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Psicologia Evolutiva Adolescencia (Ex-Cordoba) 2do parcial

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RESUMEN ADOLESCENCIA 1° PARCIAL
UNIDAD 4 - Duelo e historización
PRÁCTICOS: Córdova, N. Duelo e historización I. Construir (se) un pasado- Elaborar un duelo.
Duelo historizante – cuerpo sexuado ahora vincular - doble trabajo de historización - condición paradojal de sujeto doblemente determinado - desasimiento de los objetos primordiales
El vértigo epocal y el imperativo superyoico de inmediatez promueven desbordes y urgencias, dado que no coinciden con los tiempos requeridos por los procesos de elaboración psíquica. El límite de lo posible tiende a ser abolido por la búsqueda narcisista de lo imposible, la capacidad de espera es arrasada por la urgencia y la inmediatez. 
Los modelos de subjetivación epocal sugieren la declinación de Edipo y la entronización de Narciso y sus imágenes multiplicadas por la realidad virtual.
El trabajo psicoanalítico con adolescentes en contextos clínicos y no clínicos, es interpelado por el estallido de esta nueva era que plantea interrogantes y promueve un pensar desde los paradigmas de la complejidad, acerca de la emergencia en la escena social de nuevas subjetividades, nuevos síntomas y modalidades de sufrimiento, nuevos goces pulsionales.
Adolescencias siempre actuales 
La pubertad es el acontecimiento inédito y turbulento que le ocurre a alguien que aún no es y todavía no está allí para inscribirlo. Pubertad que arroja al niño al exilio de sí, impulsado a un incesante devenir otro. Inequívoco llamado a trasponer el marco de la escena familiar en un decisivo pasaje por los desfiladeros de la adolescencia.
Las crisis adolescentes se caracterizan cada vez más por el florecimiento de síntomas difusos, por el despliegue de actuaciones, goces y consumos problemáticos, junto con vivencias de vacío y profundas fluctuaciones emocionales. 
Las crisis en la adolescencia 
La denominada crisis de la adolescencia es la expresión de una neurosis de transferencia durante la cual se despliegan de un modo dramático, en el aquí y ahora de la relación con los padres, los síntomas y actings que actualizan los recuerdos infantiles interpretados a la luz del Edipo adolescente incestuoso y genital. 
El trauma puberal impone una respuesta que, en el mejor de los casos, será la creación de esa “enfermedad artificial” neurosis que el sujeto adolescente debe atravesar para escenificar y liquidar en el aquí y ahora sus fantasmas y traumas infantiles antes de desasirse de los padres, dejando atrás los deseos incestuosos e idealizaciones edípicas.
La resolución de la neurosis del desarrollo, precipita la constitución del fantasma y el momento de concluir de un trabajo de duelo historizante que configura lo infantil como pasado y habilita simultáneamente el pasaje al tiempo lógico de la juventud dada la nueva disposición libidinal, la primacía del ideal del yo y su horizonte, anticipación de un futuro incierto y promisorio. 
Historia e historización
La historia de una vida requiere un reordenamiento de lo vivido a través de una narración, es decir, de un trabajo que transforma los incidentes y acontecimientos vitales en una estructura inteligible que otorga sentidos.
Piera Aulagnier destaca particularmente un trabajo determinado del éxito o fracaso de la transición adolescente en su conjunto. Ese trabajo consiste esencialmente en “poner en memoria y poner en historia”, operación que permite que el tiempo pasado y por tanto definitivamente perdido pueda tener continuidad como existencia en una organización psíquica en constante devenir. 
Janine Puget sostiene que el adolescente inaugura una historia nueva que se traza con la puesta en acción de un cuerpo sexuado ahora vincular diferente al cuerpo erógeno correspondiente a la sexualidad autoerotica infantil, marcado por lo familiar. Para constituirse adolescente se debe realizar un doble trabajo de historización: construir una historia que tiene origen en la sexualidad vincular y reescribir aquella historia de la que es portador por su pertenencia familiar. La historización no se limita a recordar, su función más relevante es crear nuevos sentidos
No hay historización sin trabajo de duelo
Recordar y elaborar lo infantil como pasado requiere asumir la muerte simbólica de los padres de la infancia y del niño maravilloso que de generación en generación renace para encarnar los sueños del narcisismo familiar; para ello el adolescente deberá hacer un trabajo de duelo historizante. 
