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Brentano-F-Psicologia-74-99

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mos señalar con energía la ineludible necesidad de 
una investigación específica de las leyes del asenti­
miento. Derivarlas de la:s leyes del curso de las re· 
presentaciones, no le parecía suficiente de ningún 
modo. Pero la reunión de representaciones, la yuxta­
posición de un sujeto y un predicado, que consideró 
siempre como esencial, en sus opiniones sobre la na­
turaleza del juicio, por 10 demás muy justas, no hizo 
resaltar suficientemente el carácter del juicio, como 
una clase fundamental especial, de condición idén­
tica a las otras. Y así ha sucedido que ni siquiera 
llain., tan próximo a Mm, ha aprovechado la adver­
tencia hecha por éste para llenar un gran vacío de 
la psicología. 
La sentencia que la Escolástica había heredad? de 
Aristóteles, "parvus error in principio maximus in 
fine", se ha confirmado en todas sus partes, en este 
caso. 
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CAPITULO IV 
UNIDAD DE LA CL\SE FLTNI)AMEr~T_o\L PARA EL SENTIMIENTO 
Y LA VOLUNTAD 
§ 1. Después de haber estahlecido que la repre­
sentación y el juicio son dos claflcs fundamentale,; 
distintas de fenómenos psíquicos, fáItanos justificar­
nos respecto a nuestro segundo punto de discrepan­
cia con la clasificación dominante. Así como sepa­
ramos la representación y el juicio, reunimos, en 
cambio, el sentimiento y la voluntad.
""" 
Aquí no somos tan innovadores como en el punto 
l anterior; ,desde Aristóteles hasta Tetens, Mendels­
i 80hll y Kant, se ha admitido universalmente una sola 
clase fundamental para los sentimientos y las tenden­,'1 
cias; y, entre las autoridades psicológicas de la actua­
- 151­
lidad, hemos visto a Herbert Spencer distinguir sólo 
d08 partes en la vida psíquica, una cognosciti-va y 
otra afectiva. Pero da'da la importancia de la cue,,­
tión: esto no debe apartarnos de cimentar y asegu­
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lar nuestra teoría con el mismo cuidado y usando de 	 mente el límite entre ambas clases. Entre 108 !lenti­Y-' , 
todos los medios que estén a nuestra disposición. mientos de placer y dolor, y 10 que se llama hahitual­
Emprendemos aquí la mis-Iíl,a mal"cha que al in­ mente volición o tendencia, hay otros fenómenos in­t':' 	 ,.~, vestigar la relación entre la representación y el jui­	 termedios. La distancia puede parecer grande entre 
t:~ cio; apelamos, pues, ante todo, al testimonio de la los extremos; pero si se tienen en cuenta los esta­
J''''' experiencia inmediata. La percepción interna, deci. dos intel"medios, si se comparan únicamente los fe­ ,
h' mos, muestra ahora claramente aquí la falta de una 	 nómenos contiguos, no se encuentra en todo este cam­., 
diferencia fundamental, como antes allí nos enseñó 	 po una separación, sino que las transiciones tienen~1 
su existencia; y nos l"evela ahora una coincidencia 	 lugar de un modo siempre paulatino.11 
escncial en la modalidad de la referencia al objeto, 	 Tomemos como ejemplo la serie siguiente: triste­·tI 
como antes nos reveló una diversidad comple1a. 	 za-anhelo ,del bien no poseído-esperanza de que
if' 	 r­
1 ;, • 	 ,Si el resto de los fenómenos psíquicos, de que tra· nos acaezca-deseo de procurárnorslo-deciSlión de 
tamos ahora, mostrase en realidad una diferencia tan emprender la aventura-resolución voluntaria a la \ 
,J: honda como el pensamiento que representa y elpen­	 acción. Uno de los extremos es un sentimiento; el 
.q. samiento que juzga; si la naturaleza misma huhiese otro, una volución. Ambos parecen distar mucho. 
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'1 trazado realmente un límite neto entre sentir y de­ Pero si se atiende a los miembros intermedios y se ! 
" 
sear, podrían quizá deslizarse errores en la definición comparan lÍnicamente los contiguos, ¿no se encuen­ ¡ 
de la naturaleza peculiar a una y otra clase, pero la tra por todas partes la cohesión más Íntima y unJ 	 ]
delimitación de los géneros, la indicación de los fe­	 tránsito casi imperceptihle?-Si queremos clasificar­
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llómenospertenecientes a un género y al otro, sería, .A. los en sentimientos y tendencias, ¿en cuál de las do~ 
'1 -	 ,1
ciertamente, cosa fácil. Sin vacilar diremos que "hom~ 	 clases fundamentales debemos poner cada uno de 
I bre" expresa una mera representación, y "hay hom-	 ellos?-Decimos: "siento anhelo", "siento esperan­ Jf " " • 1 za", "siento el deseo ,de procurarme es-to", "siento 
oscuridad respecto a la naturaleza del juicio; y una valor para emprender la aventura".-Lo único que 
JHes un asentulliento, aunque estemos en a mayor 	 , 
i1 	 cosa análoga pasa en la esfera toda del uno y el otro nadie diría es que siente una resolución de la volun­
género del .pensamiento. Pero en la cuestión de qué tad. ¿Es éste, acaso, el límite? Y todos los miem­
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, 
" sea un sentimiento y qué un apetito, volición o ten­	 bros intermedios, ¿pertenecen a la clase fundamen· ¡~J dencia, la cosa es enteramente distinta; yo, por 10 tal de los sentimientos? Si nos ,dejamos guiar por el 
menos, no sé, en verdad, dónde ha de estar propia- lenguaje usual del pueblo, lo juzgaremos así. Y de j 
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hecho, al menos la tristeza por la carencia y el an;he­
lo de la posesión se comportan algo así como la ne­
g&ción de un objeto y la admisión de 8U no existencia 
se comportanmutuamente. A pesar de todo, ¿no hay 
en el anhelo un germen de la tendencia? ¿No brota 
este germen en la esperanza, y se desenvuelve-al pen­
sar en la necesidad de la propia cooperación--en el 
deseo de obrar y en la decisión de hacerlo, hasta que, 
por último, el afán supera, a la vez, el temor al sa­
crificio y el deseo de más larga reflexión, y está ma· 
duro para la resolución?-Seguramente que si que­
remos repartir esta serie de fenómenos en varias cIa­
~t'S fundamentales, ni podremos oponer los miembrog 
intermedios, juntos con el primero. bajo el nom:bre 
de sentimiento, al último, ni juntos con el último, 
bajo el nombre de voluntad o apetito, al primero; 
no podremos más 'que considerar cada fenómeno por 
sL como una clase especial. Pero entonces, creo yo, 
nadie puede negar que las ·dHerencias entre estas cla· 
ses no son tan hondas como las diferencias entre la 
representación y el juicio, o entre ellas y todos los de­
más fenómenos psíquicos. Así es cómo el carácter de. 
nuestros fenómenos internos nos fuerza a extender 
la uuidad de la misma clase natural a todo el reino de 
los sentimientos y tendencias (1). 
(l) Es interesante e instructivo observar .el vano empeño de 
los psicólogos por determinar un límite fij o entre el sentimiento 
y la voluntad o la tendencia. Contradicen' el uso tradicional del 
154 ­
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§ 2. Si la clase fundamental es la misma para los 
fenómenos del sentimiento y los de la voluntad, es 
preoiso que, cou arreglo al principio de división ad· 
mitidopor nosotros, el modo de la referencia de una 
y otra coneiencia sea esencialmente afín. Pero ¿qué 
debemos indicar como carácter común de su direc­
lenguaje; y el uno contradice al otro, y a veces se contradice a 
si mismo. Kant coloca el desesperanzado anhelo del imposible 
reconocido, en la facultad apetitiva. y no dudo que habría coloca­
do en ella también el arrepentimiento; y, sin embargo, esto no 
concuerda ni con el modo habitual de designación, cuando se ha­
bla de un sentimiento de anhelo. ni con la definición kantiana de 
la facultad de desear como "la facultad de ser, mediante las pro­
pias representaciones, la causa de la realidad de los objetos de 
estas representaciones". Hamilton se admira de la confusión 
entre los fenómenos de ambas clases, muy frecuente, como él re­
conoce, siendo tan fácil descubrir el límite naturalentre ellos 
(Led. ot~ metaph., II, p. 433); pero sus repetidos esfuerzos para 
dar una definición exacta muestran que no es esto cosa fácil en 
modo alguno. Como ya vimos, dice que los sentimientos carecen 
de objeto, en el pleno sentido de la expresión, que son "sub­
j etivamente subjetivos", mientras que, según él, las tendencias 
todas van dirigidas hacia un objeto; en 10 cual, pudiera creer­
se, tiene hallado un criterio sencillo y fácilmente aplicable. Pero 
aunque éste sería el caso, si la definición correspondiese a la pe­
culiaridad de los fenómenos, Hamilton no pudo satisfacerse con 
ella, dada su positiva inexactitud; incluso tratándose de los 
sentimientos más caracterizados, como la alegría y la tristeza, 
todos dirán que también ellos les parecen tener un objeto. Ha­
milton establece otra diferencia, aunque quizá no sin alguna 
contradicción con la primera; dice que el sentimiento se refiere 
sólo a 10 presente, mientras el apetito se dirige a 10 futuro. "El 
- 155­
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ClOn a lo! objetos? La experiencia interna dehe l'e,,­
ponder también a esto, si nuestra opinión es justa. 
Ella lo hace, en efecto, y suministra así inmediata­
mente otra prueba más de la unidad de esta clase 
suprema. 
