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EDEN WINTERS 3 Grupo TH Anta CRB MAR ¡Y no olvides comprar a los autores, sin ellos no podríamos disfrutar de tan preciosas historias! 4 Un decreto de un conquistador no puede separar a Aillil Callaghan de su herencia escocesa. Lleva la tela escocesa prohibida de su clan con orgullo, esperando el día en que se convierta en Laird, restaure el nombre de su familia y luche por liberar a Escocia de la tiranía inglesa. ¿Un inglés en su casa? ¡Abominación! Pero el tutor que su padre contrató para los hermanos menores de Aillil también puede tener algo que enseñar al heredero Callaghan. El violinista y erudito Malcolm Byerly huyó de Kent con miedo, buscando nada más que un puesto tranquilo, mentes ansiosas por enseñar y que nadie descubriera sus secretos. No contaba con el bárbaro de un hermano mayor que odiaba a los ingleses, ni con el tartán rojo y verde que ocultaba un alma gemela. Un amor compartido por la música rompe las barreras entre dos mundos. El padre de Aillil amenaza su amor, pero un enemigo mucho más peligroso los destroza. Se desvanecen en una leyenda. Dos siglos después, el concertista Billy Byerly llega al Castillo Callaghan y se siente extrañamente como en casa. Las leyendas hablan de un Laird Perdido que acecha la fortaleza a la espera del regreso de su amante. Billy no cree en leyendas, fantasmas o amor que duran más que la vida. 5 Mi sincero agradecimiento a Pam, Chris, Doug, Lynda, John A. Vosotros que creísteis siempre en mí, me apoyasteis incondicionalmente, y me dijisteis lo que tenía que saber, como por ejemplo: “Esta escena de la página sesenta no suena nada bien” Sois los mejores. Gracias a Mara por haberme facilitado información sobre Kent e Invernes, y a Kate por haberme iniciado en el dialecto escocés del siglo dieciocho. Bueno, tengo que agradecerla a John R. por sus ánimos, sus comentarios y sus emails que nunca dejaron de alegrarme el día. Mi mundo es mucho más agradable porque formáis todos parte de él. 6 Auld Mammy: anciana madre, término afectuoso Aye: sí Chi mi’n t-iasgair aig ceann nan lionan: Veo al pescador y su red, según dice una vieja balada escocesa ‘Chi Mi’n Tir’, veo tierra. Gu bràth: ‘para siempre’, incluso si el sentido inicial es ‘hasta el juicio final’. Highland o Tierras Altas: región montañosa situada al noroeste de Escocia. Highlander: Escocés de las Tierras Altas. Lad: chico. Laird: título escocés, jefe del clan. Lass, lassie: chica joven. Loch: lago. Lowlands o Tierras-Bajas: la otra parte de Escocia. Nay: no. Mael Caluim: pronunciación escocesa para Malcolm Och: ¡Oh, no! Pìob mhór: gaita. Reel:Musica y baile tradicional escocés. Samhuinn: nombre escocés de la fiesta de transición propia de los eventos mágicos y místicos en la mitología celta, transición de un año al siguiente y apertura hacia el Otro Mundo. Sassenach: inglés/inglesa (despectivo) 7 Robert Bruce (1274/1329) después de haber reconocido la soberanía del rey Eduardo I de Inglaterra, decide hacer valer sus derechos al trono y se convierte en Robert I de Escocia en 1306. William Wallace (1270/1305) caballero escocés cuyo papel en las guerras independentistas de Escocia fue tan importante que se convirtió en legendario. 8 Kent, Inglaterra 1758 Algunas de las pasiones de Malcolm Byerly no eran castigados con la cárcel. La música y los estudios, por ejemplo, eran pasatiempos sin peligro y se entregaba voluntariamente, para olvidar el amor que su naturaleza le prohibía. Ya que no podía acercarse al romance más que a través de dulces canciones tocadas sobre las cuerdas de su violín, ahí, al menos, podía destacar. De su alma en pena brotaban apasionadas melodías, auténticos gritos de su deseo renegado, todo con lo que soñaba, sin la menor esperanza de realizarlo, porque el peligro merodeaba demasiado cerca. Era mejor una existencia solitaria que perder el honor, o peor aún, compartir el fruto prohibido. A veces, cuando colocaba su instrumento bajo su mentón, no liberaba los placeres del amor prohibido, sino sus penas y decepciones. Las quejas lúgubres de su violín expresaban entonces su soledad, en un lenguaje que pocos percibían. La fatídica noche dónde dio el primer paso en el camino de su destino, las notas formadas sobre las cuerdas hablaban la lengua eterna del dolor del amor. Hace una pausa notando que su melodía evoca un corazón roto. Deja de anotar en la partitura al margen de su cuaderno de música, cuando suenan las campanas en el patio, para señalar la hora y convocarle al comedor. Suspira, lamentando esta interrupción. Por desgracia, el colegio tenía estrictas reglas que no toleraban ningún retraso, ni por parte 9 de los alumnos, ni del personal docente. El director no dejaba de sermonear a la congregación, recordándoles las importantes responsabilidades que implicaban la formación de las mentes jóvenes. Según él, la práctica de una estricta autodisciplina era necesaria para desarrollar un buen estado mental. Malcolm guarda su violín y, después de haber hecho la promesa de volver lo antes posible, sale de su santuario para reunirse con el grupo de los que se disponían a tomar la cena. En su cabeza, resonaban aún las notas de su última composición. Los miembros del cuerpo docente tomaron asiento en los largos bancos situados a cada lado de la mesa que les era asignada. La mayoría de los profesores eran hombres mayores, con cabellos grises, que trabajaban en el colegio desde hacía un buen número de años, solteros que, como él, compartían dormitorios. En general, Malcolm les consideraba como solteronas amargadas. Sin embargo, entre ellos había algunos más cercanos a su edad, veintitrés años. Aún eran demasiado nuevos en la profesión para haber alcanzado ese cinismo. Un guapo desconocido ocupaba en la mesa el sitio que, por semanas había estado libre. Tenía penetrantes ojos azules bajo una mata de pelo marrón oscura. Su sonrisa fácil y su cara agradable despertaron en Malcolm una chispa de interés. Algo enterrado en el fondo de sí mismo desde hace mucho tiempo, revivió: la atracción. Sin saber muy bien cómo, reconoce que este nuevo profesor es alguien que comparte su atracción sexual por los hombres. Malcolm se sentó a su lado e intentó calmar el latido acelerado de su corazón. Bajo la mesa, sus piernas se tocaron, lo que envió una descarga eléctrica hacia su ingle. Una sonrisa tímida apareció en la cara del extraño. —Según me han dicho, usted es el violinista que escuché hace un rato en el dormitorio. Toca increíblemente 10 bien. Me llamo Kinnerley, Thomas Kinnerley. Y si no me equivoco, usted es Malcolm Byerly. Parecía joven y entusiasta con esos ojos tan brillantes y su sonrisa. Malcolm, con las mejillas cálidamente encendidas, hace un esfuerzo para aceptar el cumplido con gracia. —Gracias. Le ruego que me disculpe si le he molestado. Es el único momento, antes de la campana de la tarde, en el que puedo practicar. El otro le tranquiliza inmediatamente. —¡Oh, no! Personalmente, nunca aprendí a tocar y aquellos que son capaces me fascinan. Su melodía parecía muy melancólica. ¿Qué era? Malcolm sonrojándose con más intensidad, se sentía algo expuesto con la idea de haber tenido un espectador de lo que era, en esencia, la expresión de sus pensamientos más personales. Puesto que ninguno de los otros profesores comentaba nunca su música, había pensado que no la escuchaban. —Nada importante. Sólo algo en lo que estoy trabajando. Espera que el recién llegado no le tome por un engreído. —¡Un compositor! ¡Qué maravilla! Thomas Kinnerley le ofrece una radiante sonrisa, lo que provoca enMalcolm una extraña sensación, una especie de punzada en las entrañas que no era completamente desagradable. Se callaron frente a la mirada severa que les lanzó uno de sus compañeros de mesa. Aparentemente, los viejos desaprobaban el entusiasmo de Thomas, al igual que desaprobaban casi todo. Malcolm se jura solemnemente no 11 volcar nunca su cólera y su amargura sobre la gente a su alrededor, incluso si se desilusionaba con los años. Se concentra en las conversaciones de los otros comensales y come su parte de pollo asado, distraído de vez en cuando por el delicioso roce de la pierna de Thomas contra la suya. Durante toda la comida, su pene palpita de excitación. ¿Qué mal había en saborear discretamente este contacto accidental? Unos instantes después, descubre que sus atenciones no habían sido en absoluto al azar. Después de que muchos de sus compañeros habían abandonado la mesa, Thomas se inclina hacia él y presiona más abiertamente su pierna. Sugiere a media voz: —¿Tal vez podría pasar una noche en su habitación mientras toca? Malcolm se paralizó. Thomas no sugeriría… Observa al nuevo profesor y nota una mirada significativa, abrasadora, la ceja elevada de forma sugestiva y una pequeña sonrisa sarcástica. Sus últimas dudas sobre las intenciones de Thomas se perdieron, cuando éste le acaricia negligentemente el muslo. Con la garganta cerrada, sin aliento, Malcolm hecha un frenético vistazo alrededor de la mesa para verificar si esta pequeña maniobra había llamado la atención. Los que se encontraban aún sentados a la mesa, estaban demasiado lejos o parecían demasiado metidos en sus conversaciones para darse cuenta de cualquier cosa. —Estoy seguro que eso sería completamente inapropiado —susurra él. A regañadientes, aparta su pierna de la de Thomas. Su cuerpo, ese traidor, se niega a obedecerle y crea en sus pantalones un bulto inconfundible. Thomas le aprieta dulcemente el muslo antes de retirar su mano. 12 —Sólo quiero escuchar su música —declara. Un guiño y una mirada significativa subrayaron sus palabras. Malcolm balbucea: —Yo… no soy así. Aterrorizado con la idea de haber sido escuchado, se hunde en el duro banco de madera, rogando para que su llamativo admirador, se aleje antes de que todo el mundo descubra su secreto. Existe la posibilidad de que Thomas sea ingenuo, o bien no tenía miedo de las consecuencias de su conducta. Sin embargo, Malcolm no tenía la intención de regresar a casa de su padre con el rabo entre las piernas porque había sido despedido de su puesto, o peor aún, acusado de sodomía y teniendo que afrontar la sentencia plena y completa de la ley. —Miente —insiste el joven profesor—. Veo perfectamente lo que es y lo que quiere. Luchando contra sus ganas de huir, Malcolm le suplica con la mirada que comprenda su posición. —Sólo quiero terminar mi comida para poder retirarme a mi habitación, solo. En el otro extremo de la mesa, un profesor suelta una carcajada, habiendo malinterpretado las últimas palabras. —Ahí está el problema, Byerly, pasa demasiado tiempo solo. Si no quiere una esposa, conozco un lugar cerca de aquí. Las damas son amables y accesibles, incluso para nuestros precarios salarios. En el colegio, un establecimiento de enseñanza de prestigio superior, donde los hijos de los ricos y/o de familias nobles recibían su educación, pocos temas de conversación atraían la atención de los viejos profesores solteros, que se alojaban en él. Las mujeres, o más bien las prostitutas, eran una parte. Cada uno de los comensales que quedaban en la mesa, manifestó su opinión y da su punto de vista sobre su 13 cortesana favorita. Todos, excepto Malcolm y el recién llegado. —Esta noche estoy muy cansado —declara Malcolm—. Creo que me retiraré antes de la hora. Si me disculpan, caballeros. Se levanta simplemente y se aleja con tranquilidad. Pero en su interior, huía aterrorizado con la idea de correr riesgos. Se da cuenta que Thomas no le sigue, en un principio lo alivia, luego se encuentra decepcionado por ello. La noche siguiente, decide deliberadamente llegar tarde a la mesa, arriesgándose así a provocar la ira del director. Quedaba un sitio libre en frente de Thomas, quien parecía enteramente ocupado con sus vecinos, sonriendo y asintiendo, conversando de un lado y de otro. Era mejor así, tal vez no se arriesgaría a reiterar los avances del día anterior. ¿Cómo podía un hombre hacer abiertamente esas sugerencias, cuando se arriesgaba a que todo el mundo le escuchara? Sin embargo, un remordimiento amargo se quedó en el fondo del corazón de Malcolm. Muy dentro de él, había querido la atención y había querido aceptar la oferta de Thomas, pero no osaría admitirlo. En ese momento, la mirada de admiración de Thomas se encuentra con la suya, llena de deseo insatisfecho. ¡Un alma gemela! Después de todos estos años, Malcolm había encontrado por fin un hombre que compartía sus gustos, un hombre que le deseaba. Apenas toca su cena, demasiado ocupado peleando interiormente contra su conciencia. ¿Podía olvidar sus años pasados escondiéndose para correr semejante riesgo? ¿Thomas y él tendrían la opción de tener una relación discreta, sin que nadie descubriera la verdad? Después de excusarse de la mesa, no le sorprendió escuchar pasos resonando tras él en el pasillo que separaba el comedor de los dormitorios. 14 Malcolm inspira profundamente antes de soplar enérgicamente, luego espera a Thomas. Dándose la vuelta, se enfrenta a su joven mirada llena de expectativas y disposición y él tenía toda la intención de pisotear ese brillante entusiasmo. —Me disculpo por la forma en la que me comporté anoche —empieza Thomas—. Desde que puse mis ojos en usted, supe que era como yo, así que… Malcolm no le deja terminar la frase. Niega con la cabeza, haciendo volar sus rizos alrededor de su cara. —Thomas —dice—, no soy como usted. Es audaz, valiente, yo no. Soy un cobarde. Con un rápido vistazo alrededor, verifica que no haya testigos, después enfrenta los ojos de su supuesto pretendiente y sostiene su mirada. Habla de forma deliberada, repitiendo la frase que había preparado, decidido a destruir lo que era sin duda la única oportunidad de encontrar la felicidad en este lugar. »No encontrará aquí lo que está buscando. Incapaz de presenciar el dolor de Thomas, ese dolor ante el rechazo que Malcolm siempre había sentido en el fondo de su alma, se marchó, atravesando el pasillo y volviendo a su minúscula habitación cerrando la puerta. Se apoyó contra ella, la tosca madera incrustándose en su espalda, y escondió su cara entre las manos. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué no era como sus hermanos, que deseaban el amor de una mujer y no el de un hombre? ¿Por qué no podía estar satisfecho con la perspectiva de casarse y tener hijos? Después de ese suceso, ambos se dirigían la palabra educadamente, limitando su conversación a temas escolares y algunos otros sin consecuencia. Poco a poco, el deseo desapareció de sus ojos. 15 Los meses pasaban, una nueva plaza libre aparece en la mesa del profesorado, cuando uno de los profesores deja el colegio por un puesto en el sector privado. Algunos días después, su reemplazo llega, un rubio dinámico con una risa ruidosa y una sonrisa contagiosa. A Malcolm le gusta desde el primer momento. Aparentemente, a Thomas también. Malcolm veía a los dos hombres, inclinado el uno contra el otro, conversando con entusiasmo, y su soledad pesa dolorosamente en su pecho. ¿Qué sentiría si cediera a la tentación? ¿Si él finalmente tenía la experiencia de ser abrazado, de ser amado? No sabía sobre las historias de sus compañeros, alardeando de sus conquistas femeninas, pero éstas hablaban sobre la lujuria,no el amor. Hace un esfuerzo para clavar su mirada en su plato e intenta no escuchar el murmuro de voces a su alrededor en la mesa, en particular el de Thomas y el rubio. En su boca, la comida sabía a arena. Esta tortura, se volvió un ritual, continuando así durante semanas. Durante el día, Malcolm se concentraba para transmitir sus conocimientos a sus alumnos. Cada noche, se sentaba a la mesa y asistía a esa complicidad que había rechazado, mientras fingía que no le interesaba. Durante ese tiempo, ninguna dulce canción brotaba de su violín, nada más que réquiem que hablaban de desolación y vacío. Una noche, instalándose en la mesa para la cena, descubre dos plazas ostensiblemente vacías, quedando así durante toda la comida. Extrañamente, nadie menciona a los ausentes y cada uno evita cuidadosamente mirar hacia los sitios vacantes. Hacer acto de presencia en el comedor era obligatorio. Por muy audaz que fuera Thomas, seguramente no se arriesgaría a una reprimenda sabiendo que su ausencia sería notable, ¿no? 16 —Dos de los nuestros faltan esta noche. ¿Estarán enfermos? —pregunta Malcolm, incapaz de ocultar por más tiempo su curiosidad. Un pesado silencio cae alrededor de la mesa. Durante un momento, ninguno de sus compañeros habla. Finalmente, uno de sus compañeros escupe: —¿Quiere decir que no está al corriente? Aparentemente, teníamos dos bastardos entre nosotros. Les sorprendieron juntos en una casa de Sodomitas. No se preocupe, sabemos cómo tratar a ese tipo de gente y a sus semejantes. Deja caer su mano en la mesa donde las junturas estaban despellejadas e hinchadas. Malcolm traga con dificultad, su mirada pasando de una cara severa a otra. Algunos profesores marcando su aceptación con un movimiento de cabeza, mientras que otros permanecían con sus ojos bajos. Una magulladura morada marcaba la mejilla de uno de ellos, un corte profundo en arco en otro. ¿Qué habían hecho? ¿Y por qué Thomas y su amigo habían visitado una casa de sodomitas? ¿No tenían suficiente el uno con el otro? Malcolm había oído hablar de esos lugares, creados para los hombres que deseaban a otros hombres, pero había sido demasiado tímido para ir. Aparentemente, su reticencia parecía haber sido una decisión acertada. Por suerte, ninguno de los otros le observa de cerca, sino el sonrojo de sus mejillas había podido se revelador, tanto como el horror de su expresión. Tomaron su malestar por una indignación natural al haber tenido que frecuentar a hombres tan despreciables. Malcolm esconde sus manos bajo la mesa para disimular su temblor. Temiendo insistir y revelar su auténtica inquietud referente a la suerte de los otros dos, prefiere, como un cobarde, unirse a los incriminadores de Thomas. —Se lo tienen merecido, si quieren mi opinión — murmura. En su interior, ruega por sus almas perdidas. 17 Por un acuerdo tácito, los profesores no mencionan nunca más a los culpables. Esto no evita que Malcolm piense en ellos continuamente, preguntándose qué les habría pasado y si los momentos que habían compartido, valían realmente el precio pagado. Si bien había rechazado a Thomas, Malcolm guardaba una particular amistad con ese hermoso moreno de ojos zafiro tan expresivos. Además, echaba sinceramente de menos la pérdida de un buen profesor. La misma noche, solo en su habitación, evoca a los dos infortunados amantes cuyo destino le atormentaba. También, cuando su arco acaricia las cuerdas de su violín, nombra a su creación ‘El lamento de Thomas’ Noche tras noche, sentado para cenar, escruta a sus vecinos, cara tras cara, intentando decidir cuales había juzgado y cuales se habían conformado con quedarse de brazos cruzados. También se pregunta qué habría hecho si se hubiera encontrado allí. Llegó a temer las comidas y los dolorosos recuerdos que emanaban de la profundidade de su subconsciente. ¿Cuál de sus compañeros llevaba la responsabilidad de la pérdida de Thomas? Por el momento, el destino había salvado a Malcolm, ¿pero cuánto tiempo duraría su indulto? Si los otros descubrían la naturaleza de su deseo, ¿tomarían solamente en cuenta que él no había cedido? Probablemente no. Una simple suposición les haría pasar a la acción. Malcolm nunca supo qué odiosa brutalidad habían sufrido los dos amantes. Probablemente había sido golpeados, a juzgar por las heridas que Malcolm había constatado sobre sus torturadores. Sus carreras estarían destruidas, sus reputaciones manchadas más allá de toda redención posible. ¿Habrían sido arrastrados a través de las calles, mientras que la chusma les insultaba, les maldecía y les escupían encima, como Malcolm había presenciado en otra ocasión? 