Logo Studenta

sos-infeliz-y-es-tu-culpa-un-enfoque-valiente-contra-la-trampa-de-la-excusa

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Di	Cesare,	Marcos
Sos	infeliz	y	es	tu	culpa	/	Marcos	Di	Cesare.	-	1a	ed.	-	Ciudad	Autónoma	de
Buenos	Aires	:	Bärenhaus,	2021.
Libro	digital,	EPUB
Archivo	Digital:	descarga	y	online
ISBN	978-987-8449-13-5
1.	Superación	Personal.	I.	Título.
CDD	158.1
©	2021,	Marcos	Di	Cesare
Corrección	y	edición:	Pablo	Laborde
Diseño	de	cubierta	e	interior:	Departamento	de	arte	de	Editorial	Bärenhaus
S.R.L.
Todos	los	derechos	reservados
©	2021,	Editorial	Bärenhaus	S.R.L.
Publicado	bajo	el	sello	Bärenhaus
Quevedo	4014	(C1419BZL)	C.A.B.A.
www.editorialbarenhaus.com
ISBN	978-987-8449-13-5
1º	edición:	julio	de	2021
1º	edición	digital:	julio	de	2021
Conversión	a	formato	digital:	Libresque
No	se	permite	la	reproducción	parcial	o	total,	el	almacenamiento,	el	alquiler,	la
transmisión	o	la	transformación	de	este	libro,	en	cualquier	forma	o	por	cualquier
medio,	sea	electrónico	o	mecánico,	mediante	fotocopias,	digitalización	u	otros
métodos,	sin	el	permiso	previo	y	escrito	del	editor.	Su	infracción	está	penada	por
las	leyes	11.723	y	25.446	de	la	República	Argentina.
https://www.editorialbarenhaus.com/
Sobre	este	libro
Este	cocinero	deja	por	un	rato	los	fuegos	para	narrar	con	lenguaje	sencillo	y
honesto	su	íntima	lucha,	esa	que	debió	pelear	a	los	golpes	y	a	lágrima	viva,
revelando	al	que	le	apostaba	a	perdedor	que	de	ese	ring	lo	bajaban	muerto,	pero
no	vencido.	Di	Cesare	no	escribe	por	victimismo	narcisista,	sino	para	afianzar	la
seguridad	de	quienes	enfrentan	ahora	combates	similares.	Se	arremanga,	y
exhibiendo	orgulloso	su	no	more	excuses,	muestra	cómo	sacó	de	las	sobras	de	su
vieja	vida,	una	nutritiva	vida	nueva	de	concentrado	y	delicioso	sabor.
De	estas	páginas	no	chorrea	el	almíbar	del	mainstream,	donde	“chefs”	de
forzado	acento	italiano	se	empecinan	en	referirse	a	la	pasta	en	primera	persona
del	plural.	Di	Cesare	escribe	como	cocina	y	como	vive:	con	el	alma,	con	la
cabeza,	y	con	el	producto	vital	de	los	ovíparos.	Atreverse	a	su	universo	es
aceptar	que	si	sos	infeliz,	es	tu	culpa.
Pablo	Laborde
Vil	otoño	del	veintiuno
Sobre	Marcos	Di	Cesare
Marcos	Di	Cesare	nació	en	Buenos	Aires	en	1982.	Es	cocinero,	maestro
pastelero	y	cara	visible	de	un	reconocido	canal	de	YouTube	con	decenas	de	miles
de	suscriptores.	Actualmente,	desarrolla	el	ambicioso	proyecto	de	dar	a	conocer
la	elaboración	del	pan	artesanal	hecho	a	base	de	masa	madre.	Este	libro	reúne	las
experiencias	gastronómicas	y	personales	que	lo	convirtieron	en	un	referente	del
rubro	y	de	la	vida;	y	dará	que	hablar,	porque	ayudará	a	muchos	a	escuchar	de
una	vez	el	grito	de	sus	sueños.
Índice
Cubierta
Portada
Créditos
Sobre	este	libro
Sobre	Marcos	Di	Cesare
Dedicatoria
Prólogo
Antes,	un	poco	de	contexto
Tu	problema	sos	vos
Cuanto	menos	creí	en	mí,	más	sufrí
Equivocarte	es	parte
Sos	así	porque	tus	ganas	se	diluyen	en	dudas
Aprendé	a	soltar	eso	que	te	lastima
Aquel	que	pretenda	apagar	tu	luz	merece	quedar	electrocutado
Desear	eternamente	es	de	mediocre,	hacé	que	las	cosas	sucedan	de	una	buena
vez
Si	te	rendís,	ganan	ellos
Buscá	preguntas,	no	respuestas
Valés,	valorate
Si	no	estás	preparado	para	empezar	de	cero,	no	merecés	participar	de	la	carrera
Sos	lo	que	intentás
Saltá,	ya	en	el	aire,	vas	a	ser	mejor	que	el	que	estaba	en	el	piso	dudando
Encontrá	lo	que	te	hace	bien	y	dedicale	tu	vida
Despresurizate,	men
No	existen	mayores	potenciadores	que	el	miedo	y	el	dolor
Mejor	conocerse	en	el	abismo	que	sólo	intentar	sobrepasarlo
Amá	esos	esenciales	momentos	de	dolor
Coraje	mata	duda
Si	no	arriás	las	velas	se	hunde	el	barco
Cambiá	error	por	enseñanza
Apoyate	en	lo	que	sos	para	alcanzar	lo	que	no	sos
Si	gana	el	miedo,	perdemos	todos
Si	te	caés,	levantate
Si	te	levantás	siempre,	la	caída	deja	de	importar
No	te	quiere	porque	vos	no	te	querés
El	amor	de	tu	vida	sos	vos
Buscás	afuera	lo	que	está	dentro	tuyo
Lo	siento	y	te	digo
Transformá	el	dolor	en	crecimiento
Lo	peor	que	puede	pasar	es	que	sigas	siendo	lo	que	sos
Tu	mejor	venganza	es	ser	feliz
Valés	más	de	lo	que	creés,	sólo	falta	que	te	enteres
La	vida	es	eso	que	pasa	mientras	te	quejás	de	todo	y	no	hacés	nada	para
cambiarlo
Sé	el	protagonista	de	tu	vida
Sé	tu	propio	héroe
Agarrá	eso	que	te	hace	especial	y	llevalo	al	extremo
Basta	de	excusas
Epílogo
Este	libro	está	dedicado	a	la	persona	más	importante	de	mi	vida:	a	mí	mismo.
Prólogo
Siempre	me	pareció	una	pérdida	de	tiempo	imaginar	al	escritor	detrás	de	eso	que
yo	leía.	Nunca	me	importó	la	persona	en	sí.	Que	sea	croata,	tintorero	o
equilibrista,	me	da	exactamente	igual.	Sí	me	importa	lo	que	hace	esa	persona:	si
alguien	escribe	algo,	seguramente	será	porque	antes	ha	pensado,	y	a	mí	me	gusta
nutrirme	de	ese	pensamiento.	Algunos	románticos	llaman	magia	a	esa	conexión.
Yo	prefiero	llamarlo	ROBAR.	Lo	único	que	me	interesa	es	robarle	a	ese	que
escribe,	hacer	propio	algo	de	su	reflexión,	atesorar	cualquier	mínima	cosa	que
me	haga	evolucionar	(palabra	que	mi	terapeuta	detesta).	Ups,	ya	te	conté	algo	de
mí.
Bueno,	creo	que	sería	justo	presentarme:	me	llamo	Marcos,	y	mi	intención	con
este	libro	es	que	aprendas	a	sufrir.
Empecemos.
Antes,	un	poco	de	contexto
Estoy	escribiendo	esto	en	el	marco	de	una	pandemia	mundial,	y	no	existe	mejor
coyuntura	para	introducir	el	tema	de	este	libro:	la	percepción	de	las	cosas.	La
palabra	pandemia	suena	a	algo	malo;	y	de	hecho,	lo	es,	¿no?	Bueno,	depende,	a
mí	me	permitió	alejarme	de	la	rutina	diaria	para	poder	escribir	esto	que	estás
leyendo.	Estamos	todos	encerrados,	evitando	que	un	virus	se	propague,	qué
mejor	momento	para	sentarse	con	uno	mismo,	algo	que	en	general	odiamos.
Odiar	estar	con	uno	mismo	lleva	a	buscar	la	felicidad	en	otro,	paradójicamente,
otro	que	también	se	odia.	Contradictorio,	¿no?	Sí,	pero	de	esa	forma	es	más
simple	echar	la	culpa	afuera	en	vez	de	ver	los	propios	errores,	la	manera	más
fácil	de	vivir	una	vida	mediocre,	de	poco	conocimiento	personal,	en	una	eterna	y
perpetua	queja,	que	lo	único	que	hace	es	alejarnos	del	centro	de	la	cuestión:	todo
lo	que	nos	pasa	es	responsabilidad	nuestra.
Soy	cocinero	profesional.	Llegué	a	“manejar”	mucha	gente,	fui	un	“líder”;	hago
videos	en	YouTube	que	se	hicieron	populares,	tengo	una	forma	de	expresarme
que	la	gente	tilda	de	“original”,	aunque	los	que	alguna	vez	pisaron	una	cocina
saben	que	mi	forma	de	hablar	es	común	en	este	medio.	Además,	tengo	una
cuenta	de	Instagram	en	la	que	de	vez	en	cuando	escribo	frases	motivacionales.
Las	publico	con	un	fondo	negro,	con	la	menor	producción	posible.	También,	me
gusta	Batman,	el	metal	progresivo,	y	Seinfeld.	Ahora,	la	pregunta	es…	¿algo	de
eso	importa?	No.	Nada	de	eso	importa	un	carajo.
La	razón	que	me	llevó	a	escribir	este	libro	es	egoísta.	Lo	escribo	para	mí.
Después	de	todo,	los	libros	son	para	el	que	los	escribe,	si	no,	los	escritores	no
firmarían	sus	obras.	Mi	aporte,	o	al	menos	lo	que	pretendo,	es	mostrarte	otra
visión	de	la	vida,	desde	una	mirada	más	compleja,	más	profunda,	pero	sobre
todo,	más	incómoda.	Si	aquí	buscás	autoayuda,	estás	equivocado.	La	intención
de	este	libro	es	que	indagues	dentro	tuyo,	que	descubras	quién	sos;	o	para	decirlo
como	se	debe:	quién	carajo	sos.
Siempre	creí	inteligente	aprender	de	los	errores	de	los	demás.	Obviamente,	es
imposible	nutrirse	del	mismo	modo	de	un	error	propio	que	de	uno	ajeno,	y	no
espero	que	aprendas	de	mis	propios	errores;	pero	si	pudieras	detenerte	a	analizar
algo	de	lo	que	yo	te	transmita	en	este	libro,	quizá	logres	capitalizarlo.	Es	lo
único	que	espero	de	vos.	Que	puedas	capitalizar	las	experiencias	buenas	y	malas
que	yo	te	comparta.	Y	sí,	sé	lo	que	estás	pensando:	quién	se	cree	este	pibe	para
venir	a	enseñarme.	Y	yo	te	digo,	olvidate	de	mí,	no	importo	yo,	como	te	decía
antes,	no	importa	el	individuo,	importa	lo	que	hace.	Que	no	te	importe	si	soy
croata,	tintorero	o	equilibrista.
Como	otros	mil	cocineros,	tengo	un	tatuaje	en	el	brazo.	El	mío	dice	BASTA	DE
EXCUSAS.	En	mi	trabajo	es	muy	normal	la	excusa.	Bah,	supongo	que	en	el	de
todos,	pero	los	demás	trabajos	a	mi	no	me	interesan.	“No	llegué	a	cocinar	la
carne”,“estoy	a	pleno”,	“son	muchas	cosas”,	“no	puedo”.	Como	esas,	miles	de
excusas.	Aquello	que	no	lográs	o	no	tenés	o	no	alcanzás;	no	lo	lográs,	no	lo	tenés
o	no	lo	alcanzás,	por	las	excusas.	¿Extremista?,	puede	ser,	pero	¿hay	algo	más
extremista	que	querer	ser	feliz?	No,	no	lo	hay.	Es	el	mayor	anhelo,	la	punta	más
extrema	del	deseo,	el	fin	último.	Las	excusas	son	el	alimento	de	tu	zona	de
confort,	el	amor	eterno	y	tóxico	a	tus	“no	puedo”,	a	tus	“a	mí	no	me	sale”,	a	tus
“no	es	para	mí”,	a	tus	“otros	lo	tienen	porque	tienen	suerte”.	Claramente,	la	cosa
no	es	así:	el	factor	suerte	juega	un	papel	preponderante,	sí,	pero,	¿realmente	te
conformaría	conseguir	algo	sólo	porque	el	destino	fue	favorable?	Ahí	la	tenés	a
la	hija	de	puta:	la	ZONA	DE	CONFORT,	sentenciándote	una	y	otra	vez	a	una
vida	mediocre.
La	excusa	en	sí	misma	es	hermosa:	me	encanta	verla,	analizarla,	entender	por
qué	la	pongo	ahí;	si	yo	quiero	algo,	¿por	qué	me	pongo	una	barrera?,	¿cuál	es	la
razón?	Es	simple,	la	razón	es:	porque	quiero.	Quiero	verme	infeliz,	quiero
creerme	débil,	quiero	ser	nada,	quiero	victimizarme	y	quiero	ser	mediocre.	¿Pero
quién	querría	semejante	cosa?	Te	digo	quién:	vos.	Porque	cuando	sos	infeliz,	no
tenés	nada	que	perder,	aceptás	que	tu	vida	es	eso,	y	dejás	de	pelear	por	algo
mejor;	o	sea,	elegís	el	camino	fácil,	el	camino	en	el	cual	los	demás	deciden	por
vos,	el	destino	es	rey,	y	vos	sos	un	pasajero	más	de	un	tren	de	mierda	que	te	lleva
donde	quiere.	Y	el	día	que	te	quieras	bajar	de	ese	tren,	va	a	ser	tarde.	La	gente
que	dice	que	nunca	es	tarde,	te	miente.	A	veces,	sí	es	tarde.	Ojalá	que	no	te	pase.
Todo	es	posible	si	ponés	tu	mente	en	ello.	Suena	súper	motivacional,	lo	sé,	suena
perfecto,	y	lo	es.	Es	totalmente	posible,	pero	preferís	pensarlo	como	idealista
para	no	trabajar	en	conseguir	eso	que	querés.	Ya	desde	el	momento	en	que	tu
mente	entiende	que	tu	objetivo	es	posible,	se	abre	a	algo	nuevo.	Sólo	tenés	que
hacerlo.	Suena	fácil,	¿no?	No	lo	es,	para	nada.	La	excusa	va	a	estar	ahí	para
ponerte	a	prueba.	Podés	subirte	a	ella	como	un	remolque	que	te	lleve	a	destino,	o
podés	usarla	como	una	barrera,	pero	quiero	que	sepas	que	es	una	decisión	tuya.
