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El PAPEL DE LA MADRE/EL PAPEL DEL PADRE Por años se nos ha sido inculcado y hecho creer de generación en generación tanto a hombres como a mujeres que el papel de la crianza propiamente dicha les corresponde a estas últimas, así como también la formación, o mejor dicho, la detección del “instinto” materno, como si este fuera algo automático y latente desde el embarazo, y que se activa instantáneamente al momento del parto, “condenando” así de cierta forma a las mujeres que no lo sienten de manera instantánea como la sociedad lo ha estimulado para todas las madres. Afortunadamente, esto ha ido cambiando y revolucionándose cada vez más, puesto que en nuestros días ya se habla más sobre parentalidad compartida, y ya no solamente sobre la ya tan romantizada maternidad. Los hombres cobran cada vez más importancia y lugar en su rol de paternidad. Sin embargo, aunque un gran paso y buen avance por parte de ellos, por su iniciativa y disposición, y de las mujeres en general por no excluirlos de la crianza (cuestión que si hacían las mujeres del pasado pues lo consideraban algo propio de su género), la paternidad responsable se ha convertido también en algo excesivamente plausible en nuestros días, como si esta fuera algo extraordinario, cosa que no sucede de la misma forma con la maternidad de las mujeres, lo cual les puede generar mucha frustración. Es innegable lo injusto que puede llegar a ser para ellas toda la carga física, emocional, y social que reciben, mientras que a los hombres no solo no se les presiona de la misma forma, sino que se les premia e idolatra ante el más mínimo esfuerzo en ejercer su participación como padres implicados. Lo bueno es que, si bien es cierto que no todo es color de rosa, tampoco lo es todo de color gris. Hoy en día las mujeres están recurriendo a, creando, y extendiendo cada vez más su red de apoyo entre mujeres, que muchas veces puede ser un gran refugio y bálsamo que ayuda a sobrevivir las complejas adversidades de la maternidad. En esas redes en donde si se tiene permitido hablar de todo aquello que sienten y atraviesan las madres reales, y que lamentablemente se ha convertido en tabú dado lo romantizada e idealizada que se encuentra la maternidad aún, al grado de considerarse casi como un pecado el renegar de ella, puesto que es la más grande “bendición”. Considero esencial remarcar la relevancia que tienen estas mismas redes de apoyo, puesto que creo que si bien la maternidad es de los roles más pesados, y tan desgastantes como gratificantes de la vida, así de fuerte también debería de ser también su contención emocional, cuestión que solo se consigue con el contacto con otras mujeres que se sienten y se encuentran en las mismas circunstancias y adversidades diarias. Sin tabú, sin miedo a ser juzgadas, donde se puedan sentir libres, escuchadas, y contenidas, puesto que mientras el mundo externo constantemente se la pasa diciéndoles que están locas o que son malas madres, o hasta mujeres, su red de apoyo les dice: “No eres la única, estoy contigo”. Qué bonito sería un mundo mucho más empático con aquellas principales creadoras de vida que lo tratan de superar todo, y nadie les premia ni idolatran por ello cuando lo consiguen, puesto es lo “esperable” de ellas. Nada extraordinario. Guerreras a puerta cerrada. Mucho se habla también de la relevancia de la estabilidad emocional de la mamá, pero solamente en relación a su influencia y afección sobre el bebé, más no en cuanto a su prioridad como individuo y ser humano. Considero ese, ser de los errores más lamentables de la sociedad; no solo dar menos mérito, sino visibilidad, a los seres que literalmente nos dan la vida. Y vaya que crear una vida nueva no es nada fácil, puesto que sus implicaciones van mucho más allá de lo que se quiere reconocer. La frustración que puede generar en las madres la incomprensión, y el que se les señale y juzgue por no ser las madres que se supone deberían de ser, puede afectar su vínculo con su bebé más de lo que creemos; con su hijo, con su maternidad, y hasta con su propia identidad. Bien dice la frase: “Mamá feliz, bebé feliz”, y siento que en efecto, no hay nada más cierto que ello. Sin embargo, no me agrada la idea de su empleo como medio de manipulación para las madres en un sentido de presión y suplicio extra como meta de perfección utópica por alcanzar. Ya suficiente tienen con todo lo demás, ¿no es así? Creo que más allá de solo dar este tipo de premisas, también se debería buscar ayudar a las madres a desarrollarlo como tal, entendiendo que la prioridad de ellas es vital, no solo para ellas mismas sino para la creación y preservación saludable de la vida humana. He