Así como la naturaleza general del juicio consiste 
en que un hecho es admitido o rechazado, aeÍ el ca-
placer y el dolor----rlice-, como sentimientos, pertenecen exclu­
sivamente al presente, mientras que el apetito se refiere única­
mente al futuro; el apetito es un deseo, una tendencia o a con­
servar duraderamente el estado presente o a trocarlo por otro) 
(H, p, 633), Estas definiciones no yerran, corno las anteriores, 
en que una de ellas no corresponde en verdad a ningún fenó­
meno psíquico, Pero éste es también su único mérito, pues la 
división del conjunto, en presente y futuro, es tan incompleta 
corno arbitraria. Es incompleta, pues ¿dónde hemos de poner 
aquellas emociones que no se refieren al presente o al futuro, 
sino al pasado, corno el arrepentimiento y la gratitud? Habría 
que formar una tercera clase para ellas. Pero este fuera el mal 
menor; mucho peor es la arbi~rariedad con que los fenómenos 
psíquicos más cercanos deberían separarse en clases fundamer.­
tales diversas, en atención a las diversas características tempo­
rales de sus objetos. Así, por ejemplo, los fenómenos que se 
suelen designar corno deseos, se refieren, en parte, a 10 futuro, 
en parte a lo presente, en parte a lo pasado. Deseo verte a me­
nudo; quisiera ser rico; desearía no haberlo hecho, son ejem­
plos que representan los tres tiempos; y aunque los dos últi­
dos deseos sean estériles y sin esperanza, el carácter general 
del deseo subsiste en ellos, corno Kant~la autoridad preferida 
de Hamilton-reconoce. Pero puede incluso suceder que si alguien 
desea que su hermano haya llegado felizmente a América, su 
deseo se refiera al pasado, sin por esto referirse a algo cuya 
rácter general de la eslera qué nos ocupa ahora con· 
siste también, según el testimonio de la experiencia 
interna, en cierto admiti:t: o rechazar, aunque no en 
el mismo sentido, sino en uno análogo. Lo mismo que 
/:lIgo puede ser contenido de un juicio, 'por cuanto 
como verdadero sea admisible o como falso rechaza· 
hle, así también puede ser contenido de un fenómeno 
imposibilidad sea evidente. ¿ Debemos considerar estos estados 
psíquicos, que el lenguaje reune aquí bajo el nombre de deseos, 
como no emparentados estrechamente? ¿ Debernos separarlos, 
para poner una parte con los actos voluntarios, otra con el do­
lor y el placer, otra tercera con la clase que formáramos para 
el pasado? Creo que 10 inj ustificado y antinatural de este pro­
ceder no escaparía a nadie. Así, pues, también este ensayo de 
una delimitación entre el sentimiento y la voluntad es comple­
tamente desgraciado, Por consiguiente, no es extraño que la 
confusión entre los sentimientos y las tendencias, que Hamilton 
censura en los demás, haya de sufrirla él mismo sin remedio. 
Si se leen las definiciones que da de los fenómenos en particu­
lar, difícilmente se acierta, a veces, a saber en cuál de sus dos 
clases fundamentales quiso poner uno u otro. Define la vanidad .... corno "el deseo de agradar a otros, por afán de ser considera­
do por ellos", y la sitúa entre los sentimientos (H, p, 515); 
pone igualmente entre ellos el remordimiento y la vergüenza; 
esto es, "el temor y cuidado de atraerse el menosprecio de los 
otros ", como si en ambos su dirección a un objeto y su referen­
cia a algo no presenté--en el uno por sí mismo, en la otra se­
gún la definición que Hamilton da--"11o fuese visible del modo 
más claro. Este completo fracaso de un pensador tan autoriza­
do confirma, creo yo, de un modo contundente, 10 que he ad­
vertido sobre la falta de una clara delimitación entre las dos 
supuestas clases fundamentales, trazada por la naturaleza mi.ma, 
-157 ­-156 ­
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de la tercera clase fundamental, por 'cuanto como 
hueno pueda ser grato (en el sentido más amplio de 
lá palabra), o como malo, ingrato. Si allí se trataba 
de la verdad y la falsedad de un objeto, aquí se trata 
de su valor o no valor. 
Creo que nadie entenderá mis palabras como si yo 
quisiera decir que los fenómenos de esta clase .son 
actos de conocimiento, por los cuales se percibe bon­
dad o. maldad, valor o no valor en ciertos objetos; 
pero advierto expresamente que esto fuera un total 
desconocimiento ele mi verdadera opinión, para hacer 
completamente imposible toda interpretación seme­
jllnte. Si fuera de otro· modo~ contaría estos fenóme­
nos entre los juioios, mientras que los separo de ellos 
formando una clase especial; y además presupondría, 
en general, las representaciones de bondad y maldad, 
valor y no valor, para esta clase de fenómenos, mien­
tras que no sólo no lo hago, sino que, antes bien, 
mostraré cómo todas las representaciones de esta Ín­
dole 'surgen de la experiencia interna de estos fenó­
menos. También las representaciones de la verdad y 
l~ falsedad nos vienen en consideración a los juicios, 
y sobre el supuesto de ellos, como nadie duda. Cuan­
do decimos que todo juicio que ad'mite es asenti­
miento, y todo juicio que rechaza disentimiento, esto 
no significa que aquél consista en una predicación de 
la verdad respecto de 10 asentido, ni éste en una 
predicación de la falsedad respecto de 10 disentido; 
nuestras explicaciones anteriores han demostrado· que 
-158 ­
10 que estas expresIones si.gnifican es una lllodalidatl . 
especial de la recepción intencional de un objeto, una 
modalidad especial de la referencia psíquica a un 
contenido de la conciencia. Lo único exacto es que 
quien aS'Íente a algo~ no sólo admite el ohjeto, sino 
que, además, a la pregunta de si el objcto debe ser 
admitido, admitirá tamhién la admisibilidad del ob· 
j<:'to, esto es (pues la hárbara expresión no significa 
otra cosa), la verdad del objeto. La expresión de 
af.entimiento se explica asÍ. Y la expresión de disen­
timiento se explicará de un modo análogo. 
Pues igualmcnte, las expresiones "ser grato como 
bueno", "ser ingt'ato como malo'" que usamos aquÍ 
'de un modo análogo, no significan, para n0801r0:5, 
que en los fenómenos de esta clase la bondad sea atri­
huídaa una cosa grata como buena, o la maldad a 
una ingrata como mala; antes hien, significan una 
modalidad especial de la referencia· de la actividad 
psíquica a un contenido. Lo único exacto, aquí tam­
bién, es que aquella persona cuya conciencia se refie­
ra de este modo a un contenido, afirmará a conse: 
cuencía de ello la pregunta de si el objeto es de na­
turaleza tal que se pued.a entrar con él en la refe­
rencia correspondiente; 10 cual no significa nada sino 
alribuirle bondad o maldad, valor o no valor. 
Un fenómeno de esta clase no es un juicio. como 
el de "esto debe amarse" o "esto dehe odiarse" (éstos 
fueran juiciossohre la bondad y la maldad), sino 
que es un acto de amor o -de odio. 
159 ­
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Repito~ pues, ahora, en el sentido de la explicación 
doda, y sin el recelo de ser mal entendido, que en los 
fenómenos de esta clase se trata de la bondad y la 
maldad, del valor o el no valor de los objetos, aná· 
logamente a como en los juicios se trata de la verdad 
o Ja falsedad. Y esta característica referencia al obje­
to es la que, como sostengo, la percepdón interna 
nos da a conocer, de un modo igualmente inmediato 
y evidente, en el apetito y la volición, así como en 
todo cuanto llamamos sentimiento o emoción. 
§ 3. Lo que digo, puede considerarse como reco­
nocido universalmente respecto de las tendencias, ape­
titos y voliciones, Oigamos a uno de los defensores 
más sobresalientes e influyentes de la distinción fun­
damental entre sentimiento y voluntad, 
Lotze, al combatir a aquellos que consideran la 
voluntad como un saber y dicen que el "yo quiero 
ser" es igual a un seguro "yo seré", pone la esencia 
de la volición en una aprobación o desaprobación, o 
sea, en hallar una cosa buena o mala. Sólo acaso la 
certeza de que obraré, dice, "puede ser equivalente al 
::aber de mi volición; pero entonces, aquel elemento 
f 
r peculiar de la aprohación, de la admisión o propó. 
sito, que hace de la voluntad una voluntad, estará in­
cJuído en el concepto de! obrar". Y volviéndose con­
tra aquellos que quieren concel)ir la voluntad como 
I cierto poder de ohrar, explica: "Esta aprobación, por la cual nuestra voluntad adopta como suya la reso­
lución que los apI'emiantes motivos del curso de las t 
J. I -160 ­t . 1 
't'1l 
representaciones le ofrecen; o la desaprobación, con 
lE'" cual la separa de sí, serían concebibles ambas, 
iI.uuque ninguna de las dos po'seyera el menor poder 
para iutel'venir, determinando y modificando el cur­
so de los sucesos internos" (1), ¿Qué es esta apro­
bación o desaprobación de que Lotze habla? Es claro 
([ue no quiere decir el hallar una cosa buena o mala. 
t.n el sentido de un juicio práctico, pues coloca lo! 
juicios en la clase de las representaciones, como ya 
hemos visto. Luego ¿qué otra cosa enseña, sino que 
la esencia de la volición consiste en una referencia 
especial de la actividad psíquica al objeto oomo bue­
110 o malo? 
Análogamente podríamos aducir pasajes de Kant 
y de Mendels80hn, los principales fundadores de la 
división tripartita usual, que indican cómo esta refe­
rencia al objeto como bueno o malo constituye el ca­
rácter fundamental de todo apetito (2). Pero prefe­
rimos retroceder en seguida a la antigiiedad, par1­
unir el testimonio de la psicología antigua con el de 
la moderna. 
Aristóteles habla aquí con una claridad que no deja 
nada que desear. "Bueno" y "apetecible" son térmi­
nos sinónimos para él. "El objeto del apetito" (to 
opax-cóv ), dice en -sus libros del alma, "es lo bueno 
o lo que aparece como bueno", Y al principio de su 
(1) Microcosmos, 1." ed., I, p. 280. 
(2) Cí. Mendelssohn, Obras completas, IV, p. I22 Y ss. 
- 161­ II 
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Etica expLica: "TO'da acción y tO'da elección parece. 
tender a algO' buenO', PO'r lO' cual se ha designadO' lO'" 
buenO', cO'n razón, cO'mO' aquello a que tO'dO' tiende (1). 
Por estO' identifica también la causa final cO'n el 
Líen (2). Esta teO'rÍa subsistió en la Edad Media. 
TO'más de AquinO' enseña, cO'n tO'da claridad, que así 
cO'mo el pensamientO' entra en relación cO'n un objeto 
en cuantO' cO'gnO'scible, el apetitO' entra en relación 
cO'n él en cuantO' buenO'. De este mO'dO', puede suceder 
que unO' y el mismO' O'hjetO' sea O'bjetO' de actividades 
psíquicas tO'talmente heterO'géneas (3). 
" VemO's en estO's ejemplos cómo 10'8 pensadores más 
sobresalientes de los diversO's períO'dO's están unánimes 
en recO'nO'cer el hecho de experiencia señalado por 
nO'sO'trO's, respectO' de las tendencias y la volunta"d, 
aunque quizá nO' tO'dO'S aprecian su significación de 
igual mO'dO'. 
§ 4. VolvamO's ahO'ra a 108 otros fenómenO'8 de 
que se trata y, especialmente, hacia el placer y el do­
10'1', que la mayO'ría de las veces suelen distinguirse 
de la voluntad como sentimientO's. ¿Es exactO' que. 
también aquí la experiencia interna nO's haga descu· 
brir con claridad aquel peculiar mO'dO' de la referen­
cia a un contenido, aquel "ser grato cO'mO' bueno" o 
"ser. ingratO' cO'mo maIO''', cO'mO' carácter fundamen­
(1) De Anim., III, 10. Et1~. Nic., I, I. Metaph;, A, 7. Cí. 
también Reth., I, 6. 
(2) Metaph., A, 10, Y Passitffi. 
(3) Cí., p. ej., Summ. Theol., P. 1. Q. 80. A 1 ad 2. 
