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Zubieta, E Actitudes Ficha de cátedra

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LAS ACTITUDES 1 
 
Elena M Zubieta 
 
1. Introducción 
Las actitudes han sido, casi desde la constitución de la Psicología Social, uno de los 
temas de estudio centrales de esta disciplina. Tanto es así que se ha llegado a afirmar 
que sin las actitudes no podría comprenderse la Psicología Social, especialmente lo que 
refiere a la producción norteamericana. 
Como señalaba Germani (1966), el interés por este concepto surge de la necesidad del 
psicólogo de contar con categorías que permitan reducir la complejidad y diversidad de 
la conducta social, permitiendo hallar las causas generales de la misma. 
Presente, como objeto relevante en campañas y programas preventivos de distintas 
conducta de riesgo así como en intervenciones orientadas a mejorar el clima 
organizacional, su interés primordial reside en el papel que juega en los procesos de 
cambio social. Es el factor mediador por excelencia entre el individuo y el contexto 
social de pertenencia (Morales, Rebolloso y Moya, 1994). 
Para Triandis (1971, en Echebarría et. al., 1987) la actitud puede pensarse como una 
idea cargada de emoción que predispone a una clase de acciones respecto de una clase 
particular de situaciones sociales. Fishbein y Ajzen (1975) sostienen que la mayoría de 
los investigadores acordarían en que las actitudes pueden ser descritas como 
predisposiciones aprendidas a responder, en una manera consistente favorable o 
desfavorable, respecto de un objeto dado. Ambas definiciones indican que las actitudes 
tienen un aspecto afectivo o emocional y que proveen el bagaje motivacional para las 
acciones dirigidas hacia un objeto específico (persona, grupo, situación, idea, etc.). 
Si bien, como se verá más adelante, cada actitud tiene un referente particular, las 
actitudes pueden organizarse en estructuras consistentes y coherentes conocidas como 
 
1 Texto elaborado sobre la base de: Morales, J; Rebolloso, E y Moya, M. (1994). Las actitudes. 
En J.F. Morales et al. (Coords.).Psicología Social. (pp.495-524). Madrid: Mc Graw 
Hill. 2° Edición. 
 
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sistemas de valores. El término “ideología”, por ejemplo, se usa para designar un 
conjunto integrado de creencias y valores que justifican las políticas de un grupo o 
institución (Katz y Scottland, 1959; en Echebarría et. al., 1987). 
Las actitudes sociales, se caracterizan por la consistencia2 en la respuesta a objetos 
sociales y, es esta consistencia la que facilita el desarrollo de sistemas integrados de 
actitudes y valores que los individuos utilizamos para determinar qué tipo de conducta 
realizaremos al enfrentarnos a cualquier amplia gama de situaciones posibles. Estos 
sistemas nos permiten interpretar y evaluar los hechos, son fuentes de interpretación y 
acción que nos ayudan a reducir la ambigüedad y la confusión. Pueden también ser 
concebidos como estilos de percepción aprendidos a través de los cuales aprehendemos 
la “realidad”. La clase de estilo que aprendemos así como el tipo de realidad que 
percibimos depende en gran medida de modelos, es decir, de la cultura de pertenencia 
(Lindgren y Harvey, 1973). 
 
2. Medición y dimensión de las actitudes 
Para introducirnos en la composición interna de las actitudes y su complejidad, 
podemos utilizar la definición de Eagly y Chaiken (1993) en tanto tendencia 
psicológica que se expresa mediante la evaluación de una entidad u objeto concreto 
con cierto grado de favorabilidad o desfavorabilidad. 
Al hablar de tendencia, se está implicando que es algo que no es externo a la persona, ni 
una respuesta manifiesta y observable sino un “estado interno”. La actitud es concebida 
entonces como interviniente y mediadora entre los aspectos o estímulos del ambiente 
externo y las reacciones de las personas ante aquellos, es decir, sus respuestas 
evaluativas manifiestas. 
Siendo la actitud un estado interno, debemos inferirla a partir de respuestas manifiestas 
y observables y, siendo evaluativa, aquellas respuestas serán de aprobación o 
desaprobación, de atracción o rechazo, de aproximación o evitación, etc. En esta 
tendencia evaluativa los individuos asignamos aspectos positivos o negativos a un 
determinado objeto. Proceso éste que trasciende lo meramente denotativo o descriptivo 
y es, por tanto, connotativo. 
La evaluación implica valencia –o dirección- e intensidad. Mientras la valencia refiere 
al carácter positivo o negativo que se atribuye al objeto actitudinal, la intensidad se 
 
