Logo Studenta

9 - Lacan cap 2 p 1y2 cap 3 p2 cap 6 p 1y4 cap 10 p 3 - Libro 3

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

INTRODUCCION A LA CVESTION DE LAS PSICOSIS 
un poco arcaica. Pero no deja de ser cierto que debemos 
atribuir a cierto modo de manejar la relación analítica, que 
consiste en autentificar lo imaginario, en sustituir el reconoci-
miento en el plano simbólico por el reconocimiento en el 
plano imaginario, el desencadenamiento bastante rápido de 
un delirio más o menos persistente, y a veces definitivo, en 
casos harto conocidos. 
Es bien conocido el hecho de que un análisis puede desen-
cadenar desde sus primeros momentos una psicosis, pero 
nadie ha explicado nunca por qué. Evidentemente está en 
función de las disposiciones del sujeto, pero también de un 
manejo imprudente de la relación de objeto. 
Creo no haber podido hoy hacer otra cosa más que intro-
ducirlos al interés de lo que vamos a estudiar. 
1 
Es útil ocuparse de la paranoia. Por ingrato y árido que 
pueda ser para nosotros, atañe a la purificación, elaboración 
y ejercitación de las nociones freudianas, y por lo mismo 
atañe a nuestra formación para el análisis. Espero haberles 
hecho sentir cómo esta elaboración nocional puede tener la 
incidencia más directa sobre la forma en que pensaremos o 
en que evitaremos pensar lo que es o lo que debe ser nuestra 
experiencia de cada día. 
16 DE NOVIEMBRE DE 1955 
28 
II 
LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO 
Crítica de Kraepelin . 
La inercia dialéctica. 
Séglas y la alucinación psicomotriz . 
El presidente Schreber. 
Cuanto más se estudia la historia de la noción de paranoia, 
más significativa parece, y más nos percatamos de la enseñan-
za que podemos obtener del progreso, o de la ausencia de 
progreso -como prefieran- que caracteriza al movimiento 
psiquiátrico. 
1 
No hay, a fin de cuentas, noción más paradójica. Si tuve 
el cuidado la vez pasada de poner en primer plano la locura, 
es porque puede decirse verdaderamente que con la palabra 
paranoia, los autores manifestaron toda la ambigüedad pre-
sente en el uso del viejo término de locura, que es el término 
fundamental del vulgo. 
Este término no data de ayer, ni siquiera del nacimiento 
de la psiquiatría. Sin entregarme aquí a un despliegue dema-
siado fácil de erudición, solamente les recordaré que la refe-
rencia a la locura forma parte desde siempre del lenguaje de 
la sabiduría, o del que se pretende tal. Al respecto, el famoso 
29 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
Elogio de la locura conserva todo su valor, por identificarla 
al comportamiento humano normal, si bien esta última expre-
sión no se usaba en esa época. Lo que entonces se decía en el 
lenguaje de los filósofos, de filósofo a filósofo, terminó con 
el tiempo por ser tomado en serio, al pie de la letra: vuelco 
que se produce con Pascal, quien formula, con todo el acento 
de lo grave y lo meditado, que hay sin duda una locura 
necesaria, y que sería una locura de otro estilo no tener la 
locura de todos. 
Estas evocaciones no son inútiles, cuando vemos las para-
dojas implícitas en las premisas de los teóricos. Puede decirse 
que hasta Freud, se hacía equivaler la locura a cierto número 
de modos de comportamiento, de patterns, mientras que otros 
pensaban juzgar así el comportamiento de todo el mundo. A 
fin de cuentas, la diferencia, pattern por pattern, no salta a la 
vista. Nunca se señaló exactamente el énfasis que permitiría 
hacerse una idea de qué cosa es una conducta normal, o 
siquiera comprensible, y distinguirla de la conducta estricta-
mente paranoica. 
Quedémonos aquí a nivel de las definiciones. La delimita-
ción de la paranoia fue incuestionablemente mucho más vasta 
durante todo el siglo XIX de lo que fue a partir de fines del 
siglo pasado, es decir hacia 1899, en la época de la 4.' o 5.' 
edición del Kraepelin. Kraepelin permaneció mucho tiempo 
apegado a la vaga noción de que en líneas generales, el hom-
bre que tiene práctica sabe, por una especie de sentido, reco-
nocer el índice natural. El verdadero don médico es el de ver 
el índice que recorta bien la realidad. Tan sólo en 1899 intro-
duce una subdivisión más reducida. Incluye las antiguas para-
noias en el marco de la demencia precoz, creando en ellas el 
sector paranoide, y emite entonces una definición muy intere-
sante de la paranoia, que la diferencia de los otros modos de 
delirios paranoicos con los que hasta entonces se la confundía. 
La paranoia se distingue de las demás psicosis porque se 
caracteriza por el desarrollo insidioso de causas internas, y, 
según una evolución continua, de un sistema delirante, dura-
30 
LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO 
dero e imposible de quebrantar, que se instala con una conser-
vación completa de la claridad y el orden en el pensamiento, 
la v olición y la acción. 
Esta definición fruto de la pluma de un clínico eminente 
tiene algo llamativo, y es que contradice punto por punto 
todos los datos de la clínica. Nada en ella es cierto. 
El desarrollo no es insidioso, siempre hay brotes, fases. 
Me parece, pero no estoy del todo seguro, que fui yo quien 
introdujo la noción de momento fecundo. Ese momento fe-
cundo siempre es sensible al inicio de una paranoia. Siempre 
hay una ruptura en lo que Kraepelin llama más adelante la 
evolución continua del delirio dependiente de causas internas. 
Es absolutamente manifiesto que no se puede limitar la evolu-
ción de una paranoia a las causas internas. Para convencerse 
de ello basta pasar al capítulo Etiología de su manual, y leer 
a los autores contemporáneos, Sérieux y Capgras, cuyos tra-
bajos están fechados cinco años después . Cuando se buscan 
las causas desencadenantes de una paranoia, siempre se pone 
de manifiesto, con el punto de interrogación necesario, un 
elemento emocional en la vida del sujeto, una crisis vital que 
tiene que ver efectivamente con sus relaciones externas, y 
sería muy sorprendente que no fuera así tratándose de un 
delirio que se caracteriza esencialmente como delirio de rela-
ciones, término que es de W ernicke y no de Kretschmer. 
Leo: evolución continua de un sistema delirante duradero 
e imposible de quebrantar. Nada más falso: el sistema deliran-
te varía, hayámoslo o no quebrantado. A decir verdad, este 
asunto me parece secundario. La variación se debe a la inter-
psicología, a las intervenciones del exterior, al mantenimiento 
o a la perturbación de cierto orden en el mundo que rodea al 
enfermo. De ningún modo deja de tomar esas cosas en cuen-
ta, y busca, en el curso de la evolución de su delirio, hacer 
entrar esos elementos en composición con su delirio . 
Que se instaura con una conservación completa de la clari-
dad y del orden en el pensamiento, la volición y la acción. 
Por supuesto. Pero hay que saber qué son la claridad y el 
31 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
orden. Si algo que merece esos nombres puede encontrarse 
en la exposición que hace el sujeto de su delirio, falta todavía 
precisar qué se entiende por esos términos, y esta interroga-
ción se caracteriza por cuestionar las nociones en juego. En 
cuanto al pensamiento, la volición y la acción, se supone que 
nos toca a nosotros intentar definirlos en función de cierto 
número de comportamientos concretos, entre ellos la locura, 
y no a partir de ellos como de nociones establecidas. A la 
psicología académica, nos parece a nosotros, le falta volver a 
ser trabajada antes de poder brindarnos conceptos con el 
rigor suficiente como para ser intercambiados, al menos a 
nivel de nuestra experiencia. 
¿A qué se debe la ambigüedad de lo hecho en torno a la 
noción de paranoia? A muchas cosas, y quizás a una insufi-
ciente subdivisión clínica; l'ienso que los psiquiatras aquí 
presentes tienen un conocimiento suficiente de los diferentes 
tipos clínicos como para saber, por ejemplo, que un delirio 
de interpretación no es para nada lo mismo que un delirio de 
reivindicación. También es conveniente distinguir entre psico-
sis paranoicas y psicosis pasionales, diferencia admirablemen-
te destacada por los trabajos de mi maestro Clérambault, 
cuya función, papel, personalidady doctrina comencé a indi-
car la vez pasada. Precisamente en el orden de las distinciones 
psicológicas, adquiere su obra su mayor alcance. ¿Quiere 
decir que hay que dispersar los tipos clínicos, llegar a cierta 
pulverización? No lo pienso. El problema que se plantea 
afecta el cuadro de la paranoia en su conjunto. 
Un siglo de clínica no ha hecho más que dar vueltas todo 
el tiempo en torno al problema. Cada vez que la psiquiatría 
avanza un poco, profundiza, pierde de inmediato el terreno 
conquistado, por el modo mismo de conceptualizar lo que 
era inmediatamente sensible en las observaciones. En ningún 
otro lado la contradicción que existe entre observación y 
teorización es más manifiesta. Casi puede decirse que no hay 
discurso de la locura más manifiesto y más sensible que el de 
los psiquiatras, y precisamente sobre el tema de la paranoia. 
32 
LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO 
Hay algo que me parece ser exactamente el quid del 
problema. Si leen por ejemplo el trabajo que hice sobre la 
psicosis paranoica, verán que enfatizo allí lo que llamo, to-
rnando el término de mi maestro Clérambault, los fenómenos 
elementales, y que intento demostrar el carácter radicalmente 
diferente de esos fenómenos respecto a cualquier cosa que 
pueda concluirse de lo que él llama la deducción ideica, vale 
decir de lo que es comprensible para todo el mundo. 
Y a desde esa época, subrayo con firmeza que los fenóme-
nos elementales no son más elementales que lo que subyace 
.11 conjunto de la construcción del delirio. Son tan elementales 
romo lo es, en relación a una planta, la hoja en la que se 
verán ciertos detalles del modo en que se imbrican e isertan 
las nervaduras: hay algo común a toda la planta que se repro-
duce en ciertas formas que componen su totalidad. Asimismo, 
c.:ncontramos estructuras análogas a nivel de la composición, 
de la motivación, de la tematización del delirio, y a nivel del 
fenómeno elemental. Dicho de otro modo, siempre la misma 
fue rza estructurante, si me permiten la expresión, está en 
obra en el delirio, ya lo consideremos en una de sus partes o 
en su totalidad. 