-162 ­
tal de lO'S fenómenO's? ¿Trátase aquí claramente del 
valO'r y el nO' valO'r de los O'bjetO's, de un mO'do análo­
gO' a como se trata de su verdad o falsedad en el 
juiciO'? PO'r lo que a mí toca, estO' me parece no me· 
HO'S evidente en ellO's que en el apetitO'. 
Mas comO' podría creerse que una prevención ac· 
túa aquí y me hace interpretar mal los fenómenO's, 
[fpelaré también a lO'S testimoniO's ajenO's. 
OigamO's, ante todO', a LO'tze también en este pun­
to. "Si una prO'piedad primitiva del espíritu era la de 
no sólO' experimentar modificaciones, sino también 
percibirlas represél1tándO'sela8~dice en su llJicrocos­
mas (1) -, un rasgo igualmente primitivO' del mismO' 
es el de nO' sólo representárselas, sinO' percatarse tam­
~bién, en el placer y dolor, del valor que tienen para 
él." Inmediatamente después, se expresa de un modO' 
análogO': "En el sentimientO' del placer, el alma se 
hace cO'nsciente del ejerciciO' de sus fuerzas como de 
un aumento en el valor de su existencia." Y repite freo 
cuentemente la idea y la mantiene PO'r igual tratán. 
dO'se de lO'S sentimientO's superiO'res e inferiO'res. El 
núcleO' prO'piO' del impulso sensible es, ..según él, ~'úni­
camente un sentimientO' que, en el placer ydO'lor, nO's 
denuncia el valor de un estadO' corporal que acasO' no 
l1ega al cO'nO'cimiento cO'nsciente" (2); Y "los princi. 
pios mO'rales de tO'dos los tiempos han sido máximas 
(1) Microcosmos, 1." ed., 1, p. 20I. 
(2) Ibídem, p. 277. 
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del sentimiento que percibe valor"; y "han sido apro­
bados por el espíritu siempre de otro modo que la" 
ver,dades del conocimiento" (1). 
No me atrevo a definir con plena seguridad cómo 
-'pórque, en tal caso, lo habría subordinado 
mera. clase. La expresión parece, pues, poder justifi­
carse sólo de un modo, y precisamente en el sentido 
Lotzc se imagina la pCl'cepcióndel valor en el senti­
miento; pero quc no considel'aha el sentimiento mis­
mo como el conocimiento de un valor es indudahle, 
no sólo por razón de algunas declaraciones (2), süw 
(1) Microcos11Ios, r. a ed" p. 268. 
(2) En el pasaje acabado de citar opone la aprobación me­
diante el sentimiento (como "otra modalidad de la aprobación") 
a toda admisión rte una verdad. Y en la p, 262 dice que los sen­
timientos de placer o dolor "serían siempre referidos por nos­
otros a alguna estimulación o perturbación desconocida". La ad­
misión sigue al sentimiento, aunque sea pisándole los talones,­
Pero si preguntamos por qué esos sentimientos son referidos 
siempre así, no logramos de Lotze, a mi parecer, ninguna res­
puesta enteramente satisfactoria, Su opinión no parece la de que 
la representación de ese placer, sin una estimulación simultá­nea como aquella a la cual, según Lotze, la referimos, encerraría 
lma contradicción. ¿ De dónde, pues, aquella necesidad o inven­
cible inclinación ?-Nosotros, desde nuestro punto de vista, po­
demos, creo yo, responder a la pregunta: Con la misma nece­
sidad con que se atribuye la verdad al objeto de un juicio afirma­
tivo o negativo, a consecuencia de este juicio, atribúyesele valor 
o no valor al objeto de una actividad de la tercera clase funda­
mental, al ejercer esta actividad, y como consecuencia de ella. 
Pues así sucede también en el placer y el dolor. Si tenemos una 
sensación acompañada de placer, atribuimos un valor a la sensa­
'dón, 	y en este sentido el proceso es evidentemente necesario. 
Pero al punto somos llevados más lejos. Notando, por ejemplo, 
que las sensaciones agradables proceden de ciertos procesos cor-
I 
l· 
1 
1 
.~ 
- ]64­
>-J'-ir. 
a su' pri ­
de nuestra concepción. Es tamhién digno de nota el 
hecho de que totze no diga meramente que el senti­
miento percibe el valor y el no valor, poniéndolo así 
en referencia con el objeto como hueno o malo, sino 
que también, respecto a él, se sil've enteramente de 
la misma expresión, aprobar, que había empleado 
antes para denominar el "elemento peculiar que hace 
de la voluntad, voluntad", A la inversa, otra vez dice, "<.; 
en vez de "querer", "participación cordial" (1), ex­
porales, también éstos serán ne<:esariamente valiosos para nos­
otros, a causa de sus consecuencias, y por virtud de las leyes 
peculiares, que hemos de estable<:er posteriormente para esta 
esfera de los fenómenos psíquicos, sucederá que se harán paula­
tinamente objetos de nuestro amor y estimación, con indepen­ i ­
dencia de las consecuencias. Puede suceder incluso que les adju­
diquemos excelencias, para admitir las cuales no poseemos la 
menor base racional, como cuando sin ninguna experiencia de 
que los manjares sabrosos sean saludables les at-ribuímos esta 
buena propiedad por su sabor. La superstición del pueblo quie­
re ver una excelente medicina en el oro, porque resulta múl­
tiplemente valioso y útil, desde otro punto de vista. Pero en 
nuestro caso hay experiencias específicas que dan a conocer una 
amplia correspondencia entre el placer y la estimulación orgá­
nica, y permiten una presunción racional de que .10 mismo pueda 
pasar en el caso particular presente. Estos motivos pueden aña­
dirse a los antes expuestos, si no universalmente, siquiera por 
10 regular, y colabora,r con ellos. 
(1) Ibídem, p. 280. 
-165 ­
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presión usada habitualmente para los fenómenos del 
placer y la pena. ¿Cómo no ver en esta transferencia 
de las expresiones más características de una esfera 
a otra, un testimonio involuntario, pero significativo, 
de la esencial afinidad entre el modo de referirse los ~~ 
"fenóm;enos de ambas partes a sus objetos, y, con ello, 
ue su común pertenencia a una clase fundamental? 
Hamilton-pues tampoco queremos dejar sin men­
ción a este gran defensor de la independencia de lo"! 
sentimientos-, con términos enteramente análogos a 
108 de Lotze, llama "placer y dolor" a una aprecia­
ción del valor relativo de los objetos (1). Dejemos u 
eu cuidado el poner en consonancia este aserto con el 
carácter "subjetivamente subjetivo", que, según él, 
tienen los sentimientos. Declaraciones semejantes, que 
reconocen claramente la referencia de los fenómenos 
sentimentales a los objetos como buenos y malos, se 
repiten en él en otras partes, incluso con lImcha fre­
cuencia (2). 
En fin, Kant, en su Crítica del juicio, precisamente 
cuando quiere distinguir el sentimiento y el apetito, 
denomina ,ambos complacencia, sólo que la una des­
interesada y la otra práctica, Investigado con más 
detalle, esto viene a significar que en el sentimiento 
se ti,ene un interés meramente por la repre,sentación 
p, 436, nú­
nes 
es 
qué 
(1), Lect. on M et(J¡ph.) I, p. 188. 
(2) Cf. ibídem, n, p. 434 Y ss., especialmente 
meros 3 y 4. 
-166 ­
". 
de un objeto, mientras que en el apetito el interés 
sp dirige a la existencia del objeto; y también esta 
distinción desaparecería, si se demostrara que lo que 
Kant llama aquí sentimiento está dirigido, en verdad, 
a uquella representación misma como a su objeto, 
Mas en un escrito anterior, Kant dice derechamente: 
"En nuestros días se ha comenzado a ver que la fa­
cultadde representarse 10 verdadero es el conoci­
miento, y la de percibir lo bneno, el sentimiento, y 
que ambas no deben confudirse una con otra" (1). 
Tales testimonios en boca de los adversarios más 
sobresalientes, son ciertamente de una innegable sig­
nificación. Y también aquí las afirmaciones concor­
dalltes de los períodos transcurridos hace mucho, se 
unen con las modernas (2). 
(1) Investigación sobre la claridad de los prittcipios de la 
Teología natural y la M oral, I, p. 109, escrito del año 1763. 
(2) Herbart aduce algunos otros testimonios recientes, pe;o 
muy involuntarios, en pro del carácter común del sentimiento y 
la voluntad, Si se l}regunta a los psicólogos cuál sea el origen 
de los límites entre el sentimiento y el apetito, "sus explicacio­
nes---dice-se mueven en círculo ... ". Maass, en la obra sobre los 
sentimientos (p. 39 de la 1." p,), explica el sentimiento por el 
apetito ("un sentimiento es agradable en tanto es apetecido por 
él mismo"); pero este mismo autor, en la obra sobre las pasio­
(p. 2, d, p, 7), dice que es una conocida ley natural el 
apetecer 10 que es representado como bueno y el repeler 10 que 
representado como malo. Con lo cual surge la cuestión de 
es lo bltell,o y qué lo malo. A la cual recibimos esta res­
puesta: la sensibilidad representa como bueno aquello por lo cual 
-167 ­
1 
~~~~1!fq,f't+r:e., ,f #:;%aJlih~.@~'~'~~:".1! 
1¡~;,; 
r '.' 
Nuestra ojeada histórica nos ha enseñado cuán poúUr¡;17~:' 
exacto es que, como Kant pensab,a, sólo en su tiempo!! !-l:: ,:5. ;.. '. 
8(' comenzara a colocar una facultad especial que se~. rf~,
t·;. 	 refiere a algo como bueno, al lado de la qua está di·i¡ín·.{ ': 	 rigida a algo como verdadero. La .psicología antigua,
\:~H en el espacio y tiempo que Aristóteles la señorcó, di,,­'" 
~' ~j,:; tinguió en este sentido el pensamiento y el apetito. 
i';. ¡~(; " Los sentimientos de placer y dolor, y, en general, 
,'. ~; 
'.' 
"'¡~ 
cuanto no es 'pensamiento representativo o juicio, es­
, {1: ~ taban comprendidos también en el apetito - tanto 
aquélla ensanchó el término-o Esto implicaba lo qw:lo!., 
nos interesa principalmente en nuestra cuestión, la~" FI/ 
afirmación de que la relación a los objetos como bue­
dI;' 
nos o malos que sostenemos es el carácter esencial y 
" -F' universal de los sentimientos, se da en ellos 110 menos 
>~\' que en el apetito y la voluntad. Las, declaraciones det,":'
:1"' 	 ~~ ~ . Aristóteles sobre la referencia del placer concomi­
'1, " tante a la perfección del neto, que se encuentran en la 
~" Etica Nicomaquea, y que hemos mencionado en la 
\1," investigación sobre la conciencia, y algunos pasajeB 
¡~'II.' 
