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Neuropsicología cognitiva

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Neuropsicología cognitiva humana
La neuropsicología cognitiva experimenta un resurgimiento aproximadamen- te desde 1970. Es un enfoque que intenta comprender funciones cognitivas, como reconocer, hablar o recordar, a través de un análisis de las distintas formas en que estas funciones pueden alterarse en casos de lesión cerebral. Más específicamente, la neuropsicología cognitiva trata de explicar los patro- nes de realización intactos y afectados que se observan en los pacientes con lesiones cerebrales, en términos de alteración de uno o más de los componen- tes de una teoría o modelo sobre la función cognitiva normal y, a la inversa, extraer conclusiones sobre los procesos cognitivos normales a partir de los trastornos observados.
Las disociaciones, en las que un aspecto de la ejecución está afectado mientras otros están preservados, se considera que traducen la existencia de subsistemas cognitivos independientes o módulos, responsables de distintas operaciones cognitivas. La supuesta organización de estos módulos puede (se- gún las inclinaciones) representarse en forma de un diagrama de «<procesa- miento de la información». Con frecuencia las asociaciones observadas entre déficit son más difíciles de interpretar debido al peligro de que su asociación obedezca a razones anatómicas más que funcionales (p. ej., módulos cogniti- vamente distintos que dependen de regiones adyacentes de la corteza cerebral y, como consecuencia, tienden a alterarse en forma conjunta).
En contraste con la neuropsicología tradicional, que tendía a estudiar gru- pos de pacientes, los neuropsicólogos cognitivos típicamente investigan casos aislados de cierta importancia teórica. Los resultados de estas investigaciones se interpretan en términos de un conjunto de supuestos que se siguen articu- lando y modificando a medida que evoluciona el enfoque. El supuesto del isomorfismo considera que la estructura de la mente se refleja en la organi- zación fisiológica del cerebro y procede de ella. El supuesto de transparencia mantiene que, con tiempo e ingenio, será posible deducir la naturaleza de la alteración subyacente en un paciente, a partir del patrón de capacidades preservadas y alteradas (incluyendo el patrón de errores). Este proceso estará apoyado por el supuesto de sustractividad, según el cual la realización de un paciente con una lesión cerebral se explica en términos de las capacidades del sistema cognitivo normal intacto menos los componentes perdidos como resultado de la lesión..
Los neuropsicólogos cognitivos creen que es posible extraer conclusiones generales sobre la forma en que funcionan la mente y el cerebro intactos a partir del estudio de pacientes neurológicos, pero tales conclusiones pueden también obviamente extraerse de estudios experimentales y de observación con sujetos normales. Algunas cuestiones teóricas se pueden resolver más fácilmente a través del estudio de pacientes, mientras que otras se resuelven mejor a través del estudio de individuos normales. Las conclusiones más fiables, sin embargo, serán aquellas que estén avaladas por evidencias independientes a partir de líneas de investigación también independientes.
Reconocimiento de objetos
INTRODUCCIÓN
El área de la neuropsicología que ha recibido mayor atención, tanto desde la aproximación localizacionista tradicional como en los últimos estudios en los cuales la alteración se ha considerado desde una perspectiva psicológica, es el uso del lenguaje. Hay una serie de razones que justifican este hecho, entre las que destacan las importantes asimetrías cerebrales en el control del lenguaje, aspecto que parece especialmente adecuado para la investigación en términos de localización de la función en áreas particulares del cerebro. Las propiedades estructurales del lenguaje como tal también ofrecen una elec- ción de factores a manipular e investigar en estudios con una orientación más psicológica. Además, las alteraciones del lenguaje se observan a menudo en los accidentes vasculares cerebrales y en otros tipos de pacientes con lesio- nes cerebrales y pueden tomar formas singularmente específicas.