Nadie	más	puede	sacarte	de	ese	plano.	Sólo	vos.	Un	famoso	boxeador	decía:	“…
lo	cierto	es	que	cuando	suena	la	campana,	te	sacan	el	banquito	y	uno	se	queda
solo”.	Y	tenía	razón.	Y	yo	agrego:	qué	lindo	es	estar	solo	y	bien.
Tu	problema	sos	vos
Qué	lindo	sería	creer	esto.	Sería	el	principio	de	una	decisión	sanadora:	yo	tengo
este	problema,	voy	a	trabajar	para	mejorar,	tomará	tiempo,	pero	puedo	hacerlo.
Pero	no,	siempre	la	culpa	es	del	otro:	“no	me	aman”,	“no	me	aceptan”,	“todos
tienen	la	culpa,	menos	yo”.	Más	allá	del	chiste	de	Los	Simpson,	esto	es	algo	que
escucho	todo	el	tiempo.	Y	cada	día	me	cuesta	más	comprender.	Porque,	a	ver…
tenés	un	problema	que	te	afecta,	y	frente	a	eso,	¿tu	inteligente	decisión	es
extrapolar	el	tema	y	culpar	a	otros,	dejando	la	solución	en	manos	de	otra
persona,	que	también	se	odia,	que	también	está	llena	de	excusas,	y	que	tampoco
se	hace	cargo	de	sus	problemas?	Quiero	creer	que	no.	La	manera	de	resolverlo	es
siempre	encarar	el	problema	y	trabajar	para	su	solución.	Ojo,	ese	es	el	camino
largo,	el	que	no	te	gusta,	el	camino	difícil.	Lo	difícil	es	desafiante	para	la	gente
que	se	ama.	¿Vos	te	amas?	Demasiado	pronto	para	responder	eso,	esperemos	un
poco.	Tu	problema	sos	vos,	y	eso	es	hermoso,	porque	en	tu	ser	está	el	problema,
pero	también	la	solución.	¿Promoverá	esto	el	individualismo?	Yo	creo,
fervientemente,	que	la	felicidad	colectiva	sólo	puede	ser	lograda	a	través	de	la
felicidad	individual.	¡Pará!	¿No	era	que	los	demás	no	importaban?
Contradicciones	como	esta	vas	a	encontrar	un	montón	en	este	libro;	las
contradicciones	son	la	base	del	pensamiento.	Pensá	por	vos,	acá	vas	a	encontrar
sólo	palabras.
Cuanto	menos	creí	en	mí,	más	sufrí
Amo	esa	frase,	la	amo	hoy	porque	odié	su	significado	durante	mucho	tiempo:
imaginate	que	pudiste	levantar	las	excusas,	que	dejaste	de	ser	tu	propio
obstáculo,	y	justo	en	ese	momento…	¡dejás	de	creer	en	vos	y	empezás	a	sentir
que	no	podés!	Es	súper	comprensible,	pero	quedarte	en	ese	estado	puede	ser
peligroso.	Pensar	que	no	podés	es	la	peor	excusa,	y	pensás	que	no	podés	porque
estás	viendo	solamente	el	final	del	camino,	y	yo	te	digo	que	los	sueños	o	deseos
deben	asumirse	completos.	¿Qué	quiero	decir?	Si	tu	sueño	es	llegar	a	la	cima	de
la	montaña,	tu	cerebro	no	piensa	en	el	entrenamiento,	en	el	campamento,	en	la
estrategia,	en	nada;	tu	cerebro	te	ve	en	la	cima,	sonriendo	como	un	pelotudo.	Te
ve	subiendo	a	Instagram	tu	poco	original	aventura,	y	más	que	nada	y	lamentable,
buscando	el	reconocimiento	ajeno.	Así	vamos	mal.
Por	el	contrario,	creer	en	vos	como	autor	de	un	logro,	va	a	dibujar	en	tu	cara	una
sonrisa	inolvidable	y	honesta,	y	eso	es	algo	que	podés	guardar	para	utilizar	en
los	momentos	de	duda,	cuando	las	defensas	bajen.	Aprender	una	frase	como	“yo
creo	en	mí”	antes	de	encarar	la	batalla	diaria	de	la	vida	puede	resultar	de	vital
importancia.	Las	frases	“yo	puedo”	o	“yo	soy	de	los	que	hacen”	van	a	llevarte,
inevitablemente,	a	la	evolución.	A	veces	pienso	en	las	personas	que	no	disfrutan
el	camino,	y	me	cuesta	comprenderlas,	como	me	cuesta	comprender	haber	sido
una	de	ellas.
Volvamos	al	ejemplo	de	la	cima	de	la	montaña:	¿no	habrá	valido	la	pena	todo	el
sacrificio,	todo	el	tiempo	de	entrenamiento,	cada	paso,	cada	pensamiento,	cada
puto	momento	en	el	cual	fuiste	feliz	en	el	recorrido?	Algo	me	dice	que	estás
pensando	que	me	estoy	contradiciendo	otra	vez,	y	es	posible,	pero	para	mí,	la
mediocridad	no	consiste	en	no	llegar	a	la	cima,	la	mediocridad	consiste	en	no
dejar	todo	en	el	intento.
No	creer	en	vos	te	va	a	llevar	a	un	mundo	de	dolor,	y	no	precisamente	dolor	del
bueno,	del	que	enseña,	sino	del	otro,	el	dolor	que	lastima,	ese	que	alimenta	la
voz	del	odio	propio	(existe	odio	propio	así	como	existe	amor	propio).	La	duda	es
el	enemigo,	y	debe	ser	desterrada	a	toda	costa.	Yo	suelo	ver	a	la	duda	como	una
torta	de	chocolate,	vos	podés	verla	como	algo	que	te	tiente	mucho;	porque
cuando	te	estás	cuidando	en	una	dieta,	podés	decir	que	no	a	equis	tentación,	pero
no	podés	evitar	la	duda.	Pero	puede	ser	un	ejercicio	divertido:	dudar,	ir	por	todo,
lastimarse	y	sufrir,	atesorar,	capitalizar,	ser	mejor,	evolucionar.
Lo	peor	de	dudar	no	es	la	parte	práctica,	es	lo	que	se	sufre	dudando.	Cuando
estás	sentado	sin	haber	hecho	nada,	autodestruyéndote	a	“no-puedos”,	inmóvil,
inerte,	siendo	nada,	ni	siquiera	un	intento,	la	duda	te	lleva	a	mirar	hacia	afuera,	a
buscar	aprobación,	a	ver	sólo	las	posibilidades	del	otro,	y	eso	no	es
recomendable,	es	algo	lamentable.
Sí,	vas	a	tener	gente	que	te	va	a	estimular	para	que	lo	intentes,	pero	si	necesitás
de	ellos	para	hacerlo,	estás	complicado.	A	mí	me	gusta	llamarlos	placebos,	y	no
son	más	que	otro	tipo	de	excusas.	Te	aviso	que	no	sirven,	o	sólo	sirven	como	una
motivación	secundaria,	pasajera,	vaga.	Ay,	Marcos,	¿no	es	un	poco	extremo	lo
que	decís?	Ya	lo	dijimos,	nada	más	extremo	que	buscar	ser	feliz.
Antes	de	ser	cocinero,	cuando	era	más	joven	y	tenía	obesidad	mórbida,	me
pasaba	el	día	sentado	en	un	sillón	mirando	películas.	Me	acuerdo
particularmente	de	Matrix,	la	escena	en	que	Morpheus	le	ofrece	a	Neo	una
oportunidad.	Básicamente,	le	dice:	“Escuchame,	nene,	¿querés	saber	la	verdad?,
¿vivir	la	realidad?,	¿querés	jugártela?	O	preferís	seguir	viviendo	esta	vida	de
mentira,	esta	vida	horrenda	que	vivís	ahora…	Tenés	que	tomar	una	decisión”.
Quizá	no	se	lo	dijo	tan	así,	imaginátelo	más	cinematográfico,	pero	la	verdad	es
que	todos	los	días,	cuando	me	levanto,	me	imagino	a	Morpheus	ofreciéndome
dos	pastillas:	¿Qué	queres?	¿Querés	ser	feliz?	¿O	querés	ser	esto	que	sos	ahora?
Mi	respuesta	cambia	según	los	días,	pero	sé	que	siempre	podés	ser	alguien
diferente,	alguien	mejor;	vos	sos	el	que	tiene	el	frasquito	de	pastillas,	la	elección
es	tuya.
Qué	loco	pensar	que	tenés	el	control,	¿no?	Bueno	no	tenés	control,	para	nada,	al
mundo	le	chupas	un	huevo,	y	está	bien	que	así	sea.	Lo	que	sí	podés	controlar,o
mejor	dicho,	trabajar,	es	en	cómo	te	impacta	ese	mundo	a	vos.	¿Me	van	a
lastimar?	Me	defiendo.	Muestro	que	conmigo	no	se	jode.	Si	me	atacan,	recibirán
una	respuesta	agresiva.	Ojo,	ser	agresivo	no	quiere	decir	ser	violento:	agresivo	es
bueno,	violento	es	malo.	Ya	lo	explicaremos,	ojalá	me	acuerde,	y	si	no,	vas	a
tener	que	pensar.	Qué	cagada,	¿no?
Equivocarte	es	parte
En	uno	de	mis	videos,	por	miedo	a	que	se	me	caiga	una	tortilla	de	papa	cuando
la	daba	vuelta,	solté	la	frase	“equivocarte	es	parte”;	hoy,	a	la	distancia,
comprendo	el	impacto	que	esa	frase	tuvo	en	mí:	equivocarte	es	lo	mejor	que	te
puede	pasar,	lo	más	nutritivo.	Conectarte	con	el	abismo	te	hace	humano.	El	error
es	incontrolable,	impredecible,	pero	podés	aprender	de	él.
“No	se	debe	tropezar	dos	veces	con	la	misma	piedra”,	una	boludez	grande	como
una	casa:	yo	tropecé	mil	veces	con	la	misma	piedra.	¿Y	sabés	qué?	¡Voy	a	seguir
tropezando!	¿Hasta	cuándo?	Hasta	que	aprenda.	Vos,	¿cuántas	veces	te	caíste	de
la	bicicleta?	¿A	la	segunda	caída	ya	abandonaste?	No.	Te	caíste	todas	las	veces
que	necesitaste	para	aprender	a	andar.	Del	error	se	aprende.	El	error	vuelve	una	y
otra	vez	para	enseñarte.	Tenés	que	aprender	a	querer	al	error,	enamorarte	de	él;
porque	amarlo,	nutrirte	de	su	enseñanza,	será	tu	salida	del	abismo.
Hablo	con	mucha	gente,	tanto	virtual	como	personalmente,	y	siempre	me
sorprende	lo	mismo:	la	gente	hace	o	deja	de	hacer	cosas	en	relación	a	cómo	se
siente.	Ejemplo:	Hoy	estoy	triste,	no	voy	a	entrenar.	Claro,	pero	al	trabajo	vas,	y
rendís.	O	sea,	si	te	pagan,	lo	hacés.	Ya	sé,	me	vas	a	hablar	de	OBLIGACIÓN.
Excelente.	Tenés	razón.	Entonces,	te	digo:	OBLIGATE	a	estar	mejor.	Fácil,	¿no?
No,	ya	sé	que	no	es	fácil.	No	funciona	así.	En	verdad,	nadie	sabe	cómo	funciona.
No	hay	una	fórmula,	porque	todos	somos	distintos,	y	el	estímulo	que	le	puede
servir	a	uno,	al	otro	quizá	no	le	sirva.	Lo	que	sí	puedo	decirte,	y	estoy	muy
seguro	de	lo	que	te	digo,	es	que	estar	bien	o	mal	depende	de	vos.	Los	problemas,
los	errores,	las	tristezas	van	a	seguir	estando,	pero	está	en	vos	cómo	te	los	tomes.
La	decisión	es	tuya.	EQUIVOCARTE	ES	PARTE;	quedarte	llorando	sobre	la
leche	derramada,	¡NO!	Había	un	chef	que	decía:	“A	mí	no	me	importa	si	se
derrama	la	leche,	enseguida	estoy	buscando	otra	vaca”.	Un	grande.
Equivocate	las	veces	que	sea	necesario.	No	pasa	nada.	Posta.	Nada.
Sos	así	porque	tus	ganas	se	diluyen	en	dudas
¿Cuántas	veces	dejaste	de	hacer	algo	por	miedo?	¿Cientos?	¿Miles	de	veces?
¿No	creés	que	esa	falta	de	valor	influya	de	forma	directa	en	tu	personalidad?	Te
lo	confirmo:	INFLUYE.	Son	pequeños	ladrillos	de	duda	que	construyen	tu	cárcel
privada,	ese	edificio	enrejado	que	te	hace	sentir	a	salvo.	Qué	loco	encerrarse
para	sentirse	a	salvo,	¿no?	Pero	en	alguna	medida,	todos	lo	hacemos:	nos
escondemos	de	nosotros	mismos,	y	nuestras	ganas	de	vivir,	mueren.	Nos	gusta
sentirnos	mediocres.	Nos	encanta.
Hay	un	ejemplo	universal:	alguien	te	gusta,	y	no	te	animás	a	decírselo.
Analicémoslo:	te	gusta,	pero	elegís	no	decírselo	porque	temés	que	te	rechace,
¿no?	Bueno,	para	mí,	no.	Desde	mi	punto	de	vista,	no	tiene	que	ver	con	el
rechazo.	Para	mí	tiene	que	ver	con	la	ilusión	y	la	duda.	Me	explico:	en	realidad,
te	enamoraste	de	la	ilusión	que	fabricaste	en	tu	cabeza,	y	jamás	vas	a	amar	a
nadie	como	a	esa	ilusión.	Porque	ningún	ser	humano	puede	ser	tan	perfecto
como	esa	ilusión	que	creaste	a	tu	medida.	No	querés	la	realidad,	querés	vivir	en
la	fantasía	de	la	duda:	convertís	tus	metas	en	inalcanzables	para	alimentar	la
ilusión,	esa	que	te	va	a	llevar	a	la	infelicidad,	así	podés	confirmar	que	sos	un
infeliz,	y	conseguís	el	permiso	para	seguir	quejándote	y	no	hacer	nada.	¡Ay,
Marcos!	¡La	amo	tanto,	no	puedo	estar	sin	su	calor!	Yo	te	digo:	¡MENTIRA!	¡Si
ni	siquiera	sabés	quién	es!	Lo	que	decís	amar	es	la	ilusión.	Te	enamorás	de	tu
ilusión,	y	gozás	tu	fracaso,	porque	hundirte	en	el	fracaso	te	da	un	extraño	placer,
y	entrás	en	ese	círculo	vicioso	que	retroalimenta	tu	mediocridad.	¿Y	sabés	por
qué	no	se	lo	decís?	Porque	si	te	dice	que	sí,	ya	no	vas	a	tener	de	qué	quejarte.
