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Unidad-3-tercero

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Los tornados
 Un tornado es una columna de aire que gira violen-
tamente. Tiene forma de embudo y nace de una tor-
menta violenta. Esta columna de aire que gira parte 
desde una nube de la tormenta hacia el suelo. Tiene 
gran poder de destrucción, pues el aire que está den-
tro del tornado puede girar a más de 480 kilómetros 
por hora. 
 El embudo funciona como una aspiradora. Chupa 
todo lo que está a su alrededor. Puede destruir edi-
ficios, levantar autos, camiones, y arrancar árboles. 
Los tornados se forman sólo sobre la tierra. Pueden 
durar minutos u horas en algunos casos. 
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 En Paraguay se producen tornados especialmente 
en días de tormentas primaverales. En Noviembre del 
año 2007 en Cerrito, Ñeembucú, un tornado destru-
yó 37 casas y arrancó muchos árboles, pero no causó 
daño a personas.
 ¿Cómo debemos protegernos de un tornado?
 Si un tornado está cerca del lugar en que te encuen-
tras, haz lo siguiente:
 1.Busca un lugar cerrado, sin ventanas, y ojalá bajo 
tierra para protegerte. 
 2.Mantente en ese lugar por al menos 30 minutos 
después del paso del tornado ya que hay muchos 
objetos que aún vuelan por el aire y te pueden matar.
 3.Ten a mano una linterna y una radio a pilas para 
escuchar los consejos de las autoridades.
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La torta de la tormenta
 Abuela salió y miró hacia el cielo. Respiró profun-
do y dijo: -Este es el tiempo perfecto para hacer una 
torta de tormenta. Me parece que se acerca una gran 
tormenta. 
 Luego mi abuela entró en la casa, fue al dormitorio 
y me dijo: 
 -Niña, sal de debajo de esa cama. Sólo son truenos 
los que estás escuchando.
 El aire estaba caliente, pesado y húmedo. El fuer-
te sonido de un trueno hizo mover la casa, vibrar las 
ventanas y agarrarme de la pollera de mi abuela.
Autora: Patricia Polacco 
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 -Tranquila, niña. Si no te separas de mí, no podre-
mos hacer la torta de tormenta.
 -¿Torta de tormenta? – pregunté, mientras la 
abrazaba más fuerte.
 -No le pongas atención a ese viejo trueno porque él 
te ayudará a saber qué tan cerca está la tormenta. 
Cuando veas el relámpago, comienza a contar… bien 
lento. Cuando escuches el trueno, para de contar. Ese 
número final te indica a cuántos kilómetros de distan-
cia se encuentra la tormenta. ¿Comprendes? Ahora 
necesitamos saber a qué distancia está la tormenta, 
así sabremos cuánto tiempo tenemos para hacer la 
torta y meterla al horno antes de que llegue la tor-
menta. Si no, no será una torta de tormenta – comen-
tó mi abuela.
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 Luego miró el cielo y se dirigió a la cocina. Sacó un 
grueso libro de cocina, buscó la receta y anotó los in-
gredientes. Después salimos por la puerta trasera de 
la casa. Estábamos en el gallinero cuando un relámpa-
go iluminó el cielo. Comencé a contar como me había 
dicho abuela, 1…2…3…4…5…6…7…8…9…10…
 ¡Entonces sentí el RUGIDO del trueno!
 -Diez kilómetros… está a 10 kilómetros. Tenemos 
como una hora para hacer nuestra torta. Apúrate, re-
coge los huevos con cuidado. La gallina no te va a ha-
cer nada – dijo abuela. Recogí los huevos y los puse en 
la canasta. 
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 Luego fuimos a ordeñar la vaca. Mientras abuela or-
deñaba a Clarita, ella se dio vuelta y me miró. Yo me 
asusté. ¡Se veía tan grande! Un nuevo relámpago ilu-
minó el cielo. “1…2…3…4…5…6…7…8…9…” conté.
CATAPLUUUUUUUUM sonó el relámpago.
 -Está a nueve kilómetros – comentó abuela. Ahora 
tenemos que ir a buscar el chocolate, el azúcar, y la 
harina de la alacena. 
 Sentía miedo mientras íbamos en busca de los in-
gredientes. ¡Otro relámpago hizo brillar el cielo!.. 
“1..2…3…4…5…6…7…8…”, conté.
 CATAPLUUUUUUUUM sonó el relámpago. Me dio mu-
cho susto, pero seguí caminando junto a abuela. Abrí la 
alacena y saqué la harina, el chocolate y el azúcar. Otro 
relámpago alumbró todo el lugar. “1…2…3…4…5…6…7…, 
conté.
 CATAPLUUUUUUUUM rechinaba el trueno. Estaba 
cada vez más oscuro y sentía miedo.
 Por último fuimos a la huerta. Abuela me pidió que 
recogiera 25 frutillas bien rojas. Nuevamente un re-
lámpago encendió el cielo sobre nuestras cabezas. Es-
taba muy asustada ,“1…2…3…4…5…6…”, conté.