[' 11': 	 es agradablemente afectada, etc. Y ya hemos incurrido en el 
r 
j,.,. 	 círculo.-Hoffbauer, en su Compendio de la psicología empírica, 
~. comienza el capítulo de la facultad afectiva y la facultad apeti­
1· N 
t/ 	 tiva así: "Tenernos conciencia de muchos estados que tendemos•~>u~~> 	 a producir; llamarnos agrcuiables a estos estados. Ciertas repre­
t ' sentaciones engendran en nosotros la tendencia a realizar su ob­
~~ Y.i_ 
jeto; llamamos apetito a esta tendencia ", etc. Los sentimientos y 
los apetitos tienen aquí la misma base, la tendencia (Manual 
de Psicología, P. 2'-, Seco 1.&, cap. IV, § 96). 
-168 ­
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~ 
t~ 
~ , 
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de su Retórica (1), revelan lo mismo. La escuéla pe­
ripatética de la, EdadMedia, en especial Tomás d¡.; 
;.¡'''''' Aquino, en su interesante doctrina sobre la conexión 
de las emociones, defiende la misma concepción del 
modo más inequívoco (2) • 
También el lenguaje de la vida cOlTiente indica 
que en el placer y el dolor existe una referencia al 
objeto, la cual es esencialmente afín a la de la volun­
ta d. El lenguaje gusta de tl'ansportar las expresioncs 
{[ue aplicó primero a una esfel'a, ,a la otra. Llamamos 
agradable a lo que nos causa placel", desagradable n 
lo que nos causa dotor; pero hablamos también de 
un agrado y de una aceptación grata por parte de la 
yoluntad. Asimismo el "placer", en el sentido de apro­
bación, fué transportado manifiestamente desde la es­
fera del sentimiento a una resolución voluntaria. y la 
expresión "gustar", eu "haz lo que gustes" o "¿le 
gusta a usted ?", etc., ha experimentado el mismo tra,,­
lado, 110 menos claramente. Hasta la palabra "placer" 
en la pregunta "¿ te place?" se convierte en el signo 
innegable de una dirección de ]a voluntad. Por otro 
lado, la "malquerencia" apenas puede llamarse un 
acto de voluntad, aunque la expresión está derivada 
de ésta, y la expresión alemana t{,iderwillen (literal­
mente "contravoluntad"), que designa ciertos fenó­
(1) V. li:bro n, cap. nI, § 6 de mi Psicol. desde el p. de 
vista emjJ.-V. Bhet., 1, n, especialmente p. 1.370, a, 16; n, 4. 
p. 1.3'81, a, 6. 
(2) Smwm. Theol., p, II, 1, Q. 26 y ss. 
169 
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~. .., 
r ' r .7,., 
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·~t.'·'. .. ,. 
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menos de la repugnancia, se ha convertido innegable­
mente en el nombre de un sentimiento. 
Pero el lenguaje hace más que transportar ciertos 
nombres de los fenómenos de una esfera a los fenó­
' . " "" d' " menos de 1a otra. En 1os tel'mmos amor y o 10 , 
tiene un medio de designación que es aplicable a to­
dos los fenómenos de la esfera, de un modo entera­
mente peculiar. Pues aunque sean menos habituales, 
en uno u otro caso, cualquiera comprende, cuando 
se los usa, lo que se ha querido decir con ellos, y ve 
que uo enajenan su significación propia. Lo único que 
habla contra ellos en tales casos, es que el lenguaje 
nsual suele dar la preferencia a términos más espe· 
ciales. Y es que verdaderamente, en un sentido muy 
usual, aunque no exclusivamente ligado con éste, S011 
términos que caracterizan, en su universalidad, el 
modó de la referencia al objeto, peculiar a nuestra 
tercera clase fundamental. 
Las asociaciones de "placer y amor", "amor y 
dolor" y otras semejantes, muestran el término ne 
'amor" aplicado a los sentimientos más caracteriza­
d.os. Y cuando decimos "amable", "odioso", ¿qué sig­
nificamos, sino un fenómeno que despierta placer o 
dolor? Por otro lado, expresiones como "me agrada", 
~'haz 10 que te plazca", aluden claramente a fenóme­
nos de la voluntad. En la frase: "tiene una predilec­
ción por la profesión científica", se expresa algo que 
quizá muchos considerarán como sentimiento, mien­
tras otros lo considerarán como una dirección habitual 
-170 ­
de la voluntad. Igualmente dejo a otros que decidan 
si en nombres - como "malquisto", "desamorado''. 
"predilecto" (como en "caballo predilecto" y "estu­
dio predilecto") -se pueden aducir más motivos palla 
<l1ribuir el estado psíquico, de que se habla, a la es­
fera que llaman de los sentimientos o a la que consig­
nan a la voluntad. Por lo que a mí tdca, creo que, 
como expresiones más generales, abarcan ambas es· 
feras en este caso particular. 
Quien anhela algo, ama tenerlo; aquello que en­
tristece a alguien, sufre el desamor de aquel a quien 
entristece; quien se alegra de algo, quiere que sea; 
quien quiere hacer algo, ama hacerlo (si no en sí r 
por sí, al menos por esta o aquella consecuencia), 
etcétera; y los actos nombrados no son actos que 
coexistan mel'amente con un acto de amor, sino que 
ellos mismos son actos de amor. Resulta, pues, que 
'Iser bueno" y "ser amable", lo mismo que, por otro 
lado, "ser malo" y "ser odioso", dicen lo tnislno, y 
tenemos derecho a elegir el término de "amor" por 
nombre de nuestra tercera clase fundamental, com­
prendiendo en él el opuesto, análogamente a como se 
suele hacer con el apetito y la voluntad, como ya se 
indicó. 
Como resultad~ de nuestra discusión, podemos afir­
lllar que la experiencia interna revela claramente la 
unidad de clase fundamental para el sentimiento y 
la voluntad. Lo hace mostrándonos que en ninguna 
T;arte hay un límite netamente trazado entre ellos, y 
-171 ­
'$+: 
di.os, p.or decirl.o aSÍ, de l.os cuales n.o se sabe bien sri. 
al dividir la esfera toda en sentimient.o y voluntaJ, 
c.orresp.onderían más a la una .o a la otra parte. El 
;·:?¡~..r~·~:(~~~~:~!~~i!.l~~S~"·~·~~.;~~·~,~· ~'f/:;y:~·r;V~~;;;;!~·:·~·:·~;-.~;~·!~~~~~,4¡=~!:!1f}?1:'
' t'::,, , 
~ n' 
.;.,,"Ptt
~' 
~,. que un carácter c.omlÍn de su referencia al contenido 
",'" 
l.os distingue de l.os restantes fenómenos psíquicos. L.o 
que l.os filósof.os de dirección más diversa-y aun l.os 
mism.os que dividen la esfera en d.os clases funda­
nlentales-han manifestad.o s.obre est.o, alude clara­
mente a este carácter c.omún y c.onfirma-igualmentr; 
que el lenguaje del puebl.o-Ia exactitud de nuestra 
*i'C descripción de l.os fenómen.os intern.os. 
1::;: ~~ ~ ~ 5. Pr.osigam.os el plan ,de nuestra investigación. 
t-:r Cuand.o se trató de dem.ostrar que la representa­
ción y el juici.o s.on d.os distintas clases fundamentales 
de fenómen.os psíquic.os, n.o n.os c.ontentam.oS c.on ape­
lar al testim.onio direct.o de la experiencia; m.ostra­
m.os también que la gran diferencia que existe, inne­
gablemente, entre un.o y .otr.o fenómen.o, debe car­
garse por enter.o a la cuenta de la diversa modalidad 
de su referencia al .objet.o, Si se prescindiera de esta 
diferencia, t.odo juici.o se c.onfundiría c.on una repl'e­
sentación, y viceversa. Planteem.os ah.ora la misma 
cuestión t.ocante al sentimient.o y la v.oluntad. Quien 
1 • .0 l'ec.onociese ninguna diferencia, en el modo de la 
c.onciencia, entre un sentimient.o de alegría y d.olor 
y una v.olición, ¿sería igualmente incapaz de indicar 
a]g.o distintiv.o? ¿Habría desaparecido también t.oda 
diversidad entl'e ell.os? Este n.o es, seguramente, el 
cas.o. 
Hem.os visto anteriOl'mcllte cóm.o ellll'c sentÍ!' una 
alegría o un d.olor y la volición, en el sentid.o más 
propi.o, hay una serie de estad.os psíquicos inlerme­
- 172­
gi 
~.' 
anhel.o, la esperanza, la decisión y .otros fenómen.os 
pertenecen a estos estad.os. Nadie sostendrá, cierta­
mente, que cada una de estas clases sea de tal Índ.olc 
que no se pueda indicar ninguna diferencia entre 
ellas, fuera de una particularidad en la referencia al 
objet.o. Las peculiaridades de las representaciones y 
las peeulial'idades de l.os juicios, que yacen en el f.on­
d.ode ellas, sirven para diferenciar las unas de la~ 
otras; y a es.tas diferencias se ha atendid.o cuand.o, an­
tigua y m.odernamente, se ha intentado delimitarlas 
definiénd.olas. Ya Aris,tóteles 1.0 ha hecho en su Re­
tórica y en la Etica Nicomaquea; y .oh'.os, com.o, p.or 
ejempl.o, Cicerón, en el libr.o IV de las Tusculwnae 
Qnestiones. han seguid.o su ejempl.o. P.osteri.ormente 
enc.ont'ram.os ensay.os análog.os en l.os Padres de la 
Iglesia, c.om.o Greg.ori.o de Nisa, Agustín y otr.os, y en 
un grado eminente, en la Edad Media, en Tomás de 
Aquino, en Prima SecundM. V.olvem.os a enc.ontrar­
los, en la Edad M.oderna, en Deseartes, en su Tratado 
de las pasiones; en Spinoza, en la tercera parte de su 
Etica, la de más mél'lito de t.oda la ohra; ulterior­
m,ente, en Hume, Hartley, James MilI, etc., hasta 
l1uestro tiemp.o. 
Naturalmente, estas definici.ones,queriend.o deli­
mitar una clase particular, n.o sólo frente a otra, sin.o 
frente a todaslas demás, n.o siempre han p.odid.o pres­
-173 ­
L 
http:V.olvem.os
http:an�log.os
http:ensay.os
http:enc.ont'ram.os
http:estad.os
http:fen�men.os
http:estad.os
http:Planteem.os
http:c.ontentam.oS
http:ps�quic.os
http:fen�men.os
http:Pr.osigam.os
http:intern.os
http:fen�men.os
http:fil�sof.os
• 	 cindir de la antítesis que reina en esta esfera, con¡.o 
la antítesis de la afirma.cÍón y la negación reina en 
la esfera del juicio, y también hubieron de tomar 
en cuenta a veces las diferencias en la intensidad de 
los fenómeno.s, Pero más no es neéesario, y, para lu 
restante, ba8'tan los medios mencionados anteriormen.. 
te para definir 108 conceptos de todas las clases pero 
tenecientesa esta esfera; con lo cual, naturalmente, 
no se ha dicho que todo ensayo. hecho con su ayuda 
haya tenido éxito realmente. 
