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Di Cesare, Marcos Sos infeliz y es tu culpa / Marcos Di Cesare. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Bärenhaus, 2021. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-8449-13-5 1. Superación Personal. I. Título. CDD 158.1 © 2021, Marcos Di Cesare Corrección y edición: Pablo Laborde Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L. Todos los derechos reservados © 2021, Editorial Bärenhaus S.R.L. Publicado bajo el sello Bärenhaus Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A. www.editorialbarenhaus.com ISBN 978-987-8449-13-5 1º edición: julio de 2021 1º edición digital: julio de 2021 Conversión a formato digital: Libresque No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina. https://www.editorialbarenhaus.com/ Sobre este libro Este cocinero deja por un rato los fuegos para narrar con lenguaje sencillo y honesto su íntima lucha, esa que debió pelear a los golpes y a lágrima viva, revelando al que le apostaba a perdedor que de ese ring lo bajaban muerto, pero no vencido. Di Cesare no escribe por victimismo narcisista, sino para afianzar la seguridad de quienes enfrentan ahora combates similares. Se arremanga, y exhibiendo orgulloso su no more excuses, muestra cómo sacó de las sobras de su vieja vida, una nutritiva vida nueva de concentrado y delicioso sabor. De estas páginas no chorrea el almíbar del mainstream, donde “chefs” de forzado acento italiano se empecinan en referirse a la pasta en primera persona del plural. Di Cesare escribe como cocina y como vive: con el alma, con la cabeza, y con el producto vital de los ovíparos. Atreverse a su universo es aceptar que si sos infeliz, es tu culpa. Pablo Laborde Vil otoño del veintiuno Sobre Marcos Di Cesare Marcos Di Cesare nació en Buenos Aires en 1982. Es cocinero, maestro pastelero y cara visible de un reconocido canal de YouTube con decenas de miles de suscriptores. Actualmente, desarrolla el ambicioso proyecto de dar a conocer la elaboración del pan artesanal hecho a base de masa madre. Este libro reúne las experiencias gastronómicas y personales que lo convirtieron en un referente del rubro y de la vida; y dará que hablar, porque ayudará a muchos a escuchar de una vez el grito de sus sueños. Índice Cubierta Portada Créditos Sobre este libro Sobre Marcos Di Cesare Dedicatoria Prólogo Antes, un poco de contexto Tu problema sos vos Cuanto menos creí en mí, más sufrí Equivocarte es parte Sos así porque tus ganas se diluyen en dudas Aprendé a soltar eso que te lastima Aquel que pretenda apagar tu luz merece quedar electrocutado Desear eternamente es de mediocre, hacé que las cosas sucedan de una buena vez Si te rendís, ganan ellos Buscá preguntas, no respuestas Valés, valorate Si no estás preparado para empezar de cero, no merecés participar de la carrera Sos lo que intentás Saltá, ya en el aire, vas a ser mejor que el que estaba en el piso dudando Encontrá lo que te hace bien y dedicale tu vida Despresurizate, men No existen mayores potenciadores que el miedo y el dolor Mejor conocerse en el abismo que sólo intentar sobrepasarlo Amá esos esenciales momentos de dolor Coraje mata duda Si no arriás las velas se hunde el barco Cambiá error por enseñanza Apoyate en lo que sos para alcanzar lo que no sos Si gana el miedo, perdemos todos Si te caés, levantate Si te levantás siempre, la caída deja de importar No te quiere porque vos no te querés El amor de tu vida sos vos Buscás afuera lo que está dentro tuyo Lo siento y te digo Transformá el dolor en crecimiento Lo peor que puede pasar es que sigas siendo lo que sos Tu mejor venganza es ser feliz Valés más de lo que creés, sólo falta que te enteres La vida es eso que pasa mientras te quejás de todo y no hacés nada para cambiarlo Sé el protagonista de tu vida Sé tu propio héroe Agarrá eso que te hace especial y llevalo al extremo Basta de excusas Epílogo Este libro está dedicado a la persona más importante de mi vida: a mí mismo. Prólogo Siempre me pareció una pérdida de tiempo imaginar al escritor detrás de eso que yo leía. Nunca me importó la persona en sí. Que sea croata, tintorero o equilibrista, me da exactamente igual. Sí me importa lo que hace esa persona: si alguien escribe algo, seguramente será porque antes ha pensado, y a mí me gusta nutrirme de ese pensamiento. Algunos románticos llaman magia a esa conexión. Yo prefiero llamarlo ROBAR. Lo único que me interesa es robarle a ese que escribe, hacer propio algo de su reflexión, atesorar cualquier mínima cosa que me haga evolucionar (palabra que mi terapeuta detesta). Ups, ya te conté algo de mí. Bueno, creo que sería justo presentarme: me llamo Marcos, y mi intención con este libro es que aprendas a sufrir. Empecemos. Antes, un poco de contexto Estoy escribiendo esto en el marco de una pandemia mundial, y no existe mejor coyuntura para introducir el tema de este libro: la percepción de las cosas. La palabra pandemia suena a algo malo; y de hecho, lo es, ¿no? Bueno, depende, a mí me permitió alejarme de la rutina diaria para poder escribir esto que estás leyendo. Estamos todos encerrados, evitando que un virus se propague, qué mejor momento para sentarse con uno mismo, algo que en general odiamos. Odiar estar con uno mismo lleva a buscar la felicidad en otro, paradójicamente, otro que también se odia. Contradictorio, ¿no? Sí, pero de esa forma es más simple echar la culpa afuera en vez de ver los propios errores, la manera más fácil de vivir una vida mediocre, de poco conocimiento personal, en una eterna y perpetua queja, que lo único que hace es alejarnos del centro de la cuestión: todo lo que nos pasa es responsabilidad nuestra. Soy cocinero profesional. Llegué a “manejar” mucha gente, fui un “líder”; hago videos en YouTube que se hicieron populares, tengo una forma de expresarme que la gente tilda de “original”, aunque los que alguna vez pisaron una cocina saben que mi forma de hablar es común en este medio. Además, tengo una cuenta de Instagram en la que de vez en cuando escribo frases motivacionales. Las publico con un fondo negro, con la menor producción posible. También, me gusta Batman, el metal progresivo, y Seinfeld. Ahora, la pregunta es… ¿algo de eso importa? No. Nada de eso importa un carajo. La razón que me llevó a escribir este libro es egoísta. Lo escribo para mí. Después de todo, los libros son para el que los escribe, si no, los escritores no firmarían sus obras. Mi aporte, o al menos lo que pretendo, es mostrarte otra visión de la vida, desde una mirada más compleja, más profunda, pero sobre todo, más incómoda. Si aquí buscás autoayuda, estás equivocado. La intención de este libro es que indagues dentro tuyo, que descubras quién sos; o para decirlo como se debe: quién carajo sos. Siempre creí inteligente aprender de los errores de los demás. Obviamente, es imposible nutrirse del mismo modo de un error propio que de uno ajeno, y no espero que aprendas de mis propios errores; pero si pudieras detenerte a analizar algo de lo que yo te transmita en este libro, quizá logres capitalizarlo. Es lo único que espero de vos. Que puedas capitalizar las experiencias buenas y malas que yo te comparta. Y sí, sé lo que estás pensando: quién se cree este pibe para venir a enseñarme. Y yo te digo, olvidate de mí, no importo yo, como te decía antes, no importa el individuo, importa lo que hace. Que no te importe si soy croata, tintorero o equilibrista. Como otros mil cocineros, tengo un tatuaje en el brazo. El mío dice BASTA DE EXCUSAS. En mi trabajo es muy normal la excusa. Bah, supongo que en el de todos, pero los demás trabajos a mi no me interesan. “No llegué a cocinar la carne”,“estoy a pleno”, “son muchas cosas”, “no puedo”. Como esas, miles de excusas. Aquello que no lográs o no tenés o no alcanzás; no lo lográs, no lo tenés o no lo alcanzás, por las excusas. ¿Extremista?, puede ser, pero ¿hay algo más extremista que querer ser feliz? No, no lo hay. Es el mayor anhelo, la punta más extrema del deseo, el fin último. Las excusas son el alimento de tu zona de confort, el amor eterno y tóxico a tus “no puedo”, a tus “a mí no me sale”, a tus “no es para mí”, a tus “otros lo tienen porque tienen suerte”. Claramente, la cosa no es así: el factor suerte juega un papel preponderante, sí, pero, ¿realmente te conformaría conseguir algo sólo porque el destino fue favorable? Ahí la tenés a la hija de puta: la ZONA DE CONFORT, sentenciándote una y otra vez a una vida mediocre. La excusa en sí misma es hermosa: me encanta verla, analizarla, entender por qué la pongo ahí; si yo quiero algo, ¿por qué me pongo una barrera?, ¿cuál es la razón? Es simple, la razón es: porque quiero. Quiero verme infeliz, quiero creerme débil, quiero ser nada, quiero victimizarme y quiero ser mediocre. ¿Pero quién querría semejante cosa? Te digo quién: vos. Porque cuando sos infeliz, no tenés nada que perder, aceptás que tu vida es eso, y dejás de pelear por algo mejor; o sea, elegís el camino fácil, el camino en el cual los demás deciden por vos, el destino es rey, y vos sos un pasajero más de un tren de mierda que te lleva donde quiere. Y el día que te quieras bajar de ese tren, va a ser tarde. La gente que dice que nunca es tarde, te miente. A veces, sí es tarde. Ojalá que no te pase. Todo es posible si ponés tu mente en ello. Suena súper motivacional, lo sé, suena perfecto, y lo es. Es totalmente posible, pero preferís pensarlo como idealista para no trabajar en conseguir eso que querés. Ya desde el momento en que tu mente entiende que tu objetivo es posible, se abre a algo nuevo. Sólo tenés que hacerlo. Suena fácil, ¿no? No lo es, para nada. La excusa va a estar ahí para ponerte a prueba. Podés subirte a ella como un remolque que te lleve a destino, o podés usarla como una barrera, pero quiero que sepas que es una decisión tuya. Nadie más puede sacarte de ese plano. Sólo vos. Un famoso boxeador decía: “… lo cierto es que cuando suena la campana, te sacan el banquito y uno se queda solo”. Y tenía