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SANANDO A LA PANDILLA QUE VIVE ADENTRO Cómo el EMDR puede sanar nuestros roles internos de Esly Regina Carvalho, Ph.D Índice Prefacio ... La Metáfora del Trauma: Recuerden a la Mujer de Lot... El trauma y sus consecuencias... EMDR – Eye Movement Dessensitization and Reprocessing... Play of Life y EMDR:Negociando la inter-relación de la Pandilla Interna... La Sesión de Mariana: Habla la Pandilla Interna... Conclusiones ... Sobre este libro... Acerca de la Autora ...80 Formación e Información... Prefacio Todos tenemos “personas” que viven adentro de nosotros. Si nos detenemos a escuchar, podemos oír las “voces” de muchas de ellas. Hay una que nos dice “burra, burra” cuando nos equivocamos; otra que tiene miedo y nos impide hacer las cosas, la Miedosita. Algunos tienen un Ansioso para que nadie se queje, que nos hace tomar pésimas decisiones con la esperanza de acabar con la ansiedad en vez de resolver el problema con prudencia y sabiduría. Y todos tenemos un Médico Interno. Todos los días la Pandilla Interna está presente en nuestra vida. Existen algunos roles que nos resultan evidentes: estamos conscientes de ellos. Sin embargo, existen otros que rigen nuestra vida sin que nos demos cuenta. El que ocupa el “asiento del conductor” de nuestra vida es quien toma las decisiones en determinados momentos. Si nuestro Niño Interno toma las decisiones que debe tomar el Adulto, puede provocar más embrollos que soluciones. Cierta vez, tuve una paciente que me preguntó si yo pensaba que ella sería capaz de estudiar una lengua extranjera en otro país. Yo le dije: - Depende... - ¿Depende de qué, doctora? - Depende de quién estudie... - ¿Cómo así? - Si va la Adulta, ingeniera, joven capaz y madura, pienso que no habrá ningún problema de quedarse un mes estudiando afuera. Pero si la que viaja es su Niña Interna de siete años, que vive agarrada a la falda de su mami, en 24 horas vuelve a su casa... -Ah, creo que entendí... Hay roles de los que tenemos conciencia y otros sobre los que debemos poner atención (o hacer terapia) para entender qué nos pasa. Muchas veces, cuando no entendemos por qué hacemos ciertas cosas, es probable que algún rol escondido se haya colado al asiento del conductor de nuestra vida. Cierta vez, oí decir que en la homeopatía la diferencia entre el remedio y el veneno es la dosis. Pues con nuestra Pandilla Interna también es así. En algunos casos extremos, encontramos personas que llegan a tener “personalidades” distintas. (Vamos a tratar esto más adelante cuando hablemos acerca de la disociación). Esas personas intentan navegar por la vida sin tener conciencia de algunas otras partes. Aunque son confrontadas con la realidad de sus actos, no logran recordar lo que hicieron cuando estuvieron en el otro rol. Esto es muy raro. Lo más común es tener una Pandilla formada por roles que quedaron bloqueados en su desarrollo mientras crecíamos. En los últimos años, el énfasis de mi trabajo ha sido ayudar a las personas a curar sus traumas y recuerdos dolorosos oriundos de situaciones adversas. Cuanto más trabajo esa cuestión, más me convenzo de que los traumas –los grandes y los pequeños– van afectando nuestra vida actual y nuestra capacidad de elegir respuestas y reacciones sabias para las situaciones que enfrentamos todos los días. Fuimos creados para un mundo perfecto, y realmente no sabemos lidiar con la imperfección, la violencia, la muerte, el rompimiento de las relaciones interpersonales, la decepción y la pérdida de nuestros sueños y esperanzas de un futuro mejor. Espero que este libro pueda esclarecer la existencia de esa Pandilla Interna, la forma en que sus roles nacen y se desarrollan adentro de nosotros, cuál es la función que cumplen en nuestra vida y cómo son sus interacciones. Además, trataré de proveer algunas formas de sanar a aquellos personajes heridos de nuestra Pandilla Interna que nos impiden vivir plenamente. También aprenderemos a celebrar aquellos que nos edifican, nos lanzan hacia arriba y adelante, y nos proveen recursos positivos. Nuestra propuesta es desarrollar una “política de buena convivencia”, pero ahora con los personajes que viven dentro de nosotros, nuestra Pandilla Interna. Introducción Este libro fue escrito para que el público en general pueda tomar contacto con sus roles internos: la Pandilla que vive dentro de nosotros. Por esa razón, he procurado escribir en un lenguaje sencillo y accesible a todos. De una manera especial, los terapeutas de Eye Movement Dessensitization and Reprocessing (Desensibilización y Reprocesamiento por medio de los Movimientos Oculares - EMDR) podrán sacar provecho de los conceptos psicoterapéuticos que se presentan aquí y podrán identificar los pasos a seguir de los respectivos protocolos. Las personas que desean entender qué es EMDR pueden leer aquellos capítulos primero (EMDR será explicado más adelante y no al inicio del libro), ya que esto puede ayudarles a entender las observaciones casuísticas que aparecen en los capítulos iniciales. Quiero dejar claro que no creo que los roles que representan nuestra Pandilla Interna sean “personas” internas. La Pandilla Interna es una conceptualización creativa para ayudarnos a entender nuestros roles y como estos guían nuestros pensamientos, emociones y conductas. Así pues, se trata de construcciones internas que todos tenemos. Los casos aquí presentados son verídicos, pero tuve el cuidado de disfrazar toda la información identificadora. Todos los nombres y datos personales fueron modificados para proteger la identidad de las personas que comparten sus historias. La mayoría de estos casos ocurrieron en otros lugares, ya que he vivido y trabajado en cuatro países diferentes, y he tratado pacientes en muchos otros más. Siempre elegí nombres distintos para los casos, pero es imposible evitar nombres comunes. En ningún caso fue utilizado el nombre real del paciente. Mis clientes (pasados y presentes) pueden estar seguros de que, si encuentran un caso con un nombre parecido al suyo, ellos no son el sujeto descrito en la viñeta. Cualquier semejanza entre los nombres de mis clientes y los casos presentados es mera coincidencia. La esencia de las historias fue mantenida para fines de ilustración de lo que las nuevas terapias de reprocesamiento pueden hacer en la vida de las personas. Lastimosamente, en esos relatos la emoción y las expresiones físicas de los pacientes se pierden en la escritura, pero aún así tengo la esperanza de que puedan tener una idea de cómo es la sesión, y de la rapidez y el impacto del EMDR. Dicho esto, ¡empecemos a conocer a la Pandilla Interna! Presentación de la Pandilla que Vive Adentro Todos tenemos una “Pandilla que vive adentro”. Son nuestros roles internos que se van desarrollando durante nuestra vida. Esa Pandilla tiene algunos elementos en común: 1. En primer lugar, la Pandilla Interna existe. Existe de verdad, pero sólo dentro de nosotros. El Bebé Recién-nacido, el Niño Interno de tres años, la Niña en Crisis de 13 años, el Adolescente Rebelde, (mi) Madre o (mi) Padre, y el Médico Interno, son todos roles que de cierta manera vinieron a vivir adentro de nosotros a través de las experiencias que tuvimos en el transcurso de la vida. Cada vez que algún incidente se queda emocionalmente mal digerido, o “archivado” en nuestro cerebro de una manera disfuncional, se forma dentro de nuestra existencia psíquica (y neuroquímica) alguien de nuestra Pandilla Interna. Estos son roles que se formaron adentro de nosotros. Esto constituye un desarrollo normal y no debe sorprendernos. Ana Emilia: yo tengo la sensación de que vive mucha gente aquí adentro... así, de la manera que usted habla de la Pandilla Interna. Hay una enorme Miedosita... ella parece una gatita asustada. Cuando se asoma, me da frio en la barriga, por el pánico. Estoy segura que no voy a poder enfrentar las situaciones más sencillas. Cuando se asoma la Adulta otra vez, yo no entiendo cómo fue que aquella Miedosita pudo tener tanto temor a una situacióntan banal, tan fácil de resolver. Pero cuando la Miedosita se asoma, no hay nada que la pueda calmar. Pienso que ella necesita un abrazo, de alguien que le cuide... Lázara: Tengo una Llorona - ¿Conoce aquel árbol que tiene ramas largas y parece que llora al lado de los ríos...? ¿Un sauce? Pues... hay una Llorona que vive dentro de mí. Ella tiene unos 13 años y me contó que en donde vive dentro de mí, no hay UN adulto cerca… 2. La Pandilla Interna también existe adentro de los otros. ¿Quién no ha tenido la experiencia de conversar con alguien y de repente tiene la sensación de que deja de ser aquella persona a la que estamos acostumbrados? ¿Por qué se enfurece desmedidamente, o hace una escena de celos o se pone frío y calculador, o se porta como un niño con actitudes bien infantiles...? Betty me comentaba con una sonrisa en los labios: Imagínate que llegué de viaje y los nenes que viven adentro de mi marido vinieron toditos a ver qué había traído en la maleta... y comenzó a quejarse que ¡había traído más regalos para las otras personas que para él! 3. Arrastramos a la Pandilla Interna con nosotros por dondequiera que vamos. Lo peor es que a veces hay gente asustada adentro, o enojada, o totalmente perdida, que de repente se asoma. Entonces, puede impedirnos hacer las cosas importantes que queremos. Me tomó mucho tiempo entender que el préstamo del banco es solamente papel, dijo Juan, cierta vez en una consulta. Cada vez que yo tenía que lidiar con esas cuestiones de alquiler, burocracia, o préstamos de banco, me daba un pánico total. Yo perdí buenos negocios y hasta vendí un departamento precipitadamente, porque la ansiedad interna vinculada a estos procesos me impedía tomar buenas decisiones con tranquilidad. Cuando finalmente entendí que era uno de mis Niños Internos, el que entraba en acción cada vez que yo tenía que hacer esto, pude asegurarle que el préstamo era cosa del adulto y que yo, Juan Adulto, iría a encargarme de ello. En una sesión de psicoterapia con EMDR, pude dimensionar la ansiedad infantil y transformar la “catástrofe burocrática” en una realidad adulta. Yo venía de una familia de inmigrantes, donde tuvimos que aprender una lengua extranjera y todos en casa se encontraban medio perdidos con la cultura y soterrados bajo un mundo de información que no tenía sentido para un extranjero. A veces en la escuela, yo entendía las palabras, pero no entendía el sentido o contexto. Nunca me olvido de ir al banco diciéndome suavecito, “Juan. El préstamo es solamente papel. Es solamente papel. Un papel tras otro... es solamente papel...”, pero finalmente pude lograr hacerlo sin tener un ataque de ansiedad. 