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Jorge Barudy Maryorie Dantagnan 2 La fiesta mágica y realista de la resiliencia infantil Manual y técnicas terapéuticas para apoyar y promover la resiliencia de los niños, niñas y adolescentes Colección Psicología / Resiliencia 3 Otros títulos sobre RESILIENCIA JORGE BARUDY MARYORIE DANTAGNAN Los desafíos invisibles de ser madre o padre Manual de evaluación de las competencias y la resiliencia parental JORGE BARUDY MARYORIE DANTAGNAN Los buenos tratos a la infancia Parentalidad, apego y resiliencia MICHEL MANCIAUX (comp.) La resiliencia: resistir y rehacerse BORIS CYRULNIK El encantamiento del mundo STEFAN VANISTENDAEL Y JACQUES LECOMTE La felicidad es posible Despertar en niños maltratados la confianza en sí mismos: Construir la resiliencia TIM GUÉNARD Más fuerte que el odio Cómo escapar de un destino fatal y convertirse en un hombre feliz a pesar de la desgracia BORIS CYRULNIK Los patitos feos La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida BORIS CYRULNIK El murmullo de los fantasmas Volver a la vida después de un trauma B. CYRULNIK, S. TOMKIEWICZ Y OTROS El realismo de la esperanza Testimonios de experiencias profesionales en torno a la resiliencia BORIS CYRULNIK Bajo el signo del vínculo 4 BORIS CYRULNIK El amor que nos cura 5 La fiesta mágica y realista de la resiliencia infantil Manual y técnicas terapéuticas para apoyar y promover la resiliencia de los niños, niñas y adolescentes Jorge Barudy Maryorie Dantagnan 6 © Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, 2011 Diseño de cubierta: Marco Sandoval Primera edición: febrero de 2011, Barcelona Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © by Editorial Gedisa S. A. Avenida del Tibidabo, 12, 3° Tel. 34 93 253 09 04 Fax 34 93 253 09 05 08022 - Barcelona, España gedisa@gedisa.com www.gedisa.com ISBN 978-84-9784-613-4 eISBN 978-84-1734-118-3 Depósito legal: B. 23.431-2013 Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada en castellano o en cualquier otro idioma. 7 mailto:gedisa@gedisa.com http://www.gedisa.com A todos los adultos que, por su amor a la infancia, su compromiso y su coraje, han sido y son tutoras y tutores de resiliencia de niños, niñas y adolescentes. 8 Índice PRESENTACIÓN INTRODUCCIÓN EL PROGRAMA PARA APOYAR Y FACILITAR LA RESILIENCIA INFANTIL UNIDAD 1 Sentimientos: expresión y modulación 1. Los palitos chinos 2. Mi mapa de emociones 3. Tarjetas de emociones 4. Cine Foro 5. Collage 6. La tarta de sentimientos (grupo B) 7. La olla a presión 8. El termómetro emocional 9. Las reglas de la rabia 10. Rabia destructiva/rabia constructiva UNIDAD 2 Identidad 1. Pasando la pelota 2. Simón dice 3. Yo soy 4. Mi biografía 5. Mi cuerpo 6. Mi nombre 7. Mi mundo 8. Mi libro (Grupo B) 9. Yo creo que... (Grupo B) 10. Diario mural UNIDAD 3 Autoestima 9 1. Celebración 2. Rey o reina por un día (grupo A) 3. La fiesta de los globos 4. Buenas cosas mías 5. Sopa de letras UNIDAD 4 Destrezas comunicativas 1. Cuento, cuento 2. Clips en la ropa 3. Construyendo una escultura (Grupo B) 4. Cómic loco 5. Tarjetas sorpresa UNIDAD 5 Trabajo en equipo 1. Construir un país 2. Burbujas de jabón 3. Torre de pajitas (Grupo B) 4. Las pisadas 5. Esculturas respetadas BIBLIOGRAFÍA 10 Presentación Pon tu experiencia y tu empeño en salir adelante junto a las nuestras y juntos construiremos una nueva realidad llena de esperanza para los niños y niñas que sufren por las incompetencias y la torpeza del mundo adulto… El manual que tenéis en vuestras manos es una invitación a participar de la fiesta mágica y realista de la resiliencia infantil. En él hemos depositado una serie de ideas aprendidas para organizar y animar talleres grupales con niñas, niños y adolescentes, para ayudarles a movilizar o desarrollar sus potencialidades personales y sociales a fin de hacer frente a los desafíos de lo que significa vivir y crecer en contextos de injusticia social, violencia y maltrato generados por las personas adultas. Este manual contiene una serie de propuestas de actividades y técnicas para ayudar a monitores y monitoras, profesionales y no profesionales, a animar diferentes sesiones orientadas a fortalecer diversas capacidades que forman parte de lo que actualmente se conoce como resiliencia infantil. En otras palabras, es un instrumento para apoyar y promover la capacidad de los niños y niñas para superar, gracias al amor y la solidaridad de los tutores y tutoras de resiliencia, las adversidades de la vida e incluso resurgir fortalecidos de ellas. Gracias por estar dispuestos a asumir el difícil pero estimulante desafío de ser tutores o tutoras de resiliencia. Esperamos que este manual sea de vuestra utilidad. Con afecto solidario, Jorge Barudy Maryorie Dantagnan «La resiliencia empieza a remendar el Yo desgarrado de los diferentes miembros de la familia cuando el altruismo comienza a renacer entre otros por el importante rol de las mujeres en los cuidados proporcionados a los niños y niñas, y también a la solidaridad afectiva y la ayuda mutua. Este altruismo permite la emergencia de los afectos y de la empatía como algunos de los mecanismos de defensa constructivos más eficaces. Los accidentes y los experimentos etológicos han demostrado ampliamente la importancia de la afectividad en todos los desarrollos, ya sean biológicos, cognitivos, 11 comportamentales, afectivos e incluso intelectuales. Sin afecto, todo se detiene.» Boris Cyrulnik, en el prólogo del libro Hijas e hijos de madres resilientes de Jorge Barudy y Anne-Pascale Marquebreucq, 2007. 12 Introducción De todas las especies, los bebés humanos son los que nacen más inmaduros y necesitan que los adultos, en especial sus madres y sus padres, se ocupen de ellos durante largos periodos. Si estos no tienen las capacidades necesarias, solo el cuidado de otros animales de la manada, de la tribu o de la comunidad humana puede evitar el deterioro del bebé o incluso su muerte. Esta inmadurez determina la extrema dependencia de los bebés de la calidad, cantidad y permanencia de los cuidados y protección de los adultos, en particular de sus progenitores. Estos cuidados son totalmente necesarios para sobrevivir, crecer y desarrollarse. Desde esta perspectiva, los bebés necesitan que por lo menos un adulto, generalmente su madre, posea las competencias para cuidarle, estimularle, protegerle y educarle, con el fin de garantizar su desarrollo como niño o niña sano. Un recién nacido tiene, hasta las primeras semanas de vida, capacidades muy limitadas. Puede, por ejemplo, comunicar a través del llanto sus estados internos y sus necesidades, mamar del pecho de su madre o de un biberón y responder a algunos estímulos del entorno. Si este recién nacido es bien cuidado y estimulado, a los tres, seis primeros meses o un año habrá experimentado una transformación espectacular. De ser un bebé casi inactivo habrá pasado a ser una personita que puede comunicarse activamente, explorar con curiosidad su entorno y desplazarse a medida que pasan los meses, ganando progresivamente más autonomía. Este proceso alcanza su apogeo cuando, aproximadamente a los 18 meses de vida, el bebé comienza a expresar su mundo interno y lo que observa utilizando las palabras. A través de estas palabras, el niño o niña entrará en este maravilloso, pero complejo, mundo de las representaciones: de sí mismo, de sus experiencias y de la realidad que le rodea. Esta posibilidad emerge gracias a los estímulos del entorno, especialmente el de los padres, si tienen la competencia necesaria para reconocer a sus hijos como sujetos de comunicación y hablan con ellos regularmente. Los niños y las niñas queridos y bien tratados desarrollarán una vivencia de sí mismos o autoestima positiva y segura, lo que explica su felicidad y su interés por el mundo que les rodea, que poco a poco van comprendiendo e integrando. Esto irá acompañado de una representación de sí mismos coherente consus emociones y sentimientos, a la que poco a poco se van agregando características que corresponden a atributos físicos, formas de ser y tendencias de comportamiento y relación con los demás. Una autoestima segura y confiada, una identidad sana y congruente acompañada de una capacidad para modular emociones, comportamientos y creencias en función del respeto a uno mismo y a los demás son la base del bienestar y la salud mental infantil. Un niño o niña nace como un proyecto que se concreta poco a poco, siempre que el entorno humano en el que le ha 13 tocado nacer pueda asegurarle, ya desde su gestación en el útero materno, los cuidados, la estimulación, la protección y la educación, es decir, los buenos tratos indispensables para garantizar su desarrollo. De este entorno humano, la madre y el padre serán las figuras centrales siempre y cuando hayan conocido contextos sociales y familiares favorables y hayan podido desarrollar en sus propios procesos históricos los recursos personales y las competencias necesarios para ejercer la función parental. Una parentalidad competente y los buenos tratos infantiles que resultan de ella constituyen los cimientos de la resiliencia infantil primaria, es decir, la capacidad que presentan los niños y niñas bien tratados para enfrentarse a los desafíos de ser niños en un mundo organizado y dominado por los intereses de los adultos, venciendo los obstáculos que se cruzan en su camino. El aporte de las madres y padres o de sus sustitutos es fundamental, pero no debería ser el único; al contrario, debería formar parte de los esfuerzos y recursos coordinados que una comunidad pone al servicio del desarrollo integral de todos sus niños y niñas. Los buenos tratos a los niños y niñas no sólo corresponden a lo que las madres y padres son capaces de ofrecer; son también consecuencia de los recursos económicos y de los servicios que la sociedad pone a disposición de las familias y de la infancia. Cada sociedad debería, a través del Estado, aportar todos los recursos financieros esenciales para garantizar la satisfacción de