Tendrías	que	asumirte	feliz,	y	vos	no	querés	eso.	Vos	preferís	lamentarte,	vivir
en	la	duda.	La	duda	llega	para	cobijarte	de	la	realidad.
Suelo	comparar	al	ser	humano	con	otros	animales.	Me	gusta	emparejarlo	con	un
león,	con	un	mono,	o	con	lo	que	carajo	sea.	Entonces	me	imagino	a	un	tigre	en
carrera	en	busca	de	su	presa,	y	a	un	tipo	que	le	diga	pará,	pará,	¿pensaste	bien
esto?	¿Realmente	te	vas	a	comer	a	ese	pobre	jabalí?	¿Estás	seguro?	¿Te	imaginás
al	tigre	dudando	ante	esa	pregunta?	¡No!	LOS	ANIMALES	NO	DUDAN.	¿Y
sabés	por	qué?	Porque	más	allá	de	la	limitación	cerebral	del	animal,	al	tigre	le
importa	un	carajo	la	suerte	del	jabalí,	y	no	le	interesa	qué	pensarán	otros	tigres,
ni	otros	jabalíes.	Tampoco	le	importa	qué	pensarán	los	veganos,	o	cuán
atormentada	se	haya	levantado	hoy	Greta	Thunberg.	El	tigre	tiene	hambre,
quiere	comer,	ve	carne,	se	manda,	va	con	todo.	Y	si	puede	con	su	presa,	come.	Si
no	lo	logra,	no	se	echa	al	piso	a	lamentarse:	sin	dudar,	busca	otra	presa.	De	algo
estamos	seguros:	no	va	a	parar	hasta	que	coma,	no	se	va	a	morir	de	hambre.
Comparemos:	te	gusta	una	persona	y	tenés	ganas	de	decírselo.	Sos	un	tigre,
divisaste	a	tu	presa.	Te	acercás,	le	decís	lo	que	tenés	que	decir,	no	importa	qué,
no	hay	un	manual,	aunque	decirle	la	verdad	no	estaría	mal.	Por	ejemplo,	le	decís
simplemente	que	te	gusta.	Listo.	Terminó	la	historia	(o	comenzó	una	buena
historia).	Terminó	la	duda.	¡Sos	libre,	chau	cárcel!	No	importa	lo	que	esa
persona	te	responda,	porque	ese	es	su	asunto,	su	propia	elección.	Ya	sé,	te	vas	a
basar	en	el	ejemplo	de	antes	y	me	vas	a	decir	que	el	jabalí	no	elije.	Y	yo	te	digo:
el	jabalí	podría	haber	estado	más	atento,	no	alejarse	de	la	manada,	etcétera.	Si	el
jabalí	estaba	ahí,	podía	ser	cazado.	Si	la	persona	del	ejemplo	andaba	por	ahí,	una
de	las	posibilidades	era	que	vos	fueras	y	le	dijeras	que	te	gustaba.	Somos	las
elecciones	que	hacemos	y	las	decisiones	que	tomamos.	Odiás	leer	esto,	¿no?
Lo	que	intento	decir	es	que	todo	sería	mucho	más	fácil	si	no	te	hicieras	tanto
drama	con	cada	cosa.	Sin	tanta	mentira,	sin	tanta	duda,	vivirías	mejor.	Debería
ser	como	respirar,	como	existir,	como	caminar:	vos	no	te	ponés	a	pensar	cada
movimiento	que	hacés:	adelanto	una	pierna,	ahora	la	otra,	ahora	de	nuevo	la
primera…	balanceo	los	brazos	acompañando	el	movimiento…	¡No!	¡Caminás	y
punto!	¿Querés	encarar	a	alguien?	¿Querés	cambiar	de	trabajo?	¿Querés	raparte
y	tatuarte	el	logo	de	Metallica	en	la	frente?	¡HACELO!	Nada	más	hermoso	en
este	mundo	que	hacer	lo	que	tengas	ganas.	Y	creo	que	no	hace	falta	que	te	diga
que	el	único	límite	es	no	joder	a	los	demás,	¿no?	Pensalo	de	este	modo:	los	que
dudan,	viven	en	una	cárcel.	Lo	ves	en	sus	ojos,	en	su	actitud;	pierden,	sufren,	y
lo	peor,	quieren	verte	también	en	la	cárcel,	para	no	sentirse	ellos	tan	miserables.
Nada	más	peligroso	y	tóxico	que	la	duda.	La	propia	es	peligrosa	y	tóxica.	La
duda	ajena,	mata.	No	tenés	que	dudar	de	vos	mismo,	pero	mucho	menos
permitas	que	te	envenene	la	duda	ajena.	Eso	te	condenaría	a	cadena	perpetua.
Hoy	está	muy	de	moda	hablar	de	gente	tóxica.	Básicamente,	se	trata	de	personas
que	intentan	lograr	que	tu	vida	sea	una	mierda,	que	te	influyen	negativamente,
que	te	desacreditan,	te	minimizan,	te	ningunean.	Estas	personas	no	dudan:	están
determinadas	a	joder,	y	les	sale	bien.	Son	tigres	dispuestos	a	pegar	el	zarpazo	a
la	presa	que	se	les	cruce.	Es	raro	que	fallen.	Son	Terminators	con	una	única
misión:	hacerte	dudar	para	conquistarte,	y	no	precisamente	en	el	sentido
romántico.	¿Y	sabés	por	qué	lo	logran?	Porque	vos	se	lo	permitís.	Porque	dudás.
Dudás	hasta	de	quién	sos.	Estas	personas	peligrosas	te	ganan	porque	no	dudan.
Tienen	sed	de	sangre,	y	vos	con	tu	duda	te	convertís	en	su	presa	perfecta.	¿La
solución?	Una	decisión	a	tiempo.	Dejá	de	dudar.	Parate	de	frente	y	mirá	a	los
ojos	al	tóxico,	eso	lo	debilita	notablemente.	Es	su	kriptonita.	Mostrale	que	hay
amor	dentro	tuyo,	que	te	querés,	que	no	se	va	a	poder	aprovechar.Mostrale	que
tu	luz	brilla	tanto	que	puede	enceguecer	a	cualquier	tigre	pelotudo	con	ganas	de
joder.	Basta.
Absorber	la	toxicidad	es	una	elección.	Te	guste	o	no,	todo	lo	es.	Dudar	es	igual	a
morir.	¿Siempre	los	extremos,	Marcos?	Controlate,	men.	Te	aseguro	que	se
puede	morir	en	vida:	gente	derrotada,	colonizada	por	la	duda;	gente	que	ya	no
intenta	nada,	que	no	levanta	la	mirada.
La	vida	puede	golpear	muy	duro	a	veces.
Un	día	me	di	cuenta	de	que	existe	algo	que	yo	llamo	remolcadores.	Son
canciones,	videos,	o	cualquier	historia	de	ficción	o	no,	con	el	poder	de	sacarte	de
un	estado	y	pasarte	a	otro.	En	mi	caso,	las	películas	fueron	mi	principal
remolcador.	Hay	una	en	particular:	Rocky.	Seguro	que	la	conocés,	pero	si	no,	se
trata	de	una	persona	pobre	que	trabaja	en	un	frigorífico,	y	es	además	boxeador
amateur.	Contado	así	parece	una	boludez,	pero	esa	película	enseña	algo
increíble:	el	protagonista	no	se	sufre	a	sí	mismo,	va	detrás	de	lo	que	quiere,	y
cuando	no	lo	quiere	más,	lo	deja.	Si	necesita	ayuda,	la	pide.	Y	se	nota	a	la	legua
que	es	una	persona	simple,	que	no	necesita	de	todo	lo	que	después	logrará,	pero
tampoco	se	sentiría	pleno	si	no	hubiera	dejado	todo	para	alcanzar	su	sueño.	Un
tigre.	Y	eso	sin	contar	al	actor,	un	italoamericano	con	la	cara	torcida	que	de	la
nada	llegó	a	la	cima	del	mundo.	¿La	moraleja?	NO	DUDES.
En	la	película,	Rocky	gana	y	pierde	varias	veces.	Lo	tiene	todo,	y	en	el	instante
siguiente,	pasa	a	no	tener	nada.	Extremos,	sí;	y	él	a	veces	flaquea,	y	pareciera
que	la	duda	va	a	vencerlo,	pero	no,	porque	él	jamás	duda	de	su	verdad.	Ay,
Marcos,	es	un	personaje	de	ficción.	Es	cierto,	pero	la	vida	de	la	persona	no	fue
muy	distinta	a	la	del	personaje:	un	tipo	que	sin	nada	llegó	a	todo.
Okey,	no	niego	que	la	duda	aparece	en	la	vida,	el	asunto	es	qué	hacemos	con
ella.
Pongamos	un	ejemplo	asqueroso	pero	muy	bueno	para	graficar	lo	que	quiero
expresar:	un	grano	horrible	lleno	de	pus	que	te	sale	en	medio	de	la	frente.	El
grano	está	ahí.	Duele,	molesta.	Y	vos	dudás:	¿qué	hago?,	¿lo	exploto?,	¿lo	dejo
ahí?	Puta,	todos	lo	van	a	ver.	Ma	sí,	lo	tapo	con	algo	y	ya	fue.	No,	pero	eso	lo	va
a	hacer	más	notorio.	¡Qué	hago,	Dios!	¡Grano	de	mierda!
Bueno,	por	empezar	te	digo	que	deberían	importarte	menos	los	granos.	Hay
cosas	peores,	te	lo	aseguro.	Yo	soy	de	los	que	lo	explotan	y	a	otra	cosa.	Me
importa	un	carajo	lo	que	digan	los	demás.	¿Quién	no	tuvo	un	grano	alguna	vez?
Sí	ya	sé,	de	grande	esto	es	una	gilada,	pero	en	la	adolescencia	puede	ser	una
semana	entera	de	dolor,	de	vergüenza,	de	incomodidad.	Es	lógico	que	te	asalte	la
duda	sobre	qué	hacer,	pero	no	tenés	que	dejar	crecer	esa	duda.	Tenés	que
resolver.	Si	lo	querés	explotar,	explotalo.	Si	lo	querés	lucir	como	un	tercer	ojo,
lucilo.	Los	demás,	que	se	vayan	a	la	mierda.	Después	de	todo,	es	tu	grano,	y
tenés	derecho	a	cosecharlo	como	quieras.
Ojo,	yo	no	digo	que	te	conviertas	en	un	idiota	que	se	caga	en	el	otro.	No	te
confundas.	Sólo	digo	que	respetes	tu	convicción.	Tu	espacio	termina	donde
empieza	el	espacio	del	otro,	pero	tu	espacio	es	sagrado,	y	dentro	de	él,	mandás
vos.
Me	explico	mejor:	la	duda	siempre	es	venenosa,	pero	el	veneno	más	mortífero	te
lo	mete	la	duda	en	el	ámbito	social.	Tenés	que	estar	muy	atento	a	lo	que	dejás
entrar.	He	visto	gente	derrotada,	sufriendo	por	un	comentario	negativo	en	una
red	social.	Se	trata	de	personas	demasiado	frágiles	como	para	ofrecer	pelea,	que
prefieren	quedarse	en	el	piso	disfrutando	las	patadas.	Todos	fuimos	esas
personas	alguna	vez.	Todos	vamos	y	volvemos	de	ahí.	Caer	es	inevitable,	como
es	inevitable	la	duda.	Pero	quedarte	o	no	en	la	lona	es	tu	elección.	Como
quedarse	o	no	en	la	duda.	El	piso	sólo	debería	servirte	para	saber	que	existe	un
lugar	donde	caer,	pero	no	para	permanecer.	Rocky	diría:	no	importa	cuán	duro	te
hayan	pegado,	vos	levantate.	Y	yo	creo	que	es	necesario	que	nos	conectemos
más	con	nuestra	parte	animal.	¿Viste	alguna	vez	una	animal	caer	y	permanecer
caído?	Jamás.	Rebota	como	si	el	piso	le	quemara.	El	animal	sabe	que	no	hay
nada	que	pueda	aportar	ese	piso,	y	que	quedarse	ahí	tirado	es	absolutamente
imperdonable,	porque	pone	en	riesgo	su	propia	vida.	Negar	nuestra	animalidad
es	negar	nuestra	humanidad.
¿Y	por	qué	tus	ganas	se	diluyen	en	la	duda?	Podés	enojarte	conmigo	por	asumir
que	sos	de	una	manera	o	de	otra,	pero	lo	que	tenés	que	entender	es	que	hay	una
ley	universal	que	determina	que	si	tenés	muchas	ganas	de	hacer	algo	y	no	lo
hacés,	habrá	consecuencias.	Y	no	precisamente	consecuencias	positivas.	Si	tenés
ganas	de	comer	un	alfajor	y	no	lo	comés,	la	consecuencia	será	menor;	si	tenés
necesidad	de	salir	de	una	relación	que	te	hace	mal,	o	de	un	trabajo	que	no	te
llena,	y	no	das	el	paso,	la	consecuencia	será	mayor,	y	puede	llegar	a	ser	una
consecuencia	de	vida.
Hay	personas	a	las	que	un	desamor	o	una	situación	extrema	las	llevó	al	tipo	de
vida	yo	no	puedo	porque	me	pasó	esto.	Bien,	es	válido.	Mediocre,	pero	válido.
No	conozco	mejor	sentimiento	que	el	de	haber	salido	de	un	lugar	de	mierda	para
entrar	en	uno	hermoso.	En	mi	caso,	el	descenso	de	peso	hizo	que	mi	vida	cambie
radicalmente.	Te	imaginarás	que	bajar	a	la	mitad	tu	peso	corporal	tiene	un
impacto	en	la	vida,	¿no?	¡Claro	que	lo	tiene!	Tiene	impacto	social,	emocional,
afectivo,	físico…	Podría	seguir,	pero	ya	sabés:	tiene	impacto	en	TODO.
El	día	de	mi	cuarta	operación	reconstructiva	me	obligué	a	tomar	una	decisión:
“¿Qué	quiero	ser?”.	Para	los	que	no	lo	saben,	cuando	bajás	mucho	de	peso,	te
quedan	colgajos	de	piel	que	tienen	que	extirparte.	Entonces,	ya	no	era	gordo,
ahora	tenía	un	peso	normal,	y	me	resultaba	muy	loco	haber	trabajado	tanto	para
lograr	algo	que	la	mayoría	tiene	por	defecto;	pero	tuve	que	asumir	que	yo	mismo
me	puse	en	ese	lugar	de	mierda:	no	tenía	ningún	problema	hormonal	ni	nada	por
el	estilo.	Simplemente	comía.	Comía	en	cantidades	industriales.	El	porqué	de	eso
lo	estoy	debatiendo	en	terapia	aún	hoy.	Yo	creo	que	era	un	modo	de	llamar	la
atención,	un	gigantesco	AQUÍ	ESTOY,	voy	a	expandir	mi	cuerpo	hasta	que	me
vean.	Y	me	vieron,	pero	no	cambió	nada.	O	sí,	pero	para	peor.	Vi	a	mi	mamá
llorar	muchas	veces	sólo	de	mirarme,	seguramente	preguntándose	en	qué	se
equivocó	para	que	su	hijo	de	dieciséis	años	pesara	178	kilos.	Y	yo	pienso	que	no
hizo	nada	mal.	No	la	culpo	de	nada.	La	responsabilidad	de	mi	vida	siempre	fue	y
será	mía.	Este	es	mi	cuerpo,	y	yo	debo	gobernar	sus	impulsos.