4. La Pandilla se forma a partir de las interrelaciones con otras personas, roles y contra-roles. En la medida en que vamos creciendo vamos “introyectando” (poniendo adentro) aspectos de las personalidades de aquellos con quienes convivimos. Vamos desarrollando nuestro rol de “madre” en función de cómo fue nuestra madre, aun cuando juramos que jamás vamos a ser/hacer igual a ella. Vamos desarrollando una “Madre Interna” que tiene mucho que ver con la “Madre Externa” que nos crió. Cuando tenemos hijos, es probable que imitemos muchos de los aspectos que aprendimos con la Madre Externa. Marilyn suspiró y dijo: Llegó la hora de devolver a mi Madre Externa todas esas cosas que venía arrastrando adentro de mí, en mi Madre Interna. ¡Veo porqué era tan difícil tomar decisiones! Cada vez que yo resolvía hacer alguna cosa, mi madre hacía problema. Ahora me di cuenta que quien me complica el tomar mis decisiones es esa Madre Interna. Entones hoy decidí devolverle a mi Madre Externa todo lo que le pertenece, y de ahora en adelante yo voy a decidir esas cosas; yo, y yo misma. Adentro de nuestra Pandilla Interna vive también aquella “Madre Externa” que todavía nos “habla” y dispara cosas adentro. Ella es parte de los roles que van formándose adentro de nosotros. Pasa a formar parte de nuestra Pandilla Interna. La Madre Externa puede haber fallecido hace 20 años, pero ella sigue viva y activa adentro, a través de mi Pandilla Interna. En una sesión de EMDR con María Antonia, ella comentó que había tenido una madre muy crítica, que nunca le dio elogios ni palabras positivas. El primer recuerdo que ella tenía, a los cuatro años, era de la madre reclamando que ella había hecho algo malo. Le pedí a María Antonia que entrara en el rol de esa niña interna de cuatro años, y fuimos procesando ese recuerdo con EMDR. Quejándose llorosamente que la madre siempre le decía cosas críticas, le dije que todos tenemos un botón para regular el volumen, y que ella podría controlar el volumen de la comunicación de la madre o incluso, ponerla en “mute”. Después de una serie de movimientos bilaterales típicos del EMDR, ella comentó: - Pero los niños tienen – ¡deben! – oír la voz de la madre. Entonces le dije: - Pero usted puede elegir qué oye. Pensando una vez más, María Antonia me contestó: - Ah, ¿puedo usar un filtro? ¿Y elegir oír lo que me hace bien y no oír lo que me hace daño? - Ahora puede... 5. Las heridas de la Pandilla Interna pueden hacer daño a la Pandilla Externa. Los traumas son como astillas en el corazón de cada cual. Pero además, puede ser que las astillas de una persona hieran a otras personas. Cada vez que nos acercamos a otras personas nuestras astillas pueden hacer daño (¡y las astillas de los otros también nos hieren!). ¿Ha intentado abrazar a un puercoespín? Pues hay personas en la Pandilla llenas de astillas, y cuando intentan abrazarse, se hieren más de lo que se aman... 6. También hay roles positivos en nuestra Pandilla Interna. Muchas personas consideradas “fuertes” o resistentes, tuvieron la posibilidad de desenvolver miembros de su Pandilla Interna que les ayudaron a vencer los desafíos de la vida. Algunas tuvieron infancias envidiables, y por lo tanto, poseen naturalmente un repertorio natural de roles positivos. Otras, lograron desarrollar una Pandilla Interna de roles positivos a pesar de sus circunstancias. A veces tuvieron una persona significativa en su medio, que invirtió mucho en su crecimiento emocional. O quién sabe si nacieron con un temperamento o disposición interna que les permitió vencer las adversidades en que se encontraron. Lo cierto es que, en mayor o menor grado, en todos existen estos roles positivos. Así pues, una de las propuestas psicoterapéuticas debe ser ayudar a los clientes a rescatar y desenvolver a los miembros positivos de su Pandilla Interna. Cierta vez Rosita me dijo: “Recuerdo que en medio del caos que fue mi familia, yo tenía una profesora de corte y confección. Durante cuatro años yo fui a sus clases, todas las tardes. A veces me sentía molesta, porque mi madre me había dicho que la condición para que yo pudiera hacer el curso, era que tenía que coser también para mi hermana. Me sentía enojada porque cuando tenía que hacer un vestido de fiesta… era desesperante terminar mi vestido y el de mi hermana también. ¡Encontraba todo aquello tan injusto! Pero Doña Fátima me ayudaba, tenía paciencia conmigo, me explicaba las cosas, y hoy me doy cuenta que aquellas clases eran un oasis de estabilidad y aprecio en mi vida de adolescente. Veo que todavía hoy hago cosas como ella me enseñó. A veces hasta me pregunto qué haría ella en tal o cual situación... 7. Podemos aprender a oír a nuestra Pandilla Interna. Todos tenemos estos diálogos internos entre los miembros de nuestra Pandilla. En la medida en que vamos aprendiendo a prestar atención a aquello que nos quieren decir, a sus necesidades, a como se formaron, lo que necesitan para calmarse y vivir mejor, tendremos más salud en la vida. Aprender a escucharnos es un gran don. Si se nos enseña a escuchar a los otros, ¿porqué no aprender a escucharnos a nosotros mismos? Cuando yo era adolescente me sentía igual que Betty la Fea, ¿la recuerdan? Anteojos, aparatos dentales, cabello atado… pues sí, me sentía una extranjera en la vida: observadora, pero no participante. Ahora que me escucho,¡me doy cuenta que era linda! Muchas de las cosas que me gustan hoy en día (como la música clásica, poesía, literatura) fueron cosas que mi adolescente me enseñó. Hoy estoy muy agradecida con ella… ¡y veo que soy linda! 8. Porque estos roles viven adentro de nosotros y son fruto de nuestra percepción, podemos cambiar su contenido. No tenemos que pensar que estamos condenados a vivir eternamente amarrados y atrapados a una infancia infeliz o a experiencias que nos atormentaron la vida entera y nos continúan perjudicando en el presente. Las percepciones de los miembros de nuestra Pandilla Interna pueden cambiar. Además, pueden ser liberados para hacer nuevas elecciones y opciones, y tomar decisiones que nos traigan salud, realización personal, y una mayor satisfacción con la vida. Jennifer: yo me acuerdo que cuando era pre-adolescente y toda larguirucha, un día íbamos a un festejo. Dentro del auto, mi tío y otros niños empezaron a burlarse de mí, y me sentí tan molesta con eso, que acabe bajándome del auto. Volví a la casa a pie. Sentí que era como un bebé abandonada al borde del camino. Me sentí muy lastimada con todo aquello. Imaginen que mi madre, que estaba también en el carro, ¡permitió que me hicieran esto! La terapeuta dijo a Jennifer que ahora podría rehacer la escena en términos ideales, de la manera en que a ella le hubiera gustado que sucediera. Luego de reprocesar con los movimientos bilaterales de EMDR, Jennifer dijo: Pero ahora estoy viendo que yo, la Adulta, puedo rescatar a esa niña que necesita la protección de padre y madre. (MBs[1]) Además, recuerdo que mi madre comentaba que ella – mi madre – había sido muy ridiculizada en la adolescencia. (MBs) Ahora yo puedo hacer las cosas de forma distinta. Puedo decirle a mi Adolescente Larguirucha lo que quería que mi madre le dijera: “Tu eres mi hijita querida, y voy a volver contigo”. Ah! Veo a mi madre haciéndolo, volviendo conmigo para no dejarme volver sola y me siento defendida y amparada. (MBs) No tengo más odio. Comprendo lo que pasó: ella también fue víctima como yo. (MBs) Ella volvió conmigo y le dijo a mi tío que ya no íbamos a la fiesta. Ella y yo nos fuimos conversando por el camino, ella pasó por una tienda y fuimos comiendo caramelos. 9. Los miembros de nuestra Pandilla Interna pueden cambiar de dirección. Esto significa que no están obligados a vivir eternamente en nuestro pasado con su forma original. Podemos rescatarlos de donde viven dentro de nosotros y traerlos al presente. Podemos curarlos, y darles lo que les faltó (llenar lo que llamamos su déficit de desarrollo, “agujeros” emocionales que surgieron como consecuencia de la falta de satisfacción emocional). Ahora, nuestro Adulto Interno puede ser la “madre” o el “padre” que tanto anhelábamos tener cuando crecíamos. Ellos pueden instruir a nuestro presente con su sabiduría, inocencia o alegría. La realidad es que no estamos condenados a vivir en ese pasado que nos hizo tanto mal. Podemos buscar a nuestro Niño Interno de siete años, sacarlo de ese hogar desastroso, y llevarlo a pasear por el Jardín Zoológico de nuestro presente interno Es una cuestión de percepción… y la percepción lo es todo. Cómo hacer esto es parte del propósito de este libro. La Metáfora del Trauma: Recuerden a la Mujer de Lot Una de las mejores metáforas del trauma viene de la Biblia. Se trata de una historia muy antigua y bastante conocida de los estudiosos de las Escrituras judío- cristianas. La historia es más o menos así (versión Carvalho)[2]: El antepasado de los judíos, Abraham, tenía un sobrino que se llamaba Lot. Ambos tenían muchas ovejas y cabritos, y sus sirvientes comenzaron a pelear por los pastos. Para que no hubiera desacuerdos en la familia, Abraham le propuso a Lot que se separaran y que Lot escogiera a qué lado quería ir. Lot estuvo de acuerdo y eventualmente fue a vivir en una ciudad llamada Sodoma. Según la narración bíblica, Dios decidió destruir esa ciudad, pero como se había comprometido con Abraham