Proceso doloroso de revisión pieza por pieza que recaerá sobre cada uno de los objetos y vivencias decisivas del pasado a través de recuerdos que se irán engarzando para facilitar la configuración de una historia. Este proceso propicia la decisiva operación de desasimiento de los objetos primordiales. Una vez liberado el alto monto de libido de esos objetos, este estará disponible para investir esos nuevos encuentros que promete el futuro.
Para dejar atrás definitivamente el territorio de la infancia y lanzarse a la conquista del futuro, el adolescente debe considerarlo definitivamente perdido. Duelo e historización posibilitan pasaje subjetivo de la repetición y actualidad del trauma puberal al devenir creador de horizontes del acontecimiento adolescente. Todo adolescente deberá asumir entonces su condición paradojal de sujeto doblemente determinado: determinado por un pasado que es historia, por su grupo, su tiempo y su genealogía; y a la vez determinado, en tanto decidido a asumir su propio deseo.
TEÓRICOS: Córdova, N. Duelo e historización II. Construir (se) un pasado - Elaborar un duelo.
Avant coup - narcisismo familiar – entretiempo - trauma puberal – proceso de duelo
La pubertad impone el doloroso trabajo de dejar atrás la infancia. La novedad radical de la pubertad, es el tiempo avant coup, momento en el que un sujeto es impactado por un suceso que aún carece de inscripción. El trauma puberal es el resultado de una ruptura de la continuidad existencial. Los procesos del “entretiempo” posibilitan el pasaje subjetivo del trauma puberal al acontecimiento adolescente. 
Duelo y narcisismo
El modo en el que el narcisismo familiar afronta y asume o impide la separación de los hijos adolescentes, depende en mucho del modo de elaboración del duelo originario. Para algunos padres el desasimiento de los hijos constituye una amenaza a su integridad, una herida mortal a su narcisismo. La posibilidad de una separación vivida como pérdida intolerable, pone en juego múltiples y a veces sutiles formas de seducción narcisista y violencia secundaria. Para Freud al yo se le hace difícil renunciar a los objetos, goces e ideales del narcisismo infantil.
Asumir la caída y muerte de los padres ideales y el niño maravilloso requiere un nuevo trabajo de duelo por parte del adolescente y sus padres. Sacrificar a los padres de la infancia y al niño maravilloso para dar lugar al propio deseo o sacrificar el deseo para sostener la ilusión de unidad del narcisismo familiar. Esta es una dolorosa y decisiva disyuntiva. 
Duelo y desasimiento
Freud establece en Duelo y melancolía que “el duelo es por regla general, la reacción a la pérdida de una persona amada o de una abstracción equivalente”. También se interroga sobre el proceso de duelo y establece una secuencia: 
· “El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto.”
· “A ello se opone una comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma.”
· El adolescente está lejos todavía de lograr abandonar su tenaz investidura de los objetos parentales, reactivada e intensificada por la pubertad. Los objetos que asoman, se insinúan primero como “sustitutos” cercanos a la repetición; son todavía retoños muy próximos a las aspiraciones inconscientes incestuosas puberales, que deberían caer para dar paso a esos otros nuevos objetos a crear/hallar por los trabajos de lo adolescente. 
· “Lo normales que prevalezca el acatamiento a la realidad. Pero la orden que esta imparte no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico” (…) mediante el recordar y perdura en el yo por identificación.
· Freud plantea que en consecuencia del trabajo de duelo “se consuma el desasimiento de la libido”. El duelo conduce a historizar, novelando el vínculo con aquello perdido que ha pasado a ser parte del pasado.
· Una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido. 
El sujeto se constituye a través de sucesivas perdidas, experiencias que Dolto denominara castraciones simbolígenas, dado que la pérdida de un objeto puede dar lugar al duelo, y la aceptación de su ausencia a la asunción de la castración y un trabajo de simbolización. 
La adolescencia es un pasaje de la fijeza del trauma puberal al devenir del acontecimiento adolescente. Sin acontecimiento no hay historia ni proyecto. El proceso de duelo posibilita recordar lo vivido como aquello inexorablemente perdido y simbolizar esa ausencia, internalizando por identificación las marcas del vínculo con el objeto. El trabajo de duelo permite al yo ser y hacer historia, genera espesor simbólico, produce subjetividad. Abre el juego a nuevas identificaciones y la reorganización del narcisismo.
Durante el entretiempo, el trabajo de duelo enlazado al proceso decisivo de desasimiento de los padres, posibilita el pasaje de la pura actualidad del narcisismo infantil y sus goces, el trauma puberal y la repetición actuante; a la asunción adolescente del acontecimiento como acto creativo, apertura deseante al devenir de lo nuevo.
