine no pueda categorizarse dentro de la relación binaria del género, implica una crítica de la me- tafísica de la sustancia e implica que la identidad es sólo una «ficción reglamentadora». 42 Asunción Oliva Portolés Ahora bien, aunque el autor francés desarrolle en esta «Introducción» ideas que parecen corroborar las expuestas en La volonté du savoir, Butler cree que la apropiación que hace Foucault de Herculine es sospechosa y que, de hecho, las implicaciones de la «Introducción» contradicen la visión foucaultiana del sexo no como una causa del deseo y del gé- nero, sino como un efecto del dispositivo de la sexualidad que produce el «sexo» como parte de la estrategia para per- petuar las relaciones de poder. Pero, en el caso de Herculine, Foucault parece no tener en cuenta las relaciones concretas de poder que a la vez, construyen y condenan la sexualidad de este hermafrodita. Refiriéndose a él/ella, habla del «feliz limbo de la no identidad» para caracterizar un mundo de placeres que no se refieren, según él, al sexo como a su causa originaria, ni, por tanto, serían el efecto de un intercambio específico del poder/discurso, de forma que la sexualidad de Herculine sería «anterior a la ley» y anterior a la imposición discursiva de un sexo unívoco. Desde la perspectiva butleriana, Foucault ha adoptado una postura romántica respecto a ese mundo de placeres di- fusos que vincula con la no-identidad y no, en cambio, con una variedad de identidades femeninas y con el lesbianismo, ya que eso sería introducir la categoría de «sexo», que es lo que Foucault trata de evitar. Para Butler, entre las varias ma- trices de poder que dan lugar a la sexualidad entre Hercu- line y sus amantes, aparecen claramente las convenciones de la homosexualidad femenina que, a la vez, es alentada y con- denada por el convento y la ideología religiosa que lo sos- tiene. Sabemos por su Diario que Herculine leía mucho y su educación se debía basar en los clásicos, los textos cris- tianos y el romanticismo francés. Su misma narrativa sigue unas convenciones literariamente establecidas. Para la au- tora de Gender Trouble está claro que estas convenciones producen e interpretan para nosotros esta sexualidad que tanto Foucault como Herculine presuponen que está fuera de toda convención. La sexualidad de Herculine, pese a Foucault, está dentro de un discurso, de una auto-exposi- Debates sobre el género 43 31 J. Butler, Gender Trouble, pág. 178. ción narrativa que, además, es un tipo de producción con- fesional del yo. Butler no ve en él/ella la no-identidad, sino la ambivalencia. No existe, por tanto, afirma nuestra autora, una sexuali- dad «anterior a la ley» y al discurso, como parece despren- derse de este texto de Foucault. Por eso, sostiene Butler, las categorías de identidad que han fundamentado la política feminista han servido, al mismo tiempo, para limitar sus po- sibilidades. El género no es ni la expresión de una esencia ni un ideal al que aspirar; «y porque el género no es un he- cho, los diferentes actos del género crean la idea de género y sin estos actos, el género no existiría». El género es, por tanto, una construcción que, por lo general, oculta su géne- sis. El tácito y colectivo acuerdo para realizar, producir y mantener géneros discretos y polarizados como ficciones culturales se hace invisible ante la credibilidad que inspiran estas producciones, además de por el castigo que acompaña al que no acepta creer en ellos. «Esta construcción aviva nuestra creencia en su naturalidad y necesidad»31. Señala Butler que lo que se podría llamar la «sedimen- tación» de las normas de género produce el peculiar fenó- meno que se suele llamar el sexo «natural», el cual da lugar a un conjunto de estilos corporales que, en su forma reifi- cada, aparecen como la configuración natural de los cuerpos en dos sexos que se oponen en una relación binaria. La rea- lización (performance) que requiere el género debe repetirse. Así, ponemos en acto y volvemos a experimentar el con- junto de significados que rodea al género y que está esta- blecido socialmente, a la vez que lo legitimamos. Es cierto que son cuerpos individuales los que ponen en acto estas significaciones, pero no lo es menos que esta puesta en acto es una acción pública, efectuada con el propósito estratégico de mantener el género dentro de este marco binario. Este propósito, aclara Butler, no puede ser atribuido a un sujeto 44 Asunción Oliva Portolés 32 Ibíd., págs. 179-180. sino, más bien, debe ser entendido bajo la perspectiva de en- contrar y consolidar el sujeto. Si los