Lotze, que, en su P.~ic()logía médica, sigue este ca­
mino de la definición para diversas clases que coloca 
entre los sentimientos, se abstiene de todo ensayo se­
mejante respecto a la particularidad de la voluntad, 
teniéndolo por necesariamente inf,ructuoso. "Vana· 
mente-díee-se intenta negar la existencia de la 
voluntad, tan vanamente como si nos esforzásemoB 
por definir, mediante explicaciones descriptivas, su 
naturaleza simple, que sólo se puede sentir de un 
modo inmediato" (1). Esto es consecuente desde su 
punto de vista (2) , pero no me parece exacto en modo 
alguno. 
(1) Microcosmos, LA ed., 1, p. 280. 
(2) Kant y Hami!ton no han sacado la consecuencia; pero, 
por un lado, fueron poco felices en sus ensayos; por otro lado, 
en la medida en que tuvieron éxito, dan solamente testimonio, 
contra su idea básica, de que existe una diferencia fundamental 
de clase. Así, Kant, cuando opone la compl<l.cencia de la volun~ 
tad, como complacencia en el ser, a la complacencia del senti­
-174 ­
',.,f.,', .•• •. 
To·da volición partiCipa cn el carácter común d.~ 
nuestra tercera clase fundamental, y por esto quien 
designa lo querido como algo que es grato, amahle a 
alguien, ha caracterizado con ello la naturaleza dc 
la actividad voluntaria, en cierto modo y con extre· 
ma universalidad. Si se añaden luego caracte1'Ísticas 
hasadas en la particularidad del contenido, en la pe­
culiaridad de la representación y del juicio, que ya­
cen en el fondo de la volición, complétase la prime· 
1"a indicación de un modo análogo, formando una 
definición exactamente dclimitativa, como la de una 
clase de los sentimientos, en otros casos. Toda voli­
ción se endereza a una acción que creemos entra en :\ 
.; 
nuestro poder, a un bien esperado como consecuen­ 1 
\ 
cia de 	la volición misma. 
.'Ya Aristóteles ha tocado estas definiciones especí­
ficas, al definir lo elegible diciendo que es un bien a 
a]canzar mediante la actividad. James Mill y Alexan­
del' Bain han analizado más profundamente las con­
diciones especiales del fenómeno~ contenidas en las 
representaciones y juicios básicos. Estos análisi8~ aun­
que alguien pueda encontrar criticable en ellos esto 
o aquello~ despertarán, creo yo, en todo el que los 
considere, la convicción de que se puede definir tam­
bien la voluntad, por modo análogo y con medios \. 
análogos a las clases particulares de los sentimientos, 
miento, como complacencia desinteresada, que se satisface me­
diante la mera representación. 
- 175 
como 
definible 
ál con­
con esto 
sí el fenó­
una claridatl 
. clases e~peciales que generalmente se incluyen en ei 
sentimiento. Porque cada una de ellas ofrece, para 
servirme de una expresión del mismo Lotze, un colo­
rido particular. A quien no haya sentido' más que 
l;s emociones de la alegría y de la tristeza, no será 
posible dade noción intuitiva de la 'peculiaridad ín­
tima de la esperanza o ,del temor, mediante definición 
~t:'V-.<".""~"/ 
!-: ' 
,,~ 
~.' . 
Íf 
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J",l:' • ' •. é''', .,••rp:!""..:.,.~!'("I'-~~; it12:.'4';'4J4tU 
y que no es tau indescriptiblemente simple, 
Lotze enseñaba (1). 
§ 6. Pero si dijimos que la voluntad es 
mediante la adición de tales caucterÍsticas 
cepto genel'al del amor, no queremos decir 
que quien nunca haya experimentado en 
meno especial mismo, pueda llegar a 
com,p]eta acerca de él, mediante la definición. Este 
no es el caso en modo alguno. En este respecto existe 
una gran diferencia entre la definición de la voluntad 
y la definición de UIla clase especial de juicios, me­
diante la indicación del género del contenido, al cual 
se dirigen afirmativa o negativamente. Cuando se ha 
pronunciado algún juicio afirmativo o negativo, cabe 
representarse intuitivamente cualquier otro juicio, tan 
pronto como se sabe a qué está dirigido afirmativa o 
negativamente. En cambio, por frecuentemente que 
alguien haya amado u odiado, en los más varios gra­
dos de energía, nunca podrá representarse perfecta­
mente en su naturaleza peculiar el fenómeno de la vo­
luntad-si no ha tenido in specie vo~unta,d de algo-, 
por la indicación de la particularidad de la voluntad 
en las citadas referencias. Si Lotze no hubiera que­
rido decir nada más que esto, nos habríamos confor­
mado por completo con su oplnlOn. 
Pero todo esto puede decirse igualmente de otras 
(1) En el libro V habremos de ocuparnos más profunda­
mente de la cuestión. 
-176 ­
de estos sentimientos. Es más; otro tanto cabe decir 
con respecto a diferentes especies de alegría: la ale­
gría de la conciencia tranquila y el placer de una \1 
agradable temperatura; la alegría de contemplar un 
, \ 
¡hermoso cuadro, y el placer de degustar un manjar 
.' , 
sllbr.oso, no son distintas sólo cuantitativa. sino que ,~l
lo son cualitativamente, y sin una experiencia espe­ r 
~ j 
,¡cífica, la indicación del objeto particular no podría. 
!
despertar una representación perfectamente con­ :{ 
., 
"gruente. 
• \;1 
En vista de estas diferencias cualitativas, habrá que 
conceder, sin dúda, que dentl"o de la esfera del amor 
existen diferencias en el modo de la refel"encia al 
übjeto. Pero esto no quiere decir que la unidad de 
una misma clase fundam:ental no comprenda a todos 
, I
108 fen6menos del amor. Así cOmO entre dolores cua­
litativamente distintos, también entre fenómen(}s de 
amor cualitativamente distintos existe' una es'encíal 
afinidad y coincidencia. Lacom.paración con la esfera 
del juicío lo explica claramente. También en ésta exis­ , 
ten diferencias en el modo de referirse al objeto, 
puesto que, sobre todo, la diferencia entre admitir y 
- 177­ 12 
rechazar,dehe considerarse MIDO tal (1). Con ju,,' 
<ticia se la llama diferencia de cualidad. Sin embargo, 
puesto que coinciden'en su carácter general, la uni~ 
dad de la clase fundadamente las comprende a a1l1~ 
bas, y su separación, aunque prescrita por la natura­
l~za, no cs, empero, tal que posea una importancia 
tan fundamental, ni mucho menos, como la que exis­
te entre la representación y el juicio. Lo mismo su~ 
cede en nuestro caso. Es más; todavía es-si posible­
más evidente decir que, al proceder a una división 
fundamental de los fenómenos psíquicos, las diferen­
cias cualitativas entre modos especiales del amor no 
pueden tomarse en cuenta, que ,decir que las diferen­
cias de cualidad entre los juicios no deben entrar en 
consideración. Las clases supremas se multiplicarían 
extraordinariamente, o más bien serían realmente in­
numerables, sobre todo si se tiene en cuenta que aque· 
110 que entra en relación con un objeto amado u odia­
do, es, a su vez, objeto de amor o de odio, y muchas 
veces con distinto colorido fenoménico. Además, una 
delimitación harto estrecha de esas clases supremas 
sería contraria al fin de una división primera y fun­
damental. 
Por esO lo!! que han dividido en varias clases fun­
damentales la esfera que nosotros hemos considerado 
(1) Habría que pensar aquí también en las diferencias enlre 
de leyes de génesis ysucesión. También la clase delevidente Y 110 evidente, entre apodíctico y meramente asertórico, 
amor y del odio, tomada como un todo, se nos ofreció 
y otras más. 
-- 179 ­-178 ­
como una sola, no h:m tenidó en cuenia~ en su d ivi· 
sión, todas esas diferencias. Distinguen sólo dos cla­
ses, el sentimiento y la voluntad, pero no tienen en 
cuenta todos los coloridos especialestle los fenóme­
nos del amor y odio que existen en la esfera por ellos 
llumada voluntad, ni los más numerosos que existen 
en la esfera del sentimiento. ASÍ, pues, po!: l'U con­
ducta práctica, reconocen, en la gran mayoría de lo!:! 
casos, que estas diferencias subordinadas no justifican 
una división en diferentes clases fundamentales; con 
lo cual queda admitido, en principio, que, si nuestr.'! 
discusión es exacta, hay que rechazar también su dis­
tinción entre el sentimiento y la voluntad como cla­
ses supremas. 
§ 7. Llegamos a una tercera serie de dilucidacio­
lIes que confirmarán nuestra tesis de la común per­
tenencia del sentimiento y la voluntad a un.a nÚSUFl 
clase fundamental natm'al 
Al tratar de establecer la diferencia fundamental 
entre la representación y el juicio, mostramos cómo 
todas las circunstancias indican que una referencia 
al 'contenido, fundamentalmente diversa, distÍngue a 
un contenido del otro. Al añadirse el juicio a la re­
presentación, encontramos un género enteramente 
nuevo de antítesis, un género enteramente lluevo de 
intensidad, un género enteramente nuevo de perfec­
c-~ón e imperfección y un género enteramente nuevo 
F)f '1''''0"''"'-'''''0 ~~''', '.""'iD--''''''~·--''''-_<=aII!'~'''-~~1~~ ¡;' ;-'-'-';" , • ..~'" ~("" ',' .-:.. ~··.~.-·,;·r_~"~~!"..."\n.~.i·~~r~~"""'.("!~~~':):·/·""I .,,":: .. ~~?r~"!''''."'''':.,,~,~_ ~. . . ., . '. _. '~'.- • " !.. _ -.'., ,1'--,.,_'''; ...•• ," :' ,. ,. ~ .••.: ..• ~1'~"'B>~~ :\;'f' . 
'. 
~. /,'-' 
~" t~:'. 