a salvar a los justos, él mandó un ángel a avisar a Lot de que saliera corriendo de allá con su familia. Lot llevó a los ángeles a su casa, pensando que eran seres humanos, y los ángeles le dieron el aviso. El mensaje divino incluía la instrucción de que huyesen y que no mirasen hacia atrás hasta llegar a su destino. Los novios de las hijas de Lot no creyeron en el mensaje – pensaron que se trataba de una broma – y se quedaron en la ciudad, mientras que Lot, su esposa y sus dos hijas salieron corriendo hacia la planicie. Apenas habían recorrido cierta distancia, cuando comenzó a llover azufre del cielo sobre la ciudad. Todos juntitos, siguieron huyendo, pero por alguna razón que nadie puede explicar, la mujer de Lot decidió mirar hacia atrás ¡y se convirtió en estatua de sal! Esa es la metáfora del trauma: de cierta manera nos transforma en estatuas de sal, eternamente congeladas mirando hacia atrás donde está ocurriendo la tragedia y la destrucción. No logramos ver para adelante hacia el presente o el futuro, y tampoco huir de lo que ocurrió. Parte de nosotros se queda congelado, viendo hacia la muerte y destrucción, paralizado emocional y neurobiológica-mente también. Vamos arrastrando las estatuas de sal por la vida y cuando intentamos hacer algo para resolver la situación interna, las estatuas se quedan aterrorizadas porque sólo logran ver muerte y destrucción. Cuando queremos hacer algo diferente, ellas se aterran y dicen que “¡No! ¡Mira el peligro! ¡Mira la destrucción! ¡Meternos en esto será un desastre!” Lo que resulta más interesante es que recientes estudios de neurobiología confirman y explican cómo esos recuerdos se atascan y se congelan en las redes asociativas de la memoria que hay adentro de nuestro cerebro. No sólo es la metáfora la que nos atrapa. Nuestro propio cerebro archiva los recuerdos de forma mal-adaptativa en esos casos. La memoria no resuelta se queda guardada en las redes neuronales de forma desconectada de las herramientas mentales que podrían ayudar a metabolizarlas y digerirlas. Hoy en día podemos ver esto en las tomografías cerebrales sofisticadas. El recuerdo traumático del pasado queda sin resolverse en el cerebro de la misma manera en que la estatua queda congelada viendo la destrucción. La verdad es que de cierta forma, podemos decir que fuimos creados para un mundo perfecto y nunca nos acostumbramos a la maldad o a la imperfección. La vida y los traumas nos rompen a todos, y cuando estos ocurren, dentro de nosotros se van formando pequeñas “estatuas de sal”. Pasamos el resto de la vida arrastrando esas estatuas hasta el día – si es que llega – en que finalmente logramos visitar esos recuerdos, esas estatuas, y descongelarlas. ¿Cómo ocurre esto? Es el tema de este libro, pero vale decir que la relación terapéutica es una de las maneras más interesantes de conseguir “abrazar” esas estatuas y descongelarlas a través del amor y del afecto. Hay muchas técnicas, enfoques, sugerencias y terapias. En los capítulos que siguen, presentaremos algunas de esas posibilidades. Pero en último análisis, lo que cura es el amor, especialmente cuando se da en una relación de protección, seguridad y sintonía con otra persona. Es el amor el que derrite el invierno interminable de la estatua presa en su visión de terror y destrucción. El trauma y sus consecuencias El trauma nos perjudica de muchas maneras... más de lo que muchas personas imaginan. Y no sólo los “traumas obvios” como secuestros, violaciones, muertes violentas, experiencias de guerra, terremotos, huracanes destructores. Cuando hablamos de traumas hablamos también de aquellos que se encuadran en experiencias dolorosas que no necesariamente encajan en los diagnósticos oficiales de médicos y psicólogos. Los traumas light también hacen daño. Por ejemplo, un paciente que se queja que todos los días durante la infancia y adolescencia, el padre criticaba su forma de comer en la mesa porque sin querer derramaba una taza de leche, el tenedor caía al suelo, no sabía manejarlos cubiertos, su conversación era tonta… y hoy reclama que tiene dificultad para salir a comer con sus amigos. Tomar una cerveza, lo hace con dificultad, ¿pero sentarse a la mesa a cenar? ¡Jamás es diversión! La ansiedad le revuelve el estomago, el corazón se le dispara, llega a sudar frío ¡porque va a comer con los amigos! No podemos decir que este paciente tiene un diagnóstico de Trastorno de Estrés Pos-Traumático (TEPT), pero definitivamente esos recuerdos crean situaciones difíciles para él y limitan su vida cotidiana. Entonces hablemos un poco sobre las consecuencias de experiencias y recuerdos dolorosos y traumáticos: 1. El trauma congela los recuerdos en las redes cerebrales a nivel neuroquímico. Los estudios más recientes con tomografías sofisticadas (CAT, PET, SPECT, fMRI, etc.) demuestran que el contenido vinculado de forma disfuncional compromete la actividad neurocerebral. Hay partes de nuestro cerebro que poseen redes llenas de contenido guardado de forma neuroquímicamente disfuncional. Susan respiró hondo y dijo: yo soy una heroína de hielo – resuelvo la vida de todos los demás, pero estoy paralizada para ayudarme a mi misma desde que aquello sucedió... Las partes “congeladas” no se comunican con las partes funcionales. A veces no hay palabras para explicar lo que sucedió porque el trauma reside en el hemisferio derecho del cerebro y las palabras se encuentran en el hemisferio izquierdo (área de Broca) que es el hemisferio del lenguaje. Los dos hemisferios no se están “hablando”, por lo tanto no hay forma de atribuirle significado a aquello que sucedió. La información mal adaptativa se encuentra disociada de las herramientas que podrían ayudar a procesar y resolver adaptativamente aquel mal recuerdo. Selena compartió con enorme tristeza: yo tuve una hermanita que nació muchos años después que los demás. Luego que me quedé embarazada de mi primer hijo, ella murió. Se contagió de una de esas enfermedades comunes de la época y murió a los siete años. En ese entonces no había antibióticos ni remedios para esas enfermedades de niños. Mi madre nunca más fue la misma. Antes ella se vestía de seda y joyas, se hacía peinar el cabello todas las semanas en la peluquería, y andaba siempre arreglada. Después que murió mi hermana, nunca más se puso esas ropas, desistió de las joyas y nunca más frecuentó al peluquero. Se dejó crecer el cabello y usaba un moño como era común en aquel tiempo. Ella nunca superó la muerte de mi hermanita. 2. Lo que va a ayudar a sanar esos recuerdos es justamente la posibilidad de reprocesar e integrar adaptativamente el contenido de ellos. Es lo que hacen las nuevas terapias de reprocesamiento. Crean nuevas conexiones cerebrales que permiten el surgimiento de nuevas informaciones e insights, y transforman los recuerdos traumáticos en nuevas percepciones resolutivas. Eliana comento: Solté a mi niña interna para que pudiera jugar en un lugar seguro. Hacía dos años que no experimentaba esto… yo antes era una muñeca de yeso. De hecho, hay estudios que proponen la hipótesis de que el trauma es mucho más un disturbio del sueño que de la memoria (Stickgold, 2007[3]). En cuanto dormimos, procesamos. Esta es la función normal del ciclo del sueño: soñamos, procesamos, “digerimos”, y al procesar guardamos los recuerdos de forma adaptativa. El trauma se va formando - organizándose como un recuerdo disociado y/o vinculado de forma mal adaptativa – en función del hecho que el cerebro no logra cumplir su función normal de procesamiento. En casos más extremos, los recuerdos no procesados adecuadamente se vuelven un recuerdo disociado al cual no tenemos acceso en condiciones normales. Entonces ni siquiera el sueño es capaz de resolver el trauma porque el mecanismo de procesamiento está trabado. El resultado es que tenemos pesadillas, sueños malos, nos despertamos sobresaltados; el sueño no es reparador ni restaurador. Es como si toda la noche estuviésemos intentando resolver asuntos internos sin conseguirlo. Damos vueltas en la cama y no “progresamos” en el camino de nuestras resoluciones internas de recuerdos dolorosos porque el mecanismo está trabado y congelado. 3. El trauma es la secuela de vivencias de peligro (real y/o percibido) que no conseguimos resolver adecuadamente. Es conocido que cuando nos enfrentamos con una situación de peligro es probable que reaccionemos en alguna de las siguientes tres formas normales: huir, luchar o congelarnos.[4] Cuando un zorro encuentra un conejo en el bosque, el conejo sabe que hay que reaccionar o se va a convertir en la cena. Si se ve acorralado, lucha porque es la única oportunidad de salir vivo de las garras del zorro. Si piensa que puede correr más que el zorro, el conejo huye. Pero a veces, en la carrera, cuando el zorro se aproxima, el conejo puede congelarse: cae como muerto en un estado fisiológico que hace creer al zorro que murió de susto. Como la carne muerta no le interesa al zorro, éste se retira. Cuando el conejo percibe que el peligro pasó, empieza a temblar y sacudirse que es su manera de salir del estado de congelamiento. Este riesgo es tan alto, que si no lo hace correctamente, puede llegar a morir de verdad. Terminado el proceso de descongelamiento, el conejo vive para ver otro día sin secuela del trauma. En los seres humanos hay muchas de esas mismas reacciones, y las estatuas de sal muchas veces son sólo un rol adentro de nosotros que no conseguimos “sacudir” de forma apropiada. La experiencia es que “no pasó” y el peligro se siente eternamente presente. De cierta manera podemos decir, según el sabio Job (aquel mismo de la paciencia), que Dios colocó la eternidad en nuestros corazones. Hoy en día, una forma de esa “eternidad” que se manifiesta en nuestra vida puede ser llamada el inconsciente en el que, además, no hay noción de tiempo. El trauma está eternamente repitiéndose dentro de nosotros mismos. No termina, por eso nuestro cerebro sigue activo. Está en hipervigilancia porque el cerebro profundo (podemos decir que de cierta manera es nuestro inconsciente) continua queriendo protegernos del peligro. Y como hay una parte que todavía no “sabe” que el peligro pasó, nos quedamos en un alto nivel de ansiedad, con la expectativa de que algo malo puede o nos va a suceder. Hay alguien adentro que está viviendo y reviviendo el trauma… que no sabe que ya pasó. Son esas estatuas de sal, congeladas en el trauma, que miran eternamente la destrucción ocasionada por el trauma. Mi hermana me contó este fin de semana que aquel nuestro vecino tan extraño, había perdido todo-todo-todo debido a un rayo que cayó en su casa. Quemó TODO. Él tenía un montón de hijos, y perdió todo, la casa, el caballo, la cosecha, todo. Ella dijo que este vecino nunca más logró hacer algo después de aquello. Nunca más fue él mismo. 