18 Si dos amantes eran sorprendidos en flagrante delito, la pena podía ser muy severa. Eran castigados en la picota. En ese mismo momento, tal vez Thomas y su amigo se pudrían en prisión. A los ojos de Malcolm, poco importaba que él no fuera encontrado entre la burlona multitud. Era demasiado tímido para posicionarse. No había mentido al decirle a Thomas que era un cobarde. Pronto, su imaginación lo estaba creando problemas que no existían. ¿Los otros profesores no le miraban de forma extraña? ¿Sospechaban? La culpabilidad y el miedo le devoraban constantemente las entrañas. Cada día que pasaba, su inquietud se agravaba. Necesitaba salir de Kent antes de ser víctima de un juicio precipitado. —Maestro Byerly, ha recibido una carta. Una noche a principios de la primavera, Malcolm levanta los ojos para apreciar el dulce rostro del encargado del correo, quien, sin saberlo, le entregó su salvación. Malcolm estudia un momento la retorcida escritura, reconociéndola instantáneamente. Era de un antiguo profesor suyo, quien le había enseñado música y del que no había sabido desde hace años. La carta empezaba yendo directo al grano: Querido Malcolm, Le he encontrado un puesto en Escocia… El querido profesor Edward había sorprendido a todo el mundo, abandonando un puesto prestigioso en Kent por las regiones salvajes de Escocia. Y él no se había olvidado de Malcolm. 19 Una familia de mi conocimiento, solicita un tutor para sus hijos. Perdone mi presunción, pero le he recomendado, querido pupilo y amigo, recordando que un día me confesó su ferviente deseo de visitar Escocia. Atravesado por una profunda liberación, Malcolm no intentó esconder una sonrisa, ese movimiento poco familiar le causa una dolorosa crispación en sus mejillas. —¡Recibí una carta de mi mentor! —anuncia a sus compañeros que secretamente comenzó a llamar ‘la turba enfurecida’. Con una gran satisfacción presentó su dimisión, la carta que le había permitido su evasión estaba casi desmenuzada al no haber dejado de tocarla. Toda su vida había actuado como se esperaba, con la cabeza baja y pasando desapercibido. Por una vez, actuaba de forma audaz, valiente. Empacar su precioso violín, sus escasos libros y las pocas pertenencias que poseía no le llevó mucho tiempo. Para evitar la reprimenda de su padre, disgustado de verle dejar Kent y probablemente convencido de que su hijo no tardaría en regresar, avergonzado y confuso, Malcolm prefiere informarle de sus proyectos por correo, consciente de que su carta sería expedida después de su partida. Se marcha con la cabeza en alto, determinado a no mirar atrás jamás. 20 Edimburgo, Escocia. Tumbado sobre el colchón de plumón de la habitación que había pagado, Aillil Callaghan penetra el cuerpo flexible del hombre al que igualmente había pagado. Con un gemido, se aferra a sus delgadas caderas y se hunde en la ardiente tenaza en la que los músculos internos le aprietan sin piedad. Lucha un momento para prolongar su placer, pero la batalla ya estaba perdida. Después de semanas de abstinencia, lehabría gustado que su orgasmo durase eternamente, precisamente porque sabía que terminaría en seguida. La prueba oficial de la excitación de su pareja golpeaba contra su vientre, pesada y grande. Aillil cierra con fuerza los dedos sobre el pene endurecido, acariciándolo al ritmo de la unión de sus cuerpos. Su pareja gime con aprobación, la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados. Los gritos roncos y suplicantes retumbaban en la habitación. Aillil curva la cadera en un martilleo aún más fuerte, destinado a llevarlos al orgasmo a ambos. Las cuerdas bajo el colchón crujían y protestaban. Con un largo grito, su amante se empala completamente una última vez. Después Aillil siente su esperma salpicar sus dedos en largos chorros de calor líquido. Acelera otra vez la cadencia, hundiéndose con mayor intensidad, más profundo. Poco después, también encuentra su orgasmo con un ronco gemido. Cuando fue capaz de pensar coherente de nuevo, se pregunta por centésima vez por qué no siente las mismas sensaciones con una mujer. ¡Eso le facilitaría la vida realmente! 21 El silencio retumba en la habitación, donde no se escuchaba más que la respiración laboriosa de dos hombres, además de los ruidos exteriores de una animada villa. El pene saciado de Aillil se desliza, escapando del calor húmedo que le había rodeado. El prostituto se derrumba sobre el colchón en un montón de carne saciada, los ojos hacia el techo. El sudor brillaba sobre su piel desnuda, su pecho subía y bajaba al ritmo de su pesada respiración. Ahora, todo había terminado y Aillil había conseguido lo que había venido a buscar. Demasiado pronto, debería vestirse y marcharse, eso le molestaba más de lo que le gustaría admitir. Su compañero, ignorando aún que esta noche sería su último encuentro. Aillil raramente tenía la oportunidad de escapar de la mirada desaprobatoria de su padre. A la menor oportunidad, por muy pequeña que fuera, se precipitaba a Edimburgo para degustar una muestra de tales delicias. Realmente no necesitaba irse tan lejos de su casa para encontrar una pareja, ya que bastantes jóvenes amables se le ofrecían regularmente, mujeres también. Era la búsqueda de un placer sin riesgos de complicaciones emocionales lo que le empujaba a frecuentar un establecimiento en particular, situado en los suburbios de la villa. Allí, podía alquilar a la vez una habitación y un hombre, por algunas horas o toda la noche, sin temer que su secreto fuera descubierto y divulgado. Si el burdel había prosperado durante más de cuarenta años, era debido a su discreción. Y los prostitutos no preguntaban ni esperaban nada más que el dinero por sus servicios. Hace un año, Aillil había conocido al hombre tendido junto a él, que debería haber sido su igual si no fuera por un trágico momento en la historia. Rodando sobre su costado, Aillil estudia a Duncan, un joven hermoso, nacido en una 22 buena familia, antes de ser reducido a venderse porque su padre, durante la rebelión escocesa, había elegido el bando de los perdedores. Secretamente, Aillil admiraba a los que habían corrido tales riesgos por el Pequeño Príncipe Charlie, el pretendiente que se habría convertido en legítimo rey de Escocia e Inglaterra, si la batalla hubiera tenido otro desenlace. Duncan pagaba hoy el precio de la derrota escocesa, no quedaba nada más que el recuerdo de los sacrificios de su clan, el nombre de su familia se había convertido para muchos en una maldición, sino una advertencia sobre la suerte que esperaba a los que luchaban y perdían contra los ingleses. ¡Malditos ingleses y su intromisión! Habían ganado, ¿no? ¿No habían podido estar satisfechos con haber aplastado a los rebeldes?, ¿tenían además que destruir vidas inocentes? Por ejemplo la de Duncan, después de haber asesinado a su padre, los Sassenach habían despojado a la familia del derrotado de sus bienes, dejando completamente desvalidos a la viuda y al huérfano. La voz de Duncan le arranca de sus sombrías reflexiones. —¿En qué piensas, Aillil? Aillil le responde en gaélico: —En que te voy a echar de menos cuando te vayas. Duncan se gira hacia él, la cabeza apoyada en su brazo. Arquea una ceja en una muda pregunta. »No has entendido lo que acabo de decir, ¿verdad? — pregunta Aillil. Una sombra de tristeza pasa sobre el rostro de Duncan. —No. Has hablado en gaélico, como lo hacía mi abuelo cuando aún vivía. 