Lo importante del fenómeno elemental no es entonces 
que sea un núcleo inicial, un punto parasitario, como decía 
Clérambault, en el seno de la personalidad, alrededor del 
cual el sujeto haría una construcción, una reacción fibrosa 
destinada a enquistarlo, envolviéndolo, e integrarlo al mismo 
tiempo, es decir explicarlo, como se dice a menudo. El delirio 
no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es 
también un fenómeno elemental. Es decir que la noción de 
elemento no debe ser entendida en este caso de modo distin-
to que la de estructura, diferenciada, irreductible a todo lo 
que no sea ella misma. 
Este resorte de la estructura fue tan profundamente desco-
nocido, que todo el discurso en torno a la paranoia que 
mencionaba recién lleva las marcas de este desconocimiento. 
Esta es una prueba que pueden hacer leyendo a Freud y a 
33 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
orden. Si algo que merece esos nombres puede encontrarse 
en la exposición que hace el sujeto de su delirio, falta todavía 
precisar qué se entiende por esos términos, y esta interroga-
ción se caracteriza por cuestionar las nociones en juego. En 
cuanto al pensamiento, la volición y la acción, se supone que 
nos toca a nosotros intentar definirlos en función de cierto 
número de comportamientos concretos, entre ellos la locura, 
y no a partir de ellos como de nociones establecidas. A la 
psicología académica, nos parece a nosotros, le falta volver a 
ser trabajada antes de poder brindarnos conceptos con el 
rigor suficiente como para ser intercambiados, al menos a 
nivel de nuestra experiencia. 
¿A qué se debe la ambigüedad de lo hecho en torno a la 
noción de paranoia? A muchas cosas, y quizás a una insufi-
ciente subdivisión clínica~ 1-'Íenso que los psiquiatras aquí 
presentes tienen un conocimiento suficiente de los diferentes 
tipos clínicos como para saber, por ejemplo, que un delirio 
de interpretación no es para nada lo mismo que un delirio de 
reivindicación. También es conveniente distinguir entre psico-
sis paranoicas y psicosis pasionales, diferencia admirablemen-
te destacada por los trabajos de mi maestro Clérambault, 
cuya función, papel, personalidad y doctrina comencé a indi-
car la vez pasada. Precisamente en el orden de las distinciones 
psicológicas, adquiere su obra su mayor alcance. ¿Quiere 
decir que hay que dispersar los tipos clínicos, llegar a cierta 
pulverización? No lo pienso. El problema que se plantea 
afecta el cuadro de la paranoia en su conjunto. 
Un siglo de clínica no ha hecho más que dar vueltas todo 
el tiempo en torno al problema. Cada vez que la psiquiatría 
avanza un poco, profundiza, pierde de inmediato el terreno 
conquistado, por el modo mismo de conceptualizar lo que 
era inmediatamente sensible en las observaciones. En ningún 
otro lado la contradicción que existe entre observación y 
teorización es más manifiesta. Casi puede decirse que no hay 
discurso de la locura más manifiesto y más sensible que el de 
los psiquiatras, y precisamente sobre el tema de la paranoia. 
32 
LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO 
Hay algo que me parece ser exactamente el quid del 
problema. Si leen por ejemplo el trabajo que hice sobre la 
psicosis paranoica, verán que enfatizo allí lo que llamo, to-
mando el término de mi maestro Clérambault, los fenómenos 
elementales, y que intento demostrar el carácter radicalmente 
diferente de esos fenómenos respecto a cualquier cosa que 
pueda concluirse de lo que él llama la deducción ideica, vale 
decir de lo que es comprensible para todo el mundo. 
Ya desde esa época, subrayo con firmeza que los fenóme-
nos elementales no son más elementales que lo que subyace 
al conjunto de la construcción del delirio. Son tan elementales 
como lo es, en relación a una planta, la hoja en la que se 
verán ciertos detalles del modo en que se imbrican e isertan 
las nervaduras: hay algo común a toda la planta que se repro-
duce en ciertas formas que componen su totalidad. Asimismo, 
encontramos estructuras análogas a nivel de la composición, 
de la motivación, de la tematización del delirio, y a nivel del 
fenómeno elemental. Dicho de otro modo, siempre la misma 
fuerza estructurante, si me permiten la expresión, está en 
obra en el delirio, ya lo consideremos en una de sus partes o 
en su totalidad. 
Lo importante del fenómeno elemental no es entonces 
que sea un núcleo inicial, un punto parasitario, como decía 
Clérambault, en el seno de la personalidad, alrededor del 
cual el sujeto haría una construcción, una reacción fibrosa 
destinada a enquistarlo, envolviéndolo, e integrarlo al mismo 
tiempo, es decir explicarlo, como se dice a menudo. El delirio 
no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es 
también un fenómeno elemental. Es decir que la noción de 
elemento no debe ser entendida en este caso de modo distin-
to que la de estructura, diferenciada, irreductible a todo lo 
que no sea ella misma. 
Este resorte de la estructura fue tan profundamente desco-
nocido, que todo el discurso en torno a la paranoia que 
mencionaba recién lleva las marcas de este desconocimiento. 
Esta es una prueba que pueden hacer leyendo a Freud y a 
33 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
casi todos los autores: encontrarán en ellos sobre la paranoia 
páginas, a veces capítulos enteros; extráiganlos de su contexto, 
léanlos en voz alta, y verán allí los desarrollos más maravillo-
sos concernientes al comportamiento de todo el mundo. Poco 
falta para que lo que les acabo de leer acerca de la definición 
de la paranoia de Kraepelin, defina el comportamiento nor-
mal. Volverán a encontrar esta paradoja constantemente, in-
clusive en autores analistas, precisamente cuando se colocan 
en el plano de lo que hace un momento llamaba el pattern, 
término de reciente advenimiento en su dominancia a través 
de la teoría analítica, pero que no por ello dejabade estar 
presente en potencia desde hace ya mucho tiempo. 
Releía para preparar esta reunión, un artículo ya antiguo 
de 1908, donde Abraham describe el comportamiento de un 
demente precoz, y su así llamada desaf ectividad, a partir de 
su relación con los objetos. Aquí lo tenemos habiendo amon-
tonado durante meses, piedra sobre piedra, guijarros vulgares 
que tienen para él el valor de un importante bien. Ahora, a 
fuerza de amontonar tantos sobre una tabla, ésta se quiebra, 
gran estrépito en la habitación, barren todo, y el personaje 
que parecía acordar tanta importancia a los guijarros, no 
presta la menor atención a lo que pasa, no hace oír la más 
mínima protesta ante la evacuación general de los objetos de 
sus deseos. Sencillamente, vuelve a empezar y a acumular 
otros. Este es el demente precoz. 
Darían ganas de hacer con este apólogo una fábula para 
mostrar que eso hacemos todo el tiempo. Diría aún más: 
acumular multitud de cosas sin valor, tener que pasarlas de 
un día al otro por pérdidas y beneficios, y volver a empezar, 
es muy buena señal. Porque cuando el sujeto permanece 
apegado a lo que pierde, no puede soportar su frustración, es 
cuando podemos hablar realmente de sobrevaloración de los 
objetos. 
Estos resortes pretendidamente desmostrativos son de una 
ambigüedad tan completa que uno se pregunta cómo puede 
conservarse la ilusión aunque más no sea un instante, salvo 
34 
LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO 
por una especie de obnubilación del sentido crítico que pare-
·c apoderarse del conjunto de los lectores a partir del momen-
to en que abren una obra técnica, y especialmente cuando se 
trata de nuestra experiencia y de nuestra profesión. 
El comentario que hice la vez pasada de que lo compren-
sible es un término fugitivo, inasible, es sorprendente que 
11unca sea calibrado como una lección primordial, una formu-
lación obligada a la entrada a la clínica. Comiencen por creer 
que no comprenden. Partan de la idea del malentendido fun-
damental. Esta es una disposición primera, sin la cual no 
vxis te verdaderamente ninguna razón para que no compren-
d.rn todo y cualquier cosa. Tal o cual autor les da tal o cual 
rnmportamiento como signo de desafectividad en determina-
do contexto, en otro será lo contrario. Volver a empezar la 
()bra tras haber sufrido su pérdida, puede ser comprendido 
1·n sentidos diametralmente opuestos. Se acude perpetuamen-
1 l' a nociones consideradas como aceptadas. Cuando de nin-
t~Llll modo lo son. 
A todo esto quería llegar: la dificultad de abordar el 
problema de la paranoia se debe precisamente al hecho de 
~ituarla en el plano de la comprensión. 
Aquí el fenómeno elemental, irreductible, está a nivel de 
Lt interpretación. 
2 
Voy a retomar el ejemplo de la vez pasada. 
Tenemos pues un sujeto para el cual el mundo comenzó 
,1 cobrar significado. ¿Qué se quiere decir con esto? Desde 
lt.1<.:c un tiempo es presa de fenómenos que consisten en que 
" 1' percata de que suceden cosas en la calle, pero ¿cuáles? Si 
lo interrogan verán que hay puntos que permanecen misterio-
"ºs para él mismo, y otros sobre los que se expresa. En otros 
35 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
términos, simboliza lo que sucede en términos de significa-
ción. Muy a menudo, no sabe, si escudriñan las cosas en 
detalle, si las cosas le son o no desfavorables, pero busca qué 
indica tal o cual comportamiento de sus semejantes, tal o 
cual rasgo observado en el mundo, en ese mundo que nunca 
es pura y simplemente inhumano puesto que está compuesto 
por el hombre. Hablando del auto rojo, yo buscaba mostrar-
les al respecto el alcance diferente que puede adquirir el 
color rojo, según lo consideremos en su valor perceptivo, en 
su valor imaginario y en su valor simbólico. También en los 
comportamientos normales, rasgos hasta cierto momento 
neutros adquieren un valor. 
¿A fin de cuentas, qué dice el sujeto, sobre todo en cierto 
período de su delirio? Que hay significación. Cuál, no sabe, 
pero ocupa el primer plano, se impone, y para él es perfecta-
mente comprensible. Y justamente porque se sitúa en el plano 
de la comprensión como un fenómeno incomprensible, por 
así decirlo, la paranoia es tan difícil de captar, y tiene también 
un interés primordial. 