las necesidades y el respeto de los derechos de todos los niños y niñas. Desgraciadamente, a la hora de establecer las políticas públicas y la distribución de los presupuestos, la infancia y su desarrollo sano no son, ni han sido nunca, una prioridad en ningún país del mundo. Al contrario, tanto en los países ricos como en los llamados emergentes y en los países pobres siguen existiendo contextos, instituciones y creencias que, lejos de facilitar los buenos tratos a los niños y niñas, facilitan la violencia y los malos tratos. En este sentido, es profundamente injusto atribuir a la familia o a los padres toda la responsabilidad del sufrimiento de sus hijos e hijas como resultado de los malos tratos, que a menudo se expresan a través de problemas de conducta, de aprendizaje, retrasos del desarrollo u otros problemas de salud mental. Es razonable reconocer que existen factores culturales, sociales y económicos en nuestra sociedad que fomentan, fortalecen y mantienen situaciones y contextos perjudiciales para el desarrollo y el bienestar infantil. El modelo económico neoliberal dominante no ha resuelto –más bien, al contrario, ha agravado– la violencia estructural provocada por la existencia de profundas desigualdades sociales, en un mismo país y entre los países ricos y pobres. Estas desigualdades crean una acumulación de factores de estrés como consecuencia de la pobreza y la marginalidad, que excluyen a un número significativo de familias de los beneficios y recursos materiales necesarios para garantizar los cuidados y la educación de sus hijos e hijas. Son demasiadas las familias cuyas madres y padres no cuentan con las condiciones sociales y económicas mínimas para poder ejercer de manera sana y adecuada su papel de madre o padre. Lo que diferencia a un niño feliz, mentalmente sano, sin problemas de conducta, altruista y constructivo, de otro que es todo lo contrario, es que probablemente el 14 primero creció en un ambiente donde los adultos le cuidaron y educaron suficientemente, es decir, le trataron bien; en cambio, el segundo probablemente creció en un contexto relacional caracterizado, de modo total o parcial, por experiencias de malos tratos. En ese sentido, existen pruebas científicas irrefutables sobre el carácter nocivo de los contextos familiares, institucionales y sociales productores de malos tratos infantiles, en el desarrollo de la personalidad de un niño o niña (Barudy J., 1998, 2001; Barudy J., Dantagnan M., 2005; Van der Kolk, B. A., 1996; Garbarino J. y col., 1986; Van Ijzendoorn, M., Barkersmans-Kranenburg, 2003). La forma de ser de los niños y sus capacidades afectivas, cognitivas y sociales dependen en gran parte de los contextos en los que les ha tocado vivir y crecer. Cualquier persona puede comprobar por sí misma esta realidad; solo tiene que interesarse por relacionar las características de un niño o niña con las características de su entorno familiar y social. Los niños y niñas maltratados que atendemos en nuestros programas son víctimas de la profunda injusticia de haber nacido de madres y padres que no tuvieron la oportunidad de aprender el «oficio» de madre o padre, porque ellos mismos fueron hijos o hijas de otros padres que tampoco tuvieron la oportunidad de aprenderlo. Tanto la primera como la segunda generación tienen en común el haber crecido en familias deficientes en ese sentido, pero además tanto padres como abuelos fueron víctimas de injusticia social. Nacieron, crecieron y se hicieron adultos en una comunidad o sociedad que no hizo nada, o muy poco, para apoyarles como padres para que aprendieran a tratar bien a sus hijos, ni para proteger a los hijos a fin de evitar que se dañaran como personas y tuvieran la oportunidad de aprender a ser padres adecuados en otros ámbitos familiares. Muchos de estos niños y niñas conocieron experiencias intra y extrafamiliares que contribuyeron al desarrollo de sus resiliencias, lo que explica que no repitieran los mismos modelos con sus hijos e hijas y pudieran desarrollar conductas y formas de ser positivas, pero la resiliencia no puede eliminar totalmente el daño traumático resultado de los malos tratos que conocieron. Las investigaciones sobre resiliencia humana han orientado en gran medida nuestra labor clínica e investigadora. Esta labor se ha centrado en conocer lo que le ocurre al niño y a la niña como persona, en un entorno familiar y social desfavorable, dirigiendo nuestras observaciones no solo a detectar su sufrimiento y daño, sino también a comprender los procesos naturales que han facilitado la transformación de sus debilidades en fortalezas y recursos de supervivencia para desarrollar un proyecto de vida constructivo. Para apoyar y promover estos recursos naturales hemos diseñado este manual, que pretende ser una contribución para todos aquellos adultos, hombres y mujeres, profesionales y no profesionales, que tienen la determinación de apoyar y promover las capacidades resilientes de niños y niñas. Este manual es una forma concreta de transformar una teoría en solidaridad, para que todos los niños y niñas, sobre todo los afectados por la pobreza, la violencia y los malos tratos, tengan la oportunidad de conocer el valor terapéutico del amor y de la toma de conciencia de su realidad social y 15 familiar, así como los aportes terapéuticos del apoyo social, la creatividad y el humor. LA RESILIENCIA INFANTIL: UNA CONSECUENCIA DE LOS BUENOS TRATOS A LOS NIÑOS Y NIÑAS Y A LOS ADOLESCENTES, ASÍ COMO DEL VALOR TERAPÉUTICO DE LA SOLIDARIDAD Y DEL AMOR Diferentes experiencias e investigaciones han mostrado que algunos niños, niñas y adolescentes resisten mejor que otros los avatares de la vida, la adversidad, la enfermedad e incluso contextos tan dañinos como la pobreza o los malos tratos. Este fenómeno es lo que actualmente se conoce como resiliencia, es decir, «la capacidad de una persona o grupo para desarrollarse bien, para seguir proyectándose enel futuro, a pesar de los acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves» (Manciaux, M., Vanistendael, S., Lecomte, J. y Cyrulnik, B., 2003). El desarrollo de esta capacidad está estrechamente ligado a factores que tienen que ver con la interacción del niño o niña con personas significativas de su entorno. «La resiliencia es el resultado de un proceso complejo, el efecto de una interacción entre la persona y su entorno, en particular su entorno humano. Lo fundamental de esta interacción es la capacidad de estar con el otro o la otra.» (Cyrulnik, B., 1988). El paradigma de la resiliencia humana, tal y como lo entendemos hoy en día, aparece en la década de los ochenta. Surge como un intento de comprender las causas de las diferentes evoluciones que pueden experimentar las personas confrontadas con dificultades, adversidades, pérdidas y traumas. En este sentido, el aporte del estudio longitudinal elaborado y publicado por E. E. Werner (1989) fue fundamental. Aunque su finalidad no era estudiar este fenómeno, las observaciones de esta investigadora y de su equipo jugaron un papel fundamental en lo que más tarde se llamaría resiliencia. Esta psicóloga norteamericana observó de manera continuada a un grupo de 698 niños y niñas nacidos en 1955 en la isla de Kanai, perteneciente al archipiélago de Hawai. Tomando como referencia una serie de indicadores, como la presentación de un alto riesgo de trastornos conductuales, de 201 niños examinados a la edad de dos años, 72 evolucionaban favorablemente sin intervención terapéutica y se hicieron jóvenes adultos competentes y bien integrados. La autora afirma que lograron «sobreponerse» a una infancia difícil y, aunque eran vulnerables, fueron en la práctica invencibles o, al menos, invictos en su recorrido vital. Además, dos tercios de las personas que podrían considerarse como no resilientes en la adolescencia llegaron a serlo en la edad adulta, por lo que al final hubo casi un 80% de evoluciones positivas en total. Estas observaciones jugaron un rol importantísimo en el surgimiento de la realidad clínica de la resiliencia y la llevaron a convertirse en el objeto de investigación que es en la actualidad. Por otra parte, a quienes hemos optado por consagrar nuestra vida personal y 16 profesional a contribuir al bienestar infantil nos retribuyen ya con creces las observaciones cotidianas con respecto a las competencias de los niños y de las niñas. Los estudios que han puesto de manifiesto las competencias tempranas, ya presentes en la vida intrauterina, nos sirven de marco de referencia para nuestras observaciones (Brazelton, T. B. y Cramer, B., 1993; Stern, D., 1991, 1997; Cyrulnik, B., 1991, 1994). No podemos dejar de sentir admiración por este constante proceso creativo de los niños con el fin de hacer frente a los desafíos del desarrollo y a las dificultades de sus entornos de vida. Pero hay que recordar que muchas de las capacidades de los niños y niñas son capacidades potenciales; para desarrollarse deben ir acompañadas, no solo de los nutrientes necesarios, sino también del reconocimiento y estímulo de las interacciones permanentes con la madre, el padre y los miembros de su entorno familiar y social. Existe una metáfora que circula por Internet y que Ana Forés y Jordi Gravé, dos pedagogos catalanes, mencionan en su libro La resiliencia. Crecer desde la adversidad y que es muy ilustrativa para comprender qué es la resiliencia: «Una hija estaba muy molesta porque parecía que, cuando un contratiempo se le solucionaba, aparecía un problema nuevo aún más complicado. Habló de ello con su padre, que era jefe de cocina. La miró y, sonriente, cogió tres ollas. En un puchero puso unos huevos; en otro, unas zanahorias, y en una tercera ollita, café. La joven se quedó pasmada pensando que su padre no la escuchaba, como ya era habitual, porque en lugar de proporcionarle una respuesta se ponía a cocinar. Después de veinte minutos de cocción, el padre le preguntó a la hija. «¿Qué ves?» La chica quedó atónita. «¡¿Qué quieres que vea?! ¡Como no me haces ningún caso