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TEORÍA DE LA IDENTIDAD SOCIAL MICHAEL HOGG Traducción de la Cátedra – Psicología Social I (35) Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires Hogg M. A. (2016). Social Identity Theory. En S. McKeown, R. Haji & N. Ferguson (eds), Understanding Peace and Conflict Through Social Identity Theory (pp. 3-17). Peace Psychology Book Series: Springer, Cham. CAPÍTULO 1 TEORÍA DE LA IDENTIDAD SOCIAL Michael A. Hogg La teoría de la identidad social se concibió y nació como una teoría de las relaciones intergrupales, del conflicto y de la cooperación entre grupos (Tajfel y Turner, 1979). A medida que se desarrolló, se convirtió en una teoría psicológica social mucho más amplia sobre el papel del yo y la identidad en los fenómenos grupales e intergrupales en general (Turner, Hogg, Oakes, Reicher y Wetherell, 1987). Sin embargo, las relaciones intergrupales siempre han sido una característica central de la teoría; por la simple razón de que lo que sucede dentro de los grupos es inseparable y fundamentalmente afectado por lo que sucede entre los grupos, y viceversa. El Capítulo 1 describe los principios básicos de la teoría de la identidad social y sus sub-teorías clave. Mi relato sigue en gran medida el desarrollo histórico de la teoría desde sus raíces iniciales en la década de 1970 hasta la actualidad. Aunque describo todos los aspectos de la teoría, pongo un mayor énfasis en su contribución a nuestra comprensión de la psicología social de la paz y el conflicto en la sociedad. Para ver descripciones detalladas de la teoría de la identidad social clásica y contemporánea que incorpora todos sus desarrollos conceptuales y aplicaciones, vea Abrams y Hogg (2010), Hogg (2006) y Hogg y Abrams (1988). Un poco del contexto histórico La teoría de la identidad social fue desarrollada inicialmente en la Universidad de Bristol en el Reino Unido en la década de 1970 por Henri Tajfel, quien esencialmente integró su trabajo científico clásico inicial sobre categorización y percepción social (por ejemplo, Tajfel, 1969), con su pasión por comprender los prejuicios, la discriminación y el conflicto intergrupal en la sociedad. Tajfel fue un Judío Polaco que perdió a toda su familia en el holocausto. Él mismo sobrevivió a la guerra porque era estudiante en la Sorbona en París al estallar la guerra en 1939 y se inscribió en el ejército Francés. Fue capturado; y en lugar de ser categorizado como judío y enviado a un campo de concentración y muerte segura, fue categorizado como francés y sobrevivió a la guerra en campos de prisioneros de guerra. La categorización social y sus consecuencias tuvieron una importancia personal existencial para Tajfel. Tajfel y aquellos con quienes trabajó para desarrollar la teoría de la identidad social, también creían que la dinámica del prejuicio y el conflicto intergrupal se entendían mejor como fenómenos grupales generados por motivaciones humanas básicas y procesos cognitivos impactados por las creencias de las personas sobre sí mismos y sobre la sociedad, el contexto social y las situaciones inmediatas en las que las personas se encuentran a sí mismas y a sus grupos (Abrams y Hogg, 2004; también Billig, 1976). La Personalidad Autoritaria y la Hipótesis de Frustración-Agresión El surgimiento del nazismo en Europa en la década de 1930, a ciertos psicólogos sociales les parecía susceptible de ser explicado, al menos en parte, como una respuesta colectiva al nacionalismo frustrado. Para explicar la psicología subyacente, Dollard y sus colegas (Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Sears, 1939) desarrollaron su hipótesis de frustración-agresión basada en la teoría psicodinámica. Los objetivos frustrados dejan a las personas en un estado de excitación elevada que solo se puede disipar a través de la agresión, generalmente dirigida hacia aquellos que son débiles y diferentes porque son objetivos más fáciles. Entonces, las frustraciones grupales se dirigen a la agresión a grupos más débiles o minoritarios. La consiguiente Segunda Guerra Mundial costó alrededor de 60 millones de vidas (3% de la población mundial), incluido el exterminio sistemático de seis millones de judíos y cinco millones de no judíos por parte de los nazis. Para los psicólogos sociales de posguerra, el comportamiento del régimen nazi parecía el resultado de una patología colectiva, por lo que invocaron nociones psicodinámicas freudianas para explicar cómo podría haber surgido esto. Según Adorno y sus colegas (Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson y Sanford, 1950), las prácticas autoritarias de crianza de niños en Alemania crearon una relación de amor y odio entre los niños y sus padres que produjo individuos con personalidades autoritarias que adoraban el poder, la autoridad y la conformidad y redirigían su odio hacia aquellos que eran débiles y diferentes. Los análisis en base a la hipótesis de frustración-agresión y en base a la personalidad autoritaria para la comprensión del prejuicio, la discriminación y la agresión intergrupal han tenido un alto perfil durante décadas debido a su atractivo intuitivo y popular. Sin embargo, los primeros teóricos de la identidad social consideraron que ambos enfoques eran limitados (Billig, 