4. Una de las cosas que el trauma nos quita es la capacidad de elegir. Fuimos creados para tener libre albedrío. La salud siempre implica la posibilidad de elegir cómo voy a responder o actuar. El trauma acaba con esa capacidad de elección y nos obliga a repetir comportamientos. Esto nos ayuda a entender por qué ciertas personas repiten conductas destructivas, aunque no quieran hacerlo. (¿Quién no conoce la mujer que se queda en una relación violenta? ¿Quién sabe qué traumas anteriores le impiden romper este vínculo dañino…?) Vale la pena averiguar su historia de vida y ver en qué momento esos recuerdos comenzaron a congelarse. Las estatuas no nos ofrecen alternativas de conducta. 5. El trauma hace que creamos en mentiras sobre nosotros. Una de las cosas que suceden cuando vivimos una experiencia dolorosa y no logramos procesarla (o “digerirla”) es que los recuerdos se quedan guardados no sólo con el dolor, pero también con lo que pensamos, sentimos físicamente, los olores, sonidos, colores - todo eso queda vinculado en ese recuerdo, en los archivos de nuestro cerebro. Esos pensamientos suelen ser irracionales y falsos. Hay una parte dentro de nosotros que dice que todo esto es mentira, pero laparte que vivió la experiencia y continua “viendo” la destrucción no logra creer en la verdad sobre lo que sucedió y permitir que soltemos los recuerdos. La estatua no cree en lo que decimos en nuestro rol adulto. Leticia: Yo no pienso que soy una persona interesante. Desde que me sucedió aquello a los 10 años, yo pienso que soy pobre, fea y que nadie iba a querer quedarse conmigo. Además, ya tengo casi 40 años y no logro casarme. Mis relaciones duran poco, y eso cuando logro tener algún enamorado. De verdad yo no creo que merezca cosas buenas… Por ejemplo, a veces llegan mujeres que fueron violadas por un hombre armado. Saben que si no se hubiesen sometido a lo que él les impuso, corrían un verdadero riesgo de vida. Pero hay una parte que piensa que “la culpa es mía”. Piensan: ¿quizá si hubiera hecho esto o aquello...? ¿O si no hubiera hecho esto o aquello...? ¿O si no me hubiera vestido de esa manera? ¿O si hubiera bajado del bus en otro lugar? Y así va… la mentira es pensar que es culpable. La verdad es creer que ella hizo lo mejor que pudo para sobrevivir, que ella no tenía muchas opciones, y que podría haber sido asesinada si el hombre perdiera el control del arma. Necesitamos ayudar a las personas a descongelar la mentira y creer en la verdad, ya que esto las va a liberar. Pero esto no se da a través de un argumento o convencimiento. La disolución de esta mentira se da a través del reprocesamiento del trauma a nivel neuroquímico. Además, una de las características poco reconocidas de los eventos traumáticos es que se trata de respuestas normales a situaciones anormales. Anormal es ser asaltada, secuestrada y violada a mano armada. Normal es sentirse aterrada pensando que ese peligro nunca va a pasar. A veces, las personas logran digerir y metabolizar todo esto espontáneamente a través de sus recursos y resistencias internas... pero no siempre es posible, y es ahí que existe el peligro del congelamiento traumático. Tener estatuas internas derivadas de esas cosas es común, pero limitante. Nuestro cerebro sencillamente no logró procesar la enormidad de lo que nos sucedió. Bessel van der Kolk[5], comenta que la dificultad del trauma es enfrentar la verdad de lo que sucedió: es manejarse con la verdad. 6. El trauma nos trae pensamientos obsesivos e intrusivos. No logramos dejar el trauma en el pasado. Nos perturba diariamente. Me digo a mi misma: “No voy a pensar más en esto. Voy a cambiar de asunto interno” y cambia… por poco tiempo. De repente cuando se da cuenta, otra vez está ahí, ñe-ñe-ñe, y listo, el asunto en pauta vuelve a ser la experiencia difícil. Es difícil lidiar con estos pensamientos intrusivos. En los momentos más inesperados, cuando estamos tranquilos, de repente algo dispara uno de esos pensamientos y estamos de vuelta en el pasado. No “llamamos” al evento ni estamos pensando en aquello. A veces es más sutil. No entendemos por qué cambiamos de humor, por qué nos sentimos tristes sin razón aparente, o irritados. Es que alguna cosa en el presente disparó algo que nos ocurrió en el pasado y alguien de nuestra Pandilla Interna vino a hacer una visita de manera inesperada e indeseada. 7. Desarrollamos conductas de evitación. Las experiencias difíciles hacen que no queramos acercarnos a “aquello” otra vez. Si fue en aquella esquina en la que tuvimos un accidente de automóvil, entonces comenzamos a tomar otro camino para el trabajo. Si fue en aquel restaurante donde tuvimos la pelea final que acabó con nuestro matrimonio, entonces evitamos comer allá otra vez. El problema es cuando esa conducta evasiva comienza a generalizarse y tratamos de evitar un número cada vez mayor de lugares, cosas o hasta personas. Las fobias comienzan así. Tenemos una pésima experiencia en un vuelo, y no queremos volver a viajar en avión. Necesitamos presentarnos delante de un grupo, y las personas hacen bromas de nuestro modo de hablar o de vestir o gesticular. Ya no queremos volver a subir a una platea para evitar el riesgo de la humillación. Priscilla: Doctora, cuando yo tengo que viajar en avión, me siento pequeñita y con miedo. Necesito de alguien que sea más fuerte que yo. Yo me encojo, sé que tengo que ser más racional, pero ¡parece que no hay ningún adulto que acompañe a esa pequeñita en el viaje...! T: ¡Una niña no puede viajar en avión sola! Necesita de un Adulto. ¿Dónde está el adulto para acompañar a la niña asustada? P: Ah, yo tengo la sensación que no hay nadie T: Dile a la pequeñita que con ella hay una adulta que siempre le acompaña en sus viajes, ¡su Adulta Interna! Y que siempre le va a tomar de la mano. Ahora piensa en esto y acompaña los movimientos… 8. Nuestra capacidad para el aprendizaje está bloqueada/ afectada. Las personas traumatizadas no logran aprender bien. No hay espacio cerebral y emocional para esto, es muy común recibir pacientes que dicen que son burros. Nunca les fue bien en la escuela. Cuando yo pregunto cómo era su vida en aquel entonces me cuentan una larga historia de humillaciones escolares, los padres que se separaron, había falta de apoyo y amparo, y así sucesivamente. Yo les explico que donde hay ese nivel de “ruido interno” no hay espacio para aprender. El problema no fue que les faltó inteligencia. Lo que faltó fue la posibilidad de poder oír la lección externa porque el ruido interno era tan alto. Cuando curamos el ruido interno, abrimos espacio para un aprendizaje real. Las estatuas de sal estaban ocupando el espacio del álgebra. 9. El trauma abre la puerta a la maldad. ¿Qué significa esto? En términos más sencillos, la violencia genera violencia. No es simplemente que las personas sean malas o malvadas. Examine sus historias de vida. Acostumbran tener historias traumáticas de abuso, de violencia, explotación, injusticias, de falta de cuidado. No es gratuito que están en un rol de bandido o delincuente: no conocen otra cosa. La buena noticia es que muchas veces, si conseguimos sanar el jardín de infantes que forma parte de nuestra Pandilla Interna, tenemos la posibilidad de rescatar lo que la persona tiene de bueno. No siempre es posible, pero vale la pena intentarlo si la persona está dispuesta a pagar el precio de su cura emocional. 10. La vida nos rompe a todos, pero algunos se vuelven estatuas de sal. Todos tenemos lugares adentro de nosotros que se congelaron y se convirtieron en estatuas. Una vez más, es una cuestión de dosis. Cuanto más tengamos roles congelados, más afectada queda nuestra vivencia. La vida no es equitativa en la distribución de traumas y experiencias dolorosas. Cómo lidia cada uno con esas cosas también depende de quién es, de su temperamento, de su desarrollo (y de los déficits en ese desarrollo, a medida en que fue creciendo), en su contexto familiar (o falta de…), en fin, de las peculiaridades de cada uno, su temperamento y su historia de vida. 11. La vida también rompe a quien ve la tragedia. No quedan traumatizados sólo aquellos que viven la catástrofe, sino también los que hicieron las intervenciones y acompañaron los resultados. Por ejemplo, la persona que lo llevó al hospital, la que estuvo junto a alguien cuando agonizaba. Fácilmente nos olvidamos de bomberos, policías, médicos y enfermeras que acompañan estos casos innumerables veces y viven la impotencia de no salvar a un niño, o alguien que le ruega por ayuda y aun así se perdió. El sufrimiento vicario también deja secuelas en aquellos que ayudan. Se llama fatiga de compasión: Es el cansancio de quien no aguanta más acompañar tanta desgracia y se traumatiza también. 