mientras cueces huevos y unas zanahorias y haces café…!», respondió, medio enfadada. El padre, imperturbable, la invitó a palpar los tres ingredientes. La joven, azorada, le preguntó qué quería decir. Él le respondió: «Los huevos eran frágiles antes de la cocción, y ante la adversidad (el calentamiento con el fuego) se han vuelto duros; las zanahorias, en cambio, eran duras y con el fuego se han vuelto blandas; en cambio, el café, cuando se ha calentado ha sido incluso capaz de poder transformar su contexto: el café ha transformado el agua. ¿Qué deseas ser tú, hija mía, ante las adversidades? Ojalá seas como el café y, cuando aparezcan los problemas o las adversidades, seas capaz de ser fuerte sin dejarte vencer ni aislarte, salir airosa e, incluso, mejorar tú misma logrando cambiar tu entorno». Estos autores ofrecen además su lectura personal del fenómeno de la resiliencia cuando escriben que esta es «una metáfora sobre las posibilidades de reconstrucción humana que apuesta por suministrar un manto de caricias proveniente del contexto social a la persona herida, con el objetivo de permitirle desarrollar aquellas capacidades y habilidades que le pueden catapultar hacia su transformación». (Flores, A., Grané, J., 2008). En el caso de los niños y niñas, la resiliencia tiene que ver sobre todo con los vínculos afectivos que los adultos son capaces de ofrecerles, en primer lugar, a través del proceso de apego. En este sentido, es importante considerar el origen de esta capacidad desde una perspectiva dinámica e interactiva. La resiliencia no es un atributo individual innato e independiente del entorno, sino que emerge de la relación del niño o niña con su entorno fundamental: el humano. A lo largo de toda su vida, esta capacidad seguirá estando influenciada por las condiciones de ese entorno, al tiempo que, gracias a ella, los niños y niñas podrán ejercer una influencia positiva sobre los miembros de su entorno, en 17 especial sus pares. Aunque el concepto de la resiliencia da cuenta de capacidades que son el resultado de la interacción social, no niega ni excluye que una parte pueda depender de aspectos constitutivos de los niños. Pero aun así, si bien es cierto que los factores innatos determinan la estructura individual y sus límites, no es menos cierto que estos están ampliamente influenciados por el entorno, hasta el punto de que la organización cerebral de un niño o niña depende de la existencia de cuidados y estimulación por parte de los adultos significativos, en especial de sus padres (Barudy, J. y Dantagnan, M., 2009). La resiliencia evoca el fenómeno natural extraordinario y maravilloso del desierto de Atacama, en Chile, uno de los más secos y áridos del mundo. En Atacama basta con que caigan apenas unas gotas de lluvia para que el desierto se cubra de flores. Es decir, aun en condiciones desfavorables, basta un poco de agua y humedad para que un desierto se transforme en un florido vergel. Sin embargo, a diferencia de este fenómeno, la resiliencia humana es más bien un proceso, no una respuesta inmediata a la adversidad. El tiempo juega un papel importante para aliviar los dolores y sufrimientos y cicatrizar las heridas. Y, sobre todo, la resiliencia no es un atributo personal, sino el resultado de la interacción dinámica entre el niño o niña y su matriz social. Las fuentes de la resiliencia infantil. Utilizando un modelo ecosistémico, las fuentes de la resiliencia infantil provienen: a) Del nivel macrosistémico: entorno social y cultura b) De la organización y funcionamiento familiar o nivel microsistémico c) De la personalidad, resultado de la articulación entre la estructura personal y las relaciones interpersonales significativas. 1. Las fuentes macrosistémicas de la resiliencia infantil: distintos autores señalan el papel clave de un ambiente social y cultural adverso para la salud y el desarrollo infantil. En este sentido seseñala, por una parte, el papel nocivo de los entornos sociales con muchas carencias, resultado de la pobreza y la exclusión social, y el de los contextos de estrés, resultado de la violencia estructural y/o organizada, así como de la violencia institucional y social. Por otra parte, se insiste también en que los entornos humanos organizados en función de la búsqueda y acumulación de riquezas y bienes materiales presentan el riesgo de transformar las relaciones familiares y sociales en meros formalismos, que privan a los niños de la afectividad y el apoyo social que necesitan para crecer de manera sana. Los entornos sociales justos, no violentos y respetuosos con los derechos de los niños y niñas pueden facilitar la resiliencia de estos, que luego serán padres y madres resilientes o promotores de resiliencia para sus propios hijos. Para lograr estos entornos es prioritario que una distribución justa de los bienes y de la riqueza permita que todos los miembros de la 18 familia dispongan de trabajo digno, vivienda, atención sanitaria y apoyo social. En el caso de los hijos e hijas se puede agregar el papel facilitador de una buena escuela y de un entorno comunitario afectuoso y favorecedor. 2. Las fuentes microsistémicas o familiares de la resiliencia infantil: en lo que se refiere al funcionamiento familiar, como fuente de resiliencia, casi todas las investigaciones coinciden en afirmar que un ambiente familiar afectuoso, estable y con reglas y límites adecuados y claros, resultado de la acción de adultos competentes y muchas veces resilientes, permite y facilita que los niños y niñas, al recibir buenos tratos de una forma natural y permanente, desarrollen esta capacidad (Cyrulnik, B., 2001; Barudy, J. y Dantagnan, M., 2005). Los factores que hemos logrado identificar en nuestra práctica con familias y que facilitan el desarrollo de la resiliencia infantil de los hijos e hijas están relacionados con la existencia en las madres y padres de capacidades como ofrecer un apego suficientemente seguro a sus hijos e hijas, capacidades empáticas, modelos de crianza adecuados y participación de los padres en redes sociales que les brinden información adecuada y apoyo social (Barudy, J. y Dantagnan, M., 2009). En el ámbito social y afectivo, la familia nuclear y también la extensa, cuando es suficientemente sana, constituye la red de apoyo más próxima para los niños y niñas. Los lazos familiares afectivos, respetuosos y protectores median entre los niños y niñas y los factores estresantes del entorno social, disminuyendo el impacto de estos últimos en el desarrollo de los infantes. 3. Las fuentes individuales de la resiliencia: metafóricamente hablando, el proceso de resiliencia a nivel individual es parecido a la creación de la perla dentro de una ostra. Cuando un granito de arena entra en su interior y la agrede, la ostra secreta nácar para defenderse y, como resultado, crea una joya brillante y preciosa (Forés, A. y Grané, J., 2008). Los resultados de muchos estudios longitudinales (Garmenzy, 1993; Rutter, 1993; Werner, 1984; Werner y Smith, 1982) han dilucidado las características que distinguen a los niños y niñas que superan la adversidad de aquellos que se agobian por los factores de riesgo. Estas características son: • Capacidad para afrontar y resolver activamente los problemas, incluso cuando se trata de experiencias emocionales difíciles. • Habilidad para llamar, de una forma amable y simpática, la atención de las personas significativas de su entorno. • Visión optimista de sus capacidades. • Tendencia a explorar su entorno y a ensayar nuevas experiencias. • Habilidad para mantener una visión positiva a pesar de las dificultades e incluso del sufrimiento. • Habilidad para estar alerta y autónomo. • Tendencia proactiva para brindar comprensión y apoyo a los demás. 19 Esta lectura ecosistémica de la resiliencia nos permite imaginarnos esta capacidad infantil como la obra de una tejedora que produce un tejido en el que mezcla la lana de las capacidades personales de los niños y niñas con la seda afectiva y social, resultado de las dinámicas familiares y comunitarias de buenos tratos. Diferentes autores, así como nuestras propias observaciones (Guédeney, 1998; Barudy y Dantagnan, 2005), nos han permitido distinguir un conjunto de factores que facilitan el desarrollo de la resiliencia infantil. La existencia de uno o varios de estos factores explican cómo niños y niñas afectados por contextos familiares, institucionales y sociales de malos tratos, pobreza y violencia se sobreponen a las consecuencias de estos y presentan un desarrollo y una integración social adecuados. Estos factores son: • Ser criado por lo menos por una madre o un padre o, en su defecto, por un cuidador o cuidadora (acogedor, adoptante) con capacidades parentales mínimamente suficientes, siendo el apego y la empatía las más relevantes. • Un apoyo social y afectivo de adultos y pares en el entorno más inmediato: familia extensa, escuela. • La posibilidad de participar de y recibir nutrientes afectivos y educativos en redes sociales formales o informales: grupos de amigos, vecinos, clubs deportivos, grupos culturales… • El acceso a una educación en valores. • Actividades sociales y de ocio: actividades de tiempo libre, culturales, de apoyo mutuo. • La participación en actividades creativas: teatro, pintura, escultura… • La participación en actividades sociales que promuevan el humor. La resiliencia es una actitud y una capacidad para hacer frente a la adversidad; es, por tanto, un potencial de esperanza que facilita recursos para recuperarse de situaciones difíciles e incluso traumáticas. En el caso de los niños y niñas, es posible generarla cuando en su entorno encuentran adultos que les entregan afectividad y posibilidades de encontrar nuevo sentido a su experiencia. Estos adultos significativos constituyen verdaderos «tutores de resiliencia» (Cyrulnik, B., 2001, 2003) por la calidad del apoyo afectivo e instrumental que aportan a los niños y niñas. Este apoyo puede compensar las carencias afectivas y de cuidados de las madres