El uso del lenguaje, sin embargo, presupone algo sobre lo cual hablar. Para empezar hay que considerar los trastornos de la capacidad de un indivi- duo para comprender el mundo que lo rodea, un mundo de objetos y de gente. Para alcanzar este objetivo consideraremos, en primer lugar, la capaci- dad para reconocer objetos (en este capítulo); a continuación ampliaremos nuestro análisis para examinar un amplio espectro de capacidades visuales y espaciales (capítulo 3) y, por último, consideraremos la capacidad para re- conocer a otras personas e interpretar sus sentimientos y expresiones (capítu- lo 4). Todos ellos son temas muy amplios, y, con el fin de mantener la cali- dad y la cantidad de material a niveles razonables, nos centraremos en la comprensión del mundo percibido visualmente y en el rostro como fuente de información usada para identificar a las personas e interpretar sus senti- mientos. Aunque el análisis cognitivo de tales alteraciones no se ha llevado a cabo en modo alguno tan exhaustivamente como el análisis de los trastor- nos del lenguaje, pensamos que es un tema muy prometedor y que se han de hacer descubrimientos interesantes. Con esto no queremos, sin embargo, Reconocimiento de objetos
COMPRENDER EL RECONOCIMIENTO DE OBJETOS
Casi todas las personas son capaces de reconocer los objetos cotidianos con facilidad, en una variedad bastante amplia de distancias, orientaciones y con- diciones de iluminación. Esto es necesario para la vida normal, ya que habi- tualmente nos encontramos con los objetos en circunstancias muy distintas. Al señalar que un objeto puede ser reconocido a pesar de sus transformacio- nes, no queremos dar a entender que tales transformaciones no tengan efecto alguno. Por ejemplo, pueden introducirse profundas e insólitas transforma- ciones en la distancia, la iluminación o la orientación, para elaborar rompe- cabezas en los que los objetos cotidianos se tornan dificiles de reconocer. Pensamos simplemente que el sistema de reconocimiento de objetos del cere- bro dispone del potencial para hacer frente a tales transformaciones y que, en condiciones habituales, sus efectos suelen pasar inadvertidos. Asimismo, es posible reconocer fácilmente representaciones de objetos en una superficie bidimensional, en forma de fotografias, dibujos coloreados o dibujos lineales' que pueden incluir, o no, la representación de la profun- didad. Las representaciones realistas de este tipo emplean sólo algunos de los indices a los que se puede recurrir para reconocer los objetos reales.
De estas consideraciones preliminares sobre el reconocimiento de objetos se pueden deducir dos aspectos capitales. El primero es que las descripciones de las estructuras de todos los objetos que reconocemos deben estar, en cier- to modo, almacenadas en el cerebro, de modo que seamos capaces de reco- nocer un objeto que hemos visto antes, incluso si lo observamos desde una perspectiva distinta. Podemos considerar, pues, que el reconocimiento de ob- jetos implica una comparación entre la estructura del objeto observado y las estructuras de los objetos que ya conocemos. El segundo aspecto es que aun- que esta comparación a menudo requiere el conocimiento de la estructura tridimensional de los objetos implicados, hay ocasiones en las que la confi- guración del contorno puede ser suficiente para que se produzca el reconoci- miento. En este último caso es probable que se requiera que el objeto en cuestión sea a la vez bien conocido y que tenga una forma caracteristica; asimismo, con frecuencia será necesaria su observación (o representación) desde determinadas perspectivas. El análisis teórico más coherente sobre el reconocimiento de objetos, has- ta este momento, fue presentado por Marr (1980, 1982). Este autor adoptó como punto de partida el supuesto de que la visión requiere el procesamiento de las descripciones simbólicas o representaciones de imágenesproyectadas por el mundo sobre la retina. Las cuestiones básicas que planteó fueron, por tanto, las referentes a los tipos de representaciones necesarias para la visión y a los problemas particulares de procesamiento que su construcción entra- ña. Sugirió un análisis a través de una secuencia de tres tipos de representa- ciones:
Una representación inicial, a la que Marr denominó esbozo fundamen- tal, en la que se representarían los cambios de intensidad (brillo) a lo ancho del campo visual y la geometria bidimensional de la imagen. Ciertos rasgos, como los bordes, producirán habitualmente cambios bruscos de intensidad.