12. Finalmente, sin cura para el corazón no hay calidad de vida. ¡Imagine intentar vivir arrastrando esas estatuas de sal por la vida! Cuanto más curados, cuanto más integrados estuvieran los miembros de nuestra Pandilla Interna, mejor es nuestra vida, mayor nuestra calidad de vida también. Quién sabe si esa sea la razón principal por la que buscamos esa integración emocional de la Pandilla Interna: para que podamos hacer mejores elecciones en la vida; que podamosresponder de forma más adecuada a los desafíos que la vida y las personas nos traen; que podamos disfrutar de las alegrías y los triunfos alcanzados; amar mejor y aprender a dejarnos amar. El trauma nos roba esas posibilidades. Cuando curamos a nuestra Pandilla, rescatamos aquello que hay de esencial e importante para el ser humano: la convivencia saludable en la relación de amor y respeto mutuos – adentro y afuera de nosotros. Teoría de los roles Mi hija de 13 años tiene Síndrome de Down. Como toda adolescente, intenta burlar las reglas y, aun sabiendo lo que puede o no puede hacer, insiste y desafía lo acordado. Cuando cuestioné una de esas “contravenciones”, respondió: “Pero, mamá, no fui yo la que hizo eso. Fue mi pensamiento. En verdad, ¡fue mi cerebro!” A lo que nuevamente cuestioné: “¡Pero tu cerebro es parte tuya!” Y ella me contestó: “Entonces tendremos que conversar con este cerebro para que no me ponga en estos líos porque si no, salgo castigada…” Entonces, “conversamos” con ese cerebro y ella hizo un “acuerdo” con él (¡palabras de ella!). Ahora, ¡trabajan juntos para intentar atender los deseos y respetar las reglas! La teoría de los roles fue desarrollada de una forma revolucionaria por J. L. Moreno, el genial creador del Psicodrama. En el concepto de él, los roles son “unidades culturales de conducta” (Garrido, 1978). Poseen características y particularidades propias de la cultura en que fueron estructurados. La palabra “rol” o “role” vienen de “rollo” y se refiere a los pergaminos que eran enrollados al alrededor de un cilindro. Se trata de libros primitivos hechos de esa manera para que los actores pudiesen memorizar sus partes en las representaciones teatrales. Podemos decir también que el rol es una “estructura dinámica dentro de un individuo (basada en las necesidades, creencias y valores) que toma vida bajo la influencia del estimulo social o posiciones definidas”[6]. La manifestación de un rol está basada en las expectativas de un individuo en relación consigo mismo y con los otros, y en su interacción con determinados grupos y situaciones. Yo me di cuenta que en mi vida siempre tuve los dos extremos: muy bueno o muy malo. Terminé volviéndome muy pesimista, mirando sólo el lado malo, pero el lado bueno siempre estuvo ahí, olvidado. Por ejemplo yo tengo la imagen del Niño Abandonado, pero existe también el Niño Muy Querido, el Niño Mimado. Hay un Descuidado, pero hay un Estudioso. Uno que comía compulsivamente en la adolescencia, pero el otro es Saludable, y durante mucho tiempo supo lidiar bien con el alimento. También hay el Tímido/Quieto/Cerrado, así como el Extrovertido. Todos nacemos en una cultura existente o en una red social. La realidad de tal cultura es definida personal y colectivamente. Podemos decir que el rol es una forma tangible de ser. No constituye el yo de la persona y no es la persona. Esto significa que si quisiéramos definir el yo de una manera experimental, debemos recurrir a los roles que la persona desempeña. Según Moreno, el yo nace de los roles y no al contrario. Esto significa que vamos por la vida integrando esos roles que van surgiendo para poder alcanzar una sensación cada vez mayor de un yo integrado. Por esto tenemos esa experiencia de Pandilla Interna: son nuestros roles que hablan y actúan dentro de nosotros y que debemos procurar integrar cada vez más, siguiendo una “política de buena convivencia” interna. Para vivir feliz, nuestros roles necesitan llevarse bien entre sí. Moreno decía que desarrollamos roles a través del desempeño de los mismos. Inicialmente comenzamos con los roles psicosomáticos; i. e., roles de las funciones fisiológicas indispensables relacionados con el medio, tales como comer, dormir, defecar, orinar, etc. Después, poco a poco se comienzan a desarrollar los roles sociales que corresponden a las funciones que desarrolla cada individuo y por medio de las cuales se relaciona con su ambiente. Los roles van apareciendo en función de la identidad de los grupos a los que pertenecemos (familia, escuela, trabajo, etc.). En términos ideales vamos desarrollando cada vez más roles sociales, tales como el rol de hija, hermano, alumno del jardín de infantes, sobrino, nieta, y eventualmente roles cada vez más adultos: alumno, profesional, madre/padre, abuela, conductor de coche, profesor, etc. Nuestros roles internos surgen en función de los contra-roles, es decir, según la forma en que me relaciono con las personas de mi medio ambiente, familia, escuela, etc. Como yo soy tiene mucho que ver con como es el otro o me enseña a ser, por la instrucción (padre y madre) o por la experiencia de vida (escuela, trabajo, amigos). El número y características de estos roles dependen de la posibilidad de “oferta” de desarrollo de los mismos. Por ejemplo, una persona que fue criada en el campo a la antigua, tendrá acceso al desarrollo de menos roles sociales que una persona criada en un centro urbano actual. A esto llamamos el repertorio de roles. Se trata de la “lista” de los diferentes roles que poseemos en la vida. Cuando tenemos muchos papeles, hablamos de riqueza de roles; cuando son pocos, hablamos de pobreza de roles. La importancia de tener una variedad de roles tiene que ver con la flexibilidad para enfrentar la vida y una comprensión más apropiada de los otros. También es importante tener la habilidad de identificar una variedad de roles que no sean sólo los propios, ya que hay roles que muchos jamás aprenderán, tales como astronauta, presidente de la república, ganador del Premio Nobel, etc. Cada persona tiene múltiples roles que puede cumplir. Cuando los grupos o las personas cambian, los roles también lo hacen. Esta es una de las cosas maravillosas de trabajar con los roles de las personas: no tenemos que vivir confinados a los roles que aprendemos y tampoco a la forma de desempeñarlos (ni cantidad ni calidad de rol). Todo esto es posible cambiarlo en función de una búsqueda de calidad de vida mejor: roles mejores, desempeños mejores, es decir, roles desarrollados de forma más saludable y adecuada. Pasamos la vida aprendiendo roles: nadie nace sabiendo. Ese aprendizaje es de suma importancia, ya que algunos roles son esenciales para nuestra sobrevivencia. Se trata de roles que tienen que ver con vida y muerte, como por ejemplo, saber protegerse del peligro, cuidar de los bebés y los niños, saber encontrar formas de proveer comida, trabajar y reproducirse. Los roles necesitan tener adecuación social. Tienen que ser desempeñados de forma saludable en el medio en que convivimos. Vale la pena recordar que no siempre lo que funciona en una cultura, funciona en otra, y tenemos diferentes roles que nacen de situaciones distintas que enfrentamos. Te quería escribir y comentar un poquito sobre la metáfora que me salió espontáneamente sin haberlo pensado antes. Te dije que fue muy duro para mí pasar de un estado de salud a un estado de enfermedad. Pasar de estar sana a estar enferma era como una emigración: era como irse de un país y llegar a otro. Debía dejar detrás de mí la seguridad de lo familiar y la pertenencia a mi grupo de personas - los sanos - y de repente mis puntos de referencia eran completamente distintos. La sala de quimioterapia, donde acudía (y sigo acudiendo tres viernes al mes durante cuatro horas y medía) se convirtió de ser un lugar extraño, lejano y amenazante, en uno acogedor con gente que me entendía, y a quienes yo podía entender. Los que quedaron atrás - en el país de origen, los sanos, aparecieron, muchos, pero no todos, como lejanos. No me sentía comprendida. Cuando me relacionaba con ellos o emergía de un mundo interno mío, donde la angustia de la muerte rivalizaba con la esperanza de que todo fuera para bien, y me encontraba con personas que a menudo me inundaban con consejos bien intencionados, pero a la vez tantas veces ofensivos, porque pretendían saber más de mí que yo misma, como si no sólo estuviera enferma, sino que fuera una persona desautorizada por la vida. El otropaís era entonces el de antes, al que regresaba después de haber pasado mil peripecias en otro mundo. Lo que siempre se dice… cuando uno se va, cambia, y los que deja atrás también cambian. Hubo otros que siempre estuvieron allí, que no pretendían saber más que yo, que escuchaban pacientemente, que sabían consolarme, estar conmigo. Tengo amigas y amigos maravillosos, que son cosmopolitas, que saben estar en todos los países conmigo y aunque les sea difícil, humildemente lo intentan y a menudo lo consiguen. Hoy ya no es tan duro estar enferma… es una realidad que puedo asumir. No sé cómo pasó, simplemente pasó, y el mundo de antes me parece ahora lejano. Ya no sé lo que quiero de mi vida. Estoy en una especie de inmanencia, en la que sólo cuenta lo que hay ahora y de lo que pueda salir de este ahora. Otro aspecto interesante de los roles es que son distintos a la personalidad general de la persona. Por ejemplo, que una persona sea arquitecto no significa que sólo se vea como tal. La persona es mucho más que uno de los roles que desempeña en la vida. Una persona no solo se reduce a su rol profesional. Mis colegas de profesión pueden identificarse con las innumerables veces en que nos sentamos al lado de alguien que descubre que somos psicólogos y dicen algo así: “¡Ah, necesito cuidar lo que digo en frente suyo porque es psicóloga!” Lo que no entienden es que cuando estamos sentados en el avión leyendo un libro no nos estamos desempeñando de psicólogos, ni tampoco pasamos la vida evaluando (y juzgando) a todos a nuestro alrededor. Tenemos muchos otros roles en la vida además del rol profesional. A veces, puede suceder que algunos roles se vuelven tan fuertes, que la persona tiene dificultad para separar los roles que desempeña. Esto sucede en adultos que vienen de familias disfuncionales. Es posible continuar desempeñando los roles que desarrollaron en su infancia. Por ejemplo, lo hijos adultos de familias alcohólicas, a veces siguen interpretando el rol de héroe, de chivo expiatorio, del niño