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Eden Winters - Duet

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EDEN WINTERS 
 
 
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Grupo TH 
Anta 
CRB 
MAR 
 
¡Y no olvides comprar a los autores, sin ellos no 
podríamos disfrutar de tan preciosas historias! 
 
 
4 
 
 
Un decreto de un conquistador no puede separar a Aillil 
Callaghan de su herencia escocesa. Lleva la tela escocesa 
prohibida de su clan con orgullo, esperando el día en que se 
convierta en Laird, restaure el nombre de su familia y luche 
por liberar a Escocia de la tiranía inglesa. ¿Un inglés en su 
casa? ¡Abominación! Pero el tutor que su padre contrató para 
los hermanos menores de Aillil también puede tener algo que 
enseñar al heredero Callaghan. 
El violinista y erudito Malcolm Byerly huyó de Kent con 
miedo, buscando nada más que un puesto tranquilo, mentes 
ansiosas por enseñar y que nadie descubriera sus secretos. 
No contaba con el bárbaro de un hermano mayor que odiaba 
a los ingleses, ni con el tartán rojo y verde que ocultaba un 
alma gemela. Un amor compartido por la música rompe las 
barreras entre dos mundos. 
El padre de Aillil amenaza su amor, pero un enemigo 
mucho más peligroso los destroza. Se desvanecen en una 
leyenda. 
Dos siglos después, el concertista Billy Byerly llega al 
Castillo Callaghan y se siente extrañamente como en casa. 
Las leyendas hablan de un Laird Perdido que acecha la 
fortaleza a la espera del regreso de su amante. Billy no cree 
en leyendas, fantasmas o amor que duran más que la vida. 
 
 
 
 
 
 
 
5 
 
 
Mi sincero agradecimiento a Pam, Chris, Doug, Lynda, 
John A. Vosotros que creísteis siempre en mí, me apoyasteis 
incondicionalmente, y me dijisteis lo que tenía que saber, 
como por ejemplo: “Esta escena de la página sesenta no 
suena nada bien” Sois los mejores. 
 Gracias a Mara por haberme facilitado información 
sobre Kent e Invernes, y a Kate por haberme iniciado en el 
dialecto escocés del siglo dieciocho. 
 Bueno, tengo que agradecerla a John R. por sus ánimos, 
sus comentarios y sus emails que nunca dejaron de 
alegrarme el día. 
 Mi mundo es mucho más agradable porque formáis 
todos parte de él. 
 
 
6 
 
 
Auld Mammy: anciana madre, término afectuoso 
Aye: sí 
Chi mi’n t-iasgair aig ceann nan lionan: Veo al pescador 
y su red, según dice una vieja balada escocesa ‘Chi Mi’n Tir’, 
veo tierra. 
Gu bràth: ‘para siempre’, incluso si el sentido inicial es 
‘hasta el juicio final’. 
Highland o Tierras Altas: región montañosa situada al 
noroeste de Escocia. 
Highlander: Escocés de las Tierras Altas. 
Lad: chico. 
Laird: título escocés, jefe del clan. 
Lass, lassie: chica joven. 
Loch: lago. 
Lowlands o Tierras-Bajas: la otra parte de Escocia. 
Nay: no. 
Mael Caluim: pronunciación escocesa para Malcolm 
Och: ¡Oh, no! 
Pìob mhór: gaita. 
Reel:Musica y baile tradicional escocés. 
Samhuinn: nombre escocés de la fiesta de transición propia 
de los eventos mágicos y místicos en la mitología celta, 
transición de un año al siguiente y apertura hacia el Otro 
Mundo. 
Sassenach: inglés/inglesa (despectivo) 
 
7 
 
 
Robert Bruce (1274/1329) después de haber reconocido la 
soberanía del rey Eduardo I de Inglaterra, decide hacer valer 
sus derechos al trono y se convierte en Robert I de Escocia 
en 1306. 
William Wallace (1270/1305) caballero escocés cuyo papel 
en las guerras independentistas de Escocia fue tan 
importante que se convirtió en legendario. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
8 
 
 
Kent, Inglaterra 
1758 
 
Algunas de las pasiones de Malcolm Byerly no eran 
castigados con la cárcel. La música y los estudios, por 
ejemplo, eran pasatiempos sin peligro y se entregaba 
voluntariamente, para olvidar el amor que su naturaleza le 
prohibía. Ya que no podía acercarse al romance más que a 
través de dulces canciones tocadas sobre las cuerdas de su 
violín, ahí, al menos, podía destacar. 
 De su alma en pena brotaban apasionadas melodías, 
auténticos gritos de su deseo renegado, todo con lo que 
soñaba, sin la menor esperanza de realizarlo, porque el 
peligro merodeaba demasiado cerca. Era mejor una 
existencia solitaria que perder el honor, o peor aún, 
compartir el fruto prohibido. 
 A veces, cuando colocaba su instrumento bajo su 
mentón, no liberaba los placeres del amor prohibido, sino sus 
penas y decepciones. Las quejas lúgubres de su violín 
expresaban entonces su soledad, en un lenguaje que pocos 
percibían. La fatídica noche dónde dio el primer paso en el 
camino de su destino, las notas formadas sobre las cuerdas 
hablaban la lengua eterna del dolor del amor. Hace una 
pausa notando que su melodía evoca un corazón roto. 
 Deja de anotar en la partitura al margen de su cuaderno 
de música, cuando suenan las campanas en el patio, para 
señalar la hora y convocarle al comedor. Suspira, 
lamentando esta interrupción. Por desgracia, el colegio tenía 
estrictas reglas que no toleraban ningún retraso, ni por parte 
 
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de los alumnos, ni del personal docente. El director no dejaba 
de sermonear a la congregación, recordándoles las 
importantes responsabilidades que implicaban la formación 
de las mentes jóvenes. Según él, la práctica de una estricta 
autodisciplina era necesaria para desarrollar un buen estado 
mental. Malcolm guarda su violín y, después de haber hecho 
la promesa de volver lo antes posible, sale de su santuario 
para reunirse con el grupo de los que se disponían a tomar 
la cena. En su cabeza, resonaban aún las notas de su última 
composición. 
 Los miembros del cuerpo docente tomaron asiento en 
los largos bancos situados a cada lado de la mesa que les era 
asignada. La mayoría de los profesores eran hombres 
mayores, con cabellos grises, que trabajaban en el colegio 
desde hacía un buen número de años, solteros que, como él, 
compartían dormitorios. En general, Malcolm les consideraba 
como solteronas amargadas. Sin embargo, entre ellos había 
algunos más cercanos a su edad, veintitrés años. Aún eran 
demasiado nuevos en la profesión para haber alcanzado ese 
cinismo. 
 Un guapo desconocido ocupaba en la mesa el sitio que, 
por semanas había estado libre. Tenía penetrantes ojos 
azules bajo una mata de pelo marrón oscura. Su sonrisa fácil 
y su cara agradable despertaron en Malcolm una chispa de 
interés. Algo enterrado en el fondo de sí mismo desde hace 
mucho tiempo, revivió: la atracción. Sin saber muy bien 
cómo, reconoce que este nuevo profesor es alguien que 
comparte su atracción sexual por los hombres. 
 Malcolm se sentó a su lado e intentó calmar el latido 
acelerado de su corazón. Bajo la mesa, sus piernas se 
tocaron, lo que envió una descarga eléctrica hacia su ingle. 
Una sonrisa tímida apareció en la cara del extraño. 
 —Según me han dicho, usted es el violinista que 
escuché hace un rato en el dormitorio. Toca increíblemente 
 
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bien. Me llamo Kinnerley, Thomas Kinnerley. Y si no me 
equivoco, usted es Malcolm Byerly. 
 Parecía joven y entusiasta con esos ojos tan brillantes 
y su sonrisa. Malcolm, con las mejillas cálidamente 
encendidas, hace un esfuerzo para aceptar el cumplido con 
gracia. 
 —Gracias. Le ruego que me disculpe si le he molestado. 
Es el único momento, antes de la campana de la tarde, en el 
que puedo practicar. 
 El otro le tranquiliza inmediatamente. 
 —¡Oh, no! Personalmente, nunca aprendí a tocar y 
aquellos que son capaces me fascinan. Su melodía parecía 
muy melancólica. ¿Qué era? 
 Malcolm sonrojándose con más intensidad, se sentía 
algo expuesto con la idea de haber tenido un espectador de 
lo que era, en esencia, la expresión de sus pensamientos 
más personales. Puesto que ninguno de los otros profesores 
comentaba nunca su música, había pensado que no la 
escuchaban. 
 —Nada importante. Sólo algo en lo que estoy 
trabajando. 
 Espera que el recién llegado no le tome por un engreído. 
 —¡Un compositor! ¡Qué maravilla! 
 Thomas Kinnerley le ofrece una radiante sonrisa, lo que 
provoca enMalcolm una extraña sensación, una especie de 
punzada en las entrañas que no era completamente 
desagradable. 
 Se callaron frente a la mirada severa que les lanzó uno 
de sus compañeros de mesa. Aparentemente, los viejos 
desaprobaban el entusiasmo de Thomas, al igual que 
desaprobaban casi todo. Malcolm se jura solemnemente no 
 
11 
 
volcar nunca su cólera y su amargura sobre la gente a su 
alrededor, incluso si se desilusionaba con los años. 
 Se concentra en las conversaciones de los otros 
comensales y come su parte de pollo asado, distraído de vez 
en cuando por el delicioso roce de la pierna de Thomas contra 
la suya. Durante toda la comida, su pene palpita de 
excitación. ¿Qué mal había en saborear discretamente este 
contacto accidental? 
 Unos instantes después, descubre que sus atenciones 
no habían sido en absoluto al azar. 
 Después de que muchos de sus compañeros habían 
abandonado la mesa, Thomas se inclina hacia él y presiona 
más abiertamente su pierna. Sugiere a media voz: 
 —¿Tal vez podría pasar una noche en su habitación 
mientras toca? 
 Malcolm se paralizó. Thomas no sugeriría… Observa al 
nuevo profesor y nota una mirada significativa, abrasadora, 
la ceja elevada de forma sugestiva y una pequeña sonrisa 
sarcástica. Sus últimas dudas sobre las intenciones de 
Thomas se perdieron, cuando éste le acaricia 
negligentemente el muslo. 
 Con la garganta cerrada, sin aliento, Malcolm hecha un 
frenético vistazo alrededor de la mesa para verificar si esta 
pequeña maniobra había llamado la atención. Los que se 
encontraban aún sentados a la mesa, estaban demasiado 
lejos o parecían demasiado metidos en sus conversaciones 
para darse cuenta de cualquier cosa. 
 —Estoy seguro que eso sería completamente 
inapropiado —susurra él. 
 A regañadientes, aparta su pierna de la de Thomas. Su 
cuerpo, ese traidor, se niega a obedecerle y crea en sus 
pantalones un bulto inconfundible. Thomas le aprieta 
dulcemente el muslo antes de retirar su mano. 
 