2 Tema problemático producto de los componentes y de la compleja estructura interna de la actitud. 
 3
relaciona con la gradación de esa valencia. Por ejemplo, un sujeto puede tener una 
actitud positiva o negativa hacia un líder pero, a su vez, su carácter positivo o negativo 
admite varios grados. Puede ser también que esa actitud caiga en un punto de 
indiferencia o neutro, bien porque la persona no tiene una actitud formada respecto de 
ese líder –estamos frente a una no-actitud-, bien porque su actitud es ambigua, admite 
aspectos positivos y negativos con aproximadamente la misma intensidad. Así, se 
representa lo que se denomina continuo actitudinal, que integra a la valencia y a la 
intensidad (Figura 1). 
 
 
 
 
(+) Intensidad (+) 
 
-3 -2 -1 0 1 2 3 
Muy 
Negativa 
 Neutra Muy 
Positiva 
 
Figura 1: Continuo actitudinal 
 
 
Es importante señalar también que habrá que diferenciar qué actitudes son más 
centrales en el sistema de actitudes y valores y cuáles son más marginales o periféricas. 
Es decir, cuáles ocupan una posición clave en términos de lo que es altamente 
significativo para el bienestar y los objetivos del individuo. Asimismo, la centralidad se 
complementa de saliencia, la medida en la cual un sujeto le da preeminencia a una 
actitud. No todas las actitudes centrales son salientes. 
Por último, es necesario remarcar que la actitud tal como ha sido definida, siempre se 
dirige a algo, a un objeto que debe quedar claramente especificado. No es lo mismo una 
actitud negativa hacia un estilo de liderazgo que una actitud negativa hacia el liderazgo 
de Pedro. Este ejemplo nos sugiere que los objetos actitudinales se diferencian entre sí 
no sólo en función de sus contenidos (p.e: liderazgo situacional), sino también por su 
nivel de abstracción (p.e: Pedro). 
 
(-) Dirección (+) 
 4
3. Las respuestas o componentes de la actitud 
El estado psicológico interno que denominamos actitud, se manifiesta a través de 
respuestas observables que tradicionalmente se han clasificado en tres categorías: 
cognitivas, afectivas y conativo-conductuales. Si bien lo que caracteriza a la actitud es 
la evaluación, ésta se puede manifestar a través de tres vías diferentes que coexisten y 
aluden siempre a un único estado interno. Esta coexistencia, y por ende, la complejidad 
interna que dicho estado supone es la razón por cual también se hable de aquellas vías 
de expresión como de los elementos o componentes de la actitud. 
 