' 
~ '.' entonces caracteriza:da del mismo modo omnilateral, . , l~: 
por sus peculiaridades, frente a la representación yl· ; 
,:--(,: al juicio. Si una diferencia fundamental, en el modo 
de la referencia al objeto, existiese además dentro>"~('1: :.t,.t::.: . de esta clase misma, debemos esperar que, de un 
.,:.J~, ;, modo análogo, cada esfera revele la singularidad dP­
, ~ su carácter en cada una de las direcciones indicadas.;i~ 't¡", 
Pero, éste no es el caso en modo alguno.r\: "1" 
~. ~ Ante todo, cabe convencerse fácilmente de que, den­
~·>t:',,, 
tro de la esfera total del sentimiento y la voluntad, 
vo aparece en ninguna parte una diversidad de an­
títesis, una ,de la's cuales sea tan heterogénea a la otril 
como la antítesis del amor y el odio es diversa de la 
antítesis de la afirmación y la negación. Aun compa­
rando la alegría y la tústeza con el querer yel no 
, t, querer, vemos que, en el fondo, se nos presenta aquí 
y allí la misma antÍ-tesis entre 10 amable y lo odioso, 
" '" ", 
el agrado y el desagrado. Sin duda, aparece algo mo­
"''', dificada en cada uno de los dos casos, correspondien­
",'<' ! do al diverso colorido de los fenómenos; pero la ¿i­
;' J,',~. , ferencia no es mayor que la que se encuentra entre 
\ • ',. I
.'(lit. !: 
,c ,,' las antítesis de la alegría y la tristeza, la esperanza y 
:lit'! C; " el temor, el denuedo y la pusilanimidad, el deseo y 
<­
';~jI'.J la repulsión, y muchas otras dentro de esta clase. 
!/ "l~,.," Lo misrilO 'pasa con la intensidad. La totalida,d de 
la clase se distingue claramente por un género espe­, tt, 
cial de intensidad. Las diferencias de certeza no son 
, ~:-
comparables con las diferencias en los grados del 
c,!.L· 
amor y del odio, como fué seijalado anteriormente; 
f:~~· , 
~·Il_ - 180­
~j~, • 
r~,i .,. 
,:.~:! 
'.' I 
1 J 
y . risible sería que alguien dijera: esto e8 para mi 
qoble de verosímil que aquello de amable, o cosa se­
mejante. Pero dentro de la propia clase no pasa lu 
rnism:o. Las diferencias de grado en el amor y el odio 
pueden compararse unas con otras, lo mismo que los 
diversos gra,dos de certeza en la afirmación y la nega­
ción. Así como puedo decir sin inconveniente, que 
afirm'o una cosa con mayor certeza que niego otra, 
puedo también decir que amo a una en mayor medi­
dl', que odio a otra. Y puedo definir como mayores y 
menores, en relación mutua, no sólo las intensidades 
de términos antitéticos, sino también las de una ale­
gría y un deseo, y una volición y un propósito. Me 
alegro de esto más que deseo aquello; mi deseo ,de 
volver a verle no es tan fuerte como mi propósito de 
hacerle sentir mi desaprobación, etc. 
Una cosa análoga sucede res'pecto a la perfección 
e imperfección. Hemos visto cómo en las representa­
dones no hay, ni virtud ni maldad moral, por un 
lado, ni conocimiento ni error, por otro. Los dos úl­
timos aparecen con los fenómenos del juicio. La pri~ 
mera pareja se encuentra exclusivamente en la es" 
fera del amor y el odio, como ya se ha dicho. Ma" 
¿encuéntrase quizá en una sola de las dos clases en 
que se ha dividido la esfera, en la voluntad, pero no 
en la de los sentimiento~? Se ve fácilmente que éste 
no es el caso, sino que, así como hay una voluntad 
moralmente buena y moralmente mala, hay también 
sentimientos moralmente buenos y moralmente ma" 
- 181 
¿, 
l<. 
" 
'.'.; 
t.<!,:' 
los, como~ por ejemplo, la compaSlOn, la gratitud, el 
heroísmo, la envidia, la crueldad, la cobardía, etc. A 
causa de la ya indicada falta de una delimitación cla­
ra, ignoro hasta qué puuto alguno de estos ejemplos . " 
no pertenecerá más bien al dominio de la voluntad; 
pero uno sólo de ellos bastaría a nuestro fin (1). Tam­
poco se puede sostener que la virtud y la maldad son 
comunes a ambos dominios, pero que en la voluntad 
se ha de añadir a ellas una clase especial, nueva, de 
pel'Íección e imperfección, y hasta ahora, al menoa, 
nadie, que yo sepa, ha señalado una semejante. 
Pasemo8 al último punto de la comparación, a 1ai5 
leyes de la sucesión de los fenómenos. 
En 108 juicio~ aunque no se muestran indepen­
dientes de las leyes generales del cursa de las repre­
sentaciones, preséntanse, además, otras leyes especia­
(1) Es cierto que los nombres de virtud y maldad suelen ser 
usados por nosotros en un sentido demasiado estrech.o, para que 
se pueda decir de todo acto de amor o de odio que es virtuoso 
o malo. Honramos con el nombre de virtud sólo ciertos actos 
señalados, en los cuales es amado 10 verdaderamente amable, u 
odiado lo verdaderamente odioso; y, asimismo, adjudicamos el 
nombre de maldad sólo a ciertos actos señalados, en los cuales 
tiene lugar una conducta opuesta. Los actos de amor y odio, en 
los cuales una conducta correspondiente parece natural, no se 
designan como virtuosos. Podríamos quizá mostrar Cómo estos 
conceptos pueden ensancharse hasta ser aplicables con una com­
pleta generalidad. Pero nos basta haber demostrado que, tal 
como se les aplica comúnmente, no ofrecen ningún apoyo a 1a 
distinción usual entre el sentimiento y la voluntad. 
- 182 
" 
rs,­
les, quc no pueden derivarse de aquéllas. Hemos ob­
servado ya que estas leyes constituyen las principa­
les hases psicológicas de la lógica. En el amor y ~I 
odio, dijimos entonces, acaece algo análogo; en efec­
to, estos fenómenos no son independientes, ni de la;; 
leyes del curso de las representacioncs, ni de las de 
la génesis y sucesión de 108 juicios, pero, sin embar­
go, también ellos muestran leyes especiales y origi. 
l!ales en su sucesión y desarrollo, las cuales forman 
la~ bases psicológicas de la ~tica. 
Preguntemos a·hora lo que pasa con estas leyes. 
2. Están l'educidas acasa a la clase de la voluntad? 
¿O domina siquiera una parte de ellas 108 sentimien­
tos y las actividades voluntarias juntamente, mien­
tras la otra parte, señalada por un carácter nuevo y 
peculiar, vale exclusivamente para 108 fenómenos de 
la voluntad? Ninguna de ambas cosas es exacta; los 
actos de la voluntad, en un caso, como 108 actos de la 
alegría o la tristeza, en atro, resultan un08 de otros, 
de un modoenteramente análogo. Me alegro o me 
aflijo de un objeto, por causa de otro, mientras que 
aquél, de suyo, me hahría dC'jado .impadhle; e igual­
mente, apetezco y quiero algo en razón de otra cosa, 
sin la cual no lo pretendiera. El hábito del goce, 
cuando sobreviene la falta de éste, produce una ape­
tencia más fuerte; así como, a la inversa, un lar­
go afán precedente rohustece y realza el goce alean· 
zado. 
Pero ¿cómo? Decimos que las mismas leyes valen: 
-183 ­
".~,'- ..'------:"'11:.~--~~,-~. ~----~~,-'----
una antigua 
co.nsiderado.s 
t;G' " 
.~; 
J,·t 
;~-,;', 
", 
' ' 
~' -,., 
~r':' 
f~~t'
.......;. 
~.,..~~- ~-~ , 
!' j\
~!' 
~ i:',' 
~ , ~ .~ ..~' 
LíIIt~-\-. 
'~" 
esencialmente, para l~ esfera de lo.S sentimientos y 
para la de la vo.luntad; y, sin embargo., la mayo.r an­
títesis que se o.frece en to.do. el mundo. psíquico., pare­
ce existir precisamente aquí. La vo.luntad, a diferen­
' ­
. 82.do . quizámeno.s claramente, se da a· co.no.cer, !1m 
embargo., co.mo una convicciÓn suya, igualmente in­
. negable, es que acto.s asimismo. libres se encuentran 
,entre aquellas actividades psíquicas que no. pueden 
cia de to.do.S lo.S demás género.s, pasa Po.r ser el reino. 
de la liberta.d, el cual excluye, si no. to.do. influjo., Po.r 
lo. meno.s el impm'io. de unas leyes co.mo. las existentes 
en o.tras esferas. Co.n lo. cual parece enco.ntrarse aquí 
\lna .sólida base para la distinción tradicio.nal entre 
el sentimiento. y la vo.luntad. 
El hecho. del libre albedrío., so.bre el cual se apo.ya 
esta o.bjeción, ha fo.rmado., co.mo. es sabido., desde an­
tiguo., el o.bjeto. de una vehemente po.lémica, en la 
cual no.so.tro.s mismo.s participaremo.s en un lugar Po.S­
terio.r (1). Pero. sin anticipar en mo.do. alguno. el re­
sultado. futuro., estamo.s, creo. yo., en si,tuación de re­
chazar el argumento. desde luego.. Admitido. que aqu¡;· 
lla libertad plena, que hace aparecer una vo.lición, 
una falta de vo.lición, y una vo.lición opuesta, co.mo. 
Po.sihles, en el mismo. caso. particular, se encuentre 
realmente en la esfera de la vo.luntad, seguramente 
110. existe en to.da esta esfera, sino. sólo. allí do.nde, o. 
accio.nes de diversa índo.le, o. al meno.s, el hacer y el 
omitir, se o.frecen, cada cual a su mo.do., a la conside­
ración, co.mo. un bien. Esto. ha sido. r~co.no.cido. siem­
pre, y expresamente, Po.r lo.S defenso.res más signifi­
cado.sdel libre albedrío., Pero. lo. que, aunque expre­
(1) Como tal estaba proyectado el libro V. 
-184 ­
deno.minarse vo.licio.nes y se atrihuyen a lo.S sentimien­
to.s. El do.lo.r del arrepentimiento. Po.r 
falta, el placer de la crueldad, y o.tro.sm'ucho.s fenó· 
meno.s de 	la alegría y la tristeza, so.n 
como. acto.s no. menos libres que el pro.Pósito. de cam­
biar de. vida y el designio. de inferir un daño. a al­
guien. Es 	más; lo.s sentimiento.s de un amo.r a Dio.S 
T- co.ntemplativo resultan, .para mucho.s, más mel"Íto.rio.s 
que la acción cartlativa de la vo.luntad al servicio del 
prójimo., aun cuando. 10.8 tales sólo. quieren hablar 
de mérito. y demérito. respecto. de las accio.nes libres. 
Si, a pesar de esto., se ha hablado. en general de la 
libre voluntad so.lamente, ello. o.bedece, en 1o.S anti. 
gUo.S, al uso. de este no.mbre, que, co.mo vimo.s, er,. 
ampliado. y extendido. igualmente al sentimiento. y a 
la vo.luntad en sentido. estricto.; y en lo.S mo.derno.s, 
,L 	 obedece a frecuentes co.nfusiones que se intro.dujero.n 
en sus investigaciones. Incluso. Locke no. ha llegado. 
nunca a distinguir claramente entre la facultad de 
ejecutar u o.mitir una acción, según que se quiera o. 
no. se quiera ejecutarla, y la Po.sibilidad de quererla 
o. no. quererla en las mismas circunstancias. Por tan­
.to., es seguro. que, si en la ·esfera del amo.r y ,del o.dio 
hay libertad, no. ,se extiende a los acto.s de la vo.luntad 
sola, sino. asimismo. a ciertas manifestacio.nes de 10.3 
'- lS5 ­
~1, 
l 
\í 
¡j 
v. '~"'f',\.{
"',-,! 