12 
 
 —Sólo quiero escuchar su música —declara. Un guiño y 
una mirada significativa subrayaron sus palabras. 
 Malcolm balbucea: —Yo… no soy así. 
 Aterrorizado con la idea de haber sido escuchado, se 
hunde en el duro banco de madera, rogando para que su 
llamativo admirador, se aleje antes de que todo el mundo 
descubra su secreto. Existe la posibilidad de que Thomas sea 
ingenuo, o bien no tenía miedo de las consecuencias de su 
conducta. Sin embargo, Malcolm no tenía la intención de 
regresar a casa de su padre con el rabo entre las piernas 
porque había sido despedido de su puesto, o peor aún, 
acusado de sodomía y teniendo que afrontar la sentencia 
plena y completa de la ley. 
 —Miente —insiste el joven profesor—. Veo 
perfectamente lo que es y lo que quiere. 
 Luchando contra sus ganas de huir, Malcolm le suplica 
con la mirada que comprenda su posición. 
 —Sólo quiero terminar mi comida para poder retirarme 
a mi habitación, solo. 
 En el otro extremo de la mesa, un profesor suelta una 
carcajada, habiendo malinterpretado las últimas palabras. 
 —Ahí está el problema, Byerly, pasa demasiado tiempo 
solo. Si no quiere una esposa, conozco un lugar cerca de 
aquí. Las damas son amables y accesibles, incluso para 
nuestros precarios salarios. 
 En el colegio, un establecimiento de enseñanza de 
prestigio superior, donde los hijos de los ricos y/o de familias 
nobles recibían su educación, pocos temas de conversación 
atraían la atención de los viejos profesores solteros, que se 
alojaban en él. Las mujeres, o más bien las prostitutas, eran 
una parte. Cada uno de los comensales que quedaban en la 
mesa, manifestó su opinión y da su punto de vista sobre su 
 
13 
 
cortesana favorita. Todos, excepto Malcolm y el recién 
llegado. 
 —Esta noche estoy muy cansado —declara Malcolm—. 
Creo que me retiraré antes de la hora. Si me disculpan, 
caballeros. 
 Se levanta simplemente y se aleja con tranquilidad. 
Pero en su interior, huía aterrorizado con la idea de correr 
riesgos. Se da cuenta que Thomas no le sigue, en un 
principio lo alivia, luego se encuentra decepcionado por ello. 
 La noche siguiente, decide deliberadamente llegar tarde 
a la mesa, arriesgándose así a provocar la ira del director. 
Quedaba un sitio libre en frente de Thomas, quien parecía 
enteramente ocupado con sus vecinos, sonriendo y 
asintiendo, conversando de un lado y de otro. Era mejor así, 
tal vez no se arriesgaría a reiterar los avances del día 
anterior. ¿Cómo podía un hombre hacer abiertamente esas 
sugerencias, cuando se arriesgaba a que todo el mundo le 
escuchara? Sin embargo, un remordimiento amargo se 
quedó en el fondo del corazón de Malcolm. Muy dentro de él, 
había querido la atención y había querido aceptar la oferta 
de Thomas, pero no osaría admitirlo. 
 En ese momento, la mirada de admiración de Thomas 
se encuentra con la suya, llena de deseo insatisfecho. ¡Un 
alma gemela! Después de todos estos años, Malcolm había 
encontrado por fin un hombre que compartía sus gustos, un 
hombre que le deseaba. 
Apenas toca su cena, demasiado ocupado peleando 
interiormente contra su conciencia. ¿Podía olvidar sus años 
pasados escondiéndose para correr semejante riesgo? 
¿Thomas y él tendrían la opción de tener una relación 
discreta, sin que nadie descubriera la verdad? 
 Después de excusarse de la mesa, no le sorprendió 
escuchar pasos resonando tras él en el pasillo que separaba 
el comedor de los dormitorios. 
 
14 
 
 Malcolm inspira profundamente antes de soplar 
enérgicamente, luego espera a Thomas. Dándose la vuelta, 
se enfrenta a su joven mirada llena de expectativas y 
disposición y él tenía toda la intención de pisotear ese 
brillante entusiasmo. 
 —Me disculpo por la forma en la que me comporté 
anoche —empieza Thomas—. Desde que puse mis ojos en 
usted, supe que era como yo, así que… 
 Malcolm no le deja terminar la frase. Niega con la 
cabeza, haciendo volar sus rizos alrededor de su cara. 
 —Thomas —dice—, no soy como usted. Es audaz, 
valiente, yo no. Soy un cobarde. 
 Con un rápido vistazo alrededor, verifica que no haya 
testigos, después enfrenta los ojos de su supuesto 
pretendiente y sostiene su mirada. Habla de forma 
deliberada, repitiendo la frase que había preparado, decidido 
a destruir lo que era sin duda la única oportunidad de 
encontrar la felicidad en este lugar. 
 »No encontrará aquí lo que está buscando. 
 Incapaz de presenciar el dolor de Thomas, ese dolor 
ante el rechazo que Malcolm siempre había sentido en el 
fondo de su alma, se marchó, atravesando el pasillo y 
volviendo a su minúscula habitación cerrando la puerta. Se 
apoyó contra ella, la tosca madera incrustándose en su 
espalda, y escondió su cara entre las manos. ¿Por qué tenía 
que ser así? ¿Por qué no era como sus hermanos, que 
deseaban el amor de una mujer y no el de un hombre? ¿Por 
qué no podía estar satisfecho con la perspectiva de casarse 
y tener hijos? 
 Después de ese suceso, ambos se dirigían la palabra 
educadamente, limitando su conversación a temas escolares 
y algunos otros sin consecuencia. Poco a poco, el deseo 
desapareció de sus ojos. 
 
15 
 
 Los meses pasaban, una nueva plaza libre aparece en 
la mesa del profesorado, cuando uno de los profesores deja 
el colegio por un puesto en el sector privado. Algunos días 
después, su reemplazo llega, un rubio dinámico con una risa 
ruidosa y una sonrisa contagiosa. A Malcolm le gusta desde 
el primer momento. Aparentemente, a Thomas también. 
 Malcolm veía a los dos hombres, inclinado el uno contra 
el otro, conversando con entusiasmo, y su soledad pesa 
dolorosamente en su pecho. ¿Qué sentiría si cediera a la 
tentación? ¿Si él finalmente tenía la experiencia de ser 
abrazado, de ser amado? 
 No sabía sobre las historias de sus compañeros, 
alardeando de sus conquistas femeninas, pero éstas 
hablaban sobre la lujuria,no el amor. Hace un esfuerzo para 
clavar su mirada en su plato e intenta no escuchar el 
murmuro de voces a su alrededor en la mesa, en particular 
el de Thomas y el rubio. En su boca, la comida sabía a arena. 
 Esta tortura, se volvió un ritual, continuando así 
durante semanas. Durante el día, Malcolm se concentraba 
para transmitir sus conocimientos a sus alumnos. Cada 
noche, se sentaba a la mesa y asistía a esa complicidad que 
había rechazado, mientras fingía que no le interesaba. 
Durante ese tiempo, ninguna dulce canción brotaba de su 
violín, nada más que réquiem que hablaban de desolación y 
vacío. 
 Una noche, instalándose en la mesa para la cena, 
descubre dos plazas ostensiblemente vacías, quedando así 
durante toda la comida. Extrañamente, nadie menciona a los 
ausentes y cada uno evita cuidadosamente mirar hacia los 
sitios vacantes. Hacer acto de presencia en el comedor era 
obligatorio. Por muy audaz que fuera Thomas, seguramente 
no se arriesgaría a una reprimenda sabiendo que su ausencia 
sería notable, ¿no? 
 
16 
 
 —Dos de los nuestros faltan esta noche. ¿Estarán 
enfermos? —pregunta Malcolm, incapaz de ocultar por más 
tiempo su curiosidad. 
 Un pesado silencio cae alrededor de la mesa. Durante 
un momento, ninguno de sus compañeros habla. Finalmente, 
uno de sus compañeros escupe: —¿Quiere decir que no está 
al corriente? Aparentemente, teníamos dos bastardos entre 
nosotros. Les sorprendieron juntos en una casa de 
Sodomitas. No se preocupe, sabemos cómo tratar a ese tipo 
de gente y a sus semejantes. 
 Deja caer su mano en la mesa donde las junturas 
estaban despellejadas e hinchadas. Malcolm traga con 
dificultad, su mirada pasando de una cara severa a otra. 
Algunos profesores marcando su aceptación con un 
movimiento de cabeza, mientras que otros permanecían con 
sus ojos bajos. Una magulladura morada marcaba la mejilla 
de uno de ellos, un corte profundo en arco en otro. ¿Qué 
habían hecho? ¿Y por qué Thomas y su amigo habían visitado 
una casa de sodomitas? ¿No tenían suficiente el uno con el 
otro? Malcolm había oído hablar de esos lugares, creados 
para los hombres que deseaban a otros hombres, pero había 
sido demasiado tímido para ir. Aparentemente, su reticencia 
parecía haber sido una decisión acertada. 
 Por suerte, ninguno de los otros le observa de cerca, 
sino el sonrojo de sus mejillas había podido se revelador, 
tanto como el horror de su expresión. Tomaron su malestar 
por una indignación natural al haber tenido que frecuentar a 
hombres tan despreciables. Malcolm esconde sus manos 
bajo la mesa para disimular su temblor. Temiendo insistir y 
revelar su auténtica inquietud referente a la suerte de los 
otros dos, prefiere, como un cobarde, unirse a los 
incriminadores de Thomas. 
 —Se lo tienen merecido, si quieren mi opinión —
murmura. En su interior, ruega por sus almas perdidas. 
 
17 
 
 Por un acuerdo tácito, los profesores no mencionan 
nunca más a los culpables. Esto no evita que Malcolm piense 
en ellos continuamente, preguntándose qué les habría 
pasado y si los momentos que habían compartido, valían 
realmente el precio pagado. 
 Si bien había rechazado a Thomas, Malcolm guardaba 
una particular amistad con ese hermoso moreno de ojos 
zafiro tan expresivos. Además, echaba sinceramente de 
menos la pérdida de un buen profesor. La misma noche, solo 
en su habitación, evoca a los dos infortunados amantes cuyo 
destino le atormentaba. También, cuando su arco acaricia las 
cuerdas de su violín, nombra a su creación ‘El lamento de 
Thomas’ 
 Noche tras noche, sentado para cenar, escruta a sus 
vecinos, cara tras cara, intentando decidir cuales había 
juzgado y cuales se habían conformado con quedarse de 
brazos cruzados. También se pregunta qué habría hecho si 
se hubiera encontrado allí. Llegó a temer las comidas y los 
dolorosos recuerdos que emanaban de la profundidade de su 
subconsciente. ¿Cuál de sus compañeros llevaba la 
responsabilidad de la pérdida de Thomas? 
 Por el momento, el destino había salvado a Malcolm, 
¿pero cuánto tiempo duraría su indulto? Si los otros 
descubrían la naturaleza de su deseo, ¿tomarían solamente 
en cuenta que él no había cedido? Probablemente no. Una 
simple suposición les haría pasar a la acción. Malcolm nunca 
supo qué odiosa brutalidad habían sufrido los dos amantes. 
Probablemente había sido golpeados, a juzgar por las heridas 
que Malcolm había constatado sobre sus torturadores. Sus 
carreras estarían destruidas, sus reputaciones manchadas 
más allá de toda redención posible. ¿Habrían sido 
arrastrados a través de las calles, mientras que la chusma 
les insultaba, les maldecía y les escupían encima, como 
Malcolm había presenciado en otra ocasión? 
 