2. Una representación centrada en el observador, a la que Marr denomi- nó esbozo 2 ½-D. En ella se representarían las localizaciones espaciales de las caras visibles, desde la posición del observador. La concepción de Marr implicaba que las fuentes convencionales de información en relación con la profundidad y la localización visión estereoscópica, gradientes de textura, som- bras, etc.) se computan como parte del esbozo fundamental y luego se en- samblan en el esbozo 2 -D. El inconveniente del esbozo 2 ½-D es que care- ce de generalidad ya que describe al objeto sólo desde el punto de vista del observador.
3. Una representación centrada en el objeto, a la que Marr designó repre- sentación modelo 3-D. Se trata de una representación de los objetos y las superficies independientes de la posición del observador, que especifica la forma real de estos objetos y superficies y cómo se sitúan unos respecto a los otros.
Dado que la representación centrada en el objeto (modelo 3-D) especi- fica la estructura tridimensional del objeto en una forma relativamente es- tándar, es posible el reconocimiento a través de la búsqueda de esta estruc- tura en algún tipo de almacén de todas las estructuras de los objetos cono- cidos.
Un problema que a menudo se ha planteado en relación con nuestra com- prensión de cómo se reconocen los objetos consiste en que el nivel, en la jerarquía de las cosas en el mundo, en que se nos exige el reconocimiento es variable. Un coche, por ejemplo, puede ser identificado en distintas cir- cunstancias como un vehículo, un coche, un Ford, un Ford Escort o el coche de un amigo. Este aspecto es importante ya que pone de manifiesto la flexi- bilidad del sistema cognitivo humano.
Creemos, sin embargo, que la trascendencia de nuestro potencial en rela- ción con la flexibilidad de aproximación en el reconocimiento de objetos puede ser sobrestimada. Aunque desde luego es verdad que el coche puede identficarse, con el conocimiento previo adecuado, en cualquiera de los niveles descritos, no debe concluirse que todos los niveles de reconocimiento se pue- den alcanzar con la misma facilidad o que un determinado nivel no sea ca- racteristico del uso diario. Rosch y cols. han puesto de manifiesto un caso particularmente convincente de que las categorizaciones de los objetos con- cretos no son arbitrarias, sino que están determinadas por sus propiedades naturales en ciertas categorias básicas (Rosch, Mervis, Gray, Johnson y Boyes- Braem, 1976; Rosch, 1978). La categoría básica de nuestro ejemplo sería <<co- chen. Estas categorías básicas se encontraron a un nivel en el cual los objetos de diferentes categorías se podrían diferenciar más fácilmente entre sí, en términos de atributos y formas; fueron también las primeras categorías clasi- ficadas y denominadas por los niños. Al respecto tiene particular importan- cia el hallazgo de Rosch y cols. (1976) según el cual los objetos pueden clasi- ficarse como miembros (o no miembros) de la categoría básica más rápidamente que como miembros (o no miembros) de categorías supraordinales o subor- dinadas. Así, el coche de un amigo se identificaria con mayor rapidez como un coche, que como un vehículo (categoría supraordinal) o como un Ford (categoría subordinada). Este hecho sugiere que la identificación como miembro de una categoría supraordinal o subordinada se puede conseguir a través de una identificación inicial al nivel básico.