1976). Consideraban que la personalidad solo jugaría un pequeño papel en los prejuicios (la causa principal de los prejuicios era el hecho de vivir en una cultura plagada de prejuicios, ver Pettigrew, 1958); y el vínculo entre la frustración y la agresión grupal no fue el producto de una suma mecánica de las frustraciones y agresiones individuales, sino que requirió procesos de comunicación basados en la membresía grupal para construir y representar una ideología que identifica y representa a ciertos grupos como causas de frustración y, consecuentemente, objetivos de la agresión. Teoría del Conflicto Realista En las décadas de 1950 y 1960, la teoría psicológica social dominante para la comprensión del conflicto intergrupal en general era la teoría de conflicto realista de Muzafer Sherif (Sherif, 1966). La teoría afirma que los individuos tienen objetivos, a veces objetivos bastante elaborados, y que configuran su comportamiento para lograrlos. Muchos objetivos son mutuamente excluyentes (por ejemplo, asegurarse un trabajo); dado que solo una persona puede lograrlo a expensas de la otra, se produce una competencia, a veces de manera feroz. Sin embargo, algunos objetivos individuales son difíciles de alcanzar sin la ayuda de otros (por ejemplo, construir una casa). En estas últimas situaciones, las personas dependen de otros para trabajar cooperativamente con ellos y así poder lograr sus objetivos. Las personas son promocionalmente interdependientes y en la medida en que otros cooperan con ellos para ayudarlos a alcanzar sus objetivos, desarrollan lazos de atracción mutua que crean un grupo social cohesionado (cf. Hogg, 1993). Sherif, sin embargo, estaba más interesado en la situación en la que los grupos en general -no las personas en particular-, tienen objetivos. Argumentó que cuando dos grupos tienen una meta mutuamente excluyente que solo un grupo puede lograr a expensas del otro grupo (por ejemplo, dominación mundial), entonces los grupos compiten, por lo general muy ferozmente. Esto suele ir acompañado de un comportamiento destructivo intergrupal y de actitudes despectivas intergrupales: estos serían los fundamentos del prejuicio y la discriminación y, en última instancia, de la deshumanización. Por el contrario, cuando dos o más grupos tienen un objetivo compartido que solo puede lograrse mediante la cooperación intergrupal (por ejemplo, luchar contra un enemigo común peligroso), las relaciones intergrupales son menos competitivas e incluso pueden ser cooperativas y armoniosas. Categorización y Discriminación: El Paradigma de Grupo Mínimo Tajfel sintió que habíamucho más atractivo aún en el enfoque dependiente del contexto desarrollado por Sherif para la comprensión del conflicto intergrupal; ciertamente tenía un mejor alcance explicativo que el de la personalidad autoritaria disfuncional y los enfoques individualistas de frustración-agresión. Sin embargo, se preguntó si algo mucho más fundamental que las relaciones basadas en objetivos competitivos podría ser suficiente para generar un comportamiento diferencial del tipo endogrupo-exogrupo. Quizás, el mero hecho de ser categorizado como miembro de un grupo fuera suficiente para sentar las bases para el conflicto intergrupal. Para investigar esta propuesta, Tajfel y sus colaboradores diseñaron un paradigma de investigación intrigante, denominado el paradigma del grupo mínimo (Tajfel, 1970; Tajfel, Billig, Bundy y Flament, 1971). Para ello desarrollaron una serie de experimentos clásicos en los que escolares británicos, que participaban en lo que creían que era un estudio de toma de decisiones, fueron asignados a uno de dos grupos completamente al azar, pero supuestamente en función de su preferencia expresada por las pinturas de los artistas Vassily Kandinsky o Paul Klee, respectivamente. La última etapa del experimento consistía en una tarea de asignación de recompensas. Cada niño recibió la tarea de otorgar puntos a otros dos niños, uno de su mismo grupo y otro del otro grupo. El primer método de asignación de recompensas testeado consistió en unir los puntajes para cada niño, de modo que la suma de los dos puntajes sea 15. En este sistema de otorgamiento de puntos, cuando un participante elige un puntaje (x) para un niño, el otro niño obtiene automáticamente un puntaje (15 - x). Esto significa que a medida que el puntaje del niño inicial aumenta o se acerca a 15, el puntaje del otro niño disminuye o se acerca a 0. En el primer sistema de otorgamiento de puntos, los niños generalmente otorgaron más puntos a los miembros de su grupo, dando cuenta del favoritismo endogrupal. En un segundo método de asignación de recompensas, Tajfel elaboró diferentes matrices de puntuación que los niños deberían escoger y que resultarían en beneficios diferenciales para cada grupo. En este método, el autor estaba interesado en cuál de las tres variables tendría el mayor efecto en las elecciones de los niños: máximo beneficio conjunto (otorgar la mayor recompensa a los miembros de ambos grupos); mayor recompensa posible al propio grupo (dando la mayor recompensa al miembro del propio grupo independientemente de la recompensa estipulada en dicha matriz para el niño del otro grupo); o diferencia máxima (dando la cantidad de puntos que, aunque fuese menor para el endogrupo, generaría la mayor diferencia posible entre el propio grupo y el grupo externo). En este segundo sistema de otorgamiento de puntos, los niños generalmente optaron por maximizar la diferencia entre las ganancias de los dos grupos, siempre a favor de su endogrupo1. 