:.'" 
sentimientos, y que, por otro lado, tanto todo acto 
de la voluntad, como todo acto del sentimiento, pue­
de llamarse libre. Esto basta para mostrar cómo la 
afirmación de la libertad no abre un abismo entre el 
sentimiento y la voluntad, ni ofrece apoyo alguno 
3 la clasificación tradicional. 
§ 8. Hemos recorrido la tercera parte del cam.mo 
trazado a nuestra investigación. El trayecto que he· 
mos acabado ahora, al examinar la relación entre el 
sentimiento y el apetito, ha si,do esencialmente el 
lUismo que antes, cuando se trataba de demostrar 
la distinción fundamental entre la representación y 
-~ 
el juicio. Pero esta vez nuestras observaciones han 
sido, paso a paso, las opuestas. 
Resumamos brevemente el. resultado. 
Primero. La experiencia interna nos ha mostrado 
cómo no hay'trazado en ninguna parte un límite neto 
entre el sentimiento y la voluntad. En todos los fe­
nómenos psíquicos, que no son representaciones o 
juicios, hemos encontrado un carácter concordante 
de la referencia al contenido, y podemo.8 denominar. 
los a tódos fenómenos de amor y de odio, en un sen­
tido unitario. 
Segundo. Mientras que, en la representación y en 
el juicio, la falta de una diversidad en el modo de la 
conciencia hacía imposible indicar una distinción, en 
cambio en la esferá del sentimiento y la voluntad he­
mos visto que, supuesta la antítesis del amor y el 
odio y sus diferencias de grado, caoda clase particu­
-186 ­
la1' puede definirse atendiendo a los fenómenos es­
peciales que residen en su base. 
Tercero y último. Hemos visto que entre el senti­
miento y la voluntad no se halla una diferencia en 
las circunstancias, tal como se suele presentar, en 
otras partes, entre modalidades diversas de la COll­
C1enCla. 
Por tanto, podemos consi,derar completamente de­
mostr·ada la unidad de nuestra tercera clase funda· 
mental, y sólo nos queda denunciar ahora respecto 
del sentimiento y la voluntad, como anteriormcnt,~ 
respecto de la representación y el juicio, las causas 
que favorecieron un falseamiento de la verdadera re­
lación. 
§ 9. Estos motivos de error me parecen haber 
sido de Índole triple: psíquicos, verbales e históri ­
cos, si así queremos llamarlos, esto es, los motivos 
éJportados por los yerros precedentes de la psicología 
en otras cuestiones. 
Consideremos, en primer término, las principalc'; 
C1.lusas pSlqulCas. 
Hemos visto anteriormente cómo los fenómenos (le 
h conciencia interna están fundidos con su objeto 
de un modo peculiar. La percepción interna está 
comprendida en el acto percibido, e igualmente el 
sentimiento interno que acompaña a un acto, es él 
mismo parte de su objeto. ETa fácil confundir esta 
especial manera de unión con el objeto~ con un modo 
('s.pedal de la referencia intencional a él, y separar 
- 187­
__~...oL.- ____ ':""","",,--- ~~'=-L....:":=~_~~_"_~'- ... ~,,".c... 
una' 
acerca 
\10s fenó;:nu;nos internos con su ohjeto condujo aquí a 
una distinción entre dos clases fundamentales, 110 
ocurrió lo mismo en la esfera ·del conocimiento? ¿Por 
qué no se ha separado la percepción interna de todos 
-
·o;",~~~,C··:~~~;,hij':;h,M.M_@4!_,,**,!¡;:;;;:¡;¡t;;t¡_.JAJ& 
los fenómenos del ~mor y el odio pertenecientes. a la 
conciencia interna, de todos los restantes, como 
sola clase fundamental. 
Si recordamos el modo de expresarse Kant 
de la distinción entre el sentimiento y el apetito, des­
cubriremos, creo yo, claras huellas de la l'elación de 
su doctrina con la distinción que acahamos de indio 
caro Decía, en efecto, que la facultad apetitiva tiene 
una "relación objetiva", mientras que el sentimiento 
':" 
,,, se refiere "meramente al sujeto". 
Esto mismo resalta en Hanrilton, tanto más cuantor. 
más se explana este autor acerca de la distinción en. 
'I-.'*' 
tre los sentimientos y las tendencias; y sus definicio­
nes, que por lo demás son difíciles de poner en con­
sonancia recíproca, concuerdan en indicar que, para 
c>l, la clase del sentimiento comprendía principalmen­
te losfenómenos afectivos pertenecientes a la con­
cjencia interna. Su definición, según la cual el senti. 
miento pertenece exclusivamente al presente, es en. 
tonces justificada, y su caracterización de los senti. 
mientos, como "subjetivamente subjetivos", resulta al 
menosCOrnlprensible. La investigación sobre la géne­
sis de los sentimientos, tal como se halla en el tomo 
segundo de sus lecciones, está también en consonan. 
cia completa con una concepción semejante (1). 
Pero ¿cómo es que, mientras la singular unión de 
(1) Lectures on M etaphysics, Ir, p. 436 Y ss. Cf. también Lot­
;¡e, Microcosmos, La ed., I, p. 261 Y SS., Y loe. dt. 
- 188 
B:' 
~.,' 
los demás conocimientos como una modalidad propia, 
fundamentalmente diversa, de la conciencia?-La res­
puesta es fácil. Hemos visto cómo nuestra tercera 
clase fundamental tiene la peculiaridad de encerrar 
una muchedumbre de especies 'que difieren entre ilÍ 
más que 'las distintas clases ,de juicios. Por tanto, el 
desconocer la concordancia en el carácter general 
de la referencia al objeto, era más fácil aquí que en 
los fenómenos del conocimiento; y la misma circuns­
tancia que evitara todo extravío en esta esfera, fué 
la que causó el error en la otra. 
§ 10. Otra causa psíquica se agrega a la indicada. 
Recordemos que Kant y sus sucesor~s -aducían, en pro 
de la divel'sidad fundamental de la voluntad respecto 
del sentimiento, la imposibilidad de derivarla de los 
fenómenos de esta clase. Está fuera de duda que los 
ff'nómenoa de la voluntad no puedeu derivarse real. 
mente de otros fenómenos psíquicos. Y no quiero de­
cir con esto que el, colorido peculiar de las acciones 
voluntarias sólo pueda conocerse mediante una expe­
riencia específica; esto es algo que pasa igualmente 
con otras clases especiales del amor y del odio. El 
lleculiar colorido de la esperanza y el del goce de la 
posesión, el peculiar colorido de la noble alegría ea­
piritual y el del placer sensual inferior, tampoco pue· 
189 
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den derivarse. Otra circunstancia hay que hace apa­
l'ecer la voluntad como no susceptible de derivación 
y que suscita la inclinación a concebiTla como mani­
festación de una facultad primitiva especial. 
Toda volición o tendencia, en su sentido más pro­
pio, se refiere a una acción. No es sim¡plemente un 
afán de que suceda algo, sino un deseo de que tenga 
lugar algo como consecuencia del deseo mismo. Antes 
de haber alcanzado el conocimiento, o al menos la 
presunción, de que ciertos fenómenos de amor y de­
seo arrastran tras de sí los objetos amados, como sus 
consecuencias inmediatas o mediatas, es imposible una 
volición. 
Ahora bien, ¿ cómo llegar a tal conocimiento o pre­
sunción?-De la naturaleza de los fenómenos del 
amor, ya sean fenómenos de placer o dolor, de deseo, 
de temor, u otros, no cabe sacarla. Sólo resta, o admi­
'lir que sea innata, o que sea tomada de la experien­
cia, análogamente a otros conocimientos de relacio­
Iles causales. Lo primero 'sería, evidentemente, ad· 
mitir un hecho del todo extraordinario, el cual, má'l 
que ningún otro, fuera completamente irreductible. 
Pero lo segundo, que de antemano es, sin duda, in­
comparablemente más verosímil, supone claramente 
un círculo especial de experiencias y la existencia y 
acción real de un género especial de fuerzas a las cua­
les estas experiencias se refieren. La fuerza de ciertos 
fenómenos del amor para realizar los objetos a los 
cuales están dirigidos. es, pues, una condición previa 
- 190­
+' •• ' .... -~ _.~"-H_ ,:.,- ...... j.:•• _' .. ....... ... ~' .....",..~.JId,.~._,~·,,~wz 6 .;;. t'd"j ;'t'tC_,_.. ."''',.._- _ _ 
de la volición; sólo ella (aun cuando no se considere 
la facultad de obrar como la facultad misma de que­
rel, cual Bain ha hecho) da, en cierto modo, la capa­
cidad para ésta. Mas esa fuerza para la exterioriza­
ción y la realización del amor y (fel deseo es comple­
tamente heterogénea de la capacidad para estos fenó' 
menos mismos; de donde resulta que no parece deri· ~. ~ 
v-able de ésta, y mucho menos aún de la facultad del 
conocimiento; y así la capacidad de tender y querer , :­
parece una facultad en alto grado insusceptible de 
derivación, ·si bien la imposibilidad de dicha deriva­
ción no se basa en el hecho de que los fenómenos 
correspondientes revelen un carácter fundamental· 
~1 
mente distinto elel de los restantes fenómenos del 
''', 
.';amor. 
~.~~ 
Por el cOlltral'io~ examinando la cuestión más de ,; 
cerca, se verá que aquÍ se revela nuevamente un ras­ /~. 
go ,de afinidad entre los fenómenos de la voluntad y 
108 otros fenómenos del amor y el deseo. Si la voli· 
ción supone la experiencia de un influjo de 108 fenó­
menos del amor en la producción del objeto amado, 
e8to supone, evidentemente, que tatnJbién los fenó­
menos de amor que no puedan llamarse voliciones se 
revelarán eficaces, de modo análogo a la volición, aun­
que quizá en grado más débil. Pues si semejante efi· 
ciencia perteneciese exclusivamente a la volición, que­
daríamos enredados en un círculo fatal. La volición 
supondría la experiencia de la volición, mientras, 
naturalmente, a la inversa, tamhién esta experiencia 
191 ­
-~~~-~~----
1 
,T~·,:·'.~,'~,¡~~"¡,-:",'~~:'~~14tQ4;4lt,a¡,, 
esta eficiencia 
conocida la relación causal expuesta, y se separa de 
todos los restantes fenómenos del amor. Por esto ha­
llamos en Kant aquella sorprendente afirmación d~ 
que todo deseo, aunque sea un imposible reconocido, 
supondría la volición. Pero la Cosa es muy distinta si 
el mero deseo de ciertos sucesos tiene por consecuen_ 
('ia su realización; enton<les puede repetirse, Con la 
!íJodificación que el conocimiento de 
le confiere, esto es; como volición. 
