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INTRODUCCION A LA CVESTION DE LAS PSICOSIS un poco arcaica. Pero no deja de ser cierto que debemos atribuir a cierto modo de manejar la relación analítica, que consiste en autentificar lo imaginario, en sustituir el reconoci- miento en el plano simbólico por el reconocimiento en el plano imaginario, el desencadenamiento bastante rápido de un delirio más o menos persistente, y a veces definitivo, en casos harto conocidos. Es bien conocido el hecho de que un análisis puede desen- cadenar desde sus primeros momentos una psicosis, pero nadie ha explicado nunca por qué. Evidentemente está en función de las disposiciones del sujeto, pero también de un manejo imprudente de la relación de objeto. Creo no haber podido hoy hacer otra cosa más que intro- ducirlos al interés de lo que vamos a estudiar. 1 Es útil ocuparse de la paranoia. Por ingrato y árido que pueda ser para nosotros, atañe a la purificación, elaboración y ejercitación de las nociones freudianas, y por lo mismo atañe a nuestra formación para el análisis. Espero haberles hecho sentir cómo esta elaboración nocional puede tener la incidencia más directa sobre la forma en que pensaremos o en que evitaremos pensar lo que es o lo que debe ser nuestra experiencia de cada día. 16 DE NOVIEMBRE DE 1955 28 II LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO Crítica de Kraepelin . La inercia dialéctica. Séglas y la alucinación psicomotriz . El presidente Schreber. Cuanto más se estudia la historia de la noción de paranoia, más significativa parece, y más nos percatamos de la enseñan- za que podemos obtener del progreso, o de la ausencia de progreso -como prefieran- que caracteriza al movimiento psiquiátrico. 1 No hay, a fin de cuentas, noción más paradójica. Si tuve el cuidado la vez pasada de poner en primer plano la locura, es porque puede decirse verdaderamente que con la palabra paranoia, los autores manifestaron toda la ambigüedad pre- sente en el uso del viejo término de locura, que es el término fundamental del vulgo. Este término no data de ayer, ni siquiera del nacimiento de la psiquiatría. Sin entregarme aquí a un despliegue dema- siado fácil de erudición, solamente les recordaré que la refe- rencia a la locura forma parte desde siempre del lenguaje de la sabiduría, o del que se pretende tal. Al respecto, el famoso 29 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS Elogio de la locura conserva todo su valor, por identificarla al comportamiento humano normal, si bien esta última expre- sión no se usaba en esa época. Lo que entonces se decía en el lenguaje de los filósofos, de filósofo a filósofo, terminó con el tiempo por ser tomado en serio, al pie de la letra: vuelco que se produce con Pascal, quien formula, con todo el acento de lo grave y lo meditado, que hay sin duda una locura necesaria, y que sería una locura de otro estilo no tener la locura de todos. Estas evocaciones no son inútiles, cuando vemos las para- dojas implícitas en las premisas de los teóricos. Puede decirse que hasta Freud, se hacía equivaler la locura a cierto número de modos de comportamiento, de patterns, mientras que otros pensaban juzgar así el comportamiento de todo el mundo. A fin de cuentas, la diferencia, pattern por pattern, no salta a la vista. Nunca se señaló exactamente el énfasis que permitiría hacerse una idea de qué cosa es una conducta normal, o siquiera comprensible, y distinguirla de la conducta estricta- mente paranoica. Quedémonos aquí a nivel de las definiciones. La delimita- ción de la paranoia fue incuestionablemente mucho más vasta durante todo el siglo XIX de lo que fue a partir de fines del siglo pasado, es decir hacia 1899, en la época de la 4.' o 5.' edición del Kraepelin. Kraepelin permaneció mucho tiempo apegado a la vaga noción de que en líneas generales, el hom- bre que tiene práctica sabe, por una especie de sentido, reco- nocer el índice natural. El verdadero don médico es el de ver el índice que recorta bien la realidad. Tan sólo en 1899 intro- duce una subdivisión más reducida. Incluye las antiguas para- noias en el marco de la demencia precoz, creando en ellas el sector paranoide, y emite entonces una definición muy intere- sante de la paranoia, que la diferencia de los otros modos de delirios paranoicos con los que hasta entonces se la confundía. La paranoia se distingue de las demás psicosis porque se caracteriza por el desarrollo insidioso de causas internas, y, según una evolución continua, de un sistema delirante, dura- 30 LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO dero e imposible de quebrantar, que se instala con una conser- vación completa de la claridad y el orden en el pensamiento, la v olición y la acción. Esta definición fruto de la pluma de un clínico eminente tiene algo llamativo, y es que contradice punto por punto todos los datos de la clínica. Nada en ella es cierto. El desarrollo no es insidioso, siempre hay brotes, fases. Me parece, pero no estoy del todo seguro, que fui yo quien introdujo la noción de momento fecundo. Ese momento fe- cundo siempre es sensible al inicio de una paranoia. Siempre hay una ruptura en lo que Kraepelin llama más adelante la evolución continua del delirio dependiente de causas internas. Es absolutamente manifiesto que no se puede limitar la evolu- ción de una paranoia a las causas internas. Para convencerse de ello basta pasar al capítulo Etiología de su manual, y leer a los autores contemporáneos, Sérieux y Capgras, cuyos tra- bajos están fechados cinco años después . Cuando se buscan las causas desencadenantes de una paranoia, siempre se pone de manifiesto, con el punto de interrogación necesario, un elemento emocional en la vida del sujeto, una crisis vital que tiene que ver efectivamente con sus relaciones externas, y sería muy sorprendente que no fuera así tratándose de un delirio que se caracteriza esencialmente como delirio de rela- ciones, término que es de W ernicke y no de Kretschmer. Leo: evolución continua de un sistema delirante duradero e imposible de quebrantar. Nada más falso: el sistema deliran- te varía, hayámoslo o no quebrantado. A decir verdad, este asunto me parece secundario. La variación se debe a la inter- psicología, a las intervenciones del exterior, al mantenimiento o a la perturbación de cierto orden en el mundo que rodea al enfermo. De ningún modo deja de tomar esas cosas en cuen- ta, y busca, en el curso de la evolución de su delirio, hacer entrar esos elementos en composición con su delirio . Que se instaura con una conservación completa de la clari- dad y del orden en el pensamiento, la volición y la acción. Por supuesto. Pero hay que saber qué son la claridad y el 31 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS orden. Si algo que merece esos nombres puede encontrarse en la exposición que hace el sujeto de su delirio, falta todavía precisar qué se entiende por esos términos, y esta interroga- ción se caracteriza por cuestionar las nociones en juego. En cuanto al pensamiento, la volición y la acción, se supone que nos toca a nosotros intentar definirlos en función de cierto número de comportamientos concretos, entre ellos la locura, y no a partir de ellos como de nociones establecidas. A la psicología académica, nos parece a nosotros, le falta volver a ser trabajada antes de poder brindarnos conceptos con el rigor suficiente como para ser intercambiados, al menos a nivel de nuestra experiencia. ¿A qué se debe la ambigüedad de lo hecho en torno a la noción de paranoia? A muchas cosas, y quizás a una insufi- ciente subdivisión clínica; l'ienso que los psiquiatras aquí presentes tienen un conocimiento suficiente de los diferentes tipos clínicos como para saber, por ejemplo, que un delirio de interpretación no es para nada lo mismo que un delirio de reivindicación. También es conveniente distinguir entre psico- sis paranoicas y psicosis pasionales, diferencia admirablemen- te destacada por los trabajos de mi maestro Clérambault, cuya función, papel, personalidady doctrina comencé a indi- car la vez pasada. Precisamente en el orden de las distinciones psicológicas, adquiere su obra su mayor alcance. ¿Quiere decir que hay que dispersar los tipos clínicos, llegar a cierta pulverización? No lo pienso. El problema que se plantea afecta el cuadro de la paranoia en su conjunto. Un siglo de clínica no ha hecho más que dar vueltas todo el tiempo en torno al problema. Cada vez que la psiquiatría avanza un poco, profundiza, pierde de inmediato el terreno conquistado, por el modo mismo de conceptualizar lo que era inmediatamente sensible en las observaciones. En ningún otro lado la contradicción que existe entre observación y teorización es más manifiesta. Casi puede decirse que no hay discurso de la locura más manifiesto y más sensible que el de los psiquiatras, y precisamente sobre el tema de la paranoia. 