3.1 Las respuestas cognitivas 
A menudo la evaluación positiva o negativa de un objeto se produce a través de 
pensamientos o ideas denominados “creencias”. En sentido estricto, las “creencias” 
incluyen tanto los pensamientos y las ideas propiamente dichos como su expresión o 
manifestación externa. Como bien indican Morales, Rebolloso y Moya (1994), la 
evaluación mediante respuestas cognitivas sigue una doble secuencia: primero, se 
establece inicialmente una asociación de naturaleza probabilística entre un objeto y 
alguno de sus atributos o notas. Si el objeto en cuestión es la organización burocrática y 
el atributo es la rigidez, el primer paso en la creación de la creencia relevante es 
establecer una conexión como la siguiente: “la organización burocrática tiene una 
(alta/media/baja) probabilidad de estar formada por individuos rígidos”. En funcióndel 
resultado de este primer paso, en el que se establece una asociación objeto-atributo cuya 
fuerza depende del grado de probabilidad estimado por la persona, se da el segundo 
paso, que es la evaluación propiamente dicha, y que deriva fundamentalmente de la 
connotación positiva o negativa del atributo. En este ejemplo, si la rigidez está 
connotada negativamente, una asociación fuerte entre ella y la organización burocrática 
llevaría a una evaluación negativa de éste última. 
3.2 Las respuestas afectivas 
Se incluyen aquí a los sentimientos, estados de ánimo y emociones que se asocian con 
el objeto de la actitud. Aunque muchos autores han afirmado que la emoción es el único 
componente de la actitud, -es decir, que actitud y respuesta o componente afectivo son 
una y la misma cosa- es claro que evaluación y afecto son conceptos diferentes y que la 
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evaluación se puede expresar no sólo a través del afecto, sino también a través de las 
cogniciones y las conductas. 
Por el momento, siguiendo la hipótesis de consistencia, es de esperar que la evaluación 
negativa de la organización burocrática y la rigidez de sus miembros esté acompañada 
por sentimientos y emociones negativos hacia sus expresiones. 
3.3 Las respuestas conativo-conductuales 
Las conductas son también susceptibles de ubicación en el denominado continuo 
actitudinal. Algunos comportamientos pueden ser muy negativos como es el hecho de 
negarme a interactuar con individuos rígidos y otros muy positivos, como colaborar en 
las acciones propuestas en el liderazgo situacional de Pedro. En los estudios de actitudes 
se toma en consideración, además de la conducta propiamente dicha, las intenciones de 
conducta: el acuerdo en apoyar el estilo de liderazgo propuesto por Pedro o el 
desacuerdo en interactuar con determinada organización a causa de su impronta rígida y 
burocrática. 
3.4 La relación entre las respuestas evaluativas o componentes de la actitud 
Como se mencionara, desde el punto de vista teórico la actitud es un estado interno 
evaluativo mientras que los componentes cognitivo, afectivo y conativo-conductual son 
sus vías de expresión. Asumiendo una perspectiva metodológica, los tres tipos de 
respuestas son diferentes entre sí aunque no completamente, ya que todas ellas remiten 
a la misma variable que es la actitud. 
Dicho de otra manera, cualquier actitud se puede manifestar concretamente a través de 
tres vías fundamentales diferentes que convergen en cierta medida porque comparten un 
sustrato o base común, porque todas representan la misma actitud. 
Metodológicamente, cada tipo de respuesta actitudinal se puede medir con la utilización 
de diferentes índices pero la relación entre estos índices de la misma respuesta debe no 
sólo ser positiva sino también intensa (Figura 2). 
 
 6
Figura 2: sustrato común de la actitud. 
 
Si bien los elementos son diferentes y el solapamiento no es total. Aún así la estructura 
tridimensional de la actitud es la más adecuada según los resultados empíricos y la 
fundamentación teórica. 
4. El surgimiento de las actitudes 
En tanto mediadora entre los estímulos del ambiente social y las respuestas de la 
persona a dicho ambiente, la actitud es una forma de adaptación activa. Es el resultado 
de una serie de experiencias que la persona tiene con el objeto actitudinal y producto de 
los procesos cognitivos, afectivos y conductuales que se fueron activando en el proceso 
de formación-adaptación. Es en este sentido que se habla de los antecedentes de la 
actitud. 
4.1 Antecedentes cognitivos 
La evaluación que hacemos del objeto actitudinal está estrechamente relacionada con la 
información y creencias que tenemos acerca del objeto, con lo que pensamos acerca de 
él. La teoría de la expectativa-valor indica que el conocimiento que la persona adquirió 
en el pasado en su relación con el objeto actitudinal le proporciona una base sobre la 
cual hacer una buena estimación de cómo merece ser evaluado ese objeto. Nos sentimos 
atraídos hacia aquello que consideramos dotado de cualidades positivas y, a la inversa, 
rechazamos a aquello que adjudicamos propiedades negativas. 
En el marco de los modelos unidimensionales, de la Teoría de la Acción Razonada 
(TAR) de Fishbein y Ajzen (1975) se desprende de la formulación anterior y postula 
que para saber lo que piensa una persona respecto de un determinado objeto, es preciso 
recabar dos tipos de información: la probabilidad subjetiva y la deseabilidad subjetiva. 
 
Persona 
 
Creencias positivas acerca de un objeto 
 
 
 Reacciones ante él Con afecto y emociones 
positivas 
 
Dispuesta a mostrar conductas favorables 
 
 
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Estas informaciones se obtienen sobre la base de un conjunto de creencias que son 
normativas en la población respecto del objeto. 
La probabilidad subjetiva refiere al grado de probabilidad estimada de la creencia. En la 
investigación que los autores realizaron sobre la actitud hacia el uso de píldoras 
anticonceptivas, sobre la base de un listado de quince creencias como “produce efectos 
secundarios graves” o “regula el ciclo menstrual” y usando un continuo de respuesta de 
+3 (extremadamente improbable), 0 (ni probable, ni improbable), –3 (extremadamente 
probable), quien piensa que es “extremadamente improbable” que el uso de píldoras 
anticonceptivas “genere efectos secundarios graves” (creencia) tendrá una probabilidad 
subjetiva de tal creencia de –3. 
La deseabilidad subjetiva es el grado en que la persona cree que las consecuencias 
expresadas por la creencia son positivas o negativas. En el caso de la creencia “produce 
efectos secundarios graves”, se puede anticipar que las personas considerarán que las 
consecuencias resultan indeseables. Esta información también se evalúo en una escala –
3 a +3, con un punto de indiferencia 0. 
 