o padres con diferentes grados de incompetencias parentales. Estas personas son tutores o tutoras de resiliencia porque además generan conversaciones con los niños y niñas que les permiten encontrar nuevos significados a las circunstancias que provocan sus sufrimientos, disminuyendo la culpabilidad y la vergüenza provocadas por lo que les acontece. Esto puede permitir la elaboración de los aspectos traumáticos de las carencias afectivas y el dolor de los malos tratos y los abusos. El impacto terapéutico de la labor de los profesionales y no profesionales que asumen la tarea de ser tutores o tutoras de resiliencia de niños y niñas lo hemos podido comprobar en nuestras experiencias con poblaciones infantiles muy variadas, por 20 ejemplo: en niños y niñas hijos de refugiados supervivientes de la guerra, de la represión política y de la tortura de sus padres, tanto en países latinoamericanos o africanos como en países del este de Europa. También en niños y niñas residentes en barrios desfavorecidos en Colombia, Bruselas o Barcelona, así como en el caso de niños y niñas afectados por la violencia conyugal o víctimas de negligencia, malos tratos físicos y abusos sexuales, consecuencia de incompetencias crónicas y severas de sus progenitores. Del grupo de profesionales que desempeñan de una forma implícita o explícita esta función merecen una mención especial los profesores y profesoras. Somos testigos de muchos casos en los que niños y niñas exiliados y duramente golpeados –junto con sus padres– por situaciones de guerra o persecuciones, u otros afectados por la violencia intrafamiliar, han podido superar las consecuencias traumáticas de estas experiencias gracias al apoyo reparador que encontraron en la relación con una maestra o maestro en su escuela o un profesor o profesora en su colegio, liceo o instituto. Estas personas, sin pretender ser sustitutos parentales, lograron, a travésde su cariño y coherencia educativa, comunicarles su comprensión por las injusticias que les habían hecho o les hacían sufrir, solidaridad y mensajes de confianza incondicional en las capacidades de los niños y niñas, todo ello a través de la valoración de sus esfuerzos y del reconocimiento de sus recursos y competencias. RESILIENCIA INFANTIL PRIMARIA O SECUNDARIA La resiliencia primaria corresponde a la capacidad de una persona para sobreponerse a los desafíos y adversidades de la vida, gracias a que sus progenitores u otros adultos significativos han satisfecho sus necesidades, les han educado y les han protegido respetándoles como sujetos legítimos. En este sentido son particularmente importantes los tres primeros años de vida, cuando la maduración, organización y desarrollo del cerebro y la mente infantil se van conformando gracias a los buenos tratos. La manifestación más importante de esto es el desarrollo de un apego sano o seguro como resultado de los cuidados, estimulación, protección y afecto que las figuras de apego primario, en especial la madre, proporcionan a sus hijos e hijas. Los estudios sobre el impacto positivo de los buenos tratos sobre el desarrollo infantil nos ponen en contacto con los ingredientes de la resiliencia primaria. Es decir, un apego seguro, empatía, habilidades, conocimientos, destrezas y comportamientos sociales altruistas, a través de los cuales los niños y niñas van ganando competencias de todo tipo hasta alcanzar su madurez. Este desarrollo sano es lo que proporcionará a los niños y a los adolescentes la capacidad de afrontar experiencias difíciles y traumas de diferentes tipos sin dañarse irremediablemente. Esto les permitirá además adquirir las competencias básicas para el ejercicio, en el futuro, de tareas tan complejas como la de ser madre o padre. Nuestras experiencias y las investigaciones de otros nos permiten afirmar sin ninguna duda que los hijos e hijas de padres y madres suficientemente competentes, al desarrollar esta resiliencia primaria, pueden afrontar mejor el contenido traumático de los 21 contextos de pobreza y de la violencia organizada de las guerras, las represiones políticas o las persecuciones sexistas, religiosas o de otro género. Esto no les evita el sufrimiento y el daño, pero los capacita para seguir creciendo y desarrollándose, integrando incluso estas experiencias difíciles de una forma constructiva. Por lo tanto, la resiliencia primaria que presentan los niños y niñas es el resultado de los aportes afectivos, educativos y socializadores ofrecidos por sus madres y padres u otros adultos significativos. Esto es lo que garantiza un desarrollo infantil sano, la adquisición de un concepto de sí mismos y de una autoestima que les haga sentir, aún en circunstancias difíciles, personas dignas, valiosas y con derecho a ser respetadas y ayudadas. Por esta razón, como ya hemos señalado, las madres y padres competentes pueden ser, además de tutores de desarrollo, tutores de resiliencia primaria para sus hijos e hijas (Cyrulnik, B., 2001; Barudy, J. y Dantagnan, M., 2005). La resiliencia secundaria corresponde a la capacidad de una persona de sobreponerse a los desafíos y adversidades de la vida gracias al apoyo afectivo y social de sus «tutores o tutoras de resiliencia», a pesar de haber vivido experiencias de malos tratos en el inicio de su infancia. El ejemplo que a continuación exponemos, nos permite ilustrar lo que significa ser tutor o tutora de resiliencia de un niño o niña: «Se trata de un niño o niña que está obligado a sobrevivir en un río que le arrastra y le conduce en una dirección que él no ha elegido. La corriente es tan fuerte a veces que no sólo le produce heridas y magulladuras, sino que le provoca la angustia de la posibilidad de no poder mantenerse a flote y ahogarse. Para no hundirse debe hacer uso de todos sus recursos propios, sobre todo en las zonas donde hay remolinos y la corriente se hace más fuerte y peligrosa. También, para esquivar las rocas que va encontrando a medida que el torrente le arrastra, debe movilizar toda su astucia y su perseverancia. Sus recursos y su fuerza personal le permiten sobrevivir. A este fenómeno lo hemos denominado en nuestro modelo «resistencia resiliente». No obstante, para salir del río y de la corriente caudalosa necesita que alguien le tienda una mano amiga y así poder disfrutar de otras experiencias menos peligrosas, más sanas y, sobre todo, reparadoras. A un niño o niña que se enfrenta a situaciones traumáticas equivalentes a la del niño de la metáfora, sobre todo cuando son crónicas, el único remedio que le queda es adaptarse y aprender a vivir en ese contexto. Para ello desarrolla mecanismos de defensa o estrategias de adaptación que le permiten «digerir» las situaciones y sobrevivir en este entorno dañino y peligroso que, en la mayoría de los casos, ha sido creado por adultos significativos imposibles de cuestionar, y aún menos de señalar como responsables de su sufrimiento. En el caso, por ejemplo, de la violencia intrafamiliar, se trata del padre o de la madre. En el caso de la violencia organizada, son los policías y militares que, a nivel simbólico, deberían ser fuente de protección. En el caso de la pobreza, resultado de las desigualdades sociales, los responsables son las clases poderosas, legitimadas como 22 respetables en el contexto cultural. Sin estos recursos, los niños que padecen adversidades y calamidades provocadas por los adultos no podrían subsistir. Como parte de estos mecanismos y estrategias encontramos, por ejemplo: los modelos de apego llamados inseguros y los modelos desorganizados, así como una serie de otros mecanismos de defensa que van desde la disociación, el auto-inculparse de lo que sucede, la minimización del sufrimiento y del dolor, la inhibición, la sumisión, la alienación de uno mismo, la desconfianza, la complacencia, la identificación con los comportamientos agresores, hasta llegar a los déficits de atención y la hiperactividad, etc. En este complejo proceso de resistencia resiliente los mecanismos de defensa conforman procesos a menudo inconscientes y automáticos. El motivo es que están ligados a la gravedad y a la profundidad de los traumas psíquicos de las agresiones, no sólo porque el dolor y estrés que provocan sean casi insoportables, sino porque, además, es muy difícil encontrarles un sentido sin volver a sentir más dolor, inseguridad y desamparo. Puede haber estrategias más o menos conscientes que se expresan por comportamientos más o menos voluntarios, como las fugas, la construcción de mundos imaginarios en los que refugiarse, la compulsión por la lectura, la complacencia, la hostilidad o la inhibición. Mientras los mecanismos de defensa tienen como objetivo principal la protección, las estrategias conductuales corresponden a formas de resistencia y superación más dinámicas y proactivas. Estas diferentes formas de resistencia resiliente se pueden transformar en resiliencia secundaria si el niño o niña o el adolescente encuentran a una o varias personas que, como en el caso de la historia, le ayudan a salir del «encierro» en que se encuentran. Las personas que tienden esa mano solidaria y amistosa son los tutores o tutoras de resiliencia, responsables –incluso sin saberlo– del resurgir de cientos de niñas, niños y adolescentes. La resiliencia secundaria puede explicarse con esta metáfora que incluye la esperanza de que los niños y niñas afectados por adversidades existenciales como la pérdida de la madre o del padre, o por calamidades producidas por adultos, como los malos tratos o la guerra, encuentren una mano amiga ofrecida por otros adultos, mano que, al permitirles vivir nuevas experiencias, les abre la posibilidad de un futuro en el que puedan encontrar felicidad y bienestar a pesar de los sufrimientos y del dolor padecido. La resiliencia primaria y la secundaria son dos conceptos que nos orientan a la hora de diseñar programas de prevención y tratamiento del sufrimiento infantil, sobre todo aquel originadopor la incapacidad de los adultos para crear entornos nutritivos y no