32 LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO Hay algo que me parece ser exactamente el quid del problema. Si leen por ejemplo el trabajo que hice sobre la psicosis paranoica, verán que enfatizo allí lo que llamo, to- rnando el término de mi maestro Clérambault, los fenómenos elementales, y que intento demostrar el carácter radicalmente diferente de esos fenómenos respecto a cualquier cosa que pueda concluirse de lo que él llama la deducción ideica, vale decir de lo que es comprensible para todo el mundo. Y a desde esa época, subrayo con firmeza que los fenóme- nos elementales no son más elementales que lo que subyace .11 conjunto de la construcción del delirio. Son tan elementales romo lo es, en relación a una planta, la hoja en la que se verán ciertos detalles del modo en que se imbrican e isertan las nervaduras: hay algo común a toda la planta que se repro- duce en ciertas formas que componen su totalidad. Asimismo, c.:ncontramos estructuras análogas a nivel de la composición, de la motivación, de la tematización del delirio, y a nivel del fenómeno elemental. Dicho de otro modo, siempre la misma fue rza estructurante, si me permiten la expresión, está en obra en el delirio, ya lo consideremos en una de sus partes o en su totalidad. Lo importante del fenómeno elemental no es entonces que sea un núcleo inicial, un punto parasitario, como decía Clérambault, en el seno de la personalidad, alrededor del cual el sujeto haría una construcción, una reacción fibrosa destinada a enquistarlo, envolviéndolo, e integrarlo al mismo tiempo, es decir explicarlo, como se dice a menudo. El delirio no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es también un fenómeno elemental. Es decir que la noción de elemento no debe ser entendida en este caso de modo distin- to que la de estructura, diferenciada, irreductible a todo lo que no sea ella misma. Este resorte de la estructura fue tan profundamente desco- nocido, que todo el discurso en torno a la paranoia que mencionaba recién lleva las marcas de este desconocimiento. Esta es una prueba que pueden hacer leyendo a Freud y a 33 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS orden. Si algo que merece esos nombres puede encontrarse en la exposición que hace el sujeto de su delirio, falta todavía precisar qué se entiende por esos términos, y esta interroga- ción se caracteriza por cuestionar las nociones en juego. En cuanto al pensamiento, la volición y la acción, se supone que nos toca a nosotros intentar definirlos en función de cierto número de comportamientos concretos, entre ellos la locura, y no a partir de ellos como de nociones establecidas. A la psicología académica, nos parece a nosotros, le falta volver a ser trabajada antes de poder brindarnos conceptos con el rigor suficiente como para ser intercambiados, al menos a nivel de nuestra experiencia. ¿A qué se debe la ambigüedad de lo hecho en torno a la noción de paranoia? A muchas cosas, y quizás a una insufi- ciente subdivisión clínica~ 1-'Íenso que los psiquiatras aquí presentes tienen un conocimiento suficiente de los diferentes tipos clínicos como para saber, por ejemplo, que un delirio de interpretación no es para nada lo mismo que un delirio de reivindicación. También es conveniente distinguir entre psico- sis paranoicas y psicosis pasionales, diferencia admirablemen- te destacada por los trabajos de mi maestro Clérambault, cuya función, papel, personalidad y doctrina comencé a indi- car la vez pasada. Precisamente en el orden de las distinciones psicológicas, adquiere su obra su mayor alcance. ¿Quiere decir que hay que dispersar los tipos clínicos, llegar a cierta pulverización? No lo pienso. El problema que se plantea afecta el cuadro de la paranoia en su conjunto. Un siglo de clínica no ha hecho más que dar vueltas todo el tiempo en torno al problema. Cada vez que la psiquiatría avanza un poco, profundiza, pierde de inmediato el terreno conquistado, por el modo mismo de conceptualizar lo que era inmediatamente sensible en las observaciones. En ningún otro lado la contradicción que existe entre observación y teorización es más manifiesta. Casi puede decirse que no hay discurso de la locura más manifiesto y más sensible que el de los psiquiatras, y precisamente sobre el tema de la paranoia. 32 LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO Hay algo que me parece ser exactamente el quid del problema. Si leen por ejemplo el trabajo que hice sobre la psicosis paranoica, verán que enfatizo allí lo que llamo, to- mando el término de mi maestro Clérambault, los fenómenos elementales, y que intento demostrar el carácter radicalmente diferente de esos fenómenos respecto a cualquier cosa que pueda concluirse de lo que él llama la deducción ideica, vale decir de lo que es comprensible para todo el mundo. Ya desde esa época, subrayo con firmeza que los fenóme- nos elementales no son más elementales que lo que subyace al conjunto de la construcción del delirio. Son tan elementales como lo es, en relación a una planta, la hoja en la que se verán ciertos detalles del modo en que se imbrican e isertan las nervaduras: hay algo común a toda la planta que se repro- duce en ciertas formas que componen su totalidad. Asimismo, encontramos estructuras análogas a nivel de la composición, de la motivación, de la tematización del delirio, y a nivel del fenómeno elemental. Dicho de otro modo, siempre la misma fuerza estructurante, si me permiten la expresión, está en obra en el delirio, ya lo consideremos en una de sus partes o en su totalidad. Lo importante del fenómeno elemental no es entonces que sea un núcleo inicial, un punto parasitario, como decía Clérambault, en el seno de la personalidad, alrededor del cual el sujeto haría una construcción, una reacción fibrosa destinada a enquistarlo, envolviéndolo, e integrarlo al mismo tiempo, es decir explicarlo, como se dice a menudo. El delirio no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es también un fenómeno elemental. Es decir que la noción de elemento no debe ser entendida en este caso de modo distin- to que la de estructura, diferenciada, irreductible a todo lo que no sea ella misma. Este resorte de la estructura fue tan profundamente desco- nocido, que todo el discurso en torno a la paranoia que mencionaba recién lleva las marcas de este desconocimiento. Esta es una prueba que pueden hacer leyendo a Freud y a 33 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS casi todos los autores: encontrarán en ellos sobre la paranoia páginas, a veces capítulos enteros; extráiganlos de su contexto, léanlos en voz alta, y verán allí los desarrollos más maravillo- sos concernientes al comportamiento de todo el mundo. Poco falta para que lo que les acabo de leer acerca de la definición de la paranoia de Kraepelin, defina el comportamiento nor- mal. Volverán a encontrar esta paradoja constantemente, in- clusive en autores analistas, precisamente cuando se colocan en el plano de lo que hace un momento llamaba el pattern, término de reciente advenimiento en su dominancia a través de la teoría analítica, pero que no por ello dejabade estar presente en potencia desde hace ya mucho tiempo. Releía para preparar esta reunión, un artículo ya antiguo de 1908, donde Abraham describe el comportamiento de un demente precoz, y su así llamada desaf ectividad, a partir de su relación con los objetos. Aquí lo tenemos habiendo amon- tonado durante meses, piedra sobre piedra, guijarros vulgares que tienen para él el valor de un importante bien. Ahora, a fuerza de amontonar tantos sobre una tabla, ésta se quiebra, gran estrépito en la habitación, barren todo, y el personaje que parecía acordar tanta importancia a los guijarros, no presta la menor atención a lo que pasa, no hace oír la más mínima protesta ante la evacuación general de los objetos de sus deseos. Sencillamente, vuelve a empezar y a acumular otros. Este es el demente precoz. Darían ganas de hacer con este apólogo una fábula para mostrar que eso hacemos todo el tiempo. Diría aún más: acumular multitud de cosas sin valor, tener que pasarlas de un día al otro por pérdidas y beneficios, y volver a empezar, es muy buena señal. Porque cuando el sujeto permanece apegado a lo que pierde, no puede soportar su frustración, es cuando podemos hablar realmente de sobrevaloración de los objetos. Estos resortes pretendidamente desmostrativos son de una ambigüedad tan completa que uno se pregunta cómo puede conservarse la ilusión aunque más no sea un instante, salvo 34 LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO por una especie de obnubilación del sentido crítico que pare- ·c apoderarse del conjunto de los lectores a partir del momen- to en que abren una obra técnica, y especialmente cuando se trata de nuestra experiencia y de nuestra profesión. El comentario que hice la vez pasada de que lo compren- sible es un término fugitivo, inasible, es sorprendente que 11unca sea calibrado como una lección primordial, una formu- lación obligada a la entrada a la clínica. Comiencen por creer que no comprenden. Partan de la idea del malentendido fun- damental. Esta es una disposición primera, sin la cual no vxis te verdaderamente ninguna razón para que no compren- d.rn todo y cualquier cosa. Tal o cual autor les da tal o cual rnmportamiento como signo de desafectividad en determina- do contexto, en otro será lo contrario. Volver a empezar la ()bra tras haber sufrido su pérdida, puede ser comprendido 1·n sentidos diametralmente opuestos. Se acude perpetuamen- 1 l' a nociones consideradas como aceptadas. Cuando de nin- t~Llll modo lo son. A todo esto quería llegar: la dificultad de abordar el problema de la paranoia se debe precisamente al hecho de ~ituarla en el plano de la comprensión. Aquí el fenómeno elemental, irreductible, está a nivel de Lt interpretación. 