 
ACTITUD 
Creencia Valor 
Creencias Expectativas 
 
 
 INTENCIÓN 
 
COMPORTAMIENTO 
 
NORMA SUBJETIVA 
Creencia sobre otros 
Valor de los otros 
 
 
 
 
Figura 3: Representación de la Teoría de la Acción Razonada (Ajzen y Fishbein, 1980; 
en Ubillos, Mayordomo y Páez, 2004) 
 
Subyace a la TAR el supuesto de que la conducta está bajo la influencia de la intención 
de conducta, y ésta a su vez está bajo la influencia de la actitud y de la norma subjetiva 
(Figura 3). De esta manera, los individuos toman decisiones en función de la valoración 
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que hacen de los resultados de su comportamiento y de las expectativas que tienen sobre 
ese comportamiento en función de lograr dichos resultados. A esta racionalidad 
instrumental, el modelo integra la racional cultural o normativa mediante una medida de 
opinión favorable o desfavorable de los otros significativos ante la conducta específica y 
sobre la motivación para seguir esa opinión (Ubillos, Mayordomo y Páez, 2004). 
4.2 Antecedentes afectivos 
Si todas las actitudes surgieran como lo propone la Teoría de la Acción Razonada, eso 
llevaría a postular que las personas tienen un control racional de todas sus emociones y 
sentimientos y sabemos que esto no es siempre así. Hay muchos ejemplos sobre cómo 
las emociones influyen en las funciones psicológicas de las personas y estudios que 
demuestran que las actitudes pueden sufrir un cambio considerable sin que se modifique 
el componente cognitivo. Estas últimas refieren al condicionamiento de las actitudes. 
Los estudios sobre el condicionamiento actitudinal han sido prolíficos en el ámbito de la 
psicología del aprendizaje en los que se han desarrollado los denominados: 
condicionamiento clásico y condicionamiento instrumental. 
El condicionamiento clásico se vincula a la figura de Pavlov y refiere a una forma de 
aprendizaje en la que un estímulo neutral (o condicionado), que inicialmente no evoca 
respuestas específicas en las personas, acaba por evocarlas gracias a sus asociaciones 
repetidas con otro estímulo (incondicionado)que si las evoca. Un determinado líder 
puede al inicio no producirnos nada, neutralidad, y como producto de asociaciones 
frecuentes con su forma de organizar el trabajo que apoyamos –p.e., en equipo- 
terminar en una actitud positiva hacia el líder. 
El condicionamiento instrumental u operante refiere al fortalecimiento de aquellas 
respuestas que producen resultados positivos o que ayudan a evitar los negativos. En un 
programa de intervención comunitaria, se decide realizar un encuentro grupal diario en 
el que se evalúa positivamente las actividades realizadas por cada individuo dado que se 
observó que esto incrementa los niveles de implicación y participación de los 
integrantes de la comunidad. 
En psicología social las teorías del condicionamiento han sido de gran utilidad por su 
énfasis en el reforzamiento. El condicionamiento es un elemento que cobra fuerza en 
aquellos casos en que los objetos actitudinales resultan poco familiares o son pocos 
conocidos por las personas. Así, el análisis del proceso que media entre el reforzamiento 
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y la modificación ha sido centro de fuerte debate en la disciplina dando lugar a 
desarrollos importantes como es el caso del “efecto de la mera exposición”. 
Para Zajonc (1968) la “mera exposición” implica que un estímulo concreto es accesible 
a la percepción de la persona y, cuando la exposición de la persona al estímulo es 
repetida se produce una “intensificación” de la actitud hacia el objeto. La persona 
desarrolla finalmente una actitud positiva o negativa hacia el objeto que se le ha 
presentado en numerosas ocasiones. Por ejemplo, podemos generar que se intensifique 
la actitud negativa de los individuos hacia el liderazgo femenino incorporando imágenes 
“descalificantes” sobre la mujer actuando en puestos de liderazgo en una determinada 
proyección. 
Investigaciones posteriores del autor demostraron sin embargo, que la mera exposición 
es condición suficiente pero no necesaria para que se produzca la intensificación de la 