23 —¿Eres de Dornoch y no entiendes la lengua de tu clan? Mientras hablaba, Aillil negaba con la cabeza, afligido al constatar que era otro de los legados de los que Duncan había sido privado. —Mi madre me prohibió aprenderlo. Decía que los ingleses me arrestarían si lo hacía. Luego la curiosidad le hace olvidar toda prudencia y Duncan pregunta: —¿Qué has dicho? Que un hombre criado en la miseria aprendiera la lengua de sus conquistadores demostraba, que su desafortunada madre había intentado darle a su hijo todas las oportunidades. La mayoría de la gente corriente no conseguía expresarse en inglés, pero Duncan no tenía ese problema. Él se expresaba como el hijo de un jefe de clan, transmitiendo una orgullosa actitud. Merecía mucho más de la vida de lo que estaba recibiendo, es decir nada, sobre todo desde que la muerte de su madre le había dejado sólo en el mundo. Lo que quedaba de su clan había sido expulsado de los Highlands, la mayoría de los supervivientes habían emigrado a las colonias. —Nada importante —responde Aillil. Recorre con la punta de sus dedos el pecho casi lampiño de Duncan. La piel del joven hombre reacciona a sus caricias, erizándose—. Sólo me preguntaba qué habría pasado si el levantamiento hubiera tenido éxito. Aunque era algo difícil de creer, los ojos de Duncan se ensombrecen de nuevo. Aillil se arrepiente de haber arruinado su satisfacción post-coital con un tema tan doloroso. Sin embargo, tenia mucho que decir y poco tiempo para hacerlo, ya que esa noche era la de su despedida. Antes de partir, tenía que recordar a Duncan su herencia y enviar 24 a ese orgulloso descendiente escocés hacia un nuevo mundo y un nuevo porvenir. —Sin ese desastre sería un Laird y no tendría que ganarme la vida vendiendo mi cuerpo —responde Duncan. Luego cruza brevemente su mirada con Aillil y gira la cabeza —. Aun así, seguiría entregándome a ti —resopla. Aillil coge su tembloroso mentón en su mano, girando su cabeza y se sumerge en sus afligidos ojos. —Lo siento, no debería haberte puesto triste. Has hecho lo que debías para sobrevivir, es una lección dura que hemos aprendido igualmente muchos escoceses últimamente. No hay nada vergonzoso en ello. Al mirar esos ojos y la delgada silueta desnuda tumbada a su lado, Aillil siente un momento de culpabilidad. Duncan no era más que tres años menor que él y trabajaba en un burdel porque su familia había sido derrocada. ¿Si el padre de Aillil se hubiera mostrado más atrevido, su suerte habría sido la misma? ¿O el apoyo de los Callaghan habría influenciado la batalla a favor de los escoceses, como Aillil siempre había creído? Incluso si siempre buscaba, durante sus encuentros, dar placer a su pareja, nunca olvidaba que Duncan no se encontraba en su cama por elección o voluntad. Era hora de liberarle de su jaula. »Al menos, tu familia cogió las armas para apoyar una causa en la que todos creían —declara Aillil con voz seca y agridulce—. Mi padre es un traidor, había prometido su apoyo, pero luego se negó cuando el enemigo le hizo una oferta mejor. Desgraciadamente para él, la corona no mantiene sus promesas y cambia de opinión en función a lo que le conviene. Padre creyó en promesas incumplidas, no recibió ni el título ni las tierras que le habían prometido. 25 Incluso los escasos bienesque tenía nuestro clan fueron saqueados. ¡Los ingleses no tienen ningún honor! Esa decisión y sus consecuencias causaron rencores, incluso si Aillil en ese momento de la rebelión, era sólo un niño. —Aun cuando todos nuestros vecinos se unieron, el jefe del clan Callaghan se retiró como un cobarde. En contrapartida, ¿qué ha obtenido? Los clanes ya no tienen ningún poder. Antes, los terratenientes ejercían la justicia en sus tierras, pero ya no tienen el derecho. Mi padre no es más que un títere, una marioneta y el que tira de los hilos está en otro país. El clan Callaghan no había tomado partido en la rebelión, así que, después de la derrota, habían perdido sus más hermosas tierras y el castillo, simplemente porque los ingleses sospechaban de todos los escoceses. Aillil se ríe internamente. ¡El verdadero motivo de sus espolios era ciertamente la codicia! Cambiando deliberadamente el tema de la conversación, añade—: Será mejor exiliarse en las colonias. —Sí, es lo que he oído decir, la vida allí abajo no está nada mal —los ojos de Duncan brillan de interés. Sus palabras hacen mucho para disipar la culpabilidad que sentía Aillil. —Desprecio tanto a los ingleses como a los débiles que se someten a ellos como ovejas en el matadero. Tu familia tenía razón, Duncan, sería mejor tener a cualquier escocés en el trono que a un inglés. Su compañero guarda silencio, mirándole con curiosidad en los ojos. Aillil recuerda entonces que, si bien ambos están cerca de la misma edad, la educación recibida era diferente. Duncan no sabía casi nada de las fieras tradiciones escocesas que el abuelo de Aillil le había 26 enseñado antes de su muerte: la lucha hasta la muerte para defender el honor del clan. Recordando a su abuelo, traicionado por su propio hijo, el padre de Aillil, siente como su humor se torna aún más sombrío. »Mi abuelo era un gran hombre. Según él, los Callaghan deberían haber luchado. Cuando cayó enfermo y se debilitó, mi padre usurpó su lugar y le mantuvo enfermo en su habitación, alegando locura —Aillil suspira profundamente y añade—: La noche en la que mi abuelo murió, escuché las gaitas. —¿Las gaitas? ¡Pero los ingleses las han prohibido! Aillil asiente. —¡Otra de nuestras tradiciones que esos bastardos nos han robado! Escuché las gaitas esa noche y salí de mi cama para ir a ver. Duncan le mira, petrificado, lo que recuerda a Aillil la forma en la que él mismo miraba en aquel entonces a su abuelo, cuando le contaba historias de otro tiempo. —¿Y bien? ¿Las encontraste? —Duncan dice, con el entusiasmo de un niño. —Aye, las encontré. En el bosque de tejos, unas siluetas encapuchadas que bailaban en el claro de luna. Una de ellas vino hacia mí parar decirme que ellos acompañarían a mi abuelo en su último viaje, según la costumbre, la antigua tradición. —¡Son paganos! —resopla Duncan. —Druidas —rectifica Aillil—. Una religión que existía en nuestra tierra mucho antes que el cristianismo. Prohibir el druismo no había desanimado a sus adeptos, aún existían y practicaban en secreto. El abuelo de Aillil les mencionaba continuamente. 27 »Nos hemos sometido muy fácilmente —despotricó Aillil—. Mi padre debería haber peleado. —Al menos, los Callaghan aún tienen sus tierras. Pueden dar su nombre sin caer en la vergüenza. Sus palabras, pronunciadas en voz baja, apenas llegaron a los oídos de Aillil. En el suelo, las sombras se alargaban, el día no tardaría en hundirse en el crepúsculo. Duncan permanecía tumbado en la cama, en silencio. Sus párpados pesados se cerraban poco a poco, escondiendo la tristeza de sus ojos marrones. Los empleados del burdel no eran maltratados, sin embargo, el joven se veía fatigado. Sin duda necesitaba una buena comida y un amigo. La noche caía, la casa se animaba, después de todo, eran las horas de más actividad. Y Duncan se arriesgaba a ser llamado para ocuparse de muchos otros clientes antes de tener por fin el derecho de volver a su habitación y poder descansar. Bueno, en ese sentido, Aillil podía ofrecerle un momento de descanso. Estaría feliz de tener esta excusa para retrasar el momento de la inevitable separación. Mañana, Duncan tendría muchos preparativos que hacer. —Dile a tu jefe que pagaré por toda la noche y tráenos algo de comer. Se inclina y recupera al lado de la cama la bolsa de cuero que llevaba sujeta a su cintura. Saca bastantes monedas que deposita en la mano de Duncan. Si bien tenía la intención de hablar más tarde sobre sus proyectos, Aillil decide hacerlo ahora. Recorre con sus ojos el delgado cuerpo que le había procurado tanto placer durante el último año, un placer iba definitivamente, a echar de menos. 28 »Es nuestra última noche juntos y me encantaría aprovecharla lo mejor posible. Duncan cierra el puño. Las monedas producen un ligero tintineo, un sonido desesperado que estaba en sintonía con la mirada destrozada del joven. —¿Te he desagradado? Si quieres algo mejor que yo, sólo tienes que pedirlo —luego baja los ojos y murmura —: ¿Prefieres a alguien más joven? Viendo su malestar, Aillil sonríe. Duncan siembre había sido perfecto. —Nay, mi niño. No me desagradas, nada más lejos de eso. Al contrario, no quiero verte aquí. Al principio de sus encuentros clandestinos, se habían jurado que todo quedaría en físico entre ellos, nada más. Sin embargo, contra su voluntad, se había apegado a Duncan. No soportaba más la idea que un hijo de un jefe de clan viviera en la deshonra. Si se hubiera tratado de una chica, Aillil le habría encontrado desde hace mucho tiempo una casa en una villa cercana para establecerla como su amante oficial. —¡Ya no soy un niño! —las palabras carecían de convicción. Tras un momento, los hombros de Duncan se desploman—. A veces me siento muy viejo. Aillil comprende perfectamente ese sentimiento, lo sentía demasiado a menudo. Duncan sale de la cama y recoge la ropa que había tirado poco antes. —Eras sólo un niño cuando todo el mundo lo llevaba, pero ¿sabes cómo ponerte un Kilt? —pregunta Aillil. —No —fue la respuesta murmurada. Aillil se levanta y coge la tela de cuadros que constituía su ropa. Da la vuelta a la cama para cubrir los hombros de Duncan. 29 —Deberías saber cómo hacerlo. Nos quitarán todo si les dejamos. Ve, búscanos comida y bebida, y ve con la cabeza en alto como el noble Murray que eres. Duncan le mira, los ojos brillantes. —¡Estaré en un gran lío si alguien me ve en esto! ¡Hay espías por todas partes! Con un suspiro, Aillil le quita la pieza de rugosa lana. —No tengo derecho de hacerte pagar el precio de mis convicciones. Ya has sufrido bastante por las acciones de los demás. No actuaría como su padre, piensa, no destruiría jamás la vida de los que le rodeaban. »No soy tu Laird y no atraeré sobre ti la cólera de los Sassenach, sobre todo no ahora que tienes la oportunidad de librarte de ellos. —¿Qué quieres decir? —balbuceó Duncan, temblando no sólo por la noche fresca—. A pesar de tu generosidad, aún no tengo los recursos para un nuevo comienzo lejos de aquí. Al principio, Aillil había pensado ayudarle a mantenerse digno haciéndole ganar por sí mismo su libertad. Recientemente había comprendido, que cuanto más tiempo se quedaba Duncan, más le costaría a él mismo dejarle marchar. —Tus parientes viajaron en barco para Wilmington. Te he pagado un pasaje para las colonias. Ellos te recibirán felices, a un joven fuerte e inteligente —la esperanza que brilla en los ojos de Duncan borró las últimas dudas de Aillil. Aun así intenta advertirle—. Nunca tendrás la vida de un Laird, cierto, pero será mejor que aquí. La expresión de Duncan aún indicaba esperanza, pero igualmente una gran dosis de incredulidad. 