2 Voy a retomar el ejemplo de la vez pasada. Tenemos pues un sujeto para el cual el mundo comenzó ,1 cobrar significado. ¿Qué se quiere decir con esto? Desde lt.1<.:c un tiempo es presa de fenómenos que consisten en que " 1' percata de que suceden cosas en la calle, pero ¿cuáles? Si lo interrogan verán que hay puntos que permanecen misterio- "ºs para él mismo, y otros sobre los que se expresa. En otros 35 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS términos, simboliza lo que sucede en términos de significa- ción. Muy a menudo, no sabe, si escudriñan las cosas en detalle, si las cosas le son o no desfavorables, pero busca qué indica tal o cual comportamiento de sus semejantes, tal o cual rasgo observado en el mundo, en ese mundo que nunca es pura y simplemente inhumano puesto que está compuesto por el hombre. Hablando del auto rojo, yo buscaba mostrar- les al respecto el alcance diferente que puede adquirir el color rojo, según lo consideremos en su valor perceptivo, en su valor imaginario y en su valor simbólico. También en los comportamientos normales, rasgos hasta cierto momento neutros adquieren un valor. ¿A fin de cuentas, qué dice el sujeto, sobre todo en cierto período de su delirio? Que hay significación. Cuál, no sabe, pero ocupa el primer plano, se impone, y para él es perfecta- mente comprensible. Y justamente porque se sitúa en el plano de la comprensión como un fenómeno incomprensible, por así decirlo, la paranoia es tan difícil de captar, y tiene también un interés primordial. Si a este propósito se ha podido hablar de locura razona- ble, de conservación de la claridad, del orden y de la volición, se debe al sentimiento de que, por más que avancemos en el fenómeno, estamos en el dominio de lo comprensible. Hasta cuando lo que se comprende no puede siquiera ser articulado, numerado, insertado por el sujeto en un contexto que lo explicite, está en el plano de la comprensión. Se trata de cosas que en sí mismas ya se hacen comprender. Y, debido a ello, nos sentimos en efecto capaces de comprender. De ahí nace la ilusión: ya que se trata de comprensión, comprende- mos. Pues justamente, no. Alguien ya lo había señalado, pero se limitó a esta obser- vación elemental. Se trata de Charles Blondel, quien en su libro la La conciencia mórbida, notaba que lo propio de las psicopatologías es engañar la comprensión. Es una obra de valor, aunque después Blondel se haya negado obstinadamen- te a comprender lo que fuese sobre el desarrollo de las ideas. 36 LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO Pero ese sigue siendo el punto donde conviene retomar el problema: siempre es comprensible. En la formación que damos a los alumnos observamos que en ese punto siempre conviene detenerlos. El momento en que han comprendido, en que se han precipitado a tapar el caso con una comprensión, siempre es el momento en que han dejado pasar la interpretación que convenía hacer o no hacer. En general, esto lo expresa con toda ingenuidad la lórmula: El sujeto quiso decir tal cosa. ¿Qué saben ustedes? l ,o cierto es que no lo dijo. Y en la mayoría de los casos, si 't' escucha lo que ha dicho, por lo menos se descubre que se l1ubiera podido hacer una pregunta, y que ésta quizá habría bastado para constituir la interpretación válida, o al menos para esbozarla. Daré ahora una idea del punto donde converge este dis- 1 urso. Lo importante no es que tal o cual momento de la percepción del sujeto, de su deducción delirante, de su expli- ' .1c ión de sí mismo, de su diálogo con nosotros, sea más o 111enos comprensible. En algunos de esos puntos surge algo que puede parecer caracterizarse por el hecho de que hay, en 1·kcto, un núcleo completamente comprensible. Que lo sea 110 tiene el más mínimo interés. En cambio, lo que es suma- 111<.·nte llamativo es que es inaccesible, inerte, estancado en 11•L\ción a toda dialéctica. Tomemos la interpretación elemental. Entraña sin duda 1111 elemento de significación, pero ese elemento es repetitivo, I'' nccde por reiteraciones. Puede ocurrir que el sujeto lo 1·l.1hore, pero es seguro que quedará, al menos durante cierto t 11•111po, repitiéndose siempre con el mismo signo interrogati- Vt 1 implícito, sin que nunca le sea dada respuesta alguna, se h.1ga intento alguno por integrarlo a un diálogo. El fenómeno 1 " "' cerrado a toda composición dialéctica. Tomemos la llamada psicosis pasional, que parece mucho 111 .1s próxima de lo que llamamos normalidad. Si se enfatiza d respecto la prevalencia de la reivindicación, es porque el 1111·to no puede tolerar determinada pérdida, determinado 37 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS daño, y toda su vida parece centrada alrededor de la compen- sación del daño sufrido, y la reivindicación que éste acarrera. La procesividad pasa hasta tal punto al primer plano que a veces parece dominar por completo el interés de lo que está en juego en ella. Esto también es · una interrupción de la dialéctica, claro que centrada de un modo totalmente distinto al caso anterior. Indiqué la vez pasada alrededor de qué gira el fenómeno de interpretación: se articula en la relación del yo y del otro, en la medida que la teoría psicoanalítica define el yo como siempre relativo. En la psicosispasional lo que se llama el núcleo comprensible del delirio, que es de hecho un núcleo de inercia dialéctica, se sitúa evidentemente mucho más cerca del yo (je), del sujeto. En resumen, precisamente por haber desconocido siempre de manera radical, en la feno- menología de la experiencia patológica, la dimensión dialécti- ca, la clínica se descarrió. Puede decirse que este desconoci- miento caracteriza un tipo de mentalidad. Parece que a partir de la entrada en el campo de la observación clínica humana, desde ese siglo y medio en que se constituyó en cuanto tal con los comienzos de la psiquiatría, que a partir del momen- to en que nos ocupamos del hombre, hemos desconocido radicalmente esa dimensión, que no obstante aparece en cual- quier otra parte, viva, admitida, corrientemente manejada en el sentido de las ciencias humanas, a saber: la autonomía como tal que posee la dimensión dialéctica. Se hace notar la integridad de las facultades del sujeto paranoico. L:i volición, la acción, como decía hace un rato Kraepelin, parecen homogéneas en él con todo lo que espera- mos de los seres normales, no hay déficit en ningún lado, ni falla, ni trastorno de las funciones. Se olvida, que lo propio del comportamiento humano, es el discurrir dialéctico de las acciones, los deseos y los valores, que hace no sólo que cambien a cada momento, sino de modo continuo, llegando a pasar a valores estrictamente opuestos en función de un giro en el diálogo. Esta verdad absolutamente primera está 38 LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO presente en las fábulas populares, que muestran cómo un p10mento de pérdida y desventaja puede transformarse un instante después en la felicidad misma otorgada por los dioses. l ,a. posibilidad del cuestionamiento a cada instante del deseo, de los vínculos, incluso de la significación más perseverante de una actividad humana, la perpetua posibilidad de una inver- ,~ión de signo en función de la totalidad dialéctica de la posi- ·ión del individuo es una experiencia tan común, que nos deja ;\tónitos ver cómo se olvida esta dimensión en cuanto se está en presencia de un semejante, al que se quiere objetivar. Nunca fue sin embargo completamente olvidada. Encon- 1 ramos su huella cada vez que el observador se deja guiar por el sentimiento de lo que está en juego. El término de interpretación se presta, en el contexto de la locura razonable l'n que está inserto, a toda suerte de ambigüedades. Se habla de paranoia combinatoria: cuán fecundo podría haber sido este término si se hubieran percatado de lo que estaban di- riendo; efectivamente, el secreto reside en la combinación de los fenómenos. La pregunta ¿Quién habla?, que ha sido promovida sufi- ;ientemente aquí como para adquirir todo su valor, debe dominar todo el problema de la paranoia. Y a se los indiqué la vez pasada recordando el carácter central en la paranoia de la alucinación verbal. Saben el tiem- po que tomó percatarse de lo que sin embargo es a veces totalmente visible, a saber que el sujeto articula lo que dice escuchar. Fue necesario Séglas y su libro Lecciones clínicas. Por una especie de proeza al inicio de su carrera, hizo notar que las alucinaciones verbales se producían en personas en l:i.s que podía percibirse, por signos muy evidentes en algunos . casos, y en otros mirándolos con un poco más de atención, que ellos mismos estaban articulando, sabiéndolo o no, o no queriendo saberlo, las palabras :que acusaban a las voces de haber pronunciado. Percatarse de que la alucinación auditiva no tenía su fuente en el exterior, fue una pequeña revolución. Entonces, se pensó, la tiene en el interior, y ¿qué más 39 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS tentador que creer que eso respondía a la excitación de una zona que era llamada sensorial? No sabemos si esto se aplica al ámbito del lenguaje. ¿Hablando estrictamente hay alucina- ciones psíquicas verbales? ¿No son siempre, más o menos alucinaciones psicomotrices? ¿El fenómeno de la palabra, tan- to en sus formas patológicas como en su forma normal, puede ser disociado del hecho, empero sensible, de que cuan- do el sujeto habla, se escucha a sí mismo? Una de las dimen- siones esenciales del fenómeno de la palabra es que el otro no es el único que lo escucha a uno. Es imposible esquemati- zar el fenómeno de la palabra por la imagen que sirve a cierto número de teorías llamadas de la comunicación: el emisor, el receptor, y algo que sucede en el intervalo. Parece olvidarse que en la palabra humana, entre muchas otras cosas, el emisor es siempre al mismo tiempo un receptor, que uno oye el sonido de sus propias palabras. Puede que no le preste- mos atención, pero es seguro que lo oímos. Un comentario tan sencillo domina todo el problema de la alucinación psico- motriz llamada verbal, y es quizá debido a su excesiva eviden- cia que pasó a un segundo plano en el análisis de estos fenómenos. Por supuesto, la pequeña revolución seglasiana está lejos de haber aportado la clave del enigma. Séglas se quedó en la exploración fenoménica de la alucinación, y debió modificar lo que su primera teoría tenía de demasiado absolu- ta. Devolvió su lugar a algunas alucinaciones que son inteori- zables en ese registro, y brindó claridades clínicas y una finura en la descripción que no pueden ser desconocidas: les aconsejo conocerlas. Si muchos de estos episodios de la historia de la psiquia- tría son instructivos, es quizá mucho más por los errores que destacan que por los aportes positivos que resultaran de ellos. Pero no podemos dedicarnos solamente a una experiencia negativa del campo en cuestión, construir sólo sobre errores. Ese dominio de los errores es por otra parte tan copioso, que es casi inagotable. Será necesario que tomemos algún atajo para tratar de llegar al corazón de lo que está en juego. 