perdido o la mascota,[7] aún después que ya no viven en casa. Infelizmente, en tales circunstancias las personas pueden quedar atrapadas en ciertos roles y modos de interacción que las perjudican en casi todas sus relaciones. De ahí la importancia de identificar los roles que desempeñamos en la vida a fin de evaluar si es de este modo que queremos vivir para siempre. Cuando hablamos del impacto de los traumas en nuestros roles, debemos recordar que el trauma “forma y congela” los roles. Recordemos a la mujer de Lot. Cuando algo impactante nos sucede – y puede ser un trauma grande o un “trauma” del tipo que pensamos que no dejaría mayor secuela, como por ejemplo, un regaño del padre – a veces formamos roles a partir de la interrupción del desarrollo normal. “Alguien” de nuestra Pandilla Interna se forma a partir de esas experiencias. Por eso, los distintos roles tienen diferentes edades y contenidos emocionales - porque quedaron atrapados en alguna etapa del desarrollo. Chuck Pierce, comenta que[8] ... muchas veces estamos fragmentados en nuestra alma y tenemos pedazos de nuestra vida regados aquí y allá...partes de la persona que deberíamos ser - íntegra o “entera”- quedan desparramadas por los caminos de nuestra vida. Si entendemos el trauma nos rompe a todos, podemos entender esa fragmentación como la que forma nuestros roles internos. Por ejemplo, a veces, las personas comentan que ellas están “saboteando” sus vidas. Se quejan porque saben lo que tienen que hacer o dejar de hacer, pero no logran cambiar el comportamiento. Según la teoría de los roles, podemos entender que esto se debe al hecho que hay una parte congelada (disociada) que no logra subir al camión de la vida y acompañar a la Pandilla del Yo. Es necesario tener cuidado de no culpar a la víctima. Cuando hablamos de auto-sabotaje, manipulación o conductas que llevan a ganancias secundarias, es importante recordar que realmente hay miembros de nuestra Pandilla Interna que no se han dado cuenta de que deben recorrer juntos el camino de la vida. No es mala voluntad ni maldad; es que realmente no lo logran. Tienen limitaciones. Los terapeutas necesitan tener cuidado de no cargar a sus clientes con más culpa de la que ya sienten por que perciben su limitación. Debemos procurar entender lo que ese miembro de la Pandilla Interna necesita para sanar, perder el miedo, sentirse seguro, adquirir nuevas habilidades, permitir una integración mayor y mejor de sus roles. Cuando alcanza ese nivel de cura, la conducta cambia automáticamente y la persona pasa a tener una mayor posibilidad de alcanzar sus metas. Tenemos que aprender a negociar la convivencia con nuestra Pandilla Interna de roles, sanar las heridas que algunos roles contienen y descongelar esas estatuas de sal. Cada parte/rol contiene información importante, aspectos y contenidos que contribuyen algo a la personalidad y a la integridad del yo. Esa perspectiva debe llenarnos de esperanza. Ya no estamos obligados a vivir de forma fragmentada o disfuncional. Podemos cambiar nuestros roles tanto en cantidad como en contenido interno. Este hecho debe llenarnos de esperanza, sabiendo que no estamos eternamente condenados a repetir las historias difíciles, sino que podemos encontrar nuevas soluciones para problemas antiguos por medio de la sanidad de nuestros roles internos. Habla la Pandilla Interna Sigue una pequeña porción de un encuentro terapéutico. Vea cómo Anabella encontró a su Niña Bailarina y con ella, toda su feminidad. También ejemplificamos como podemos “rematrizar”, es decir, rehacer un antiguo camino disfuncional a través de la relación terapéutica. Es sumamente importante para el desarrollo de los individuos que una persona nos vea y nos confirme nuestra existencia en amor. Como en nuestro inconsciente no hay noción de tiempo cronológico, aunque la reparación se dé hoy día, si el niño interno del pasado puede oír y recibir esa confirmación en la actualidad, puede validar y sanar aquello que había quedado desarreglado en el pasado. David Grand[9] comentó cierta vez que el niño que vive dentro de nosotros tiene que oír lo que necesita de nuestro adulto interno y no necesariamente de las figuras externas. Todo está dentro de nuestro cerebro: sanar a la Pandilla, cambiar de percepción, etc. Lo que está dentro de nosotros es lo que tiene que cambiar y puede cambiar – porque podemos cambiar la percepción que hay dentro de nuestro cerebro. Relato parcial de una sesión de EMDR Anabella compartía sobre una situación de infancia que todavía le molestaba y estructuramos el EMDR tradicional para reprocesarlo con movimientos bilaterales. Hay silencio mientras se hacen los movimientos. Anabella comparte después de cada tanda de los mismos. El tiempo total de esa sesión fue de una hora, pero lo que sigue es apenas una parte relevante del relato ejecutado. A: Todavía me siento atrapada en la escena de la infancia. No he logrado desconectarme de ese conjunto de imágenes. Todavía me afecta mucho como persona, me siento insegura. Soy una mujer sin fuerzas. (MBs) A: Ahora logré tranquilizar a la niña que se sentía en peligro. Logré tomarla de la mano y sacarla de la escena. Ella salió por una puerta (MBs). Estoy más emotiva. (MBs) A: ¡Que chistoso! Cuando yo era pequeña me gustaba mucho el ballet. Mis recuerdos más felices son de mí, bailando, vestida de bailarina. (MBs) Acaba de caerme el veinte de que yo restringí mi lado femenino porque pensé que ese lado estaría siempre vinculado a la violencia. Hoy ni bailar puedo. Pienso que me quedé con mucho miedo de la violencia contra la mujer después de lo que vi al crecer en mi hogar. (MBs) A: Ahora me siento mejor, parece que finalmente entendí. Pienso que tenía disociado todo esto. Necesito volver a la clase de ballet urgentemente. Estoy con un sentimiento de estar libre, de tener libertad dentro de mí. T: Tengo una propuesta: ¿Podemos ver juntas a esa niñita bailar ballet? A: ¡Vamos! (Terapeuta y cliente miran juntasa la barra de luz de estimulación bilateral, “viendo” a la niña pequeña bailar ballet.) (MBs) Fue genial, estoy libre, sin preocupaciones. Mi Niña Bailarina está vestida con un vestido color rosa. Estoy bien, ella esta súper feliz, orgullosa de sí misma. Humm, todavía falta tener más amor en la escena… amor por mí. (MBs) Ay, yo… ¡me amo! ¡Yo soy una persona buena! Vi a esa niña de cinco años. Estamos en comunión. Yo la amo mucho. Le digo que siempre la he amado mucho, y que todo va a estar bien, que estamos bien. Ahora ya no tengo perturbaciones al pensar en todo esto. Creo que soy amada. ¡Yo me amo! Siento que estoy rescatando a esa niña y su feminidad. T: ¿Qué significa todo esto para usted, una mujer adulta? A: Yo soy una mujer completa. Me voy a inscribir en la clase de danza... La Pandilla Interna y la Teoría de la Disociación Todos hemos tenido la experiencia de estar conduciendo el auto tan absortos en nuestros pensamientos, que perdemos la salida correcta en la carretera. O en vez de ir a donde queríamos, nos distraemos y el “carro hace el camino de siempre”. A veces, estamos en “la luna” mientras la profesora da su clase y no recordamos lo que enseñó durante esos momentos. Todos estos son ejemplos normales de disociación. En verdad, existe lo que podemos llamar disociación adaptativa. Cuando vamos a hacer una resonancia magnética, no hay ninguna justificación para que tengamos que pensar que estamos siendo metidos dentro de un pasadizo de acero con 1-2 cms. de espacio para respirar. Nada impide que a propósito pensemos que estamos en una linda playa, con el sol brillando, escuchando las olas del mar mientras aguantamos el procedimiento. Esa es una forma saludable de lidiar con situaciones difíciles: una disociación adaptativa. Como dijimos anteriormente, la cuestión de la disociación es un asunto de dosis. Cuando nuestra Pandilla Interna comienza a perder la conciencia de la existencia de algunos de sus miembros (que es diferente del desconocimiento terapéutico de los mismos) entonces comenzamos a hablar de una disociación patológica. Los “bordes” de los roles quedan cada vez más rígidos y “compartimentalizados” y existe cada vez menos flexibilidad y conciencia entre ellos. Se trata de un trastorno serio que necesita ayuda profesional – y generalmente auxilio medicamentoso – para poder lidiar con un proceso largo y difícil de sanar. Las personas con Trastorno Disociativo de Identidad (antiguamente denominado Trastorno de Personalidad Múltiple) tienen una serie de limitaciones que perjudican su vida cotidiana. Acostumbran tener lagunas de memoria – no recuerdan pedazos enteros de su vida, o no recuerdan cómo hicieron ciertas cosas o que tuvieron ciertos diálogos, y la amnesia para algunos roles es total. Como fue algo que sucedió cuando estaban en otro rol, no hay acceso al contenido de aquel rol por estar disociado de la vivencia total del individuo. Hasta hace poco tiempo se creía que esto sucedía solo en el cine. Pero la verdad es que estos trastornos son más comunes de lo que se imaginaba, y casos de disociación leve son bastante frecuentes en el consultorio (¡a pesar de que diagnosticarlos no es tan común!). Uno de los problemas actuales es lograr un diagnostico apropiado para casos de disociación, ya que pocos profesionales estudian este tema y menos todavía reconocen este tipo de dificultad. En nuestra Pandilla Interna, vamos “disociando” ciertas experiencias difíciles que experimentamos en el transcurrir de nuestras vidas. Es de esta forma que se desarrollan esos “miembros” de nuestra Pandilla. El rol interno que se vuelve un aspecto de nuestra Pandilla no acostumbra desarrollarse a propósito, pero no deja de cumplir cierta función de protegernos o ayudarnos a sobrevivir. Como dice Silvia Guz[10], nuestra colega de profesión, disociación es aquel momento en que se “baja el interruptor”. De la misma manera que el interruptor detiene el flujo energético para evitar un incendio, la persona se disocia para evitar un infarto emocional. Nadie tiene una personalidad