30 —¿Hablasen serio? ¿Realmente me has comprado un billete? Aillil asiente. —Sí, lo hice. Me has compensado tanto como no puedes imaginar, y si cediera a mis deseos te metería en mi cama, todas las noches. Pero es imposible, no tengo derecho de ser tan egoísta. Quiero que seas libre para llevar una vida mejor. Una mirada cautelosa fue dirigida a Aillil. En ese preciso momento, Duncan parecía más joven que lo que había sido hace bastante tiempo. —Realmente me encantaría estar contigo y voy a echarte muchísimos de menos. Gracias —susurra Duncan. Se pone nerviosamente su ropa y sale corriendo de la habitación. Aillil se pregunta qué le había agradecido Duncan, ¿su libertad, las noches que pasaron juntos, o por haberle devuelto su orgullo? No importaba, lo que contaba era que Duncan fuera reconocido y estaba contento con su decisión. Con un poco de suerte, el joven obtendría pronto una segunda oportunidad para una vida mejor en un nuevo país, lejos de recuerdos dolorosos de lo que habría podido ser. Cayendo de nuevo sobre la cama, Aillil dobla repetidas veces su brazo dolorido. Verse con Duncan no era la única razón para venir a Edimburgo. Conocía aquí hombres dispuestos a enseñarle el manejo de la espada, otra tradición que los ingleses habían prohibido. Aillil había aprendido a batirse siendo joven, pero sin ejercicio regular, corría el riesgo de perder rápidamente sus habilidades. El día en el que se presentara una nueva amenaza enemiga, Aillil no tenía la intención de estar indefenso. Y tenía toda la intención de compartir con sus hermanos todo lo que había aprendido, contra la voluntad de su padre, si fuera necesario. 31 También gestionaba en Edimburgo asuntos privados, en lo que se refería a sus inversiones. Aunque su padre se empeñaba en reflotar operaciones irrecuperables, Aillil prefería poner su dinero en mejores rentabilidades. Y si calculaba bien sus movimientos, cosecharía buenos y regulares beneficios. Una vez que fuera Laird, su fortuna le ayudaría a restaurar el clan en su gloria pasada, sin tener que depender de lo ingleses. Cogió de sus ganancias el coste de un billete para las colonias y algunos ahorros para ayudar a Duncan a empezar, por supuesto. Todo el dinero que gastaba Aillil venía de sus propias ganancias. Se negaba a tocar el dinero de su padre, o más bien el del clan, para su uso personal, contrariamente a otros de los que conocía. Aillil se había jurado que nunca más habría un cobarde en la familia Callaghan, que pensara en sí mismo o en servir a los ingleses. No cometería los mismos errores de su padre. Si la ocasión se presentaba, estaba preparado para expulsar a todos los ingleses que ensuciaran el suelo escocés, para vengar a Duncan y a todos aquellos que habían sufrido la codicia de los Sassenach. Los ingleses eras demonios. ¡Nunca los aceptaría! 32 Malcolm se encontraba en una gran sala de muros de piedra, a algunas horas de camino al norte de Invernes. La habitación era mucho más grande que el salón del colegio donde había enseñado y que había considerado como inmensa. Aquí, habrían tenido cabida ampliamente todos los alumnos de los que había tenido custodia poco tiempo antes. Sin embargo, sólo cuatro jóvenes estaban instalados alrededor de la larga mesa situada delante de la chimenea, sus nuevos pupilos. El mayor de todos se encontraba en esa edad crucial, al final de la infancia, cuando un niño se convierte en adulto. Delgado y escuálido, aún no había alcanzado su altura definitiva, parecía abierto y amistoso. Con inteligentes ojos marrones, detrás de una mata de alborotado pelo negro, vigilaba a Malcolm con manifiesto interés. Una nariz un poco grande rompía los otros rasgos de su cara extrañamente delicada. Ante esa mirada estudiosa, Malcolm recuerda a sus antiguos alumnos más brillantes. De entrada, ese chico le agradó. En frente se encontraban los gemelos de unos diez años, más robustos que su hermano mayor, con el pelo más claro, casi caoba. Ellos también le recordaron a Malcolm a algunos de sus antiguos alumnos. Las bromas que no dejaban de intercambiarse, le advertían que estos dos le darían mucha guerra. El último, mucho más pequeño que los otros, se acurrucaba contra el mayor. Acerca muchas veces su pulgar a su boca. Y cada vez, un sordo ‘hum’ de su hermano, le hacía sobresaltarse y esconder precipitadamente la mano bajo la mesa, fuera de su vista. Contrariamente a sus tres hermanos, el más joven era rubio, casi tan claro como el 33 pálido roble de la mesa alrededor de la que los cuatro niños estaban sentados. Sus ojos, graves y reflexivos, eran muy negros. Al final de la mesa, con los brazos cruzados sobre su largo torso, se encontraba el hombre más intimidante que Malcolm jamás había encontrado, Laird Eoghan Callaghan, su nuevo jefe y padre de las cuatro criaturas. Sus cejas pobladas se elevaban y descendían sobre una nariz de pico de águila, que había trasmitido a cada uno de sus hijos. Su cabello estaba mejor cuidado que el de sus hijos, más oscuro, marcado con mechas plateadas, que le caía sobre la espalda. El hombre iba y venía de la chimenea a la mesa, recordando a Malcolm uno de sus anteriores directores cuando tenía un discurso que dar. El sermón del Laird parecía haber sido repetido, muchas veces. —Desconozco lo que usted realizó en su último puesto y no me interesa. En esta casa, exijo la más estricta disciplina. No acepto ninguna falta— lanza una mirada de desaprobación al más joven que se sumerge inmediatamente detrás de su hermano. Luego Laird Callaghan empieza las presentaciones. »Rory —era el más joven. El padre continúa señalando con su cabeza plateada a los gemelos—. Dughall y Dughlas. Espero que se comporten de forma que honren el nombre que llevan. Uno de los gemelos se avergüenza y el otro pone cara de inocencia. Se giran hacia el mayor detrás del cual se escondía Rory, el Laird continúa—: Hay un tiempo para estudiar y un tiempo para aprender las cosas que no exigen enterrar la nariz en un libro. Niall. 34 Malcolm intenta esconder su temblor. Tuvo dificultades para decir—: Estoy contento de conocerles a todos. Nos llevaremos de maravilla, estoy seguro. Niall asiente y los gemelos emiten una pequeña risilla, apenas más discreta que la de su padre. Rory se esconde detrás de su hermano, desapareciendo casi completamente. —¡No está aquí para llevarse bien con ellos! Está aquí para educarles. ¡Me niego a que los Callaghan sean los bárbaros ignorantes por quien nos toman todos los Sassenach! —escupe Eoghan Malcolm vacila, no sabiendo muy bien si él era o no parte de esos Sassenach de los que hablaba Eoghan. Cruza su mirada con Niall, llena de compasión. Ah, ya tenía un aliado allí. La sonrisa sarcástica de los gemelos indica que ellos serán más difíciles de ganar. En cuando a Rory, seguramente seguiría el criterio de su hermano mayor, a juzgar por la forma en el que se pegaba estrechamente a él. Malcolm abre la boca para responder, pero sus palabras se quedaron atascadas en su garganta. Apoyado en el vano de la puerta, con los brazos cruzados sobre un enorme pecho, se encontraba uno de esos ‘bárbaros ignorantes’ que el Laird acababa de mencionar. Una suave melena de cabellos negros le caía sobre los ojos y una frondosa barba le comía la mitad de la cara. Llevaba, plegado sobre su robusta silueta, un tartán, la vestimenta prohibida en Escocia desde hace cuarenta y cinco años, desde la rebelión. Y su camisa demasiado amplia había sido, en un lejano pasado, blanca. Probablemente se trataba de un miembro de la familia Callaghan, ya que tenía la misma nariz prominente. De hecho, esa era la única característica visible de su cara. —¿Un inglés, padre? El gruñido amenazante que emanabade ese tosco hombre, recordaba igualmente a los tiempos y costumbres más primitivas. Una mano enorme aparta el flequillo de 35 cabellos oscuros, revelando una mirada glaciar, oscura y penetrante. Malcolm siente su sangre congelarse en sus venas ante la hostilidad que irradiaba este extraño, en enormes y abundantes olas. Eoghan Callaghan baja rápidamente al segundo puesto, en cuanto a hombres más intimidantes que Malcolm ha conocido jamás. Los cuatro niños levantas sus ojos, sus grandes sonrisas probaban que dicho hombre les hacía sentir mucho más cómodos que su propio padre. A su llegada, el Laird no había recibido más que caras largas y ceños fruncidos. El recién llegado había llamado a Eoghan padre. ¿Sería hermano de sus nuevos alumnos? Se pregunta Malcolm. El pequeño Rory, con una sonrisa a la que le faltaban los dos dientes de delante, se levanta de su asiento de un salto para precipitarse hacia su hermano. Bajo la mirada asombrada de Malcolm, los ojos del salvaje pierden toda dureza. Coge al vuelo al pequeño, lo tira al aire y le atrapa. —¡Aillil! —grita el niño, claramente encantado. En su tartán de lana desgastada, el recién llegado parecía más un animal que un ser humano. Así que, cuando sonríe a su hermano pequeño, su cara se transforma, perdiendo el cinismo y llegando a ser casi guapo. El Laird examina la escena, la desaprobación brillando en sus ojos. —He pensado que ya era hora de que mis hijos conozcan su enemigo y cómo librar la batalla apropiadamente —responde Eoghan. El tono y la actitud proclamaban: ¡mi palabra es ley, no cuestiones mi autoridad! Eoghan se vuelve hacia Malcolm para añadir, los dientes apretados—: Mi heredero, Aillil. 