violentos para los niños y niñas. En ellos nos basamos para desarrollar los programas terapéuticos destinados a reparar el daño provocado por la negligencia, los malos tratos y los abusos sexuales a la infancia, pero también para la reparación del daño causado por la violencia institucional, cultural, social y económica. El acompañamiento terapéutico de numerosísimos niños y niñas víctimas de malos tratos debidos a las incompetencias de sus madres y padres, o afectados por la violencia organizada, nos ha permitido constatar las capacidades y recursos que ellos mismos desarrollan para sobrevivir y salir adelante cuando han encontrado en su entorno próximo 23 –familia extensa y vecindario, instituciones como la escuela o centros extraescolares– los nutrientes afectivos y los recursos sociales, pedagógicos y terapéuticos necesarios para transformar sus dramas y tragedias en un proyecto de vida sano y productivo. El ser capaces de transformar el dolor y el sufrimiento en apoyo y solidaridad con otros afectados es una de las manifestaciones de esta resiliencia secundaria. Nuestras experiencias e investigaciones nos han permitido comprobar la lista de factores que se relacionan con lo que nosotros llamamos la resiliencia secundaria. Están los factores protectores inherentes a la forma de ser de cada niño o niña, los recursos existentes en la familia nuclear y extensa, el apoyo afectivo y el reconocimiento del sufrimiento y la injusticia que los niños pueden encontrar en sus redes sociales, especialmente en la escuela. Por ejemplo, cuando el niño o niña se siente apoyado y comprendido por lo menos por un adulto –tutor o tutora de resiliencia,– las investigaciones han demostrado cómo el concepto de sí mismo que integra estas experiencias permite al niño consagrar sus esfuerzos a buscar alternativas a su situación y no repetir los modelos de violencia y malos tratos en el futuro. La resiliencia secundaria emerge paulatinamente con el desarrollo de la capacidad de comprenderse mejor a uno mismo gracias a las relaciones interpersonales sanas, que permiten además protegerse, de forma creativa y constructiva, de los factores de estrés familiar y social. La consecuencia de todo ello es que el niño o niña logra externalizar las causas de su sufrimiento, reconociendo, por ejemplo, que su causa ha sido la enfermedad mental de su madre o padre, o la incompetencia de este debida a la falta de oportunidades en la infancia. O que los responsables de la guerra, la represión y la situación de exilio que le hace sufrir no son sus padres, sino los sectores poderosos de la sociedad que abusan del poder. Estos procesos que permiten descubrir la verdadera causa y los responsables del sufrimiento, contribuyen a la emergencia, en los niños afectados, de una autoestima positiva, reforzada por la voluntad de no dejarse determinar por los comportamientos abusadores y violentos de sus agresores. El conocimiento y el reconocimiento de la existencia como recurso natural de la resiliencia humana en los adultos y, sobre todo, en los niños y adolescentes, es una oportunidad para que los profesionales de la infancia orienten sus intervenciones con la finalidad de facilitar contextos sociales y afectivos que apoyen el desarrollo de la resiliencia primaria y faciliten la emergencia de la resiliencia secundaria. El concepto de resiliencia actúa como guía para establecer no sólo criterios de actuación preventiva con los niños y adultos –en el sentido de apoyar sus recursos naturales para afrontar el daño, sino también criterios para que los profesionales pongan sus propios recursos resilientes al servicio de la reparación terapéutica de las víctimas. EL CONTENIDO TERAPÉUTICO DE LAS INTERVENCIONES SOCIALES, EDUCATIVAS, LEGALES Y PSICOTERAPÉUTICAS QUE FACILITAN LA EMERGENCIA DE LA RESILIENCIA SECUNDARIA Cuando hablamos de resiliencia infantil secundaria no nos referimos a la superación 24 de las dificultades o conflictos inherentes a la vida infantil; se trata de algo más complejo, como superar un evento traumático –por ejemplo, la muerte de uno de los padres,– o sobreponerse a las consecuencias de procesos traumáticos que implican agresiones intensas y repetidas, como es el caso, por ejemplo, de los diferentes tipos de malos tratos a la infancia, de la guerra, de la migración forzada, de las malas condiciones de vida, del crecimiento en contextos de violencia machista o de la pobreza extrema que obliga a miles de niñas y niños a vivir en la calle. Todas estas adversidades y muchas más confrontan a los niños y niñas con un conjunto de amenazas cuyas vivencias son el horror, el desamparo y el peligro de morir. Se trata de adversidades extremas que dañan el cerebro y la mente y dejan huellas en ellos. En nuestro último libro, «Los desafíos invisibles de ser madre y padre», (Barudy, J. y Dantagnan, M., 2009), en el capítulo relativo al desarrollo del cerebro y la mente infantil, mostrábamos que no es posible revertir los traumas infantiles, sobre todo cuando son precoces y provocan daño. Es como cuando una persona, al caerse, se fractura el fémur: la pierna dañada no podrá volver a estar como antes de la caída, el daño es una realidad; sin embargo, con un buen tratamiento traumatológico y una buena rehabilitación la persona dañada podrá volver a caminar o a bailar; quizás no pueda nunca correr en una competición olímpica, pero eso no significa que no pueda gozar de maravillosas caminatas en los bosques y en la montaña. A diferencia de la fractura física, no obstante, los niños y las niñas traumatizados por las adversidades o las calamidades producidas por adultos pueden recibir además un segundo golpe, cuando se les culpa de la causa del daño o también, cuando al intentar contar a otra persona el horror de lo que han vivido o están viviendo, ésta les contesta con indiferencia, miedo e incluso asco. Estas reacciones no solo contribuyen a aumentar el sufrimiento, sino que en la mayoría de ocasiones son el cerrojo que deja a los niños encerrados en la soledad de la indiferencia. Es este doble golpe lo que contribuye a que los sufrimientos se transformen en traumas psíquicos. Como lo expresan Anna Forés y Jordi Grané (2008) « El primer golpe se encaja en la vida real y provoca el sufrimiento de las heridas y la carencia: es la violación del maltrato. El segundo golpe se padece cuando la persona se ve estigmatizada, humillada, abandonada o no comprendida por las personas de su contexto social». A esta lista de respuestas traumatizantes debemos agregar, en el caso de los niños, la culpabilización y la falta de protección. Debemos a Boris Cyrulnik, científico francés e investigador de la resiliencia que nos ha brindado su amistad y su apoyo a nuestros programas, esta teoría del trauma centrado en el doble golpe (Cyrulnik, B., 2001, 2005, 2009). Cuantas más veces se encuentre el niño, niña o adolescente con estas reacciones, más importante y grave será el trauma. El programa para apoyar y promover la resiliencia infantil que presentaremos en la segunda parte de este manual tiene como primer objetivo aliviar los dolores y el estrés consecuencia de las agresiones correspondientes a los primeros golpes; se trata en este caso de influir en las memorias traumáticas de los niños que han sido víctimas de estas adversidades severas o de malos tratos. El segundo objetivo es prevenir y anular el impacto de la victimización secundaria de los segundos golpes, porque se pretende que 25 los participantes modifiquen la idea que se habían visto obligados a tener de su situación: se trata de favorecer una «metamorfosis de las representaciones « (Cyrulnik, B., 2002). Estos talleres son un puente hacia nuevas experiencias relacionales de buenos tratos, por lo que son experiencias altamente humanizantes cuya organización, actividades y técnicas están destinadas a que las niñas, niños y adolescentes disfruten de un entorno social afectivo y respetuoso donde se les reconoce como personaslegítimas, cualesquiera que haya sido su experiencia, al tiempo que se les apoya en el descubrimiento de la realidad injusta de su situación, devolviéndoles la confianza en sí mismos y en las relaciones interpersonales. Por lo indicado anteriormente, los talleres que componen nuestro programa tienen como finalidad ofrecer y crear un ambiente que permita que los niños, niñas y adolescentes que participan en ellos accedan a: • Vinculaciones afectivas seguras, fiables y continuas con los animadores y los participantes del grupo. • Reforzar o adquirir capacidades para hacer frente a las dificultades originadas en el pasado, las presentes y las que puedan presentarse en el futuro. Los aspectos que se consideran son: Inteligencia emocional y sentimientos, Identidad, Autoestima, Destrezas comunicativas y Trabajo en equipo. • Procesos relacionales que les permitan tomar consciencia, a través de conversaciones, de su condición de víctimas afectadas por agresiones y situaciones adversas, con el fin de encontrar nuevos significados y resolver las experiencias traumáticas, incluidas las que resultan de la victimización secundaria. Esto equivale a ayudar a los niños y niñas a trabajar las representaciones de sus experiencias traumáticas, por muy duras que estas hayan sido. • Vivir experiencias interpersonales de apoyo afectivo y social, a través de mensajes que transmiten una aceptación incondicional de la persona del niño, niña o adolescente y el reconocimiento de su legitimidad como sujeto, así como sentir que se les reconoce como afectados por contextos injustos y violentos, valorando sus recursos y capacidades para enfrentarse al sufrimiento y resistir las agresiones. • Participar en actividades que, por su contenido en valores, les permitan acceder a una visión trascendente de lo humano, así como a un compromiso social, religioso o político altruista para lograr sociedades más justas, solidarias y sin violencia. • Disfrutar de experiencias que promuevan la alegría y el humor. • Participar en actividades que permitan el desarrollo de la creatividad y la expresión artística. 