Si a este propósito se ha podido hablar de locura razona-
ble, de conservación de la claridad, del orden y de la volición, 
se debe al sentimiento de que, por más que avancemos en el 
fenómeno, estamos en el dominio de lo comprensible. Hasta 
cuando lo que se comprende no puede siquiera ser articulado, 
numerado, insertado por el sujeto en un contexto que lo 
explicite, está en el plano de la comprensión. Se trata de 
cosas que en sí mismas ya se hacen comprender. Y, debido a 
ello, nos sentimos en efecto capaces de comprender. De ahí 
nace la ilusión: ya que se trata de comprensión, comprende-
mos. Pues justamente, no. 
Alguien ya lo había señalado, pero se limitó a esta obser-
vación elemental. Se trata de Charles Blondel, quien en su 
libro la La conciencia mórbida, notaba que lo propio de las 
psicopatologías es engañar la comprensión. Es una obra de 
valor, aunque después Blondel se haya negado obstinadamen-
te a comprender lo que fuese sobre el desarrollo de las ideas. 
36 
LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO 
Pero ese sigue siendo el punto donde conviene retomar el 
problema: siempre es comprensible. 
En la formación que damos a los alumnos observamos 
que en ese punto siempre conviene detenerlos. El momento 
en que han comprendido, en que se han precipitado a tapar 
el caso con una comprensión, siempre es el momento en que 
han dejado pasar la interpretación que convenía hacer o no 
hacer. En general, esto lo expresa con toda ingenuidad la 
lórmula: El sujeto quiso decir tal cosa. ¿Qué saben ustedes? 
l ,o cierto es que no lo dijo. Y en la mayoría de los casos, si 
't' escucha lo que ha dicho, por lo menos se descubre que se 
l1ubiera podido hacer una pregunta, y que ésta quizá habría 
bastado para constituir la interpretación válida, o al menos 
para esbozarla. 
Daré ahora una idea del punto donde converge este dis-
1 urso. Lo importante no es que tal o cual momento de la 
percepción del sujeto, de su deducción delirante, de su expli-
' .1c ión de sí mismo, de su diálogo con nosotros, sea más o 
111enos comprensible. En algunos de esos puntos surge algo 
que puede parecer caracterizarse por el hecho de que hay, en 
1·kcto, un núcleo completamente comprensible. Que lo sea 
110 tiene el más mínimo interés. En cambio, lo que es suma-
111<.·nte llamativo es que es inaccesible, inerte, estancado en 
11•L\ción a toda dialéctica. 
Tomemos la interpretación elemental. Entraña sin duda 
1111 elemento de significación, pero ese elemento es repetitivo, 
I'' nccde por reiteraciones. Puede ocurrir que el sujeto lo 
1·l.1hore, pero es seguro que quedará, al menos durante cierto 
t 11•111po, repitiéndose siempre con el mismo signo interrogati-
Vt 1 implícito, sin que nunca le sea dada respuesta alguna, se 
h.1ga intento alguno por integrarlo a un diálogo. El fenómeno 
1 " "' cerrado a toda composición dialéctica. 
Tomemos la llamada psicosis pasional, que parece mucho 
111 .1s próxima de lo que llamamos normalidad. Si se enfatiza 
d respecto la prevalencia de la reivindicación, es porque el 
1111·to no puede tolerar determinada pérdida, determinado 
37 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
daño, y toda su vida parece centrada alrededor de la compen-
sación del daño sufrido, y la reivindicación que éste acarrera. 
La procesividad pasa hasta tal punto al primer plano que a 
veces parece dominar por completo el interés de lo que está 
en juego en ella. Esto también es · una interrupción de la 
dialéctica, claro que centrada de un modo totalmente distinto 
al caso anterior. 
Indiqué la vez pasada alrededor de qué gira el fenómeno 
de interpretación: se articula en la relación del yo y del 
otro, en la medida que la teoría psicoanalítica define el yo 
como siempre relativo. En la psicosispasional lo que se 
llama el núcleo comprensible del delirio, que es de hecho un 
núcleo de inercia dialéctica, se sitúa evidentemente mucho 
más cerca del yo (je), del sujeto. En resumen, precisamente 
por haber desconocido siempre de manera radical, en la feno-
menología de la experiencia patológica, la dimensión dialécti-
ca, la clínica se descarrió. Puede decirse que este desconoci-
miento caracteriza un tipo de mentalidad. Parece que a partir 
de la entrada en el campo de la observación clínica humana, 
desde ese siglo y medio en que se constituyó en cuanto tal 
con los comienzos de la psiquiatría, que a partir del momen-
to en que nos ocupamos del hombre, hemos desconocido 
radicalmente esa dimensión, que no obstante aparece en cual-
quier otra parte, viva, admitida, corrientemente manejada en 
el sentido de las ciencias humanas, a saber: la autonomía 
como tal que posee la dimensión dialéctica. 
Se hace notar la integridad de las facultades del sujeto 
paranoico. L:i volición, la acción, como decía hace un rato 
Kraepelin, parecen homogéneas en él con todo lo que espera-
mos de los seres normales, no hay déficit en ningún lado, ni 
falla, ni trastorno de las funciones. Se olvida, que lo propio 
del comportamiento humano, es el discurrir dialéctico de las 
acciones, los deseos y los valores, que hace no sólo que 
cambien a cada momento, sino de modo continuo, llegando 
a pasar a valores estrictamente opuestos en función de un 
giro en el diálogo. Esta verdad absolutamente primera está 
38 
LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO 
presente en las fábulas populares, que muestran cómo un 
p10mento de pérdida y desventaja puede transformarse un 
instante después en la felicidad misma otorgada por los dioses. 
l ,a. posibilidad del cuestionamiento a cada instante del deseo, 
de los vínculos, incluso de la significación más perseverante de 
una actividad humana, la perpetua posibilidad de una inver-
,~ión de signo en función de la totalidad dialéctica de la posi-
·ión del individuo es una experiencia tan común, que nos deja 
;\tónitos ver cómo se olvida esta dimensión en cuanto se está 
en presencia de un semejante, al que se quiere objetivar. 
Nunca fue sin embargo completamente olvidada. Encon-
1 ramos su huella cada vez que el observador se deja guiar 
por el sentimiento de lo que está en juego. El término de 
interpretación se presta, en el contexto de la locura razonable 
l'n que está inserto, a toda suerte de ambigüedades. Se habla 
de paranoia combinatoria: cuán fecundo podría haber sido 
este término si se hubieran percatado de lo que estaban di-
riendo; efectivamente, el secreto reside en la combinación de 
los fenómenos. 
La pregunta ¿Quién habla?, que ha sido promovida sufi-
;ientemente aquí como para adquirir todo su valor, debe 
dominar todo el problema de la paranoia. 
Y a se los indiqué la vez pasada recordando el carácter 
central en la paranoia de la alucinación verbal. Saben el tiem-
po que tomó percatarse de lo que sin embargo es a veces 
totalmente visible, a saber que el sujeto articula lo que dice 
escuchar. Fue necesario Séglas y su libro Lecciones clínicas. 
Por una especie de proeza al inicio de su carrera, hizo notar 
que las alucinaciones verbales se producían en personas en 
l:i.s que podía percibirse, por signos muy evidentes en algunos . 
casos, y en otros mirándolos con un poco más de atención, 
que ellos mismos estaban articulando, sabiéndolo o no, o no 
queriendo saberlo, las palabras :que acusaban a las voces de 
haber pronunciado. Percatarse de que la alucinación auditiva 
no tenía su fuente en el exterior, fue una pequeña revolución. 
Entonces, se pensó, la tiene en el interior, y ¿qué más 
39 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
tentador que creer que eso respondía a la excitación de una 
zona que era llamada sensorial? No sabemos si esto se aplica 
al ámbito del lenguaje. ¿Hablando estrictamente hay alucina-
ciones psíquicas verbales? ¿No son siempre, más o menos 
alucinaciones psicomotrices? ¿El fenómeno de la palabra, tan-
to en sus formas patológicas como en su forma normal, 
puede ser disociado del hecho, empero sensible, de que cuan-
do el sujeto habla, se escucha a sí mismo? Una de las dimen-
siones esenciales del fenómeno de la palabra es que el otro 
no es el único que lo escucha a uno. Es imposible esquemati-
zar el fenómeno de la palabra por la imagen que sirve a 
cierto número de teorías llamadas de la comunicación: el 
emisor, el receptor, y algo que sucede en el intervalo. Parece 
olvidarse que en la palabra humana, entre muchas otras cosas, 
el emisor es siempre al mismo tiempo un receptor, que uno 
oye el sonido de sus propias palabras. Puede que no le preste-
mos atención, pero es seguro que lo oímos. Un comentario 
tan sencillo domina todo el problema de la alucinación psico-
motriz llamada verbal, y es quizá debido a su excesiva eviden-
cia que pasó a un segundo plano en el análisis de estos 
fenómenos. Por supuesto, la pequeña revolución seglasiana 
está lejos de haber aportado la clave del enigma. Séglas se 
quedó en la exploración fenoménica de la alucinación, y debió 
modificar lo que su primera teoría tenía de demasiado absolu-
ta. Devolvió su lugar a algunas alucinaciones que son inteori-
zables en ese registro, y brindó claridades clínicas y una 
finura en la descripción que no pueden ser desconocidas: les 
aconsejo conocerlas. 
Si muchos de estos episodios de la historia de la psiquia-
tría son instructivos, es quizá mucho más por los errores que 
destacan que por los aportes positivos que resultaran de ellos. 
Pero no podemos dedicarnos solamente a una experiencia 
negativa del campo en cuestión, construir sólo sobre errores. 
Ese dominio de los errores es por otra parte tan copioso, 
que es casi inagotable. Será necesario que tomemos algún 
atajo para tratar de llegar al corazón de lo que está en juego. 
40 
LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO 
Vamos a hacerlo siguiendo los consejos de Freud, y en-
¡ r:ir, con él, en el análisis del caso Schreber. 