36 Aillil. Ese hombre tan grande como un oso, que llevaba la vestimenta prohibida se llamaba Aillil. Después de dejar a su hermano pequeño sobre sus pies, se acerca a la mesa, como una montaña en marcha, para saludar alegremente uno a uno a todos sus hermanos. Cuando su mirada recae en Malcolm, sus ojos habían recuperado una chispa irascible y amenazante. Malcolm tiembla. ¿Qué he hecho yo para merecer tanto odio? ¿Cómo un hombre que no conozco puede odiarme con tanta pasión? Con mala cara, Aillil regresa al lado de Eoghan, más pequeño que él. —Padre —dice. Su breve saludo no expresaba en absoluto el mismo afecto que había demostrado hacia sus hermanos—. Tengo noticias de Edimburgo, le espero en su despacho. Se gira y echa un último vistazo, más venenoso aún, en dirección a Malcolm, luego desaparece tan rápidamente como había llegado. Sin una palabra. Eoghan le sigue. Malcolm tenía el alma devastada. ¿En qué se había metido él? ¿Debía inquietarse por ser asesinado mientras dormía? Había venido hasta aquí para escapar de la persecución, no para encontrar más problemas. Niall tira de su manga para llamar su atención. —No se inquiete —comenta—. Aillil odia todo lo que viene de los ingleses y no soporta las restricciones que impuso la Corona. Pero es un buen hombre, no tiene nada que temer de él. En cuanto a padre, no odia a los ingleses, él sólo lamenta el poder que tienen ellos sobre nosotros. Los dos tienen demasiado que hacer para preocuparse de usted, de nosotros o de nuestros estudios. 37 Malcolm baja los ojos, estudiando los cuatro rostros jóvenes frente a él, uno lleno de anticipación, uno tímido y dos problemáticos. Dirige al cielo una plegaria para que Niall estuviera en lo correcto. Cuando Aillil estaba pasando por la entrada del gran salón con la intención de subir por las escaleras que le llevarían a su habitación, fue interrumpido por las palabras de su padre. Eoghan no utilizaba un tono tan seco para dirigirse a sus subordinados o a sus desobedientes hijos, nunca a un igual. Por curiosidad, entra y se apoya en el umbral para observar la escena antes de irrumpir en la habitación. Dicha sala, destinada a recibir a la importante familia del Laird y a todos los miembros de su clan, más los sirvientes y los invitados, era enorme. En ese momento, no había en su interior más que seis personas: el padre y los hermanos de Aillil y un extraño que absorbía cada palabra de Eoghan, ese debía ser el nuevo profesor. El último a cargo había sido un desastre. Aillil guardaba excelentes recuerdos de sus profesores. Como antiguamente era costumbre estar entre los clanes, había sido recibido durante un tiempo en Glasgow, en casa de otra familia eminente, donde había recibido la mejor educación. Los sabios profesores que le habían educado, se parecían poco a los borrachos casi analfabetos que su padre tenía la costumbre de contratar. Sería un milagro si sus hermanos alcanzaban antes de llegar a la edad adulta, un nivel de educación, aunque sea superficial. Este nuevo profesor tenía que estar más cualificado que su predecesor. Sin importar sus cualificaciones, era raro que fuera el Laird en persona quien se tomara la molestia de dirigirse a 38 él. Era el deber de un senescal1 solucionar asuntos tan mundanos. Sin embargo, allí estaba el jefe del clan Callaghan, esgrimiendo la poca autoridad que aún le quedaba. Antiguamente, el castillo tenía designados dos senescales y administradores de la casa, encargados de transmitir las órdenes del Laird a los que dependían de ellos. Pero esa época de gloria desapareció el día de la derrota del Pequeño Príncipe Charlie. La inmensa edificación donde residía la familia, pertenecía a los Callaghan desde generaciones, los muebles estaban tan erosionados por el tiempo como las piedras de la estructura. Y Aillil conocía desde que era niño, a la mayoría de los pocos sirvientes que les quedaban. Los profesores eran de otra calaña. La mayoría tenía problemas con el alcohol y demás, otros enfurecían a un padre local porque abusaban de una joven de la villa, o simplemente no soportaban más las travesuras de los gemelos y preferían renunciar. Aillil esperaba, en nombre de sus hermanos y de la familia, que el nuevo profesor fuera de un material más fuerte. No entendía por qué su padre no enviaba a los chicos con familias amigas. También podrían ir al colegio a Glasgow o a Invernes. No obstante, el Laird titular aceptaba tan bien la dominación inglesa que le quedaban pocos amigos entre los clanes locales, contrariamente a su difunto padre, el abuelo de Aillil, quien en tiempos mejores había sido muy respetado. Eoghan tenía en Invernes un primo materno que habría podido aceptar a los chichos, pero Aillil no habría confiado a su perro a alguien como Marcus, menos aún a sus hermanos. Su presencia no se había hecho notar, Aillil aprovecha para estudiar al extranjero. Bastante pequeño, era absolutamente agradable a la vista, con cabellos rojos como 1 Mayordomo mayor de la casa real 39 el pelaje de un zorro, una estructura ósea delgada, rasgos interesantes. Aillil siente un escalofrío de excitación nacer bajo su kilt. Encuentra al hombre muy atrayente, hasta que éste abre la boca para hablar en un incuestionable acento inglés. Su rabia se enciende rápidamente. ¿Cómo se atrevía su padre a recibir en su casa, entre los suyos, a un Sassenach? ¿Cómo podía confiar la educación de los herederos Callaghan a un detestable inglés? Erizado de indignación, Aillil dirige a su padre la mirada asesina que había hecho retroceder a muchos de sus adversarios. —¿Un inglés, padre? Atraviesa al nuevo profesor con una mirada despectiva, indicando claramente lo que pensaba sobre él, independientemente de su atractivo físico. Muchos escoceses eran jóvenes y hermosos, nunca cometería el agravio de apreciar a un Sassenach. Su odio hacia el enemigo se vio interrumpido cuando Rory, con una risa resplandeciente, se arrojaa sus brazos. Aillil no podía resistirse al niño. Le tira al aire antes de cogerle, sin conseguir retener su sonrisa. Su peor temperamento cedía al calor de ese rubio, siempre alegre. Cuando Aillil echa un vistazo a la cabecera de la mesa, ve la reprobación encenderse en los ojos de su padre. Eoghan odiaba la forma en la que los cuatro hermanos mayores malcriaban al más pequeño de sus hijos. La madre había muerto en el parto, cuando nació. Rory era un pequeño sensible y tierno que todos buscaban proteger. Eoghan jamás había prestado un pensamiento al bebé, era Niall quien, desde hacía tiempo, había asumido la responsabilidad. Ahora, la mirada del Laird se había desviado, estaba examinando con gravedad el maldito tartán con el que Aillil estaba vestido. Pasar demasiados días en ruta no le había 40 dejado mucho tiempo libre para preocuparse por su apariencia. Aillil sentía su furia reanimarse viendo al extranjero seguir con atención la interacción de su padre y él. Lo que tenía que decir al jefe de su clan no estaba destinado a oídos indiscretos. —Tengo noticias de Edimburgo —dijo. Se negaba a compartir con un traidor lo que había oído. Además, estaba decidido a reclamar una explicación—. Le espero en su despacho. Dirige una última mirada incendiaria al profesor de cabello rojo y luego deja el salón, seguro de que Eoghan le seguiría. No se cruza con nadie en el camino hacia el despacho de su padre, también se pregunta si otros sirvientes habrían dejado su puesto durante su ausencia. Entra en la habitación donde Eoghan pasaba gran parte del día, lamentando ardientemente no encontrar a su abuelo sentado detrás de la mesa. Habría apreciado ser recibido con una sonrisa afectuosa y una palabra amable. A lo largo de generaciones, pese a que muchos Laird se habían sucedido en el clan Callaghan para administrar los asuntos cotidianos del clan, la habitación no había cambiado. Estaba exactamente igual que en la época de su abuelo. Aillil levanta los ojos hacia el retrato colgado sobre la chimenea. En su marco de madera esculpida, el sabio anciano quien, a ojos de su nieto, había representado el súmmum de la perfección, le sonreía. —Lamento realmente que ya no estés aquí —dice. Desde todos los puntos de vista, Fionan Callaghan había sigo un gran jefe de clan, un dirigente amado por todos los suyos y respetado por sus iguales. Si todavía estuviera vivo, estaría horrorizado por la degradación del clan Callaghan. 41 Un ruido de pasos advierte a Aillil de la proximidad de su padre. —Espero que sea importante. Dándole la espalda, Aillil gruñe —: ¿Cómo osa acoger a un Sassenach entre nosotros? —¿Quién es el Laird aquí, Aillil? ¿Con qué derecho cuestionas mis decisiones? Aillil no quería reconocer la verdad de esas palabras. Si su padre hubiera conservado las funciones heredadas de los jefes de clan, semejante insolencia habría sido severamente castigada. Pero todo poder había desaparecido, por una promesa de un título que jamás se había cumplido. Así que, si Aillil exageraba su rebelión, no estaría protegido por su estatus de heredero. Con cinco hijos legítimos y probablemente varios bastardos, Eoghan tenía un amplio abanico de posibilidades, no dudaría en renegar de su primogénito. »Espero sinceramente que nadie te haya reconocido con semejante atuendo ¿Estás buscando arrojar sobre nosotros la furia de los ingleses? Me acusas de haber contratado a un simple maestro cuando estás desafiando abiertamente la ley. Si no tienes ningún respeto por el honor de nuestro nombre, piensa al menos en tus hermanos. No eres el único en juego, nos pones a todos en peligro. —Lo que yo hago no le afectará ni a usted ni a mis hermanos y lo sabe muy bien —alega Aillil. De pronto se acuerda del triste destino de Duncan. El padre del joven probablemente había creído lo mismo antes de la batalla de Culloden, así que, su prisa por partir había provocado la casi aniquilación de su clan. Aillil responde con voz más moderada —: No padre, nadie me ha visto. En todo caso, ningún partidario de los ingleses, añade internamente. 