40 LA SIGNIFICACION DEL DELIRIO Vamos a hacerlo siguiendo los consejos de Freud, y en- ¡ r:ir, con él, en el análisis del caso Schreber. 3 T ras una breve enfermedad, entre 1884 y 1885, enferme- dad mental que consistió en un delirio hipocondríaco, Schre- bcr que ocupaba entonces un puesto bastante importante en la magistratura alemana, sale del sanatorio del profesor Flech- sig, curado, según parece de manera completa, sin secuelas aparentes. Lleva durante unos ocho años una vida que parece normal, y él mismo señala que su felicidad doméstica sólo se vio ensombrecida por la pena de no haber tenido hijos . Al cabo de esos ocho años, es nombrado Presidente de la Corte de apelaciones en la ciudad de Leipzig. Habiendo recibido antes del período de vacaciones el anuncio de esta muy importante. promoción, asume sus funciones en octubre. Parece estar, como ocurre muy a menudo en muchas crisis mentales, un poco sobrepasado por sus funciones. Es joven -tiene cin- cuenta y un años- para presidir una corte de apelaciones de esa importancia, y esta promoción le hace perder un poco la cabeza. Está en medio de personas mucho más experimenta- das, mucho más entrenadas en el manejo de asuntos delicados, y durante un mes trabaja excesivamente, como él mismo lo dice, y recomienzan sus trastornos: insomnio, mentismo, apa- rición en su pensamiento de temas cada vez más perturbado- res que le llevan a consultar de nuevo. De nuevo se lo interna. Primero en el mismo sanatorio, el del profesor Flechsig, luego, tras una breve estadía en el sanatorio del doctor Pierson en Dresde, en la clínica de Son- nenstein, donde permanecerá hasta 1901. Ahí es donde su delirio pasará por toda una serie de fases de las que da un 41 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS Si el presidente Schreber entre sus dos crisis, hubiera llegado por casualidad a ser padre, se pondría el énfasis en esto, y se daría todo su valor al hecho de que no hubiera soportado esa función paterna. Resumiendo, la noción de conflicto siempre se utiliza de modo ambiguo: se coloca en el mismo plano lo que es fuente de conflicto y la ausenciade conflicto, la cual es más difícil de ver. El conflicto deja, podemos decir, un lugar vacío, y en el lugar vacío del conflicto aparece una reacción, una construcción, una puesta en juego de la subjetividad. Esta indicación sólo está destinada a mostrarles en obra la misma ambigüedad que aquella a la que me referj la clase pasada, la ambigüedad de la significación misma del delirio, que aquí concierne a lo que habitualmente se llama el conte- nido, y que preferiría llamar el decir psicótico. Creen que están ante alguien que se comunica con ustedes porque les habla en el mismo lenguaje. Luego, sobre todo si son psicoanalistas, tendrán la impresión, siendo lo que dice tan comprensible, de que es alguien que penetró de manera más profunda que el común de los mortales en el mecanismo mismo del sistema inconsciente. En algún lado en su segundo capítulo, Schreber lo expresa al pasar: Me fueron dadas luces raras veces dadas a un mortal. Mi discurso de hoy versará sobre esta ambigüedad que hace que el sistema mismo del delirante nos dé los elementos de su propia comprensión. 2 Quienes asisten a mi presentación de enfermos saben que presenté la última vez una psicótica muy evidente, y recorda- rán el trabajo que me costó obtener de ella el signo, el estigma, que probaba que se trataba verdaderamente de una delirante, y no simplemente de una persona de carácter difícil que riñe con la gente que la rodea. 50 EL OTRO Y LA PSICOSIS El interrogatorio sobrepasó ampliamente la hora y media ,111tes de que apareciese claramente que en el límite de ese lenguaje, del que no había modo de hacerla salir, había otro. El lenguaje, de sabor particular y a menudo extraordinario que es el del delirante. Lenguaje en que ciertas palabras co- bran un énfasis especial, una densidad que se manifiesta a veces en la forma misma del significante, dándole ese carácter 1 rancamente neológico tan impactante en las producciones de la paranoia. En boca de nuestra enferma del otro día, por fin su rgió la palabra galopinar, que rubricó todo lo dicho hasta <.:n tonces. La enferma era víctima de algo muy diferente a la frustra- ción de su dignidad, de su independencia, de sus pequeños asuntos. Este término de frustración forma parte desde hace algún tiempo del vocabulario del común de la gente: ¿quién no está todo el día hablando de las frustraciones que sufrió o sufrirá, o que los demás sufren a su alrededor? Ella estaba en otro mundo evidentemente, mundo donde ese término galopi- 11ar, y, sin duda, muchos otros que ocultó, constituyen los puntos de referencia esenciales. Los detengo aquí un instante para que sientan hasta qué punto son necesarias las categorías de la teoría lingüística con las que intenté familiarizarlos el año pasado. Recuerdan que ·n lingüística existen el significante y el significado, y que el significante debe tomarse en el sentido del material del len- guaje. La trampa, el agujero, en el que no hay que caer, es creer que los objetos, las cosas, son el significado. El signifi- cado es algo muy distinto: la significación, les expliqué gracias a San Agustín que es tan lingüista como Benveniste, remite siempre a la significación, vale decir a otra significación. El sistema del lenguaje, cualquiera sea el punto en que lo tomen, jamás culmina en un índice directamente dirigido hacia un µu nto de la realidad, la realidad toda está cubierta por el conjunto de la red del lenguaje. Nunca pueden decir que lo designado es esto o lo otro, pues aunque lo logren, nunca sabrán por ejemplo qué designo en esta mesa, el color, el 51 INTRODUCCION A LA CVESTION DE LAS PSICOSIS espesor, la mesa en tanto objeto, o cualquier otra cosa. Demorémonos ante este pequeño fenómeno, muy simple, que es galopinar en boca de la enferma del otro día. Schreber mismo señala a cada momento la originalidad de determina- dos términos de su discurso. Cuando habla, por ejemplo, de Nervenanhang, adjunción de nervios, precisa claramente que esa palabra le fue dicha por las almas examinadas o los rayos divinos. Son palabras claves, y él mismo señala que nunca hubiese encontrado su fórmula, palabras originales, palabras plenas, harto diferentes de las palabras que emplea para comu- nicar su experiencia. El mismo no se engaña al respecto, hay allí planos diferentes. A nivel del significante, en su carácter material, el deli- rio se distingue precisamente por esa forma especial de dis- cordancia con el lenguaje común que se llama neologismo. A nivel de la significación, se distingue justamente -hecho que sólo puede surgir si parten de la idea de que la significación remite siempre a otra significación- porque la significación de esas palabras no se agota en la remisión a una signifi- cación. Esto se observa tanto en el texto de Schreber como en presencia de un enfermo. La significación de esas palabras que los detienen tiene como propiedad el remitir esencial- mente a la significación en cuanto tal. Es una significación que fundamentalmente no remite más que a sí misma, que permanece irreductible. El enfermo mismo subraya que la palabra en sí misma pesa. Antes de poder ser reducida a otra significación, significa en sí misma algo inefable, es una signi- ficación que remite ante todo a la significación en cuanto tal. Lo vemos en ambos polos de todas las manifestaciones concretas de que son sede estos enfermos. Cualquiera sea el grado que alcance la endofasia que cubre el conjunto de los fenómenos a los que están sujetos, hay dos polos donde este carácter es llevado al punto más eminente, como lo subraya bien el texto de Schreber, dos tipos de fenómenos donde se dibuja el neologismo: la intuición y la fórmula. 52 EL OTRO Y LA PSICOSIS La intuición delirante es un fenómeno pleno que tiene para el sujeto un carácter inundante, que lo colma. Le revela una perspectiva nueva cuyo sello original, cuyo sabor particu- lar subraya, tal como lo hace Schreber cuando habla de la lengua fundamental a la que su experiencia lo introdujo. Allí, la palabra -con su pleno énfasis, como cuando se dice la palabra clave- es el alma de la situación. En el extremo opuesto, tenemos la forma que adquiere la significación cuando ya no remite a nada. Es la fórmula que se repite, se reitera, se machaca con insistencia estereotipada. Podemos llamarla, en oposición a la palabra, el estribillo. Ambas formas, la más plena y la más vacía, detienen la significación, son una especie de plomada en la red del discur- so del sujeto. Característica estructural que, en el abordaje clínico, permite reconocer la rúbrica del delirio. Precisamente por ello ese lenguaje que puede engañarnos en un primer abordaje del sujeto, incluso a veces hasta en el más delirante, nos lleva a superar esa noción y a formular el término de discurso. Porque estos enfermos, no hay duda, hablan nuestro mismo lenguaje. Si no hubiese este elemento nada sabríamos acerca de ello. La economía del discurso, la relación de significación a significación, la relación de su discurso con el ordenamiento común del discurso, es por lo tanto lo que permite distinguir que se trata de un delirio . Intenté en otra época esbozar el análisis del discurso del psicótico en un artículo publicado en los Annales médico- psychologiques hacia los años treinta. Se trataba de un caso de esquizofasia, donde pude hacer notar en todos los niveles del discurso, semantema tanto como taxema, la estructura de lo que se llama, quizá no sin razón, pero no sabiendo sin duda el alcance de este término, la desintegración esqui- zofrénica. Les hablé de lenguaje. Al respecto deben palpar al pasar la insuficiencia, la mala intención, que traduce la fórmula de esos analistas que dicen: Hay que hablarle al paciente en su lenguaje. Sin duda, quienes dicen cosas tales deben ser perdo- 53 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS nados