1 El detalle de los criterios de asignación de recompensas fue editado por el traductor para mayor comprensión. Para más detalle consultar: Tajfel, H. (1970). Experiments in intergroup discrimination. Scientific American, 223, 96-102. Este fue un hallazgo sorprendente ya que los grupos eran realmente mínimos. Fueron creados sobre la base de un criterio flexible, no tenían historia pasada ni un futuro posible, los niños ni siquiera sabían la identidad de otros miembros de cada grupo, y ningún interés personal estaba involucrado en la tarea de distribución de recompensas ya que el propio sujeto no era un destinatario. Los experimentos posteriores tuvieron un carácter aún más mínimo: simplemente clasificaron al azar a los participantes como miembros del grupo X o del grupo Y (por ejemplo, Billig y Tajfel, 1973). En los últimos 45 años, se han llevado a cabo literalmente cientos de experimentos grupales mínimos en todo el mundo con una amplia gama de participantes. El hallazgo sólido es que el simple hecho de ser categorizado como miembro de un grupo produce etnocentrismo y comportamiento competitivo entre grupos (por ejemplo, Diehl, 1990). Otros estudios han demostrado que existe una asimetría: los individuos categorizados favorecen al endogrupo en lugar de discriminar al exogrupo, a menos que sientan que el endogrupo está bajo amenaza, en cuyo caso también surge una discriminación total hacia el exogrupo (Mummendey y Otten, 1998). También se sugiere que la categorización mínima entre los grupos puede generar un sesgo implícito al interior del endogrupo y, por lo tanto, es un efecto sobre el cual las personas pueden no tener un control consciente y deliberado (Otten y Wentura, 1999). Los grupos mínimos se han convertido en una característica central de la investigación sobre identidad social: una búsqueda realizada en Google Scholar en julio de 2015 arrojó 9310 publicaciones que se refieren a grupos mínimos. Teoría de la Identidad Social La teoría de la identidad social se cristalizó en torno a un intento de explicar los hallazgos surgidos a partir de los estudios sobre el paradigma de grupo mínimo; reuniendo los estudios científicos previos de Tajfel sobre categorización y percepción social, y su preocupación orientada a los problemas sociales para explicar los prejuicios, la discriminación y el conflicto en la sociedad (Tajfel y Turner, 1979; ver Hogg y Abrams, 1988). En el centro de la teoría se encontraba la definición clásica de identidad social de Tajfel como “conocimiento individual de la propia pertenencia a ciertos grupos sociales junto con cierta importancia emocional y valorativa atribuida a sí mismo por su membresía grupal” (Tajfel, 1972, p. 292). Los grupos sociales, ya sean grandes categorías demográficas o pequeños equipos orientados a tareas, brindan a sus miembros una identidad compartida que prescribe y evalúa quiénes son, qué deben creer y cómo deben comportarse. Las identidades sociales también, muy críticamente, destacan cómo el endogrupo es distinto de los exogrupos relevantes en un contexto social particular. Relaciones Intergrupales La teoría de la identidad social inicialmente se centró principalmente en las relaciones intergrupales, explorando el tema del conflicto y la cooperación entre categorías sociales a gran escala. Este énfasis inicial dentro de la teoría más amplia, a menudo se denomina teoría de la identidad social de las relaciones intergrupales (Tajfel y Turner, 1979). La identidad social define y evalúa el autoconcepto de uno mismo y el modo en que los demás lo tratarán y lo pensarán. Por esta razón, cuando las personas hacen comparaciones entre su endogrupo y un exogrupo, les preocupa asegurarse de que su propio grupo sea positivamente distintivo, claramente diferenciado y evaluado de manera más favorable que los grupos externos relevantes. Las comparaciones intergrupales son intrínsecamente favorables al grupo de pertenencia y etnocéntricas (Brewer y Campbell, 1976), y el comportamiento intergrupal es efectivamente una lucha por el estatus relativo o el prestigio del endogrupo. Los grupos de mayor estatus luchan para proteger su superioridad evaluativa; los grupos de estatus inferior luchan para ignorar su estigma social y promover su positividad. Las estrategias que los grupos adoptan para gestionar su identidad dependen de las estructuras de creencias subjetivas: creencias de los miembros sobre la naturaleza de la relación entre su endogrupo y un exogrupo específico (por ejemplo, Ellemers, 1993; Hogg y Abrams, 1988). Las creencias se centran en el Estatus (¿cuál es la posición social de mi grupo en relación con el exogrupo?), Estabilidad (¿qué tan estable es esta relación de estatus?), Legitimidad (¿cuán legítima es esta relación de estatus?), Permeabilidad (qué tan fácil es para las personas cambiar su identidad social al “pasar” al grupo externo?) y alternativascognitivas (¿es concebible una relación intergrupal diferente?). Una estructura de creencias acerca de la movilidad social