completamente integrada. El concepto de Pandilla Interna es una manifestación normal de los roles que se desarrollan dentro de nosotros. Pero cuando hay una desconexión extrema entre estos roles, con eventuales incógnitas de lo que está sucediendo con ciertas partes de la persona, es probable que nos encontremos delante de un caso de Trastorno Disociativo de Identidad (TDI). En estos casos, las partes o roles de la personalidad son más rígidos y se presentan de formas distintas e “independientes”. En verdad es casi como si tuviesen vida propia. En estos casos, cuando los roles son rígidos y poco flexibles, llamamos a esos roles “alteres”. La propuesta en este tipo de trabajo terapéutico - en términos simplificados – es encontrar una forma en que esos roles (o “alteres” en los casos de diagnósticos graves) aprendan a tener conciencia unos de los otros, sanar sus heridas del pasado, aprender a andar juntos en vez de jalar cada uno para un lado, y procesar una integración que permita una vida más normal. Pero debido a la severidad de este tipo de diagnóstico, comúnmente el progreso se mide en milímetros terapéuticos. Es común que en la disociación traumática ocurra una total desconexión entre la conciencia y los hechos ocurridos. En nuestro cerebro, el evento queda disociado de las herramientas neuronales que podrían ayudar a procesar esos recuerdos. Por ello, parece que el trauma ocurrió recientemente, cuando en realidad, a veces ya han pasado años. Pero debido al hecho de que está disociado, es difícil recordar lo que sucedió, y cuando se recuerda, a veces viene en diluvio. En el trabajo con trastornos disociativos, estamos delante de personas muy frágiles (y muy fuertes ya que lograron sobrevivir a tamañas tragedias). La persona debe ir recordando en la medida en que soporte, para evitar el riesgo de retraumatización o revictimización. Algunas personas con situaciones graves de trauma crónico y continuo, especialmente durante la infancia, pueden desarrollar un trastorno disociativo. Esto puede ocurrir cuando el niño es sometido a situaciones abusivas durante largos periodos. Describen su estado como que estuviera en una neblina, otros dicen que es como estar en un estado etéreo. (Haddock[11], 2011, p. 2). Parece que están funcionando en “piloto automático” – sólo que para todo en la vida. Están desconectados del mundo que los rodea. Pueden llegar a distorsionar el tiempo o hasta perder la noción de la hora en casos extremos. Un sobreviviente de trauma con trastorno grave puede no recordar algunas partes de lo sucedido durante el día. La disociación se manifiesta de diferentes formas. Podemos decir que la disociación es disfuncional (Haddock, 2001, p. 2) cuando: - una persona no tiene conciencia o no es capaz de controlar sus respuestas disociativas; - esas respuestas disociativas ocurren en situaciones inapropiadas; - la intensidad y duración de la disociación dificulta severamente la vida diaria de la persona. Debemos recordar que la disociación es una defensa emocional que nos protege cuando no logramos soportar el sufrimiento emocional. Es una estrategia de sobrevivencia, pero en los casos de disociación grave, es como cuando eventualmente el hechizo se vuelve contra el hechicero: la disociación “protege” del sufrimiento, pero impide que sea procesado, porque desconecta la experiencia de las herramientas neurobiológicas (y emocionales) que permitirían su resolución adaptativa. Según Haddock (2001, p. 11) el “propósito de la disociación es tomar ese recuerdo o emoción que está directamente asociado con el trauma y encapsularlo, o separarlo del yo consciente.[12] Se trata de una forma creativa de mantener aquello que es inaceptable fuera de la conciencia. Ayuda el sistema disociativo (TDI) a proteger sus secretos y adaptarse continuamente al medio ambiente. Permite que un vinculo con el abusador se mantenga, y finalmente, hace que las emociones fuertes y muchas veces conflictivas se mantenganen compartimentos separados de la mente.” P: Doctora, que extraño… hoy mis ojos están lagrimeando mucho… no entiendo porqué, dijo Pedro inocentemente, y se limpió los ojos con un pañuelo durante una sesión de EMDR donde estábamos trabajando una situación muy dolorosa de su infancia. T: ¿Quizá sus ojos están lagrimeando porque está llorando? ¿Será que las lágrimas son un llanto? P: ¿Usted piensa que es eso? ¿Qué estoy llorando? (limpiándose los ojos otra vez con un pañuelito…) Aunque una persona y su comportamiento se encuentren dentro de la categoría de disociación, la persona no debe sentirse avergonzada o humillada por esto. Esa disociación cumplió una función muy importante, una función adaptativa en un determinado momento de su vida. No es un exageración decir que gracias a la disociación, la persona no murió de “infartos emocionales” (que pueden llevar hasta a intentos suicidas - para detener el dolor emocional vinculado a la experiencia traumática. No siempre la persona quiere morir: sencillamente quiere que el sufrimiento pare.) El problema es que una vez que el trauma termina y la amenaza ya no existe, la disociación comienza a interferir en la vida cotidiana del individuo. En este sentido, la disociación se vuelve una estrategia mal-adaptativa para vivir el presente. Con el nuevo tratamiento de reprocesamiento de recuerdos dolorosos y traumáticos como EMDR, somos cada vez más capaces de ayudar a las personas a lidiar con sus disociaciones de forma que consigan integrar sus experiencias de forma saludable. Situaciones más graves de disociación, tales como los Trastornos Disociativos, necesitan de un especialista en disociación para que los acompañe, y no todos esos casos graves tienen indicación para EMDR, pero dentro del aspecto disociativo, muchos diagnósticos responden bien a esas nuevas terapias. EMDR – Eye Movement Dessensitization and Reprocessing Tamara se levantó de la mesa, respiró hondo y subió la escalera eléctrica por primera vez en 58 años de vida. María Helena llegó al consultorio y contó que logró entrar en el aparato de resonancia magnética con tranquilidad. Rodrigo volvió a manejar su carro después del accidente en que murieron sus amigos. Patricia se hizo los exámenes de sangre después de haber perdido el miedo a las agujas. Juan Pedro comentó del asalto armado a su casa que duró 5 horas y cuyo trauma le impidió trabajar por un año: “Ah, esa es una historia para contar en el happy hour”. EMDR Lo que esas personas tienen en común es que se sometieron a una psicoterapia revolucionaria llamada EMDR Eye Movement Dessensitization and Reprocessing (Desensibilización y Reprocesamiento por Medio del Movimiento Ocular) descubierta en Estados Unidos por la Dra. Francine Shapiro en 1987. Desde entonces, más de cien mil terapeutas han sido capacitados mundialmente en el enfoque que hoy representa un cambio de paradigmas en la psicoterapia. Entendiendo que los traumas y recuerdos dolorosos se almacenan de forma mal-adaptativa en las redes cerebrales, el EMDR es capaz de reprocesar los miedos, fobias, terrores y ansiedades vinculadas a los recuerdos difíciles que mantienen a sus víctimas atrapadas a los fantasmas del pasado. Esto se da a través de la integración de la información que se encuentra separada en los dos hemisferios cerebrales. De forma acelerada y adaptativa, el EMDR “imita” de cierta manera lo que sucede en las personas durante la etapa de sueño -movimiento ocular rápido (REM – Rapid Eye Movement – Movimiento Rápido Ocular) en que el cerebro procesa la información diaria y archiva adaptativamente el pasado. Por alguna razón todavía no completamente comprendida, en determinadas situaciones las personas no logran realizar este procesamiento de forma normal y saludable, de donde probablemente vienen las pesadillas, sobresaltos, pensamientos intrusivos y obsesivos, ataques de pánico y en casos más graves el Trastorno de Estrés Pos-Traumático (TEPT) y sus consecuencias. En casos excepcionales pueden llegar los Trastornos Disociativos de Identidad (TDI) cuando las personas poseen historias de traumas crónicos, repetitivos y constantes, especialmente en la infancia. Para aplicar el EMDR, el psicoterapeuta debe capacitarse por medio de cursos acreditados donde se le enseñará de forma teórica y práctica a manejar el protocolo de ocho fases que estructura el tratamiento. Comenzando con la primera fase, el paciente comparte su historia clínica y el terapeuta identifica los traumas y recuerdos dolorosos del paciente que serán los objetivos del tratamiento en futuras sesiones. En la segunda fase, se instalan recursos positivos para ayudar al paciente a enfrentar los momentos difíciles dentro y fuera de la sesión, y se prueban diferentes movimientos bilaterales (visuales, auditivos y táctiles) y se instruye al paciente en el proceso del EMDR. En la tercera fase, “se abre” el archivo cerebral a ser trabajado a través de los rescates de imagen, creencias emocionales y sensaciones vinculadas al evento clave en cuestión. Asimismo, se toman medidas en dos escalas diferentes. La primera es la escala SUDS (Subjective Units of Disturbance Scale), una escala que mide unidades subjetivas de perturbación. Preguntamos al paciente, “En una escala de cero a diez, donde cero es ninguna perturbación y diez es la máxima perturbación que puede imaginar, ¿cuánta perturbación siente ahora cuando piensa en esa experiencia difícil?” Esto nos permite ir acompañando el nivel de resolución (o no) de la experiencia mientras vamos aplicando los movimientos bilaterales. Esa escala fue inicialmente desarrollada por Joseph Wolpe, quien trabajó durante muchos años con la desensibilización, y fue una forma que él descubrió para poder evaluar experiencias subjetivas estadísticamente. También se pide al paciente que imagine una situación ideal o de resolución y se le pregunta: “En una escala de uno a siete, donde siete se siente como completamente verdadero y uno es completamente falso, ¿qué tan verdaderas siente que son esas palabras positivas con respecto a