18 
 
 Si dos amantes eran sorprendidos en flagrante delito, 
la pena podía ser muy severa. Eran castigados en la picota. 
En ese mismo momento, tal vez Thomas y su amigo se 
pudrían en prisión. A los ojos de Malcolm, poco importaba 
que él no fuera encontrado entre la burlona multitud. Era 
demasiado tímido para posicionarse. No había mentido al 
decirle a Thomas que era un cobarde. 
 Pronto, su imaginación lo estaba creando problemas 
que no existían. ¿Los otros profesores no le miraban de 
forma extraña? ¿Sospechaban? 
 La culpabilidad y el miedo le devoraban constantemente 
las entrañas. Cada día que pasaba, su inquietud se agravaba. 
Necesitaba salir de Kent antes de ser víctima de un juicio 
precipitado. 
 —Maestro Byerly, ha recibido una carta. 
 Una noche a principios de la primavera, Malcolm levanta 
los ojos para apreciar el dulce rostro del encargado del 
correo, quien, sin saberlo, le entregó su salvación. Malcolm 
estudia un momento la retorcida escritura, reconociéndola 
instantáneamente. Era de un antiguo profesor suyo, quien le 
había enseñado música y del que no había sabido desde hace 
años. 
 La carta empezaba yendo directo al grano: 
 Querido Malcolm, 
 Le he encontrado un puesto en Escocia… 
 El querido profesor Edward había sorprendido a todo el 
mundo, abandonando un puesto prestigioso en Kent por las 
regiones salvajes de Escocia. Y él no se había olvidado de 
Malcolm. 
 
19 
 
 Una familia de mi conocimiento, solicita un tutor para 
sus hijos. Perdone mi presunción, pero le he recomendado, 
querido pupilo y amigo, recordando que un día me confesó 
su ferviente deseo de visitar Escocia. 
 Atravesado por una profunda liberación, Malcolm no 
intentó esconder una sonrisa, ese movimiento poco familiar 
le causa una dolorosa crispación en sus mejillas. 
 —¡Recibí una carta de mi mentor! —anuncia a sus 
compañeros que secretamente comenzó a llamar ‘la turba 
enfurecida’. 
 Con una gran satisfacción presentó su dimisión, la carta 
que le había permitido su evasión estaba casi desmenuzada 
al no haber dejado de tocarla. Toda su vida había actuado 
como se esperaba, con la cabeza baja y pasando 
desapercibido. Por una vez, actuaba de forma audaz, 
valiente. 
 Empacar su precioso violín, sus escasos libros y las 
pocas pertenencias que poseía no le llevó mucho tiempo. 
Para evitar la reprimenda de su padre, disgustado de verle 
dejar Kent y probablemente convencido de que su hijo no 
tardaría en regresar, avergonzado y confuso, Malcolm 
prefiere informarle de sus proyectos por correo, consciente 
de que su carta sería expedida después de su partida. 
 Se marcha con la cabeza en alto, determinado a no 
mirar atrás jamás. 
 
 
20 
 
 
Edimburgo, Escocia. 
 
Tumbado sobre el colchón de plumón de la habitación 
que había pagado, Aillil Callaghan penetra el cuerpo flexible 
del hombre al que igualmente había pagado. Con un gemido, 
se aferra a sus delgadas caderas y se hunde en la ardiente 
tenaza en la que los músculos internos le aprietan sin piedad. 
Lucha un momento para prolongar su placer, pero la batalla 
ya estaba perdida. Después de semanas de abstinencia, lehabría gustado que su orgasmo durase eternamente, 
precisamente porque sabía que terminaría en seguida. 
 La prueba oficial de la excitación de su pareja golpeaba 
contra su vientre, pesada y grande. Aillil cierra con fuerza los 
dedos sobre el pene endurecido, acariciándolo al ritmo de la 
unión de sus cuerpos. Su pareja gime con aprobación, la 
cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados. Los gritos 
roncos y suplicantes retumbaban en la habitación. Aillil curva 
la cadera en un martilleo aún más fuerte, destinado a 
llevarlos al orgasmo a ambos. Las cuerdas bajo el colchón 
crujían y protestaban. 
 Con un largo grito, su amante se empala 
completamente una última vez. Después Aillil siente su 
esperma salpicar sus dedos en largos chorros de calor 
líquido. Acelera otra vez la cadencia, hundiéndose con mayor 
intensidad, más profundo. Poco después, también encuentra 
su orgasmo con un ronco gemido. 
 Cuando fue capaz de pensar coherente de nuevo, se 
pregunta por centésima vez por qué no siente las mismas 
sensaciones con una mujer. ¡Eso le facilitaría la vida 
realmente! 
 
21 
 
 El silencio retumba en la habitación, donde no se 
escuchaba más que la respiración laboriosa de dos hombres, 
además de los ruidos exteriores de una animada villa. El 
pene saciado de Aillil se desliza, escapando del calor húmedo 
que le había rodeado. El prostituto se derrumba sobre el 
colchón en un montón de carne saciada, los ojos hacia el 
techo. El sudor brillaba sobre su piel desnuda, su pecho subía 
y bajaba al ritmo de su pesada respiración. 
 Ahora, todo había terminado y Aillil había conseguido lo 
que había venido a buscar. Demasiado pronto, debería 
vestirse y marcharse, eso le molestaba más de lo que le 
gustaría admitir. Su compañero, ignorando aún que esta 
noche sería su último encuentro. 
 Aillil raramente tenía la oportunidad de escapar de la 
mirada desaprobatoria de su padre. A la menor oportunidad, 
por muy pequeña que fuera, se precipitaba a Edimburgo para 
degustar una muestra de tales delicias. 
 Realmente no necesitaba irse tan lejos de su casa para 
encontrar una pareja, ya que bastantes jóvenes amables se 
le ofrecían regularmente, mujeres también. Era la búsqueda 
de un placer sin riesgos de complicaciones emocionales lo 
que le empujaba a frecuentar un establecimiento en 
particular, situado en los suburbios de la villa. Allí, podía 
alquilar a la vez una habitación y un hombre, por algunas 
horas o toda la noche, sin temer que su secreto fuera 
descubierto y divulgado. 
 Si el burdel había prosperado durante más de cuarenta 
años, era debido a su discreción. Y los prostitutos no 
preguntaban ni esperaban nada más que el dinero por sus 
servicios. 
 Hace un año, Aillil había conocido al hombre tendido 
junto a él, que debería haber sido su igual si no fuera por un 
trágico momento en la historia. Rodando sobre su costado, 
Aillil estudia a Duncan, un joven hermoso, nacido en una 
 
22 
 
buena familia, antes de ser reducido a venderse porque su 
padre, durante la rebelión escocesa, había elegido el bando 
de los perdedores. 
 Secretamente, Aillil admiraba a los que habían corrido 
tales riesgos por el Pequeño Príncipe Charlie, el pretendiente 
que se habría convertido en legítimo rey de Escocia e 
Inglaterra, si la batalla hubiera tenido otro desenlace. 
Duncan pagaba hoy el precio de la derrota escocesa, no 
quedaba nada más que el recuerdo de los sacrificios de su 
clan, el nombre de su familia se había convertido para 
muchos en una maldición, sino una advertencia sobre la 
suerte que esperaba a los que luchaban y perdían contra los 
ingleses. 
 ¡Malditos ingleses y su intromisión! Habían ganado, 
¿no? ¿No habían podido estar satisfechos con haber 
aplastado a los rebeldes?, ¿tenían además que destruir vidas 
inocentes? Por ejemplo la de Duncan, después de haber 
asesinado a su padre, los Sassenach habían despojado a la 
familia del derrotado de sus bienes, dejando completamente 
desvalidos a la viuda y al huérfano. 
 La voz de Duncan le arranca de sus sombrías 
reflexiones. 
 —¿En qué piensas, Aillil? 
 Aillil le responde en gaélico: —En que te voy a echar de 
menos cuando te vayas. 
 Duncan se gira hacia él, la cabeza apoyada en su brazo. 
Arquea una ceja en una muda pregunta. 
 »No has entendido lo que acabo de decir, ¿verdad? —
pregunta Aillil. 
 Una sombra de tristeza pasa sobre el rostro de Duncan. 
 —No. Has hablado en gaélico, como lo hacía mi abuelo 
cuando aún vivía. 
 
23 
 
 —¿Eres de Dornoch y no entiendes la lengua de tu clan? 
 Mientras hablaba, Aillil negaba con la cabeza, afligido al 
constatar que era otro de los legados de los que Duncan 
había sido privado. 
 —Mi madre me prohibió aprenderlo. Decía que los 
ingleses me arrestarían si lo hacía. 
 Luego la curiosidad le hace olvidar toda prudencia y 
Duncan pregunta: —¿Qué has dicho? 
 Que un hombre criado en la miseria aprendiera la 
lengua de sus conquistadores demostraba, que su 
desafortunada madre había intentado darle a su hijo todas 
las oportunidades. 
La mayoría de la gente corriente no conseguía 
expresarse en inglés, pero Duncan no tenía ese problema. Él 
se expresaba como el hijo de un jefe de clan, transmitiendo 
una orgullosa actitud. Merecía mucho más de la vida de lo 
que estaba recibiendo, es decir nada, sobre todo desde que 
la muerte de su madre le había dejado sólo en el mundo. Lo 
que quedaba de su clan había sido expulsado de los 
Highlands, la mayoría de los supervivientes habían emigrado 
a las colonias. 
 —Nada importante —responde Aillil. Recorre con la 
punta de sus dedos el pecho casi lampiño de Duncan. La piel 
del joven hombre reacciona a sus caricias, erizándose—. Sólo 
me preguntaba qué habría pasado si el levantamiento 
hubiera tenido éxito. 
 Aunque era algo difícil de creer, los ojos de Duncan se 
ensombrecen de nuevo. Aillil se arrepiente de haber 
arruinado su satisfacción post-coital con un tema tan 
doloroso. Sin embargo, tenia mucho que decir y poco tiempo 
para hacerlo, ya que esa noche era la de su despedida. Antes 
de partir, tenía que recordar a Duncan su herencia y enviar 
 