razón. Y yo agrego: qué lindo es estar solo y bien. Tu problema sos vos Qué lindo sería creer esto. Sería el principio de una decisión sanadora: yo tengo este problema, voy a trabajar para mejorar, tomará tiempo, pero puedo hacerlo. Pero no, siempre la culpa es del otro: “no me aman”, “no me aceptan”, “todos tienen la culpa, menos yo”. Más allá del chiste de Los Simpson, esto es algo que escucho todo el tiempo. Y cada día me cuesta más comprender. Porque, a ver… tenés un problema que te afecta, y frente a eso, ¿tu inteligente decisión es extrapolar el tema y culpar a otros, dejando la solución en manos de otra persona, que también se odia, que también está llena de excusas, y que tampoco se hace cargo de sus problemas? Quiero creer que no. La manera de resolverlo es siempre encarar el problema y trabajar para su solución. Ojo, ese es el camino largo, el que no te gusta, el camino difícil. Lo difícil es desafiante para la gente que se ama. ¿Vos te amas? Demasiado pronto para responder eso, esperemos un poco. Tu problema sos vos, y eso es hermoso, porque en tu ser está el problema, pero también la solución. ¿Promoverá esto el individualismo? Yo creo, fervientemente, que la felicidad colectiva sólo puede ser lograda a través de la felicidad individual. ¡Pará! ¿No era que los demás no importaban? Contradicciones como esta vas a encontrar un montón en este libro; las contradicciones son la base del pensamiento. Pensá por vos, acá vas a encontrar sólo palabras. Cuanto menos creí en mí, más sufrí Amo esa frase, la amo hoy porque odié su significado durante mucho tiempo: imaginate que pudiste levantar las excusas, que dejaste de ser tu propio obstáculo, y justo en ese momento… ¡dejás de creer en vos y empezás a sentir que no podés! Es súper comprensible, pero quedarte en ese estado puede ser peligroso. Pensar que no podés es la peor excusa, y pensás que no podés porque estás viendo solamente el final del camino, y yo te digo que los sueños o deseos deben asumirse completos. ¿Qué quiero decir? Si tu sueño es llegar a la cima de la montaña, tu cerebro no piensa en el entrenamiento, en el campamento, en la estrategia, en nada; tu cerebro te ve en la cima, sonriendo como un pelotudo. Te ve subiendo a Instagram tu poco original aventura, y más que nada y lamentable, buscando el reconocimiento ajeno. Así vamos mal. Por el contrario, creer en vos como autor de un logro, va a dibujar en tu cara una sonrisa inolvidable y honesta, y eso es algo que podés guardar para utilizar en los momentos de duda, cuando las defensas bajen. Aprender una frase como “yo creo en mí” antes de encarar la batalla diaria de la vida puede resultar de vital importancia. Las frases “yo puedo” o “yo soy de los que hacen” van a llevarte, inevitablemente, a la evolución. A veces pienso en las personas que no disfrutan el camino, y me cuesta comprenderlas, como me cuesta comprender haber sido una de ellas. Volvamos al ejemplo de la cima de la montaña: ¿no habrá valido la pena todo el sacrificio, todo el tiempo de entrenamiento, cada paso, cada pensamiento, cada puto momento en el cual fuiste feliz en el recorrido? Algo me dice que estás pensando que me estoy contradiciendo otra vez, y es posible, pero para mí, la mediocridad no consiste en no llegar a la cima, la mediocridad consiste en no dejar todo en el intento. No creer en vos te va a llevar a un mundo de dolor, y no precisamente dolor del bueno, del que enseña, sino del otro, el dolor que lastima, ese que alimenta la voz del odio propio (existe odio propio así como existe amor propio). La duda es el enemigo, y debe ser desterrada a toda costa. Yo suelo ver a la duda como una torta de chocolate, vos podés verla como algo que te tiente mucho; porque cuando te estás cuidando en una dieta, podés decir que no a equis tentación, pero no podés evitar la duda. Pero puede ser un ejercicio divertido: dudar, ir por todo, lastimarse y sufrir, atesorar, capitalizar, ser mejor, evolucionar. Lo peor de dudar no es la parte práctica, es lo que se sufre dudando. Cuando estás sentado sin haber hecho nada, autodestruyéndote a “no-puedos”, inmóvil, inerte, siendo nada, ni siquiera un intento, la duda te lleva a mirar hacia afuera, a buscar aprobación, a ver sólo las posibilidades del otro, y eso no es recomendable, es algo lamentable. Sí, vas a tener gente que te va a estimular para que lo intentes, pero si necesitás de ellos para hacerlo, estás complicado. A mí me gusta llamarlos placebos, y no son más que otro tipo de excusas. Te aviso que no sirven, o sólo sirven como una motivación secundaria, pasajera, vaga. Ay, Marcos, ¿no es un poco extremo lo que decís? Ya lo dijimos, nada más extremo que buscar ser feliz. Antes de ser cocinero, cuando era más joven y tenía obesidad mórbida, me pasaba el día sentado en un sillón mirando películas. Me acuerdo particularmente de Matrix, la escena en que Morpheus le ofrece a Neo una oportunidad. Básicamente, le dice: “Escuchame, nene, ¿querés saber la verdad?, ¿vivir la realidad?, ¿querés jugártela? O preferís seguir viviendo esta vida de mentira, esta vida horrenda que vivís ahora… Tenés que tomar una decisión”. Quizá no se lo dijo tan así, imaginátelo más cinematográfico, pero la verdad es que todos los días, cuando me levanto, me imagino a Morpheus ofreciéndome dos pastillas: ¿Qué queres? ¿Querés ser feliz? ¿O querés ser esto que sos ahora? Mi respuesta cambia según los días, pero sé que siempre podés ser alguien diferente, alguien mejor; vos sos el que tiene el frasquito de pastillas, la elección es tuya. Qué loco pensar que tenés el control, ¿no? Bueno no tenés control, para nada, al mundo le chupas un huevo, y está bien que así sea. Lo que sí podés controlar,o mejor dicho, trabajar, es en cómo te impacta ese mundo a vos. ¿Me van a lastimar? Me defiendo. Muestro que conmigo no se jode. Si me atacan, recibirán una respuesta agresiva. Ojo, ser agresivo no quiere decir ser violento: agresivo es bueno, violento es malo. Ya lo explicaremos, ojalá me acuerde, y si no, vas a tener que pensar. Qué cagada, ¿no? Equivocarte es parte En uno de mis videos, por miedo a que se me caiga una tortilla de papa cuando la daba vuelta, solté la frase “equivocarte es parte”; hoy, a la distancia, comprendo el impacto que esa frase tuvo en mí: equivocarte es lo mejor que te puede pasar, lo más nutritivo. Conectarte con el abismo te hace humano. El error es incontrolable, impredecible, pero podés aprender de él. “No se debe tropezar dos veces con la misma piedra”, una boludez grande como una casa: yo tropecé mil veces con la misma piedra. ¿Y sabés qué? ¡Voy a seguir tropezando! ¿Hasta cuándo? Hasta que aprenda. Vos, ¿cuántas veces te caíste de la bicicleta? ¿A la segunda caída ya abandonaste? No. Te caíste todas las veces que necesitaste para aprender a andar. Del error se aprende. El error vuelve una y otra vez para enseñarte. Tenés que aprender a querer al error, enamorarte de él; porque amarlo, nutrirte de su enseñanza, será tu salida del abismo. Hablo con mucha gente, tanto virtual como personalmente, y siempre me sorprende lo mismo: la gente hace o deja de hacer cosas en relación a cómo se siente. Ejemplo: Hoy estoy triste, no voy a entrenar. Claro, pero al trabajo vas, y rendís. O sea, si te pagan, lo hacés. Ya sé, me vas a hablar de OBLIGACIÓN. Excelente. Tenés razón. Entonces, te digo: OBLIGATE a estar mejor. Fácil, ¿no? No, ya sé que no es fácil. No funciona así. En verdad, nadie sabe cómo funciona. No hay una fórmula, porque todos somos distintos, y el estímulo que le puede servir a uno, al otro quizá no le sirva. Lo que sí puedo decirte, y estoy muy seguro de lo que te digo, es que estar bien o mal depende de vos. Los problemas, los errores, las tristezas van a seguir estando, pero está en vos cómo te los tomes. La decisión es tuya. EQUIVOCARTE ES PARTE; quedarte llorando sobre la leche derramada, ¡NO! Había un chef que decía: “A mí no me importa si se derrama la leche, enseguida estoy buscando otra vaca”. Un grande. Equivocate las veces que sea necesario. No pasa nada. Posta. Nada. Sos así porque tus ganas se diluyen en dudas ¿Cuántas veces dejaste de hacer algo por miedo? ¿Cientos? ¿Miles de veces? ¿No creés que esa falta de valor influya de forma directa en tu personalidad? Te lo confirmo: INFLUYE. Son pequeños ladrillos de duda que construyen tu cárcel privada, ese edificio enrejado que te hace sentir a salvo. Qué loco encerrarse para sentirse a salvo, ¿no? Pero en alguna medida, todos lo hacemos: nos escondemos de nosotros mismos, y nuestras ganas de vivir, mueren. Nos gusta sentirnos mediocres. Nos encanta. Hay un ejemplo universal: alguien te gusta, y no te animás a decírselo. Analicémoslo: te gusta, pero elegís no decírselo porque temés que te rechace, ¿no? Bueno, para mí, no. Desde mi punto de vista, no tiene que ver con el rechazo. Para mí tiene que ver con la ilusión y la duda. Me explico: en realidad, te enamoraste de la ilusión que fabricaste en tu cabeza, y jamás vas a amar a nadie como a esa ilusión. Porque ningún ser humano puede ser tan perfecto como esa ilusión que creaste a tu medida. No querés la realidad, querés vivir en la fantasía de la duda: convertís tus metas en inalcanzables para alimentar la ilusión, esa que te va a llevar a la infelicidad, así podés confirmar que sos un infeliz, y conseguís el permiso para seguir quejándote y no hacer nada. ¡Ay, Marcos! ¡La amo tanto, no puedo estar sin su calor! Yo te digo: ¡MENTIRA! ¡Si ni siquiera sabés quién es! Lo que decís amar es la ilusión. Te enamorás de tu ilusión, y gozás tu fracaso, porque hundirte en el fracaso te da un extraño placer, y entrás en ese círculo vicioso que retroalimenta tu mediocridad. ¿Y sabés por qué no se lo decís? Porque si te dice que sí, ya no vas a tener de qué quejarte. Tendrías que asumirte feliz, y vos no querés eso. Vos preferís lamentarte, vivir en la duda. La duda llega para cobijarte de la realidad. Suelo comparar al ser humano con otros animales. Me gusta emparejarlo con un león, con