usted ahora?” Esa es una escala que Francine Shapiro desarrolló para que se pudiera medir también y acompañar la resolución deseada al problema en cuestión. Es decir que con esas medidas, Shapiro creó un protocolo que permite el estudio estadístico de su nuevo enfoque, lo que ya resultó en la publicación de más de 200 estudios científicos con metodología rigurosa y una revista indexada específicamente dedicada al estudio de EMDR (Journal of EMDR Practice and Research). Actualmente, la confirmación de la eficacia del EMDR es innegable. En la cuarta fase, el terapeuta aplica los estímulos bilaterales que darán el “arranque” al cerebro para que pueda desarrollar el reprocesamiento que resultará en la desensibilización de los recuerdos dolorosos. Una de las cosas que pasa comúnmente en el reprocesamiento es el surgimiento de emociones intensas o ab-reacciones. Si entendemos que un recuerdo fue archivado con la emoción, sensación, imagen y pensamientos originales de aquella experiencia, no es de sorprender que cuando abrimos este archivo cerebral, venga el recuerdo con todo el impacto emocional de la experiencia original. Esto es normal. Abrimos el archivo y salen todos los elementos que estuvieron viviendo en este pozo de recuerdos. Cuando esto sucede, no significa que la persona está volviendo a ser traumatizada, sino que la carga negativa vinculada al recuerdo está siendo liberada, reprocesada y transformada en un contenido adaptativo y funcional. El pasado se está volviendo pasado y dejando de vivir en el presente a través de esa transformación neuroquímica del reprocesamiento. Por otro lado, debemos tener en consideración que las ab-reacciones excesivas pueden impedir el reprocesamiento. Cada parte o rol traumatizado es una parte congelada y disociada. Cuando nos conectamos con esa parte, se dispara todo lo congelado, guardado y vivido en aquel lugar, en el contenido de aquel rol. Por eso decimos que la vivencia es un estadodependiente. Cuando topamos ese lugar aparece todo lo que fue vivido y sentido en ese momento. En general son partes o roles del niño que no tuvo los recursos emocionales para enfrentar lo que estaba sucediendo. Los circuitos quedan sobrecargados y la disociación fue la defensa que encontró para sobrevivir. Pero si es excesiva la ab-reacción o la vivencia de la emoción es demasiado intensa, la persona puede volver a disociarse y ahí no hay reprocesamiento. El individuo no logra hacer las conexiones cerebrales o neuronales necesarias para reprocesar hasta llegar a una resolución adaptativa porque la emoción es demasiado fuerte y la persona (y su Pandilla Interna) se asusta y “huye” (se vuelve a disociar) a sus lugares congelados de nuevo para “protegerse”. A través de la disociación, van a esos lugares internos donde se tiene la ilusión de estar protegidos. Pero en esos casos, la estrategia de supervivencia se convierte de nuevo en una prisión de congelamiento. Vemos la importancia de tratar esto dentro de un camino de cuidado. Ab- reacción no significa que automáticamente hay procesamiento. Hay ciertos enfoques de psicoterapia que creen en la idea que cuanto más “fuerte la catarsis o ab-reacción” más está procesando, resolviendo y sanando su dificultad. Esto no es necesariamente cierto. Ab-reacción no es igual a cura. Esto hace parte del paradigma que dice que las personas deben tener ab-reacciones fuertes para sanar. No. En la quinta fase es posible sustituir las creencias negativas y falsas surgidas a partir de aquello que fue vivido, por creencias positivas que llevarán al paciente a encontrar percepciones adaptativas en relación a aquello que había sido archivado de manera mal adaptativa y, muchas veces, patológica. En la sexta fase se averigua la existencia (o no) de perturbaciones corporales y la sesión termina en la séptima fase con instrucciones específicas sobre qué esperar entre sesiones. En la octava fase el paciente vuelve, se hace una evaluación de los resultados, y se continúa con la evolución del tratamiento: un nuevo objetivo de tratamiento en caso de que el anterior ya haya sido resuelto de manera satisfactoria, o la elaboración más profunda y completa del objetivo inicial. Para poder procesar con eficacia es necesario sentirnos protegidos y seguros. Gran parte de esa seguridad proviene de la relación terapéutica. Si no confiamos en la persona que nos acompaña en esa peregrinación terapéutica – ya que a veces hay pasajes aterradores – no nos entregamos al proceso sanador. Al fin y al cabo, hay toda una Pandilla Interna en nuestro interior por la que somos responsables y a la que tenemos que proteger. Si cualquiera de las partes internas -alguien de mi Pandilla Interna– no se siente cómoda, segura y protegida, o se asusta, o no está de acuerdo en seguir adelante, no pasa nada. El reprocesamiento se estanca. Por eso, siempre enfatizamos que lo que cura… es el amor. Tal vez suena extraño hablar de esto en un libro sobre psicoterapia, pero es el amor, el afecto, el que da seguridad a las personas para que busquen la valentía de embarcarse en el navío de la sanidad y soporten el viaje hasta el final. Es la seguridad de la aceptación incondicional del paciente por parte el terapeuta la que anima a las personas a hacer ese viaje hacia adentro de sí mismas y visitar a los miembros de la Pandilla Interna. Conocer la pandilla herida por los traumas de la infancia permite que sean curadas por las nuevas herramientas psicoterapéuticas, pero sin amor, nadie encuentra la valentía para el viaje. ¿Qué es lo que hace que el EMDR sea percibido como un cambio de paradigmas? Primero, no es necesario hablar para sanar. Durante 120 años se nos enseñó que el paciente debía conversar y hablar sobre sus dificultades como una forma de “desahogar” sus penas y que esto iba a ayudarle a resolver sus dificultades (es el “talking cure” que describía Breuer). Pero con el EMDR, el hablar puede ser mínimo durante el período de reprocesamiento cerebral, lo que permite que el paciente pueda trabajar sus recuerdos en privado. Teniendo en cuenta que muchos traumas son de carácter sexual o de humillación, el hecho de no tener que entrar en detalles gráficos muchas veces permite que el paciente enfrente el recuerdo sin tanta vergüenza. Segundo, la resolución de la dificultad se da por la integración de la información neuronal inicialmente disociada en los hemisferios cerebrales. Es común que el recuerdo doloroso esté archivada en el hemisferio derecho y sabemos que el habla (área de Broca) que permite la atribución de sentido al evento está en el hemisferio izquierdo. Los recuerdos están desvinculados de aquello que permitiría al paciente describir en palabras lo que sucedió (“no tengo palabras para explicar lo que me sucedió” es un discurso común entre personas traumatizadas porque literalmente no las tienen). O los recuerdos están desvinculados del sistema límbico y el paciente vive en un eterno estado de ansiedad y peligro sin saber por qué y sin poder explicar a su cerebro que el peligro pasó. (Esto se constata a través de tomografías cerebrales sofisticadas tales como tomografías PET o SPECT, o resonancias magnéticas funcionales - fMRI). El EMDR integra esas informaciones y permite que se pueda atribuir sentido a lo ocurrido y calmar el sistema límbico atorado. Una de las mejores cosas que oímos de nuestros pacientes al terminar el reprocesamiento es… - Acabó. Ahora está distante. Está en el pasado. Y cuando vuelven en las sesiones siguientes dicen así: - Lo recuerdo, pero ya no me molesta. - Ya no recuerdo como era antes. - Quedó borroso. Perdí la nitidez del recuerdo. - ¿Es normal sentir tanto alivio en tan poco tiempo? - A veces me dicen o me hacen cosas molestosas y ya no me importa. Ya no es más importante como antes. - ¡Estoy durmiendo bien por primera vez en años...! - No pensé más en ese asunto. Ni me vino a la mente. - Es tan chistosa esa cosa del EMDR… es como que nunca existió aquella experiencia. Parece que el EMDR lo pone en un lugar donde nunca existió el problema. Es como si antes yo veía un cuarto todo abarrotado y ahora no hay nada de eso. Está todo organizado y ni me imagino ¡cómo era con todo el abarrotamiento...! - ¡Este EMDR es mágico...! Sesión de EMDR María Clara vino a terapia para resolver algunos recuerdos de su infancia. Ella relató que cuando era pequeña, ella y sus hermanas oían a la madre teniendo relaciones sexuales en el cuarto de al lado. Ella sabía que había habido una etapa en la vida de su madre donde eran tan pobres, que su madre se prostituía para poder proveer a las necesidades básicas de las hijas. La madre no tenía instrucción, era analfabeta, había sido abandonada por el marido con tres hijas pequeñas y la única forma que encontró para pagar las cuentas había sido esa, ya que era extranjera y no tenia familia de origen a la cual recurrir. María Clara relataba que tenía mucha dificultad para dormir, sufría de insomnio, y atribuía esto al hecho de que se asustaba mucho en la noche cuando era pequeña y se despertaba con los ruidos y gemidos del cuarto de al lado. Se sentía ansiosa y no lograba más dormir. Las hermanas dormían tranquilamente, pero ella, como la mayor, se preocupaba que sucediera alguna cosa mala. Cuando estructuramos el protocolo clásico de EMDR, María Clara describió el objetivo de trabajo para esa sesión, es decir, ese recuerdo de la infancia. La imagen era de ella acostada en la cama, con la almohada tapándole los oídos, con frio en el estómago y con mucho miedo de que algo malo fuera a ocurrir. Su creencia negativa era: “Estoy desamparada” y quería que la creencia positiva fuera: “Estoy cuidada.” La validez de la creencia era cinco (en una escala de uno a siete donde siete significa que creo completamente que esa expresión es verdadera en relación a la situación en cuestión.) Las emociones eran de tristeza, miedo, inseguridad al extremo, con un nivel de perturbación (SUDS) de siete en una escala de cero a diez donde diez
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