42 —Harías bien en pensar en las consecuencias de tus actos. Mostrarte como un rebelde aquí, en casa, es una cosa, pero en la villa, es peligroso. No te debo ninguna explicación, sin embargo, este profesor me ha sido enormemente recomendado. Es el hijo pequeño de un barón inglés. El paso pesado de Eoghan atraviesa la habitación en toda su longitud antes de pararse detrás de Aillil. »Puedes permitirte ignorar a los hombres del rey cuando crucen por nuestra casa, ese no es mi caso. Tenemos que mantener las apariencias, tenemos que estar por encima de cualquier reproche. ¿Qué mejor forma de parecer abrazar los usos y costumbre ingleses que contratar a uno de los suyos para instruir a mis hijos? —continúa el Laird. Aillil creía firmemente que su padre hacía mucho más que ‘parecer’ aceptar a los ingleses. Se pregunta hasta dónde el clan debería empobrecerse antes de que el dinero dejara de destinarse a los cofres del rey, para intentar pagar un título inglés. Era el clan, con el sudor de su frente, el que pagaba por estos sobornos. Los Callaghan no poseían más que su casa familiar y algunas tierras aledañas y ninguno de los requerimientos referentes a los bienes robados, había recibido respuesta. ¿Qué podría hacer él para que Eoghan comprendiera que los ingleses no regresarían jamás lo que se había llevado? —Aceptarás a este profesor y harás el mayor esfuerzo para que se quede —ordena el Laird—. No quieres que tus hermanos crezcan sin educación ¿verdad? Ah claro, se esconde detrás del bienestar de mis hermanos, ¡miserable! —Si se queda en su lado, yo haré lo mismo —concede Aillil. Se gira hacia ese padre al que se parecía tanto. Los dos hombres se miran un momento de forma sombría, luego 43 cada uno se va por su lado, Aillil se pregunta como podía ser físicamente el doble de su padre cuando mentalmente, eran totalmente opuestos. Antes de dirigirse al gran salón para cenar, Aillil se había aseado, incluso si seguía llevando su kilt. Para él, el tartán era el símbolo del verdadero escocés. Por lo tanto, se negaba a renunciar a él, a pesar de ser más difícil encontrar tejedores que aceptaran hacer ropa nueva. Toma su lugar habitual al lado del Laird y echa una mirada al otro lado de la mesa. El tutor estaba sentado, con numerosos sitios vacantes entre ellos. ¡Era deprimente! Cuando Fionan aún vivía, la gran mesa estaba llena todas las noches y la sala animada con el ruido de las conversaciones. También había música, la cual realmente extrañaba Aillil. En el trascurso de los últimos años, todos los hombres jóvenes y aptos que deberían encontrarse presentes en las noches del clan, habían sido reclutados por la armada inglesa. Los senescales y el arpista que quedaban, habían fallecido. A su muerte, no habían sido reemplazados. Las gaitas estaban prohibidas, el tradicional sonido de la flauta había perdido su lugar y el clan no poseía suficiente poder o dinero para permitirle a su Laird una guardia personal. A los ojos del rey inglés, la muerte de Eoghan representaría simplemente un escocés menos del que preocuparse. Otra de las cosas que se echaban de menos con respecto a pasado, eran las risas femeninas. Después de la muerte da la madre de Aillil, su padre no había vuelto a casarse. Prefería satisfacer sus necesidades visitando a una amante en lugar de invitarla al castillo. Según Aillil, su padre quería seguir soltero, porque esperaba casarse algún día con una noble inglesa. 44 Eoghan había casado a Ailsa, la única de sus hijas que había sobrevivido a la infancia, con un clan de las Tierras Bajas con el que esperaba aliarse. Afortunadamente,el hombre elegido para ella era amable y se había enamorado rápidamente de ella después del matrimonio. Sólo por eso, Aillil se sentía en deuda con él. Ahora, la mesa se componía únicamente de Aillil, su padre, sus hermanos y el profesor, más algunos sirvientes que se movían alrededor de ellos. ¡Qué desgracia! El castillo era poco más que una fortaleza, las nobles murallas que habían rechazado a los enemigos durante siglos, no eran más que ruinas. La mayor parte de las habitaciones estaban vacías. El lugar se volvió triste y patético. Los comensales comieron un estofado de venado prácticamente en silencio, Eoghan prácticamente no apreciaba las conversaciones durante la cena, excepto si tenían invitados. No escuchaban más que tímidos murmullos cuando los jóvenes le preguntaban algo al nuevo profesor. Aillil no podía culparles por su curiosidad. Sus hermanos no conocían más que las tierras y las villas cercanas a su casa. No tenían ningún conocimiento del mundo exterior y era perfectamente normal que estuvieran fascinados con la idea de alternar con un extranjero. Sin embargo, Aillil desconfiaba del inglés. ¿Por qué había venido a Escocia? ¿Esperaba, como muchos de sus predecesores, estafarles y huir con su botín robado? ¿Querría seducir inocentes campesinas de los alrededores, atraídas por los halagos de un recién llegado? Era más que probable que este hombre tuviera un motivo concreto para dejar Inglaterra. ¿Se trataba de un criminal huyendo de la ley? ¿Niall y los demás estarían en peligro? ¡A menos que fuera un espía enviado por los ingleses! Aillil estudia al extranjero, convencido de que podría ser una amenaza para el clan. Cuando una sirviente voluptuosa 45 se acerca a la mesa, los ojos del maestro no se fijan, como había previsto, en su generoso pecho o en su trasero. El hombre únicamente le sonríe agradeciéndole educadamente haber llenado su vaso. En seguida, se inclina hacia Niall que le estaba hablando al oído. Mmmh, ¿tal vez el profesor prefería las chicas menos voluptuosas? ¡Un inglés! Aunque había un montón de buenos maestros escoceses. Aillil no estaba para nada convencido con el razonamiento de su padre. ¿Por qué un inglés? Además, el recién llegado parecía un poco joven para ser un profesor. La falta de experiencia no era un buen augurio para la supervivencia. La mayor parte de los anteriores profesores no habían tenido más que algunas semanas en el castillo antes de huir o de ser expulsados. Esos hombres experimentados no deberían haberse derrumbado por las travesuras de los gemelos, por muy creativas que fueran. Sus hermanos no eran más que niños después de todo. Niall, siempre tan aplicado, representaba probablemente al alumno ideal y Rory permanecía siempre en la sombra de su hermano tanto tiempo, como para desaparecer. Hacia la mitad de la cena, Aillil presencia un acontecimiento inédito, el tímido Rory hablando con un adulto diferente al propio Aillil. El menor de sus hermanos se dirigía poco a los sirvientes y nunca a su padre, pero ahí estaba él, mostrando una cara alegre y unos ojos risueños. El profesor le hablaba en voz baja, aun así Aillil consigue escuchar sus palabras—: se los enseñaré más tarde, en la noche. Aillil se eriza. El Sassenach no sería el primer pervertido en atacar a jóvenes indefensos, como había experimentado durante una breve estancia en casa del primo de su padre en Invernes. Así que permanece atento. Cuando los niños dejan la mesa detrás del inglés, Aillil espera un instante antes de 46 seguirles, quedando fuera de su vista. El pequeño grupo sube las escaleras que llevaban a la habitación de su hermano, pero se dirigen al lugar más antiguo del castillo, la torre que antes era la última defensa contra los invasores. Aillil sube a su vez la escalera de caracol, silenciosamente, asegurando la posición de sus pies en silencio sobre cada escalera de piedra. Cuando escucha las voces, se queda inmóvil y escucha atentamente. —¿Es eso? —la voz infantil de Rory vibra de entusiasmo. —¿Puedo tocarlo? —pregunta Niall. La dulce risa del profesor les responde. —Un poco de paciencia. Si son buenos y hacen exactamente lo que les digo, tendrán cada uno su turno. Rory, comience usted. Las voces se silenciaron y Aillil contiene su aliento, esperando que le llegue el primer signo de peligro. Si este hombre atacaba a los niños, de una forma u otra… »No Rory —indica la voz con acento inglés. Habla gentilmente, con paciencia, sin mostrar reproche—. Es muy delicado. Debe cogerlo de esta forma. Así, eso está mucho mejor —dice después de una pequeña pausa—. Ahora deme la otra mano. Aillil no podía creer que los otros tres dejaran que se abusara del más pequeño, y todos encantados. Sin embargo, nunca había escuchado a sus hermanos como ahora. Ni siquiera los gemelos soltaban una palabra, lo que era muy raro. Pasa un buen rato sin incidentes. Termina decidiendo que se había preocupado por nada y se gira dispuesto a marcharse. Cuando el profesor vuelve a hablar, sus palabras despiertan todos los instintos protectores de Aillil. 