como todos los que no saben lo que dicen. Evocar de modo tan somero lo que está en juegoes signo de un retorno precipitado, de un arrepentimiento. Se cumple, se pone uno rápidamente en regla, con la salvedad de que tan sólo revela su condescendencia, y a qué distancia se mantiene el objeto del que se trata, a saber, el paciente. Ya que también él está ahí, pues bien, hablemos su lenguaje, el de los simples y los idiotas. Marcar esta distancia, hacer del lenguaje un puro y simple instrumento, un modo de hacerse comprender por quienes nada comprenden, es eludir completamente lo que está en juego: la realidad de la palabra. Abandono un momento a los analistas. ¿Alrededor de qué gira la discusión psiquiátrica del delirio, llámese fenomenolo- gía, psicogénesis u organogénesis? ¿Qué significan, por ejemplo, los análisis extremadamente penetrantes de un Clé- rambault? Algunos piensan que la cuestión es saber si el delirio es o no un fenómeno orgánico. Lo cual sería, según parece, sensible en la fenomenología misma. Perfecto, pero examinemos el asunto más detenidamente. ¿El enfermo habla? Si no distinguimos el lenguaje y la palabra, es cierto, habla, pero habla como la muñeca perfec- cionada que abre y cierra los ojos, absorbe líquido, etcétera. Cuando' un Clérambault analiza los fenómenos elementales, busca su rúbrica en la estructura, mecánica, serpiginosa y Dios sabe qué otros neologismos. Pero incluso en este análi- sis, la personalidad, nunca definida, es siempre supuesta, ya que todo se apoya en el carácter ideogénico de una compren- sibilidad primera, en los lazos de los afectos y de su expresión lenguajera. Se supone que esto es obvio, y de allí parte la demostración. Se dice: el carácter automático de lo que ,se produce es demostrable por la fenomenología misma, y esto prueba que el transtorno no es psicogenético. Pero el fenóme- no es definido como automático en función de una referencia en sí misma psicogenética. Se supone que hay un sujeto que comprende de por sí, y que se mira. ¿Cómo serían si no captados los demás fenómenos como ajenos? 54 EL OTRO Y LA PSICOSIS Observen que éste no es el problema clásico que detuvo a toda la filosofía después de Leibniz, es decir al menos a partir del momento en que se enfatizó la conciencia como fundamento de la certeza: ¿el pensamiento, para ser pensa- miento, debe obligatoriamente pensarse pensante? ¿Debe todo pensamiento obligatoriamente percatarse de que está pensan- do lo que piensa? Tan lejos de ser simple está esto que abre de inmediato un juego de espejos sin fin: si está en la natura- leza del pensamiento pensarse pensante, habrá un tercer pen- samiento que se pensará pensamiento pensante, y así sucesiva- mente. Este problemita, nunca resuelto, basta por sí solo para demostrar la insuficiencia del fundamento del sujeto en el fenómeno del pensamiento como transparente a sí mismo. Pero ese no es el asunto. A partir del momento en que admitimos que el sujeto tiene conocimiento en cuanto tal del fenómeno parasitario, vale decir como subjetivamente inmotivado, como inscrito en la estructura del aparato, en la perturbación de las supuestas vías neurológicas de facilitación, no podemos escapar a la noción de que el sujeto tiene una endoscopia de lo que sucede realmente en sus aparatos. Es una necesidad que se impone a toda teoría que hace de fenómenos intra-orgánicos el centro de lo que sucede en el sujeto. Freud aborda las cosas más sutilmente que otros autores, pero igualmente se ve forzado a admitir que el sujeto está en algún lado, en un punto privilegiado donde una endoscopia de lo que pasa en su interior le está permitida. La noción no sorprende a nadie cuando se trata de las endoscopias más o menos delirantes que tiene el sujeto acerca de lo que pasa en el interior de su estómago o de sus pulmo- nes, pero es más delicada a partir del momento en que se trata de fenómenos intracerebrables. Los autores, por lo gene- ral sin percatarse de ello, se ven obligados a admitir que el sujeto tiene cierta endoscopia de lo que pasa dentro del siste- ma de fibras nerviosas. Sea un sujeto que es objeto de un eco de un pensamiento. 55 INTRODUCCION A LA CUESTION DE LAS PSICOSIS Admitamos con Clérambault que se debe a una derivación producida por una alteración cronoáxica: uno de los dos mensajes intracerebrales, de los dos telegramas, podríamos decir, está frenado, y llega con retraso respecto al otro, por lo tanto haciéndole eco. Para que este retraso sea registrado, es necesario que haya un punto privilegiado donde esa locali- zación puede hacerse, donde el sujeto anota la discordancia eventual entre ambos sistemas. Cualquiera sea el modo en que se construya la teoría organogenética o automática, ésta no escapa a la consecuencia de que existe ese punto privilegia- do. En suma, se es más psicogenetista que nunca. ¿Cuál es ese punto privilegiado si no es el alma? Con la salvedad de que se es todavía más idólatra que quienes le otorgan la más grosera realidad situándola en una fibra, en un sistema, en lo que el mismo presidente Schreber designaba como la fibra única vinculada a la personalidad. Habitualmen- te se lo llama función de síntesis, siendo lo propio de una síntesis el tener en algún lado su punto de convergencia: aunque ideal, ese punto existe. Entonces, aunque nos hagamos los organogenetistas o psicogenetistas, estaremos obligados a suponer siempre en algún lado una entidad unificante. ¿Basta ella acaso para expli- car el nivel de los fenómenos de la psicosis? La esterilidad de ese género de hipótesis es deslumbrante. Si el psicoanálisis reveló algo significativo, esclarecedor, iluminante, fecundo, abundante, dinámico, lo hizo trastocando las minúsculas construcciones psiquiátricas desarrolladas durante decenios con ayuda de estas nociones puramente funcionales cuyo pivote esencial estaba constituido forzosamente por el yo, que las camuflaba todas. Pero, ¿cómo abordar lo nuevo que aportó el psicoanálisis sin recaer en el camino trillado por un atajo diferente, multi- plicando los yo, a su vez diversamente camuflados? El único modo de abordaje conforme con el descubrimiento freudiano es formular la pregunta en el registro mismo en que el fenó- meno aparece, vale decir en el de la palabra. El registro de la 56 EL OTRO Y LA PSICOSIS palabra crea toda la riqueza de la fenomenología de la psico- sis, allí vemos todos sus aspectos, descomposiciones, refrac- ciones. La alucinación verbal, que es fundamental en ella, es precisamente uno de los fenómenos más problemáticos de la palabra. ¿No hay forma acaso de detenerse en el fenómeno de la palabra en cuanto tal? ¿No vemos, simplemente al considerar- lo, desprenderse una estructura primera, esencial y evidente, que permite hacer distinciones que no son míticas, vale decir que no suponen que el sujeto está en alguna parte? 3 ¿Qué es la palabra? El sujeto habla, ¿sí o no? La palabra: detengámonos un instante sobre este hecho. ¿Qué distingue una palabra de un registro de lenguaje? H ablar es ante todo, hablar a otros. Muy a menudo coloqué en primer plano en mi enseñanza esta característica que pare- ce simple a primera vista: hablar a otros. Desde hace algún tiempo, ocupa el primer plano de las preocupaciones de la ciencia la noción de qué es un mensaje. Para nosotros, la estructura de la palabra, lo dije cada vez que tuvimos que emplear aquí este término en su sentido propio, es que el sujeto recibe su mensaje del otro en forma invertida. La palabra plena, esencial, la palabra comprometida, está fundada en esta estructura. Tenemos de ella dos formas ejemplares. La primera, es fides, la palabra que se da, el Tú eres mi m ujer o el Tú eres mi amo, que quiere decir: Tú eres lo que aún está en mi palabra, y esto, sólo puedo afirmarlo tomando la palabra en tu lugar. Esto viene de ti para encontrar allí la certeza de lo que comprometo. Esta palabra es una palabra que te compromete a ti. La unidad de la palabra en tanto 57 TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICOafecta el fondo de las relaciones de uno con el mundo. Hay que reconocer que para ser psicoanalistas no están forzados en modo alguno, a menos que se sacudan un poco, a tener presente que el mundo no es exactamente como cada quien lo concibe, sino que está tramado por esos mecanismos que ustedes pretenden conocer. Ahora bien, no se engañen, tampoco se trata de que yo haga aquí la metafísica del descubrimiento freudiano, de que saque las consecuencias que entraña en lo tocante a lo quepo- demos llamar, en el sentido más amplio, el ser. Mi intención no es esa. No sería inútil, pero creo que le podemos dejar eso a otros, y que lo que aquí hacemos indicará la forma de acceso. No crean que les esté prohibido probar alas en esa dirección; nada perderán preguntándose acerca de la metafísi- ca de la condición humana tal como la revela el descubrimien- to freudiano. Pero, a fin, esto no es lo esencial, ya que esa metafísica le cae a uno encima de la cabeza, podemos confiar en las cosas tal como están estructuradas: ya están ustedes allí, en su seno. Si el descubrimiento freudiano se llevó a cabo en nuestra época, y si por una serie harto confusa de casualidades, uste- des resultan ser personalmente sus depositarios, no es en balde. La metafísica en cuestión puede inscribirse por entero en la relación del hombre con lo simbólico. Están inmersos en ella hasta un punto que rebasa con mucho vuestra expe- riencia como técnicos y, como a veces se los indico, encontra- mos sus huellas y su presencia en toda suerte de disciplinas e interrogaciones cercanas al psicoanálisis. Ustedes son técnicos. Pero técnicos que existen en el seno de este descubrimiento. Puesto que esta técnica se desen- vuelve a través de la palabra, el mundo en que les toca moverse en su experiencia está incurvado por dicha perspecti- va. Intentemos, al menos, estructurarla correctamente. A esta exigencia responde mi pequeño cuadrado, que va del sujeto