3 
T ras una breve enfermedad, entre 1884 y 1885, enferme-
dad mental que consistió en un delirio hipocondríaco, Schre-
bcr que ocupaba entonces un puesto bastante importante en 
la magistratura alemana, sale del sanatorio del profesor Flech-
sig, curado, según parece de manera completa, sin secuelas 
aparentes. 
Lleva durante unos ocho años una vida que parece normal, 
y él mismo señala que su felicidad doméstica sólo se vio 
ensombrecida por la pena de no haber tenido hijos . Al cabo 
de esos ocho años, es nombrado Presidente de la Corte de 
apelaciones en la ciudad de Leipzig. Habiendo recibido antes 
del período de vacaciones el anuncio de esta muy importante. 
promoción, asume sus funciones en octubre. Parece estar, 
como ocurre muy a menudo en muchas crisis mentales, un 
poco sobrepasado por sus funciones. Es joven -tiene cin-
cuenta y un años- para presidir una corte de apelaciones de 
esa importancia, y esta promoción le hace perder un poco la 
cabeza. Está en medio de personas mucho más experimenta-
das, mucho más entrenadas en el manejo de asuntos delicados, 
y durante un mes trabaja excesivamente, como él mismo lo 
dice, y recomienzan sus trastornos: insomnio, mentismo, apa-
rición en su pensamiento de temas cada vez más perturbado-
res que le llevan a consultar de nuevo. 
De nuevo se lo interna. Primero en el mismo sanatorio, 
el del profesor Flechsig, luego, tras una breve estadía en el 
sanatorio del doctor Pierson en Dresde, en la clínica de Son-
nenstein, donde permanecerá hasta 1901. Ahí es donde su 
delirio pasará por toda una serie de fases de las que da un 
41 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
Si el presidente Schreber entre sus dos crisis, hubiera llegado 
por casualidad a ser padre, se pondría el énfasis en esto, y se 
daría todo su valor al hecho de que no hubiera soportado esa 
función paterna. Resumiendo, la noción de conflicto siempre 
se utiliza de modo ambiguo: se coloca en el mismo plano lo 
que es fuente de conflicto y la ausenciade conflicto, la cual es 
más difícil de ver. El conflicto deja, podemos decir, un lugar 
vacío, y en el lugar vacío del conflicto aparece una reacción, 
una construcción, una puesta en juego de la subjetividad. 
Esta indicación sólo está destinada a mostrarles en obra 
la misma ambigüedad que aquella a la que me referj la clase 
pasada, la ambigüedad de la significación misma del delirio, 
que aquí concierne a lo que habitualmente se llama el conte-
nido, y que preferiría llamar el decir psicótico. 
Creen que están ante alguien que se comunica con ustedes 
porque les habla en el mismo lenguaje. Luego, sobre todo si 
son psicoanalistas, tendrán la impresión, siendo lo que dice 
tan comprensible, de que es alguien que penetró de manera 
más profunda que el común de los mortales en el mecanismo 
mismo del sistema inconsciente. En algún lado en su segundo 
capítulo, Schreber lo expresa al pasar: Me fueron dadas luces 
raras veces dadas a un mortal. 
Mi discurso de hoy versará sobre esta ambigüedad que 
hace que el sistema mismo del delirante nos dé los elementos 
de su propia comprensión. 
2 
Quienes asisten a mi presentación de enfermos saben que 
presenté la última vez una psicótica muy evidente, y recorda-
rán el trabajo que me costó obtener de ella el signo, el 
estigma, que probaba que se trataba verdaderamente de una 
delirante, y no simplemente de una persona de carácter difícil 
que riñe con la gente que la rodea. 
50 
EL OTRO Y LA PSICOSIS 
El interrogatorio sobrepasó ampliamente la hora y media 
,111tes de que apareciese claramente que en el límite de ese 
lenguaje, del que no había modo de hacerla salir, había otro. 
El lenguaje, de sabor particular y a menudo extraordinario 
que es el del delirante. Lenguaje en que ciertas palabras co-
bran un énfasis especial, una densidad que se manifiesta a 
veces en la forma misma del significante, dándole ese carácter 
1 rancamente neológico tan impactante en las producciones de 
la paranoia. En boca de nuestra enferma del otro día, por fin 
su rgió la palabra galopinar, que rubricó todo lo dicho hasta 
<.:n tonces. 
La enferma era víctima de algo muy diferente a la frustra-
ción de su dignidad, de su independencia, de sus pequeños 
asuntos. Este término de frustración forma parte desde hace 
algún tiempo del vocabulario del común de la gente: ¿quién 
no está todo el día hablando de las frustraciones que sufrió o 
sufrirá, o que los demás sufren a su alrededor? Ella estaba en 
otro mundo evidentemente, mundo donde ese término galopi-
11ar, y, sin duda, muchos otros que ocultó, constituyen los 
puntos de referencia esenciales. 
Los detengo aquí un instante para que sientan hasta qué 
punto son necesarias las categorías de la teoría lingüística con 
las que intenté familiarizarlos el año pasado. Recuerdan que 
·n lingüística existen el significante y el significado, y que el 
significante debe tomarse en el sentido del material del len-
guaje. La trampa, el agujero, en el que no hay que caer, es 
creer que los objetos, las cosas, son el significado. El signifi-
cado es algo muy distinto: la significación, les expliqué gracias 
a San Agustín que es tan lingüista como Benveniste, remite 
siempre a la significación, vale decir a otra significación. El 
sistema del lenguaje, cualquiera sea el punto en que lo tomen, 
jamás culmina en un índice directamente dirigido hacia un 
µu nto de la realidad, la realidad toda está cubierta por el 
conjunto de la red del lenguaje. Nunca pueden decir que lo 
designado es esto o lo otro, pues aunque lo logren, nunca 
sabrán por ejemplo qué designo en esta mesa, el color, el 
51 
INTRODUCCION A LA CVESTION DE LAS PSICOSIS 
espesor, la mesa en tanto objeto, o cualquier otra cosa. 
Demorémonos ante este pequeño fenómeno, muy simple, 
que es galopinar en boca de la enferma del otro día. Schreber 
mismo señala a cada momento la originalidad de determina-
dos términos de su discurso. Cuando habla, por ejemplo, de 
Nervenanhang, adjunción de nervios, precisa claramente que 
esa palabra le fue dicha por las almas examinadas o los rayos 
divinos. Son palabras claves, y él mismo señala que nunca 
hubiese encontrado su fórmula, palabras originales, palabras 
plenas, harto diferentes de las palabras que emplea para comu-
nicar su experiencia. El mismo no se engaña al respecto, hay 
allí planos diferentes. 
A nivel del significante, en su carácter material, el deli-
rio se distingue precisamente por esa forma especial de dis-
cordancia con el lenguaje común que se llama neologismo. A 
nivel de la significación, se distingue justamente -hecho que 
sólo puede surgir si parten de la idea de que la significación 
remite siempre a otra significación- porque la significación 
de esas palabras no se agota en la remisión a una signifi-
cación. 
Esto se observa tanto en el texto de Schreber como en 
presencia de un enfermo. La significación de esas palabras 
que los detienen tiene como propiedad el remitir esencial-
mente a la significación en cuanto tal. Es una significación 
que fundamentalmente no remite más que a sí misma, que 
permanece irreductible. El enfermo mismo subraya que la 
palabra en sí misma pesa. Antes de poder ser reducida a otra 
significación, significa en sí misma algo inefable, es una signi-
ficación que remite ante todo a la significación en cuanto tal. 
Lo vemos en ambos polos de todas las manifestaciones 
concretas de que son sede estos enfermos. Cualquiera sea el 
grado que alcance la endofasia que cubre el conjunto de los 
fenómenos a los que están sujetos, hay dos polos donde este 
carácter es llevado al punto más eminente, como lo subraya 
bien el texto de Schreber, dos tipos de fenómenos donde se 
dibuja el neologismo: la intuición y la fórmula. 
52 
EL OTRO Y LA PSICOSIS 
La intuición delirante es un fenómeno pleno que tiene 
para el sujeto un carácter inundante, que lo colma. Le revela 
una perspectiva nueva cuyo sello original, cuyo sabor particu-
lar subraya, tal como lo hace Schreber cuando habla de la 
lengua fundamental a la que su experiencia lo introdujo. Allí, 
la palabra -con su pleno énfasis, como cuando se dice la 
palabra clave- es el alma de la situación. 
En el extremo opuesto, tenemos la forma que adquiere la 
significación cuando ya no remite a nada. Es la fórmula que 
se repite, se reitera, se machaca con insistencia estereotipada. 
Podemos llamarla, en oposición a la palabra, el estribillo. 
Ambas formas, la más plena y la más vacía, detienen la 
significación, son una especie de plomada en la red del discur-
so del sujeto. Característica estructural que, en el abordaje 
clínico, permite reconocer la rúbrica del delirio. 
Precisamente por ello ese lenguaje que puede engañarnos 
en un primer abordaje del sujeto, incluso a veces hasta en el 
más delirante, nos lleva a superar esa noción y a formular 
el término de discurso. Porque estos enfermos, no hay duda, 
hablan nuestro mismo lenguaje. Si no hubiese este elemento 
nada sabríamos acerca de ello. La economía del discurso, la 
relación de significación a significación, la relación de su 
discurso con el ordenamiento común del discurso, es por lo 
tanto lo que permite distinguir que se trata de un delirio . 
Intenté en otra época esbozar el análisis del discurso del 
psicótico en un artículo publicado en los Annales médico-
psychologiques hacia los años treinta. Se trataba de un caso 
de esquizofasia, donde pude hacer notar en todos los niveles 
del discurso, semantema tanto como taxema, la estructura de 
lo que se llama, quizá no sin razón, pero no sabiendo sin 
duda el alcance de este término, la desintegración esqui-
zofrénica. 
Les hablé de lenguaje. Al respecto deben palpar al pasar 
la insuficiencia, la mala intención, que traduce la fórmula de 
esos analistas que dicen: Hay que hablarle al paciente en su 
lenguaje. Sin duda, quienes dicen cosas tales deben ser perdo-
53 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
nados como todos los que no saben lo que dicen. Evocar de 
modo tan somero lo que está en juegoes signo de un retorno 
precipitado, de un arrepentimiento. Se cumple, se pone uno 
rápidamente en regla, con la salvedad de que tan sólo revela 
su condescendencia, y a qué distancia se mantiene el objeto 
del que se trata, a saber, el paciente. Ya que también él está 
ahí, pues bien, hablemos su lenguaje, el de los simples y los 
idiotas. Marcar esta distancia, hacer del lenguaje un puro y 
simple instrumento, un modo de hacerse comprender por 
quienes nada comprenden, es eludir completamente lo que 
está en juego: la realidad de la palabra. 