atributos del género no son expresivos, sino per- formativos, estos atributos son los que, efectivamente, cons- tituyen la identidad que se supone que expresan o revelan. La distinción entre expresión y performatividad es crucial. Si los atributos y los actos del género, esto es, los diversos modos en los que el cuerpo produce o muestra sus signifi- cados culturales son performativos, no existe entonces una identidad preexistente por la que pueda ser medido ese acto o atributo. No hay actos genéricos verdaderos ni falsos y el presupuesto de una identidad genérica es sólo una ficción reguladora32. Butler utiliza el término performativo (que en castellano se podría traducir por «realizativo») tomándolo de J. L. Aus- tin y lo interpreta a la luz de Derrida (para quien la noción de performatividad va unida a la de «cita» y «repetición») y de la noción de «metalepsis» de Paul De Man. Un acto per- formativo es aquel que crea o pone en acto aquello que nombra y por ello marca el poder constitutivo o productivo del discurso. Cuando las palabras llevan aparejadas acciones o constituyen en sí mismas un tipo de acción, no lo hacen porque reflejen el poder de un deseo o intención individual, sino porque proyectan y se vinculan a convenciones que han cobrado fuerza precisamente a través de una sedimentada reiteración. De modo que la categoría de intención y la no- ción de hacedor tendrán su lugar, pero ese lugar no será ya el de estar detrás de la acción como su fuente posibilitadora. Si el género es performativo, la identidad es meramente la ilusión de una coherencia desmentida por la discontinui- dad de gestos, actos y estilos que nos colocan en uno de los dos polos de la sexualidad binaria. Ahora bien, ¿se des- prende de ello que no puede haber capacidad de acción ra- cional (agency)? En este punto Butler afirma expresamente Debates sobre el género 45 33 J. Butler, Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, Londres, Routledge, 1990, pág. 185. que esta capacidad de acción existe. Todas las teorías femi- nistas, señala, parten del supuesto de que es necesario un su- jeto prediscursivo, un Yo, para que de él surja la capacidad de acción; para Butler, el Yo se constituyeen el discurso. Cuando decimos que el sujeto se constituye, ello sig- nifica simplemente que el sujeto es una consecuencia del discurso que lo gobierna y que produce el efecto de una identidad inteligible. El sujeto no está determinado por las reglas mediante las que se genera porque la significación no es un acto de fundamentación, sino más bien un pro- ceso regulado de repetición (…) que refuerza estas reglas precisamente porque produce el efecto de que existe una sustancia. En cierto sentido, toda significación tiene lugar dentro de la órbita de una compulsión a repetir; la capa- cidad de acción («agency») debe localizarse, pues, dentro de la posibilidad de una variación en tal repetición33. Es decir, de una repetición subversiva. ¿Y dónde podría efectuarse esa repetición? Si la superficie del cuerpo se re- presenta como lo natural, precisamente es esa superficie la que puede constituirse en el espacio de una disonante y des- naturalizada realización que pone de relieve el estatus per- formativo de lo que parece natural. Las prácticas de la «paro- dia», como hemos visto antes, pueden servir para enfrentar el género «natural» con una exhibición hiperbólica, auto- paródica, de lo «natural». Butler afirma que el hecho de que el sujeto se construya (o, mejor, se constituya), mediante la resignificación, es decir, mediante la deconstrucción de identidades preexistentes, no excluye la posibilidad de la po- lítica feminista, que (al menos, ésta parece ser la idea domi- nante en Gender Trouble) se basará justamente en fomentar la proliferación de las configuraciones culturales de sexo y género para introducir confusión en el binarismo del sexo y 46 Asunción Oliva Portolés 34 Para un análisis crítico de la concepción del género en Butler, con- frontar la obra de M.ª L. Femenías, Sobre sujeto y género. Lecturas femi- nistas desde Beauvoir a Butler, Buenos Aires, Catálogos, 2000. 