al otro, y en cierto modo de lo simbólico a lo real, sujeto, yo, cuerpo y en sentido inverso, hacia el Otro con 108 EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO mayúscula de la intersubjetividad, el Otro que no aprehen- den en tanto es sujeto, es decir, en tanto puede mentir, el O tro, en cambio, que siempre está en su lugar, el Otro de los astros, o si prefieren el sistema estable del mundo, del objeto, y entre ambos, de la palabra con sus tres etapas, del significante, de la significación y del discurso. No es un sistema del mundo, es un sistema de orientación <le nuestra experiencia: ella se estructura así, y en su seno podemos situar las diversas manifestaciones fenoménicas con que nos encontramos. Si no tomamos en serio esta estructura, no las podemos entender. Por supuesto, esta historia de seriedad toca también el meollo del asunto. Un sujeto normal se caracteriza precisa- mente por nunca tomar del todo en serio cierto número de realidades cuya existencia reconoce. Ustedes están rodeados de toda clase de realidades de las que no dudan, algunas especialmente amenazantes, pero no las toman plenamente en serio, porque piensan, como dice el subtítulo de Claudel, que lo peor no siempre es seguro, y se mantienen en un estado medio, fundamental en el sentido de que se trata del fondo, que es feliz incertidumbre, y que les permite una existencia suficientemente sosegada. Indudablemente, para el sujeto normal la certeza es la cosa más inusitada. Si se hace preguntas al respecto, se percatará de que es estrictamente correlativa de una acción en la que está empeñado. No me extenderé al respecto, porque nuestro objetivo aquí no es hacer la psicología y la fenomenología de lo más cercano. Como ocurre siempre, tenemos que alcanzarla dan- do un rodeo, por lo más lejano, que hoy es el loco Schreber. 1 Seamos algo prudentes y nos daremos cuenta de que Schreber tiene en común con los demás locos un rasgo que 109 TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO siempre volverán a encontrar en los datos más inmediatos; por esta razón hago presentaciones de enfermos. Los psicólo- gos, por no frecuentar de verdad al loco, se formulan el falso problema de saber por qué cree en la realidad de su alucina- ción. Por más que sea, ven bien que hay algo que no encaja, y se rompen la cabeza elucubrando una génesis de la creencia. Antes habría que precisar esa creencia, pues, a decir verdad, en la realidad de su alucinación, el loco no cree. De inmediato se me ocurren mil y un ejemplos, aunque no me voy a detener en ellos, porque quiero dedicarme al texto del loco Schreber. Pero, en fin, es algo que incluso está al alcance de personas que no son psiquiatras. El azar me hizo abrir hace poco· la Fenomenología de la percepción de Maurice Merleau Ponty, página 386 de la edición francesa, sobre el tema de la cosa y el mundo natural. Remítanse a ella: encontrarán excelentes comentarios sobre este tema, a saber, que es muy fácil obtener del sujeto la confesión de que lo que él oye, nadie más lo ha oído. Dice: Sí, de acuerdo, sólo yo lo oí. Lo que está en juego no es la realidad. El sujeto admite, por todos los rodeos explicativos verbalmente desarrollados que están a su alcance, que esos fenómenos son de un orden distinto a lo real, sabe bien que su realidad no está asegurada, incluso admite hasta cierto punto su irrealidad. Pero, a dife- rencia del sujeto normal para quien la realidad está bien ubicada, él tiene una certeza: que lo que-está en juego -des- de la alucinación hasta la interpretación- le concierne. En él, l\O está en juego la realidad, sino la certeza. Aun cuando se expresa en el sentido de que lo que experimenta no es del orden de la realidad, ello no afecta a su certeza, que es que le concierne. Esta certeza es radical. La índole misma del objeto de su certeza puede muy bien conservar una ambigüedad perfecta, en toda la escala que va de la benevolencia a la malevolencia. Pero significa para él algo inquebrantable. Esto constituye lo que se llama, con o sin razón, fenóme- 110 EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO no elemental, o también -fenómeno más desarrollado- la creencia delirante. Pueden hacerse una idea de ello hojeando la admirable condensación que Freud nos da del libro de Schreber, a la par que lo analiza. A través de Freud, pueden tener el contac- to, la dimensión del fenómeno. Un fenómeno central del delirio de Schreber, que puede considerarse incluso inicial en la concepción que se hace de esa transformación del mundo que constituye su delirio, es lo que llama la Seelenmord, el asesinato del alma. Ahora bien, él mismo lo presenta como completamente enigmático. Es cierto que el capítulo 11 de las Memorias, que explica- ba las razones de su neuropatía y desarrollaba la noción de asesinato del alma, está censurado. Sabemos, empero, que incluía comentarios respecto a su familia, que probablemente nos aclararían su delirio inaugural en relación a su padre o a su hermano, o a alguno de sus familiares, y los así llamados elementos transferenciales significativos. Pero no tenemos por qué lamentar demasiado, después de todo, esta censura. A veces un exceso de detalles impide ver las características formales fundamentales. Lo fundamental no es que nosotros hayamos perdido, a causa de esa censura, la oportunidad de comprender tal o cual de sus experiencias afectivas en relación a sus familiares , sino que él, el sujeto, no la comprenda, y que, sin embargo, la formule. La distingue como un momento decisivo de esa nueva dimensión a la cual accedió, y la comunica mediante el relato de los diferentes modos de relación cuya perspectiva le fue dada progresivamente. Considera este asesinato del alma co- mo un resorte cierto, que a pesar de su certeza conserva por sí mismo un carácter enigmático. ¿Qué podrá ser asesinar un alma? Por otra parte, saber diferenciar el alma de todo lo que tiene que ver con ella no le es dado a cualquiera, pero sí en cambio a este delirante, con un matizde certeza que confiere a su testimonio un relieve esencial. Debemos reparar en estas cosas, y no perder de vista su 111 TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO carácter distintivo, si queremos comprender lo que sucede verdaderamente, y no sacarnos de encima el fenómeno de la locura con ayuda de una palabra clave o de esa oposición entre realidades y certeza. Deben adiestrarse a encontrar esa certeza delirante en cualquier parte que esté. Descubrirán entonces, por ejemplo, la diferencia que existe entre el fenómeno de los celos cuando se presenta en un sujeto normal y cuando se presenta en un delirante. No es necesario evocar en detalle lo que tienen de humorístico, inclusive de cómico, los celos de tipo normal que, por así decirlo, rechazan la certeza con la mayor naturali- dad, por más que las realidades se la ofrezcan. Es la famosa historia del celoso que persigue a su mujer hasta la puerta de la habitación donde está encerrada con otro. Contrasta sufi- cientemente con el hecho de que el delirante, por su parte, se exime de toda referencia real. Esto debería inspirarnos cierta desconfianza a propósito de la transferencia de mecanismos normales, como la proyección, para explicar la génesis de los celos delirantes. Y, sin embargo, verán hacer muy a menudo esta extrapolación. Basta leer el texto de Freud sobre el presi- dente Schreber para darse cuenta de que, a pesar de no -tener tiempo para abordar el asunto en toda su extensión, él mues- tra los peligros que se corren, a propósito de la paranoia, haciendo intervenir de modo imprudente la proyección, la relación de yo a yo, o sea del yo al otro. Aunque esta advertencia esté escrita con todas sus letras, el término de proyección se usa a diestra y siniestra para explicar los delirios , . y su genes1s. Diré aún más: a medida que el delirante asciende la escala de los delirios, . está cada vez más seguro de cosas planteadas como cada vez más irreales. La paranoia se distingue en este punto de la demencia precoz: el delirante articula con una abundancia, una riqueza, que es .. precisamente una de sus características clínicas esenciales, que si bien es una de las más obvias, no debe sin embargo descuidarse. Las produccio- nes discursivas que caracterizan el registro de las paranoias 112 EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO florecen además, casi siempre, en producciones literarias, en el sentido en que literarias quiere decir sencillamente hojas de papel cubiertas de escritura. Observen que este hecho aboga a favor del mantenimiento de cierta unidad entre los delirios quizá prematuramente aislados como paranoicos, y las formaciones que la nosología clásica llama parafrénicas. Conviene sin embargo que adviertan lo que le falta al loco en este caso, por más escritor que sea, incluyendo a este presidente Schreber, que nos brinda una obra tan cautivante por su carácter completo, cerrado, pleno, logrado. El mundo que describe está articulado en conformidad con la concepción alcanzada luego del momento del síntoma inexplicado que perturbó profunda, cruel y dolorosamente su existencia. Según dicha concepción, que le brinda por lo demás cierto dominio de su psicosis, él es el correlato femeni- no de Dios. Con ello todo es comprensible, todo se arregla, y diría aún más, todo se arreglará para todo el mundo, ya que él desempeña así el papel de intermediario entre una humani- dad amenazada hasta lo más recóndito de su existencia, y ese poder divino con el que mantiene vínculos tan singulares. Todo se arregla en la Versohnung, la reconciliación que lo sitúa como la mujer de Dios. Su relación con Dios, tal como nos la comunica es rica y compleja; con todo, no puede dejar de impactamos el hecho de que su texto nada entraña que indique la menor presencia, la menor efusión, la menor comunicación real, nada que dé idea de una verdadera reláción entre dos seres. Sin apelar, lo cual sería