actitud (Moreland y Zajonc, 1977). Se observó también que la mera exposición con su 
correspondiente intensificación de la evaluación positiva, se producían incluso cuando 
los estímulos no llegaban a ser reconocidos por las personas. La intensificación se 
produce también sin que se implique ningún proceso cognitivo, el reconocimiento está 
ausente y su lugar es ocupado por “afectos subjetivos”. Puedo no tener una explicación 
“racional” de mi oposición a que las mujeres ocupen puestos directivos o de liderazgo 
pero la problemática activa aspectos personales en la que intervienen emociones y 
afectos. 
Otras investigaciones más recientes han demostrado también que hay una amplia gama 
de procesos cognitivos y perceptivos que pueden ocurrir sin necesidad de conciencia por 
parte del sujeto como puede ser el aprendizaje de una estructura gramatical, ciertas 
tareas léxicas o el proceso de categorización social. De la misma manera, fenómenos 
como la presión temporal o la aprensión de evaluación afectan el efecto de la mera 
exposición (Bornstein, 1989; en Morales, Rebolloso y Moya, 1994). 
Si bien la tradición en investigación sobre actitudes considera al efecto de mera 
exposición como un antecedente afectivo de las actitudes, muchos autores lo consideran 
como uno de los muchos efectos cognitivos que ocurren sin intervención de la 
conciencia. 
 10
4.3 Antecedentes conductuales 
Es abundante la evidencia con la que se cuenta acerca de la conducta como fuente de la 
actitud. Las más conocidas son las técnicas de adiestramiento de todo tipo: deportivas, 
religiosas, militares, educativas, etc. Subyace a éstas la idea que la repetición muy 
intensa de ciertas conductas hará que éstas se incorporen en el repertorio conductual de 
los adiestrados sin que haya resistencia por parte de éstos. Está la conocida “técnica de 
lavado de cerebro” y, si bien su implantación con gran reiteración muestra un impacto 
comprobado, éste se ha exagerado en muchos casos. 
Fazio (1986) postuló que la experiencia directa con el objeto era la base fuerte sobre la 
que se forman las actitudes. Sus estudios demostraban que las actitudes que mejor se 
aprenden, las más estables y las que mostraban una relación más estrecha con la 
conducta eran las que surgían a partir de la experiencia directa en comparación con las 
que se producían por experiencia indirecta o mediatizada. Posteriormente el autor, como 
resultado de sus investigaciones, matizará esta posición encontrando que el punto 
decisivo parece estar no tanto en la experiencia directa sino en la accesibilidad de la 
actitud. 
Podemos no tener una experiencia directa de abuso de autoridad o autoritarismo pero el 
contacto frecuente con personas que sí las tuvieron y el realizar acciones de apoyo 
llevarnos a formarnos actitudes cada vez más claras respecto de ciertas modalidades del 
manejo del poder. 
Morales, Rebolloso y Moya (1994) nos recuerdan bien que la teoría de la disonancia 
cognitiva, que fue una de las más influyentes en el estudio de las actitudes, postulaba 
que en ciertas condiciones, el realizar determinadas conductas produce importantes y 
permanentes cambios actitudinales. 
5. Aspectos estructurales de las actitudes 
Los resultados de algunos estudios empíricos han hecho relevante tres aspectos 
centrales relacionados con la actitud: la supuesta bipolaridad, la consistencia y el 
problema de la ambivalencia. 
Respecto de la bipolaridad, el supuesto clásico indicaba que la actitud descansa sobre 
un continuo actitudinal. El problema surge cuando los extremos de éste no son 
contradictorios u opuestos. En el caso de acuerdo-desacuerdo con el 
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liberalismo/conservadurismo implicaría que definirse por uno indicaría la negación del 
otro cuando, sin embargo, los datos muestran que los liberales no se oponen a los 
postulados conservadores, no los evalúan de forma intensamente negativa sino más bien 
neutral, en el punto medio del continuo. Algo similar sucede en los conservadores 
respecto del ideario liberal. Las conclusiones de este tipo de investigaciones muestran 