24 
 
a ese orgulloso descendiente escocés hacia un nuevo mundo 
y un nuevo porvenir. 
 —Sin ese desastre sería un Laird y no tendría que ganarme 
la vida vendiendo mi cuerpo —responde Duncan. Luego 
cruza brevemente su mirada con Aillil y gira la cabeza —. 
Aun así, seguiría entregándome a ti —resopla. 
 Aillil coge su tembloroso mentón en su mano, girando 
su cabeza y se sumerge en sus afligidos ojos. 
 —Lo siento, no debería haberte puesto triste. Has hecho 
lo que debías para sobrevivir, es una lección dura que hemos 
aprendido igualmente muchos escoceses últimamente. No 
hay nada vergonzoso en ello. 
 Al mirar esos ojos y la delgada silueta desnuda tumbada 
a su lado, Aillil siente un momento de culpabilidad. Duncan 
no era más que tres años menor que él y trabajaba en un 
burdel porque su familia había sido derrocada. ¿Si el padre 
de Aillil se hubiera mostrado más atrevido, su suerte habría 
sido la misma? ¿O el apoyo de los Callaghan habría 
influenciado la batalla a favor de los escoceses, como Aillil 
siempre había creído? 
 Incluso si siempre buscaba, durante sus encuentros, 
dar placer a su pareja, nunca olvidaba que Duncan no se 
encontraba en su cama por elección o voluntad. Era hora de 
liberarle de su jaula. 
 »Al menos, tu familia cogió las armas para apoyar una 
causa en la que todos creían —declara Aillil con voz seca y 
agridulce—. Mi padre es un traidor, había prometido su 
apoyo, pero luego se negó cuando el enemigo le hizo una 
oferta mejor. Desgraciadamente para él, la corona no 
mantiene sus promesas y cambia de opinión en función a lo 
que le conviene. Padre creyó en promesas incumplidas, no 
recibió ni el título ni las tierras que le habían prometido. 
 
25 
 
Incluso los escasos bienesque tenía nuestro clan fueron 
saqueados. ¡Los ingleses no tienen ningún honor! 
 Esa decisión y sus consecuencias causaron rencores, 
incluso si Aillil en ese momento de la rebelión, era sólo un 
niño. 
 —Aun cuando todos nuestros vecinos se unieron, el jefe 
del clan Callaghan se retiró como un cobarde. En 
contrapartida, ¿qué ha obtenido? Los clanes ya no tienen 
ningún poder. Antes, los terratenientes ejercían la justicia en 
sus tierras, pero ya no tienen el derecho. Mi padre no es más 
que un títere, una marioneta y el que tira de los hilos está 
en otro país. 
 El clan Callaghan no había tomado partido en la 
rebelión, así que, después de la derrota, habían perdido sus 
más hermosas tierras y el castillo, simplemente porque los 
ingleses sospechaban de todos los escoceses. Aillil se ríe 
internamente. ¡El verdadero motivo de sus espolios era 
ciertamente la codicia! 
 Cambiando deliberadamente el tema de la 
conversación, añade—: Será mejor exiliarse en las colonias. 
 —Sí, es lo que he oído decir, la vida allí abajo no está 
nada mal —los ojos de Duncan brillan de interés. Sus 
palabras hacen mucho para disipar la culpabilidad que sentía 
Aillil. 
 —Desprecio tanto a los ingleses como a los débiles que 
se someten a ellos como ovejas en el matadero. Tu familia 
tenía razón, Duncan, sería mejor tener a cualquier escocés 
en el trono que a un inglés. 
 Su compañero guarda silencio, mirándole con 
curiosidad en los ojos. Aillil recuerda entonces que, si bien 
ambos están cerca de la misma edad, la educación recibida 
era diferente. Duncan no sabía casi nada de las fieras 
tradiciones escocesas que el abuelo de Aillil le había 
 
26 
 
enseñado antes de su muerte: la lucha hasta la muerte para 
defender el honor del clan. Recordando a su abuelo, 
traicionado por su propio hijo, el padre de Aillil, siente como 
su humor se torna aún más sombrío. 
 »Mi abuelo era un gran hombre. Según él, los Callaghan 
deberían haber luchado. Cuando cayó enfermo y se debilitó, 
mi padre usurpó su lugar y le mantuvo enfermo en su 
habitación, alegando locura —Aillil suspira profundamente y 
añade—: La noche en la que mi abuelo murió, escuché las 
gaitas. 
 —¿Las gaitas? ¡Pero los ingleses las han prohibido! 
 Aillil asiente. 
 —¡Otra de nuestras tradiciones que esos bastardos nos 
han robado! Escuché las gaitas esa noche y salí de mi cama 
para ir a ver. 
 Duncan le mira, petrificado, lo que recuerda a Aillil la 
forma en la que él mismo miraba en aquel entonces a su 
abuelo, cuando le contaba historias de otro tiempo. 
 —¿Y bien? ¿Las encontraste? —Duncan dice, con el 
entusiasmo de un niño. 
 —Aye, las encontré. En el bosque de tejos, unas siluetas 
encapuchadas que bailaban en el claro de luna. Una de ellas 
vino hacia mí parar decirme que ellos acompañarían a mi 
abuelo en su último viaje, según la costumbre, la antigua 
tradición. 
 —¡Son paganos! —resopla Duncan. 
 —Druidas —rectifica Aillil—. Una religión que existía en 
nuestra tierra mucho antes que el cristianismo. 
 Prohibir el druismo no había desanimado a sus adeptos, 
aún existían y practicaban en secreto. El abuelo de Aillil les 
mencionaba continuamente. 
 
27 
 
 »Nos hemos sometido muy fácilmente —despotricó 
Aillil—. Mi padre debería haber peleado. 
 —Al menos, los Callaghan aún tienen sus tierras. 
Pueden dar su nombre sin caer en la vergüenza. 
 Sus palabras, pronunciadas en voz baja, apenas 
llegaron a los oídos de Aillil. En el suelo, las sombras se 
alargaban, el día no tardaría en hundirse en el crepúsculo. 
Duncan permanecía tumbado en la cama, en silencio. Sus 
párpados pesados se cerraban poco a poco, escondiendo la 
tristeza de sus ojos marrones. Los empleados del burdel no 
eran maltratados, sin embargo, el joven se veía fatigado. Sin 
duda necesitaba una buena comida y un amigo. 
 La noche caía, la casa se animaba, después de todo, 
eran las horas de más actividad. Y Duncan se arriesgaba a 
ser llamado para ocuparse de muchos otros clientes antes de 
tener por fin el derecho de volver a su habitación y poder 
descansar. 
 Bueno, en ese sentido, Aillil podía ofrecerle un momento 
de descanso. Estaría feliz de tener esta excusa para retrasar 
el momento de la inevitable separación. Mañana, Duncan 
tendría muchos preparativos que hacer. 
 —Dile a tu jefe que pagaré por toda la noche y tráenos 
algo de comer. 
 Se inclina y recupera al lado de la cama la bolsa de 
cuero que llevaba sujeta a su cintura. Saca bastantes 
monedas que deposita en la mano de Duncan. 
 Si bien tenía la intención de hablar más tarde sobre sus 
proyectos, Aillil decide hacerlo ahora. Recorre con sus ojos 
el delgado cuerpo que le había procurado tanto placer 
durante el último año, un placer iba definitivamente, a echar 
de menos. 
 
28 
 
 »Es nuestra última noche juntos y me encantaría 
aprovecharla lo mejor posible. 
 Duncan cierra el puño. Las monedas producen un ligero 
tintineo, un sonido desesperado que estaba en sintonía con 
la mirada destrozada del joven. 
 —¿Te he desagradado? Si quieres algo mejor que yo, 
sólo tienes que pedirlo —luego baja los ojos y murmura —: 
¿Prefieres a alguien más joven? 
 Viendo su malestar, Aillil sonríe. Duncan siembre había 
sido perfecto. 
 —Nay, mi niño. No me desagradas, nada más lejos de 
eso. Al contrario, no quiero verte aquí. 
 Al principio de sus encuentros clandestinos, se habían 
jurado que todo quedaría en físico entre ellos, nada más. Sin 
embargo, contra su voluntad, se había apegado a Duncan. 
No soportaba más la idea que un hijo de un jefe de clan 
viviera en la deshonra. Si se hubiera tratado de una chica, 
Aillil le habría encontrado desde hace mucho tiempo una casa 
en una villa cercana para establecerla como su amante 
oficial. 
 —¡Ya no soy un niño! —las palabras carecían de 
convicción. Tras un momento, los hombros de Duncan se 
desploman—. A veces me siento muy viejo. 
 Aillil comprende perfectamente ese sentimiento, lo 
sentía demasiado a menudo. Duncan sale de la cama y 
recoge la ropa que había tirado poco antes. 
 —Eras sólo un niño cuando todo el mundo lo llevaba, 
pero ¿sabes cómo ponerte un Kilt? —pregunta Aillil. 
 —No —fue la respuesta murmurada. 
 Aillil se levanta y coge la tela de cuadros que constituía 
su ropa. Da la vuelta a la cama para cubrir los hombros de 
Duncan. 
 
29 
 
 —Deberías saber cómo hacerlo. Nos quitarán todo si les 
dejamos. Ve, búscanos comida y bebida, y ve con la cabeza 
en alto como el noble Murray que eres. 
 Duncan le mira, los ojos brillantes. 
 —¡Estaré en un gran lío si alguien me ve en esto! ¡Hay 
espías por todas partes! 
 Con un suspiro, Aillil le quita la pieza de rugosa lana. 
 —No tengo derecho de hacerte pagar el precio de mis 
convicciones. Ya has sufrido bastante por las acciones de los 
demás. 
 No actuaría como su padre, piensa, no destruiría jamás 
la vida de los que le rodeaban. 
 »No soy tu Laird y no atraeré sobre ti la cólera de los 
Sassenach, sobre todo no ahora que tienes la oportunidad 
de librarte de ellos. 
 —¿Qué quieres decir? —balbuceó Duncan, temblando 
no sólo por la noche fresca—. A pesar de tu generosidad, aún 
no tengo los recursos para un nuevo comienzo lejos de aquí. 
 Al principio, Aillil había pensado ayudarle a mantenerse 
digno haciéndole ganar por sí mismo su libertad. 
Recientemente había comprendido, que cuanto más tiempo 
se quedaba Duncan, más le costaría a él mismo dejarle 
marchar. 
 —Tus parientes viajaron en barco para Wilmington. Te 
he pagado un pasaje para las colonias. Ellos te recibirán 
felices, a un joven fuerte e inteligente —la esperanza que 
brilla en los ojos de Duncan borró las últimas dudas de Aillil. 
Aun así intenta advertirle—. Nunca tendrás la vida de un 
Laird, cierto, pero será mejor que aquí. 
 La expresión de Duncan aún indicaba esperanza, pero 
igualmente una gran dosis de incredulidad. 
 