discordante a propósito de un texto como éste, a la comparación con un gran místico, abran de todos modos -si la experiencia les provoca-, abran cual- quier página de San Juan de la Cruz. El también, en la experiencia del ascenso del alma, se presenta en una actitud de recepción y ofrenda, y habla incluso de esponsales del alma con la presencia divina. Ahora bien, nada hay en común en el acento que encontramos en cada uno de ellos. Diría incluso que el más mínimo testimonio de una experiencia 113 TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO religiosa auténtica les permitiría ver la enorme diferencia. Digamos que el largo discurso con que Schreber da fe de lo que finalmente resolvió admitir como solución de su proble- mática, no da en lado alguno la impresión de una experiencia original en la que el sujeto mismo esté incluido: es un testi- monio, valga la palabra, verdaderamente objetivado. ¿Sobre qué versan estos testimonios delirantes? No diga- mos que el loco es alguien que prescinde del reconocimiento del otro. Si Schreber escribe esa enorme obra es realmente para que nadie ignore lo que experimentó, e incluso para que, eventualmente, los sabios verifiquen la presencia de los nervios femeninos que penetran progresivamente en su cuer- po, objetivando así la relación única que ha sido la suya con la realidad divina. Es algo que de hecho se propone como un esfuerzo por ser reconocido. Tratándose de un discurso publi- cado, surge el interrogante acerca de qué querrá decir real- mente, en ese personaje tan aislado por su experiencia que es el loco, la necesidad de reconocimiento. El loco parece distin- guirse a primera vista por el hecho de no tener necesidad de ser reconocido. Sin embargo, esa suficiencia que tiene en su propio mundo, la auto-comprehensibilidad que parece carac- terizarlo, no deja de presentar algunas contradicciones. Podemos resumir la posición en que estamos respecto a su discurso cuando lo conocemos, diciendo que es sin duda escritor más no poeta. Schreber no nos introduce a una nueva dimensión de la experiencia. Hay poesía cada vez que un · escrito nos introduce en un mundo diferente al nuestro, y . dándonos la presencia de un ser, de determinada relación fundamental, lo hace nuestro también. La poesía hace que no podamos dudar de la autenticidad de la experiencia de San Juan de la Cruz, ni de Proust, ni de Gérard de N erval. La poesía es creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo. No hay nada parecido en las Memorias de Schreber. ¿Qué diríamos, a fin de cuentas, del delirante? ¿Está solo? Tampoco es esa nuestra impresión, porque está habitado por 114 EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO toda suerte de existencias, improbables sin duda, pero cuyo carácter significativo es indudable, dato primero, cuya articu- lación se vuelve cada vez más elaborada a medida que su delirio avanza. Es violado, manipulado, transformado, habla- do de todas las maneras, y, diría, charloteado. Lean en detalle lo que él dice sobre los pájaros del cielo, como los llama, y su chillido. Realmente de eso se trata: él es sede de una pajarera de fenómenos, y este hecho le inspiró la enorme comunicación que es la suya, ese libro de alrededor de quinie- tas páginas, resultado de una larga construcción que fue para él la solución de su aventura interior. Al inicio, y en tal o cual momento, la duda versa sobre aquello a lo cual la significación remite, pero no tiene duda alguna de que remite a algo. En un sujeto como Schreber, las cosas llegan tan lejos que el mundo entero es presa de ese delirio de significación, de modo tal que puede decirse que, lejos de estar solo, él es casi todo lo que lo rodea. En cambio, todo lo que él hace ser en esas significaciones está, de alguna manera, vaciado de su persona. Lo articula de mil maneras, y especialmente por ejemplo, cuando observa que Dios, su interlocutor imaginario, nada comprende de todo cuanto está dentro, de todo lo que es de los seres vivos, y que sólotrata con sombras o cadávares. Por eso mismo todo su mundo se transformó en una fantasmagoría de som- bras de hombres hechos a la ligera, dice la traducción. 2 A la luz de las perspectivas analíticas, se nos abren varios caminos a fin de comprender cómo una construcción así puede producirse en un sujeto. Los caminos más fáciles fon los caminos ya conocidos. La defensa es una categoría -introducida muy tempranamen- te en análisis- que ocupa hoy el primer plano, Se considera 115 TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO trastabillante, tal como la vemos en el reino animal; debe en cambio volver a encontrar el objeto, cuyo surgimiento es fundamentalmente alucinado. Por supuesto, nunca lo vuelve a encontrar, y en esto consiste precisamente el principio de realidad. El sujeto nunca vuelve a encontrar, escribe Freud, más que otro objeto, que responderá de manera más o menos satisfactoria a las necesidades del caso. Nunca encuentra sino un objeto distinto, porque, por definición, debe volver a encontrar algo que es prestado. Este es el punto esencial en torno al cual gira la introducción, en la dialéctica freudiana, del principio de realidad. Lo que es preciso concebir, porque me lo ofrece la expe- riencia clínica, es que en lo real aparece algo diferente de lo que el sujeto pone a prueba y busca, algo diferente de aquello hacia lo cual el aparato de reflexión, de dominio y de investi- gación que es su yo -con todas las alienaciones que supone- conduce al sujeto; algo diferente, que puede surgir, o bien bajo la forma esporádica de esa pequeña alucinación que relata el Hombre de los lobos, o bien de modo mucho más amplio, tal como se produce en el caso del presidente Schreber. 4 ¿Qué es el fenómeno psicótico? La emergencia en la reali- dad de una significación enorme que parece una nadería -en la medida en que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de la simbolización- pero que, en determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio. Manifiestamente, hay en el caso del presidente Schreber una significación que concierne al sujeto, pero que es rechaza- da, y que sólo asoma de la manera más desdibujada en su horizonte y en su ética, y cuyo surgimiento determina la invasión psicótica. Verán hasta qué punto lo que la determina 124 EL FENOMENO PSJCOTICO Y SU MECANISMO es diferente de lo que determina la invasión neurótica, son condiciones estrictamente opuestas. En el caso del presidente Schreber, esa significación rechazada tiene la más estrecha relación con la bisexualidad primitiva que mencioné hace poco . El presidente Schreber nunca integró en modo alguno, intentaremos verlo en el texto, especie alguna de forma femenina. Resulta difícil pensar cómo la represión pura y simple de tal o cual tendencia, el rechazo o la represión de tal o cual pulsión, en mayor o menor grado transferencial, experimenta- da respecto al doctor Flechsig, habría llevado al presidente Schreber a construir su enorme delirio. Debe haber en reali- dad algo un poco más proporcionado con el resultado obtenido. Les indico por adelantado que se trata de la función femenina en su significación simbólica esencial, y que sólo la podemos volver a encontrar en la procreación, ya verán por qué. No diremos ni emasculación ni feminización, ni fantas- ma de embarazo, porque esto llega hasta la procreación. En un momento cumbre de su existencia, no en un momento deficitario, esto se le manifiesta bajo la forma de la irrupción en lo real de algo que jamás conoció, de un surgimiento totalmente extraño, que va a provocar progresivamente una sumersión radical de todas sus categorías, hasta forzarlo a un verdadero reordenamiento de su mundo. ¿Podemos hablar de proceso de compensación, y aun de curación, como algunos no dudarían hacerlo, so pretexto de que en el momento de estabilización de su delirio, el sujeto presenta un estado más sosegado que en el momento de su irrupción? ¿Es o no una curación? Vale la pena hacer la pregunta, pero creo que sólo puede hablarse aquí de cura- ción en un sentido abusivo . ¿Qué sucede pues en el momento en que lo que no está ;imbolizado reaparece en lo real? No es inútil introducir al ·especto el término de defensa. Es claro que lo que aparece, \parece bajo el registro de la significación, y de una significa- 125 'll'i i. EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO ción que no viene de ninguna parte, que no remite a nada, pero que es una significación esencial, que afecta al sujeto. En ese momento se pone en movimiento sin duda lo que intervie- ne cada vez que hay conflicto de órdenes, a saber, la repre- sión. Pero, ¿por qué en este caso la represión no encaja, vale decir, no tiene como resultado lo que se produce en el caso de una neurosis? Antes de saber por qué, primero hay que estudiar el cómo. Voy a poner bastante énfasis en lo que hace la diferen- cia de estructura entre neurosis y psicosis. Cuando una pulsión, digamos femenina o pasivizante, aparece en un sujeto para quien dicha pulsión ya fue puesta en juego en diferentes puntos de su simbolización previa, en su neurosis infantil por ejemplo, logra expresarse en cierto núme- ro de síntomas. Así, lo reprimido se expresa de todos modos, siendo la represión y el retorno de lo reprimido una sola y única cosa. El sujeto, en el seno de la represión, tiene la posibilidad de arreglárselas con lo que vuelve a aparecer. Hay compromiso. Esto caracteriza a la neurosis, es a la vez lo más evidente del mundo y lo que menos se quiere ver. La Verwerfung no pertenece al mismo nivel que la Vernei- nung. Cuando, al comienzo de la psicosis, lo no simbolizado reaparece en lo real, hay respuestas, del lado del mecanismo de la Verneinung, pero son inadecuadas. ¿Qué es el comienzo de una psicosis? ¿Acaso una psicosis tiene prehistoria, como una neurosis? ¿Hay una psicosis infan- til? No digo que responderemos esta pregunta, pero al menos la haremos. Todo parece indicar