PRÁCTICOS: Grassi, A. La investigación histórica familiar.
Pulsión de saber - escena de los (sus) orígenes - investigación histórica familiar infantil/adolescente – historización - contrato narcisista - proyecto identificatorio - objeto trangeneracional 
Freud consideraba que la curiosidad sobre los nacimientos, las diferencias sexuales, las relaciones sexuales es obra de la puesta en marcha de la pulsión de saber.
Piera Aulagnier entiende que las preguntas de los niños por el origen tienen un papel fundante en la constitución psíquica en la medida en que lo remiten a la construcción de una escena de los (sus) orígenes. Co-construcción que el niño deberá realizar apoyado en funciones parentales y a partir de fragmentos significantes extraídos de las prácticas discursivas desarrolladas en los intercambios libidinales con progenitores y allegados. Fragmentos que se organizan en mitos sobre cómo nacen los niños, sobre su origen, sobre sus antepasados, sobre las relaciones establecidas entre los protagonistas de esa (nueva) historia. Signos de deseo de la relación entre los progenitores y de su lugar anticipado, imaginado, deseado por y en el conjunto parental que lo precede. Una de las funciones de esta operación es que liga al niño al deseo de los progenitores y a su genealogía, ubicando el deseo de los padres como causa de su existencia. Sean cuales fueran estos deseos, allí circulan, forman parte de su (pre)historia y prefiguran un lugar designado anticipadamente.
Es importante destacar que las preguntas del niño por sus orígenes son las preguntas que (se) hace el yo respecto de su propia génesis. La investigación histórica familiar infantil/adolescente adiciona algo a las preguntas de los niños relativas a nacimientos, diferencias sexuales, diferencias generacionales. Algo más que, al anudar estos intereses sexuales e intereses por los orígenes (del yo), es también interés por los orígenes de la historia que lo antecede, por la (pre)historia, pregunta por las vivencias del grupo que hay detrás del grupo (familiar) y que conforman su genealogía. Estas preguntas por la genealogía, obra y función del yo en un trabajo de historización conectan al sujeto con los mitos de origen que conforman la trama discursiva simbólica familiar en la cual se enclava. 
Ya desde los primeros contactos sensoriales con el niño, la particular manera de los de elaborar mitos de origen se hace presente. En su trabajo de historización, con sus distintos momentos y capítulos, como con sus logros y fracasos, el yo interpreta, ‘inventa’, historiza y construye su pasado, inscribiendo o coartando la subjetividad desde la infancia y a lo largo de toda la vida.
En la infancia este trabajo va a estar al servicio de la identificación del niño con el grupo, con sus ideales, con sus dinámicas, con sus objetos privilegiados para su incorporación al mismo, lo cual constituye una de las partes del contrato narcisista (encontrando el yo ideal sustancia en estas trazas junto con los afectos que acompañan la crianza). En la adolescencia este trabajo toma una inflexión particular con la desidentificación, al ponerse al servicio de ‘imaginarizar’ e inventar un futuro ligado a ese pasado, a la genealogía. El proyecto identificatorio, guiado ahora por el ideal del yo, nace de este trabajo.
El proyecto identificatorio como investimento de un tiempo por-venir, tiene como sustento y presupone un desarrollo saludable de la investigación histórica familiar. Es uno de los trabajos psíquicos índices de los procesos adolescentes que tiene como precondición y facilitación la investigación histórica familiar. Proyecto identificatorio es el trabajo de significar la historia, la genealogía, mediatizadas por la investigación histórica. El yo, en este sentido, “aprendiz de historiador-historizante” busca en los mitos de origen transmitidos sus causas, sus herencias con las cuales construirse sus anclajes y su devenir en proyecto identificatorio, proyección hacia el futuro que requiere de construir(se) un pasado (Aulagnier 1991)
Transmisión y genealogía 
Transmisión y herencia de la vida psíquica son dos condiciones para la puesta en marcha de la investigación histórica familiar. Hay herencias que crean condiciones y promueven el desarrollo de la investigación histórica, otros funcionamientos familiares o grupales inhiben y obstaculizan dicha investigación. Al vincular subjetividad y genealogía, lo traumático cobra un sentido en relación con la transmisión. Lo traumático que se transmite de generación en generación tiene un lugar en el árbol genealógico, en los grupos que anteceden al niño, en la tramitación psíquica de las marcas significantes en esa genealogía. 