Tardé	años,	literalmente,	años,	en	salir	de	la	cárcel	del	cuerpo.	Y	no	es	peor	que
la	cárcel	de	la	mente,	en	verdad,	son	cárceles	interconectadas.	Y	esa	puta	cárcel
interconectada	te	lleva	a	la	autodestrucción,	al	peor	dolor,	te	convierte	en	un
inoperante	y	te	lleva	a	bajar	la	guardia.	Me	abandoné,	me	sumergí	en	el	abismo,
dejé	de	existir,	aunque	seguía	vivo.	Estaba	muerto	en	vida.
Y	como	estaba	muerto	en	vida,	habían	muerto	mis	ganas	de	todo.	La	duda	se
había	apoderado	de	mí,	estaba	feliz	la	hija	de	puta	haciendo	conmigo	lo	que
quería.	Infelicidad,	mediocridad,	dolor,	miradas	ajenas	compasivas,	privaciones,
imposibilidades,	el	escenario	perfecto	para	una	vida	de	mierda,	sin	mérito
alguno.	Pero	claro,	una	vida	tranquila.	Tranquila	como	un	cementerio.
Pobrecito,	Marcos…	viste	el	tema	del	peso…	Y	bueno…	no	puede,	pobre.
Lo	que	duele	escuchar	eso	no	tiene	comparación.	Y	lo	peor	es	que	yo	no
reaccionaba,	los	dejaba	apuñalarme.	Los	odiaba.	Me	odiaba.	Me	odiaba	tanto
que	comía	más	y	más.	El	círculo	calórico	perfecto.	Muerto	en	vida.	Se	puede
estar	biológicamente	activo	pero	mentalmente	muerto,	o	al	menos,	querer
estarlo,	que	para	el	caso,	es	más	o	menos	lo	mismo.
No	creo	que	meterme	más	en	la	miseria	sea	el	camino	correcto,	espero	que	hayas
entendido	la	idea:	una	ballena	azul,	encallada	en	una	cama,	comiendo	el	día
entero,	intentando	ser	invisible.	Muy	inteligente,	¿no?	¿Por	qué	se	dio	todo	así?
Porque	me	esclavizó	la	duda.	A	cada	intento	de	salida,	me	bajaba	yo	mismo	la
barrera.	Cada	intención	de	levantarme	de	esa	cama,	una	papa	frita	más,	un
chocolate;	el	espejo…	la	remera	que	no	entraba…	excusas	perfectas	para	seguir
ahí	postrado.La	excusa	es	como	el	camaleón:	sabe	camuflarse	para	pasar
desapercibida,	a	simple	vista	no	la	ves,	pero	está	ahí,	siempre	lista.
Pero	un	día	todo	cambió.	Fue	cuando	vi	el	piso	más	duro	que	de	costumbre.
Duro	y	lejano,	como	desde	un	precipicio,	y	supe	que	si	caía	no	sólo	iba	a	doler
más,	sino	que	podía	no	volver	a	levantarme.	Tuve	miedo	por	primera	vez.	Miedo
real,	ese	que	paraliza.	Marcos,	si	seguís	así	te	vas	a	morir.	Y	entonces,	las	ganas,
la	necesidad	de	vida,	superaron	a	la	duda.
Sé	que	suena	trágico,	pero	todo	fue	tal	cual	lo	cuento.	Un	día	como	cualquier
otro,	simplemente	hubo	un	click;	pero	nada	más,	no	recibí	un	mandamiento
divino,	ni	se	me	apareció	Mufasa	entre	las	nubes.	Nada.	Un	día	dije	basta,	y
empecé	a	moverme,	a	querer	cambiar.	Solitariamente,	decidí	que	el	cambio	era
posible,	y	que	tenía	que	planear	la	manera	de	salir	de	ese	agujero.	Desde	aquel
día,	ya	no	me	sentí	mal,	ni	gordo,	ni	nada.	Ya	no	era	una	ballena	varada,	ahora
era	un	felino	yendo	por	su	presa.	Llegar	a	ser	normal	era	lo	que	más	me
importaba,	y	mi	manera	de	lograrlo	era	parecerme	lo	más	posible	a	un	animal,	al
menos	en	espíritu.	Necesité	de	mi	instinto	animal	para	salir	de	esa	trampa.	Pero
tengo	que	decir	que	todo	fue	bastante	planeado,	porque	el	éxito	se	planea.	Se
planea	en	secreto.	Y	no	por	mantener	reserva	con	los	demás	para	que	no	se
“queme”	nuestro	proyecto.	No,	se	planea	en	secreto	por	intimidad,	porque
semejante	decisión	de	vida	depende	sólo	de	vos,	la	tomás	vos,	y	pocas	cosas	son
más	íntimas	y	secretas	que	esa.
El	plan	“descenso	de	peso”	(sí,	parece	un	plan	de	medidas	económicas)	se	iba	a
apoyar	en	tres	patas	fundamentales:	un	médico	clínico,	una	nutricionista,	y	una
terapia	psicológica.	Poderoso,	¿no?	Yo	diría	a	prueba	de	fallas.	¡Qué	iluso!
Como	si	pudiera	existir	algo	a	prueba	de	fallas.
La	terapia	psicológica	fue	fácil:	amo	hablar	sin	parar,	soy	transparente,	y
además,	tuve	la	suerte	de	que	me	tocara	un	gran	profesional,	que	me	escuchara	a
fondo,	a	conciencia.
La	parte	nutricional	fue	difícil:	siempre	odié	a	los	nutricionistas.	Hablan	de	tu
cuerpo	como	si	fuera	de	ellos,	como	si	fuera	fácil	cambiar	hábitos	tan
naturalizados,	como	si	cualquiera	pudiera	leer	y	asimilar	ese	papelito	del	orto
con	esa	puta	dieta.	Bueno,	yo	no	podía.	Yo	necesité	más,	yo	quería	alguien	que
me	acompañara	en	el	proceso.	Y	en	busca	de	eso	fui	a	ver	al	médico,	quería
saber	todo	sobre	mi	cuerpo.	Por	más	que	nos	odiamos	por	años,	en	esta	teníamos
que	estar	juntos,	así	que	nos	sentamos	a	conversar	los	tres:	mi	médico,	mi	cuerpo
y	yo.
¿Cuántos	años	tenés,	Marcos?	Yo	pasaba	por	poco	los	treinta	años,	y	se	lo	dije
sonriendo	al	médico:	cuando	te	querés	poco,	sonreís	ante	desconocidos	para
generar	lástima	o	piedad.	¿Y	cuánto	pesás?	Lo	dije	como	si	nada:	178	kilos.	Yo
esperaba	que	me	mandara	a	hacer	una	dieta	estricta,	que	me	diera	pastillas	y
demás.	Pero	no.	¿Consideraste	la	opción	de	un	bypass	gástrico?	Al	escuchar
eso	me	reí.	No,	claramente	nunca	había	considerado	eso.	Y	se	lo	dije,
explicándole	que	eso	era	para	gente	realmente	enferma	que	necesitaba	de	una
medida	extrema.	Yo	en	el	pasado	había	bajado	80	kilos,	y	también	se	lo	dije.
Marcos,	pesás	casi	180	kilos,	tenés	treinta	años.	Tu	vida	está	en	riesgo.	Tenés
que	tomar	seriamente	la	opción	del	bypass.	Si	seguís	así,	te	vas	a	morir.	Después
de	decir	eso,	me	pidió	perdón	por	su	atrevimiento,	su	frontalidad,	su
transparencia.	Y	me	acuerdo	haber	pensado	que	vivimos	en	una	sociedad	tan
enferma,	que	decir	la	verdad	es	razón	para	pedir	disculpas.
Mi	primera	reacción	fue	de	total	rechazo:	“No,	yo	no	estoy	tan	mal…	esto	no	es
para	mí…”.	Es	increíble	cómo	funciona	la	negación:	yo	era	un	muerto	en	vida,
pero	como	nadie	en	mi	círculo	cercano	me	decía	nada,	y	yo	no	me	sentía	tan	mal
físicamente,	creía	que	la	solución	estaba	en	comer	un	poco	menos,	y	listo,	creía
tenerlo	todo	bajo	control.	Pero	el	médico	insistió:	Andá	a	ver	a	estos
especialistas,	hacete	estos	análisis,	volvé,	y	hablamos.
Cuando	concretamente	te	dicen	que	te	vas	a	morir,	se	acaba	la	joda.	Ahí	te	das
cuenta	de	que	tanto	no	te	odiabas:	querés	vivir,	querés	una	vida	normal,	querés
tener	a	alguien	que	te	quiera,	querés	realizar	tus	proyectos,	querés	caminar	por	la
calle	sin	tener	que	cruzarte	de	vereda	para	que	no	se	rían	de	vos,	querés	usar	la
ropa	que	te	gusta,	querés	entrar	cómodo	en	una	butaca	de	cine;	y	como	esas,	mil
cosas	más.	Lejos	de	victimizarme,	saber	que	podía	morir	fue	lo	que	me	puso	el
motor	a	todo	lo	que	daba.
Sin	contar	todos	los	trámites	que	tenés	que	hacer,	y	que	tu	obra	social	tiene	que
cubrirlo	porque	no	es	barato,	además	tenés	que	calificar	para	el	bypass.	Sí,	hay
un	peso	que	tenés	que	alcanzar,	y	yo	lo	superaba	por	mucho.	Por	primera	vez	la
obesidad	tenía	una	utilidad	y	me	hacía	clasificar	para	algo.	El	proceso	quirúrgico
es	medianamente	simple:	veinte	días	sin	comer	sólidos,	un	par	de	días	de
internación,	otros	veinte	días	sin	comer	sólidos.	¿Podía	lograrlo	alguien	que
comía	24	empanadas	y	6	alfajores	en	un	día?	Bueno,	yo	pude.	Simplemente,
porque	quise	lograrlo.	Un	año	después	de	esa	operación	había	perdido	80	kilos,	y
me	sentía	mejor	que	nunca	en	la	vida.
Aproximadamente	seis	años	antes	había	perdido	el	mismo	peso,	pero	me	vi
recuperarlo	en	poco	tiempo.	Pude	subir	y	bajar	de	peso	muchas	veces.	Entonces
comprendí	que	debía	enfocarme	en	cambiar	mi	mente,	no	mi	peso	corporal.	Si
mi	mente	cambiaba,	el	peso	corporal	se	normalizaría.
A	otros	les	pasa	con	las	drogas,	con	el	cigarrillo,	con	el	sexo...	a	mí,	con	la
comida.	La	comida	es	lo	peor:	es	barata	y	de	fácil	acceso,	tu	adicción	se	torna
indisimulable	físicamente,	y	como	si	fuera	poco,	te	aísla	y	deja	solo,	mientras
que	otras	adicciones	se	comparten	socialmente,	el	adicto	a	la	comida	vive	su
pesadilla	en	soledad.
No	sé	qué	hubiera	pasado	si	mis	ganas	de	ser	normal	se	hubieran	diluido	en	un
mar	de	duda.	Sólo	sé	que	nunca	más	voy	a	permitir	que	la	duda	me	aparte	de	mis
sueños.
Aprendé	a	soltar	eso	que	te	lastima
Cuando	te	ves	luchando	con	un	bachero	porque	dejó	sucio	su	sector,	como	chef
ejecutivo	—y	creeme	que	suena	más	cool	de	lo	que	es—,	no	te	sentís	tan
ejecutivo.	Sin	embargo,	ese	tipo	de	cosas	eran	las	que	más	me	gustaban	del
trabajo:	me	hacían	bien,	me	sentía	importante,	y	esa	sensación	duró	varios	años.
Me	nutría	de	mí	mismo,	y	de	la	experiencia	vivida	en	la	cocina;	por	la	creación
de	recetas,	por	la	relación	con	los	cocineros,	por	el	hecho	de	tener	la	cocina	de
una	empresa	a	cargo.
Suena	bien	todo	esto,	¿no?	Bueno,	estuvo	bien	por	un	tiempo,	pero	al	final	me
empezó	a	pasar	lo	mismo	que	cuando	me	propuse	ser	“normal”,	cuando	quise
bajar	de	peso.	En	este	caso,	simplemente	quería	ser	más	libre:	me	di	cuenta	de
que	estaba	trabajando	muchas	horas	para	otros,	y	eso	es	aceptable	para	una	etapa
de	la	vida,	pero	al	llegar	a	cierta	edad,	cumplir	horarios	y	tener	un	jefe,	puede
resultar	odioso.
Me	costaba	poner	mis	prioridades	por	delante,	y	con	mi	pasado,	¿cómo	no	iba	a
costarme?	Pero	bueno,	esas	son	excusas.	La	cuestión	es	que	el	día	que	decidí
renunciar,	sentí	lo	mismo	que	aquella	vez	que	había	perdido	80	kilos,	sólo	que
tuve	la	sensación	de	perder	toneladas.	Y	no	sólo	se	me	alivianó	el	peso	del
cuerpo,	sino	que	también	se	me	alivió	la	opresión	en	el	pecho.
A	veces	pienso	que	uno	se	agarra	de	esa	imagen	con	la	que	se	define:	trabajo	en
equis	lugar,	esta	es	mi	novia,	tengo	tal	ideología...	Hoy	pienso	diferente:	hoy	soy
simplemente	yo.	Yo	soy	yo,	y	punto.	Intento	agarrarme	de	mí,	y	no	de	una
imagen	de	mí.	Es	muy	común	que	esto	te	pase	en	una	relación	de	pareja:	¡Qué
será	de	mí	sin	ella!	¿Cómo	voy	a	seguir	después	de	esta	ruptura?	O	la	peor:
¡Cómo	hago	para	decirle	que	ya	no	la	quiero!