depende de una creencia en la permeabilidad; que los límites intergrupales son efectivamente suaves y fáciles de cruzar. Hace que los miembros de los grupos de nivel inferior como individuos aislados se desidentifiquen de su grupo para tratar de unirse y obtener la aceptación del exogrupo de estatus superior: intentan “aprobar”. En realidad, los límites intergrupales rara vez son permeables y el paso no tiene éxito, dejando a quienes lo intentan en el limbo de la identidad social; excluidos por ambos grupos. Los grupos dominantes a menudo promulgan una ideología de movilidad social y toleran solo pases limitados, socavando e impidiendo de esa manera los movimientos de acción colectiva por parte de la minoría. Una estructura de creencias de cambio social depende del reconocimiento de que la permeabilidad es realmente baja; que los límites intergrupales son de hecho duros y difíciles de cruzar. Hace que los grupos de bajo nivel participen en la creatividad social: comportamientos destinados a redefinir el valor social de su endogrupo y sus atributos, junto con los intentos de evitar la comparación (hacia arriba) con los grupos de estatus superior y, en cambio, participar en comparaciones (laterales o hacia abajo) con otros grupos más bajos en el orden social jerárquico. Los grupos dominantes a veces pueden promulgar una estructura de creencias de cambio social que alienta las comparaciones laterales o descendentes y la competencia entre grupos subordinados, una estrategia a menudo muy efectiva de “divide y vencerás”. Cuando una estructura de creencias sobre el cambio social se combina con el reconocimiento de que el orden social es ilegítimo, los miembros del grupo pueden desarrollar alternativas cognitivas (esencialmente conformadas por una ideología crítica y una hoja de ruta para el posible logro del cambio social) y participar en la competencia social: implica la competencia directa con el exogrupo por el estatus, que puede ir desde el debate, la protesta, hasta la revolución y la guerra. Pero ¿qué pasa con la cooperación entre grupos, la reducción del etnocentrismo y los prejuicios y el surgimiento de la armonía social? Quizás los problemas del comportamiento intergrupal puedan superarse integrando facciones beligerantes en un único grupo único acogedor de orden superior; transformando así el comportamiento intergrupal conflictivo en un comportamiento armonioso intragrupal (por ejemplo, Gaertner y Dovidio, 2000). Lamentablemente, esto puede ser muy difícil de lograr o mantener. Las personas a menudo están fuertemente unidas a la categoría social de la que son miembros y la identidad asociada a dicha pertenencia; Existe una profunda “división cultural” entre los grupos (Prentice y Miller, 1999). Los intentos de alentar la recategorización supraordinada pueden verse como una amenaza a la identidad, generando resistencia a menudo con ferocidad (por ejemplo, Hogg y Hornsey, 2006). Más efectiva es la categorización cruzada, donde las personas adquieren una representación más texturizada y menos amenazante para la identidad, de las relaciones endo y exogrupales; los grupos son categóricamente distintos y separados, pero comparten identidad en otras dimensiones (Crisp y Hewstone, 2007). También es efectivo un marco multicultural de las relaciones intergrupales en el que el carácter distintivo de los grupos se celebra como una faceta valorada de una sociedad diversa (Hornsey y Hogg, 2000), o la construcción de una identidad relacional intergrupal en la que los grupos en realidad definen parcialmente a su endogrupo en términos de las relaciones de cooperación mutua que establecen con un exogrupo (Hogg, 2015). En todos estos casos, puede ser necesaria alguna forma de liderazgo supraordinado, y eso puede suponer un desafío muy real. Auto-categorización La década de 1980 fue testigo de un desarrollo muy significativo de la teoría de la identidad social para revisar y especificar con mayor precisión las bases cognitivas sociales de los fenómenos de identidad social, como parte de una teoría más general sobre la identidad social del grupo, a menudo denominada teoría de la auto-categorización (Turner et al., 1987; ver Abrams y Hogg, 2010). Los grupos humanos son categorías que las personas representan mentalmente como prototipos: conjuntos difusos de atributos interrelacionados (actitudes, comportamientos, costumbres, vestimenta, etc.) que capturan las similitudes generales dentro de los grupos y las diferencias generales entre los grupos. Los prototipos representan atributos que maximizan la entitatividad del grupo: el grado en que un grupo parece ser una entidad distinta y claramente definida. Una forma de pensar en un prototipo grupal es lo que viene a la mente de inmediato si, por ejemplo, dicen “francés”, “hipster” o “terrorista”. Si muchas personas en un grupo comparten su propio prototipo o el de otro grupo, el prototipo es esencialmente un estereotipo: si solo una persona cree que todos los marcianos tienen cuerpos verdes delgados y cabezas enormes, es un prototipo, pero si casi todos los demás humanos creen esto, entonces el prototipo es también un estereotipo. Abrumadoramente hacemos categorizaciones binarias donde una de las categorías es el grupo en el que estamos, el endogrupo. Por lo