un mono, o con lo que carajo sea. Entonces me imagino a un tigre en carrera en busca de su presa, y a un tipo que le diga pará, pará, ¿pensaste bien esto? ¿Realmente te vas a comer a ese pobre jabalí? ¿Estás seguro? ¿Te imaginás al tigre dudando ante esa pregunta? ¡No! LOS ANIMALES NO DUDAN. ¿Y sabés por qué? Porque más allá de la limitación cerebral del animal, al tigre le importa un carajo la suerte del jabalí, y no le interesa qué pensarán otros tigres, ni otros jabalíes. Tampoco le importa qué pensarán los veganos, o cuán atormentada se haya levantado hoy Greta Thunberg. El tigre tiene hambre, quiere comer, ve carne, se manda, va con todo. Y si puede con su presa, come. Si no lo logra, no se echa al piso a lamentarse: sin dudar, busca otra presa. De algo estamos seguros: no va a parar hasta que coma, no se va a morir de hambre. Comparemos: te gusta una persona y tenés ganas de decírselo. Sos un tigre, divisaste a tu presa. Te acercás, le decís lo que tenés que decir, no importa qué, no hay un manual, aunque decirle la verdad no estaría mal. Por ejemplo, le decís simplemente que te gusta. Listo. Terminó la historia (o comenzó una buena historia). Terminó la duda. ¡Sos libre, chau cárcel! No importa lo que esa persona te responda, porque ese es su asunto, su propia elección. Ya sé, te vas a basar en el ejemplo de antes y me vas a decir que el jabalí no elije. Y yo te digo: el jabalí podría haber estado más atento, no alejarse de la manada, etcétera. Si el jabalí estaba ahí, podía ser cazado. Si la persona del ejemplo andaba por ahí, una de las posibilidades era que vos fueras y le dijeras que te gustaba. Somos las elecciones que hacemos y las decisiones que tomamos. Odiás leer esto, ¿no? Lo que intento decir es que todo sería mucho más fácil si no te hicieras tanto drama con cada cosa. Sin tanta mentira, sin tanta duda, vivirías mejor. Debería ser como respirar, como existir, como caminar: vos no te ponés a pensar cada movimiento que hacés: adelanto una pierna, ahora la otra, ahora de nuevo la primera… balanceo los brazos acompañando el movimiento… ¡No! ¡Caminás y punto! ¿Querés encarar a alguien? ¿Querés cambiar de trabajo? ¿Querés raparte y tatuarte el logo de Metallica en la frente? ¡HACELO! Nada más hermoso en este mundo que hacer lo que tengas ganas. Y creo que no hace falta que te diga que el único límite es no joder a los demás, ¿no? Pensalo de este modo: los que dudan, viven en una cárcel. Lo ves en sus ojos, en su actitud; pierden, sufren, y lo peor, quieren verte también en la cárcel, para no sentirse ellos tan miserables. Nada más peligroso y tóxico que la duda. La propia es peligrosa y tóxica. La duda ajena, mata. No tenés que dudar de vos mismo, pero mucho menos permitas que te envenene la duda ajena. Eso te condenaría a cadena perpetua. Hoy está muy de moda hablar de gente tóxica. Básicamente, se trata de personas que intentan lograr que tu vida sea una mierda, que te influyen negativamente, que te desacreditan, te minimizan, te ningunean. Estas personas no dudan: están determinadas a joder, y les sale bien. Son tigres dispuestos a pegar el zarpazo a la presa que se les cruce. Es raro que fallen. Son Terminators con una única misión: hacerte dudar para conquistarte, y no precisamente en el sentido romántico. ¿Y sabés por qué lo logran? Porque vos se lo permitís. Porque dudás. Dudás hasta de quién sos. Estas personas peligrosas te ganan porque no dudan. Tienen sed de sangre, y vos con tu duda te convertís en su presa perfecta. ¿La solución? Una decisión a tiempo. Dejá de dudar. Parate de frente y mirá a los ojos al tóxico, eso lo debilita notablemente. Es su kriptonita. Mostrale que hay amor dentro tuyo, que te querés, que no se va a poder aprovechar.Mostrale que tu luz brilla tanto que puede enceguecer a cualquier tigre pelotudo con ganas de joder. Basta. Absorber la toxicidad es una elección. Te guste o no, todo lo es. Dudar es igual a morir. ¿Siempre los extremos, Marcos? Controlate, men. Te aseguro que se puede morir en vida: gente derrotada, colonizada por la duda; gente que ya no intenta nada, que no levanta la mirada. La vida puede golpear muy duro a veces. Un día me di cuenta de que existe algo que yo llamo remolcadores. Son canciones, videos, o cualquier historia de ficción o no, con el poder de sacarte de un estado y pasarte a otro. En mi caso, las películas fueron mi principal remolcador. Hay una en particular: Rocky. Seguro que la conocés, pero si no, se trata de una persona pobre que trabaja en un frigorífico, y es además boxeador amateur. Contado así parece una boludez, pero esa película enseña algo increíble: el protagonista no se sufre a sí mismo, va detrás de lo que quiere, y cuando no lo quiere más, lo deja. Si necesita ayuda, la pide. Y se nota a la legua que es una persona simple, que no necesita de todo lo que después logrará, pero tampoco se sentiría pleno si no hubiera dejado todo para alcanzar su sueño. Un tigre. Y eso sin contar al actor, un italoamericano con la cara torcida que de la nada llegó a la cima del mundo. ¿La moraleja? NO DUDES. En la película, Rocky gana y pierde varias veces. Lo tiene todo, y en el instante siguiente, pasa a no tener nada. Extremos, sí; y él a veces flaquea, y pareciera que la duda va a vencerlo, pero no, porque él jamás duda de su verdad. Ay, Marcos, es un personaje de ficción. Es cierto, pero la vida de la persona no fue muy distinta a la del personaje: un tipo que sin nada llegó a todo. Okey, no niego que la duda aparece en la vida, el asunto es qué hacemos con ella. Pongamos un ejemplo asqueroso pero muy bueno para graficar lo que quiero expresar: un grano horrible lleno de pus que te sale en medio de la frente. El grano está ahí. Duele, molesta. Y vos dudás: ¿qué hago?, ¿lo exploto?, ¿lo dejo ahí? Puta, todos lo van a ver. Ma sí, lo tapo con algo y ya fue. No, pero eso lo va a hacer más notorio. ¡Qué hago, Dios! ¡Grano de mierda! Bueno, por empezar te digo que deberían importarte menos los granos. Hay cosas peores, te lo aseguro. Yo soy de los que lo explotan y a otra cosa. Me importa un carajo lo que digan los demás. ¿Quién no tuvo un grano alguna vez? Sí ya sé, de grande esto es una gilada, pero en la adolescencia puede ser una semana entera de dolor, de vergüenza, de incomodidad. Es lógico que te asalte la duda sobre qué hacer, pero no tenés que dejar crecer esa duda. Tenés que resolver. Si lo querés explotar, explotalo. Si lo querés lucir como un tercer ojo, lucilo. Los demás, que se vayan a la mierda. Después de todo, es tu grano, y tenés derecho a cosecharlo como quieras. Ojo, yo no digo que te conviertas en un idiota que se caga en el otro. No te confundas. Sólo digo que respetes tu convicción. Tu espacio termina donde empieza el espacio del otro, pero tu espacio es sagrado, y dentro de él, mandás vos. Me explico mejor: la duda siempre es venenosa, pero el veneno más mortífero te lo mete la duda en el ámbito social. Tenés que estar muy atento a lo que dejás entrar. He visto gente derrotada, sufriendo por un comentario negativo en una red social. Se trata de personas demasiado frágiles como para ofrecer pelea, que prefieren quedarse en el piso disfrutando las patadas. Todos fuimos esas personas alguna vez. Todos vamos y volvemos de ahí. Caer es inevitable, como es inevitable la duda. Pero quedarte o no en la lona es tu elección. Como quedarse o no en la duda. El piso sólo debería servirte para saber que existe un lugar donde caer, pero no para permanecer. Rocky diría: no importa cuán duro te hayan pegado, vos levantate. Y yo creo que es necesario que nos conectemos más con nuestra parte animal. ¿Viste alguna vez una animal caer y permanecer caído? Jamás. Rebota como si el piso le quemara. El animal sabe que no hay nada que pueda aportar ese piso, y que quedarse ahí tirado es absolutamente imperdonable, porque pone en riesgo su propia vida. Negar nuestra animalidad es negar nuestra humanidad. ¿Y por qué tus ganas se diluyen en la duda? Podés enojarte conmigo por asumir que sos de una manera o de otra, pero lo que tenés que entender es que hay una ley universal que determina que si tenés muchas ganas de hacer algo y no lo hacés, habrá consecuencias. Y no precisamente consecuencias positivas. Si tenés ganas de comer un alfajor y no lo comés, la consecuencia será menor; si tenés necesidad de salir de una relación que te hace mal, o de un trabajo que no te llena, y no das el paso, la consecuencia será mayor, y puede llegar a ser una consecuencia de vida. Hay personas a las que un desamor o una situación extrema las llevó al tipo de vida yo no puedo porque me pasó esto. Bien, es válido. Mediocre, pero válido. No conozco mejor sentimiento que el de haber salido de un lugar de mierda para entrar en uno hermoso. En mi caso, el descenso de peso hizo que mi vida cambie radicalmente. Te imaginarás que bajar a la mitad tu peso corporal tiene un impacto en la vida, ¿no? ¡Claro que lo tiene! Tiene impacto social, emocional, afectivo, físico… Podría seguir, pero ya sabés: tiene impacto en TODO. El día de mi cuarta operación reconstructiva me obligué a tomar una decisión: “¿Qué quiero ser?”