Vamos	por	partes:	una	cosa	es	que	ames	a	alguien,	eso	hablaría	bien	de	vos;	otra
cosa	muy	distinta	es	que	necesites	de	otro	como	de	una	droga,	que	seas	adicto	a
otra	persona.	Si	necesitás	de	alguien	para	seguir	respirando,	estamos	mal.	Porque
más	allá	de	que	seas	como	un	parásito	que	se	aprovecha	del	amor	del	otro,	no
sólo	no	le	das	amor	y	lo	extorsionás	afectivamente,sino	que	además	te	convertís
en	una	carga	emocional	para	esa	persona;	y	al	principio	la	manipulación	no	se
nota,	pero	a	la	larga,	ese	cáncer	hace	metástasis,	y	la	relación	que	parecía	eterna,
se	rompe.	Por	otra	parte,	un	vínculo	sano	nace	de	“ser”	aparte	de	tu	pareja,	de	ser
un	individuo	que	tiene	lo	que	necesita	dentro	de	sí,	porque	ha	trabajado	y	sigue
trabajando	en	ese	amor;	y	si	te	amás,	amar	a	otro	pasa	a	ser	una	elección,	no	una
necesidad	desesperada;	algo	liviano,	algo	que	no	te	entierra,	algo	que	no	es	una
lucha	perpetua;	simplemente	está	ahí,	es	una	decisión.	Tu	decisión.	Si	amás	bien,
te	van	a	amar	bien,	y	si	por	cualquier	motivo	no	te	amaran,	o	te	amaran	mal,	tu
propio	amor	va	a	alcanzar	para	no	derrumbarte.
Atreverte	a	decirle	a	alguien	que	creés	que	ya	no	deberían	estar	juntos	es	un	acto
de	liberación	y	valentía:	liberás	a	esa	persona	de	tus	propias	dudas,	y	creeme	que
siente	esas	dudas,	y	le	duelen.	Si	no	se	lo	dijeras,	seguirías	viviendo	una	mentira,
que	sólo	serviría	para	sumergirte	en	una	vida	mediocre,	en	que	el	amor	pasa	a	ser
como	un	trabajo,	una	obligación	que	tenés	que	“cumplir”,	algo	que	niega	tu
necesidad	individual,	que	te	lastima.	Y	además,	serías	muy	deshonesto	con	el
otro.	¿Acaso	puede	llamarse	amor	a	algo	pesado	y	doloroso?	No,	para	nada.	Eso
no	es	amor.	O	por	lo	menos,	no	es	un	buen	amor.	Para	que	sea	un	buen	amor,
debe	ser	liviano,	debe	fluir,	debe	ser	sincero	y	transparente.	De	otro	modo,	la
sombra	va	a	oscurecer	tu	vida	y	se	va	a	quedar	con	todo	lo	que	te	importa.	Y	eso
causa	dolor	y	reacciones	deprimentes,	de	las	que	no	todo	el	mundo	sabe
aprender.	Pero	ojo,	una	cosa	es	ser	seguro	de	uno	mismo,	y	otra	cosa	es	ser	una
mierda:	la	compasión	y	la	empatía	siempre	deben	estar	por	encima	de	todo;	y	esa
liberación	te	sacará	el	peso	que	ya	no	querés	cargar.
A	veces	cuesta,	lo	sé.	Yo	me	sentía	más	cómodo	sentado	por	horas	jugando	a	la
Play	que	ahora	afrontando	situaciones;	pero	la	personalidad	se	forja	atravesando
tormentas,	no	pelotudeando	con	un	joystick.	Si	mirás	la	vida	pasar,	vas	a	ser	una
persona	débil,	y	el	éxito	no	se	lleva	bien	con	las	personas	débiles.	La	comodidad
te	hace	blando.
Muchas	veces	tu	propio	pensamiento	te	lastima,	y	es	lo	primero	que	tenés	que
soltar:	el	“NO	PUEDO”	en	tu	mente.	Sé	que	suena	medio	de	novela,	muy
motivacional,	pero	es	que	siempre	me	dio	mucha	bronca	eso	de	echarse	a
perdedor.	¿Qué	es	esa	mierda?	Sí,	ya	sé:	Mejor	me	rindo	antes	de	empezar,	así
no	sufro.	Dejate	de	joder,	acordate	de	Rocky.	Si	estás	a	dieta,	o	en	plan	de
descenso,	y	te	dan	ganas	de	comer	algo	por	fuera	de	ese	plan,	simplemente	NO
LO	COMÉS;	o	por	lo	menos	intentás	con	todas	tus	fuerzas	no	hacerlo.	Por	algo
sos	un	ser	racional	y	no	un	mono.	Entonces,	razonás:	Pará,	si	yo	quiero	bajar	de
peso,	no	debería	comer	esto...	Punto.	Y	esa	voz	en	tu	mente	que	te	niega	lo	que
vos	te	morís	de	ganas	de	hacer,	no	es	más	que	tu	propia	evolución	disfrazada	de
villana.	Es	el	diablito	en	el	hombro	que	por	un	lado	te	provoca	porque	quiere	ver
qué	hacés	con	la	insatisfacción,	cómo	te	las	rebuscás	para	posponer	la
gratificación;	y	por	otro	lado,	como	una	madre	sobreprotectora,	te	tienta	con	la
comodidad:	Cuidado	si	salís	a	la	calle,	nene...	te	puede	pasar	algo	malo...	Ese
diablito	hijo	de	puta	te	está	exigiendo	para	hacer	de	vos	alguien	mejor,	quiere
verte	pelear.	¿Y	vos	qué	vas	a	hacer?	¿Te	vas	a	acurrucar	en	tu	rinconcito
haciéndole	caso	a	mami?	¡NO!	Vas	a	gritar:	¡En	la	calle	me	puede	pasar	algo
malo,	pero	también	puedo	encontrar	un	millón	de	dólares,	diablito	del	orto!	Ah,
y	otra	cosa:	mucho	cuidado	con	los	otros	diablitos	por	fuera	de	tu	mente,	esos
que	“quieren	ayudarte”,	y	que	no	son	más	que	gente	insegura,	envidiosa	y
deprimida,	ansiosa	por	llevarte	a	su	nivel.
Aquel	que	pretenda	apagar	tu	luz	merece	quedar
electrocutado
Por	más	bíblico	que	suene	el	título,	debemos	tatuarlo	en	nuestra	mente.	Pasé
años	soportando	pasivamente	a	gente	tóxica	plantándome	el	miedo,	para	después
ver	cómo	cosechaban	el	dolor	que	brotaba	de	ese	miedo.	Mi	dolor.	Y	sí,	yo	era
un	campo	fértil,	y	me	sembraban	cualquier	yuyo	de	mierda.	Pero	poco	a	poco	y
con	fuerza	de	voluntad	empecé	mi	propia	huerta	emocional,	y	lejos	de	los
consejos	“agrotóxicos”,	pude	hacer	crecer	un	jardín	orgánico	súper	nutritivo,
autosustentable	y	eterno,	en	que	el	amor	propio	floreció.	Pero	siempre	supe	que
cualquier	cosa	que	valiera	la	pena,	como	mi	hermosa	huerta	de	amor,	necesita	de
esfuerzo	y	constancia.
Empezar	a	trabajar	en	el	Instituto	donde	estudiaba	fue	un	gran	honor,	me	hacía
inevitablemente	sobresalir,	en	lo	bueno	y	en	lo	malo,	y	me	exigía	ser	mejor.	Me
parece	justo:	no	era	fácil	entrar	a	trabajar	ahí.	Me	había	recomendado	una
persona	especial	que	siempre	voy	a	recordar	con	mucho	afecto,	un	demente
hermoso	con	quien	compartí	los	mejores	momentos	de	mi	aprendizaje.
Seguramente	vean	sus	Martips	(Martín	tips)	en	muchos	de	mis	videos.	Como	él
se	iba	de	aquel	lugar,	quería	que	yo	lo	reemplazara.	Y	así	fue.	Entré,	aprendí
mucho,	y	también	llegué	a	enseñar.	El	asunto	es	que	un	día	asistí	a	la	clase	de	un
profesor	que	cocinaba,	y	yo	tenía	que	tener	todo	preparado	desde	antes,	así	como
lo	ves	en	la	tele:	sí,	el	boludo	que	le	alcanza	las	cosas	al	protagonista.	Ese	era	yo,
y	era	muy	feliz.	Pero	en	aquella	ocasión,	al	terminar	la	clase,	el	profesor	me	cita
en	el	salón	principal,	y	me	dice:	“Cuando	me	enteré	que	eras	vos	el	que	iba	a
entrar,	le	dije	al	director	que	no	te	tome,	que	eras	demasiado	nerd	y	no	ibas	a	ser
funcional.	Hoy	te	quiero	pedir	disculpas,	porque	me	equivoqué”.	Una	actitud
noble.	Al	menos	eso	pensé	en	aquel	momento.	Pero	esa	persona	después	se	vio
intimidada	por	mí,	y	trató	de	destruirme.	Por	supuesto	que	no	pudo.	¿A	qué	voy
con	esta	anécdota?	A	que	hay	gente	que	sin	saber	nada	de	vos,	sin	siquiera
intentar	conocerte,	va	a	asumir	que	sos	un	idiota,	o	se	va	a	sentir	amenazada,	y
va	a	intentar	destruirte.	Esa	es	la	gente	que	hay	que	desterrar	de	nuestra	vida.	Y
ojo	con	los	ámbitos	supuestamente	inofensivos	como	los	grupos	de	amigos,
porque	ahí	la	toxicidad	se	disemina	como	un	virus.
El	mediocre	promedio	tiene	una	única	manera	de	brillar:	apagar	tu	luz.	Necesita
apagarte	para	que	su	propia	luz	débil	parezca	brillar	con	más	intensidad.	Pero	lo
bueno	es	que	es	fácil	detectar	al	mediocre:	si	encendés	tu	linterna	emocional	y
brillás	con	todas	tu	fuerzas,	ese	roedor	saldrá	corriendo	asustado	por	tu	luz.
¿Querés	saber	quién	te	quiere	bien	y	quién	no?	Brillá	con	toda	tu	intensidad,
prendé	todas	tus	luces.	El	que	ría	con	vos,	disfrutando	tu	luz,	te	quiere;	el	que
entrecierre	los	ojos	encandilado,	no.	A	ese,	desterralo.	Reíte,	que	se	ilumina	el
mundo.
Tu	luz	hará	que	corran	las	ratas	ladronas	de	tu	bienestar.	Y	esa	luz	la	generás	vos
sin	más	combustible	que	el	de	tus	ganas.	Sólo	con	eso	vas	a	desterrar	al	que
quiere	verte	caer.	Porque	lo	que	no	sabe	ese	pelotudo	es	que	vos	conociste	el
piso,	vos	ya	caíste,	y	te	sentís	cómodo	en	el	piso,	podés	quedarte	ahí	todo	lo	que
quieras,	aunque	elijas	levantarte;	no	sabe	que	el	piso	es	tu	catapulta,	y	que
cuanto	más	abajo	te	empujen,	más	alto	vas	a	salir	disparado:	te	vas	a	elevar	tan
alto	que	hasta	te	van	a	perder	de	vista,	y	desde	arriba	vas	a	ver	tan	chiquititos	a
esos	mediocres,	que	ya	ni	el	destierro	hará	falta,	porque	vas	a	comprender	lo
insignificantes	que	son,	que	siempre	fueron,	y	tu	amor	iluminará	la	sombra	de	su
toxicidad.
Desear	eternamente	es	de	mediocre,	hacé	que	las	cosas
sucedan	de	una	buena	vez
¿Suena	agresivo?	Okey,	lo	que	digo	es:	SÓLO	SE	SALE	DE	LA
MEDIOCRIDAD	SI	EL	DESEO	SE	CONVIERTE	EN	ACCIÓN.	Y	recordemos
diferenciar	agresivo	de	violento.	Violento	hubiera	sido:	“No	servís	para	nada”.
Eso	sí	sería	poco	motivador,	¿verdad?	Ser	agresivo	con	lo	que	uno	quiere	lograr
es	un	buen	reflejo	de	nuestra	animalidad,	y	también	ejemplo	de	constancia	y
amor	propio.	Ser	agresivo	es	buscar	lo	que	uno	quiere	a	través	de	un	método,	de
estudiar	el	asunto	en	cuestión,	de	buscar	por	todos	los	medios	posibles	la	manera
de	conseguir	un	resultado.	En	cambio,	se	es	violento	a	travésde	la	fuerza	bruta	o
psicológica,	para	provocar	la	derrota	del	otro	ante	su	impotencia.	Pero
enfoquémonos	en	nosotros:	ser	agresivo	con	uno	mismo	es	exigirse	para	ser
mejor,	ser	violento	es	lastimarse,	ser	cruel.	Agresivo	sería	“es	difícil,	pero	voy	a
intentarlo”;	violento	es	“no	sirvo	para	esto,	ni	siquiera	lo	intentaré”.
AGRESIVIDAD	=	AMOR;	VIOLENCIA	=	DERROTA.
Creo	que	sería	extremadamente	peligroso	pensar	que	un	objetivo	no	cumplido	es
algo	negativo.	El	título	de	este	capítulo	puede	prestarse	a	confusión,	pero	en
verdad,	hacer	que	las	cosas	sucedan	no	tiene	que	ver	con	el	objetivo	en	sí
mismo,	ni	depende	exclusivamente	de	nosotros,	y	aceptar	esto	es	clave	en	toda	la
evolución:	plantar	un	árbol	depende	de	vos,	que	crezca	y	se	desarrolle	bien,
claramente,	no.	¿Lo	plantaste?	Sí.	¿Conseguiste	el	objetivo?	Bueno,
parcialmente.	Quizá	no	al	cien	por	cien,	pero,	¿qué	podés	hacer	vos	con	las	leyes
de	la	naturaleza?	Vos	hiciste	tu	parte,	que	era	plantar	el	árbol.	Lo	demás	escapa	a
tu	voluntad.
¿Querés	ejemplos	más	reales?	Okey,	entiendo.	Yo	también	los	querría.	Siempre
intenté	por	todos	los	medios	escudarme	del	dolor.	Esa	era	mi	estrategia,	crear	un
escudo.	Cada	vez	que	veía	una	película	de	guerreros	con	escudos,	pensaba:	“No
se	puede	ver	a	través	de	un	escudo.	Ante	el	ataque,	ponés	el	escudo,	y	la	espada
enemiga	lo	golpea,	pero	vos	no	podés	ver	al	atacante,	sólo	te	cubrís”.	Siempre
me	pareció	algo	estúpido,	porque	pienso	que	no	hay	nada	mejor	que	ver
claramente	el	ataque.	Creo	que	la	mejor	defensa	real,	que	a	largo	plazo	da	el
mejor	resultado,	es	ver	a	través	del	escudo;	o	sea,	enfrentar	el	dolor,	no	taparlo.
Y	esto	puedo	decírtelo	ahora,	pero	antes	yo	no	lo	sentía	así,	antes,	todo	era	tapar
y	tapar,	comer	y	comer,	sufrir	y	sufrir,	y	no	soportaba	enfrentar	la	realidad.	Es
decir,	no	soportaba	bajar	el	escudo	y	enfrentar	al	enemigo	cara	a	cara.