30 
 
 —¿Hablasen serio? ¿Realmente me has comprado un 
billete? 
 Aillil asiente. 
 —Sí, lo hice. Me has compensado tanto como no puedes 
imaginar, y si cediera a mis deseos te metería en mi cama, 
todas las noches. Pero es imposible, no tengo derecho de ser 
tan egoísta. Quiero que seas libre para llevar una vida mejor. 
 Una mirada cautelosa fue dirigida a Aillil. En ese preciso 
momento, Duncan parecía más joven que lo que había sido 
hace bastante tiempo. 
 —Realmente me encantaría estar contigo y voy a 
echarte muchísimos de menos. Gracias —susurra Duncan. 
 Se pone nerviosamente su ropa y sale corriendo de la 
habitación. 
 Aillil se pregunta qué le había agradecido Duncan, ¿su 
libertad, las noches que pasaron juntos, o por haberle 
devuelto su orgullo? No importaba, lo que contaba era que 
Duncan fuera reconocido y estaba contento con su decisión. 
Con un poco de suerte, el joven obtendría pronto una 
segunda oportunidad para una vida mejor en un nuevo país, 
lejos de recuerdos dolorosos de lo que habría podido ser. 
 Cayendo de nuevo sobre la cama, Aillil dobla repetidas 
veces su brazo dolorido. Verse con Duncan no era la única 
razón para venir a Edimburgo. Conocía aquí hombres 
dispuestos a enseñarle el manejo de la espada, otra tradición 
que los ingleses habían prohibido. 
Aillil había aprendido a batirse siendo joven, pero sin 
ejercicio regular, corría el riesgo de perder rápidamente sus 
habilidades. El día en el que se presentara una nueva 
amenaza enemiga, Aillil no tenía la intención de estar 
indefenso. Y tenía toda la intención de compartir con sus 
hermanos todo lo que había aprendido, contra la voluntad de 
su padre, si fuera necesario. 
 
31 
 
 También gestionaba en Edimburgo asuntos privados, en 
lo que se refería a sus inversiones. Aunque su padre se 
empeñaba en reflotar operaciones irrecuperables, Aillil 
prefería poner su dinero en mejores rentabilidades. Y si 
calculaba bien sus movimientos, cosecharía buenos y 
regulares beneficios. Una vez que fuera Laird, su fortuna le 
ayudaría a restaurar el clan en su gloria pasada, sin tener 
que depender de lo ingleses. Cogió de sus ganancias el coste 
de un billete para las colonias y algunos ahorros para ayudar 
a Duncan a empezar, por supuesto. Todo el dinero que 
gastaba Aillil venía de sus propias ganancias. Se negaba a 
tocar el dinero de su padre, o más bien el del clan, para su 
uso personal, contrariamente a otros de los que conocía. 
 Aillil se había jurado que nunca más habría un cobarde 
en la familia Callaghan, que pensara en sí mismo o en servir 
a los ingleses. No cometería los mismos errores de su padre. 
Si la ocasión se presentaba, estaba preparado para expulsar 
a todos los ingleses que ensuciaran el suelo escocés, para 
vengar a Duncan y a todos aquellos que habían sufrido la 
codicia de los Sassenach. 
 Los ingleses eras demonios. ¡Nunca los aceptaría! 
 
 
32 
 
 
Malcolm se encontraba en una gran sala de muros de 
piedra, a algunas horas de camino al norte de Invernes. La 
habitación era mucho más grande que el salón del colegio 
donde había enseñado y que había considerado como 
inmensa. Aquí, habrían tenido cabida ampliamente todos los 
alumnos de los que había tenido custodia poco tiempo antes. 
Sin embargo, sólo cuatro jóvenes estaban instalados 
alrededor de la larga mesa situada delante de la chimenea, 
sus nuevos pupilos. 
 El mayor de todos se encontraba en esa edad crucial, al 
final de la infancia, cuando un niño se convierte en adulto. 
Delgado y escuálido, aún no había alcanzado su altura 
definitiva, parecía abierto y amistoso. Con inteligentes ojos 
marrones, detrás de una mata de alborotado pelo negro, 
vigilaba a Malcolm con manifiesto interés. Una nariz un poco 
grande rompía los otros rasgos de su cara extrañamente 
delicada. Ante esa mirada estudiosa, Malcolm recuerda a sus 
antiguos alumnos más brillantes. De entrada, ese chico le 
agradó. 
 En frente se encontraban los gemelos de unos diez 
años, más robustos que su hermano mayor, con el pelo más 
claro, casi caoba. Ellos también le recordaron a Malcolm a 
algunos de sus antiguos alumnos. Las bromas que no 
dejaban de intercambiarse, le advertían que estos dos le 
darían mucha guerra. 
 El último, mucho más pequeño que los otros, se 
acurrucaba contra el mayor. Acerca muchas veces su pulgar 
a su boca. Y cada vez, un sordo ‘hum’ de su hermano, le 
hacía sobresaltarse y esconder precipitadamente la mano 
bajo la mesa, fuera de su vista. Contrariamente a sus tres 
hermanos, el más joven era rubio, casi tan claro como el 
 
33 
 
pálido roble de la mesa alrededor de la que los cuatro niños 
estaban sentados. Sus ojos, graves y reflexivos, eran muy 
negros. 
 Al final de la mesa, con los brazos cruzados sobre su 
largo torso, se encontraba el hombre más intimidante que 
Malcolm jamás había encontrado, Laird Eoghan Callaghan, 
su nuevo jefe y padre de las cuatro criaturas. Sus cejas 
pobladas se elevaban y descendían sobre una nariz de pico 
de águila, que había trasmitido a cada uno de sus hijos. Su 
cabello estaba mejor cuidado que el de sus hijos, más 
oscuro, marcado con mechas plateadas, que le caía sobre la 
espalda. El hombre iba y venía de la chimenea a la mesa, 
recordando a Malcolm uno de sus anteriores directores 
cuando tenía un discurso que dar. 
 El sermón del Laird parecía haber sido repetido, muchas 
veces. 
 —Desconozco lo que usted realizó en su último puesto 
y no me interesa. En esta casa, exijo la más estricta 
disciplina. No acepto ninguna falta— lanza una mirada de 
desaprobación al más joven que se sumerge inmediatamente 
detrás de su hermano. Luego Laird Callaghan empieza las 
presentaciones. 
 »Rory —era el más joven. El padre continúa señalando 
con su cabeza plateada a los gemelos—. Dughall y Dughlas. 
Espero que se comporten de forma que honren el nombre 
que llevan. 
 Uno de los gemelos se avergüenza y el otro pone cara 
de inocencia. Se giran hacia el mayor detrás del cual se 
escondía Rory, el Laird continúa—: Hay un tiempo para 
estudiar y un tiempo para aprender las cosas que no exigen 
enterrar la nariz en un libro. Niall. 
 
34 
 
 Malcolm intenta esconder su temblor. Tuvo dificultades 
para decir—: Estoy contento de conocerles a todos. Nos 
llevaremos de maravilla, estoy seguro. 
 Niall asiente y los gemelos emiten una pequeña risilla, 
apenas más discreta que la de su padre. Rory se esconde 
detrás de su hermano, desapareciendo casi completamente. 
 —¡No está aquí para llevarse bien con ellos! Está aquí 
para educarles. ¡Me niego a que los Callaghan sean los 
bárbaros ignorantes por quien nos toman todos los 
Sassenach! —escupe Eoghan 
 Malcolm vacila, no sabiendo muy bien si él era o no 
parte de esos Sassenach de los que hablaba Eoghan. Cruza 
su mirada con Niall, llena de compasión. Ah, ya tenía un 
aliado allí. La sonrisa sarcástica de los gemelos indica que 
ellos serán más difíciles de ganar. En cuando a Rory, 
seguramente seguiría el criterio de su hermano mayor, a 
juzgar por la forma en el que se pegaba estrechamente a él. 
 Malcolm abre la boca para responder, pero sus palabras 
se quedaron atascadas en su garganta. Apoyado en el vano 
de la puerta, con los brazos cruzados sobre un enorme 
pecho, se encontraba uno de esos ‘bárbaros ignorantes’ que 
el Laird acababa de mencionar. Una suave melena de 
cabellos negros le caía sobre los ojos y una frondosa barba 
le comía la mitad de la cara. Llevaba, plegado sobre su 
robusta silueta, un tartán, la vestimenta prohibida en Escocia 
desde hace cuarenta y cinco años, desde la rebelión. Y su 
camisa demasiado amplia había sido, en un lejano pasado, 
blanca. Probablemente se trataba de un miembro de la 
familia Callaghan, ya que tenía la misma nariz prominente. 
De hecho, esa era la única característica visible de su cara. 
 —¿Un inglés, padre? 
 El gruñido amenazante que emanabade ese tosco 
hombre, recordaba igualmente a los tiempos y costumbres 
más primitivas. Una mano enorme aparta el flequillo de 
 
35 
 
cabellos oscuros, revelando una mirada glaciar, oscura y 
penetrante. Malcolm siente su sangre congelarse en sus 
venas ante la hostilidad que irradiaba este extraño, en 
enormes y abundantes olas. Eoghan Callaghan baja 
rápidamente al segundo puesto, en cuanto a hombres más 
intimidantes que Malcolm ha conocido jamás. 
 Los cuatro niños levantas sus ojos, sus grandes sonrisas 
probaban que dicho hombre les hacía sentir mucho más 
cómodos que su propio padre. A su llegada, el Laird no había 
recibido más que caras largas y ceños fruncidos. El recién 
llegado había llamado a Eoghan padre. ¿Sería hermano de 
sus nuevos alumnos? Se pregunta Malcolm. 
 El pequeño Rory, con una sonrisa a la que le faltaban 
los dos dientes de delante, se levanta de su asiento de un 
salto para precipitarse hacia su hermano. Bajo la mirada 
asombrada de Malcolm, los ojos del salvaje pierden toda 
dureza. Coge al vuelo al pequeño, lo tira al aire y le atrapa. 
 —¡Aillil! —grita el niño, claramente encantado. 
 En su tartán de lana desgastada, el recién llegado 
parecía más un animal que un ser humano. Así que, cuando 
sonríe a su hermano pequeño, su cara se transforma, 
perdiendo el cinismo y llegando a ser casi guapo. 
 El Laird examina la escena, la desaprobación brillando 
en sus ojos. 
 —He pensado que ya era hora de que mis hijos 
conozcan su enemigo y cómo librar la batalla 
apropiadamente —responde Eoghan. 
 El tono y la actitud proclamaban: ¡mi palabra es ley, no 
cuestiones mi autoridad! 
 Eoghan se vuelve hacia Malcolm para añadir, los dientes 
apretados—: Mi heredero, Aillil. 
 