que en aquellas personas que tienen referentes criteriales sólo o predominantemente 
positivos, no se puede mantener la idea de unidimensionalidad y bipolaridad actitudinal. 
Las personas pueden no estar familiarizadas con los valores opuestos a los que mantiene 
y, de esta forma, resultarles irrelevantes. Por otro lado, como mecanismo defensivo 
respecto de las propias creencias y valores, un sujeto puede negar la relevancia a los 
valores opuestos para proteger mejor los propios. 
Directamente relacionada a la complejidad interna de la actitud y a sus tres vías de 
expresión, aparece el tema de la consistencia. Como se señaló previamente, deberíamos 
esperar que sus componentes funcionen de forma similar, es decir: creencias positivas + 
afectos positivos + aproximación de aceptación y simpatía. Cada una de las 
evaluaciones parciales deberían armonizar con la evaluación global del objeto que 
proporciona la actitud general y si esto sucede estamos en condiciones de hablar de 
consistencia actitudinal. 
Así, los tipos de consistencias pueden ser múltiples en función de la existencia de los 
tres componentes actitudinales. Una consistencia evaluativo-cognitivo, por ejemplo, es 
la que se da entre la evaluación general del objeto actitudinal y la evaluación que resulta 
del conjunto de sus creencias. Si evalúo muy positivamente el ideario liberal se espera 
que evalúe positivamente la iniciativa individual. Si tengo una actitud positiva frente a 
una organización del Estado comunista, es esperable que me manifieste negativamente 
ante la propiedad privada. 
Respecto de las fuentes de inconsistencias, aparecen cuando la actitud, más que un 
origen cognitivo tiene un origen afectivo o conductual. Puedo tener una posición 
negativa ante ciertos grupos minoritarios, por ejemplo los protestantes,y ésta verse 
relativizada producto de una relación interpersonal afectiva positiva que mantengo con 
un integrante de ese grupo religioso. 
Asimismo, puede haber una inexistencia de creencias sobre el objeto actitudinal que 
impide que la actitud esté bien definida y nos acerca al concepto de no actitud, cuando 
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una persona no tiene una actitud formada hacia un objeto concreto –probablemente fruto 
de la falta de trato y experiencia con aquél. 
La inconsistencia evaluativo-cognitiva afecta la estabilidad de la actitud o, dicho de otro 
modo, provoca su inestabilidad. Las actitudes inconsistentes cumplen deficitariamente 
la función fundamental de ellas que es la de orientación de la persona en su mundo 
social. Por el contrario, los sujetos con actitudes consistentes manejan mejor la 
información contradictoria con su actitud, exploran las características de esa 
información y tratan de refutarla activamente. 
La denominada ambivalencia actitudinal puede darse tanto en el componente cognitivo 
como afectivo. En el primer caso sucede que las creencias sobre el objeto actitudinal 
son evaluativamente inconsistentes entre sí, en el segundo, existen sentimientos mixtos 
o encontrados en relación al objeto de la actitud. Podríamos decir que la ambivalencia 
es en cierta manera un caso especial de inconsistencia: cognitiva cuando es entre 
creencias y afectiva cuando se produce entre afectos. 
La ambivalencia hace que las actitudes tiendan a ser inestables y afecta las relaciones 
que mantienen con la conducta. En el ejemplo dado, puedo en un determinado contexto 
ser extremadamente dura hablando del protestantismo, defendiendo mi postura 
religiosa, y en otras situaciones, reconocer algunos aspectos positivos de ese credo 
cuando la “amenazada” resulta una persona conocida a la que aprecio. El contexto 
también influye de forma llamativa haciendo más salientes las características positivas 
en unos casos y las negativas en otros. 
6. Las funciones de las actitudes 
Ubillos, Mayordomo y Páez (2004) ratifican la función que las actitudes tienen de llenar 
necesidades psicológicas de los individuos a la vez que puntualizan de forma clara y 
precisa las cinco funciones generales que los estudios han identificado: 
 