26 EL PROGRAMA PARA APOYAR Y FACILITAR LA RESILIENCIA INFANTIL TALLERES EDUCATIVO-TERAPÉUTICOS PARA NIÑOS Y NIÑAS DE ENTRE 7 Y 13 AÑOS. Marco de trabajo Los talleres educativos-terapéuticos para apoyar y promover la resiliencia infantil son un instrumento, parte de un modelo de intervención integral en niños, niñas y adolescentes afectados por procesos traumatogénicos y sus familias. El impacto de estos talleres se complementa con el de otras actividades, como por ejemplo: grupo de madres y padres para la promoción de la parentalidad sana y competente, animación de proyectos de autoayuda y acompañamiento terapéutico para miembros de familias afectadas por la violencia organizada, así como atención psicoterapéutica individual especializada para niños y niñas afectados por malos tratos o violencia intrafamiliar u organizada. Para llevar a cabo estos talleres, los animadores y animadoras deben considerar que el paradigma de la resiliencia es una metáfora que permite reconocer y dar un valor positivo a los recursos naturales de las personas, familias y comunidades, confrontados con experiencias difíciles e incluso traumáticas. En este sentido, la realización y animación de este programa es una apuesta por cambiar los modelos de intervención dominantes. Básicamente consiste en sustituir los modelos de intervención basados en paradigmas de déficit por modelos de intervención basados en las competencias y recursos de todos aquellos que participan en el programa. Es decir, los niños y los animadores. Los modelos deficitarios ponen el acento en los daños, problemas, desviaciones, limitaciones, carencias, enfermedades, etc. Estos modelos inducen fácilmente al establecimiento de pronósticos reductores y negativos que bloquean las posibilidades de encontrar alternativas a las adversidades y niegan las capacidades de los niños, lo que les incita a buscar fuera de ellos mismos las soluciones a sus problemas, en lugar de sentirse protagonistas en la búsqueda de nuevas formas de respuestas. Los modelos basados en competencias (Arón, A. M., 2002) conocidos también como modelos apreciativos (Anna Forés et al., 2008) se fundamentan en la búsqueda de la convivencia, las potencialidades, los recursos, el desarrollo humano, las soluciones, los aspectos positivos, la orientación hacia el futuro, las fortalezas, las posibilidades y la inclusión. Por esta razón, los y las animadoras de este programa buscan potenciar los 27 recursos y capacidades de los niños y niñas, sin dejar de reconocer el sufrimiento y las injusticias sufridas, sino reconociendo en todo momento que, solo por el hecho de haber sobrevivido y existir, cada participante es una persona valiosa. En otras palabras, apoyar y promover la resiliencia infantil –objetivo de este programa– se logra solamente si se considera cada niño, niña o adolescente participante como persona legítima, tanto como nosotros mismos. Solo este reconocimiento, que es la base del amor, puede abrir las puertas a que los participantes superen el peso de la adversidad y visualicen un futuro con calidad de vida y bienestar. En lo que se refiere a la aplicación práctica de este programa, este se puede desarrollar como un proyecto en sí o incorporarse como parte de otros programas o actividades que los profesionales ya lleven a cabo en diferentes ámbitos de trabajo con la infancia. Este programa puede abrir nuevas posibilidades, tanto para redefinir como promotoras de resiliencia las actividades que ya se realizan como para plantearse la necesidad de incluirlo para dar una respuesta más coherente al sufrimiento o a los trastornos que los niños y niñas puedan presentar. Este programa, que es abierto en el sentido de que se puede enriquecer de las experiencias, puede aplicarse en el ámbito sanitario, escolar, de servicios sociales, de servicios de protección a la infancia, de programas de rehabilitación de niños y jóvenes infractores de la ley, etc. El momento de introducir el programa en cualquiera de estos ámbitos depende de varios factores que deben ser evaluados en cada realidad, factores que pueden depender de la institución, del mandato de los profesionales o de las características de los niños y niñas. En nuestra experiencia, sin embargo, estos factores no pueden servir de excusa para no intentarlo. La confianza en las capacidades de los seres humanos, motor de la promoción de la resiliencia, es la garantía que abre nuevas posibilidades y que permite arriesgarse a intentarlo. OBJETIVOS DEL PROGRAMA 1. Los talleres educativo-terapéuticos basados en el apoyo y promoción de la resiliencia esperan contribuir a que los niños: 2. Vivan una experiencia de buenos tratos a nivel individual y colectivo. 3. Refuercen o adquieran nuevos recursos personales para fortalecer sus capacidades en diversos niveles: Inteligencia emocional y sentimientos, Identidad, Autoestima, Destrezas comunicativas y Trabajo en equipo. 4. Participen en una dinámica de apoyo mutuo y de apoyo afectivo. 5. Integren modelos de comportamiento y de relación constructivos y respetuosos. 6. Compartan una dinámica de construcción colectiva de narrativas que le dé sentido y normalicen la singularidad de sus historias, incluyendo el contenido traumático de sus historias personales, familiares, culturales y sociales. Se trata, además, de que las dinámicas de grupo permitan a los participantes descubrir un sentido a su vida en el 28 futuro, comprometiéndose con la solidaridad en la relación altruista con los otros participantes y consigo mismo. 7. Reciban una dosis masiva de placer, buen humor, entretenimiento y cuidados. La tarea de los animadores Los animadores, aparte de ser los garantes de la organización de cada sesión, planificando las actividades y preparando las técnicas de animación, tienen como tarea principal ofrecer una relación con cada uno de los participantes con el fin de apoyar y promover su resiliencia. El contenidode esta relación tiene que ser tal que los participantes en los talleres: • Se sientan queridos y respetados y, por tanto, reconocidos como sujetos legítimos en la convivencia con sus pares y con los adultos «animadores/as terapeutas». • Reciban informaciones y contenidos metafóricos, como cuentos, historias, piezas de teatro o películas, que les ayuden a tener un mejor conocimiento de sí mismos y de la realidad que les ha tocado vivir. • Refuercen o mejoren los diferentes constructos que forman parte de su inteligencia emocional: capacidad de reconocer y manejar sus emociones, junto con la empatía. • Tomen consciencia de sí mismos y del entorno, poniendo el acento en las personas significativas que les han brindado afecto, confianza, protección y ayuda. • Desarrollen una identidad que no niegue la verdad de lo acontecido y lo que aún les acontece, pero que los libere del peso de la culpa y les permita descubrirse como sujetos valiosos, valientes y con recursos y capacidades. • Refuercen y desarrollen una autoestima más positiva. • Desarrollen habilidades relacionales adecuadas y respetuosas. • Fomenten y desarrollen la capacidad de reírse. Promover el humor es ayudar a los niños y niñas a desarrollar la capacidad de reírse también incluso de sí mismos. Este recurso les ayudará a superar los momentos adversos de su existencia, además de crear una distancia entre el problema y su persona. • Desarrollen su creatividad y sus inclinaciones artísticas. • Reciban modelos de comportamientos constructivos y altruistas: aprendan a través de los ejemplos y de las técnicas a respetarse a sí mismos y a los demás y a modular la expresión de sus emociones, así como a cuestionar sus falsas creencias sobre sí mismos y sobre el entorno. Criterios para la conformación de los grupos • En función de los participantes: los grupos pueden ser abiertos o cerrados. Los grupos abiertos son aquellos en los que los participantes pueden entrar en cualquier 29 etapa del ciclo del taller. Los grupos cerrados los conforman los mismos participantes desde el inicio hasta el final del ciclo del taller. Como se trata, en la mayoría de casos, de apoyar y promover la resiliencia secundaria, estos niños supervivientes de experiencias y procesos traumáticos necesitan un apoyo educativo-terapéutico en una dinámica grupal que garantice también una permanencia no solo en el tiempo, sino también en la estructura. Por esta razón, es más adecuado trabajar con un grupo estable, de modo que es preferible la modalidad de grupos cerrados. En ellos, los niños y las niñas podrán co-construir poco a poco un ambiente de mayor confianza mientras avanzan en su proceso personal y grupal. • En función de las edades: las unidades están programadas para trabajar con niños de dos grupos de edades: – De 7 a 9 años (grupo A). – De 10 a 12 o 13 años (grupo B). • La constitución de los grupos por intervalos de edades debe servir solo como una guía aproximada. Hay que tener presente que los contextos de violencia y malos tratos provocan a menudo un trastorno integral del desarrollo, de modo que puede ocurrir que un niño con una edad cronológica de 8 años carezca del desarrollo psicoafectivo correspondiente. Por lo tanto, al conformar un grupo, es importante asegurarse de que las edades cronológicas de los miembros del grupo no discrepen demasiado del nivel de desarrollo de cada uno, para evitar el riesgo de que un exceso de heterogeneidad dificulte el logro de los objetivos. El promedio de niños y niñas por grupo es generalmente de 8. • En función del sexo: niños y niñas pueden trabajar bien juntos en todas las edades, aunque en alguna fase de su desarrollo quizá traten de evitar las interacciones con el sexo opuesto y prefieran estar y compartir con los de su mismo sexo. Lo importante es que, en un grupo, ambos sexos tiendan a estar equilibrados para impedir que los niños o las niñas puedan inhibirse y no dificultar su participación en el grupo. • En función del origen del sufrimiento de los niños y niñas participantes: la gran heterogeneidad de contextos