36 
 
 Aillil. Ese hombre tan grande como un oso, que llevaba 
la vestimenta prohibida se llamaba Aillil. Después de dejar a 
su hermano pequeño sobre sus pies, se acerca a la mesa, 
como una montaña en marcha, para saludar alegremente 
uno a uno a todos sus hermanos. Cuando su mirada recae 
en Malcolm, sus ojos habían recuperado una chispa irascible 
y amenazante. 
 Malcolm tiembla. 
 ¿Qué he hecho yo para merecer tanto odio? ¿Cómo un 
hombre que no conozco puede odiarme con tanta pasión? 
 Con mala cara, Aillil regresa al lado de Eoghan, más 
pequeño que él. 
 —Padre —dice. Su breve saludo no expresaba en 
absoluto el mismo afecto que había demostrado hacia sus 
hermanos—. Tengo noticias de Edimburgo, le espero en su 
despacho. 
 Se gira y echa un último vistazo, más venenoso aún, en 
dirección a Malcolm, luego desaparece tan rápidamente 
como había llegado. 
 Sin una palabra. Eoghan le sigue. 
 Malcolm tenía el alma devastada. ¿En qué se había 
metido él? ¿Debía inquietarse por ser asesinado mientras 
dormía? Había venido hasta aquí para escapar de la 
persecución, no para encontrar más problemas. 
 Niall tira de su manga para llamar su atención. 
 —No se inquiete —comenta—. Aillil odia todo lo que 
viene de los ingleses y no soporta las restricciones que 
impuso la Corona. Pero es un buen hombre, no tiene nada 
que temer de él. En cuanto a padre, no odia a los ingleses, 
él sólo lamenta el poder que tienen ellos sobre nosotros. Los 
dos tienen demasiado que hacer para preocuparse de usted, 
de nosotros o de nuestros estudios. 
 
37 
 
 Malcolm baja los ojos, estudiando los cuatro rostros 
jóvenes frente a él, uno lleno de anticipación, uno tímido y 
dos problemáticos. Dirige al cielo una plegaria para que Niall 
estuviera en lo correcto. 
Cuando Aillil estaba pasando por la entrada del gran 
salón con la intención de subir por las escaleras que le 
llevarían a su habitación, fue interrumpido por las palabras 
de su padre. Eoghan no utilizaba un tono tan seco para 
dirigirse a sus subordinados o a sus desobedientes hijos, 
nunca a un igual. Por curiosidad, entra y se apoya en el 
umbral para observar la escena antes de irrumpir en la 
habitación. 
 Dicha sala, destinada a recibir a la importante familia 
del Laird y a todos los miembros de su clan, más los 
sirvientes y los invitados, era enorme. En ese momento, no 
había en su interior más que seis personas: el padre y los 
hermanos de Aillil y un extraño que absorbía cada palabra de 
Eoghan, ese debía ser el nuevo profesor. El último a cargo 
había sido un desastre. Aillil guardaba excelentes recuerdos 
de sus profesores. Como antiguamente era costumbre estar 
entre los clanes, había sido recibido durante un tiempo en 
Glasgow, en casa de otra familia eminente, donde había 
recibido la mejor educación. 
 Los sabios profesores que le habían educado, se 
parecían poco a los borrachos casi analfabetos que su padre 
tenía la costumbre de contratar. Sería un milagro si sus 
hermanos alcanzaban antes de llegar a la edad adulta, un 
nivel de educación, aunque sea superficial. Este nuevo 
profesor tenía que estar más cualificado que su predecesor. 
 Sin importar sus cualificaciones, era raro que fuera el 
Laird en persona quien se tomara la molestia de dirigirse a 
 
38 
 
él. Era el deber de un senescal1 solucionar asuntos tan 
mundanos. Sin embargo, allí estaba el jefe del clan 
Callaghan, esgrimiendo la poca autoridad que aún le 
quedaba. Antiguamente, el castillo tenía designados dos 
senescales y administradores de la casa, encargados de 
transmitir las órdenes del Laird a los que dependían de ellos. 
Pero esa época de gloria desapareció el día de la derrota del 
Pequeño Príncipe Charlie. 
 La inmensa edificación donde residía la familia, 
pertenecía a los Callaghan desde generaciones, los muebles 
estaban tan erosionados por el tiempo como las piedras de 
la estructura. Y Aillil conocía desde que era niño, a la mayoría 
de los pocos sirvientes que les quedaban. Los profesores 
eran de otra calaña. La mayoría tenía problemas con el 
alcohol y demás, otros enfurecían a un padre local porque 
abusaban de una joven de la villa, o simplemente no 
soportaban más las travesuras de los gemelos y preferían 
renunciar. Aillil esperaba, en nombre de sus hermanos y de 
la familia, que el nuevo profesor fuera de un material más 
fuerte. 
 No entendía por qué su padre no enviaba a los chicos 
con familias amigas. También podrían ir al colegio a Glasgow 
o a Invernes. No obstante, el Laird titular aceptaba tan bien 
la dominación inglesa que le quedaban pocos amigos entre 
los clanes locales, contrariamente a su difunto padre, el 
abuelo de Aillil, quien en tiempos mejores había sido muy 
respetado. 
 Eoghan tenía en Invernes un primo materno que habría 
podido aceptar a los chichos, pero Aillil no habría confiado a 
su perro a alguien como Marcus, menos aún a sus hermanos. 
 Su presencia no se había hecho notar, Aillil aprovecha 
para estudiar al extranjero. Bastante pequeño, era 
absolutamente agradable a la vista, con cabellos rojos como 
 
1 Mayordomo mayor de la casa real 
 
39 
 
el pelaje de un zorro, una estructura ósea delgada, rasgos 
interesantes. Aillil siente un escalofrío de excitación nacer 
bajo su kilt. Encuentra al hombre muy atrayente, hasta que 
éste abre la boca para hablar en un incuestionable acento 
inglés. Su rabia se enciende rápidamente. ¿Cómo se atrevía 
su padre a recibir en su casa, entre los suyos, a un 
Sassenach? ¿Cómo podía confiar la educación de los 
herederos Callaghan a un detestable inglés? 
 Erizado de indignación, Aillil dirige a su padre la mirada 
asesina que había hecho retroceder a muchos de sus 
adversarios. 
 —¿Un inglés, padre? 
 Atraviesa al nuevo profesor con una mirada despectiva, 
indicando claramente lo que pensaba sobre él, 
independientemente de su atractivo físico. Muchos escoceses 
eran jóvenes y hermosos, nunca cometería el agravio de 
apreciar a un Sassenach. 
 Su odio hacia el enemigo se vio interrumpido cuando 
Rory, con una risa resplandeciente, se arrojaa sus brazos. 
Aillil no podía resistirse al niño. Le tira al aire antes de 
cogerle, sin conseguir retener su sonrisa. Su peor 
temperamento cedía al calor de ese rubio, siempre alegre. 
 Cuando Aillil echa un vistazo a la cabecera de la mesa, 
ve la reprobación encenderse en los ojos de su padre. 
Eoghan odiaba la forma en la que los cuatro hermanos 
mayores malcriaban al más pequeño de sus hijos. La madre 
había muerto en el parto, cuando nació. Rory era un pequeño 
sensible y tierno que todos buscaban proteger. Eoghan 
jamás había prestado un pensamiento al bebé, era Niall 
quien, desde hacía tiempo, había asumido la 
responsabilidad. 
 Ahora, la mirada del Laird se había desviado, estaba 
examinando con gravedad el maldito tartán con el que Aillil 
estaba vestido. Pasar demasiados días en ruta no le había 
 
40 
 
dejado mucho tiempo libre para preocuparse por su 
apariencia. Aillil sentía su furia reanimarse viendo al 
extranjero seguir con atención la interacción de su padre y 
él. Lo que tenía que decir al jefe de su clan no estaba 
destinado a oídos indiscretos. 
 —Tengo noticias de Edimburgo —dijo. Se negaba a 
compartir con un traidor lo que había oído. Además, estaba 
decidido a reclamar una explicación—. Le espero en su 
despacho. 
 Dirige una última mirada incendiaria al profesor de 
cabello rojo y luego deja el salón, seguro de que Eoghan le 
seguiría. 
 No se cruza con nadie en el camino hacia el despacho 
de su padre, también se pregunta si otros sirvientes habrían 
dejado su puesto durante su ausencia. Entra en la habitación 
donde Eoghan pasaba gran parte del día, lamentando 
ardientemente no encontrar a su abuelo sentado detrás de 
la mesa. Habría apreciado ser recibido con una sonrisa 
afectuosa y una palabra amable. 
 A lo largo de generaciones, pese a que muchos Laird se 
habían sucedido en el clan Callaghan para administrar los 
asuntos cotidianos del clan, la habitación no había cambiado. 
Estaba exactamente igual que en la época de su abuelo. Aillil 
levanta los ojos hacia el retrato colgado sobre la chimenea. 
En su marco de madera esculpida, el sabio anciano quien, a 
ojos de su nieto, había representado el súmmum de la 
perfección, le sonreía. 
 —Lamento realmente que ya no estés aquí —dice. 
 Desde todos los puntos de vista, Fionan Callaghan había 
sigo un gran jefe de clan, un dirigente amado por todos los 
suyos y respetado por sus iguales. Si todavía estuviera vivo, 
estaría horrorizado por la degradación del clan Callaghan. 
 
41 
 
 Un ruido de pasos advierte a Aillil de la proximidad de 
su padre. 
 —Espero que sea importante. 
 Dándole la espalda, Aillil gruñe —: ¿Cómo osa acoger a 
un Sassenach entre nosotros? 
 —¿Quién es el Laird aquí, Aillil? ¿Con qué derecho 
cuestionas mis decisiones? 
Aillil no quería reconocer la verdad de esas palabras. Si su 
padre hubiera conservado las funciones heredadas de los 
jefes de clan, semejante insolencia habría sido severamente 
castigada. Pero todo poder había desaparecido, por una 
promesa de un título que jamás se había cumplido. Así que, 
si Aillil exageraba su rebelión, no estaría protegido por su 
estatus de heredero. Con cinco hijos legítimos y 
probablemente varios bastardos, Eoghan tenía un amplio 
abanico de posibilidades, no dudaría en renegar de su 
primogénito. 
 »Espero sinceramente que nadie te haya reconocido 
con semejante atuendo ¿Estás buscando arrojar sobre 
nosotros la furia de los ingleses? Me acusas de haber 
contratado a un simple maestro cuando estás desafiando 
abiertamente la ley. Si no tienes ningún respeto por el honor 
de nuestro nombre, piensa al menos en tus hermanos. No 
eres el único en juego, nos pones a todos en peligro. 
 —Lo que yo hago no le afectará ni a usted ni a mis 
hermanos y lo sabe muy bien —alega Aillil. De pronto se 
acuerda del triste destino de Duncan. El padre del joven 
probablemente había creído lo mismo antes de la batalla de 
Culloden, así que, su prisa por partir había provocado la casi 
aniquilación de su clan. Aillil responde con voz más 
moderada —: No padre, nadie me ha visto. 
 En todo caso, ningún partidario de los ingleses, añade 
internamente. 
 