ahí la base de la sociedad; si no cuidamos a las madres, no cuidaremos de las infancias, y si no cuidamos de las infancias, en consecuencia tampoco lo haremos del futuro de la humanidad. Qué profundo cuando se ve así, ¿verdad? Tal vez deberíamos de darle la importancia que merece. Por algún tiempo he seguido mucho en redes sociales a varias madres reales y páginas sobre maternidad, por curiosidad y por educación, y, sinceramente puedo decir que siento una profunda admiración por ellas, así como deseo de velar por sus derechos, y de darles voz. Porque, si yo leyendo sus publicaciones cuyas palabras derrochan sinceridad y transparencia, me han llegado a desgastar emocionalmente, remarco, con tan solo leerlas, no me quiero imaginar lo exhaustas y desgastadas que se sienten ellas. Unas verdaderas guerreras. Así que si, yo diría, en mi humilde opinión de no−madre, que sí, ser madre es extraordinario, pero porque ellas, son extraordinarias, y no, no es porque sea algo bonito y mágico todo el tiempo, sino porque es pesado, desgastante, y doloroso, pero aún así ellas persisten y resisten ante todo. Y si bien cada maternidad es tan única como ellas solas, todas comparten algo en común y es la resiliencia. Ahora bien, retomando un poco sobre el tan mencionado “instinto materno” que a todas desde niñas se nos promete desarrollaremos algún día al sostener a nuestro bebé en brazos, considero que no es más que un constructo social que es muy utilizado para someter a las mujeres ante la imposición de su rol social. Aunque, cabe señalar que la necesidad y deseo de vinculación emocional siempre se encuentra latente en todo ser humano, me imagino que se puede desarrollar con mucha más fuerza de parte de una madre hacia su pequeña creación. Sin embargo no hay que dejar de lado lo abrumador y desconcertante que puede ser para la mujer de cualquier edad el crear y traer al mundo a otro ser humano, y reconocerlo como suyo; como su responsabilidad. Es curioso cómo solemos romantizar las cosas normalmente con la finalidad de suavizarlo y hacerlo más ameno para nosotros, cuando en muchas ocasiones suele generar el efecto contrario al deseado, puesto que el romantizar nos llena de expectativas, más no de realidad. Tal vez se nos haría menos estresante si reconociéramos abiertamente la crudeza de esta última y nos permitiéramos vivirla y sentirla sin culpas ni remordimientos, como seres humanos imperfectos que somos. Como dice el texto de Serge Levobici, para el desempeño del paternaje de los padres, deben de existir muchos factores en juego, desde su clase de condición social, su nivel sociocultural, su infancia, sus cualidades afectivas, etc. Y vaya que si, puesto que así como las mujeres sufrimos todo lo que tenemos que atravesar por el machismo latente a lo largo de nuestra vida como mujeres y maternidad, así también los varones como hombres y su paternidad. Tantos prejuicios por vencer e ir contra la corriente. Si bien las intervenciones paternas durante la crianza y desarrollo de los hijos llega a ser bastante limitada, cuando esta se presenta, suele ser algo distante y un poco menos afectuosa que la interacción con la mamá, pero sobre todo, generalmente es el papá el que debe de ser el representante de la fuerza y el orden. Así como también se menciona en el texto de Levobici, desde bebé, el padre suele tener unainteracción más violenta y estimulante con el bebé que la mamá. Si bien ambas figuras son importantes para la formación de la estructura psíquica del bebé, en mi opinión ninguno de los dos roles es inherente a su respectivo género, es decir, que tanto la mamá puede desempeñar el rol del papá, como viceversa. Lo cual no representaría ninguna repercusión negativa para el desarrollo del niño. Es de hecho, interesante y enriquecedor estudiar y observar las variantes que existen en cuanto a las estructuras y dinámicas familiares, así como sus patologías. Dado que en muchas ocasiones, la mayoría de las veces, la patología que se dice ser de los niños, termina siendo una proyección de la de los padres. Creo que el equilibrio en cuanto a la crianza compartida es posible, y sobre todo, necesaria, tanto para el desarrollo idóneo del bebé, como para sus padres. Sin embargo, yo propondría que así como sobra la información respecto a la relación del vínculo mamá−bebé, debería de existir sobre la del papá también. No considero que sea sencillo tampoco para el papel del varón dadas también las responsabilidades de la sociedad patriarcal que se les son dadas, sin embargo, soy creyente de que con disposición todo es posible, inclusive aunque la vida en pareja de los progenitores se pueda ver comprometida.
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