UN MODELO SOBRE EL RECONOCIMIENTO
Y LA DENOMINACIÓN DE OBJETOS
En la figura 2.1 se representa un modelo de los componentes funcionales implicados en el reconocimiento en la denominación de objetos, que es com- patible con los conceptos analizados. Éste no es, en modo alguno, el único modelo teórico posible, pero creemos que es adecuado para los propósitos presentes. El modelo recurre a la concepción de Marr sobre los tres niveles de representación que pueden distinguirse entre los inputs visuales, a los que hemos denominado representación inicial, centrada en el observador y cen- trada en el objeto. También considera la idea de que el reconocimiento se efectúa comparando las representaciones centradas en el observador y las re- presentaciones centradas en el objeto, con las descripciones almacenadas de los objetos conocidos. A estas descripciones las hemos designado unidades de reconocimiento, ya que actúan como un internivel2 entre las representa- ciones visuales y las semánticas (véanse Humphreys y Riddoch, 1987b; Sey- mour, 1979; Warren y Morton, 1982, para concepciones relacionadas). Una representación visual (dividida aqui en inicial, centrada en el observador y centrada en el objeto) describe el aspecto externo del objeto, mientras que la representación semántica especifica sus propiedades y atributos. Se cons dera que existe una unidad de reconocimiento para cada objeto conocid Esta unidad de reconocimiento puede acceder a la representación semántion del objeto cuando la representación visual de un objeto observado se correr- ponde con la descripción del objeto almacenada en la unidad de reconoci. miento. Las unidades de reconocimiento de los objetos pueden estar <<prepa. radas» por la experiencia reciente o ser más fácilmente activadas gracias al contexto (es decir, «<esperar» que aparezcan ciertos objetos). Al igual que mu. chas de las teorías contemporáneas del reconocimiento de objetos y palabras (Seymour, 1979) tendemos a pensar que cualquier estímulo particular tiene una representación semántica a la que se puede acceder mediante distintos tipos de inputs (objeto, dibujo, nombre escrito, nombre hablado, etc.), el lugar de postular la existencia de una representación semántica distinta para cada tipo de input. La denominación de objetos, tarea solicitada con frecuencia a los pacien tes neuropsicológicos, se relaciona con nuestro modelo partiendo del supuesto que el sistema semántico no contiene el nombre del objeto, sino que puede evocarlo a partir de un almacén separado, o «lexicón», concepto que se abordara dará en el capitulo 5 bajo el término alexicón de output de hablas. No existe una relación directa entre las unidades de reconocimiento de los objetos y este almacén de nombres; toda evocación de los nombres de objetos ocurre a través de una representación semántica.
CONCEPTO DE AGNOSIA
GL, un vendedor de 80 años, regresaba agotado de uno de sus viajes de ne- gocios después de que una fuerte tormenta lo lanzara contra un cercado de madera y se golpeara en la cabeza. Guardó cama durante unos días, quejan- dose de que no era capaz de ver como antes.
Los problemas de GL fueron obvios cuando se levantó. Aunque aún podía ver, era incapaz de reconocer los objetos a su alrededor. En lugar de esto, miraba con perplejidad en torno de sí, como si todo le fuera descono- cido. Pensó que los cuadros de la habitación eran cajas y trató de buscar en ellas las cosas que no podía encontrar. Confundió su chaqueta con unos pan-talones, y en las comidas no podía reconocer los cubiertos que había sobre la mesa. Exploraciones detalladas revelaron que GL tenía una agudeza visual casi normal para su edad y que era capaz de realizar dibujos bastante perfectos de los objetos que no podía reconocer, así pues, su visión estaba, al menos en ciertos aspectos, intacta. Tampoco perdió su conocimiento sobre los obje- tos; podía referirse a ellos correctamente mediante el habla y reconocerlos inmediatamente si los manipulabao por sus sonidos característicos. Cuando se le mostraba un silbato, por ejemplo, no sabia qué era, pero lo reconocía en seguida cuando se lo hacía sonar.