42 
 
 —Harías bien en pensar en las consecuencias de tus 
actos. Mostrarte como un rebelde aquí, en casa, es una cosa, 
pero en la villa, es peligroso. No te debo ninguna explicación, 
sin embargo, este profesor me ha sido enormemente 
recomendado. Es el hijo pequeño de un barón inglés. 
 El paso pesado de Eoghan atraviesa la habitación en 
toda su longitud antes de pararse detrás de Aillil. 
 »Puedes permitirte ignorar a los hombres del rey 
cuando crucen por nuestra casa, ese no es mi caso. Tenemos 
que mantener las apariencias, tenemos que estar por encima 
de cualquier reproche. ¿Qué mejor forma de parecer abrazar 
los usos y costumbre ingleses que contratar a uno de los 
suyos para instruir a mis hijos? —continúa el Laird. 
 Aillil creía firmemente que su padre hacía mucho más 
que ‘parecer’ aceptar a los ingleses. Se pregunta hasta dónde 
el clan debería empobrecerse antes de que el dinero dejara 
de destinarse a los cofres del rey, para intentar pagar un 
título inglés. Era el clan, con el sudor de su frente, el que 
pagaba por estos sobornos. Los Callaghan no poseían más 
que su casa familiar y algunas tierras aledañas y ninguno de 
los requerimientos referentes a los bienes robados, había 
recibido respuesta. ¿Qué podría hacer él para que Eoghan 
comprendiera que los ingleses no regresarían jamás lo que 
se había llevado? 
 —Aceptarás a este profesor y harás el mayor esfuerzo 
para que se quede —ordena el Laird—. No quieres que tus 
hermanos crezcan sin educación ¿verdad? 
 Ah claro, se esconde detrás del bienestar de mis 
hermanos, ¡miserable! 
 —Si se queda en su lado, yo haré lo mismo —concede 
Aillil. 
 Se gira hacia ese padre al que se parecía tanto. Los dos 
hombres se miran un momento de forma sombría, luego 
 
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cada uno se va por su lado, Aillil se pregunta como podía ser 
físicamente el doble de su padre cuando mentalmente, eran 
totalmente opuestos. 
 Antes de dirigirse al gran salón para cenar, Aillil se había 
aseado, incluso si seguía llevando su kilt. Para él, el tartán 
era el símbolo del verdadero escocés. Por lo tanto, se negaba 
a renunciar a él, a pesar de ser más difícil encontrar 
tejedores que aceptaran hacer ropa nueva. 
 Toma su lugar habitual al lado del Laird y echa una mirada 
al otro lado de la mesa. El tutor estaba sentado, con 
numerosos sitios vacantes entre ellos. ¡Era deprimente! 
Cuando Fionan aún vivía, la gran mesa estaba llena todas las 
noches y la sala animada con el ruido de las conversaciones. 
También había música, la cual realmente extrañaba Aillil. 
 En el trascurso de los últimos años, todos los hombres 
jóvenes y aptos que deberían encontrarse presentes en las 
noches del clan, habían sido reclutados por la armada 
inglesa. Los senescales y el arpista que quedaban, habían 
fallecido. A su muerte, no habían sido reemplazados. 
 Las gaitas estaban prohibidas, el tradicional sonido de la 
flauta había perdido su lugar y el clan no poseía suficiente 
poder o dinero para permitirle a su Laird una guardia 
personal. A los ojos del rey inglés, la muerte de Eoghan 
representaría simplemente un escocés menos del que 
preocuparse. 
 Otra de las cosas que se echaban de menos con 
respecto a pasado, eran las risas femeninas. Después de la 
muerte da la madre de Aillil, su padre no había vuelto a 
casarse. Prefería satisfacer sus necesidades visitando a una 
amante en lugar de invitarla al castillo. Según Aillil, su padre 
quería seguir soltero, porque esperaba casarse algún día con 
una noble inglesa. 
 
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 Eoghan había casado a Ailsa, la única de sus hijas que 
había sobrevivido a la infancia, con un clan de las Tierras 
Bajas con el que esperaba aliarse. Afortunadamente,el 
hombre elegido para ella era amable y se había enamorado 
rápidamente de ella después del matrimonio. Sólo por eso, 
Aillil se sentía en deuda con él. 
 Ahora, la mesa se componía únicamente de Aillil, su 
padre, sus hermanos y el profesor, más algunos sirvientes 
que se movían alrededor de ellos. ¡Qué desgracia! El castillo 
era poco más que una fortaleza, las nobles murallas que 
habían rechazado a los enemigos durante siglos, no eran 
más que ruinas. La mayor parte de las habitaciones estaban 
vacías. El lugar se volvió triste y patético. 
 Los comensales comieron un estofado de venado 
prácticamente en silencio, Eoghan prácticamente no 
apreciaba las conversaciones durante la cena, excepto si 
tenían invitados. No escuchaban más que tímidos murmullos 
cuando los jóvenes le preguntaban algo al nuevo profesor. 
Aillil no podía culparles por su curiosidad. Sus hermanos no 
conocían más que las tierras y las villas cercanas a su casa. 
No tenían ningún conocimiento del mundo exterior y era 
perfectamente normal que estuvieran fascinados con la idea 
de alternar con un extranjero. 
 Sin embargo, Aillil desconfiaba del inglés. ¿Por qué 
había venido a Escocia? ¿Esperaba, como muchos de sus 
predecesores, estafarles y huir con su botín robado? ¿Querría 
seducir inocentes campesinas de los alrededores, atraídas 
por los halagos de un recién llegado? Era más que probable 
que este hombre tuviera un motivo concreto para dejar 
Inglaterra. ¿Se trataba de un criminal huyendo de la ley? 
¿Niall y los demás estarían en peligro? ¡A menos que fuera 
un espía enviado por los ingleses! 
 Aillil estudia al extranjero, convencido de que podría ser 
una amenaza para el clan. Cuando una sirviente voluptuosa 
 
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se acerca a la mesa, los ojos del maestro no se fijan, como 
había previsto, en su generoso pecho o en su trasero. El 
hombre únicamente le sonríe agradeciéndole educadamente 
haber llenado su vaso. En seguida, se inclina hacia Niall que 
le estaba hablando al oído. Mmmh, ¿tal vez el profesor 
prefería las chicas menos voluptuosas? 
 ¡Un inglés! Aunque había un montón de buenos 
maestros escoceses. Aillil no estaba para nada convencido 
con el razonamiento de su padre. ¿Por qué un inglés? 
Además, el recién llegado parecía un poco joven para ser un 
profesor. La falta de experiencia no era un buen augurio para 
la supervivencia. 
 La mayor parte de los anteriores profesores no habían 
tenido más que algunas semanas en el castillo antes de huir 
o de ser expulsados. Esos hombres experimentados no 
deberían haberse derrumbado por las travesuras de los 
gemelos, por muy creativas que fueran. Sus hermanos no 
eran más que niños después de todo. Niall, siempre tan 
aplicado, representaba probablemente al alumno ideal y 
Rory permanecía siempre en la sombra de su hermano tanto 
tiempo, como para desaparecer. 
 Hacia la mitad de la cena, Aillil presencia un 
acontecimiento inédito, el tímido Rory hablando con un 
adulto diferente al propio Aillil. El menor de sus hermanos se 
dirigía poco a los sirvientes y nunca a su padre, pero ahí 
estaba él, mostrando una cara alegre y unos ojos risueños. 
El profesor le hablaba en voz baja, aun así Aillil consigue 
escuchar sus palabras—: se los enseñaré más tarde, en la 
noche. Aillil se eriza. El Sassenach no sería el primer 
pervertido en atacar a jóvenes indefensos, como había 
experimentado durante una breve estancia en casa del primo 
de su padre en Invernes. 
 Así que permanece atento. Cuando los niños dejan la 
mesa detrás del inglés, Aillil espera un instante antes de 
 
46 
 
seguirles, quedando fuera de su vista. El pequeño grupo sube 
las escaleras que llevaban a la habitación de su hermano, 
pero se dirigen al lugar más antiguo del castillo, la torre que 
antes era la última defensa contra los invasores. Aillil sube a 
su vez la escalera de caracol, silenciosamente, asegurando 
la posición de sus pies en silencio sobre cada escalera de 
piedra. Cuando escucha las voces, se queda inmóvil y 
escucha atentamente. 
 —¿Es eso? —la voz infantil de Rory vibra de 
entusiasmo. 
 —¿Puedo tocarlo? —pregunta Niall. 
 La dulce risa del profesor les responde. 
 —Un poco de paciencia. Si son buenos y hacen 
exactamente lo que les digo, tendrán cada uno su turno. 
Rory, comience usted. 
 Las voces se silenciaron y Aillil contiene su aliento, 
esperando que le llegue el primer signo de peligro. Si este 
hombre atacaba a los niños, de una forma u otra… 
 »No Rory —indica la voz con acento inglés. Habla 
gentilmente, con paciencia, sin mostrar reproche—. Es muy 
delicado. Debe cogerlo de esta forma. Así, eso está mucho 
mejor —dice después de una pequeña pausa—. Ahora deme 
la otra mano. 
 Aillil no podía creer que los otros tres dejaran que se 
abusara del más pequeño, y todos encantados. Sin embargo, 
nunca había escuchado a sus hermanos como ahora. Ni 
siquiera los gemelos soltaban una palabra, lo que era muy 
raro. Pasa un buen rato sin incidentes. Termina decidiendo 
que se había preocupado por nada y se gira dispuesto a 
marcharse. 
 Cuando el profesor vuelve a hablar, sus palabras 
despiertan todos los instintos protectores de Aillil. 
 
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 —Es necesario hacerlo suavemente, como una caricia, 
sin brusquedad. La respuesta es mucho mejor cuando la 
mano es a la vez firme y ágil. 
 ¡No! Aillil sube los escalones de dos en dos y grita —: 
¡Suéltele! ¡Inmediatamente! 
 Abre la puerta de la habitación de la torre tan 
bruscamente que choca contra el muro, con una fuerza para 
hacer sacudir los dientes. Se lanzó hacia el interior, la mirada 
incendiaria, intensificada por una razonable furia y listo para 
descuartizar al pervertido. Cinco pares de ojos abiertos como 
platos se giran hacia él, cinco bocas completamente abiertas. 
 La escena que descubre no era el horror que él se 
esperaba. Su hermano más pequeño estaba subido sobre un 
taburete en mitad de la habitación suavemente iluminada 
por las velas que enviaban reflejos sobre un… ¿violín? En la 
otra mano Rory sostenía un arco. 
 