tanto, los prototipos endogrupales no solo capturan similitudes dentro del grupo, sino que también acentúan las diferencias entre nuestro grupo y un grupo externo específico. Por lo tanto, los prototipos endogrupales pueden diferir, típicamente alrededor de un núcleo relativamente estable, dependiendo de cuál sea el exogrupo de comparación; los prototipos endogrupales están influenciados por el contexto comparativo intergrupal. Los cambios basados en el contexto pueden ser transitorios, pero si el cambio de contexto es duradero, el prototipo cambia de manera más profunda y duradera. El proceso de categorizar a alguien tiene consecuencias predecibles. En lugar de “ver” a esa persona como un individuo idiosincrásico, se lo ve a través de la lente del prototipo de la categoría en la que se los ha colocado, se despersonalizan en términos de los atributos del prototipo. Son unidos al prototipo y, en grado variable, se asignan sus atributos. La despersonalización basada en la categorización afecta a los miembros del endogrupo y a uno mismo exactamente de la misma manera. Cuando se clasifica a sí mismo, se ve a sí mismo en términos de los atributos definitorios del endogrupo (auto-estereotipos), y dado que los prototipos también describen y prescriben formas apropiadas para pensar, sentir y comportarse, uno piensa, siente y se comporta prototípicamente. El propio comportamiento se ajusta y se conforma a las normas del endogrupo. De esta manera, la autocategorización no solo transforma la auto-concepción de uno mismo sino que también produce un comportamiento normativo entre los miembros de un grupo. Motivaciones basadas en la identidad social Los procesos y fenómenos de identidad social están asociados con dos dinámicas motivacionales principales. La teoría original de la identidad social de las relaciones intergrupales (Tajfel y Turner, 1979) se centró en la distinción intergrupal positiva y el auto- enaltecimiento. Una de las características más distintivas de la vida grupal y las relaciones intergrupales es que los grupos y sus miembros hacen todo lo posible para proteger o promover su creencia de que “nosotros” somos mejores que “ellos”. Los miembros se esfuerzan por lograr una distinción intergrupal de evaluación positiva porque el yo se define y evalúa en términos grupales y, por lo tanto, el estatus, el prestigio y la valencia social del grupo se atribuyen a uno mismo. La búsqueda de una identidadsocial positiva puede reflejar uno de los motivos humanos más básicos para el auto-enaltecimiento y la autoestima (Sedikides y Strube, 1997). Por lo tanto, la distinción positiva y la dinámica del comportamiento grupal e intergrupal pueden estar motivadas por la autoestima con la implicación de que la baja autoestima motiva la identificación grupal y el comportamiento intergrupal, y dicha identificación eleva la autoestima -la hipótesis de la autoestima- (Abrams & Hogg, 1988; Rubin y Hewstone, 1998). Sin embargo, las investigaciones en el área sugieren que (a) la autoestima grupal está más estrechamente asociada que la autoestima a nivel individual con los procesos y fenómenos de identidad social, (b) la autoestima puede elevarse mediante la identificación grupal, pero la baja autoestima es una causa menos confiable de identificación (las personas con alta autoestima a menudo se identifican con más fuerza, por ejemplo, Leary & Baumeister, 2000), y (c) las personas son extremadamente hábiles para protegerse de las consecuencias de la autoevaluación de su pertenencia a un grupo de bajo estatus o a un grupo estigmatizado (por ejemplo, Crocker, Major y Steele, 1998). Ver Martiny y Rubin (2016) para una revisión. Si bien la teoría de la autocategorización se centró en el proceso cognitivo y la representación más que en la motivación (Turner et al., 1987), contenía en su interior indicios de una motivación basada en la categorización de índole más epistémica, asociada con la dinámica de la identidad social. La teoría de la incertidumbre-identidad (Hogg, 2007, 2012) se basa en la premisa de que sentirse inseguro sobre nuestro mundo y, en particular, sobre cómo comportarse y cómo se comportarán los demás puede ser inquietante, incluso aversivo. La incertidumbre dificulta la predicción y la planificación del comportamiento de tal manera que dificulta la posibilidad de actuar con eficacia. No es sorprendente que las personas traten de reducir la incertidumbre sobre sus percepciones, actitudes, sentimientos y comportamientos. Estamos particularmente motivados para reducir la incertidumbre si nos sentimos inseguros sobre las cosas que son relevantes para uno mismo, o bien si no estamos seguros acerca de nuestro yo en sí mismo; sobre nuestra identidad, quiénes somos, cómo nos relacionamos con los demás y cómo estamos ubicados socialmente. En última instancia, las personas necesitan saber quiénes son, cómo comportarse y qué pensar, y quiénes son los demás, cómo podrían comportarse y qué podrían pensar. La categorización social es particularmente efectiva para reducir la incertidumbre porque proporciona prototipos grupales que describen cómo las personas (incluido el propio individuo) se comportarán y/o deberían comportarse e interactuar con otras. Dichos prototipos son relativamente consensuales (“nosotros” estamos de