35 S. Jeffreys, La herejía lesbiana, Madrid, Cátedra, 1996, págs. 148-151. poner de manifiesto su fundamental artificialidad. Así se ge- nerará una fluidez de identidades que se abre a la re-signi- ficación y a la re-contextualización y que priva a la cultura hegemónica del derecho a dar explicaciones esencialistas de la identidad de género34. La teoría de Butler ha suscitado numerosas críticas. En- tre ellas, la de la también feminista y lesbiana Sheila Jeffreys, quien critica la visión del género que, en su opinión, Butler comparte con los gays y las lesbianas postmodernos. Se trata de un género despolitizado, aséptico y de di- fícil asociación con la violencia sexual, la desigualdad eco- nómica y las víctimas mortales de abortos clandestinos. Quienes se consideran muy alejadas de los escabrosos de- talles de la opresión de las mujeres han redescubierto el género como juego. Lo cual tiene una buena acogida en el mundo de la teoría lesbiana-y-gay porque presenta el feminismo como diversión y no como un reto irritante35. Las teóricas feministas de los 70 y primeros 80 se refie- ren al género como algo que puede ser o superado o sobre- seído. Pero para Butler el género es «representación» y, con- secuentemente, no posee ninguna forma o esencia ideal sino que es tan sólo un disfraz (drag) que usan todos los seres hu- manos, sea cual sea su orientación sexual. «El travestismo», dice Jeffreys, «es una forma trivial de apropiarse, teatralizar y usar y practicar todos los géneros; toda división genérica supone una imitación y una aproximación». Lo que hace Butler no es eludir el género ni, mucho menos, intentar su- perarlo; sólo es posible «jugar» con él. Jeffreys critica también lo que De Lauretis llamó, ya en 1991, QueerTheory y que Butler ha desarrollado también Debates sobre el género 47 36 J. O’Driscoll, en «Outlaw Readings: Beyond Queer Theory» (Signs, vol. 22, núm. 1, 1996, págs. 30 y sigs.) sugiere diferenciar la teo- ría gay, lesbiana, transgenérica, etc., de lo que denomina outlaw theory para significar la transgresión sexual de cualquier tipo y evitar así la con- fusión que ocasiona la denominación de queer. 37 M. Wittig, «One is not Born a Woman», en L. Nicholson (ed.), The Second Wave, A Reader in Feminist Theory, Nueva York-Londres, Routledge, 1997, pág. 266. Este título es el comienzo de la célebre cita de El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir. como política de «transgresión», cuyas raíces se encuentran en Foucault. Si bien al comienzo el término queer pretendía designar la sexualidad de los gays y las lesbianas frente la heterosexualidad (que sería lo «straight», lo correcto), esta concepción fue criticada por Butler y otros autores que veían el peligro de crear una nueva identidad. Hoy el término queer parece denotar un concepto general de transgresión sexual, sea ésta del tipo que sea36. Para Jeffreys esta teoría seduce solamente a los postmodernos, que la consideran la política de la diferencia de los años 90, mientras que para ella no es más que la última argucia del neoliberalismo. Desde una perspectiva muy distinta, pero que Butler cri- tica por caer en el esencialismo, Monique Wittig escribió en 1981 un célebre ensayo titulado «One is not Born a Wo- man», en el que distingue entre «mujer» y «mujeres»37. Mientras el segundo término describe el contenido de unas relaciones sociales específicas, «mujer» es un concepto polí- tico. No se basa, como algunas teorías afirman, en la biolo- gía, ni describe un grupo «natural» (como ya, treinta años antes, analizara minuciosamente Beauvoir), sino que es una categoría normativa que se utiliza al servicio de la heterose- xualidad obligatoria. «Un acercamiento materialista nos muestra que lo que tomamos como causa u origen de la opresión no es sino la marca impuesta por el opresor: el «mito de la mujer» y sus efectos materiales y manifestacio- nes en las conciencias y los cuerpos dominados de las mu- jeres. Esto significa que la marca no preexiste a la opresión.» 48 Asunción Oliva Portolés Antes de que apareciera el movimiento de liberación de las mujeres, el ser «mujer» constituía una imposición política y aquellas que se resistían eran acusadas de no ser mujeres au- ténticas. El punto de vista de la autora, el de la «conciencia les- biana», rechaza no sólo el rol de mujer, sino también el po- der económico, político e ideológico del hombre. «El rechazo a hacerse (o a seguir siendo) heterosexual significa siempre el rechazo a llegar a ser un hombre o una mujer, consciente- mente o no.» Como la autora explica «hace treinta años nos levantamos para luchar por una sociedad sin sexo. Hoy nos encontramos atrapadas en el familiar punto muerto de «la mujer es maravillosa». Hemos llegado de nuevo al mito de la mujer, sin terminar de poner en cuestión los conceptos de hombre y mujer, que son categorías políticas y económicas y no datos naturales. «Nuestra primera tarea es disociar com- pletamente «mujeres» (la clase dentro de la que luchamos) de la «mujer», es decir, del mito» La «Mujer» no