. Para los que no lo saben, cuando bajás mucho de peso, te quedan colgajos de piel que tienen que extirparte. Entonces, ya no era gordo, ahora tenía un peso normal, y me resultaba muy loco haber trabajado tanto para lograr algo que la mayoría tiene por defecto; pero tuve que asumir que yo mismo me puse en ese lugar de mierda: no tenía ningún problema hormonal ni nada por el estilo. Simplemente comía. Comía en cantidades industriales. El porqué de eso lo estoy debatiendo en terapia aún hoy. Yo creo que era un modo de llamar la atención, un gigantesco AQUÍ ESTOY, voy a expandir mi cuerpo hasta que me vean. Y me vieron, pero no cambió nada. O sí, pero para peor. Vi a mi mamá llorar muchas veces sólo de mirarme, seguramente preguntándose en qué se equivocó para que su hijo de dieciséis años pesara 178 kilos. Y yo pienso que no hizo nada mal. No la culpo de nada. La responsabilidad de mi vida siempre fue y será mía. Este es mi cuerpo, y yo debo gobernar sus impulsos. Tardé años, literalmente, años, en salir de la cárcel del cuerpo. Y no es peor que la cárcel de la mente, en verdad, son cárceles interconectadas. Y esa puta cárcel interconectada te lleva a la autodestrucción, al peor dolor, te convierte en un inoperante y te lleva a bajar la guardia. Me abandoné, me sumergí en el abismo, dejé de existir, aunque seguía vivo. Estaba muerto en vida. Y como estaba muerto en vida, habían muerto mis ganas de todo. La duda se había apoderado de mí, estaba feliz la hija de puta haciendo conmigo lo que quería. Infelicidad, mediocridad, dolor, miradas ajenas compasivas, privaciones, imposibilidades, el escenario perfecto para una vida de mierda, sin mérito alguno. Pero claro, una vida tranquila. Tranquila como un cementerio. Pobrecito, Marcos… viste el tema del peso… Y bueno… no puede, pobre. Lo que duele escuchar eso no tiene comparación. Y lo peor es que yo no reaccionaba, los dejaba apuñalarme. Los odiaba. Me odiaba. Me odiaba tanto que comía más y más. El círculo calórico perfecto. Muerto en vida. Se puede estar biológicamente activo pero mentalmente muerto, o al menos, querer estarlo, que para el caso, es más o menos lo mismo. No creo que meterme más en la miseria sea el camino correcto, espero que hayas entendido la idea: una ballena azul, encallada en una cama, comiendo el día entero, intentando ser invisible. Muy inteligente, ¿no? ¿Por qué se dio todo así? Porque me esclavizó la duda. A cada intento de salida, me bajaba yo mismo la barrera. Cada intención de levantarme de esa cama, una papa frita más, un chocolate; el espejo… la remera que no entraba… excusas perfectas para seguir ahí postrado.La excusa es como el camaleón: sabe camuflarse para pasar desapercibida, a simple vista no la ves, pero está ahí, siempre lista. Pero un día todo cambió. Fue cuando vi el piso más duro que de costumbre. Duro y lejano, como desde un precipicio, y supe que si caía no sólo iba a doler más, sino que podía no volver a levantarme. Tuve miedo por primera vez. Miedo real, ese que paraliza. Marcos, si seguís así te vas a morir. Y entonces, las ganas, la necesidad de vida, superaron a la duda. Sé que suena trágico, pero todo fue tal cual lo cuento. Un día como cualquier otro, simplemente hubo un click; pero nada más, no recibí un mandamiento divino, ni se me apareció Mufasa entre las nubes. Nada. Un día dije basta, y empecé a moverme, a querer cambiar. Solitariamente, decidí que el cambio era posible, y que tenía que planear la manera de salir de ese agujero. Desde aquel día, ya no me sentí mal, ni gordo, ni nada. Ya no era una ballena varada, ahora era un felino yendo por su presa. Llegar a ser normal era lo que más me importaba, y mi manera de lograrlo era parecerme lo más posible a un animal, al menos en espíritu. Necesité de mi instinto animal para salir de esa trampa. Pero tengo que decir que todo fue bastante planeado, porque el éxito se planea. Se planea en secreto. Y no por mantener reserva con los demás para que no se “queme” nuestro proyecto. No, se planea en secreto por intimidad, porque semejante decisión de vida depende sólo de vos, la tomás vos, y pocas cosas son más íntimas y secretas que esa. El plan “descenso de peso” (sí, parece un plan de medidas económicas) se iba a apoyar en tres patas fundamentales: un médico clínico, una nutricionista, y una terapia psicológica. Poderoso, ¿no? Yo diría a prueba de fallas. ¡Qué iluso! Como si pudiera existir algo a prueba de fallas. La terapia psicológica fue fácil: amo hablar sin parar, soy transparente, y además, tuve la suerte de que me tocara un gran profesional, que me escuchara a fondo, a conciencia. La parte nutricional fue difícil: siempre odié a los nutricionistas. Hablan de tu cuerpo como si fuera de ellos, como si fuera fácil cambiar hábitos tan naturalizados, como si cualquiera pudiera leer y asimilar ese papelito del orto con esa puta dieta. Bueno, yo no podía. Yo necesité más, yo quería alguien que me acompañara en el proceso. Y en busca de eso fui a ver al médico, quería saber todo sobre mi cuerpo. Por más que nos odiamos por años, en esta teníamos que estar juntos, así que nos sentamos a conversar los tres: mi médico, mi cuerpo y yo. ¿Cuántos años tenés, Marcos? Yo pasaba por poco los treinta años, y se lo dije sonriendo al médico: cuando te querés poco, sonreís ante desconocidos para generar lástima o piedad. ¿Y cuánto pesás? Lo dije como si nada: 178 kilos. Yo esperaba que me mandara a hacer una dieta estricta, que me diera pastillas y demás. Pero no. ¿Consideraste la opción de un bypass gástrico? Al escuchar eso me reí. No, claramente nunca había considerado eso. Y se lo dije, explicándole que eso era para gente realmente enferma que necesitaba de una medida extrema. Yo en el pasado había bajado 80 kilos, y también se lo dije. Marcos, pesás casi 180 kilos, tenés treinta años. Tu vida está en riesgo. Tenés que tomar seriamente la opción del bypass. Si seguís así, te vas a morir. Después de decir eso, me pidió perdón por su atrevimiento, su frontalidad, su transparencia. Y me acuerdo haber pensado que vivimos en una sociedad tan enferma, que decir la verdad es razón para pedir disculpas. Mi primera reacción fue de total rechazo: “No, yo no estoy tan mal… esto no es para mí…”. Es increíble cómo funciona la negación: yo era un muerto en vida, pero como nadie en mi círculo cercano me decía nada, y yo no me sentía tan mal físicamente, creía que la solución estaba en comer un poco menos, y listo, creía tenerlo todo bajo control. Pero el médico insistió: Andá a ver a estos especialistas, hacete estos análisis, volvé, y hablamos. Cuando concretamente te dicen que te vas a morir, se acaba la joda. Ahí te das cuenta de que tanto no te odiabas: querés vivir, querés una vida normal, querés tener a alguien que te quiera, querés realizar tus proyectos, querés caminar por la calle sin tener que cruzarte de vereda para que no se rían de vos, querés usar la ropa que te gusta, querés entrar cómodo en una butaca de cine; y como esas, mil cosas más. Lejos de victimizarme, saber que podía morir fue lo que me puso el motor a todo lo que daba. Sin contar todos los trámites que tenés que hacer, y que tu obra social tiene que cubrirlo porque no es barato, además tenés que calificar para el bypass. Sí, hay un peso que tenés que alcanzar, y yo lo superaba por mucho. Por primera vez la obesidad tenía una utilidad y me hacía clasificar para algo. El proceso quirúrgico es medianamente simple: veinte días sin comer sólidos, un par de días de internación, otros veinte días sin comer sólidos. ¿Podía lograrlo alguien que comía 24 empanadas y 6 alfajores en un día? Bueno, yo pude. Simplemente, porque quise lograrlo. Un año después de esa operación había perdido 80 kilos, y me sentía mejor que nunca en la vida. Aproximadamente seis años antes había perdido el mismo peso, pero me vi recuperarlo en poco tiempo. Pude subir y bajar de peso muchas veces. Entonces comprendí que debía enfocarme en cambiar mi mente, no mi peso corporal. Si mi mente cambiaba, el peso corporal se normalizaría. A otros les pasa con las drogas, con el cigarrillo, con el sexo... a mí, con la comida. La comida es lo peor: es barata y de fácil acceso, tu adicción se torna indisimulable físicamente, y como si fuera poco, te aísla y deja solo, mientras que otras adicciones se comparten socialmente, el adicto a la comida vive su pesadilla en soledad. No sé qué hubiera pasado si mis ganas de ser normal se hubieran diluido en un mar de duda. Sólo sé que nunca más voy a permitir que la duda me aparte de mis sueños. Aprendé a soltar eso que te lastima Cuando te ves luchando con un bachero porque dejó sucio su sector, como chef ejecutivo —y creeme que suena más cool de lo que es—, no te sentís tan ejecutivo. Sin embargo, ese tipo de cosas eran las que más me gustaban del trabajo: me hacían bien, me sentía importante, y esa sensación duró varios años. Me nutría de mí mismo, y de la experiencia vivida en la cocina; por la creación de recetas, por la relación con los cocineros, por el hecho de tener la cocina de una empresa a cargo. Suena bien todo esto, ¿no? Bueno, estuvo bien por un tiempo, pero al final me empezó a pasar lo mismo que cuando me propuse ser “normal”, cuando quise bajar de peso. En este caso, simplemente quería ser más libre: me di cuenta de que estaba trabajando muchas horas para otros, y eso es aceptable para una etapa de la vida, pero al llegar a cierta edad, cumplir horarios y tener un jefe, puede resultar odioso. Me costaba poner mis prioridades por delante, y con mi pasado, ¿cómo no iba a costarme? Pero bueno, esas son excusas. La cuestión es que el día que decidí renunciar, sentí lo mismo que aquella vez que había perdido 80 kilos, sólo que tuve la sensación de perder toneladas. Y no sólo se me alivianó el peso del cuerpo, sino que también se me alivió la opresión en el pecho. A veces pienso que uno se agarra de esa imagen con la que se define: trabajo en equis lugar, esta es mi novia, tengo tal ideología... Hoy pienso diferente: hoy soy simplemente yo. Yo soy yo, y punto. Intento agarrarme de mí, y no de una imagen de mí. Es muy común que esto te pase en una relación de pareja: ¡Qué será de mí sin ella! ¿Cómo voy a seguir después de esta ruptura? O la peor: ¡Cómo hago para decirle que ya no la quiero! Vamos por partes: una cosa es que ames a alguien, eso hablaría bien de vos; otra cosa muy distinta es que necesites de otro como de una droga, que seas adicto a otra persona. Si necesitás de alguien para seguir respirando, estamos mal. Porque más allá de que seas como un parásito que se aprovecha del amor del otro, no sólo no le das amor y lo extorsionás afectivamente,sino que además te convertís en una carga emocional para esa persona; y al principio la manipulación no se nota, pero a la larga, ese cáncer hace metástasis, y la relación que parecía eterna, se rompe. Por