acuerdo en que “nosotros” somos así y “ellos” son así), por lo tanto, la visión del mundo y el autoconcepto se validan mutuamente. La categorización social hace que el comportamiento propio y ajeno sea predecible y, por lo tanto, permite evitar daños y planificar acciones efectivas. También le permite a uno saber cómo debe sentirse y comportarse. Cuanto más inseguro es el propio auto-concepto, uno más se esfuerza por pertenecer, en particular a los grupos que reducen efectivamente la incertidumbre: tales grupos son distintivos, con alta entitatividad y prototipos simples, claros, prescriptivos y consensuales. En circunstancias extremas, estos grupos pueden ser ortodoxos y extremistas, poseen ideologías y sistemas de creencias cerrados, y tienen estructuras jerárquicas de liderazgo y autoridad (Hogg, 2014). Los sistemas de creencias ideológicos y autoritarios, ya sean seculares o religiosos, a menudo se asocian con condiciones de incertidumbre e inestabilidad social (cf. Hogg, Adelman y Blagg, 2010). Por lo tanto, en la medida en que tales sistemas de creencias estén vinculados a la pertenencia a grupos, la identificación puede mediar el vínculo entre la incertidumbre social y la ideología. Otra implicación de la teoría de la incertidumbre-identidad es que los grupos subordinados pueden aceptar su estatus subordinado precisamente porque desafiar el statu-quo eleva la incertidumbre autoconceptual a niveles inaceptables (cf. Jost y Hunyadi, 2002). De hecho, aunque las personas prefieren identificarse con grupos de estatus alto que bajo, esta preferencia puede desaparecer bajo una alta incertidumbre. Cuando las personas tienen incertidumbre autoconceptual, están motivadas por la reducción de la incertidumbre para identificarse igualmente con grupos de estatus bajo o alto (Reid y Hogg, 2005). Una tercera dinámica motivacional, que puede estar más estrechamente relacionada con la reducción de la incertidumbre que el auto-enaltecimiento, es la distinción óptima (cf. Leonardelli, Pickett y Brewer, 2010). Las personas intentan lograr un equilibrio entre dos motivos en conflicto, para la inclusión / igualdad (satisfecha por la pertenencia al grupo) y la distinción / similitud (satisfecha por la individualidad), para lograr la distinción óptima. Los grupos más pequeños sobre-satisfacen la necesidad de distinción, por lo que las personas se esfuerzan por lograr una mayor inclusión, mientras que los grupos grandes sobre satisfacen la necesidad de inclusión, por lo que las personas luchan por la distinción endogrupal. Una implicación de esta idea es que las personas deberían estar más satisfechas con la membresía a grupos medianos que a grupos muy grandes o muy pequeños. Normas sociales, influencia y liderazgo La identidad social se expresa a través del comportamiento normativo. Las normas mapean los contornos de los grupos y las identidades sociales y se representan cognitivamente como prototipos grupales que describen y prescriben un comportamiento que define la identidad (cf. Hogg y Smith, 2007). Dentro de un grupo dado, generalmente hay un acuerdo sustancial sobre los prototipos endo y exogrupales: “estamos de acuerdo en que somos así y en que ellos son así”. La autocategorización produce conformidad con las normas del grupo (comportamiento normativo) porque, como se describió anteriormente, se asimila al prototipo del grupo (ver Abrams y Hogg, 1990). La conformidad no es el cumplimiento conductual superficial, sino un proceso más profundo por el cual las personas internalizan y promulgan el prototipo del grupo. Porque las normas endogrupales no sólo capturan la similitud intragrupo sino que también acentúan la distinción entre grupos, tiende a polarizarse el exogrupo y, por lo tanto, a menudo son ideales que son más extremos que el grupo en su conjunto: la conformidad a través de la autocategorización a menudo produce polarización grupal (por ejemplo, Abrams, Wetherell, Cochrane, Hogg y Turner , 1990). El proceso de influencia social asociado con la conformidad identificación-contingente, es influencia informativa referente (Turner et al., 1987; ver Abrams y Hogg, 1990). En grupos, las personas están muy atentas a la información confiable sobre el prototipo/norma grupal apropiada para el contexto. Por lo general, la fuente más inmediata y confiable de esta información es el comportamiento de identidad-consistente de aquellos miembros que generalmente se consideran los más prototípicos del grupo. Una vez que la norma ha sido reconocida o establecida, se internaliza como el prototipo grupal específico del contexto al que las personas se conforman mediante la autocategorización. Este proceso otorga a los miembros prototípicos una mayor influencia que la que tienen los miembros no prototípicos dentro del grupo, un punto que sirve como base de la teoría de la identidad social del liderazgo (Hogg y Van Knippenberg, 2003; Hogg, Van Knippenberg y Rast, 2012; ver también Reicher, Haslam, Platow y Steffens, 2016). Aunque las normasson la fuente de influencia al interior de los grupos, algunos miembros las incorporan mejor que otros: ellos son más prototípicos y, por lo tanto, tienen una influencia desproporcionada. Los miembros prototípicos ocupan un rol de liderazgo de facto en el grupo; y los líderes que son