Los problemas de GL constituyen un buen ejemplo de agnosia visual. El término agnosia deriva del griego antiguo y se puede traducir aproxima- damente como «ausencia de conocimiento». En general este vocablo se em- plea para describir un trastorno del reconocimiento que no es consecuencia de un deterioro intelectual general, un trastorno del lenguaje, ni una disfun- ción sensorial básica en el nivel descrito como representación inicial. El pa- ciente sigue siendo capaz de ver las cosas, pero no puede reconocer qué son. El caso de GL tiene, de hecho, un interés particular ya que fue uno de los primeros casos descritos. Su accidente ocurrió en 1887 y el caso fue presenta-
do en un artículo clásico, por Lissauer (1980, véase Shallice y Jackson, 1988). Las agnosias pueden acontecer en la modalidad visual (incapacidad para reconocer los objetos vistos), táctil (incapacidad para reconocer los objetos tocados) o auditiva (incapacidad para reconocer los ruidos de los objetos) (Oppenheimer y Newcombe, 1978; Rubens, 1979; Vignolo, 1982).
Dentro de una modalidad particular las agnosias pueden centrarse en dis- tintos tipos de estimulos, como colores, objetos o caras. Con frecuencia, sin embargo, un mismo paciente será agnósico para más de una modalidad o para más de una clase de estímulos dentro de una modalidad particular.
Una excelente revisión sobre las caracteristicas clinicas de los trastornos ag nósicos se puede encontrar en Rubens (1979). Aquí prestaremos más aten Gón a la naturaleza de las alteraciones cognitivas subyacentes presentes en casos de agnosia visual. Estas alteraciones son muy discapacitantes, y Hump hreys y Riddoch (1987a) proporcionaron un relato muy claro sobre el impac to de este cuadro en la vida cotidiana.
Parecen existir varias causas diferentes de la agnosia visual de objetos. El propio Lissauer (1890) comprendió este hecho y distinguió entre lo que llamó agnosias «aperceptivas» y «asociativas». Este autor propuso que el reconocimiento visual podía separarse en dos estadios, aperceptivo y asocia tivo, y que cada uno de ellos, al lesionarse, determinaba su propio tipo carac teristico de agnosia. El estadio aperceptivo correspondería a la fase final del procesamiento puramente «perceptivo» y se consideraba intacto si el pacien- te podía copiar adecuadamente los elementos que no reconocía. El estadio asociativo proporcionaría el significado a la percepción, a través de su cone- xión con la experiencia previa. La distinción de Lissauer entre agnosia aso- ciativa y aperceptiva aún se emplea como punto de partida en el proceso de identificación de los distintos tipos de agnosia, pero no haremos especial uso de ella, ya que, como veremos, las cuestiones planteadas por los estudios modernos sobre las agnosias requieren una teoria más elaborada.
Hipótesis de desconexión
La explicación de Lissauer sobre la agnosia aperceptiva se basaba en la alte- ración de los propios mecanismos perceptivos, mientras que la explicación de la agnosia asociativa se aproximaba más a una desconexión entre una percepción intacta y las asociaciones almacenadas. Alteración y desconexión continúan apareciendo como conceptos explicativos en los modernos estu- dios sobre las agnosias. Las explicaciones desconexionistas adquirieron un impetu particular como consecuencia del trabajo de Geschwind (1965a; 1965b), quien demostró que ciertos síndromes neurológicos se adaptan con bastante exactitud a este tipo de explicación.
Aunque no fue un elemento capital en su análisis, Geschwind (1965b) propuso que la agnosia visual de objetos puede resultar de una descone- xión de las áreas del cerebro que son responsables de la visión y del len- guaje.