otra parte, un vínculo sano nace de “ser” aparte de tu pareja, de ser un individuo que tiene lo que necesita dentro de sí, porque ha trabajado y sigue trabajando en ese amor; y si te amás, amar a otro pasa a ser una elección, no una necesidad desesperada; algo liviano, algo que no te entierra, algo que no es una lucha perpetua; simplemente está ahí, es una decisión. Tu decisión. Si amás bien, te van a amar bien, y si por cualquier motivo no te amaran, o te amaran mal, tu propio amor va a alcanzar para no derrumbarte. Atreverte a decirle a alguien que creés que ya no deberían estar juntos es un acto de liberación y valentía: liberás a esa persona de tus propias dudas, y creeme que siente esas dudas, y le duelen. Si no se lo dijeras, seguirías viviendo una mentira, que sólo serviría para sumergirte en una vida mediocre, en que el amor pasa a ser como un trabajo, una obligación que tenés que “cumplir”, algo que niega tu necesidad individual, que te lastima. Y además, serías muy deshonesto con el otro. ¿Acaso puede llamarse amor a algo pesado y doloroso? No, para nada. Eso no es amor. O por lo menos, no es un buen amor. Para que sea un buen amor, debe ser liviano, debe fluir, debe ser sincero y transparente. De otro modo, la sombra va a oscurecer tu vida y se va a quedar con todo lo que te importa. Y eso causa dolor y reacciones deprimentes, de las que no todo el mundo sabe aprender. Pero ojo, una cosa es ser seguro de uno mismo, y otra cosa es ser una mierda: la compasión y la empatía siempre deben estar por encima de todo; y esa liberación te sacará el peso que ya no querés cargar. A veces cuesta, lo sé. Yo me sentía más cómodo sentado por horas jugando a la Play que ahora afrontando situaciones; pero la personalidad se forja atravesando tormentas, no pelotudeando con un joystick. Si mirás la vida pasar, vas a ser una persona débil, y el éxito no se lleva bien con las personas débiles. La comodidad te hace blando. Muchas veces tu propio pensamiento te lastima, y es lo primero que tenés que soltar: el “NO PUEDO” en tu mente. Sé que suena medio de novela, muy motivacional, pero es que siempre me dio mucha bronca eso de echarse a perdedor. ¿Qué es esa mierda? Sí, ya sé: Mejor me rindo antes de empezar, así no sufro. Dejate de joder, acordate de Rocky. Si estás a dieta, o en plan de descenso, y te dan ganas de comer algo por fuera de ese plan, simplemente NO LO COMÉS; o por lo menos intentás con todas tus fuerzas no hacerlo. Por algo sos un ser racional y no un mono. Entonces, razonás: Pará, si yo quiero bajar de peso, no debería comer esto... Punto. Y esa voz en tu mente que te niega lo que vos te morís de ganas de hacer, no es más que tu propia evolución disfrazada de villana. Es el diablito en el hombro que por un lado te provoca porque quiere ver qué hacés con la insatisfacción, cómo te las rebuscás para posponer la gratificación; y por otro lado, como una madre sobreprotectora, te tienta con la comodidad: Cuidado si salís a la calle, nene... te puede pasar algo malo... Ese diablito hijo de puta te está exigiendo para hacer de vos alguien mejor, quiere verte pelear. ¿Y vos qué vas a hacer? ¿Te vas a acurrucar en tu rinconcito haciéndole caso a mami? ¡NO! Vas a gritar: ¡En la calle me puede pasar algo malo, pero también puedo encontrar un millón de dólares, diablito del orto! Ah, y otra cosa: mucho cuidado con los otros diablitos por fuera de tu mente, esos que “quieren ayudarte”, y que no son más que gente insegura, envidiosa y deprimida, ansiosa por llevarte a su nivel. Aquel que pretenda apagar tu luz merece quedar electrocutado Por más bíblico que suene el título, debemos tatuarlo en nuestra mente. Pasé años soportando pasivamente a gente tóxica plantándome el miedo, para después ver cómo cosechaban el dolor que brotaba de ese miedo. Mi dolor. Y sí, yo era un campo fértil, y me sembraban cualquier yuyo de mierda. Pero poco a poco y con fuerza de voluntad empecé mi propia huerta emocional, y lejos de los consejos “agrotóxicos”, pude hacer crecer un jardín orgánico súper nutritivo, autosustentable y eterno, en que el amor propio floreció. Pero siempre supe que cualquier cosa que valiera la pena, como mi hermosa huerta de amor, necesita de esfuerzo y constancia. Empezar a trabajar en el Instituto donde estudiaba fue un gran honor, me hacía inevitablemente sobresalir, en lo bueno y en lo malo, y me exigía ser mejor. Me parece justo: no era fácil entrar a trabajar ahí. Me había recomendado una persona especial que siempre voy a recordar con mucho afecto, un demente hermoso con quien compartí los mejores momentos de mi aprendizaje. Seguramente vean sus Martips (Martín tips) en muchos de mis videos. Como él se iba de aquel lugar, quería que yo lo reemplazara. Y así fue. Entré, aprendí mucho, y también llegué a enseñar. El asunto es que un día asistí a la clase de un profesor que cocinaba, y yo tenía que tener todo preparado desde antes, así como lo ves en la tele: sí, el boludo que le alcanza las cosas al protagonista. Ese era yo, y era muy feliz. Pero en aquella ocasión, al terminar la clase, el profesor me cita en el salón principal, y me dice: “Cuando me enteré que eras vos el que iba a entrar, le dije al director que no te tome, que eras demasiado nerd y no ibas a ser funcional. Hoy te quiero pedir disculpas, porque me equivoqué”. Una actitud noble. Al menos eso pensé en aquel momento. Pero esa persona después se vio intimidada por mí, y trató de destruirme. Por supuesto que no pudo. ¿A qué voy con esta anécdota? A que hay gente que sin saber nada de vos, sin siquiera intentar conocerte, va a asumir que sos un idiota, o se va a sentir amenazada, y va a intentar destruirte. Esa es la gente que hay que desterrar de nuestra vida. Y ojo con los ámbitos supuestamente inofensivos como los grupos de amigos, porque ahí la toxicidad se disemina como un virus. El mediocre promedio tiene una única manera de brillar: apagar tu luz. Necesita apagarte para que su propia luz débil parezca brillar con más intensidad. Pero lo bueno es que es fácil detectar al mediocre: si encendés tu linterna emocional y brillás con todas tu fuerzas, ese roedor saldrá corriendo asustado por tu luz. ¿Querés saber quién te quiere bien y quién no? Brillá con toda tu intensidad, prendé todas tus luces. El que ría con vos, disfrutando tu luz, te quiere; el que entrecierre los ojos encandilado, no. A ese, desterralo. Reíte, que se ilumina el mundo. Tu luz hará que corran las ratas ladronas de tu bienestar. Y esa luz la generás vos sin más combustible que el de tus ganas. Sólo con eso vas a desterrar al que quiere verte caer. Porque lo que no sabe ese pelotudo es que vos conociste el piso, vos ya caíste, y te sentís cómodo en el piso, podés quedarte ahí todo lo que quieras, aunque elijas levantarte; no sabe que el piso es tu catapulta, y que cuanto más abajo te empujen, más alto vas a salir disparado: te vas a elevar tan alto que hasta te van a perder de vista, y desde arriba vas a ver tan chiquititos a esos mediocres, que ya ni el destierro hará falta, porque vas a comprender lo insignificantes que son, que siempre fueron, y tu amor iluminará la sombra de su toxicidad. Desear eternamente es de mediocre, hacé que las cosas sucedan de una buena vez ¿Suena agresivo? Okey, lo que digo es: SÓLO SE SALE DE LA MEDIOCRIDAD SI EL DESEO SE CONVIERTE EN ACCIÓN. Y recordemos diferenciar agresivo de violento. Violento hubiera sido: “No servís para nada”. Eso sí sería poco motivador, ¿verdad? Ser agresivo con lo que uno quiere lograr es un buen reflejo de nuestra animalidad, y también ejemplo de constancia y amor propio. Ser agresivo es buscar lo que uno quiere a través de un método, de estudiar el asunto en cuestión, de buscar por todos los medios posibles la manera de conseguir un resultado. En cambio, se es violento a travésde la fuerza bruta o psicológica, para provocar la derrota del otro ante su impotencia. Pero enfoquémonos en nosotros: ser agresivo con uno mismo es exigirse para ser mejor, ser violento es lastimarse, ser cruel. Agresivo sería “es difícil, pero voy a intentarlo”; violento es “no sirvo para esto, ni siquiera lo intentaré”. AGRESIVIDAD = AMOR; VIOLENCIA = DERROTA. Creo que sería extremadamente peligroso pensar que un objetivo no cumplido es algo negativo. El título de este capítulo puede prestarse a confusión, pero en verdad, hacer que las cosas sucedan no tiene que ver con el objetivo en sí mismo, ni depende exclusivamente de nosotros, y aceptar esto es clave en toda la evolución: plantar un árbol depende de vos, que crezca y se desarrolle bien, claramente, no. ¿Lo plantaste? Sí. ¿Conseguiste el objetivo? Bueno, parcialmente. Quizá no al cien por cien, pero, ¿qué podés hacer vos con las leyes de la naturaleza? Vos hiciste tu parte, que era plantar el árbol. Lo demás escapa a tu voluntad. ¿Querés ejemplos más reales? Okey, entiendo. Yo también los querría. Siempre intenté por todos los medios escudarme del dolor. Esa era mi estrategia, crear un escudo. Cada vez que veía una película de guerreros con escudos, pensaba: “No se puede ver a través de un escudo. Ante el ataque, ponés el escudo, y la espada enemiga lo golpea, pero vos no podés ver al atacante, sólo te cubrís”. Siempre me pareció algo estúpido, porque pienso que no hay nada mejor que ver claramente el ataque. Creo que la mejor defensa real, que a largo plazo da el mejor resultado, es ver a través del escudo; o sea, enfrentar el dolor, no taparlo. Y esto puedo decírtelo ahora, pero antes yo no lo sentía así, antes, todo era tapar y tapar, comer y comer, sufrir y sufrir, y no soportaba enfrentar la realidad. Es decir, no soportaba bajar el escudo y enfrentar al enemigo cara a cara. Escudarte del dolor es lo más violento que podés hacer con vos. Llevémoslo al extremo: imaginate de rodillas, sosteniendo el escudo, resistiendo el embate enemigo. Llega un momento en que sostener el escudo se hace imposible, los golpes aumentan en cantidad y fuerza, cada golpe es esperado, conocido, sabés