CATAPLUUUUUUUUM, crujía el trueno…
Fin de la primera parte
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Segunda parte
 …Al fin nos fuimos a casa a preparar la torta. Mez-
clamos los huevos, con el azúcar, el chocolate, la hari-
na, la manteca y la leche. ¡Qué linda se veía la mezcla! 
Luego la pusimos en un molde y la metimos al horno. 
Un relámpago iluminó la cocina. Sólo conté hasta 4 y 
un trueno RETUMBOOOÓ sobre nosotros.
 -“Está a 4 kilómetros” y la torta está en el horno. ¡Lo 
logramos! ¡Hicimos la torta de tormenta! – dijo abue-
la. Mientras esperábamos que la torta se cocinara en 
el horno nos sentamos a mirar el cielo por la ventana. 
-Ya no le tienes miedo a los truenos. Eres muy valien-
te – me dijo abuela.
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 -Yo no soy valiente abuela. ¿No te acuerdas que me 
escondí debajo de la cama?
 -Pero te saliste de ahí y fuiste a buscar los huevos 
en el gallinero, me ayudaste a sacarle leche a la vaca 
Clarita, fuiste a buscar el azúcar, la harina y el cho-
colate a la bodega, y por último recogiste las frutillas 
en el huerto. Solo una persona valiente podría hacer 
todo eso – señaló abuela.
 Pensé y pensé, mientras la tormenta se acercaba. 
Ella tenía razón. ¡Yo era valiente! Luego, pusimos el 
mantel sobre la mesa y preparamos la mesa. Sacamos 
la torta del horno. Cuando se enfrió le pusimos crema 
de chocolate y la adornamos con muchas frutillas.
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 En ese momento se alumbró el cielo e inmediata-
mente se sintió el trueno, CATAPLUUUUUUUUM. Co-
menzó a caer una lluvia torrencial. La tormenta había 
llegado.
 -¡Perfecto! Nuestra torta de tormenta está lista – 
exclamó abuela. Nos sentamos a la mesa y nos comimos 
un gran pedazo de torta. Desde ese momento, nunca 
más le tuve miedo a los truenos.
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La unión hace la fuerza
 En la granja “El Naranjal”, junto a un enorme po-
trero de altos pastos había una hermosa laguna. Las 
garzas blancas y los patos salvajes venían a tener sus 
crías. Ponían sus huevos entre los juncos que crecían 
en la laguna. Con las flores primaverales llegaban las 
mariposas y las abejas en busca de néctar y polen.
 Los sapos aparecían después de su larga hibernación 
y durante los atardeceres croaban sus lindas melo-
días mientras el sol se ponía. 
 El zorro merodeaba por la orilla de la laguna en bus-
ca de animales para cazar y en la noche los búhos can-
taban desde la rama de un alto y frondoso árbol.
Autora: Gabriela Sieveking
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 3 Un verano todo parecía normal, hasta que la lluvia 
dejó de caer por varias semanas. Los pastos comen-
zaron a secarse y las vacas añoraban sus jugosos pas-
tos verdes. La laguna había perdido la mayor parte 
del agua, ya que los rayos potentes del sol la habían 
evaporado. Además los hombres habían sacado agua 
para su consumo.
 La tierra estaba seca y resquebrajada. Los animales 
estaban muy preocupados por la sequía. 
 -La laguna está casi seca. Mis pequeños renacuajos 
ya no tienen dónde nadar, ni qué comer – dijo una sa-
pita.
 -Los juncos de la laguna se han secado y no tengo 
dónde hacer mi nido para poner mis huevos - dijo la 
garza.
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 -¡Y nosotros ya no podemos nadar, creo que tendre-
mos que migrar! – se lamentaban los patos. Una enor-
me mosca se acercó zumbando y exclamó: 
 -Las sabrosas abejas se han marchado pues las flo-
res se han marchitado. ¡Ya no tengo qué comer!
 -Sí, se han ido y yo ya no tengo quién polinice mis flo-
res. Además mis largas raícesya no encuentran agua 
para absorber – se quejó el árbol. 
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 3 Una mariposa se acercó y comentó: 
 -Mis compañeras ya comenzaron a migrar, pues te-
nemos que poner nuestros huevos debajo de verdes 
hojas para que nuestras orugas puedan alimentarse y 
luego transformarse en bellas mariposas. Dicho eso, 
se le acercó una libélula y la atrapó. La libélula co-
menzó a engullir la mariposa. ¡Estaba demasiado ham-
brienta! 
 -¡Mmm, qué sabrosa está! – opinó la libélula.
 Los animales se preocuparon más aún. Ya nadie res-
petaría a nadie. Mientras tanto el cielo se comenzó 
a oscurecer y grandes nubarrones negros cubrieron 
la laguna. Todos pensaban que al fin iba a llover. Pero 
no fue así. Las nubes mantenían el cielo cubierto, el 
viento soplaba fuerte, pero la lluvia no llegaba.