y circunstancias adversas que los niños y niñas susceptibles de aprovechar estos programas han vivido, así como las diferentes y complejas manifestaciones de sus sufrimientos, pueden llevar a los organizadores a constituir grupos en torno a temáticas específicas, por ejemplo: duelo, abusos sexuales extrafamiliares o intrafamiliares, trastornos del apego, mala adaptación escolar, niños o niñas adoptados, hiperactividad, trastornos de estrés traumático, elaboración de situaciones traumáticas, niñas y niños afectados por la violencia machista en la pareja de sus padres, etc. Esta posibilidad no se debe descartar, es casi seguro que muchos niños y niñas necesitan también talleres con finalidades y objetivos terapéuticos específicos. Esto requiere de recursos humanos especializados y preparación para hacer frente a la singularidad de cada contexto o problema. Los talleres y las actividades que se proponen en este Manual son parte de un 30 Programa General, cuyo objetivo es ofrecer a un grupo de niños y niñas la posibilidad de vivir intensamente el valor terapéutico de la afectividad y el descubrimiento de nuevos sentidos para sus experiencias, vivencias, conducta y representaciones, todo ello en un clima de respeto incondicional de su condición de personas con recursos y posibilidades. Nuestra hipótesis es que el conjunto de actividades y técnicas propuestas, desarrollado en el ambiente que se describe, es terapéutico en sí, sobre todo porque, así como los vegetales buscan los rayos del sol y el agua para crecer, los niños y las niñas muestran una tendencia observable a superar las adversidades y sus consecuencias cuando encuentran los rayos de la afectividad y el reconocimiento, no solo de sus sufrimientos, sino sobre todo de sus recursos y capacidades. Criterios definidos • Los siguientes son aspectos importantes que debemos considerar a la hora de incorporar los niños y las niñas al programa: • Los talleres están destinados a niños o niñas de entre 7 y 13 años. Para conformar los grupos sugerimos seleccionar niños de edades (o niveles de desarrollo) similares, de modo que cada niño o niña pueda tener al menos un compañero que se desenvuelva en el mismo nivel. • El estado de salud mental y físico de todos los participantes debe ser compatible con la realización de las actividades propuestas y la dinámica grupal. • El niño o niña debe contar con fuentes de protección en su entorno, y su contexto de vida familiar y social debe poder garantizar mínimamente sus necesidades básicas. Si estos mínimos no están garantizados no podemos pretender que los participantes se encuentren suficientemente preparados para abordar los contenidos de los talleres. Duración del Programa y de las sesiones de cada taller En general, el programa que presentamos está concebido para desarrollarlo en un total de 12 a 14 sesiones. La cantidad de sesiones debe adaptarse a la realidad de cada organizador y al proceso grupal. La duración de cada sesión oscila entre una hora y media y dos. Dadas las características de los contextos y las adversidades que atraviesan estos niños y niñas, es importante garantizar una estructura fija, tanto en horarios como en frecuencia de las sesiones. Se recomienda dividir las sesiones en dos partes de una hora de duración, con media hora de pausa para compartir un refrigerio, una merienda o un desayuno, según los horarios. Animadores 31 Lo más recomendable es que los animadores sean dos por cada grupo. Por ejemplo, la animadora terapeuta puede tener un rol más activo y directivo en la animación de una actividad, mientras el o la co-animadora puede estar más atenta para proporcionar apoyo o contención más personalizada a alguno de los miembros del grupo. Es importante que ambos participen durante todo la sesión. La coanimación permite que siempre haya una persona disponible que pueda centrarse en una situación puntual o difícil que presente algún o alguna participante del grupo,en algún momento del taller, permitiendo al resto del grupo seguir trabajando con la guía del otro animador. ORGANIZACIÓN Y FUNCIONAMIENTO DEL PROGRAMA El buen desarrollo del programa requiere de tareas previas que garanticen el desarrollo óptimo de las actividades. Por ejemplo: • Conseguir el apoyo y compromiso de un referente o adulto responsable para que sus hijos o tutorados asistan al taller. Se deberá hacerlo partícipe del propósito del taller, del por qué, para qué y qué se hace en los diferentes talleres y de la importancia de cumplir con la asistencia (llevando y trayendo al hijo o hija, que debe conocer de antemano las fechas de todos los talleres.) La idea es que cada niño pueda asistir al máximo de sesiones, evitando la deserción y la inasistencia. • Planificar de antemano las actividades para cada sesión, considerando siempre que, aunque los temas, sus objetivos y las estrategias para cada sesión o taller pueden planificarse con anterioridad, es el proceso grupal el que determinará el ritmo de trabajo. Pueden incluso modificarse las actividades en función de las observaciones de los animadores en las niñas y niños, trabajar unos aspectos más que otros o pasar a la siguiente actividad o unidad; todo ello lo definirá la experiencia grupal de los participantes y los animadores. Por ello, cada sesión requeriría prepararla con antelación; por lo menos, acordar qué actividades se realizarán y cuáles serán las técnicas para la animación. • Disponer de una sala adecuada y del material necesario para las animaciones, así como para que los participantes disfruten de una merienda durante la pausa. • Asegurarse de que cada niño o niña haya comprendido de qué trata el programa y que se hará en cada sesión. Todo lo anterior es indispensable para ofrecer un espacio de trabajo seguro, protegido y predecible que facilitará la creación del clima de confianza y permitirá adquirir nuevos aprendizajes. 32 La primera sesión del programa: sesión de introducción al trabajo grupal. Las dos primeras sesiones del programa deben permitir a los animadores/as: 1. Confirmar que el niño o niña puede trabajar y adaptarse al ritmo del grupo: aunque que la selección previa se haya llevado a cabo con cuidado, no siempre garantiza que un niño o niña pueda enfrentarse al enorme desafío de trabajar con otros en un espacio y un tiempo estructurados como el que se propone. Puede ocurrir, por ejemplo, que niños o niñas con comportamientos demasiado disruptivos o hiperactivos no puedan adaptarse a la dinámica del grupo, lo que, en lugar de ayudarles, puede acentuar su sufrimiento. En estos casos es fundamental ofrecerles otro tipo de recurso: es importante invertir todo el tiempo necesario en explicarle, en presencia de los otros participantes, que lamentamos que aún no esté preparado para trabajar en grupo, pero que buscaremos y le ofreceremos otra manera de ayudarle; por ejemplo, un seguimiento personalizado. 2. Establecer un sentido sobre la finalidad y la utilidad de participar en el programa: en estas primeras sesiones es importante establecer una «comunidad de sentido» sobre la finalidad de participar en este programa. No hay que olvidar nunca que la resiliencia se construye también sobre esta atribución de sentido. Así como ayudar a los participantes a encontrar un sentido a la adversidad es fundamental, también lo es encontrar un sentido a las actividades que les ayudarán a salir del determinismo de esta adversidad. Esto se puede trabajar con los participantes mediante preguntas dirigidas a establecer cuáles son sus representaciones sobre la utilidad de participar en un programa como este; por ejemplo, con la pregunta ¿Qué es lo que han imaginado de lo que haremos juntos y para qué les podría servir? o ¿Piensan que es una buena idea o una mala idea de participar en estas actividades? También puede proponerse la siguiente actividad: los chicos y chicas que no querían venir podrían explicar en qué peligros pensaron y cuáles son sus buenas razones para no querer venir. Los otros chicos, a quienes les ha parecido buena idea, nos pueden explicar también cuáles son sus buenas razones para venir. Lo importante es lograr un consenso que permita que el grupo tenga una identidad, compartida por todos los participantes. La identidad grupal debe reflejar la identidad y los objetivos del programa. Se puede llegar por ejemplo, al siguiente enunciado: Todos los niños y niñas que participan en el grupo han vivido situaciones difíciles en su casa o en su vida, y aunque para algunos es más fácil compartir sus cosas que para otros, todos y todas quieren salir adelante. 3. Fijar las normas y la modalidad de funcionamiento: otro objetivo de las primeras sesiones es dejar claro lo que está y no está permitido hacer durante las actividades y el por qué se deben respetar estas normas. La duración y frecuencia de las sesiones y el contenido de cada una de ellas, así como su organización. Cuanto más clara y 33 precisa sea la información sobre estos encuentros desde el principio, menor será la posibilidad de que los niños se sientan inseguros, inadecuados y en un ambiente impredecible. Se recomienda que las reglas de funcionamiento del grupo sean establecidas en la primera o segunda sesión con la participación de todos los miembros, lo que aumentará la posibilidad de cohesión. 4. En los programas que animamos se acostumbra a establecer una lista conjunta en la que se reúnen las propuestas de los niños y niñas que participan y la propuesta de los animadores. 5. Establecer un nombre para el grupo: es una buena sugerencia pedirles a los niños y niñas que busquen un nombre para identificarse como grupo, esta búsqueda permite un trabajo de equipo en el que cada uno tiene la posibilidad de dar ideas, conocer la experiencia de ponerse de acuerdo, ser creativos y además crear un sentido de pertenencia y cohesión de grupo. Estructura propuesta de las sesiones 10’ – 15’: Bienvenida Juego introductorio 10’ – 15’: Momento para compartir cómo ha ido la semana, donde también pueden utilizarse técnicas. Retomar de forma sintetizada el contenido de la última sesión para refrescar la idea de un proceso de trabajo. 