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– El pájaro que se quejó con Dios
Hubo una vez un pájaro que se encontraba sobre la montaña de un gran bosque.
Tenía alas muy cortas y no podía volar los suficiente como para seguir el ritmo a los demás pájaros, por causa de su incapacidad física se había perdido de su bandada, había perdido el norte, estaba cansado y buscaba algo de agua o alimento para tomar fuerza y emprender su vuelo nuevamente. Reflexión cristiana
 
Reflexiones Cristianas – El pájaro que se quejó con Dios
El pobre pájaro estaba débil y se encontraba lamentándose de su miserable existencia en medio de aquel bosque. Con cada segundo que pasaba, pensaba: «No, ya no puedo más. Necesito encontrar un lugar para pasar la noche y un poco de alimento. Tengo tanta hambre, Dios mío». En esos momentos se sentía tan abandonado, tan solo, que su única compañía era la de una brisa fresca y el silbido del viento entre sus plumas.Reflexión cristiana
La noche ya estaba cayendo y, con miedo, intentó una vez más extender sus cortas alas para levantar el vuelo, pero por más que se esforzaba, no lo lograba. El pájaro miraba el cielo y se quejaba de su situación: «¿Por qué, señor? ¿Por qué me tocó vivir esto? ¿Qué hice para merecer esta miseria? ¿Por qué los demás tienen las alas perfectas? ¿Por qué lo
He sido un buen pájaro, debería tener una buena vida, pero desde que era un polluelo solamente me ha tocado sufrir. Estoy tan cansado de estar aquí, soy un error», decía con profunda melancolía. El pájaro sentía el dolor de sus alas, su cuerpo agotado y volteaba a mirar el cielo esperando una respuesta.
Fue entonces cuando un buho que se encontraba volando cerca de aquel lugar lo vio, se acercó y le dijo con voz dulce: «Tranquilo, pájaro. Ya estoy aquí». Confundido, el pájaro respondió: «¿Quién eres?» De pronto, una sensación de paz recorrió el frágil cuerpo del ave y nuevamente la dulce voz de aquel buho le contestó: «Dije que estuvieras tranquilo, pájaro». Fue entonces cuando el pájaro lo miró y el buho continuó: «Así es, pequeño pájaro. Todo los días a esta hora salgo a volar y mientras vuelo, oro, para mi, significa encontrarme con Dios».
En ese momento, una sensación de calma invadió el pequeño cuerpo del pájaro y, moviendo sus alas, le preguntó aquel buho: «¿Puedo pedirte un favor?» A lo que el buho le contestó: «Claro que sí, ¿qué es lo que necesitas?». Con una voz débil, el pájaro le respondió: «Quisiera que le preguntaras a Dios por qué me ha abandonado. ¿Cuándo será el día en el que terminará mi sufrimiento? Me encuentro muy cansado y siento que no puedo más». Fue entonces cuando el buho le preguntó:
«¿Por qué piensas que él te ha abandonado?» A lo que la pequeña criatura respondió: «Solo mírame. Soy imperfecto, si no sirvo para volar, tampoco sirvo para vivir, ahora estoy solo, triste y enfermo».
Después de unos segundos, el búho le contestó con una sonrisa en su hermoso rostro: «De acuerdo, hijito. Pero yo no creo que él te haya olvidado. Aún así, cuando esté orando, le daré tu mensaje, aunque creo que él ya te ha oído».
Y al terminar de pronunciar estas palabras, el búho, se alejó delicadamente de aquel lugar donde estaba el pájaro, mientras este último lo miraba perderse en el horizonte.
Cuando el Búho volaba y oraba a Dios, le platicó el encuentro que había tenido con el pájaro y que este se preguntaba con profunda tristeza por qué lo había abandonado.
A lo que él Señor le hablo a su espíritu y le hizo entender: Que no existía criatura creada por él a la que haya abandonado, que el pájaro había pasado toda su vida quejándose y nunca le había dado gracias. Así que el Búho regreso a ese lugar para darle al pájaro respuesta a su pregunta.»
Fue entonces que el búho volvió con el pájaro para decirle lo que el Señor le había hecho entender a su espíritu.
Habían transcurrido algunos días desde que el búho le dio el mensaje, mientras volaba y oraba a Dios, volvió a pasar por aquel lugar y vio que el pájaro se encontraba muy feliz.
Ya no se mostraba débil, las heridas de sus alas habían sanado y sus plumas brillaban con la luz del sol. Cerca de él habían crecido algunas plantas y se había formado un pequeño estanque donde el pájaro encontraba cantando alegremente.
El búho, sorprendido, se preguntaba cómo había sucedido esto, ya que recordaba lo que Dios le había dicho en aquella ocasión. Un poco desconcertado, el búho le dijo a Dios:
«Padre, he visto nuevamente al pájaro. Está vivo, se mira muy feliz y sano. ¿Cómo es que ha pasado esto?» A lo que el Señor le hizo entender: «Que en realidad, no había posibilidad de que el pájaro fuera feliz, pero todo cambió cuando el pájaro
escuchando lo que el Búho le dijo y siguiendo su ejemplo, comenzó a orar diariamente, dando ‘gracias a Dios por toda en la vida'».
El buho quedó maravillado al entender que la clave de la felicidad del pájaro estaba en su actitud de gratitud. El pájaro aprendió que ante cada situación que acontecía en su día a día, él solo agradecía. Cuando una lluvia azotaba y mojaba sus debilitadas plumas, él decía «gracias a Dios por todo». Cuando sus cortas alas no podían más y era imposible volar, él repetía «gracias a Dios por todo». Y así, en cualquier dificultad, en cada enfermedad, en cada pesar, el pájaro seguía diciendo: Gracias Padre por todo

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