Tal desconexión podría suceder, por ejemplo, cuando una grave lesión que afectara la parte posterior del hemisferio cerebral izquierdo privara a las áreas del lenguaje del hemisferio izquierdo de los inputs visuales, a través de la destrucción simultánea de las áreas visuales del hemisferio izquierdo y de las vías de conexión (a través del cuerpo calloso) que desde las áreas visuales del hemisferio derecho se dirigen a las áreas del lenguaje del hemis- ferio izquierdo. El paciente conservaría intacta el área visual (del hemisferio derecho) y el área del lenguaje (del hemisferio izquierdo), pero estas áreas estarían desconectadas entre si (en la mayor parte de los pacientes no existe un área del lenguaje en el hemisferio derecho). Esto representa, de hecho, una excesiva simplificación de la sugerencia de Geschwind, pero es suficiente para establecer la idea fundamental de que tales desconexiones son anatómi- camente posibles. Además, cabe señalar que se han descrito casos de dificul- tades en el reconocimiento de objetos en los que la hipótesis de la descone- xión constituye una explicación atractiva y probable (p. ej., Mack y Boller, 1977; el caso 3 de Newcombe y Ratcliff, 1974; Rubens y Benson, 1971). Sin embargo, como veremos, la desconexión no puede dar cuenta de los proble- mas de todos los pacientes agnósicos, y la distinción básica entre visión y lenguaje es, de cualquier forma, demasiado simple para abarcar toda la com- plejidad de problemas que se plantean. Los primeros casos que estudiaremos se relacionan con las alteraciones del procesamiento de formas. Constituyen lo que Lissauer (1890) consideró como agnosias aperceptivas (no obstante, para una visión diferente véase Warrington, 1987) y no son susceptibles de explicaciones desconexionistas.
ALTERACIONES DEL PROCESAMIENTO DE FORMAS
Benson y Greenberg (1969) publicaron sus observaciones de un joven solda- do, Mr S, que había sufrido un envenenamiento accidental por monóxido de carbono. Mr S parecía estar en posesión de una representación inicial de los estímulos visuales que estaba, hasta cierto punto, intacta. Sus campos visuales eran normales para objetos blancos de 10 mm y 3 mm y era capaz de mantener la fijación. Podía denominar colores y describir otras cualida- des perceptivas; por ejemplo, describía un imperdible como «plateado y bri- llante como un reloj o un cortauñas». El paciente fue descrito como atento a su entorno y era capaz de desplazarse, con su silla de ruedas, por los pasi- llos del hospital. Era también capaz de distinguir pequeñas diferencias en el brillo y la longitud de onda de los estímulos en exploraciones psicofisicas y podía detectar movimientos de pequeños objetos.
Sin embargo, en cualquier tarea que requiriera la percepción de figuras o de formas, Mr S mostraba una grave afección. Sus movimientos oculares parecían aleatorios cuando examinaba dibujos, y era virtualmente incapaz de reconocer objetos, dibujos de objetos, partes del cuerpo, letras, números, caras o figuras geométricas exclusivamente a partir de la visión. Era incapaz de copiar letras o figuras simples y no podía emparejar una figura estímulo con otra idéntica entre un grupo de cuatro. En contraposición, era capaz de identificar y denominar los estímulos a partir de indicios táctiles, olfati- vos o auditivos. No se apreciaron defectos en la memoria, el lenguaje espon- táneo o en la comprensión.
Mr S presentó una alteración de la capacidad para analizar formas visua- les. Podríamos interpretar el caso como resultado de una grave alteración en la construcción de las representaciones centradas en el observador, ya que existe cierta evidencia de preservación de las propiedades perceptivas aportadas por las representación inicial, a pesar del deterioro casi total de las tareas que requieren información sobre la forma, incluyéndose la copia, el empare jamiento y la identificación. Efron (1968) proporciona más información so- bre el trastorno del procesamiento de formas de Mr. S.
Un caso más reciente descrito por Abadi, Kulikowski y Meudell (1981), e investigado luego por Campion y Latto (1985), sugiere, sin embargo, que la alteración de la representación inicial podría contribuira este tipo de pro- blema. Al igual que Mr S, el paciente RC de Campion y Latto, sufrió una intoxicación accidental por monóxido de carbono. También presentó una al- teración del reconocimiento de objetos, siendo tan sólo capaz de reconocer 17 de 27 con considerable dificultad. No podía copiar dibujos lineales, ni siquiera seguirlos con el dedo. Por el contrario, podia sortear obstáculos, alcanzar los objetos que veía, denominar a través del tacto y del sonido y describir el color y la textura de los objetos que vela. Su agudeza visual era normal, aunque el paciente insistía en que su visión «no era clara.