que la psicosis no tiene prehistoria. Lo único que se encuentra es que cuando, en condiciones especiales que deben precisarse, algo aparece en el mundo exterior que no fue primitivamente simbolizado, el sujeto se encuentra absolutamente inerme, incapaz de hacer funcionar la Verneinung con respecto al acontecimiento. Se produce entonces algo cuya característica es estar absolutamente exclui- do del compromiso simbolizante de la neurosis, y que se 126 EL FENOMENO PSICOTICO Y SU MECANISMO traduce en otro registro, por una verdadera reacción en cade- na a nivel de lo imaginario, o sea en la contradiagonal de nuestro pequeño cuadrado mágico. El sujeto, por no poder en modo alguno restablecer el pacto del sujeto con el otro, por no poder realizar mediación simbólica alguna entre lo nuevo y él mismo, entr_a en otro modo de mediación, completamente diferente del primero, que sustituye la mediación simbólica por un pulular, una proliferación imaginaria, en los que se introduce, de manera deformada y profundamente a-simbólica, la señal central de la mediación posible. El significante mismo sufre profundos reordenamientos, que otorgan ese acento tan peculiar a las intuiciones más significantes para el sujeto. La lengua fundamental del presi- dente Schreber es, en efecto, el signo de que subsiste en el seno de ese mundo imaginario la exigencia del significante. La relación del sujeto con el mundo es una relación en espejo. El mundo del sujeto consistirá esencialmente en la relación con ese ser que para él es el otro, es decir, Dios mismo. Algo de la relación del hombre con la mujer es realizado supuestamente de este modo. Pero verán, cuando estudiemos en detalle este delirio, que por el contrario, los dos personajes, es decir Dios, con todo lo que supone -el universo, la esfera celeste- y el propio Schreber por otra parte, en tanto literalmente desarticulado en .una multitud de seres imaginarios que se dedican a sus vaivenes y transfixionesdiversas, son dos estructuras que se acoplan estrictamente. Desarrollan, de modo sumamente interesante para nosotros, lo que siempre está elidido, velado, domesticado en la vida del hombre normal: a saber, la dialéctica del cuerpo fragmen- tado con respecto al universo imaginario, que en la estructura normal es subyacente. El estudio del delirio de Schreber presenta el interés emi- nente de permitirnos captar de manera desarrollada la dialéc- tica imaginaria. Si se distingue manifiestamente de todo lo que podemos presumir de la relación instintiva, natural, se 127 TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO debe a una estructura genérica que hemos indicado en el origen, y que es la del estadio del espejo. Esta estructura hace del mundo imaginario del hombre algo descompuesto por adelantado. La encontramos aquí en su estado desarrolla- do, y éste es uno de los intereses del análisis del delirio en cuanto tal. Los analistas siempre lo subrayaron, el delirio muestra el juego de los fantasmas en su carácter absolutamen- te desarrollado de duplicidad. Los dos personajes a los que se reduce el mundo para el presidente Schreber, están hechos uno en referencia al otro, uno le ofrece al otro su imagen invertida. Lo importante es ver cómo esto responde a la demanda, indirectamente realizada de integrar lo que surgió en lo real, que representa para el sujeto ese algo propio que nunca sim- bolizó. Una exigencia del orden simbólico, al no poder ser integrada en lo que ya fue puesto en juego en el movimiento dialéctico en que vivió el sujeto, acarrea una desagregación en cadena, una sustracción de la trama en el tapiz, que se llama delirio. Un delirio no carece forzosamente de relación con el discurso normal, y el sujeto es harto capaz de comunicárnos- lo, y de satisfacerse con él, dentro de un mundo donde toda comunicación no está interrumpida. En la junción de la Verwerfung y de la Verdrdngung con la Verneinung continuaremos la próxima vez nuestro examen. 11 DE ENERO DE 1956 128 VII LA DISOLUCION IMAGINARIA /)ora y su cuadrilátero. 1:ros y agresión en el picón macho. f.o que se llama el padre. /,a fragmentación de la identidad. Hoy tenía intenciones de penetrar la esencia de la locura, y pensé que era una locura. Me tranquilicé diciéndome que lo que hacemos no es una empresa tan aislada ni azarosa. No es que el trabajo sea fácil. ¿Por qué? Porque por una singular fatalidad, toda empresa humana, y especialmente las •mpresas difíciles, tienden siempre a desplomarse, debido a algo misterioso que se llama la pereza. Para medirlo basta releer sin prejuicios, con ojos y oídos limpios de todo el ruido que escuchamos en torno a los conceptos analíticos, ·I texto de Freud sobre el presidente Schreber. Es un texto absolutamente extraordinario, pero que sólo procura la vía del enigma. Toda la explicación que da del delirio confluye, en efecto, en esa noción de narcisismo, que no es ciertamente para Freud algo elucidado, al menos en la época en que escribe sobre Schreber. Hoy en día, se asume el narcisismo como si fuese algo comprensible de suyo: antes de dirigirse hacia los objetos externos, hay una etapa donde el sujeto toma su propio cuerpo como objeto. En efecto, ésta es una dimensión donde ·I término narcisismo adquiere su sentido. ¿Pero, significa acaso que el término narcisismo se emplea únicamente en este sentido? La autobiografía del presidente Schreber tal 129 TEMATICA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOTICO murmullo del exterior, manifestación del discurso en tanto que apenas nos pertenece, que hace eco a todo lo que de golpe tiene para nosotros de significante esa presencia, articu- lación que no sabemos si viene de fuera o de dentro: la paz del atardecer. Sin zanjar en su esencia la cuestión de lo tocante a la relación del significante -en cuanto significante de lenguaje- con algo que sin él nunca sería nombrado, es notable que mientras menos lo articulamos, mientras menos hablamos, más nos habla. Cuanto más ajenos somos a lo que está en juego en ese ser, más tiende éste a presentársenos, acompaña- do de esa formulación pacificadora que se presenta como indeterminada, en el límite del campo de nuestra autonomía motriz y de ese algo que nos es dicho desde el exterior, de aquello por lo cual, en el límite, el mundo nos habla. ¿Qué quiere decir ese ser, o no, del lenguaje que es la paz del atardecer? En la medida en que no la esperamos, ni · la anhelamos, ni siquiera pensamos desde hace mucho en ella, se nos presenta esencialmente como un significante. Nin- guna construcción experimentalista puede justificar su exis- tencia, hay ahí un dato, una manera de tomar ese momento del atardecer como significante, y podemos estar abiertos o cerrados a él. Lo recibimos precisamente en la medida en que estábamos cerrados a él, con ese singular fenómeno de eco, o al menos su esbozo, que consiste en la aparición de lo que, en el límite de nuestra captación por el fenómeno, se formulará para nosotros comúnmente con estas palabras, la paz del atardecer. Llegamos ahora al límite donde el discurso desemboca en algo más allá de la significación, sobre el signi- ficante en lo real. Nunca sabremos, en la perfecta ambigüedad en que subsiste, lo que debe al matrimonio con el discurso. Ven que cuanto más nos sorprende ese significante, es decir en principio nos escapa, más se presenta como una franja, más o menos adecuada, de fenómeno de discurso. Pues bien, se trata para nosotros, es la hipótesis de trabajo que propongo, de buscar qué hay en el centro de la experien- 200 DEL SIGNIFICANTE EN LO REAL cía del presidente Schreber, qué siente sin saberlo, en el borde del campo de su experiencia, que es franja, arrastrado como :stá por la espuma que provoca ese significante que no perci- be en cuanto tal, pero que en su límite organiza todos estos fenómenos. 3 Les dije la vez pasada que la continuidad de ese discurso perpetuo es vivida por el sujeto, no sólo como una puesta a prueba de sus capacidades de discurso, sino como un desafío y una exigencia fuera de la cual se siente súbitamente presa de una ruptura con la única presencia en el mundo que aún existe en el momento de su delirio, la de ese Otro absoluto, ese interlocutor que ha vaciado el universo de toda presencia auténtica. ¿En qué se apoya la voluptuosidad inefable, tonali- dad fundamental de la vida del sujeto, que se liga a este discurso? En esta observación particularmente vivida, y de una in- quebrantable vinculación con la verdad, Schreber anota qué sucede cuando ese discurso, al que está suspendido dolorosa- mente, se detiene. Se producen fenómenos que difieren de los del discurso continuo interior, enlentecimientos, suspen- siones, interrupciones a las que el sujeto se ve obligado a aportar un complemento. La retirada del Dios ambiguo y doble del que se trata, que habitualmente se presenta bajo su forma llamada interior, se acompaña para el sujeto de sensa- ciones muy dolorosas, pero sobre todo de cuatro connotacio- nes que son del orden del lenguaje. En primer lugar, tenemos lo que él llama el milagro del alarido. Le resulta imposible no 'dejar escapar un grito prolon- gado, que lo sorprende con tal brutalidad que él mismo señala que, si en ese momento tiene algo en la boca, puede 201 TEMAT!CA Y ESTRUCTURA DEL FENOMENO PSICOT!CO hacérselo escupir. Es necesario que se contenga para que esto no se produzca en público, y está lejos de lograrlo siempre. Fenómeno bastante llamativo, si vemos en ese grito, el borde más extremo, más reducido, de la participación motora de la boca en la palabra. Si hay algo mediante lo cual la palabra llega a combinarse con una función vocal absolutamente a-sig- nificante, y que empero contiene todos los significantes posi- bles, es precisamente lo que nos estremece en el alarido del perro ante la luna. En segundo lugar, está el llamado de socorro, que se supone es escuchado por los nervios
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