Abandono un momento a los analistas. ¿Alrededor de qué 
gira la discusión psiquiátrica del delirio, llámese fenomenolo-
gía, psicogénesis u organogénesis? ¿Qué significan, por 
ejemplo, los análisis extremadamente penetrantes de un Clé-
rambault? Algunos piensan que la cuestión es saber si el 
delirio es o no un fenómeno orgánico. Lo cual sería, según 
parece, sensible en la fenomenología misma. Perfecto, pero 
examinemos el asunto más detenidamente. 
¿El enfermo habla? Si no distinguimos el lenguaje y la 
palabra, es cierto, habla, pero habla como la muñeca perfec-
cionada que abre y cierra los ojos, absorbe líquido, etcétera. 
Cuando' un Clérambault analiza los fenómenos elementales, 
busca su rúbrica en la estructura, mecánica, serpiginosa y 
Dios sabe qué otros neologismos. Pero incluso en este análi-
sis, la personalidad, nunca definida, es siempre supuesta, ya 
que todo se apoya en el carácter ideogénico de una compren-
sibilidad primera, en los lazos de los afectos y de su expresión 
lenguajera. Se supone que esto es obvio, y de allí parte la 
demostración. Se dice: el carácter automático de lo que ,se 
produce es demostrable por la fenomenología misma, y esto 
prueba que el transtorno no es psicogenético. Pero el fenóme-
no es definido como automático en función de una referencia 
en sí misma psicogenética. Se supone que hay un sujeto que 
comprende de por sí, y que se mira. ¿Cómo serían si no 
captados los demás fenómenos como ajenos? 
54 
EL OTRO Y LA PSICOSIS 
Observen que éste no es el problema clásico que detuvo 
a toda la filosofía después de Leibniz, es decir al menos a 
partir del momento en que se enfatizó la conciencia como 
fundamento de la certeza: ¿el pensamiento, para ser pensa-
miento, debe obligatoriamente pensarse pensante? ¿Debe todo 
pensamiento obligatoriamente percatarse de que está pensan-
do lo que piensa? Tan lejos de ser simple está esto que abre 
de inmediato un juego de espejos sin fin: si está en la natura-
leza del pensamiento pensarse pensante, habrá un tercer pen-
samiento que se pensará pensamiento pensante, y así sucesiva-
mente. Este problemita, nunca resuelto, basta por sí solo 
para demostrar la insuficiencia del fundamento del sujeto en 
el fenómeno del pensamiento como transparente a sí mismo. 
Pero ese no es el asunto. 
A partir del momento en que admitimos que el sujeto 
tiene conocimiento en cuanto tal del fenómeno parasitario, 
vale decir como subjetivamente inmotivado, como inscrito en 
la estructura del aparato, en la perturbación de las supuestas 
vías neurológicas de facilitación, no podemos escapar a la 
noción de que el sujeto tiene una endoscopia de lo que 
sucede realmente en sus aparatos. Es una necesidad que se 
impone a toda teoría que hace de fenómenos intra-orgánicos 
el centro de lo que sucede en el sujeto. Freud aborda las 
cosas más sutilmente que otros autores, pero igualmente se 
ve forzado a admitir que el sujeto está en algún lado, en un 
punto privilegiado donde una endoscopia de lo que pasa en 
su interior le está permitida. 
La noción no sorprende a nadie cuando se trata de las 
endoscopias más o menos delirantes que tiene el sujeto acerca 
de lo que pasa en el interior de su estómago o de sus pulmo-
nes, pero es más delicada a partir del momento en que se 
trata de fenómenos intracerebrables. Los autores, por lo gene-
ral sin percatarse de ello, se ven obligados a admitir que el 
sujeto tiene cierta endoscopia de lo que pasa dentro del siste-
ma de fibras nerviosas. 
Sea un sujeto que es objeto de un eco de un pensamiento. 
55 
INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS 
Admitamos con Clérambault que se debe a una derivación 
producida por una alteración cronoáxica: uno de los dos 
mensajes intracerebrales, de los dos telegramas, podríamos 
decir, está frenado, y llega con retraso respecto al otro, por 
lo tanto haciéndole eco. Para que este retraso sea registrado, 
es necesario que haya un punto privilegiado donde esa locali-
zación puede hacerse, donde el sujeto anota la discordancia 
eventual entre ambos sistemas. Cualquiera sea el modo en 
que se construya la teoría organogenética o automática, ésta 
no escapa a la consecuencia de que existe ese punto privilegia-
do. En suma, se es más psicogenetista que nunca. 
¿Cuál es ese punto privilegiado si no es el alma? Con la 
salvedad de que se es todavía más idólatra que quienes le 
otorgan la más grosera realidad situándola en una fibra, en 
un sistema, en lo que el mismo presidente Schreber designaba 
como la fibra única vinculada a la personalidad. Habitualmen-
te se lo llama función de síntesis, siendo lo propio de una 
síntesis el tener en algún lado su punto de convergencia: 
aunque ideal, ese punto existe. 
Entonces, aunque nos hagamos los organogenetistas o 
psicogenetistas, estaremos obligados a suponer siempre en 
algún lado una entidad unificante. ¿Basta ella acaso para expli-
car el nivel de los fenómenos de la psicosis? La esterilidad de 
ese género de hipótesis es deslumbrante. Si el psicoanálisis 
reveló algo significativo, esclarecedor, iluminante, fecundo, 
abundante, dinámico, lo hizo trastocando las minúsculas 
construcciones psiquiátricas desarrolladas durante decenios 
con ayuda de estas nociones puramente funcionales cuyo 
pivote esencial estaba constituido forzosamente por el yo, 
que las camuflaba todas. 
Pero, ¿cómo abordar lo nuevo que aportó el psicoanálisis 
sin recaer en el camino trillado por un atajo diferente, multi-
plicando los yo, a su vez diversamente camuflados? El único 
modo de abordaje conforme con el descubrimiento freudiano 
es formular la pregunta en el registro mismo en que el fenó-
meno aparece, vale decir en el de la palabra. El registro de la 
56 
EL OTRO Y LA PSICOSIS 
palabra crea toda la riqueza de la fenomenología de la psico-
sis, allí vemos todos sus aspectos, descomposiciones, refrac-
ciones. La alucinación verbal, que es fundamental en ella, es 
precisamente uno de los fenómenos más problemáticos de la 
palabra. 
¿No hay forma acaso de detenerse en el fenómeno de la 
palabra en cuanto tal? ¿No vemos, simplemente al considerar-
lo, desprenderse una estructura primera, esencial y evidente, 
que permite hacer distinciones que no son míticas, vale decir 
que no suponen que el sujeto está en alguna parte? 
3 
¿Qué es la palabra? El sujeto habla, ¿sí o no? La palabra: 
detengámonos un instante sobre este hecho. 
¿Qué distingue una palabra de un registro de lenguaje? 
H ablar es ante todo, hablar a otros. Muy a menudo coloqué 
en primer plano en mi enseñanza esta característica que pare-
ce simple a primera vista: hablar a otros. 
Desde hace algún tiempo, ocupa el primer plano de las 
preocupaciones de la ciencia la noción de qué es un mensaje. 
Para nosotros, la estructura de la palabra, lo dije cada vez 
que tuvimos que emplear aquí este término en su sentido 
propio, es que el sujeto recibe su mensaje del otro en forma 
invertida. La palabra plena, esencial, la palabra comprometida, 
está fundada en esta estructura. Tenemos de ella dos formas 
ejemplares. 
La primera, es fides, la palabra que se da, el Tú eres mi 
m ujer o el Tú eres mi amo, que quiere decir: Tú eres lo que 
aún está en mi palabra, y esto, sólo puedo afirmarlo tomando 
la palabra en tu lugar. Esto viene de ti para encontrar allí la 
certeza de lo que comprometo. Esta palabra es una palabra 
que te compromete a ti. La unidad de la palabra en tanto 
57 
TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICOafecta el fondo de las relaciones de uno con el mundo. Hay 
que reconocer que para ser psicoanalistas no están forzados 
en modo alguno, a menos que se sacudan un poco, a tener 
presente que el mundo no es exactamente como cada quien 
lo concibe, sino que está tramado por esos mecanismos que 
ustedes pretenden conocer. 
Ahora bien, no se engañen, tampoco se trata de que yo 
haga aquí la metafísica del descubrimiento freudiano, de que 
saque las consecuencias que entraña en lo tocante a lo quepo-
demos llamar, en el sentido más amplio, el ser. Mi intención 
no es esa. No sería inútil, pero creo que le podemos dejar 
eso a otros, y que lo que aquí hacemos indicará la forma de 
acceso. No crean que les esté prohibido probar alas en esa 
dirección; nada perderán preguntándose acerca de la metafísi-
ca de la condición humana tal como la revela el descubrimien-
to freudiano. Pero, a fin, esto no es lo esencial, ya que esa 
metafísica le cae a uno encima de la cabeza, podemos confiar 
en las cosas tal como están estructuradas: ya están ustedes 
allí, en su seno. 
Si el descubrimiento freudiano se llevó a cabo en nuestra 
época, y si por una serie harto confusa de casualidades, uste-
des resultan ser personalmente sus depositarios, no es en 
balde. La metafísica en cuestión puede inscribirse por entero 
en la relación del hombre con lo simbólico. Están inmersos 
en ella hasta un punto que rebasa con mucho vuestra expe-
riencia como técnicos y, como a veces se los indico, encontra-
mos sus huellas y su presencia en toda suerte de disciplinas e 
interrogaciones cercanas al psicoanálisis. 
Ustedes son técnicos. Pero técnicos que existen en el 
seno de este descubrimiento. Puesto que esta técnica se desen-
vuelve a través de la palabra, el mundo en que les toca 
moverse en su experiencia está incurvado por dicha perspecti-
va. Intentemos, al menos, estructurarla correctamente. 