es cada una de nosotras, sino la formación política e ideológica que niega a las «mujeres». La destrucción de la mujer como mito sólo será posible para Wittig destruyendo el sistema social de la heterosexualidad obligatoria que se basa en la opresión de las mujeres por los hombres y que produce la doctrina de las di- ferencias entre los sexos para justificar esta opresión. «El re- chazo a hacerse (o a seguir siendo) heterosexual significa siempre el rechazo a llegar a ser un hombre o una mujer, conscientemente o no.» El «género» para Wittig es una ca- tegoría social que denota a la «lesbiana», el único sujeto po- sible del feminismo del futuro. Teniendo en cuenta todas estas críticas, Susan Bordo ha- bla de un escepticismo feminista sobre el género. Por un lado, éste proviene de la reacción de las mujeres negras, chicanas, lesbianas; por otro, de la de aquellas que acusan al género de «ficción totalizadora». Bordo no comparte este escepti- cismo. «La teoría feminista —incluso la realizada por las mujeres blancas y de clase alta— no se localiza en el centro del poder cultural.Los ejes cuyas intersecciones forman las Debates sobre el género 49 38 S. Bordo, «Feminism, Post-modernism and Gender-Scepticism», en Nicholson ed., Feminism/ Postmodernism, Nueva York-Londres, Rou- tledge, 1989, pág. 141. 39 Ibíd., págs. 152-153. situaciones culturales de las autoras feministas nos dan a al- gunas de nosotras, desde luego, posiciones de privilegio; pero todas nosotras, como mujeres, también ocupamos po- siciones subordinadas»38. Incluso señala que existe un cu- rioso carácter selectivo en el trabajo de las feministas con- temporáneas que critican las teorías de la identidad basadas en el género. Los análisis de la raza y la clase (los otros dos gran- des motivos de la crítica social moderna) no parecen es- tar sometidos a la misma deconstrucción. Las mujeres de color hablan de las feministas blancas como una unidad, sin atender a las diferencias de clase, de etnia o de reli- gión que también nos sitúan y dividen, y las feministas blancas tienden a aceptar esta «totalización». Nuestro lenguaje, nuestra historia intelectual y las formas sociales están «generizadas»; no podemos huir de este hecho ni de sus consecuencias sobre nuestras vidas. Algunas de es- tas consecuencias pueden ser no intencionadas, y nues- tro mayor deseo sería trascender las dualidades de gé- nero, no tener un comportamiento categorizado como de varón o de hembra. Pero nos guste o no, en la cultura en que vivimos, nuestras actividades son codificadas como femeninas o masculinas y así funcionarán dentro del sis- tema dominante de las relaciones de género-poder39. Esta misma visión está presente en otras autoras que, como Susan Bordo, comparten posiciones postmodernas, pero que son conscientes de que para luchar en defensa de los intereses de las mujeres hay que suponer que éstas son un colectivo. Ésta sería la postura del «esencialismo estratégico» de una Gayatri C. Spivak o de una Rosi Braidotti. Para la primera, que hace de la mujer una manifestación de lo que 50 Asunción Oliva Portolés 40 La idea de «localización» del sujeto, que ha tenido una gran re- percusión en el feminismo anglosajón, desde Harding a Haraway, está ex- presada por primera vez en A. Rich, «Notes towards a Politics of Loca- tion», en Blood, Bread and Poetry, Selected Essays 1979-1985, Nueva York, W. W. Norton, 1986. 41 «Criticism, Feminism and Institution», entrevista con E. Grosz en junio de 1984, incluida en G. C. Spivak, The Post-Colonial Critic. Inter- views, Strategies, Dialogues, Londres-Nueva York, Routledge, 1990, pág. 11. 42 R. Braidotti, Nomadic Subjects, Nueva York, Columbia University Press, 1994, pág. 4. denomina «conciencia subalterna», el sujeto «mujeres» no es una esencia ni un destino biológico sino más bien un sujeto «localizado» o posicionado40. Nuestra autora señala que, por mucho que queramos tomar una postura en contra del esen- cialismo y del universalismo, como la filosofía postmoderna postula, estratégicamente no nos es siempre posible. Aunque Spivak, como buena seguidora de Derrida, tiene una con- cepción radicalmente deconstructivista del sujeto «mujer» al que considera heterogéneo y fragmentado, no duda, sin em- bargo, en reclamarse de un esencialismo estratégico41. Según ella, hay que examinar lo que puede haber de útil en el dis- curso de universalización y después analizar qué limites tiene este discurso. Incluso, dice, hay que utilizar estratégicamente también el discurso esencialista. «De hecho, soy esencialista de cuando en cuando», afirma