Basten estas indicaciones hasta que nos ocupemos 
posteriormente de un modo más detenido, con el pro­
hlema del origen de la volición. 
Si una manifestación de Kant sobre la peculiari ­
dad de los sentimientos, anteriormente considerada, 
nos -descubrió cómo su <lIasificaeión reconocía la per­
tenencia de ciertos fenólllienosdel amor a la concien_ 
cia interna, otras, y no pocas, aluden muy claramente 
a las circunstancias que acabamos de considel"ar. Kant 
ha definido la facultad apetitiva. justamente como "la 
facultad de .ser, mediante las PI'opias representacio_ 
nes, la causa de la realidad de .]os objetos de esta:! 
representaciones", y en el mismo 'pasaje en el cual 
habla de una referencia de las representaciones "me. 
ramente al1 sujeto", con respecto a la cual "son con. 
siderada.s en la relación al sentimiento del placer". 
habla de otra "referencia objetiva, cuando, conside_ 
radas a la vez como la caUsa de la realidad de este 
objeto, son atribuídas a la facultad apetitiva". Mas 
la delimitación de las ,dos clases, que resulta cuando 
E,(> reunen los fenómenos internos del amor, como sen. 
timientos, y se oponen a todos los demás, no coinci. 
de en modo alguno con aquel1a a que se l1ega cuando 
se toma la tendencia hacia un objeto, que supone 
- 192 
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como, por ejemplo, el deseo de tener alas, es ya una 
tendencia a lograr lo deseado, y contiene la represen­
tación de la causalidad de nuestro deseo (1). Es un 
intento desesperado para trazar el límite entre las 
·dos clases, de manera que queden en consonancia las 
dos exigencias diferentes. 
Otros han preferido extendel' la ciase de los senti­
mientos hasta el límite ·de la volicón propiamenté 
tal, y otros han atribuído, a cada una de ambas cla­
ses, partes más o menos considerables, de los miem­
bros intermedios. De aquí la inseguridad de la deli­
mitación, que hemos hallado. 
§ ll. Decíamos que a las causas psíquicas, fun· 
dadas en la naturaleza peculiar de los fenómenos 
mismos, hay que añadir ciertos motivos verbales. • 
Aristóteles, que ha reconocido exactamentela uni­
dad de nuestra tercera clase fundamental, la desig. 
nó, com:o vimos., con el nombre de apetito (opeE!<;), 
El término estaba mal elegido (2) ; nada más extraño 
al lenguaje de la vida ordinaria, que llamar a la ale­
(1) Crítica del juicio, Introducción, III, n. 
(2) Aristóteles fué conducido a él, verosímilmente, por la re­
unión en. un concepto más general del &oP.O¡; y la S'Itl&op.ía que apa­
recen junto al ),ollop.o.; en la división de Platón; una prueba más 
de la verdad de nuestra afirmación anterior: que las divisiones 
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gría un a'pelito. Pero esto no impidió que la Edad 
Media se dejara llevar aquÍ, lo mismo qUe en tantos 
otros respectos, por la autoridad "del filósofo" y de 
sus traductores, y denominara facultas appetendia 
la facultad de todos 108 actos pertenecientes a est'! 
dase (1), Y posteriormente Wolff se adhirió a la ter­
minología de los escolásticos, con su distinción de la 
facultad cognoscitiva y la facultad apetitiva. ~fa8 como 
el nomhre de apetito tiene en la vida una significa­
ción demasiado estrecha para poder abarcar todos 10.<; 
fenómenos psíquicos distintos de los del pensamien­
to, era inminente la idea de que hay fenómenos no 
compl'endidos. en las clases establecidas hasta aquí, 
y que, por tallto, debía coordinarse a éstas una clase 
llueva. Un pasaje de Hamiltol1~ aducido anteriormen­
te, muestra cómo esta circunstancia no dejó de influir 
realmente (2). 
§ 12. 'Pero decíamos que el error respecto a la 
unidad de esta clase de fenómenos psíquicos, ha te­
nido un tercera especie de causas; los yerros cometi­
dos en las il1v~tigaciones anteriores han influído no­
civamente aquí. 
básicas de Aristóteles proceden de la platónica. Esta relación es 
innegable en otros respectos. 
(I) Huellas de una emancipación se ven sólo algunas veces, 
como, por ejemplo, en Tomás de Aquino, cuando usa 
la Summ. 
J, § 4. 
la expre­
sión "amare" como nombre general de una clase en 
Theol.} P. J, Q. 37, art. 1.0, y en otras partes. 
(a) Lectllres on M etaph.} II, p. 420; d. supra, cap. 
194 ­
. El error principal que teníamos aquí a la vista era 
el ,de considerar la representación y el juicio como 
fenómenos de la misma clase fundamental. Había las 
t1.es ideas (cómo se las suele llamar con preferencia) 
de la verdad, el bien y la belleza; y parecían coordi­
nadas entre sÍ. Se creyó que debían tener una rela­
ción con tres aspectos coofldinados, y fundamental­
mente diversos, de nuestra vida psíquica. Se adjudicó 
la idea de la verdad a la facultad cognoscitiva, la idea 
del bien a la facultad apetitiva; la tercera facultad, 
IR de los sentimientos, fué un oportuno descuhrimien­
to, y se le asignó la idea ,de la helleza. Ya Mendels­
solm, al hablar de las tres facultades del alma, habla 
de la verdad, el bien y la belleza. Y Jos defensores 
posteriores ,de una división tripartita análoga, repl'o­
chan a Kant el reducir el sentimiento del placer y el 
dolor "exclusivamente al juicio de gusto estético" 
y el "considerar la facultad apetitiva, no como una 
fuerza puramcnte psic&lógica, sino en relación al ide,d 
del bien, al que debe servir" (1). 
Una investigación más precisa de si el reparto de 
la verdad, el bien y la belleza entre las tres clases de 
la facultad cogn05citiva, apetitiva y afectiva, se puede 
justifiCa'l' en realidad, levantará más de una duda. 
Hemos aducido anteriormente un pasaje de Lotzc, 
tn el cual este pensador, aunque distingue la volun­
tad y el sentimiento como facultades fundamentales, 
(1) B. Meyer, Psicología de Kant, p. 120. 
-195 ­
..M·..;¡,..,,,, .•.. ~._ -
estimati. 
y por tanto, el carácter de apetecible parece ser co­
.. -"'. 
considera "los princi.pios mO'rales de todos. lostiem­
pos" como "sentencias de un sentimiento 
vo". Herbart (1) ha condensado la ética entera como 
una rama especial de la estética, más general, según 
61; de modo que para él el ideal del bien amenaza 
sumirse enteramente en el de la hel1eza, o subordi. 
narse a la idea más comprensiva, como una forma es. 
pecial de ella. 
Otros han hecho un ensayo opuesto; han colocado 
la beHeza hajo el concepto del hien, como por ejem­
plo Tomás de Aquino~ cuando dice que ]0 bueno es 
aquello que agrada, lo hermoso aquello cuya apa. 
riencia agrada (2). La apariencia de la belleza es 
considerada aquí por primera vez comlo un hien, y 
entonces, naturalmente, tamJ}ién lo que provoca esa 
apariencia es un bien, en atención !l ello. La belleza 
tneste sentido figura, sin duda, enfl'e los bienes; pero 
también de la verdad puede decirse algo análogo; 
P~''';'~ 7~~'<""~ ,': 
t"';'·' í . 
(1) En el fóndo, ya Adam Smith, si Kant tiene razón, cuan­
do di<::e que lo bello es lo que suscita Ulla satisfacción desinte­
resada. Mucho antes que ellos dijo Agustín: Honest~tm voco in­
telligibilem pulchritudinem, puam spiritualem nos proprie dici­
UHlS (83 Q. Q. quaest. 30, al principio). 
(2) De ratione boni est quod in eo q¡¡ietetur appetitus. Sed 
ad rati01tem pulchri pertniet quod in ejtts aspectu set~ cognitione 
quietetur appetitus... Pulchrum addit supra bonum quemdam or­
dinem ad vim cognoscitivam; ita quod bonum dimh,r id quod 
simpliciter complace! appetitui; pulchrum autem dimtur id cujus 
ipsa aPPrehensio placet. (Summ. Theol.) p, n, 1, Q. 27, A. 
1, ad 3.) 
-196 ­
t.:..':'-__ ...:-......___.____ .~. ~ 
. mún a los tres conceptos, como no puede menos de 
ser, ya que se trata de tres ideales.
'" 
Es menester, pues, concebir ,de un modo algo di,;· 
tinto la trinidad de la belleza, la verdad y el bien, y 
en seguida s.e descubrirá que está realmente en rela­
dón con los tres lados de nuestra vida psíquica; pero 
no con el conocimiento, sentimiento y voluntad, sino 
con aquellos tres que nosotros hemos distinguido, en 
bs tres clases fundamentales de los fenómenos psí­
quicos. 
Cada clase fundamental de fenómenos psíquicos tic· 
ne, un género de perfección peculiar a ella; y esto se 
da a conocer en el ,sentimiento interno, que, como vi­
mos, acompaña a todo acto. A los actos más perfecto", 
de cada clase fundamental les es inherente una noble 
alegría que a ellos se refiere. La perfección suprema 
de la actividad representativa, está en la contempla­
ción de la belleza, ya sea sostenida por la acoión del , 	 úbjeto, o independiente de ella. En esta contempla­
ción estriba el goce supremo que podemos encontrar 
en la actividad representativa como tal. La perfec­
ción suprema de la activida·d judicativa está en el co­
nocimiento de la verdad; sobre todo en el conoci. 
miento de aquellas verdades que nos revelan másqu~ 
Gtras una rica ahundancia de ser. Este es el caso, por 
ejemplo, cuando comprendemos una ley, por ¡la cual, 
como por la ley de la gravitación, se eXlplica de un 
golpe un vasto campo de fenómenos, Por· esto el sao 
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her es 'una alegría y un bien en sí y por sí, y prescin­
diendo de toda la utilidad práctica que proporcione. 
"Todos 108 hombres desean, por naturaleza, saber", 
dice ~l gran pensador que ha saboreado las alegrías 
del conocimiento más que muchos otros. Y dice otra 
vez: "La 'Contemplación cognoscitiva es 10 más dulee 
y lo mejor" (1). En fin, la perfección suprema de la 
potividad am.atoria, está en la ascensión libre hacia 
108 bienes superiores, desembarazada 'de toda comí· 
tleración al 'placer y al interés propios; está en la ab­
ll.cga·da entrega 'de sí mismo, a lo que por su pedec. 
ciórt es más amable que todo; en el ejercicio de la 
V"irtud o del amor al bien por él mismo y en la medida 
de su perfección. La alegría inherente a la acción 
noble, y en general R'l noble amor, es la que corre,s­
ponde a esta perfección, de un modo análogo a como 
las alegrías del conocimiento y

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