cómo se siente, y llega un punto en que querés soltar el escudo, porque te das cuenta de que el enemigo está usándolo en tu contra, convirtió tu escudo en una de sus armas, quizá la más letal, y entonces comprendés que el escudo fue inútil todo este tiempo. A veces es mejor curarse de una herida que jamás haberla tenido. ¿Complicado? Vamos al ejemplo, tenemos que dividir un poco la cosa: la bronca de no conseguir algo deriva del tiempo que invertiste para conseguir esa cosa sin conseguirla, de la pasión que pusiste en un sueño que no se concretó. Pero yo llegué a entender que hay dos partes fundamentales en todo proyecto: la que podés controlar, y la que no. Y hoy de algo estoy seguro: podés controlarte a vos mismo. El primer paso para cualquier objetivo es saber de qué estás hecho, si estás preparado para tal tarea, y sobre todo, si realmente lo querés. Hay una frase muy conocida que representa bien la idea: “Si de verdad lo querés, lo conseguís, y si no, nunca lo quisiste”. Para mí, no es tan así: desde mi punto de vista, si lo conseguís, es porque dejaste todo en la cancha, además de que te ayudaron ciertas condiciones. Las condiciones externas son difíciles de aceptar porque es imposible controlarlas. Y es importante tener claro tu objetivo. Pongamos un ejemplo concreto: un examen. Todos alguna vez estuvimos expuestos a un examen. Es horrible. Lo odiamos, pero es clave para el aprendizaje. Obviamente, aprobar matemática no te va a hacer mejor persona, pero sí te va a poner a prueba, y no creo que exista nada más motivador y divertido que el desafío. Ante ese examen, vos tenés opciones. Estudiar, o no. Asumamos que te comiste todos los libros, que te convertiste en un erudito todopoderoso de las inecuaciones, que nada puede detenerte a la hora de despejar la incógnita de X; que estuviste practicando y estudiando semanas enteras. Nada puede salir mal, ¿verdad? Hiciste tu parte, que era estudiar, incorporar nuevos conocimientos a tu cerebro, aplicarte como alumno y estar listo para aprobar ese examen. Mañana es el gran día, te entregarán la hoja, y vos podrás mostrarle al mundo tu poder matemático. Pero llega el gran día y vos te quedás dormido: la alarma del celular, por alguna extraña razón, no suena, y se esfuma tu posibilidad de demostrar todo lo que aprendiste. No hay una justificación creíble para no oír el despertador, así que no podés hacer nada. Faltaste. Tenés un uno (1). ¿Esto quiere decir que no sabés de matemática? ¿Quiere decir que no estabas listo? ¡NO! Nada de eso. Quiere decir que sos humano, y que hay cosas que no podés manejar, y que van a suceder independientemente de tu voluntad. Aunque parezca un ejemplo tonto, se puede aplicar a muchas cosas de la vida. La vida puede ser muy injusta. ¿O no? Bueno, yo creo que no, porque cada injusticia en realidad nos enseña, por lo que paradójicamente la vida termina no siendo tan injusta, o en todo caso, uno puede decidir cómo capitaliza las injusticias que le toca vivir. Pero eso lo piensa el “yo” de ahora; y estábamos hablando del “yo” de antes. Lo que realmente importa es cómo manejás la desilusión, cómo procesás la experiencia del resultado adverso. ¿Para qué equipo jugás? ¿Para el equipo “APRENDÍ Y SIGO”, o para el equipo “LLEGUÉ TARDE Y VOY A PRENDER FUEGO EL COLEGIO”? O sea, vas a ser un aprendiz agresivo, o vas a ser un pirómano violento. Lo que tal vez no sepas, es que a la gente que elije el incendio, el fuego termina enseñándole de la peor manera. Pero podés aprobar ese examen, tener tu vida ordenada, haber bajado de peso, ser una persona normal con una vida normal, ver luz donde antes había oscuridad, y de repente, enterarte de que tus papás están enfermos. No uno. Los dos. Y recibir la noticia de que pronto dejarán de estar a tu lado. Es más complicado que no llegar a un examen, ¿verdad? Bueno, sí, pero de nuevo, todo depende de cómo lo tomes. Por supuesto que lleva más tiempo y requiere más fuerza resolver o asimilar un problema jodido que una boludez, pero es siempre lo mismo: la vida puta que nos desafía, que nos evapora los escudos, que nos pone a prueba. Y vos, ¿quién querés ser? ¿El que aprende de los errores o el que se enoja con la vida? Te aviso que el enojo puede llevarte tan abajo, que no habrá escudos que te protejan, porque el enemigo está adentro, el enemigo sos vos, y tus ganas de destruir nacen en tu interior. Y ya sé, me vas a decir que estar enojado, con un miedo incontrolable, es un estado pésimo para tomar decisiones, y puede ser, pero la vida sigue su ritmo, aunque sea injusta, y vos no querés quedarte atrás. ¿O sí? Creo que la traducción “perfecta” (palabra que según mi psicóloga tengo que dejar de usar) de la frase “hacer que las cosas pasen” es: “Esforzarse al máximo para conseguir un objetivo”. Si ese objetivo se logra, bien. Si no se consigue, lo importante es aprender al máximo de la experiencia. Lo que no podemos permitirnos bajo ningún pretexto es ser blandos con nuestras ambiciones: lo que diferencia al mediocre del que no lo es, es justamente el “hacer”. Mientras el mediocre se queja, el otro sabe que la conquista de su objetivo no depende sólo de él, y que si no consigue ese objetivo, deberá aprender de esa pérdida y prepararse para la próxima oportunidad. Por otro lado, también es de mediocre la excusa “no lo conseguí porque esto me supera y no lo puedo controlar”. Siempre hay maneras de reducir al mínimo las posibilidades de fracaso, y trabajar en ese sentido te va a permitir dormir tranquilo, porque habrás hecho todo lo que estaba a tu alcance. Podés permitirte ser mediocre en el inicio de un proceso. Pararte en una posición intermedia, regular. No es malo ni bueno, es simplemente un estadio central en el que no te definís por una posición. Pero no sería positivo que te quedes ahí indefinidamente. Yo ya sé que no me voy a permitir nuncamás en esta vida estar en el centro de nada. Pasé muchos más momentos abajo que en el centro, pero siempre supe cuál era mi norte. Para algunas personas, estar en el centro es llegar a su máxima capacidad. Nada más desmotivador que la frase: “No todos nacimos para ser especiales”. Nacer es algo en lo cual vos no participás activamente, estás ahí y nada más. Una parte de la vida en la que uno no tiene incidencia, en que las decisiones, acertadas o no, las toman otras personas. No sé cuántos años tenés vos, que estás leyendo esto, pero te aseguro que suceden cosas en esa etapa que ni siquiera imaginás que existieron, pero que juegan un papel importante en tu crecimiento, desde el recuerdo de jugar con tu papá en una plaza, hasta el de sentirlo ausente. Te acuerdes o no, esas cosas te forjaron y están en vos, y si no sos mediocre, las vas a usar en tu beneficio. Siempre voy a sostener la frase: “aprendé y seguí”, aplica para todo, es sanadora y motivadora. ¿Te caíste de la bici? Aprendé y seguí. Fue solamente un raspón, no jodas. Aprendé y seguí. Pero vamos a ampliar un poco el ejemplo para profundizar la idea: tal vez suene redundante, pero ¿te pusiste a pensar cuántas veces tuviste que repetir determinadas acciones para aprender la mayoría de las cosas de la vida que hoy sabés y manejás? Sí, ya sé, tengo razón. Gracias. El ejemplo de la bicicleta es increíble, yo lo uso en mis cursos de pan. Hoy vivimos en una sociedad tóxica, mucho más peligrosa de lo que parece, una sociedad que mide el éxito a partir de lo que tenés, de cómo te ves. Y si bien la historia moderna demuestra que siempre fue así, la diferencia ahora es que todo es mucho más rápido, frenético. La tecnología nos jugó una mala pasada con respecto a esta cuestión: estamos deseando mucho y disfrutando poco, y creeme, mientras tanto, la vida se te va. Subir a la bici por primera vez es un logro, tanto para vos como para el que te está enseñando a usarla. Casi siempre se complementa el aprendizaje con rueditas de apoyo, o la persona que te está enseñando corre a tu lado hasta que te ve conseguir el equilibrio. Ahora imaginate sentado en un aula. Yo soy el “profesor de bicicleta”, te voy a enseñar a usarla, pero vos no te podés subir, sólo podés escuchar la teoría, para después, cuando llegues a tu casa, subirte a tu bicicleta a intentar andar igual que yo, que llevo años haciéndolo. Okey, llegó el momento: subís a la bici, intentás andar, te caés. Acá me voy a detener un minuto: ¿Qué opciones tenés ante la caída? Podés lamentarte y llorar, enojarte con vos, con tus papás, con tu cuerpo, por no llegar bien a los pedales... incluso podés enojarte conmigo ahora al leer esto; pero todo eso sería agarrártela con lo secundario, con lo que circunda al problema, pero no con el problema en sí. El problema en sí mismo, el que tenés que resolver, es que VOS NO SABÉS ANDAR EN BICICLETA, y para solucionar ese problema, ¿no es caerte justo eso que debería pasar? Me refiero a que ¿no deberías caerte una y mil veces hasta aprender? Sí, la bicicleta es cruel, y por más que se amortigüe tu aprendizaje con rueditas y padres entusiastas, te vas a caer igual, y va a doler. Y ahora vamos a entrar en algo que yo llamo “teoría del miedo”. La frase “cuidado que te vas a caer” es la mierda más grande que escucharon mis oídos. Tengo la teoría de que es más para quien la dice, que para quien la escucha. ¿No sería mejor escuchar a los padres decir: “Dale, caete, pero aprendé”? Claro que sería mejor, pero no va a pasar, ¿no? No lo sé, pero me gustaría que los que nos rodean nos inviten a sumergirnos en el miedo, a hacerle frente, no a temerle. Vengo de una familia tradicional italiana, llevo en la sangre el miedo a los aviones y las bombas. Más allá de sus pertenencias repartidas en un par de baúles que aún conservo, trajeron con ellos el bagaje del miedo: el miedo de no saber a dónde llegaban, el miedo de la guerra de la que escapaban, el miedo a secas. Y ese miedo se traslada. Creo que el miedo es la fuerza más poderosa del universo. Más que el amor. No me gusta este pensamiento, pero no voy a mentir: mirá a tu alrededor. ¿Quién