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 3 Pasaron varios días, hasta que la garza decidió reu-
nir a todos los animales de la laguna para buscar una 
solución. La garza se posó sobre un tronco alto de un 
árbol caído y con trinos todas las aves comenzaron a 
llamar a los animales. Luego la garza habló:
-Amigos, todos estamos sufriendo por la falta de agua. 
Pensemos qué podríamos hacer para solucionar nues-
tro problema.
 Se produjo un largo silencio. Entonces el águila dijo:
-Yo quiero regalar una de mis plumas más largas para 
que las disparemos hacia las nubes negras. Así las nu-
bes podrán descargar el agua que acarrean. 
 -Oooohhhhh - murmuraron los animales.
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 Enseguida todas las aves pensaron en donar su plu-
ma más preciada. Había que intentarlo. El loro tomó 
la pluma verde más larga de su cola y se la pasó a la 
garza. Lo mismo hicieron los patos, los pájaros car-
pinteros, las perdices y los búhos. 
 Luego todas las aves volaron a la copa del árbol más 
alto de la laguna. Ahí se repartieron las plumas. En-
tonces se echaron a volar hacia las nubes negras. Al 
alcanzarlas tiraron las plumas con todas sus fuerzas. 
Luego emprendieron el vuelo de vuelta. Mientras vola-
ban sintieron que pequeñas gotas de agua caían sobre 
sus plumajes.
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 Sorprendidas, las aves se miraron unas a otras. Ha-
bía que volar rápido de vuelta, antes de que cayera el 
gran chaparrón. Al llegar a la laguna todos los anima-
les se reunieron bajo un frondoso árbol. Comenzó a 
llover intensamente, y la garza habló: 
 -“Ven amigos, la unión hace la fuerza”.
 
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 En la granja “El Naranjal”, junto a un enorme potre-
ro de altos pastos había una hermosa laguna. 
 Las garzas blancas y los patos salvajes venían todas 
las primaveras a tener sus crías. Ponían sus huevos 
entre los juncos impenetrables que crecían en la lagu-
na. Con las flores llegaban las mariposas y las abejas 
en busca de néctar y polen. 
 Los sapos durante los atardeceres de calores inso-
portables, croaban sus lindas melodías mientras el sol 
se ponía. El zorro merodeaba impaciente por la ori-
lla de la laguna en busca de animales para cazar y en 
la noche los búhos que parecían invisibles, cantaban 
desde la rama de un alto y frondoso árbol.
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El regalo mágico del 
conejito pobre
 
 Hubo una vez en un lugar una época de muchísima 
sequía y hambre para los animales. Todo estaba seco 
y no tenían qué comer. Un conejito muy pobre camina-
ba triste por el campo cuando se le apareció un mago 
que le entregó un saco con varias ramitas y dijo: 
-Son mágicas, y serán aún más mágicas si sabes usar-
las. 
 El conejito se moría de hambre, pero decidió no 
morder las ramitas pensando en darles buen uso. 
Autor: Pedro Pablo Sacristán
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 Al volver a casa, encontró una ovejita muy viejita y 
pobre que casi no podía caminar. 
 -Dame algo por favor, tengo hambre - le dijo. 
 El conejito no tenía nada, salvo las ramitas, pero 
como eran mágicas se resistía a dárselas. Sin embar-
go, recordó como sus padres le enseñaron desde pe-
queño a compartirlo todo. Entonces sacó una ramita 
del saco y se la dio a la oveja. Al instante la rama bri-
lló con mil colores, mostrando así su magia. 
 El conejito siguió contrariado y contento a la vez, 
pensando que había dejado escapar una ramita má-
gica, pero que la ovejita la necesitaba más que él. Lo 
mismo le ocurrió con un pato ciego y un gallo cojo, de 
forma que al llegar a su casa sólo le quedaba una de 
las ramitas.
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 En casa, contó la historia y su encuentro con el mago 
a sus papás, que se mostraron muy orgullosos por su 
comportamiento. Y cuando iba a sacar la última rami-
ta, llegó su hermanito pequeño llorando por el hambre. 
Entonces decidió dársela a él. En ese momento apare-
ció el mago con gran estruendo y preguntó al conejito:
 - ¿Dónde están las ramitas mágicas que te entre-
gué? ¿Qué es lo que has hecho con ellas? 
 El conejito se asustó y comenzó a excusarse, pero el 
mago lo interrumpió y dijo:
 -¿No te dije que si las usabas bien serían más mági-
cas? ¡Pues sal fuera y mira lo que has hecho!
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 Temblando el conejito salió de su casa para descu-
brir lo que había sucedido. ¡Todos los campos a su alre-
dedor se habían convertido en una maravillosa granja 
llena de agua y comida para todos los animales!
 El conejito se sintió muy contento por haber obrado 
bien, y porque la magia de su generosidad había de-
vuelto la alegría a todos.

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