Escudarte	del	dolor	es	lo	más	violento	que	podés	hacer	con	vos.	Llevémoslo	al
extremo:	imaginate	de	rodillas,	sosteniendo	el	escudo,	resistiendo	el	embate
enemigo.	Llega	un	momento	en	que	sostener	el	escudo	se	hace	imposible,	los
golpes	aumentan	en	cantidad	y	fuerza,	cada	golpe	es	esperado,	conocido,	sabés
cómo	se	siente,	y	llega	un	punto	en	que	querés	soltar	el	escudo,	porque	te	das
cuenta	de	que	el	enemigo	está	usándolo	en	tu	contra,	convirtió	tu	escudo	en	una
de	sus	armas,	quizá	la	más	letal,	y	entonces	comprendés	que	el	escudo	fue	inútil
todo	este	tiempo.	A	veces	es	mejor	curarse	de	una	herida	que	jamás	haberla
tenido.
¿Complicado?	Vamos	al	ejemplo,	tenemos	que	dividir	un	poco	la	cosa:	la	bronca
de	no	conseguir	algo	deriva	del	tiempo	que	invertiste	para	conseguir	esa	cosa	sin
conseguirla,	de	la	pasión	que	pusiste	en	un	sueño	que	no	se	concretó.	Pero	yo
llegué	a	entender	que	hay	dos	partes	fundamentales	en	todo	proyecto:	la	que
podés	controlar,	y	la	que	no.	Y	hoy	de	algo	estoy	seguro:	podés	controlarte	a	vos
mismo.	El	primer	paso	para	cualquier	objetivo	es	saber	de	qué	estás	hecho,	si
estás	preparado	para	tal	tarea,	y	sobre	todo,	si	realmente	lo	querés.	Hay	una	frase
muy	conocida	que	representa	bien	la	idea:	“Si	de	verdad	lo	querés,	lo	conseguís,
y	si	no,	nunca	lo	quisiste”.	Para	mí,	no	es	tan	así:	desde	mi	punto	de	vista,	si	lo
conseguís,	es	porque	dejaste	todo	en	la	cancha,	además	de	que	te	ayudaron
ciertas	condiciones.
Las	condiciones	externas	son	difíciles	de	aceptar	porque	es	imposible
controlarlas.	Y	es	importante	tener	claro	tu	objetivo.	Pongamos	un	ejemplo
concreto:	un	examen.	Todos	alguna	vez	estuvimos	expuestos	a	un	examen.	Es
horrible.	Lo	odiamos,	pero	es	clave	para	el	aprendizaje.	Obviamente,	aprobar
matemática	no	te	va	a	hacer	mejor	persona,	pero	sí	te	va	a	poner	a	prueba,	y	no
creo	que	exista	nada	más	motivador	y	divertido	que	el	desafío.	Ante	ese	examen,
vos	tenés	opciones.	Estudiar,	o	no.	Asumamos	que	te	comiste	todos	los	libros,
que	te	convertiste	en	un	erudito	todopoderoso	de	las	inecuaciones,	que	nada
puede	detenerte	a	la	hora	de	despejar	la	incógnita	de	X;	que	estuviste
practicando	y	estudiando	semanas	enteras.	Nada	puede	salir	mal,	¿verdad?
Hiciste	tu	parte,	que	era	estudiar,	incorporar	nuevos	conocimientos	a	tu	cerebro,
aplicarte	como	alumno	y	estar	listo	para	aprobar	ese	examen.	Mañana	es	el	gran
día,	te	entregarán	la	hoja,	y	vos	podrás	mostrarle	al	mundo	tu	poder	matemático.
Pero	llega	el	gran	día	y	vos	te	quedás	dormido:	la	alarma	del	celular,	por	alguna
extraña	razón,	no	suena,	y	se	esfuma	tu	posibilidad	de	demostrar	todo	lo	que
aprendiste.	No	hay	una	justificación	creíble	para	no	oír	el	despertador,	así	que	no
podés	hacer	nada.	Faltaste.	Tenés	un	uno	(1).	¿Esto	quiere	decir	que	no	sabés	de
matemática?	¿Quiere	decir	que	no	estabas	listo?	¡NO!	Nada	de	eso.	Quiere	decir
que	sos	humano,	y	que	hay	cosas	que	no	podés	manejar,	y	que	van	a	suceder
independientemente	de	tu	voluntad.	Aunque	parezca	un	ejemplo	tonto,	se	puede
aplicar	a	muchas	cosas	de	la	vida.	La	vida	puede	ser	muy	injusta.	¿O	no?
Bueno,	yo	creo	que	no,	porque	cada	injusticia	en	realidad	nos	enseña,	por	lo	que
paradójicamente	la	vida	termina	no	siendo	tan	injusta,	o	en	todo	caso,	uno	puede
decidir	cómo	capitaliza	las	injusticias	que	le	toca	vivir.	Pero	eso	lo	piensa	el
“yo”	de	ahora;	y	estábamos	hablando	del	“yo”	de	antes.	Lo	que	realmente
importa	es	cómo	manejás	la	desilusión,	cómo	procesás	la	experiencia	del
resultado	adverso.	¿Para	qué	equipo	jugás?	¿Para	el	equipo	“APRENDÍ	Y
SIGO”,	o	para	el	equipo	“LLEGUÉ	TARDE	Y	VOY	A	PRENDER	FUEGO	EL
COLEGIO”?	O	sea,	vas	a	ser	un	aprendiz	agresivo,	o	vas	a	ser	un	pirómano
violento.	Lo	que	tal	vez	no	sepas,	es	que	a	la	gente	que	elije	el	incendio,	el	fuego
termina	enseñándole	de	la	peor	manera.
Pero	podés	aprobar	ese	examen,	tener	tu	vida	ordenada,	haber	bajado	de	peso,
ser	una	persona	normal	con	una	vida	normal,	ver	luz	donde	antes	había
oscuridad,	y	de	repente,	enterarte	de	que	tus	papás	están	enfermos.	No	uno.	Los
dos.	Y	recibir	la	noticia	de	que	pronto	dejarán	de	estar	a	tu	lado.	Es	más
complicado	que	no	llegar	a	un	examen,	¿verdad?
Bueno,	sí,	pero	de	nuevo,	todo	depende	de	cómo	lo	tomes.	Por	supuesto	que
lleva	más	tiempo	y	requiere	más	fuerza	resolver	o	asimilar	un	problema	jodido
que	una	boludez,	pero	es	siempre	lo	mismo:	la	vida	puta	que	nos	desafía,	que
nos	evapora	los	escudos,	que	nos	pone	a	prueba.	Y	vos,	¿quién	querés	ser?	¿El
que	aprende	de	los	errores	o	el	que	se	enoja	con	la	vida?	Te	aviso	que	el	enojo
puede	llevarte	tan	abajo,	que	no	habrá	escudos	que	te	protejan,	porque	el
enemigo	está	adentro,	el	enemigo	sos	vos,	y	tus	ganas	de	destruir	nacen	en	tu
interior.	Y	ya	sé,	me	vas	a	decir	que	estar	enojado,	con	un	miedo	incontrolable,
es	un	estado	pésimo	para	tomar	decisiones,	y	puede	ser,	pero	la	vida	sigue	su
ritmo,	aunque	sea	injusta,	y	vos	no	querés	quedarte	atrás.	¿O	sí?
Creo	que	la	traducción	“perfecta”	(palabra	que	según	mi	psicóloga	tengo	que
dejar	de	usar)	de	la	frase	“hacer	que	las	cosas	pasen”	es:	“Esforzarse	al	máximo
para	conseguir	un	objetivo”.	Si	ese	objetivo	se	logra,	bien.	Si	no	se	consigue,	lo
importante	es	aprender	al	máximo	de	la	experiencia.	Lo	que	no	podemos
permitirnos	bajo	ningún	pretexto	es	ser	blandos	con	nuestras	ambiciones:	lo	que
diferencia	al	mediocre	del	que	no	lo	es,	es	justamente	el	“hacer”.	Mientras	el
mediocre	se	queja,	el	otro	sabe	que	la	conquista	de	su	objetivo	no	depende	sólo
de	él,	y	que	si	no	consigue	ese	objetivo,	deberá	aprender	de	esa	pérdida	y
prepararse	para	la	próxima	oportunidad.	Por	otro	lado,	también	es	de	mediocre	la
excusa	“no	lo	conseguí	porque	esto	me	supera	y	no	lo	puedo	controlar”.	Siempre
hay	maneras	de	reducir	al	mínimo	las	posibilidades	de	fracaso,	y	trabajar	en	ese
sentido	te	va	a	permitir	dormir	tranquilo,	porque	habrás	hecho	todo	lo	que	estaba
a	tu	alcance.
Podés	permitirte	ser	mediocre	en	el	inicio	de	un	proceso.	Pararte	en	una	posición
intermedia,	regular.	No	es	malo	ni	bueno,	es	simplemente	un	estadio	central	en	el
que	no	te	definís	por	una	posición.	Pero	no	sería	positivo	que	te	quedes	ahí
indefinidamente.	Yo	ya	sé	que	no	me	voy	a	permitir	nuncamás	en	esta	vida	estar
en	el	centro	de	nada.	Pasé	muchos	más	momentos	abajo	que	en	el	centro,	pero
siempre	supe	cuál	era	mi	norte.	Para	algunas	personas,	estar	en	el	centro	es	llegar
a	su	máxima	capacidad.	Nada	más	desmotivador	que	la	frase:	“No	todos
nacimos	para	ser	especiales”.	Nacer	es	algo	en	lo	cual	vos	no	participás
activamente,	estás	ahí	y	nada	más.	Una	parte	de	la	vida	en	la	que	uno	no	tiene
incidencia,	en	que	las	decisiones,	acertadas	o	no,	las	toman	otras	personas.	No	sé
cuántos	años	tenés	vos,	que	estás	leyendo	esto,	pero	te	aseguro	que	suceden
cosas	en	esa	etapa	que	ni	siquiera	imaginás	que	existieron,	pero	que	juegan	un
papel	importante	en	tu	crecimiento,	desde	el	recuerdo	de	jugar	con	tu	papá	en
una	plaza,	hasta	el	de	sentirlo	ausente.	Te	acuerdes	o	no,	esas	cosas	te	forjaron	y
están	en	vos,	y	si	no	sos	mediocre,	las	vas	a	usar	en	tu	beneficio.	Siempre	voy	a
sostener	la	frase:	“aprendé	y	seguí”,	aplica	para	todo,	es	sanadora	y	motivadora.
¿Te	caíste	de	la	bici?	Aprendé	y	seguí.	Fue	solamente	un	raspón,	no	jodas.
Aprendé	y	seguí.
Pero	vamos	a	ampliar	un	poco	el	ejemplo	para	profundizar	la	idea:	tal	vez	suene
redundante,	pero	¿te	pusiste	a	pensar	cuántas	veces	tuviste	que	repetir
determinadas	acciones	para	aprender	la	mayoría	de	las	cosas	de	la	vida	que	hoy
sabés	y	manejás?	Sí,	ya	sé,	tengo	razón.	Gracias.
El	ejemplo	de	la	bicicleta	es	increíble,	yo	lo	uso	en	mis	cursos	de	pan.	Hoy
vivimos	en	una	sociedad	tóxica,	mucho	más	peligrosa	de	lo	que	parece,	una
sociedad	que	mide	el	éxito	a	partir	de	lo	que	tenés,	de	cómo	te	ves.	Y	si	bien	la
historia	moderna	demuestra	que	siempre	fue	así,	la	diferencia	ahora	es	que	todo
es	mucho	más	rápido,	frenético.	La	tecnología	nos	jugó	una	mala	pasada	con
respecto	a	esta	cuestión:	estamos	deseando	mucho	y	disfrutando	poco,	y	creeme,
mientras	tanto,	la	vida	se	te	va.
Subir	a	la	bici	por	primera	vez	es	un	logro,	tanto	para	vos	como	para	el	que	te
está	enseñando	a	usarla.	Casi	siempre	se	complementa	el	aprendizaje	con
rueditas	de	apoyo,	o	la	persona	que	te	está	enseñando	corre	a	tu	lado	hasta	que	te
ve	conseguir	el	equilibrio.
Ahora	imaginate	sentado	en	un	aula.	Yo	soy	el	“profesor	de	bicicleta”,	te	voy	a
enseñar	a	usarla,	pero	vos	no	te	podés	subir,	sólo	podés	escuchar	la	teoría,	para
después,	cuando	llegues	a	tu	casa,	subirte	a	tu	bicicleta	a	intentar	andar	igual	que
yo,	que	llevo	años	haciéndolo.
Okey,	llegó	el	momento:	subís	a	la	bici,	intentás	andar,	te	caés.	Acá	me	voy	a
detener	un	minuto:	¿Qué	opciones	tenés	ante	la	caída?	Podés	lamentarte	y	llorar,
enojarte	con	vos,	con	tus	papás,	con	tu	cuerpo,	por	no	llegar	bien	a	los	pedales...
incluso	podés	enojarte	conmigo	ahora	al	leer	esto;	pero	todo	eso	sería	agarrártela
con	lo	secundario,	con	lo	que	circunda	al	problema,	pero	no	con	el	problema	en
sí.	El	problema	en	sí	mismo,	el	que	tenés	que	resolver,	es	que	VOS	NO	SABÉS
ANDAR	EN	BICICLETA,	y	para	solucionar	ese	problema,	¿no	es	caerte	justo
eso	que	debería	pasar?	Me	refiero	a	que	¿no	deberías	caerte	una	y	mil	veces
hasta	aprender?	Sí,	la	bicicleta	es	cruel,	y	por	más	que	se	amortigüe	tu
aprendizaje	con	rueditas	y	padres	entusiastas,	te	vas	a	caer	igual,	y	va	a	doler.
Y	ahora	vamos	a	entrar	en	algo	que	yo	llamo	“teoría	del	miedo”.	La	frase
“cuidado	que	te	vas	a	caer”	es	la	mierda	más	grande	que	escucharon	mis	oídos.
Tengo	la	teoría	de	que	es	más	para	quien	la	dice,	que	para	quien	la	escucha.	¿No
sería	mejor	escuchar	a	los	padres	decir:	“Dale,	caete,	pero	aprendé”?	Claro	que
sería	mejor,	pero	no	va	a	pasar,	¿no?	No	lo	sé,	pero	me	gustaría	que	los	que	nos
rodean	nos	inviten	a	sumergirnos	en	el	miedo,	a	hacerle	frente,	no	a	temerle.