40’ – 50’: Desarrollo de la unidad: modelo de aprendizaje activo en un marco de trabajo interactivo, divertido y participativo. 15’: Intermedio. La pausa intermedia tiene enorme importancia en los talleres: es un momento más informal y relajado, acompañado de una merienda que guste a los niños y niñas. Es en estos momentos cuando los animadores deben poner el máximo de atención en los niños y niñas, puesto que es una gran oportunidad para que estos puedan compartir experiencias, cosa que probablemente no se han atrevido a hacer en el momento de la actividad más estructurada, pero sí con otro compañero o con un animador. También es una posibilidad de practicar lo aprendido, por ejemplo, cuando enseñamos destrezas sociales para el manejo de la frustración o respuestas frente a una agresión. Además, se pueden aprovechar situaciones que se presentan para ilustrar y reforzar lo trabajado en las sesiones. 34 10’ – 20’: Actividad de cierre: una actividad compartida sobre el tema trabajado; puede ser un póster, un dibujo, una presentación, una canción, etc. También se puede terminar con un juego o con ejercicios de relajación. Nota: es importante intentar hallar un equilibrio entre la energía física y la energía mental que requieren la actividad principal de la sesión y la actividad de cierre. Si la primera actividad está más centrada en la escritura o en la creación artística, diálogo y conversación, la otra actividad que podría acompañar este trabajo en la sesión sería de mayor actividad física y movimiento. LA METODOLOGÍA Y LAS TÉCNICAS DE ANIMACIÓN La metodología nos plantea el desafío de elegir las técnicas que, de una forma lo más coherente posible, conduzcan a la promoción y el refuerzo de la resiliencia secundaria. En general, los niños y niñas expuestos durante mucho tiempo a procesos traumáticos pueden compartir através de la palabra muchas experiencias sobre su mundo externo; sin embargo, cuando se trata de utilizar el lenguaje para expresar sus emociones y representaciones sobre un problema o una situación que incide sobre ellos mismos, se les hace muy difícil, sobre todo en el caso de que estos niños hayan sufrido malos tratos intrafamiliares. Una de las características de los niños víctimas de violencia es que su lenguaje interno es pobre o escaso. Por tanto, la metodología que se propone está en función de estas dificultades, así como de su nivel de desarrollo. Por esta razón, la metodología que se propone esta basada principalmente en el uso de metáforas del juego y de las actividades artísticas y creativas. El juego permite trabajar en los aspectos difíciles y dolorosos de una forma ligera y constructiva. Este Manual propone un conjunto de actividades y técnicas para trabajar con niños en edad escolar. No es un Manual cerrado, sino que, coherente con el paradigma de la resiliencia, es un instrumento abierto que puede ser enriquecido de forma permanente mediante la propuesta de nuevas técnicas o el enriquecimiento de las existentes. Cada actividad va seguida por unos momentos de discusión o conversación. También ofrece la oportunidad de practicar para encontrar, por ejemplo, nuevas experiencias comprensivas o nuevos sentidos a la experiencia, o ensayar nuevas formas de resolución de problemas o de relación. Técnicas y herramientas terapéuticas • Material artístico: plastilina, colores, pintura para pintar con los dedos, material desechable, hojas blancas tamaño A4, papelógrafo o pizarra, papeles de colores y 35 revistas para hacer collage, globos, pegamento, tijeras, etc. • Roleplaying* • Terapia de juego directiva: diversos juegos terapéuticos estructurados • Arte-terapia • Técnicas cognitivo-conductuales • Imaginería/visualización • Intervenciones verbales • Hojas de trabajo individual • Cine foro Es importante vigilar siempre que las técnicas sean las más adaptadas a las edades de los participantes y a sus características personales. En el Manual que ponemos a vuestra disposición hemos dado prioridad a algunas unidades, proponiendo una mayor cantidad de sesiones y técnicas, en la medida que consideramos que estas unidades específicas, en las que se trabaja sobre los sentimientos y la identidad, son fundamentales como cimientos de lo que hemos llamado la resiliencia secundaria. El desafío queda lanzado para que vuestra experiencia propongan nuevas actividades. CONTENIDOS EDUCATIVOS-TERAPÉUTICOS Para plantear los temas que se deben trabajar en los dos grupos de edades, insistimos en que los objetivos se deberán ajustar al nivel de desarrollo del niño en sus niveles cognitivo, emocional y conductual. El propósito de estos contenidos es apoyar el desarrollo personal y social de los niños y niñas a través de actividades creativas. Por ello, se trata de actividades terapéuticas- educativas. El desarrollo personal está relacionado con las capacidades y habilidades que ayudan a crecer como persona en la convivencia con los demás. Sin embargo, cada niño o niña del taller responderá a las actividades de manera diferente. Al disponer de la oportunidad de participar en una amplia variedad de actividades que conducen a contenidos diferentes, el chico o chica tendrá la posibilidad de aprender y descubrir nuevas cosas sobre sí mismo. Los temas o unidades que proponemos son simplemente una guía, que puede utilizarse de manera flexible, y se puede trabajar en ellos al ritmo que el grupo vaya desarrollando. Pueden trabajarse en un solo ciclo o en varios. Cada tema se debe tratar como una unidad, y cada unidad tiene sus objetivos y sus actividades. Cada equipo de animación podrá optar por las actividades más pertinentes. Es tarea de todos los animadores incluir otras actividades interesantes, entretenidas y coherentes con la finalidad del programa: promover y apoyar la resiliencia secundaria. 36 Las actividades propuestas de las unidades o temas son básicamente las mismas en ambos grupos de edades, pero hay algunas actividades que son más recomendables para niños del grupo B. UNIDADES QUE SE VAN A TRATAR: • Sentimientos (expresión y modulación) • Identidad • Autoestima • Destrezas comunicativas • Trabajo en equipo 37 UNIDAD 1: SENTIMIENTOS: EXPRESIÓN Y MODULACIÓN INTRODUCCIÓN Cuando un niño o niña ha vivido situaciones difíciles en su vida, sobre todo si Estas no son pasajeras, suele presentar dificultades para expresar y modular sus sentimientos. La idea es poder ayudarles a usar palabras para expresar sentimientos y emociones. Para ello, deben antes que nada comprenderlas, reconocerlas e identificarlas en ellos y en los demás. Se comienza a trabajar con las emociones básicas: tristeza, rabia, alegría y miedo, teniendo en cuenta la legitimidad y universalidad de las emociones. Luego se progresa a otros registros emocionales más complejos tales como frustración, nervios, desagrado, soledad, orgullo y vergüenza. Al principio se ayuda a los niños a reconocer sus propios sentimientos examinando sus cuerpos, sus caras, sus expresiones y sensaciones en otras partes del cuerpo (nudo en la garganta, mariposas en el estómago) en ellos mismos. Posteriormente se alude a descripciones de estados internos propios de estas emociones. Una vez reconocidas e identificadas las emociones usando las palabras para definirlas, se pasa a asociarlas a experiencias presentes y pasadas. La tarea siguiente es ayudarles a desarrollar su destreza de «detectives» para buscar pistas de las diversas emociones en las expresiones, conductas, tono de voz, etc., de otras personas. El hecho de aprender a reconocer emociones en ellos mismos y en los demás les permite aprender a desarrollar la empatía, la toma de perspectiva y la regulación emocional. Posteriormente, los niños deberán aprender estrategias para cambiar registros emocionales negativos (como estar enfadado, frustrado y triste) por otros más positivos. En este sentido, se debe compartir la idea de que las emociones no solo pueden alterarse por cambios en el contexto, sino también por estrategias cognitivas que podemos aprender. Los niños que han vivido malos tratos o aquellos a quienes les ha tocado crecer en un ambiente hostil presentan grandes dificultades para modular sus emociones, impulsos y deseos, así como para pasar de un registro emocional desagradable a otro más positivo y placentero. Entre el primer y el segundo año de vida, cuando los niños luchan por expresar de forma concreta sus impulsos y deseos y tienen las típicas rabietas, necesitan una contención afectiva por parte de un adulto que les calme y les lleve otra vez a un estado 38 de reposo y tranquilidad. Esta respuesta o control externo es lo que permite desarrollar paso a paso un control interno, una modulación de los impulsos y deseos y una regulación de las emociones. En los niños víctimas de violencia, ese adulto no ha estado presente o no lo ha estado lo suficiente para calmar y contener; por lo tanto, más adelante, al niño le resulta imposible encontrar medios para calmarse y regular sus emociones por sí mismo. Así, uno de los objetivos de esta unidad es que los niños aprendan a diferenciar entre sentir y actuar según sus emociones, particularmente la rabia, a reconocerla en ellos mismos y en los demás, así como a discernir entre los modos adecuados e inadecuados de expresarla. En paralelo a este aprendizaje, el surgimiento del lenguaje permite al niño «verbalizar» y etiquetar diferentes estados afectivos internos, lo que más tarde le beneficiará enormemente para modularse y resolver problemas en las interacciones personales. Todo lo relacionado con los sentimientos, tanto su identificación como su modulación, se tratará en una sola unidad. ACTIVIDADES: 1. Los palitos chinos 2. Mi mapa de emociones 3. Tarjetas de emociones. 4. Cine foro 5. Collage 6. La tarta de sentimientos (grupo B) 7. La olla a presión 8. El termómetro emocional 9. Las reglas de la rabia 10. Rabia destructiva/rabia
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