El estudio inicial de los campos visuales de RC, sólo reveló que existia un área de pérdida de visión en la porción inferior derecha. Tales defectos de los campos visuales se observan con frecuencia tras lesiones neurológicas, pero este defecto, por sí solo, no explica el trastorno de reconocimiento de objetos de RC, ya que muchos pacientes con defectos más severos en sus campos visuales no presentan el mismo problema.
Una exploración más cuidadosa puso de manifiesto, sin embargo, que existían pequeñas áreas de ceguera distribuidas a lo largo de todo el campo visual de RC. Campion y Latto (1985) sugirieron que este «salpicado» del campo visual era el resultado de una lesión difusa de la corteza visual del cerebro: dado su origen cortical, RC no seria consciente de estas numerosas pequeñas áreas de amaurosis al mirar los objetos (de la misma forma que no somos normalmente conscientes del punto ciego de nuestro campo de visión, en el lugar en que el nervio óptico abandona la retina). La figura 2.2 da una idea de lo difícil que puede llegar a ser el reconocimiento de objetos, en la referida e hipotética distribución de áreas ciegas a lo largo del campo visual.
Con esto llegamos al discutido problema de la contribución de los defec- tos de las capacidades perceptivas básicas en las agnosias. El caso de RC pone de relieve que tales defectos pueden contribuir al menos en ciertos ca- sos de alteraciones en la capacidad de reconocimiento de objetos. Ha sido particularmente difícil deshacerse de la sospecha de que todas las agnosias visuales de objetos pueden ser causadas por alteraciones sutiles (y, en conse- cuencia, probablemente pasadas por alto) en la función perceptiva, pero en la actualidad casi todo el mundo acepta que los defectos sensoriales no están necesariamente relacionados con las dificultades del reconocimiento de obje- tos, y que muchos pacientes que en modo alguno son agnósicos presentan mayores defectos sensoriales que los que lo son (Ettlinger, 1956; Young y Ellis, 1988). Además, como veremos, incluso los exámenes más cuidadosos han sido incapaces de revelar defectos sensoriales en los pocos pacientes agnósicos que hasta ahora se han descrito.
Estudios de grupo
A pesar de que los pacientes con lesiones hemisféricas derechas pueden pre- sentar alteraciones en el reconocimiento de objetos en perspectivas degrada- das o insólitas, De Renzi, Scotti y Spinnler (1969) observaron que eran los pacientes con lesiones hemisféricas izquierdas (más que derechas) quienes ex- perimentaban mayores dificultades cuando se les pedía que emparejaran ob- jetos reales con imágenes de estos mismos objetos con aspectos externos muy distintos, pero con los mismos nombres. Esta tarea, sin embargo, posibilita el que los emparejamientos se efectúen a nivel de las unidades de reconoci- miento de objetos, representaciones semánticas o sus nombres respectivos. Warrington y Taylor (1978) eliminaron este problema de interpretación agru- pando los estímulos de modo que una fotografia de un objeto se presentara junto con la fotografía de otro objeto distinto de aspecto similar y una foto- grafía de un tercer objeto con una función similar. Cuando se les pedía que seleccionaran la fotografía de un objeto que podía emparejarse con el objeto original en relación con su función, los pacientes con lesiones posteriores izquierdas o derechas mostraban alteraciones significativas. En el caso de los pacientes con lesiones posteriores derechas, sin embargo, las alteraciones estaban relacionadas con errores en la identificación de los objetos fotografiados, mientras que los pacientes con lesiones posteriores izquierdas cometían pocos errores de identificación pero seguían experimentando dificultades en las tareas de emparejamiento mediante la función. Existen, por tanto, evi- dencias en favor de la posibilidad de disociación entre los déficit en el reco- nocimiento y en la clasificación por la función o, en términos de Warrington (1982), entre la categorización perceptiva y la semántica.

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