A esta exigencia responde mi pequeño cuadrado, que va 
del sujeto al otro, y en cierto modo de lo simbólico a lo real, 
sujeto, yo, cuerpo y en sentido inverso, hacia el Otro con 
108 
EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO 
mayúscula de la intersubjetividad, el Otro que no aprehen-
den en tanto es sujeto, es decir, en tanto puede mentir, el 
O tro, en cambio, que siempre está en su lugar, el Otro de 
los astros, o si prefieren el sistema estable del mundo, del 
objeto, y entre ambos, de la palabra con sus tres etapas, del 
significante, de la significación y del discurso. 
No es un sistema del mundo, es un sistema de orientación 
<le nuestra experiencia: ella se estructura así, y en su seno 
podemos situar las diversas manifestaciones fenoménicas con 
que nos encontramos. Si no tomamos en serio esta estructura, 
no las podemos entender. 
Por supuesto, esta historia de seriedad toca también el 
meollo del asunto. Un sujeto normal se caracteriza precisa-
mente por nunca tomar del todo en serio cierto número de 
realidades cuya existencia reconoce. Ustedes están rodeados 
de toda clase de realidades de las que no dudan, algunas 
especialmente amenazantes, pero no las toman plenamente en 
serio, porque piensan, como dice el subtítulo de Claudel, 
que lo peor no siempre es seguro, y se mantienen en un 
estado medio, fundamental en el sentido de que se trata del 
fondo, que es feliz incertidumbre, y que les permite una 
existencia suficientemente sosegada. Indudablemente, para el 
sujeto normal la certeza es la cosa más inusitada. Si se hace 
preguntas al respecto, se percatará de que es estrictamente 
correlativa de una acción en la que está empeñado. 
No me extenderé al respecto, porque nuestro objetivo 
aquí no es hacer la psicología y la fenomenología de lo más 
cercano. Como ocurre siempre, tenemos que alcanzarla dan-
do un rodeo, por lo más lejano, que hoy es el loco Schreber. 
1 
Seamos algo prudentes y nos daremos cuenta de que 
Schreber tiene en común con los demás locos un rasgo que 
109 
TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO 
siempre volverán a encontrar en los datos más inmediatos; 
por esta razón hago presentaciones de enfermos. Los psicólo-
gos, por no frecuentar de verdad al loco, se formulan el falso 
problema de saber por qué cree en la realidad de su alucina-
ción. Por más que sea, ven bien que hay algo que no encaja, 
y se rompen la cabeza elucubrando una génesis de la creencia. 
Antes habría que precisar esa creencia, pues, a decir verdad, 
en la realidad de su alucinación, el loco no cree. 
De inmediato se me ocurren mil y un ejemplos, aunque 
no me voy a detener en ellos, porque quiero dedicarme al 
texto del loco Schreber. Pero, en fin, es algo que incluso está 
al alcance de personas que no son psiquiatras. El azar me 
hizo abrir hace poco· la Fenomenología de la percepción de 
Maurice Merleau Ponty, página 386 de la edición francesa, 
sobre el tema de la cosa y el mundo natural. Remítanse a 
ella: encontrarán excelentes comentarios sobre este tema, a 
saber, que es muy fácil obtener del sujeto la confesión de 
que lo que él oye, nadie más lo ha oído. Dice: Sí, de acuerdo, 
sólo yo lo oí. 
Lo que está en juego no es la realidad. El sujeto admite, 
por todos los rodeos explicativos verbalmente desarrollados 
que están a su alcance, que esos fenómenos son de un orden 
distinto a lo real, sabe bien que su realidad no está asegurada, 
incluso admite hasta cierto punto su irrealidad. Pero, a dife-
rencia del sujeto normal para quien la realidad está bien 
ubicada, él tiene una certeza: que lo que-está en juego -des-
de la alucinación hasta la interpretación- le concierne. 
En él, l\O está en juego la realidad, sino la certeza. Aun 
cuando se expresa en el sentido de que lo que experimenta 
no es del orden de la realidad, ello no afecta a su certeza, 
que es que le concierne. Esta certeza es radical. La índole 
misma del objeto de su certeza puede muy bien conservar 
una ambigüedad perfecta, en toda la escala que va de la 
benevolencia a la malevolencia. Pero significa para él algo 
inquebrantable. 
Esto constituye lo que se llama, con o sin razón, fenóme-
110 
EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO 
no elemental, o también -fenómeno más desarrollado- la 
creencia delirante. 
Pueden hacerse una idea de ello hojeando la admirable 
condensación que Freud nos da del libro de Schreber, a la 
par que lo analiza. A través de Freud, pueden tener el contac-
to, la dimensión del fenómeno. 
Un fenómeno central del delirio de Schreber, que puede 
considerarse incluso inicial en la concepción que se hace de 
esa transformación del mundo que constituye su delirio, es 
lo que llama la Seelenmord, el asesinato del alma. Ahora 
bien, él mismo lo presenta como completamente enigmático. 
Es cierto que el capítulo 11 de las Memorias, que explica-
ba las razones de su neuropatía y desarrollaba la noción de 
asesinato del alma, está censurado. Sabemos, empero, que 
incluía comentarios respecto a su familia, que probablemente 
nos aclararían su delirio inaugural en relación a su padre o a 
su hermano, o a alguno de sus familiares, y los así llamados 
elementos transferenciales significativos. Pero no tenemos 
por qué lamentar demasiado, después de todo, esta censura. 
A veces un exceso de detalles impide ver las características 
formales fundamentales. Lo fundamental no es que nosotros 
hayamos perdido, a causa de esa censura, la oportunidad de 
comprender tal o cual de sus experiencias afectivas en relación 
a sus familiares , sino que él, el sujeto, no la comprenda, y 
que, sin embargo, la formule. 
La distingue como un momento decisivo de esa nueva 
dimensión a la cual accedió, y la comunica mediante el relato 
de los diferentes modos de relación cuya perspectiva le fue 
dada progresivamente. Considera este asesinato del alma co-
mo un resorte cierto, que a pesar de su certeza conserva por 
sí mismo un carácter enigmático. ¿Qué podrá ser asesinar un 
alma? Por otra parte, saber diferenciar el alma de todo lo 
que tiene que ver con ella no le es dado a cualquiera, pero sí 
en cambio a este delirante, con un matizde certeza que 
confiere a su testimonio un relieve esencial. 
Debemos reparar en estas cosas, y no perder de vista su 
111 
TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO 
carácter distintivo, si queremos comprender lo que sucede 
verdaderamente, y no sacarnos de encima el fenómeno de la 
locura con ayuda de una palabra clave o de esa oposición 
entre realidades y certeza. 
Deben adiestrarse a encontrar esa certeza delirante en 
cualquier parte que esté. Descubrirán entonces, por ejemplo, 
la diferencia que existe entre el fenómeno de los celos cuando 
se presenta en un sujeto normal y cuando se presenta en un 
delirante. No es necesario evocar en detalle lo que tienen de 
humorístico, inclusive de cómico, los celos de tipo normal 
que, por así decirlo, rechazan la certeza con la mayor naturali-
dad, por más que las realidades se la ofrezcan. Es la famosa 
historia del celoso que persigue a su mujer hasta la puerta de 
la habitación donde está encerrada con otro. Contrasta sufi-
cientemente con el hecho de que el delirante, por su parte, se 
exime de toda referencia real. Esto debería inspirarnos cierta 
desconfianza a propósito de la transferencia de mecanismos 
normales, como la proyección, para explicar la génesis de los 
celos delirantes. Y, sin embargo, verán hacer muy a menudo 
esta extrapolación. Basta leer el texto de Freud sobre el presi-
dente Schreber para darse cuenta de que, a pesar de no -tener 
tiempo para abordar el asunto en toda su extensión, él mues-
tra los peligros que se corren, a propósito de la paranoia, 
haciendo intervenir de modo imprudente la proyección, la 
relación de yo a yo, o sea del yo al otro. Aunque esta 
advertencia esté escrita con todas sus letras, el término de 
proyección se usa a diestra y siniestra para explicar los delirios 
, . 
y su genes1s. 
Diré aún más: a medida que el delirante asciende la escala 
de los delirios, . está cada vez más seguro de cosas planteadas 
como cada vez más irreales. La paranoia se distingue en este 
punto de la demencia precoz: el delirante articula con una 
abundancia, una riqueza, que es .. precisamente una de sus 
características clínicas esenciales, que si bien es una de las 
más obvias, no debe sin embargo descuidarse. Las produccio-
nes discursivas que caracterizan el registro de las paranoias 
112 
EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO 
florecen además, casi siempre, en producciones literarias, en 
el sentido en que literarias quiere decir sencillamente hojas 
de papel cubiertas de escritura. Observen que este hecho 
aboga a favor del mantenimiento de cierta unidad entre los 
delirios quizá prematuramente aislados como paranoicos, y 
las formaciones que la nosología clásica llama parafrénicas. 
Conviene sin embargo que adviertan lo que le falta al 
loco en este caso, por más escritor que sea, incluyendo a este 
presidente Schreber, que nos brinda una obra tan cautivante 
por su carácter completo, cerrado, pleno, logrado. 
El mundo que describe está articulado en conformidad 
con la concepción alcanzada luego del momento del síntoma 
inexplicado que perturbó profunda, cruel y dolorosamente 
su existencia. Según dicha concepción, que le brinda por lo 
demás cierto dominio de su psicosis, él es el correlato femeni-
no de Dios. Con ello todo es comprensible, todo se arregla, y 
diría aún más, todo se arreglará para todo el mundo, ya que 
él desempeña así el papel de intermediario entre una humani-
dad amenazada hasta lo más recóndito de su existencia, y ese 
poder divino con el que mantiene vínculos tan singulares. 
Todo se arregla en la Versohnung, la reconciliación que lo 
sitúa como la mujer de Dios. Su relación con Dios, tal como 
nos la comunica es rica y compleja; con todo, no puede 
dejar de impactamos el hecho de que su texto nada entraña 
que indique la menor presencia, la menor efusión, la menor 
comunicación real, nada que dé idea de una verdadera reláción 
entre dos seres. 