Vengo	de	una	familia	tradicional	italiana,	llevo	en	la	sangre	el	miedo	a	los
aviones	y	las	bombas.	Más	allá	de	sus	pertenencias	repartidas	en	un	par	de
baúles	que	aún	conservo,	trajeron	con	ellos	el	bagaje	del	miedo:	el	miedo	de	no
saber	a	dónde	llegaban,	el	miedo	de	la	guerra	de	la	que	escapaban,	el	miedo	a
secas.	Y	ese	miedo	se	traslada.	Creo	que	el	miedo	es	la	fuerza	más	poderosa	del
universo.	Más	que	el	amor.	No	me	gusta	este	pensamiento,	pero	no	voy	a	mentir:
mirá	a	tu	alrededor.	¿Quién	pensás	que	gobierna?	¿El	miedo	o	el	amor?	No	soy
pesimista.	Si	lo	fuera	no	estaría	escribiendo	este	libro,	estaría	derrotado	y	ya,	y
pienso	que	cada	universo	personal	puede	ser	menos	temeroso	y	más	amoroso,
pero	depende	de	vos.	El	problema	sos	vos,	¿te	acordás?
¿Cuántas	veces	amaste	y	cuántas	tuviste	miedo?	Okey,	no	es	una	cuestión
matemática,	pero	dale,	pensá	por	vos,	ese	es	el	propósito	de	este	libro.	Si	nos
gobierna	el	miedo,	el	amor	es	imposible,	pero	la	buena	noticia	es	que	vos	sos	el
presidente	supremo	y	eterno	de	tu	mundo,	sos	el	que	decide.	Es	simple.	Pero	ojo,
“simple”	no	quiere	decir	“fácil”.	¿Quiero	amar	o	quiero	tener	miedo?	Posta,
preguntátelo.	¿De	qué	me	nutro	más?	¿Amo	o	temo?
El	miedo	produce	respuestas	ambiguas,	puede	que	te	entierre	antes	de	que	te	des
cuenta,	o	puede	que	te	avives	y	lo	uses	de	trampolín.	¿Viste	esas	películas	en	que
el	monstruo	se	retroalimenta	del	miedo	del	protagonista?	¿Y	que	una	vez	que	el
protagonista	lo	enfrenta,	el	monstruo	pierde	poder?	Bueno,	esa	es	la	vida.	El
protagonista	se	da	cuenta	de	que	el	poder	está	en	él:	de	su	debilidad	derivaba	la
fuerza	del	villano.	Descubre	que	en	su	interior	está	la	respuesta	a	todo.	Y	yo	te
digo:	¿Te	tenés	que	fumar	dos	horas	de	película	para	entender	que	ese	hijo	de
puta	podía	con	todo?	Bueno,	algunos	parece	que	sí.	Hay	gente	que	espera	años
para	darse	cuenta	de	que	es	el	protagonista	de	su	película:	puede	ser	su	propio
proveedor	de	miedo,	o	liberarse	para	siempre	y	cortar	de	una	vez	ese	suministro
de	mierda.	Yo	te	digo:	cortá	con	el	miedo,	no	lo	necesitás.
O	quizá	sí	lo	necesites,	porque	el	miedo	es	generador	de	duda,	y	la	duda	es
generadora	de	movimiento.	Pará,	Marcos,	¿no	era	que	la	duda	era	mala?	Nada	es
bueno	o	malo,	todo	es	analizable.	Tengo	que	decirte	que	diez	años	de	obesidad
mórbida	te	sentencian	a	pensar	mucho,	demasiado,	de	más,	hasta	el	hartazgo.
¿Pero	qué	mejor	que	no	tener	tanto	tiempo	de	analizar	cada	cosa,	y	mandarse
con	todo?	Nada,	porque	aunque	fracases,	sabés	que	sos	como	Rocky,	y	te	vas	a
poner	de	pie	a	esperar	el	próximo	desafío.	Siempre	pensé	que	el	miedo	vuelve
las	veces	que	sea	necesario,	hasta	que	aprendés.	Como	la	bici:	primero	te	caés,
después	estás	haciendo	wheelie	como	un	campeón.
Recientemente	tuve	un	grave	accidente.	No	fue	con	una	bicicleta,	sino	con	una
moto.	Quedé	inmóvil	en	una	cama	casi	cuatro	meses.	¡Qué	bien!	Tiempo	para
pensar.	Pocas	cosas	causan	más	miedo	que	las	motos:	apenas	decís	que	querés
comprarte	una,	escuchás	frases	tales	como:	“No,	vos	estás	loco”;	“te	querés
matar”;	“¿no	ves	cómo	está	la	calle?”.	A	veces	la	familia	no	entiende.	No	es	que
sean	malos,	simplemente	no	entienden	que	nada	puede	parar	tus	ganas	de	disipar
la	duda.	Tengo	ganas	de	andar	en	moto,	y	listo.	Qué	sano	sería	un	“¿y	cuál	te
gusta?”;	“¿de	qué	color	la	vas	a	comprar?”.	En	fin,	la	verdad	es	que	con	un
“cuidate”	alcanzaría.	Ah,	y	por	si	no	lo	dije,	tengo	38	años.	Sí,	mi	familia	es	muy
italiana.
Compré	la	moto.	Siempre	fue	un	sueño	para	mí.	La	quise	desde	joven,	pero	mi
condición	de	mediocre	me	impidió	ir	por	mi	sueño.	Pero	bueno,	dejemos	el
pasado	por	un	rato.	La	cuestión	es	que	la	moto	finalmente	llegó,	y	la	usé	casi	dos
años	con	una	felicidad	total.	Era	un	pedazo	de	metal,	sí,	pero	también	un
símbolo	de	libertad,	la	felicidad	no	venía	de	lo	material	sino	del	sueño	cumplido,
del	objetivo	hecho	realidad.	Trabajé	muchas	horas	para	ahorrar	cada	centavo
para	comprarla.
Con	las	motos	se	genera	una	simbiosis,	como	que	sos	un	único	bloque	con	la
máquina.	Parece	joda,	porque	más	allá	de	que	tenía	a	todo	el	mundo	diciéndome
que	iba	a	chocar,	yo	era	feliz	con	mi	moto.
Pero	finalmente	ocurrió:	choqué.	¿Tenían	entonces	razón	aquellos	que
pronosticaron	el	siniestro?	¿Sumó	algo?	¿Suma	algo?	No,	nada.	Fue	algo	que
llegó	a	mi	vida	para	hacerme	más	fuerte.	Sinceramente,	antes	de	estar	internado
no	lo	sabía.	No	sabía	qué	era	capaz	de	soportar.Fractura	de	cadera,	lesiones
graves	en	la	pierna,	cuatro	meses	sin	caminar,	acostado	boca	arriba	sin	salir	de
esa	cama,	casi	sin	poder	moverme.	Horrible,	¿no?	Bueno,	sí	desde	lo	físico,	pero
el	cuerpo	no	lo	es	todo.	A	partir	de	esto,	crecí,	convertí	mi	problema	en	la
solución;	mi	duda	en	objetivo.	Capitalicé	cada	momento	que	hablaba	con	la
enfermera	o	con	el	médico,	¿estaba	ahí	por	algo	y	para	algo?,	¿estaba	ahí	para
aprender	o	estaba	ahí	por	nada?	Nunca	dejes	que	los	pensamientos	de	la	nada
entren	en	tu	cabeza:	son	como	Voldemort	entrando	en	la	cabeza	de	Harry.	Nada
recomendable.
Fue	duro	por	momentos,	no	lo	voy	a	negar:	no	podés	ir	al	baño	solo,	te	bañan	en
la	cama,	los	días	se	hacen	eternos,	todos	iguales.	Mi	solución	fue	simple:	tomé	la
decisión	de	preguntar	concretamente	cuánto	tiempo	iba	a	estar	en	esta	situación,
y	una	vez	que	lo	supe,	me	dediqué	a	aceptarlo	y	llevarlo	de	la	mejor	manera.	No
fue	nada	difícil,	y	esto	es	lo	valioso:	cuando	ponés	tu	mente	y	amor	propio	por
delante,	no	necesitás	escudos,	lo	único	que	necesitás	es	entender	que	lo	que	pasó
fue	por	un	modo	de	vida	que	no	estaba	siendo	nutritivo,	y	debía	parar.	Mejor
dicho,	cambiar.	Y	cambió.
No	sé	si	podría	decirte	que	hoy	estoy	totalmente	recuperado:	todavía	me	duele	la
pierna	todos	los	días.	Pero	jamás	preferiría	que	esto	no	hubiera	sucedido.	Jamás.
Y	eso	que	nunca	sentí	tanto	dolor	como	cuando	era	trasladado	en	la	ambulancia.
Pero	yo	le	gané	al	dolor.	Y	más	que	nada,	me	gané	a	mí	mismo,	a	mi	yo	anterior,
el	que	estaba	desbandado	de	trabajo	y	no	podía	disfrutar	la	vida.
Me	quedó	una	cicatriz	gigante	en	la	pierna	que	me	impide	olvidar	que	tengo	que
quererme,	pero	también	que	debo	ser	consciente	de	que	el	miedo	puede	estar,	y
derrotarlo	es	una	decisión	personal.	Voy	a	comprarme	otra	moto	apenas	pueda,	y
voy	a	llevar	a	pasear	al	miedo	en	el	asiento	de	atrás,	a	ver	si	se	divierte	un	poco	y
me	deja	de	romper	las	pelotas	por	un	tiempo.
Creo	que	motivar	a	alguien	a	que	haga	lo	que	desea,	es	amarlo	con	toda	tu	alma,
potenciarlo,	dejarlo	libre,	dejarlo	ser.	Si	alguien	quiere	hacer	algo	que	te	parece
que	no	está	bien,	hablalo,	pero	cuidate	de	manipularlo	con	el	miedo,	porque	no
estás	capacitado	para	manejar	tanto	poder,	el	miedo	es	incontrolable,
tremendamente	contagioso,	y	a	veces,	no	tiene	cura.
Si	te	rendís,	ganan	ellos
Sí,	ya	sé,	dijimos	que	los	demás	no	importan,	que	vos	sos	un	ser	todopoderoso	y
te	valés	solo,	que	sos	el	centro	del	universo	y	blablablá.	Pero	los	otros	están	ahí,
existen,	y	vos	podés	utilizarlos.	¡¿Qué?!	¡¿Cosificar	a	una	persona,	Marcos?!
Bueno,	llamalo	como	quieras,	puede	que	lo	consideres	materialista,	pero	es
cierto,	se	puede	“usar”	a	una	persona	de	una	manera	positiva.
Hoy	existe	un	problema	generalizado	con	las	palabras	y	su	utilización:	se
considera	positivo	usar	un	objeto,	y	despectivo	usar	a	alguien,	y	yo	me	pregunto
por	qué.	¿Quién	dijo	que	usar	a	alguien	y	ser	usado	por	alguien	es
necesariamente	malo?	¿Qué	puede	tener	de	malo	usar	a	alguien	por	un	fin	noble?
Yo	lo	llamo	“utilización	positiva”,	y	es	simple:	tomar	lo	que	nos	sirve	del	otro,	y
lo	que	no	nos	sirve,	descartarlo.	En	cocina,	ese	descarte	se	conoce	como
desperdicio	o	merma.	Por	ejemplo,	compramos	cebolla	pero	no	usamos	la
totalidad,	porque	su	piel	y	las	partes	dañadas	se	descartan.	¿Eso	quiere	decir	que
las	cebollas	no	sirven?	¿Que	no	las	quiero?	¿Que	no	me	gustan?	¿Quiere	decir
que	no	debemos	usar	cebollas	porque	siempre	se	descartará	una	parte?	¿Quiere
decir	acaso	que	yo	odio	las	cebollas?	¡NO!	¡Claro	que	no!	¡Me	encantan!
Entonces,	las	limpiamos,	seleccionamos	las	mejores	partes,	y	las	usamos	en
nuestra	comida.	Simple	y	fácil.
No	entiendo	por	qué	no	podemos	hacer	lo	mismo	con	la	gente.	Solemos	prestar
demasiada	atención	a	la	piel,	al	descarte,	al	desperdicio;	nos	preocupamos	por	no
“herir	susceptibilidades”,	y	en	esa	sobreprotección,	disminuimos	el	valor	integral
de	la	persona.	Tomamos	sus	defectos	como	si	fuera	lo	único	que	importara.	¿Me
vas	a	decir	que	nunca	te	pasó?	Dale,	hablás	con	alguien	que	te	cae	bien,	y	de
pronto	te	enterás	de	que	es	infiel,	o	que	maltrató	a	alguien,	o	que	votó	a	tal	o	cual
presidente,	y	entonces	todo	cambia:	empezás	a	evaluar	a	esa	persona	solamente
por	eso	que	considerás	su	defecto.	Tomás	el	camino	más	fácil.	Seguís	una	línea
de	pensamiento	cómoda:	“Si	fue	infiel,	tiene	que	ser	malo”.	Pero	eso	se	llama
prejuicio,	prejuicio	es	igual	a	escudo,	y	los	escudos	se	levantan.	Fin	de	la
discusión.
No,	debemos	usar	lo	bueno	y	lo	malo,	más	allá	de	profundizar	sobre	por	qué	la
persona	hizo	o	dejó	de	hacer	algo.	Por	ejemplo,	tengo	un	amigo	que	es
recolgado,	no	mira	su	teléfono	muy	seguido,	no	le	importa,	vive	en	la	suya;	y
está	bien,	al	parecer	le	sirve.	Ahora	bien,	si	yo	algún	día	necesito	de	alguien	por
una	urgencia,	no	voy	a	llamarlo	a	él,	porque	jamás	va	a	atender	el	puto	teléfono,
pero	no	por	eso	mi	amigo	pasa	a	ser	inutilizable.	Hay	otras	cien	cosas	que	puedo
aprovechar	de	él.	Y	él	de	mí.
Generalmente	ponemos	nuestras	expectativas	en	zonas	blandas,	nos
decepcionamos,	y	automáticamente,	echamos	la	culpa	al	otro.	Claro,	qué	fácil,
¿no?	Vos	sos	una	pobre	víctima	de	la	circunstancia,	libre	de	culpa	y	cargo,	un
pobre	ser	olvidado	de	la	mano	de	Dios,	aferrado	por	las	garras	de	la	traición,	y
tenés	derecho	a	llorar	y	ñañaña.	¡Bueno,	basta!	La	utilización	de	las	personas	es
un	arma	de	destrucción	masiva	operando	para	el	lado	de	los	buenos:	si	sabés
observar	y	analizar	cada	situación,	en	vez	de	llorar	y	victimizarte,	podés	sacarle
jugo	a	la	gente.	Insisto,	en	el	buen	sentido.
Mi	amigo	el	colgado	jamás	me	daba	bola	en	situaciones	de	emergencia,	pero
siempre	fue	un	buen	consejero.	Entonces,	mi	táctica	fue	simple.	El	amaba	comer
tortilla	de	papa,	y	yo	hago	una	tortilla	bastante	buena.	Entonces,	qué	hacía:
exacto,	lo	tentaba	con	mi	tortilla	(no	existe	técnica	de	manipulación	positiva	más
poderosa	que	cocinarle	a	alguien),	él	mordía	el	anzuelo,	con	mi	tortilla	de
carnada,	y	a	partir	de	eso,	yo	obtenía	sus	mejores	consejos,	y	él	disfrutaba	la
mejor	tortilla	del	continente.	¿Se	entiende?