 
48 
 
 
Aillil siente su rabia calmarse, deambula por la 
habitación en busca de un objetivo. Finalmente, la verdad se 
incrusta en la parte más primitiva de su ser lista para matar, 
para proteger a su familia. El profesor inglés ejercía en un 
contexto legítimo. Las palabras sospechosas indicaban a 
Rory simplemente cómo manipular con cuidado, un objeto 
precioso. Su cólera desaparece. 
 De acuerdo, esta vez el inglés no era culpable, lo que 
no significaba sin embargo que no hiciera un intento más 
tarde. Aillil decide que no tenía ninguna excusa para dar, así 
que guarda silencio. Rory, acostumbrado al carácter 
tormentoso de su padre, sin duda no había visto nada 
anormal en su estallido de furia, demasiado joven para 
comprender las implicaciones del comportamiento de su 
hermano. Los gemelos, también acostumbrados a los gritos, 
que merecían continuamente, ya habían reanudado la 
inspección de las propiedades del maestro. Y Niall guardaba 
silencio contemplando a su hermano con aire pensativo. Aillil 
imagina las ruedas girando en la cabeza del chico. 
 Luego Rory rompe la tensión. 
 —¡Aillil! —grita—. ¡El maestro Byerly es procesor de 
fiolín! 
 Su falta de dientes hacía difícil su pronunciación. El 
profesor vigilaba a Aillil con mirada desconfiada. Lejos de 
refugiarse en el rincón más lejano de la habitación, se había 
plantado delante de sus alumnos, manifiestamente 
preparado a protegerles de una posible amenaza. 
Interesante. Aún más interesante era el fuego que ardía en 
los verdes ojos ampliamente abiertos. Ah, el Sassenach era 
de espíritu combativo. 
 
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 —Genial, Rory —responde Aillil, depositando su mirada 
a su némesis—. Creo que voy a quedarme un momento y 
mirarte, si el profesor no tiene ningún inconveniente. 
 Levanta una ceja interrogativa. El inglés no tenía 
ningunaforma de rechazarlo, en vista de que los cuatro niños 
asentían entusiasmados. 
 —Si así lo desea. 
 Levanta con aire arrogante su nariz sembrada de pecas, 
antes de volverse hacia Rory para retomar las instrucciones. 
Aillil percibe perfectamente la dureza de la mandíbula 
obstinada. Adivina que la cuestión estaba lejos de estar 
resuelta, si bien, por dignidad, el maestro no había querido 
proferir comentarios mordaces delante de sus alumnos. 
 Cuando el arco toca las cuerdas, el instrumento maúlla 
como un gato furioso. Aillil hace una mueca y se esfuerza por 
esconder su reacción. El inglés ni se inmuta. 
 »A todos les pasa lo mismo la primera vez es normal —
afirma con voz alentadora ante la mueca de Rory—. Vamos 
a intentar algo, pon los dedos sobre las cuerdas y seré yo 
quien maneje el arco. 
 Se sitúa detrás del taburete y pone los brazos a cada 
lado del niño, sus largos dedos estilizados posados sobre las 
cuerdas. Aillil le observaba como un halcón, esperaba un 
movimiento en falso. Sin embargo, el profesor no buscaba 
aumentar su contacto con Rory. Además, Aillil se dio cuenta 
de que su tímido hermano no se apartaba del extranjero. 
Esta vez, el golpe del arco produce una larga nota 
deliciosamente pura. Escalofríos suben por los brazos de Aillil 
y por su columna vertebral. 
 El sonido, aunque muy diferente al de sus queridas 
gaitas, le corta el aliento. Anteriormente, Aillil había 
despedido a su profesor de violín tras algunas lecciones, 
diciéndole que prefería tocar un instrumento más digno de 
 
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un escocés. Las gaitas estaban prohibidas por la ley, debería 
reexaminar sus opciones. 
 Uno tras otro, los niños practicaron el violín con 
resultados dispares, mientras los demás permanecían 
sentados en el suelo, observando. Incluso Dughall y Dughlas, 
en general en constante agitación, estuvieron inmóviles 
durante un momento. 
 Cuando todos los hubieron intentado, Niall pregunta —
: Maestro Byerly, se lo ruego ¿Podría tocar algo? 
 El inglés lanza una mirada desafiante a Aillil, quien 
inclina la cabeza. El profesor toma ahora su sitio sobre el 
taburete, apartando con una mano sus rojos rizos de su cara 
antes de situar el violín contra su cuello. Cierra los ojos y da 
un largo suspiro. Aillil decide que debe tratarse de un ritual. 
 Las primeras notas resuenan, lentas y solemnes, 
escalando rápidamente hacia un aire más vivo y bastante 
más complejo que la melodía que había intentado enseñar a 
los niños. Los ágiles dedos presionaban las cuerdas con la 
fluidez de la experiencia. 
 A regañadientes, Aillil admira su habilidad. Durante su 
estancia en Glasgow, había aprendido esgrima. Su maestro 
de armas era pequeño, a penas más alto que el profesor, 
pero él agitaba su espada con gracia natural, sus ataques y 
paradas parecían más un paso de baile que un combate. 
Entre sus manos, la fría hoja de acero se convertía en una 
extensión de su cuerpo. Ningún adversario tenía la más 
mínima posibilidad contra él. La perfecta maestría con la que 
el inglés tocaba, le recordaba a Aillil a su maestro de armas. 
Cada uno excepcional en su campo. 
 La música llega a su fin demasiado rápido y Aillil se 
sorprende de estar tan decepcionado. Estaba a punto de 
solicitar otra canción, cuando Niall dijo —: Gracias, maestro 
Byerly. Ahora es el momento de irnos todos a la cama. 
 
51 
 
 A pesar de las protestas de los más pequeños, Niall 
arrastró a la pequeña tropa y les hizo salir de la habitación 
de la torre, dejando a Aillil sólo con el inglés. 
 Los segundos pasan lentamente. Tal vez Aillil debía al 
profesor una disculpa después de todo. Puede que algún día 
sea culpable de alguna transgresión, pero por el momento, 
parecía inocente del acto monstruoso del que Aillil había 
sospechado. 
 —Profesor, yo… —comienza. 
 —Malcolm Byerly. 
 Levantando la mirada, Aillil se encuentra nariz con nariz 
con este hombre al que odiaba hace algunas horas. Ahora, 
ya no lo sabía. ¿Cómo odiar a un profesor al que sus 
hermanos adoraban visiblemente? Por otro lado, ¿confiar en 
él? Era una cuestión completamente diferente. 
 El inglés se irguió, dejando su taburete, mientras 
fulminaba a Aillil con la mirada. 
 »Byerly —repite—. Me llamo Malcolm Byerly. Y 
contrariamente a lo que parece creer, todos los ingleses no 
abusan de niños indefensos. 
 Su voz era increíblemente melodiosa, incluso cuando 
estaba vibrando de desdén. 
 —Me preocupo por mis hermanos —responde Aillil 
duramente. 
 Ahora que Duncan se dirigía hacia una nueva vida, Aillil 
no tenía ningún asunto urgente que atender, así que nada le 
impediría vigilar a sus hermanos, y en particular, supervisar 
el comportamiento de su nuevo tutor. 
 Los dos hombres se miran mientras que la tensión crece 
entre ellos. Aillil pensó que debía presentar un espectáculo 
bastante cómico, el pequeño pelirrojo irascible era bastante 
más bajo que él. Incluso sin tomarse el tiempo para pensar, 
 
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toma plaza en el taburete y ve la sorpresa aparecer en los 
ojos verdes de su homólogo. El inglés abre la boca, pero 
nada sale de ella. 
 »Ahora es mi turno —declara Aillil. 
 —¿Perdón? 
 Ignorando ese jadeo sorprendido, Aillil le quita de las 
manos el violín y al arco. El inglés no ofrece ninguna 
resistencia. Aillil posiciona su instrumento como lo había 
hecho otra vez y acaricia las cuerdas con el arco. Sospechaba 
que el profesor esperaba escuchar el sonido chillón que todo 
novato producía. En cambio, hace cantar al violín. Feliz de 
constatar que no había olvidado sus antiguas lecciones, Aillil 
mira de reojo al inglés lleno de expectativas decidiendo, de 
momento, fingir ignorancia. 
 El profesor se sitúa nuevamente detrás del taburete, 
corrigiendo la posición de los dedos de Aillil sobre las 
cuerdas. Su toque era más ligero y mucho más indeciso que 
anteriormente, con los niños. Juntos, los dos hombres tocan 
una sencilla melodía, marcada por algunas notas incorrectas. 
 Aunque se encontraba en una compañía que odiaba, 
Aillil sonreía. Incluso si ningún otro instrumento remplazaría 
jamás para él sus amadas gaitas, al menos tenía el derecho 
de tocar el violín sin atraer la ira de la ley. Se gira hacia el 
atónito inglés con una mirada autoritaria que no toleraba 
ninguna discusión. 
 —Va a enseñarme a tocar. 
Malcolm estaba furioso. ¡Qué descaro de ese arrogante! 
Irrumpía en su habitación sospechando del más vil de los 
pecados, interrumpía una lección de música y aterrorizaba a 
sus pobres alumnos. Y ahora, para rematar, tenía la 
desfachatez de esperar recibir lecciones. 
 
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 La pequeña habitación que se encontraba en el último 
piso de la torre no era suficiente para el ritmo agitado de un 
Malcolm enfurecido. Le habría encantado arrojarlo a él y a su 
tartán fuera de la habitación, pero la adoración que había 
leído en los ojos de sus alumnos se lo impidió. Todos ellos 
parecían adorar a su hermano mayor, por muy odioso que 
fuera. ¿Por qué? Malcolm no llegaba a entenderlo. 
 Recordar al peludo riendo y jugando con Rory calma un 
poco su ira. Ningún hombre capaz de amar a un niño podía 
ser completamente malo. A pesar de esa cualidad redentora 
de Aillil, Malcolm esperaba que ese hombre se cansara 
pronto de la disciplina necesaria para aprender a tocar un 
instrumento de música, y volviera al bosque, donde 
aparentemente, pertenecía. Cuanto menos contacto tuviera 
con él, mejor se llevarían. 
 Limpia su violín y lo deja con gran cuidado sobre la 
mesa al lado de la cama. Utilizado ya con anterioridad, el 
instrumento había costado una buena parte de su sueldo, 
pero valía hasta la última moneda. En silencio, Malcolm se 
prepara para acostarse y se tumba en su estrecha cama. 
Recuerda a los Callaghan y su iniciación en la música. De 
cinco hermanos, solo Aillil había mostrado verdadero interés. 
Niall prefería escuchar y los gemelos no se quedaban

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