Sin apelar, lo cual sería discordante a propósito de un 
texto como éste, a la comparación con un gran místico, abran 
de todos modos -si la experiencia les provoca-, abran cual-
quier página de San Juan de la Cruz. El también, en la 
experiencia del ascenso del alma, se presenta en una actitud 
de recepción y ofrenda, y habla incluso de esponsales del alma 
con la presencia divina. Ahora bien, nada hay en común 
en el acento que encontramos en cada uno de ellos. Diría 
incluso que el más mínimo testimonio de una experiencia 
113 
TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO 
religiosa auténtica les permitiría ver la enorme diferencia. 
Digamos que el largo discurso con que Schreber da fe de lo 
que finalmente resolvió admitir como solución de su proble-
mática, no da en lado alguno la impresión de una experiencia 
original en la que el sujeto mismo esté incluido: es un testi-
monio, valga la palabra, verdaderamente objetivado. 
¿Sobre qué versan estos testimonios delirantes? No diga-
mos que el loco es alguien que prescinde del reconocimiento 
del otro. Si Schreber escribe esa enorme obra es realmente 
para que nadie ignore lo que experimentó, e incluso para 
que, eventualmente, los sabios verifiquen la presencia de los 
nervios femeninos que penetran progresivamente en su cuer-
po, objetivando así la relación única que ha sido la suya con 
la realidad divina. Es algo que de hecho se propone como un 
esfuerzo por ser reconocido. Tratándose de un discurso publi-
cado, surge el interrogante acerca de qué querrá decir real-
mente, en ese personaje tan aislado por su experiencia que es 
el loco, la necesidad de reconocimiento. El loco parece distin-
guirse a primera vista por el hecho de no tener necesidad de 
ser reconocido. Sin embargo, esa suficiencia que tiene en su 
propio mundo, la auto-comprehensibilidad que parece carac-
terizarlo, no deja de presentar algunas contradicciones. 
Podemos resumir la posición en que estamos respecto a 
su discurso cuando lo conocemos, diciendo que es sin duda 
escritor más no poeta. Schreber no nos introduce a una nueva 
dimensión de la experiencia. Hay poesía cada vez que un 
· escrito nos introduce en un mundo diferente al nuestro, y 
. dándonos la presencia de un ser, de determinada relación 
fundamental, lo hace nuestro también. La poesía hace que no 
podamos dudar de la autenticidad de la experiencia de San 
Juan de la Cruz, ni de Proust, ni de Gérard de N erval. La 
poesía es creación de un sujeto que asume un nuevo orden 
de relación simbólica con el mundo. No hay nada parecido 
en las Memorias de Schreber. 
¿Qué diríamos, a fin de cuentas, del delirante? ¿Está solo? 
Tampoco es esa nuestra impresión, porque está habitado por 
114 
EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO 
toda suerte de existencias, improbables sin duda, pero cuyo 
carácter significativo es indudable, dato primero, cuya articu-
lación se vuelve cada vez más elaborada a medida que su 
delirio avanza. Es violado, manipulado, transformado, habla-
do de todas las maneras, y, diría, charloteado. Lean en detalle 
lo que él dice sobre los pájaros del cielo, como los llama, y 
su chillido. Realmente de eso se trata: él es sede de una 
pajarera de fenómenos, y este hecho le inspiró la enorme 
comunicación que es la suya, ese libro de alrededor de quinie-
tas páginas, resultado de una larga construcción que fue para 
él la solución de su aventura interior. 
Al inicio, y en tal o cual momento, la duda versa sobre 
aquello a lo cual la significación remite, pero no tiene duda 
alguna de que remite a algo. En un sujeto como Schreber, las 
cosas llegan tan lejos que el mundo entero es presa de ese 
delirio de significación, de modo tal que puede decirse que, 
lejos de estar solo, él es casi todo lo que lo rodea. 
En cambio, todo lo que él hace ser en esas significaciones 
está, de alguna manera, vaciado de su persona. Lo articula de 
mil maneras, y especialmente por ejemplo, cuando observa 
que Dios, su interlocutor imaginario, nada comprende de 
todo cuanto está dentro, de todo lo que es de los seres vivos, 
y que sólotrata con sombras o cadávares. Por eso mismo 
todo su mundo se transformó en una fantasmagoría de som-
bras de hombres hechos a la ligera, dice la traducción. 
2 
A la luz de las perspectivas analíticas, se nos abren varios 
caminos a fin de comprender cómo una construcción así 
puede producirse en un sujeto. 
Los caminos más fáciles fon los caminos ya conocidos. 
La defensa es una categoría -introducida muy tempranamen-
te en análisis- que ocupa hoy el primer plano, Se considera 
115 
TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO 
trastabillante, tal como la vemos en el reino animal; debe en 
cambio volver a encontrar el objeto, cuyo surgimiento es 
fundamentalmente alucinado. Por supuesto, nunca lo vuelve 
a encontrar, y en esto consiste precisamente el principio de 
realidad. El sujeto nunca vuelve a encontrar, escribe Freud, 
más que otro objeto, que responderá de manera más o menos 
satisfactoria a las necesidades del caso. Nunca encuentra sino 
un objeto distinto, porque, por definición, debe volver a 
encontrar algo que es prestado. Este es el punto esencial en 
torno al cual gira la introducción, en la dialéctica freudiana, 
del principio de realidad. 
Lo que es preciso concebir, porque me lo ofrece la expe-
riencia clínica, es que en lo real aparece algo diferente de lo 
que el sujeto pone a prueba y busca, algo diferente de aquello 
hacia lo cual el aparato de reflexión, de dominio y de investi-
gación que es su yo -con todas las alienaciones que supone-
conduce al sujeto; algo diferente, que puede surgir, o bien 
bajo la forma esporádica de esa pequeña alucinación que 
relata el Hombre de los lobos, o bien de modo mucho más 
amplio, tal como se produce en el caso del presidente 
Schreber. 
4 
¿Qué es el fenómeno psicótico? La emergencia en la reali-
dad de una significación enorme que parece una nadería -en 
la medida en que no se la puede vincular a nada, ya que 
nunca entró en el sistema de la simbolización- pero que, en 
determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio. 
Manifiestamente, hay en el caso del presidente Schreber 
una significación que concierne al sujeto, pero que es rechaza-
da, y que sólo asoma de la manera más desdibujada en su 
horizonte y en su ética, y cuyo surgimiento determina la 
invasión psicótica. Verán hasta qué punto lo que la determina 
124 
EL FENOMENO PSJCOTICO Y SU MECANISMO 
es diferente de lo que determina la invasión neurótica, son 
condiciones estrictamente opuestas. En el caso del presidente 
Schreber, esa significación rechazada tiene la más estrecha 
relación con la bisexualidad primitiva que mencioné hace 
poco . El presidente Schreber nunca integró en modo alguno, 
intentaremos verlo en el texto, especie alguna de forma 
femenina. 
Resulta difícil pensar cómo la represión pura y simple de 
tal o cual tendencia, el rechazo o la represión de tal o cual 
pulsión, en mayor o menor grado transferencial, experimenta-
da respecto al doctor Flechsig, habría llevado al presidente 
Schreber a construir su enorme delirio. Debe haber en reali-
dad algo un poco más proporcionado con el resultado 
obtenido. 
Les indico por adelantado que se trata de la función 
femenina en su significación simbólica esencial, y que sólo la 
podemos volver a encontrar en la procreación, ya verán por 
qué. No diremos ni emasculación ni feminización, ni fantas-
ma de embarazo, porque esto llega hasta la procreación. En 
un momento cumbre de su existencia, no en un momento 
deficitario, esto se le manifiesta bajo la forma de la irrupción 
en lo real de algo que jamás conoció, de un surgimiento 
totalmente extraño, que va a provocar progresivamente una 
sumersión radical de todas sus categorías, hasta forzarlo a un 
verdadero reordenamiento de su mundo. 
¿Podemos hablar de proceso de compensación, y aun de 
curación, como algunos no dudarían hacerlo, so pretexto 
de que en el momento de estabilización de su delirio, el 
sujeto presenta un estado más sosegado que en el momento 
de su irrupción? ¿Es o no una curación? Vale la pena hacer 
la pregunta, pero creo que sólo puede hablarse aquí de cura-
ción en un sentido abusivo . 
¿Qué sucede pues en el momento en que lo que no está 
;imbolizado reaparece en lo real? No es inútil introducir al 
·especto el término de defensa. Es claro que lo que aparece, 
\parece bajo el registro de la significación, y de una significa-
125 
'll'i i. 
EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO 
ción que no viene de ninguna parte, que no remite a nada, 
pero que es una significación esencial, que afecta al sujeto. En 
ese momento se pone en movimiento sin duda lo que intervie-
ne cada vez que hay conflicto de órdenes, a saber, la repre-
sión. Pero, ¿por qué en este caso la represión no encaja, vale 
decir, no tiene como resultado lo que se produce en el caso de 
una neurosis? 
Antes de saber por qué, primero hay que estudiar el 
cómo. Voy a poner bastante énfasis en lo que hace la diferen-
cia de estructura entre neurosis y psicosis. 
Cuando una pulsión, digamos femenina o pasivizante, 
aparece en un sujeto para quien dicha pulsión ya fue puesta en 
juego en diferentes puntos de su simbolización previa, en su 
neurosis infantil por ejemplo, logra expresarse en cierto núme-
ro de síntomas. Así, lo reprimido se expresa de todos modos, 
siendo la represión y el retorno de lo reprimido una sola y 
única cosa. El sujeto, en el seno de la represión, tiene la 
posibilidad de arreglárselas con lo que vuelve a aparecer. Hay 
compromiso. Esto caracteriza a la neurosis, es a la vez lo más 
evidente del mundo y lo que menos se quiere ver. 
La Verwerfung no pertenece al mismo nivel que la Vernei-
nung. Cuando, al comienzo de la psicosis, lo no simbolizado 
reaparece en lo real, hay respuestas, del lado del mecanismo 
de la Verneinung, pero son inadecuadas. 
¿Qué es el comienzo de una psicosis? ¿Acaso una psicosis 
tiene prehistoria, como una neurosis? ¿Hay una psicosis infan-
til? No digo que responderemos esta pregunta, pero al menos 
la haremos. 