47 —Es necesario hacerlo suavemente, como una caricia, sin brusquedad. La respuesta es mucho mejor cuando la mano es a la vez firme y ágil. ¡No! Aillil sube los escalones de dos en dos y grita —: ¡Suéltele! ¡Inmediatamente! Abre la puerta de la habitación de la torre tan bruscamente que choca contra el muro, con una fuerza para hacer sacudir los dientes. Se lanzó hacia el interior, la mirada incendiaria, intensificada por una razonable furia y listo para descuartizar al pervertido. Cinco pares de ojos abiertos como platos se giran hacia él, cinco bocas completamente abiertas. La escena que descubre no era el horror que él se esperaba. Su hermano más pequeño estaba subido sobre un taburete en mitad de la habitación suavemente iluminada por las velas que enviaban reflejos sobre un… ¿violín? En la otra mano Rory sostenía un arco. 48 Aillil siente su rabia calmarse, deambula por la habitación en busca de un objetivo. Finalmente, la verdad se incrusta en la parte más primitiva de su ser lista para matar, para proteger a su familia. El profesor inglés ejercía en un contexto legítimo. Las palabras sospechosas indicaban a Rory simplemente cómo manipular con cuidado, un objeto precioso. Su cólera desaparece. De acuerdo, esta vez el inglés no era culpable, lo que no significaba sin embargo que no hiciera un intento más tarde. Aillil decide que no tenía ninguna excusa para dar, así que guarda silencio. Rory, acostumbrado al carácter tormentoso de su padre, sin duda no había visto nada anormal en su estallido de furia, demasiado joven para comprender las implicaciones del comportamiento de su hermano. Los gemelos, también acostumbrados a los gritos, que merecían continuamente, ya habían reanudado la inspección de las propiedades del maestro. Y Niall guardaba silencio contemplando a su hermano con aire pensativo. Aillil imagina las ruedas girando en la cabeza del chico. Luego Rory rompe la tensión. —¡Aillil! —grita—. ¡El maestro Byerly es procesor de fiolín! Su falta de dientes hacía difícil su pronunciación. El profesor vigilaba a Aillil con mirada desconfiada. Lejos de refugiarse en el rincón más lejano de la habitación, se había plantado delante de sus alumnos, manifiestamente preparado a protegerles de una posible amenaza. Interesante. Aún más interesante era el fuego que ardía en los verdes ojos ampliamente abiertos. Ah, el Sassenach era de espíritu combativo. 49 —Genial, Rory —responde Aillil, depositando su mirada a su némesis—. Creo que voy a quedarme un momento y mirarte, si el profesor no tiene ningún inconveniente. Levanta una ceja interrogativa. El inglés no tenía ningunaforma de rechazarlo, en vista de que los cuatro niños asentían entusiasmados. —Si así lo desea. Levanta con aire arrogante su nariz sembrada de pecas, antes de volverse hacia Rory para retomar las instrucciones. Aillil percibe perfectamente la dureza de la mandíbula obstinada. Adivina que la cuestión estaba lejos de estar resuelta, si bien, por dignidad, el maestro no había querido proferir comentarios mordaces delante de sus alumnos. Cuando el arco toca las cuerdas, el instrumento maúlla como un gato furioso. Aillil hace una mueca y se esfuerza por esconder su reacción. El inglés ni se inmuta. »A todos les pasa lo mismo la primera vez es normal — afirma con voz alentadora ante la mueca de Rory—. Vamos a intentar algo, pon los dedos sobre las cuerdas y seré yo quien maneje el arco. Se sitúa detrás del taburete y pone los brazos a cada lado del niño, sus largos dedos estilizados posados sobre las cuerdas. Aillil le observaba como un halcón, esperaba un movimiento en falso. Sin embargo, el profesor no buscaba aumentar su contacto con Rory. Además, Aillil se dio cuenta de que su tímido hermano no se apartaba del extranjero. Esta vez, el golpe del arco produce una larga nota deliciosamente pura. Escalofríos suben por los brazos de Aillil y por su columna vertebral. El sonido, aunque muy diferente al de sus queridas gaitas, le corta el aliento. Anteriormente, Aillil había despedido a su profesor de violín tras algunas lecciones, diciéndole que prefería tocar un instrumento más digno de 50 un escocés. Las gaitas estaban prohibidas por la ley, debería reexaminar sus opciones. Uno tras otro, los niños practicaron el violín con resultados dispares, mientras los demás permanecían sentados en el suelo, observando. Incluso Dughall y Dughlas, en general en constante agitación, estuvieron inmóviles durante un momento. Cuando todos los hubieron intentado, Niall pregunta — : Maestro Byerly, se lo ruego ¿Podría tocar algo? El inglés lanza una mirada desafiante a Aillil, quien inclina la cabeza. El profesor toma ahora su sitio sobre el taburete, apartando con una mano sus rojos rizos de su cara antes de situar el violín contra su cuello. Cierra los ojos y da un largo suspiro. Aillil decide que debe tratarse de un ritual. Las primeras notas resuenan, lentas y solemnes, escalando rápidamente hacia un aire más vivo y bastante más complejo que la melodía que había intentado enseñar a los niños. Los ágiles dedos presionaban las cuerdas con la fluidez de la experiencia. A regañadientes, Aillil admira su habilidad. Durante su estancia en Glasgow, había aprendido esgrima. Su maestro de armas era pequeño, a penas más alto que el profesor, pero él agitaba su espada con gracia natural, sus ataques y paradas parecían más un paso de baile que un combate. Entre sus manos, la fría hoja de acero se convertía en una extensión de su cuerpo. Ningún adversario tenía la más mínima posibilidad contra él. La perfecta maestría con la que el inglés tocaba, le recordaba a Aillil a su maestro de armas. Cada uno excepcional en su campo. La música llega a su fin demasiado rápido y Aillil se sorprende de estar tan decepcionado. Estaba a punto de solicitar otra canción, cuando Niall dijo —: Gracias, maestro Byerly. Ahora es el momento de irnos todos a la cama. 51 A pesar de las protestas de los más pequeños, Niall arrastró a la pequeña tropa y les hizo salir de la habitación de la torre, dejando a Aillil sólo con el inglés. Los segundos pasan lentamente. Tal vez Aillil debía al profesor una disculpa después de todo. Puede que algún día sea culpable de alguna transgresión, pero por el momento, parecía inocente del acto monstruoso del que Aillil había sospechado. —Profesor, yo… —comienza. —Malcolm Byerly. Levantando la mirada, Aillil se encuentra nariz con nariz con este hombre al que odiaba hace algunas horas. Ahora, ya no lo sabía. ¿Cómo odiar a un profesor al que sus hermanos adoraban visiblemente? Por otro lado, ¿confiar en él? Era una cuestión completamente diferente. El inglés se irguió, dejando su taburete, mientras fulminaba a Aillil con la mirada. »Byerly —repite—. Me llamo Malcolm Byerly. Y contrariamente a lo que parece creer, todos los ingleses no abusan de niños indefensos. Su voz era increíblemente melodiosa, incluso cuando estaba vibrando de desdén. —Me preocupo por mis hermanos —responde Aillil duramente. Ahora que Duncan se dirigía hacia una nueva vida, Aillil no tenía ningún asunto urgente que atender, así que nada le impediría vigilar a sus hermanos, y en particular, supervisar el comportamiento de su nuevo tutor. Los dos hombres se miran mientras que la tensión crece entre ellos. Aillil pensó que debía presentar un espectáculo bastante cómico, el pequeño pelirrojo irascible era bastante más bajo que él. Incluso sin tomarse el tiempo para pensar, 52 toma plaza en el taburete y ve la sorpresa aparecer en los ojos verdes de su homólogo. El inglés abre la boca, pero nada sale de ella. »Ahora es mi turno —declara Aillil. —¿Perdón? Ignorando ese jadeo sorprendido, Aillil le quita de las manos el violín y al arco. El inglés no ofrece ninguna resistencia. Aillil posiciona su instrumento como lo había hecho otra vez y acaricia las cuerdas con el arco. Sospechaba que el profesor esperaba escuchar el sonido chillón que todo novato producía. En cambio, hace cantar al violín. Feliz de constatar que no había olvidado sus antiguas lecciones, Aillil mira de reojo al inglés lleno de expectativas decidiendo, de momento, fingir ignorancia. El profesor se sitúa nuevamente detrás del taburete, corrigiendo la posición de los dedos de Aillil sobre las cuerdas. Su toque era más ligero y mucho más indeciso que anteriormente, con los niños. Juntos, los dos hombres tocan una sencilla melodía, marcada por algunas notas incorrectas. Aunque se encontraba en una compañía que odiaba, Aillil sonreía. Incluso si ningún otro instrumento remplazaría jamás para él sus amadas gaitas, al menos tenía el derecho de tocar el violín sin atraer la ira de la ley. Se gira hacia el atónito inglés con una mirada autoritaria que no toleraba ninguna discusión. —Va a enseñarme a tocar. Malcolm estaba furioso. ¡Qué descaro de ese arrogante! Irrumpía en su habitación sospechando del más vil de los pecados, interrumpía una lección de música y aterrorizaba a sus pobres alumnos. Y ahora, para rematar, tenía la desfachatez de esperar recibir lecciones. 53 La pequeña habitación que se encontraba en el último piso de la torre no era suficiente para el ritmo agitado de un Malcolm enfurecido. Le habría encantado arrojarlo a él y a su tartán fuera de la habitación, pero la adoración que había leído en los ojos de sus alumnos se lo impidió. Todos ellos parecían adorar a su hermano mayor, por muy odioso que fuera. ¿Por qué? Malcolm no llegaba a entenderlo. Recordar al peludo riendo y jugando con Rory calma un poco su ira. Ningún hombre capaz de amar a un niño podía ser completamente malo. A pesar de esa cualidad redentora de Aillil, Malcolm esperaba que ese hombre se cansara pronto de la disciplina necesaria para aprender a tocar un instrumento de música, y volviera al bosque, donde aparentemente, pertenecía. Cuanto menos contacto tuviera con él, mejor se llevarían. Limpia su violín y lo deja con gran cuidado sobre la mesa al lado de la cama. Utilizado ya con anterioridad, el instrumento había costado una buena parte de su sueldo, pero valía hasta la última moneda. En silencio, Malcolm se prepara para acostarse y se tumba en su estrecha cama. Recuerda a los Callaghan y su iniciación en la música. De cinco hermanos, solo Aillil había mostrado verdadero interés. Niall prefería escuchar y los gemelos no se quedaban
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