la autora. Esta misma idea la comparte también Rosi Braidotti. En la teoría feminista, una habla como una mujer, aunque el sujeto «mujer» no sea una esencia monolítica definida de una vez por todas sino, más bien, el lugar de una serie de múltiples, complejas y potencialmente con- tradictorias experiencias, definido por variables que se superponen, tales como la clase, la raza, la edad, el estilo de vida, la preferencia sexual y otras. Una habla como mujer con el propósito de que las mujeres tengan mayor poder (to empower), de activar cambios socio-simbólicos en su condición42. Debates sobre el género 51 43 S. Benhabib, Situating the Self, Cambridge, Polity Press, 1992. Cito por la traducción castellana de este capítulo de su libro que aparece 4. ¿Género o patriarcado? Como hemos ido viendo, la noción de «género» que al comienzo tuvo únicamente el carácter de categoría analítica y dio lugar a análisis muy fecundos, es posible que más tarde se haya entendido por parte de algunas teóricas de una forma diferente a la que fue concebida. Este desplazamiento ha determinado su puesta en cuestión desde diversos ámbi- tos, entre ellos el del feminismo del Tercer Mundo o post- colonial, que critica, como ya he señalado, el intento de es- tablecer la definición del sujeto del feminismo desde el único eje del género, además de denunciar una visión etno- céntrica del mismo. No obstante, el hecho de que un concepto como éste se haya comprendido de una forma diferente a la que fue con- cebido, y se haya reificado o esencializado, no nos debe im- pedir realizar un análisis de esta categoría desde una pers- pectiva crítica de signo ilustrado, ya que el punto de vista constructivista extremo nos aboca a callejones de muy difí- cil salida. Este tipo de análisis es el que está presente en la obra de la filósofa feminista Seyla Benhabib, quien admite la categoría de «sistema de sexo/género» de Gayle Rubin, aplicándola a su propia concepción del yo. El sistema de género/sexo es la red mediante la cual el self desarrolla una identidad incardinada, determinada forma de estar en el propio cuerpo y de vivir el cuerpo (…). El sistema de género/sexo es la red mediante la cual las sociedades y las culturas reproducen a los individuos incardinados. En definitiva, afirma Benhabib, «entiendo por sistema de género-sexo la constitución simbólica y la interpretación socio-histórica de las diferencias anatómi- cas entre los sexos»43. 52 Asunción Oliva Portolés con el título «El Otro generalizado y el Otro concreto» en Benhabib y Cornell, Teoría feminista y teoría crítica, Valencia, Alfóns el Magnànim, 1990, pág. 125. Como podemos comprobar, la teoría de Benhabib, que se refiere a la formación de la identidad genérica individual, acepta la idea de «sistema sexo/género» sin caer en el esen- cialismo. Lo mismo ocurre con Nancy Fraser, aunque ésta última trate más bien de la formación de las identidades co- lectivas, dentro de las cuales distingue cuatro variables: la clase, el género, la raza y la orientación sexual. Para ella la raza y el género son colectividades bivalentes y que inter- sectan a la vez con el esquema de distribución y con el del reconocimiento. Así ser mujer y negra lleva consigo una do- ble discriminación y requiere una transformación de los dos esquemas antes citados. Fraser piensa que las identidades de clase deben ser transformadas mediante luchas por la redis- tribución (aunque no de forma exclusiva), mientras que el cambio de actitud ante las orientaciones sexuales «diferen- tes» debe realizarse mediante un cambio cultural o simbó- lico. Y esto ocurre no solamente porque hay un «subtexto genérico» en los programas del sistema del bienestar social (aunque oficialmente pretendan aparecer como «neutros» en lo que al género se refiere, hay programas «masculinos» u orientados hacia el trabajo fuera de casa, y «femeninos», vin- culados al cuidado de la familia), sino también porque den- tro del mismo discurso de las mujeres hay interpretaciones diferentes de cuáles serían las necesidades que deberían ser imprescindiblemente atendidas, ya que en el propio movi- miento feminista hay conflictos entre mujeres de diferentes clases, etnias u orientaciones sexuales. Fraser nos ofrece la posibilidad de pensar las identida- des sociales como complejas, cambiantes y construidas dis- cursivamente. Han sido tejidas a partir de una pluralidad de des- cripciones diferentes que surgen de prácticas de signifi- Debates sobre el género 53 44 N. Fraser, Justice Interruptus.
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