prototípicos son más influyentes y efectivos como líderes que los líderes menos prototípicos. Su efectividad se amplifica porque se supone que están fuertemente identificados con el grupo y, por lo tanto, se confía en que actúen en el mejor interés del grupo y es poco probable que hagan daño al grupo. Paradójicamente, esto les permite divergir de las normas del grupo más que a aquellos líderes menos prototípicos: pueden ser normativamente innovadores, lo cual es un sello distintivo del liderazgo (Abrams, Randsley de Moura, Marques y Hutchison, 2008). Diferenciación al interior de los grupos Las normas grupales capturan y expresan similitud intragrupal. Sin embargo, los grupos casi siempre se diferencian internamente. Una diferenciación clave que tiene consecuencias de largo alcance es la diferenciación en términos de prototipicidad percibida. Ya hemos visto que los miembros prototípicamente centrales son más influyentes que los miembros menos prototípicos. Los miembros menos prototípicos, particularmente aquellos que son prototípicamente marginales, no son del agrado o confianza del grupo y, por lo tanto, no sólo son relativamente poco influyentes, sino que pueden verse con sospecha como desviados que potencialmente amenazan al grupo (Marques, Abrams, Páez y Hogg, 2001). De hecho, las personas en el límite normativo entre el endo y exogrupo, particularmente si en general no son personas muy agradables, generan menos agrado y son rechazados con mayor fuerza si son miembros del endogrupo que si son miembros del exogrupo. Se les trata como “ovejas negras” (Marques & Páez, 1994). En general, de acuerdo con la teoría de la dinámica grupal subjetiva, las reacciones a los miembros marginales se derivan del hecho de que éstos pueden amenazar la claridad normativa y la integridad del grupo (Marques, Abrams y Serôdio, 2001; Pinto, Marques, Levine y Abrams , 2010). Por lo tanto, un miembro marginal que diverge de la norma del grupo en una dirección que se aleja del exogrupo (llamado desviación pro-norma), acentúa la distinción entre los grupos y, por lo tanto, es menos amenazante desde el punto de vista normativo que uno que se inclina en una dirección hacia el exogrupo (llamado desviación anti-norma) y difumina los límites intergrupales; este último invita a una reacción más negativa del grupo que el primero. Aunque los miembros marginales son generalmente percibidos y tratados de manera desfavorable, a veces pueden cumplir funciones importantes de cambio social para el grupo (Hogg & Waggoner, en prensa). Por ejemplo, los desviados pueden servir como críticos grupales (por ejemplo, Hornsey, 2005), o como grupos minoritarios que desafían la sabiduría aceptada de la mayoría (por ejemplo, Nemeth y Staw, 1989). En ambos casos, puede ser una lucha para los miembros marginales el poder ser escuchado, pero su contribución al grupo es, en última instancia, constructiva: las minorías y los críticos están tratando efectivamente de cambiar la identidad del grupo desde adentro. Los miembros marginales a veces pueden ser muy perjudiciales para el grupo. Las minorías que sienten que no tienen voz dentro del grupo pueden fragmentarlo formando un cisma (Sani, 2005); y los individuos que sienten o que efectivamente son tratados como miembros periféricos de un grupo que es importante para su identidad, pueden convertirse en extremistas entusiastas en nombre del grupo en un intento de ser aceptados como miembros centrales leales (Hogg y Waggoner, en prensa). Multitudes y protestas Los miembros de grupos a menudo se reúnen colectivamente para actuar al unísono (ver La Macchia y Louis, 2016). Grandes reuniones públicas de esta naturaleza se caracterizan como multitudes, manifestaciones, protestas, etc. Una opinión popular en psicología social es que las multitudes brindan anonimato y eliminan la responsabilidad y la rendición de cuentas: las personas se desindividuan de tal manera que las normas sociales ya no mantienen a raya a los instintos agresivos antisociales primitivos (cf. Zimbardo, 1970). El modelo de desindividuación de la identidad social (modelo SIDE) ha desafiado esta perspectiva sobre el comportamiento de la multitud, argumentando en cambio que los eventos de la multitud son como cualquier otro fenómeno grupal en el que las personas se identifican con un grupo y se despersonalizan en términos de las normas de actitud y comportamiento del grupo (Klein, Spears y Reicher, 2007; Reicher, Spears y Postmes, 1995). La despersonalización significa verse a sí mismo como un representante de la categoría en lugar de un individuo único y está asociado con un cambio de identidad, mientras que la desindividualización se refiere a una pérdida de identidad asociada con impulsos antisociales y agresivos primitivos. Según el modelo SIDE, la despersonalización puede producir un comportamiento antisocial y agresivo, pero solo si las personas se identifican con un grupo que tiene un prototipo que prescribe dicho comportamiento (Postmes & Spears, 1998). Las multitudes a veces pueden parecer volátiles, pero esto se debe a que son eventos inusuales; los miembros no están seguros acerca del comportamiento normativo apropiado para el contexto del grupo, por lo que buscan orientación a medida que triangulan conductualmente sobre la