pensás que gobierna? ¿El miedo o el amor? No soy pesimista. Si lo fuera no estaría escribiendo este libro, estaría derrotado y ya, y pienso que cada universo personal puede ser menos temeroso y más amoroso, pero depende de vos. El problema sos vos, ¿te acordás? ¿Cuántas veces amaste y cuántas tuviste miedo? Okey, no es una cuestión matemática, pero dale, pensá por vos, ese es el propósito de este libro. Si nos gobierna el miedo, el amor es imposible, pero la buena noticia es que vos sos el presidente supremo y eterno de tu mundo, sos el que decide. Es simple. Pero ojo, “simple” no quiere decir “fácil”. ¿Quiero amar o quiero tener miedo? Posta, preguntátelo. ¿De qué me nutro más? ¿Amo o temo? El miedo produce respuestas ambiguas, puede que te entierre antes de que te des cuenta, o puede que te avives y lo uses de trampolín. ¿Viste esas películas en que el monstruo se retroalimenta del miedo del protagonista? ¿Y que una vez que el protagonista lo enfrenta, el monstruo pierde poder? Bueno, esa es la vida. El protagonista se da cuenta de que el poder está en él: de su debilidad derivaba la fuerza del villano. Descubre que en su interior está la respuesta a todo. Y yo te digo: ¿Te tenés que fumar dos horas de película para entender que ese hijo de puta podía con todo? Bueno, algunos parece que sí. Hay gente que espera años para darse cuenta de que es el protagonista de su película: puede ser su propio proveedor de miedo, o liberarse para siempre y cortar de una vez ese suministro de mierda. Yo te digo: cortá con el miedo, no lo necesitás. O quizá sí lo necesites, porque el miedo es generador de duda, y la duda es generadora de movimiento. Pará, Marcos, ¿no era que la duda era mala? Nada es bueno o malo, todo es analizable. Tengo que decirte que diez años de obesidad mórbida te sentencian a pensar mucho, demasiado, de más, hasta el hartazgo. ¿Pero qué mejor que no tener tanto tiempo de analizar cada cosa, y mandarse con todo? Nada, porque aunque fracases, sabés que sos como Rocky, y te vas a poner de pie a esperar el próximo desafío. Siempre pensé que el miedo vuelve las veces que sea necesario, hasta que aprendés. Como la bici: primero te caés, después estás haciendo wheelie como un campeón. Recientemente tuve un grave accidente. No fue con una bicicleta, sino con una moto. Quedé inmóvil en una cama casi cuatro meses. ¡Qué bien! Tiempo para pensar. Pocas cosas causan más miedo que las motos: apenas decís que querés comprarte una, escuchás frases tales como: “No, vos estás loco”; “te querés matar”; “¿no ves cómo está la calle?”. A veces la familia no entiende. No es que sean malos, simplemente no entienden que nada puede parar tus ganas de disipar la duda. Tengo ganas de andar en moto, y listo. Qué sano sería un “¿y cuál te gusta?”; “¿de qué color la vas a comprar?”. En fin, la verdad es que con un “cuidate” alcanzaría. Ah, y por si no lo dije, tengo 38 años. Sí, mi familia es muy italiana. Compré la moto. Siempre fue un sueño para mí. La quise desde joven, pero mi condición de mediocre me impidió ir por mi sueño. Pero bueno, dejemos el pasado por un rato. La cuestión es que la moto finalmente llegó, y la usé casi dos años con una felicidad total. Era un pedazo de metal, sí, pero también un símbolo de libertad, la felicidad no venía de lo material sino del sueño cumplido, del objetivo hecho realidad. Trabajé muchas horas para ahorrar cada centavo para comprarla. Con las motos se genera una simbiosis, como que sos un único bloque con la máquina. Parece joda, porque más allá de que tenía a todo el mundo diciéndome que iba a chocar, yo era feliz con mi moto. Pero finalmente ocurrió: choqué. ¿Tenían entonces razón aquellos que pronosticaron el siniestro? ¿Sumó algo? ¿Suma algo? No, nada. Fue algo que llegó a mi vida para hacerme más fuerte. Sinceramente, antes de estar internado no lo sabía. No sabía qué era capaz de soportar.Fractura de cadera, lesiones graves en la pierna, cuatro meses sin caminar, acostado boca arriba sin salir de esa cama, casi sin poder moverme. Horrible, ¿no? Bueno, sí desde lo físico, pero el cuerpo no lo es todo. A partir de esto, crecí, convertí mi problema en la solución; mi duda en objetivo. Capitalicé cada momento que hablaba con la enfermera o con el médico, ¿estaba ahí por algo y para algo?, ¿estaba ahí para aprender o estaba ahí por nada? Nunca dejes que los pensamientos de la nada entren en tu cabeza: son como Voldemort entrando en la cabeza de Harry. Nada recomendable. Fue duro por momentos, no lo voy a negar: no podés ir al baño solo, te bañan en la cama, los días se hacen eternos, todos iguales. Mi solución fue simple: tomé la decisión de preguntar concretamente cuánto tiempo iba a estar en esta situación, y una vez que lo supe, me dediqué a aceptarlo y llevarlo de la mejor manera. No fue nada difícil, y esto es lo valioso: cuando ponés tu mente y amor propio por delante, no necesitás escudos, lo único que necesitás es entender que lo que pasó fue por un modo de vida que no estaba siendo nutritivo, y debía parar. Mejor dicho, cambiar. Y cambió. No sé si podría decirte que hoy estoy totalmente recuperado: todavía me duele la pierna todos los días. Pero jamás preferiría que esto no hubiera sucedido. Jamás. Y eso que nunca sentí tanto dolor como cuando era trasladado en la ambulancia. Pero yo le gané al dolor. Y más que nada, me gané a mí mismo, a mi yo anterior, el que estaba desbandado de trabajo y no podía disfrutar la vida. Me quedó una cicatriz gigante en la pierna que me impide olvidar que tengo que quererme, pero también que debo ser consciente de que el miedo puede estar, y derrotarlo es una decisión personal. Voy a comprarme otra moto apenas pueda, y voy a llevar a pasear al miedo en el asiento de atrás, a ver si se divierte un poco y me deja de romper las pelotas por un tiempo. Creo que motivar a alguien a que haga lo que desea, es amarlo con toda tu alma, potenciarlo, dejarlo libre, dejarlo ser. Si alguien quiere hacer algo que te parece que no está bien, hablalo, pero cuidate de manipularlo con el miedo, porque no estás capacitado para manejar tanto poder, el miedo es incontrolable, tremendamente contagioso, y a veces, no tiene cura. Si te rendís, ganan ellos Sí, ya sé, dijimos que los demás no importan, que vos sos un ser todopoderoso y te valés solo, que sos el centro del universo y blablablá. Pero los otros están ahí, existen, y vos podés utilizarlos. ¡¿Qué?! ¡¿Cosificar a una persona, Marcos?! Bueno, llamalo como quieras, puede que lo consideres materialista, pero es cierto, se puede “usar” a una persona de una manera positiva. Hoy existe un problema generalizado con las palabras y su utilización: se considera positivo usar un objeto, y despectivo usar a alguien, y yo me pregunto por qué. ¿Quién dijo que usar a alguien y ser usado por alguien es necesariamente malo? ¿Qué puede tener de malo usar a alguien por un fin noble? Yo lo llamo “utilización positiva”, y es simple: tomar lo que nos sirve del otro, y lo que no nos sirve, descartarlo. En cocina, ese descarte se conoce como desperdicio o merma. Por ejemplo, compramos cebolla pero no usamos la totalidad, porque su piel y las partes dañadas se descartan. ¿Eso quiere decir que las cebollas no sirven? ¿Que no las quiero? ¿Que no me gustan? ¿Quiere decir que no debemos usar cebollas porque siempre se descartará una parte? ¿Quiere decir acaso que yo odio las cebollas? ¡NO! ¡Claro que no! ¡Me encantan! Entonces, las limpiamos, seleccionamos las mejores partes, y las usamos en nuestra comida. Simple y fácil. No entiendo por qué no podemos hacer lo mismo con la gente. Solemos prestar demasiada atención a la piel, al descarte, al desperdicio; nos preocupamos por no “herir susceptibilidades”, y en esa sobreprotección, disminuimos el valor integral de la persona. Tomamos sus defectos como si fuera lo único que importara. ¿Me vas a decir que nunca te pasó? Dale, hablás con alguien que te cae bien, y de pronto te enterás de que es infiel, o que maltrató a alguien, o que votó a tal o cual presidente, y entonces todo cambia: empezás a evaluar a esa persona solamente por eso que considerás su defecto. Tomás el camino más fácil. Seguís una línea de pensamiento cómoda: “Si fue infiel, tiene que ser malo”. Pero eso se llama prejuicio, prejuicio es igual a escudo, y los escudos se levantan. Fin de la discusión. No, debemos usar lo bueno y lo malo, más allá de profundizar sobre por qué la persona hizo o dejó de hacer algo. Por ejemplo, tengo un amigo que es recolgado, no mira su teléfono muy seguido, no le importa, vive en la suya; y está bien, al parecer le sirve. Ahora bien, si yo algún día necesito de alguien por una urgencia, no voy a llamarlo a él, porque jamás va a atender el puto teléfono, pero no por eso mi amigo pasa a ser inutilizable. Hay otras cien cosas que puedo aprovechar de él. Y él de mí. Generalmente ponemos nuestras expectativas en zonas blandas, nos decepcionamos, y automáticamente, echamos la culpa al otro. Claro, qué fácil, ¿no? Vos sos una pobre víctima de la circunstancia, libre de culpa y cargo, un pobre ser olvidado de la mano de Dios, aferrado por las garras de la traición, y tenés derecho a llorar y ñañaña. ¡Bueno, basta! La utilización de las personas es un arma de destrucción masiva operando para el lado de los buenos: si sabés observar y analizar cada situación, en vez de llorar y victimizarte, podés sacarle jugo a la gente. Insisto, en el buen sentido. Mi amigo el colgado jamás me daba bola en situaciones de emergencia, pero siempre fue un buen consejero. Entonces, mi táctica fue simple. El amaba comer tortilla de papa, y yo hago una tortilla bastante buena. Entonces, qué hacía: exacto, lo tentaba con mi tortilla (no existe técnica de manipulación positiva más poderosa que cocinarle a alguien), él mordía el anzuelo, con mi tortilla de carnada, y a partir de eso, yo obtenía sus mejores consejos, y él disfrutaba la mejor tortilla del continente. ¿Se entiende? Sé que la manipulación se ve como algo negativo, pero