a) De conocimiento: los sujetos ordenan y categorizar el mundo de manera 
coherente satisfaciendo la necesidad de tener una imagen clara y significativa 
del mundo. 
b) Instrumental: permiten maximizar las recompensas y minimizar los castigos, 
satisfaciendo la necesidad hedónica. 
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c) Ego-defensiva: permite afrontar las emociones negativas hacia sí mismo, 
externalizando ciertos atributos o denegándolos. 
d) Valórico-expresiva: permiten expresar valores importantes para la identidad o 
auto-concepto 
e) De ajuste social: permiten integrarse en ciertos grupos y recibir aprobación 
social. Las actitudes pueden ayudar a cimentar las relaciones con las personas o 
grupos que el individuo considera importantes, le permiten adaptarse a su 
entorno social (en Ubillos, Mayordomo y Páez, 2004; p.306) 
 
A manera de síntesis, podemos decir que la actitud cumple una función instrumental 
cuando sirve para alcanzar objetivos que reportan beneficios tangibles o de “ajuste a la 
situación”. Una persona puede decidir apoyar a un determinado líder –reducir la 
necesidad expresiva de valores- con el fin de lograr determinado ascenso u ocupar 
determinado puesto. Aquí la actitud aparece más adaptativa o utilitaria ya que se basa en 
el principio de utilidad medios-fines, la actitud se adquiere, mantiene o expresa como 
forma de conseguir un objetivo que es útil a la persona. 
En una actitud se hace saliente la función expresiva de valores cuando permite a la 
persona manifestar lo que piensa y siente realmente o quiere que los demás sepan acerca 
de ella. Una persona muestra una actitud favorable hacia un líder como medio de 
comunicar a los demás la posición propia respecto de una serie de cuestiones acerca de 
del manejo de la distribución de tareas, de las relaciones interpersonales y del logro de 
objetivos en un grupo. 
Mientras que a la función instrumental subyace una racionalidad utilitaria que permite 
alcanzar objetivos de corte individualista, la función expresiva se basa en la proyección 
de una determinada imagen social y, por tanto, tiene una racionalidad de corte más bien 
cultural (Páez & Zubieta, 2001). 
Morales, Rebolloso y Moya (1994) amplían el espectro indicando que existen otras 
actitudes, como las prejuiciosas o etnocéntricas que cumplen más bien una función 
ideológica. Este tipo de actitudes proporcionan una determinada explicación de las 
condiciones o desigualdades existentes en una sociedad y, si su grado de aceptación es 
elevado se logra legitimación y justificación para quienes sostienen la actitud en 
cuestión. Esto se dará cuando existan condiciones objetivas crónicas de marginación y 
estigmatización de los grupos que son objeto del prejuicio junto a un conjunto de 
prácticas sociales orientadas a mantener ese estado de cosas. En síntesis, para que esta 
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función tenga lugar debe haber un apoyo y respaldo institucional tanto a la marginación 
de personas pertenecientes al grupo desfavorecido como a las estrategias de 
mantenimiento del statu quo (Echebarría y Villareal, 1995). 
Por último, hay una nueva función que es muy similar a la anterior pero en la que no 
tiene por qué darse necesariamente un respaldo institucional sino que depende más bien 
de las condiciones de interacción entre grupos: la de separación. En este caso las 
actitudes consisten en atribuir a un grupo dominado, sin poder o de status inferior, 
características negativas sobre las que es posible despreciar y negar reconocimiento 
social a los sujetos que pertenecen a ese grupo y llegar a justificar, eventualmente, el 
tratamiento injusto que se les dispensa (Zinder y Miene, 1994). 
 
7. Bibliorafía 
 
Eagly, A.H y Chaiken, S. (1998). Attitude Structure and Functions. En D. Guilbert, S. 
Fiske y G. Lindzey (eds.). Handbook of Social Psychology, New York: Mac 
Graw Hill, 4° edición, Vol. 1, pp. 269-322. 
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y constructos representacionales. En D. Páez; A. Echevarria; J.F. Valencia y B. 
Sarabia (eds.). Teoría y Método en Psicología Social. San Sebastián, España: 
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M.T. Garaigordobil; J.L González y M. Villareal (eds.), Psicología Social del 
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introduction to theory and research. Reading, Addison Wesley. 
Germani, G. (1966). Estudios sobre sociología y psicología social. Paidós: Buenos 
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Lindren, H.C y Harvey, J.H. (1973). An Introduction to Social Psychology. Saint Louis, 
USA: C.V. Mosby Company. Tercera Edición. Capítulo 5. 
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(Coord.).Psicología Social. (pp. 495-524). Madrid: Mc Graw Hill. 2° Edición. 
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