norma apropiada. Desde una perspectiva SIDE, las multitudes son eventos intergrupales intencionales, regidos por normas y orientados a objetivos que a menudo tienen un exogrupo muy destacado y visible. A este respecto, se asemejan a la protesta colectiva y encuentran muchos de los obstáculos más amplios para la movilización social. El estudio de la protesta social es el estudio de cómo los descontentos individuales se transforman en acción colectiva: ¿cómo y por qué los simpatizantes se movilizan como activistas o participantes? La movilización refleja la relación actitud-comportamiento: los simpatizantes tienen actitudes comprensivas hacia un problema, pero estas actitudes no se traducen fácilmente en comportamiento (Klandermans, 1997). También se asemeja a un dilema social; La protesta es generalmente por un bien social percibido (por ejemplo, igualdad) o contra un mal social percibido (por ejemplo, opresión), y dado que el éxito beneficia a todos independientemente de la participación, pero el fracaso perjudica más a los participantes, es tentador seguir siendo un simpatizante que convertirse en un participante. El liderazgo es fundamental para movilizar a un grupo para que tome medidas. En particular, el líder debe ser visto como una persona justa en la que se puede confiar para actuar en el mejor interés del grupo y sus miembros. Sin embargo, en última instancia, es la identificación social la que aumenta la probabilidad de acción social y protesta colectiva (por ejemplo, Stürmer y Simon, 2004; Van Zomeren, Leach y Spears, 2012; Van Zomeren, Postmes y Spears, 2008). Conclusión El Capítulo 1 ha proporcionado una breve descripción de la teoría de la identidad social, mapeando su desarrollo histórico desde la formulación original en la década de 1970. Se han descrito los aspectos clásicos y contemporáneos de la teoría y se ha tratado de poner mayor énfasis en los aspectos que son directamente relevantes para comprender la paz y el conflicto en la sociedad. La teoría de la identidad social es un marco conceptual unificado que explica los procesos grupales y las relaciones intergrupales en términos de la interacción de los procesos sociales cognitivos, los procesos sociales interactivos y los procesos societales, y coloca la auto-concepciónen el núcleo de la dinámica. La teoría nació de la investigación científica de Tajfel sobre categorización y percepción social, su pasión personal por explicar los prejuicios y la discriminación, y su oposición a la explicaciones predominantes basadas en la personalidad, así como las explicaciones individualistas. Los estudios de grupos mínimos (por ejemplo, Tajfel, 1970) proporcionaron una plataforma próxima para la teoría original de la identidad social de las relaciones intergrupales (Tajfel y Turner, 1979). Esto se amplió y se basó más fundamentalmente en argumentos cognitivos por Turner y sus estudiantes (Turner et al., 1987). Los dos procesos motivacionales principales asociados con la teoría de la identidad social son capturados por la hipótesis de la autoestima (ver Abrams y Hogg, 1988) y por la teoría de la incertidumbre-identidad (Hogg, 2007); la teoría de distinción óptima (por ejemplo, Leonardelli et al., 2010) proporciona una tercera perspectiva sobre la motivación de la identidad social. Un componente clave de la teoría de la identidad social es su análisis del proceso de influencia responsable del reconocimiento, la construcción y la internalización de las normas del grupo — la teoría de la influencia de la información de referencia (ver Abrams y Hogg, 1990), y el papel del liderazgo en este proceso— La teoría de la identidad social del liderazgo (Hogg et al., 2012). El hecho de que los grupos se diferencien internamente en miembros prototípicamente centrales y prototípicamente periféricos tiene consecuencias de gran alcance no solo para el liderazgo y la influencia, sino también para la psicología de la inclusión y la exclusión, según lo descrito por la teoría de la dinámica subjetiva grupal (por ejemplo, Marques, Abrams & Serôdio, 2001). Finalmente, el modelo SIDE explica cómo interactúan los procesos de identidad, influencia y liderazgo para afectar la movilización social y la acción colectiva (por ejemplo, Van Zomeren et al., 2008). Con respecto a la paz y los conflictos en la sociedad, la dinámica subyacente es aquella en la que las personas protegen y promueven el estatus y la entitatividad de las identidades sociales que son centrales e importantes para su autoconcepto. La forma en que lo hacen está guiada por lo que creen que es posible dada la naturaleza de la posición de su grupo en la sociedad. El liderazgo basado en prototipos y el comportamiento de los miembros marginales y miembros centrales del grupo, así como el tratamiento grupal que se les da a cada uno de ellos, juegan un papel clave en todo esto. Referencias Abrams, D., & Hogg, M. A. (1988). Comments on the motivational status of self-esteem in social identity and intergroup discrimination. European Journal of Social Psychology, 18, 317–334. Abrams, D., & Hogg, M. A. (1990). Social identification, self-categorization and social influence. European Review of Social Psychology, 1, 195–228. Abrams, D., & Hogg, M. A. (2004). 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