Sé	que	la	manipulación	se	ve	como	algo	negativo,	pero	en	el	fondo,	todos
manipulamos	y	somos	manipulados.	Incluso	manipulan	aquellos	que	dicen	que
manipular	está	mal:	mil	veces	hemos	visto	llorar	sin	lágrimas	a	un	chico	por	una
golosina,	que	a	la	mínima	distracción	olvida	por	completo	ese	caramelo,	y	deja
de	llorar	como	por	arte	de	magia.	Somos	manipuladores	natos,	y	hay	que
aceptarlo.	Sé	que	suena	extraño	este	concepto	en	estos	tiempos	de	corrección
política,	pero	miralo	de	este	modo:	cuando	te	llama	tu	abuela	para	decirte	que
hizo	tu	plato	favorito,	vos	cancelás	todo	y	vas	a	su	casa.	Ella	gana	con	tu
presencia,	tu	compañía,	porque	te	extrañaba,	y	vos	no	sólo	ganas	su	afecto,
porque	la	querés	a	tu	abuela,	obvio,	sino	que	también	disfrutás	tu	plato	preferido.
¿Qué	puede	haber	de	malo	en	ese	intercambio?	La	utilización	positiva	del	otro	te
lleva	a	grandes	lugares.
Profundizando	en	este	asunto	de	la	utilización	positiva,	podría	decir	que	a	veces
se	torna	negativa,	y	es	cuando	la	gente	necesita	de	una	manera	obligada	al	otro,
cuando	desarrolla	una	necesidad	compulsiva.	No	queremos	eso	bajo	ningún
punto	de	vista.	Queremos	ser	individuos	con	opciones,	con	libertad	para	decidir.
En	este	capítulo	vamos	a	hablar	sobre	qué	pasa	cuando	no	podés	utilizar	algo
que	puede	darte	otro,	o	simplemente	no	querés	hacerlo,	porque	te	fallaron	tantas
veces	que	terminaste	dejando	de	confiar,	dejaste	de	intentar	y	te	rendiste.	Pero
rendirse	no	es	una	opción.	Al	menos,	no	por	mucho	tiempo.	SI	TE	RENDÍS,
GANAN	ELLOS,	¿te	acordás?	Molesta	esta	frase,	pero	la	puse	ahí	para
provocarte,	para	animarte	a	la	lucha.	Vayamos	a	tu	infancia:	no	querés	nada,
estás	tranquilo,	pero	de	repente	ves	que	a	tu	hermano	le	regalaron	justo	ese
juguete	que	vos	te	morías	por	tener.	Te	chupa	un	huevo	qué	le	regalaron	en
particular,	lo	que	te	jode	es	que	ahora	él	tiene	más	que	vos.	¡No	es	posible,	no	lo
soportás,	tenés	que	ser	igual	o	mejor	que	él!	Claro,	son	los	celos	típicos	entrehermanos	pequeños,	pero	volviendo	al	presente,	¿por	qué	no	utilizamos	ese
mecanismo	de	berrinche	siendo	grandes?	Desde	ya	que	no	lo	haremos
retorciéndonos	en	el	piso	con	una	rabieta	infantil,	pero	sí	luchando	como	adultos
con	todas	nuestras	fuerzas.	Que	ganen	los	demás,	en	mi	mente	significa	que	yo
perdí.	Ellos	están	ahí	para	ser	utilizados,	en	este	caso,	como	catapulta.	“Pero
Marcos,	una	catapulta	es	un	arma.	La	bola	sale	disparada,	y	al	caer	produce
daños”,	dice	mi	psicóloga,	alarmada	por	mi	pensamiento	supuestamente
violento.	Pero	acordate,	una	cosa	es	ser	violento,	y	otra	ser	agresivo,	pelear	por
lo	que	querés	es	sano,	pero	siempre	requiere	de	una	cuota	de	agresividad.
Mientras	mi	terapeuta	hablaba,	yo,	muy	mal	paciente,	pensaba:	“Yo	no	estoy
pensando	qué	pasará	cuando	la	bola	de	mi	catapulta	toque	tierra,	yo	estoy
volando	feliz	por	el	cielo”.	Discutimos.	Ganó	ella.	Siempre	lo	hace,	y	me
encanta.	Pero	yo	sigo	pensando	lo	que	pienso.
Siempre	me	sentí	disminuido	con	respecto	a	otros.	Incluso	me	pasa	hoy,	aunque
esté	conforme	con	mi	cuerpo,	tenga	un	buen	pasar	económico,	esté	feliz	con	mi
profesión	y	entusiasmado	con	mi	futuro.	A	veces	me	saludan	por	la	calle,	y	se
siente	lindo,	pero	son	boludeces,	porque	en	realidad,	lo	único	que	interesa	es
cómo	te	sentís	profundamente.	¿O	no?	Hay	días	que	estás	mal,	y	días	que	estás
bien,	pero	lo	material	no	cambia,	las	personas	a	tu	alrededor,	tampoco.	El	que
cambia	todo	el	tiempo	sos	vos,	y	no	te	gusta.	Porque	el	cambio	a	nadie	le	gusta,
pero	el	cambio	es	la	única	constante,	diría	Attaque	77.
Uh,	Marcos,	¿entonces	sólo	puedo	estar	seguro	de	que	ocurrirá	eso	que	no	me
gusta?
Bueno,	vas	a	fracasar.	Pero	tampoco	te	vas	a	sentir	cómodo	en	el	fracaso,	¿no?
Podríamos	seguir	así	todo	el	día.	El	cambio	y	el	fracaso	deberían	ser	tus	mejores
aliados	en	esta	cruzada	de	la	vida,	para	utilizarlos	y	aprender	de	ellos	todo	el
tiempo.
Volvamos.	Tengo	lo	que	muchos	desean	y	así	y	todo	no	me	alcanza.	Espero	que
algún	día	me	alcance,	pero	no	lo	digo	como	una	meta	a	conseguir,	más	me
interesa	el	aprendizaje	que	pueda	hacer	en	ese	camino.	Ampliaremos.
¡Volvamos,	dije,	carajo!	Aún	hoy,	habiendo	dejado	la	obesidad	en	el	pasado,	me
resulta	difícil	entrar	en	un	local	de	ropa.	Me	cuesta	horrores	ir	a	lugares	de	ropa
cara,	que	además	es	la	que	me	gusta,	y	es	obvio,	antes	no	podía	comprarla,	y
ahora	sí.	Cada	vez	que	voy	a	entrar,	el	prejuicio,	los	escudos,	todo	lo	malo	que
me	puede	pasar	se	me	presenta	como	montañas	de	mierda,	con	un	cartel	en	la
cima	que	dice:	NO	PERTENECÉS	ACÁ;	SOS	POCO,	y	otras	boludeces	del
estilo.
Pero	ahora	mi	conciencia	sabe	que	soy	fuerte,	y	ataca	sin	piedad	con	todo	su
ejército.	Antes	no	entraba	al	local	que	quería,	seguía	de	largo,	iba	a	tiendas	de
autoservicio;	ahora,	me	obligo	a	sufrir	lo	que	necesite	para	aprender:	me	veo	otra
vez	arriba	de	la	bicicleta,	intentando	llegar	a	los	pedales,	tratando	de	hacer
equilibrio,	pensando	en	no	caerme	en	lugar	de	disfrutar	la	experiencia,
padeciendo	el	desafío.	Entro	al	local	y	digo	un	“hola”	bajito...	¡que	nadie	vaya	a
acercarse,	por	favor!,	que	no	me	vean,	quiero	pasar	desapercibido.	“Estoy
mirando”,	miento,	para	sacarme	de	encima	al	que	intente	atenderme.	Bien	pussy.
En	inglés,	pussy	es	una	forma	de	referirse	vulgarmente	a	la	vagina,	y	los	yanquis
lo	usan	para	indicar	cobardía,	independientemente	de	que	la	vagina	es	todo	lo
bueno	de	la	vida,	por	miles	de	razones	que	ahora	no	vienen	al	caso.	Pero	se	me
pegó	esa	muletilla	vulgar,	me	encanta,	y	la	voy	a	seguir	usando	porque	sirve	para
representar	un	sentimiento:	cuando	me	compro	ropa,	me	pongo	muy	pussy.	La
versión	argenta	sería	“conchita”.	Me	pongo	muy	conchita.
En	una	oportunidad	que	debía	comprarme	bastante	ropa,	antes	de	entrar	al	local
y	así	tenso	como	estaba,	me	acuerdo	haber	pensado:	“¿por	qué	me	intimida	el
vendedor?	Si	yo	soy	el	que	va	a	comprar,	a	él	le	debe	chupar	un	huevo	mi
presencia”.	Pero	el	miedo	es	el	gran	emperador.	Está	siempre	ahí,	listo	para
librar	su	batalla,	y	la	quiere	ganar.
Entré	al	puto	local,	compré	mucha	ropa,	bolsas	enteras	de	ropa,	siempre
pasándola	mal	en	cada	cambio	de	talle,	pensando,	este	pibe	me	debe	estar
odiando.	Estuve	como	una	hora	ahí.	Al	final,	voy	a	la	caja	y	me	encuentro	con
que	el	mismo	pibe	que	me	atendió	es	el	que	cobra.	Me	dice	el	monto	y	me
pregunta	cómo	quiero	pagar.	Termina	la	transacción,	y	antes	de	que	yo	abandone
el	lugar,	me	dice:	“Marcos,	sos	un	genio.	Amo	tus	videos”.	Sonreí,	le	dije
gracias,	y	me	fui.
Al	traspasar	la	puerta	me	sentí	bien,	pero	un	segundo	después,	me	sentí	mal	por
haber	cedido	al	prejuicio,	por	dejar	al	miedo	ganar	tan	fácilmente,	por	no	sentir
un	poco	del	amor	propio	que	tanto	intento	cosechar.	Pero	aprendí,	me	juré	que
nunca	más	iría	a	comprar	ropa	sin	sacarle	a	ese	acto	el	peso	emocional.	Cuando
me	compro	chicles	en	un	kiosco	no	me	preocupo	por	si	el	kiosquero	se	fija	en	mí
o	no.	¿Por	qué	tanto	problema	por	una	remera?	Sí,	ya	sé,	por	mi	pasado.	Pero
bueno,	el	pasado	ya	pasó.	Ahora	soy	esto	que	soy,	y	me	tengo	que	ver	como	esto
que	soy,	si	no,	quiere	decir	que	no	aprendí	nada.	Y	ese	es	mi	límite:	puedo
permitirme	ser	esclavo	del	miedo	por	un	rato,	pero	nunca	me	permitiría	no
aprender.	Aprendo	o	muero.	En	este	caso,	la	utilización	positiva	fue	con	el
vendedor:	él	no	sabía	que	una	parte	de	mí	lo	utilizaba,	y	creo	que	yo	tampoco	lo
sabía,	pero	si	podemos	concientizarlo,	se	puede	capitalizar	mejor.	No	sé	cómo	se
pasa	del	inconsciente	al	consciente,	seguramente,	una	horda	de	psicólogos	me
odiaría	si	leyera	esto.
Este	es	un	ejemplo	tonto	de	lo	que	es	competir:	si	me	hubiera	ido	de	ese	local	sin
haber	aprendido	mi	lección,	habría	ganado	el	vendedor,	sin	siquiera	saber	que
estaba	en	una	competencia.	¿Se	entiende?	No	rendirse	no	tiene	que	ver	con	ser
un	Terminator	del	inconsciente.	Tiene	que	ver	con	aprender	de	cada	experiencia.
¿Que	por	qué	lo	pongo	en	modo	de	competencia?	Vos	siempre	compitiendo,
Marcos.	Es	verdad,	pero	yo	te	digo,	la	vida	es	una	competencia.	Es	una	forma
justa	de	medir	las	cosas:	los	deportes,	las	ciencias...	cuando	no	hay	arreglos
sucios	por	detrás,	gana	el	mejor,	¿no?
“Ser	el	mejor”.	Esas	tres	palabras	destruyeron	más	vidas	que	todas	las	bombas
atómicas	juntas.	Y	hay	una	frase	peor:	“Ser	el	mejor	o	no	ser	nada”.	Cuánto
padre	infeliz	escurrió	las	lágrimas	de	sus	hijos	para	humedecer	la	sequedad	de
sus	propias	derrotas.	La	competencia	debe	ser	sana.	Nunca	un	mecanismo	de
destrucción.	La	competencia	tóxica,	enferma.	Entre	batalla	y	batalla,	se	entrena
la	fuerza,	la	confianza,	la	paciencia.	Imaginate	un	batallón	de	psicólogos	que	en
cada	batalla	va	a	levantar	el	ánimo	de	la	tropa:	“Vamos,	chicos,	perdimos	300
kilómetros	de	territorio,	pero	que	no	decaiga,	la	próxima	será	mejor”.	Es
gracioso,	pero	es	así	como	tiene	que	operar	tu	cerebro:	tenés	que	ser	lo
suficientemente	bueno	con	vos	mismo	como	para	comprender	que	“equivocarte
es	parte”.	Pero	sólo	es	parte	si	aprendés,	si	no,	es	una	simple	y	vulgar	derrota,
pero	no	de	las	que	nutren,	más	bien	de	las	que	destruyen,	las	que	abren	esas
heridas	que	después	es	difícil	cerrar.	Equivocarte	es	lo	mejor	que	te	puede	pasar
si	te	esmerás	en	encontrar	el	tesoro	escondido	en	la	experiencia	del	fracaso.
Capitalizar	el	error	es	encontrar	la	llave	que	te	va	a	abrir	la	puerta	de	la	libertad.
Perder	esa	llave	es	quedar	atrapado	en	el	dolor.
Si	te	rendís,	ganan	ellos.	En	cambio,	convertir	la	derrota	en	aprendizaje,	pasando
cerquita	del	dolor,	pero	sin	quedar	atrapado	en	él,	acercándote	peligrosamente	al
abandono	para	verlo	de	cerca,	pero	sin	sumergirte	en	él,	es	la	manera.	Sos	un
boxeador	ágil,	anticipás	los	golpes,	esquivás,	te	movés,	aprendés	de	cada
movimiento,	ganás	experiencia.	Los	golpes	que	entran,	duelen,	y	pueden	llegar	a
noquearte,	pero	la	competencia	termina,	y	¡fue!	Listo.	No	importa	el	resultado.
Mantenete	en	movimiento	que	lo	demás	viene	por	añadidura.
Las	personas	sumidas	en	una	depresión	suelen	ser	sedentarias.	Están	quietas,
abandonadas,	y	el	movimiento	físico,	por	ridículo	que	parezca,	te	activa,
motoriza	tu	humanidad,

Continuar navegando

Otros materiales