en el fondo, todos manipulamos y somos manipulados. Incluso manipulan aquellos que dicen que manipular está mal: mil veces hemos visto llorar sin lágrimas a un chico por una golosina, que a la mínima distracción olvida por completo ese caramelo, y deja de llorar como por arte de magia. Somos manipuladores natos, y hay que aceptarlo. Sé que suena extraño este concepto en estos tiempos de corrección política, pero miralo de este modo: cuando te llama tu abuela para decirte que hizo tu plato favorito, vos cancelás todo y vas a su casa. Ella gana con tu presencia, tu compañía, porque te extrañaba, y vos no sólo ganas su afecto, porque la querés a tu abuela, obvio, sino que también disfrutás tu plato preferido. ¿Qué puede haber de malo en ese intercambio? La utilización positiva del otro te lleva a grandes lugares. Profundizando en este asunto de la utilización positiva, podría decir que a veces se torna negativa, y es cuando la gente necesita de una manera obligada al otro, cuando desarrolla una necesidad compulsiva. No queremos eso bajo ningún punto de vista. Queremos ser individuos con opciones, con libertad para decidir. En este capítulo vamos a hablar sobre qué pasa cuando no podés utilizar algo que puede darte otro, o simplemente no querés hacerlo, porque te fallaron tantas veces que terminaste dejando de confiar, dejaste de intentar y te rendiste. Pero rendirse no es una opción. Al menos, no por mucho tiempo. SI TE RENDÍS, GANAN ELLOS, ¿te acordás? Molesta esta frase, pero la puse ahí para provocarte, para animarte a la lucha. Vayamos a tu infancia: no querés nada, estás tranquilo, pero de repente ves que a tu hermano le regalaron justo ese juguete que vos te morías por tener. Te chupa un huevo qué le regalaron en particular, lo que te jode es que ahora él tiene más que vos. ¡No es posible, no lo soportás, tenés que ser igual o mejor que él! Claro, son los celos típicos entrehermanos pequeños, pero volviendo al presente, ¿por qué no utilizamos ese mecanismo de berrinche siendo grandes? Desde ya que no lo haremos retorciéndonos en el piso con una rabieta infantil, pero sí luchando como adultos con todas nuestras fuerzas. Que ganen los demás, en mi mente significa que yo perdí. Ellos están ahí para ser utilizados, en este caso, como catapulta. “Pero Marcos, una catapulta es un arma. La bola sale disparada, y al caer produce daños”, dice mi psicóloga, alarmada por mi pensamiento supuestamente violento. Pero acordate, una cosa es ser violento, y otra ser agresivo, pelear por lo que querés es sano, pero siempre requiere de una cuota de agresividad. Mientras mi terapeuta hablaba, yo, muy mal paciente, pensaba: “Yo no estoy pensando qué pasará cuando la bola de mi catapulta toque tierra, yo estoy volando feliz por el cielo”. Discutimos. Ganó ella. Siempre lo hace, y me encanta. Pero yo sigo pensando lo que pienso. Siempre me sentí disminuido con respecto a otros. Incluso me pasa hoy, aunque esté conforme con mi cuerpo, tenga un buen pasar económico, esté feliz con mi profesión y entusiasmado con mi futuro. A veces me saludan por la calle, y se siente lindo, pero son boludeces, porque en realidad, lo único que interesa es cómo te sentís profundamente. ¿O no? Hay días que estás mal, y días que estás bien, pero lo material no cambia, las personas a tu alrededor, tampoco. El que cambia todo el tiempo sos vos, y no te gusta. Porque el cambio a nadie le gusta, pero el cambio es la única constante, diría Attaque 77. Uh, Marcos, ¿entonces sólo puedo estar seguro de que ocurrirá eso que no me gusta? Bueno, vas a fracasar. Pero tampoco te vas a sentir cómodo en el fracaso, ¿no? Podríamos seguir así todo el día. El cambio y el fracaso deberían ser tus mejores aliados en esta cruzada de la vida, para utilizarlos y aprender de ellos todo el tiempo. Volvamos. Tengo lo que muchos desean y así y todo no me alcanza. Espero que algún día me alcance, pero no lo digo como una meta a conseguir, más me interesa el aprendizaje que pueda hacer en ese camino. Ampliaremos. ¡Volvamos, dije, carajo! Aún hoy, habiendo dejado la obesidad en el pasado, me resulta difícil entrar en un local de ropa. Me cuesta horrores ir a lugares de ropa cara, que además es la que me gusta, y es obvio, antes no podía comprarla, y ahora sí. Cada vez que voy a entrar, el prejuicio, los escudos, todo lo malo que me puede pasar se me presenta como montañas de mierda, con un cartel en la cima que dice: NO PERTENECÉS ACÁ; SOS POCO, y otras boludeces del estilo. Pero ahora mi conciencia sabe que soy fuerte, y ataca sin piedad con todo su ejército. Antes no entraba al local que quería, seguía de largo, iba a tiendas de autoservicio; ahora, me obligo a sufrir lo que necesite para aprender: me veo otra vez arriba de la bicicleta, intentando llegar a los pedales, tratando de hacer equilibrio, pensando en no caerme en lugar de disfrutar la experiencia, padeciendo el desafío. Entro al local y digo un “hola” bajito... ¡que nadie vaya a acercarse, por favor!, que no me vean, quiero pasar desapercibido. “Estoy mirando”, miento, para sacarme de encima al que intente atenderme. Bien pussy. En inglés, pussy es una forma de referirse vulgarmente a la vagina, y los yanquis lo usan para indicar cobardía, independientemente de que la vagina es todo lo bueno de la vida, por miles de razones que ahora no vienen al caso. Pero se me pegó esa muletilla vulgar, me encanta, y la voy a seguir usando porque sirve para representar un sentimiento: cuando me compro ropa, me pongo muy pussy. La versión argenta sería “conchita”. Me pongo muy conchita. En una oportunidad que debía comprarme bastante ropa, antes de entrar al local y así tenso como estaba, me acuerdo haber pensado: “¿por qué me intimida el vendedor? Si yo soy el que va a comprar, a él le debe chupar un huevo mi presencia”. Pero el miedo es el gran emperador. Está siempre ahí, listo para librar su batalla, y la quiere ganar. Entré al puto local, compré mucha ropa, bolsas enteras de ropa, siempre pasándola mal en cada cambio de talle, pensando, este pibe me debe estar odiando. Estuve como una hora ahí. Al final, voy a la caja y me encuentro con que el mismo pibe que me atendió es el que cobra. Me dice el monto y me pregunta cómo quiero pagar. Termina la transacción, y antes de que yo abandone el lugar, me dice: “Marcos, sos un genio. Amo tus videos”. Sonreí, le dije gracias, y me fui. Al traspasar la puerta me sentí bien, pero un segundo después, me sentí mal por haber cedido al prejuicio, por dejar al miedo ganar tan fácilmente, por no sentir un poco del amor propio que tanto intento cosechar. Pero aprendí, me juré que nunca más iría a comprar ropa sin sacarle a ese acto el peso emocional. Cuando me compro chicles en un kiosco no me preocupo por si el kiosquero se fija en mí o no. ¿Por qué tanto problema por una remera? Sí, ya sé, por mi pasado. Pero bueno, el pasado ya pasó. Ahora soy esto que soy, y me tengo que ver como esto que soy, si no, quiere decir que no aprendí nada. Y ese es mi límite: puedo permitirme ser esclavo del miedo por un rato, pero nunca me permitiría no aprender. Aprendo o muero. En este caso, la utilización positiva fue con el vendedor: él no sabía que una parte de mí lo utilizaba, y creo que yo tampoco lo sabía, pero si podemos concientizarlo, se puede capitalizar mejor. No sé cómo se pasa del inconsciente al consciente, seguramente, una horda de psicólogos me odiaría si leyera esto. Este es un ejemplo tonto de lo que es competir: si me hubiera ido de ese local sin haber aprendido mi lección, habría ganado el vendedor, sin siquiera saber que estaba en una competencia. ¿Se entiende? No rendirse no tiene que ver con ser un Terminator del inconsciente. Tiene que ver con aprender de cada experiencia. ¿Que por qué lo pongo en modo de competencia? Vos siempre compitiendo, Marcos. Es verdad, pero yo te digo, la vida es una competencia. Es una forma justa de medir las cosas: los deportes, las ciencias... cuando no hay arreglos sucios por detrás, gana el mejor, ¿no? “Ser el mejor”. Esas tres palabras destruyeron más vidas que todas las bombas atómicas juntas. Y hay una frase peor: “Ser el mejor o no ser nada”. Cuánto padre infeliz escurrió las lágrimas de sus hijos para humedecer la sequedad de sus propias derrotas. La competencia debe ser sana. Nunca un mecanismo de destrucción. La competencia tóxica, enferma. Entre batalla y batalla, se entrena la fuerza, la confianza, la paciencia. Imaginate un batallón de psicólogos que en cada batalla va a levantar el ánimo de la tropa: “Vamos, chicos, perdimos 300 kilómetros de territorio, pero que no decaiga, la próxima será mejor”. Es gracioso, pero es así como tiene que operar tu cerebro: tenés que ser lo suficientemente bueno con vos mismo como para comprender que “equivocarte es parte”. Pero sólo es parte si aprendés, si no, es una simple y vulgar derrota, pero no de las que nutren, más bien de las que destruyen, las que abren esas heridas que después es difícil cerrar. Equivocarte es lo mejor que te puede pasar si te esmerás en encontrar el tesoro escondido en la experiencia del fracaso. Capitalizar el error es encontrar la llave que te va a abrir la puerta de la libertad. Perder esa llave es quedar atrapado en el dolor. Si te rendís, ganan ellos. En cambio, convertir la derrota en aprendizaje, pasando cerquita del dolor, pero sin quedar atrapado en él, acercándote peligrosamente al abandono para verlo de cerca, pero sin sumergirte en él, es la manera. Sos un boxeador ágil, anticipás los golpes, esquivás, te movés, aprendés de cada movimiento, ganás experiencia. Los golpes que entran, duelen, y pueden llegar a noquearte, pero la competencia termina, y ¡fue! Listo. No importa el resultado. Mantenete en movimiento que lo demás viene por añadidura. Las personas sumidas en una depresión suelen ser sedentarias. Están quietas, abandonadas, y el movimiento físico, por ridículo que parezca, te activa, motoriza tu humanidad,
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