Todo parece indicar que la psicosis no tiene prehistoria. 
Lo único que se encuentra es que cuando, en condiciones 
especiales que deben precisarse, algo aparece en el mundo 
exterior que no fue primitivamente simbolizado, el sujeto se 
encuentra absolutamente inerme, incapaz de hacer funcionar 
la Verneinung con respecto al acontecimiento. Se produce 
entonces algo cuya característica es estar absolutamente exclui-
do del compromiso simbolizante de la neurosis, y que se 
126 
EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO 
traduce en otro registro, por una verdadera reacción en cade-
na a nivel de lo imaginario, o sea en la contradiagonal de 
nuestro pequeño cuadrado mágico. 
El sujeto, por no poder en modo alguno restablecer el 
pacto del sujeto con el otro, por no poder realizar mediación 
simbólica alguna entre lo nuevo y él mismo, entr_a en otro 
modo de mediación, completamente diferente del primero, 
que sustituye la mediación simbólica por un pulular, una 
proliferación imaginaria, en los que se introduce, de manera 
deformada y profundamente a-simbólica, la señal central de 
la mediación posible. 
El significante mismo sufre profundos reordenamientos, 
que otorgan ese acento tan peculiar a las intuiciones más 
significantes para el sujeto. La lengua fundamental del presi-
dente Schreber es, en efecto, el signo de que subsiste en el 
seno de ese mundo imaginario la exigencia del significante. 
La relación del sujeto con el mundo es una relación en 
espejo. El mundo del sujeto consistirá esencialmente en la 
relación con ese ser que para él es el otro, es decir, Dios 
mismo. Algo de la relación del hombre con la mujer es 
realizado supuestamente de este modo. Pero verán, cuando 
estudiemos en detalle este delirio, que por el contrario, los 
dos personajes, es decir Dios, con todo lo que supone -el 
universo, la esfera celeste- y el propio Schreber por otra 
parte, en tanto literalmente desarticulado en .una multitud de 
seres imaginarios que se dedican a sus vaivenes y transfixionesdiversas, son dos estructuras que se acoplan estrictamente. 
Desarrollan, de modo sumamente interesante para nosotros, 
lo que siempre está elidido, velado, domesticado en la vida 
del hombre normal: a saber, la dialéctica del cuerpo fragmen-
tado con respecto al universo imaginario, que en la estructura 
normal es subyacente. 
El estudio del delirio de Schreber presenta el interés emi-
nente de permitirnos captar de manera desarrollada la dialéc-
tica imaginaria. Si se distingue manifiestamente de todo lo 
que podemos presumir de la relación instintiva, natural, se 
127 
TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO 
debe a una estructura genérica que hemos indicado en el 
origen, y que es la del estadio del espejo. Esta estructura 
hace del mundo imaginario del hombre algo descompuesto 
por adelantado. La encontramos aquí en su estado desarrolla-
do, y éste es uno de los intereses del análisis del delirio en 
cuanto tal. Los analistas siempre lo subrayaron, el delirio 
muestra el juego de los fantasmas en su carácter absolutamen-
te desarrollado de duplicidad. Los dos personajes a los que 
se reduce el mundo para el presidente Schreber, están hechos 
uno en referencia al otro, uno le ofrece al otro su imagen 
invertida. 
Lo importante es ver cómo esto responde a la demanda, 
indirectamente realizada de integrar lo que surgió en lo real, 
que representa para el sujeto ese algo propio que nunca sim-
bolizó. Una exigencia del orden simbólico, al no poder ser 
integrada en lo que ya fue puesto en juego en el movimiento 
dialéctico en que vivió el sujeto, acarrea una desagregación en 
cadena, una sustracción de la trama en el tapiz, que se llama 
delirio. Un delirio no carece forzosamente de relación con el 
discurso normal, y el sujeto es harto capaz de comunicárnos-
lo, y de satisfacerse con él, dentro de un mundo donde toda 
comunicación no está interrumpida. 
En la junción de la Verwerfung y de la Verdrdngung con 
la Verneinung continuaremos la próxima vez nuestro examen. 
11 DE ENERO DE 1956 
128 
VII 
LA DISOLUCION IMAGINARIA 
/)ora y su cuadrilátero. 
1:ros y agresión en el picón macho. 
f.o que se llama el padre. 
/,a fragmentación de la identidad. 
Hoy tenía intenciones de penetrar la esencia de la locura, 
y pensé que era una locura. Me tranquilicé diciéndome que 
lo que hacemos no es una empresa tan aislada ni azarosa. 
No es que el trabajo sea fácil. ¿Por qué? Porque por una 
singular fatalidad, toda empresa humana, y especialmente las 
•mpresas difíciles, tienden siempre a desplomarse, debido a 
algo misterioso que se llama la pereza. Para medirlo basta 
releer sin prejuicios, con ojos y oídos limpios de todo el 
ruido que escuchamos en torno a los conceptos analíticos, 
·I texto de Freud sobre el presidente Schreber. 
Es un texto absolutamente extraordinario, pero que sólo 
procura la vía del enigma. Toda la explicación que da del 
delirio confluye, en efecto, en esa noción de narcisismo, que 
no es ciertamente para Freud algo elucidado, al menos en la 
época en que escribe sobre Schreber. 
Hoy en día, se asume el narcisismo como si fuese algo 
comprensible de suyo: antes de dirigirse hacia los objetos 
externos, hay una etapa donde el sujeto toma su propio 
cuerpo como objeto. En efecto, ésta es una dimensión donde 
·I término narcisismo adquiere su sentido. ¿Pero, significa 
acaso que el término narcisismo se emplea únicamente en 
este sentido? La autobiografía del presidente Schreber tal 
129 
TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO 
murmullo del exterior, manifestación del discurso en tanto 
que apenas nos pertenece, que hace eco a todo lo que de 
golpe tiene para nosotros de significante esa presencia, articu-
lación que no sabemos si viene de fuera o de dentro: la paz 
del atardecer. 
Sin zanjar en su esencia la cuestión de lo tocante a la 
relación del significante -en cuanto significante de lenguaje-
con algo que sin él nunca sería nombrado, es notable que 
mientras menos lo articulamos, mientras menos hablamos, 
más nos habla. Cuanto más ajenos somos a lo que está en 
juego en ese ser, más tiende éste a presentársenos, acompaña-
do de esa formulación pacificadora que se presenta como 
indeterminada, en el límite del campo de nuestra autonomía 
motriz y de ese algo que nos es dicho desde el exterior, de 
aquello por lo cual, en el límite, el mundo nos habla. 
¿Qué quiere decir ese ser, o no, del lenguaje que es la 
paz del atardecer? En la medida en que no la esperamos, ni 
· la anhelamos, ni siquiera pensamos desde hace mucho en 
ella, se nos presenta esencialmente como un significante. Nin-
guna construcción experimentalista puede justificar su exis-
tencia, hay ahí un dato, una manera de tomar ese momento 
del atardecer como significante, y podemos estar abiertos o 
cerrados a él. Lo recibimos precisamente en la medida en 
que estábamos cerrados a él, con ese singular fenómeno de 
eco, o al menos su esbozo, que consiste en la aparición de lo 
que, en el límite de nuestra captación por el fenómeno, se 
formulará para nosotros comúnmente con estas palabras, la 
paz del atardecer. Llegamos ahora al límite donde el discurso 
desemboca en algo más allá de la significación, sobre el signi-
ficante en lo real. Nunca sabremos, en la perfecta ambigüedad 
en que subsiste, lo que debe al matrimonio con el discurso. 
Ven que cuanto más nos sorprende ese significante, es 
decir en principio nos escapa, más se presenta como una 
franja, más o menos adecuada, de fenómeno de discurso. 
Pues bien, se trata para nosotros, es la hipótesis de trabajo 
que propongo, de buscar qué hay en el centro de la experien-
200 
DEL SIGNIFICANTE EN LO REAL 
cía del presidente Schreber, qué siente sin saberlo, en el borde 
del campo de su experiencia, que es franja, arrastrado como 
:stá por la espuma que provoca ese significante que no perci-
be en cuanto tal, pero que en su límite organiza todos estos 
fenómenos. 
3 
Les dije la vez pasada que la continuidad de ese discurso 
perpetuo es vivida por el sujeto, no sólo como una puesta a 
prueba de sus capacidades de discurso, sino como un desafío 
y una exigencia fuera de la cual se siente súbitamente presa 
de una ruptura con la única presencia en el mundo que aún 
existe en el momento de su delirio, la de ese Otro absoluto, 
ese interlocutor que ha vaciado el universo de toda presencia 
auténtica. ¿En qué se apoya la voluptuosidad inefable, tonali-
dad fundamental de la vida del sujeto, que se liga a este 
discurso? 
En esta observación particularmente vivida, y de una in-
quebrantable vinculación con la verdad, Schreber anota qué 
sucede cuando ese discurso, al que está suspendido dolorosa-
mente, se detiene. Se producen fenómenos que difieren de 
los del discurso continuo interior, enlentecimientos, suspen-
siones, interrupciones a las que el sujeto se ve obligado a 
aportar un complemento. La retirada del Dios ambiguo y 
doble del que se trata, que habitualmente se presenta bajo su 
forma llamada interior, se acompaña para el sujeto de sensa-
ciones muy dolorosas, pero sobre todo de cuatro connotacio-
nes que son del orden del lenguaje. 
En primer lugar, tenemos lo que él llama el milagro del 
alarido. Le resulta imposible no 'dejar escapar un grito prolon-
gado, que lo sorprende con tal brutalidad que él mismo 
señala que, si en ese momento tiene algo en la boca, puede 
201 
TEMAT!CA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOT!CO 
hacérselo escupir. Es necesario que se contenga para que esto 
no se produzca en público, y está lejos de lograrlo siempre. 
Fenómeno bastante llamativo, si vemos en ese grito, el borde 
más extremo, más reducido, de la participación motora de la 
boca en la palabra. Si hay algo mediante lo cual la palabra 
llega a combinarse con una función vocal absolutamente a-sig-
nificante, y que empero contiene todos los significantes posi-
bles, es precisamente lo que nos estremece en el alarido del 
perro ante la luna. 
En segundo lugar, está el llamado de socorro, que se 
supone es escuchado por los nervios

Continuar navegando