Objeto transgeneracional 
Se denomina objeto transgeneracional al conjunto de aquellas experiencias inscriptas en las generaciones precedentes y cuya simbolización parcial y fragmentaria se transmite como herencia por vías diversas. Si por un lado es cierto que las herencias psíquicas garantizan la conservación de las adquisiciones y del potencial significante de la humanidad, también pueden transmitir a los sucesores la carga de tener que superar cuestiones que quedan en suspenso en el inconsciente de los padres y ancestros, y conllevar consecuentemente un potencial traumático para las generaciones venideras (Eiguer, 2003). Ejemplo de la niña de 8 años pág. 71-72 y ejemplo hombre de arena pág. 73
En todos estos casos en que lo traumático tiene una importancia vinculada a la genealogía, si algún elemento clave en la historia del niño-adolescente, o en la de quienes son sus antepasados, no le es presentado al niño en forma metabolizable, se generan secretos en la historia, y simultáneamente se genera la prohibición de preguntar respecto de lo silenciado. Se levantan barreras frente a la investigación histórica familiar, o investigaciones genealógicas. Junto a la investigación sexual infantil, la subjetividad requiere de la investigación histórica familiar infantil- adolescente.
TEÓRICOS: Córdova, N. Del yo ideal al ideal del yo. La construcción de un horizonte en tiempo de distopías.
Ideal del yo – yo ideal - proyecto identificatorio – duelo historizante
El fin de la adolescencia no es un final
La adolescencia tiene su momento inaugural en el despertar de los sueños de lainfancia ante lo real de la pubertad. La pubertad impone una serie de procesos que propician el pasaje subjetivo del trauma puberal inaugural al acto de asunción de la adolescencia como acontecimiento. Si el inicio de la adolescencia es la respuesta que cada adolescente da a un suceso como la pubertad, la adolescencia no tiene un final, esto es, no hay un final de la adolescencia, porque en este caso no hay un suceso del orden de lo real como la pubertad que pueda señalar un final.
La adolescencia es terminable e interminable, al menos esto es observable en los sujetos denominados adultos. Lo cual impone preguntas ¿Existen lo adultos? ¿Qué es ser un adulto? El adulto no existe. Parece más riguroso hablar del fin de la adolescencia, del fin más como causa y finalidad que como finalización. Fin como punto de partida de un trayecto que se construirá a lo largo de la vida, causa por que implica el acto de asumirse como responsable de un deseo y un proyecto. Si bien algo de lo anterior debe morir, algo de lo vivido habrá de retornar para recordarnos su inexorable vigencia.
El ideal del yo. Pasaje de lo familiar a lo social
La constitución definitiva del ideal del yo se define durante la adolescencia. Esta instancia tiene como función señalar al yo un horizonte hacia el cual sublimar y orientar el poderoso flujo pulsional genital y para genital provisto por el ello. El ideal, tiene un componente social ya que la adolescencia sobre todo es: un tiempo de pasaje de lo familiar a lo social y este componente es el que posibilita al joven incluirse en el lazo social. Cada adolescente debe hacer de la pubertad y sus transformaciones un acontecimiento, los adolescentes son hacedores de acontecimientos y los acontecimientos tienen una dimensión social. 
Es por medio de un duelo que denomino historizante que el adolescente asume la infancia como tiempo pasado y se lanza a la conquista de un futuro tras la promesa que brinda el Ideal del Yo. 
Un horizonte mas allá de las distopías
La época plantea la caída de los ideales y proyectos vitales que requieren tiempo para dar lugar a una cultura de la urgencia y la inmediatez.
Las utopías de otrora parecen ceder en una época caracterizada por las distopias, escenas hiper realistas de un mundo corroído por la declinación de Eros y la primacía de la pulsión de muerte puesta en acto en una carrera desenfrenada del consumo hacia la devastación de la naturaleza.
El malestar actual de la civilización no es el escenario más propicio para proyectar horizontes hacia los cuales partir. El futuro tiende a desdibujarse por la primacía de la premura e inmediatez. 
La preocupación por el futuro en el contexto de una sociedad adulta infantilizada por los goces del consumo, es una pesada carga para los adolescentes actuales.
Ante la abdicación de sus mayores, algunos adolescentes, en lugar de sobre-adaptarse o hundirse en el sufrimiento y la desesperanza, se unen para hacer oír sus voces y fijar posiciones ante problemas dramáticos que amenazan las expectativas de vida en el planeta como el cambio climático. 
El futuro es un horizonte a crear e investir, una promesa del Ideal del yo hacia la cual partir desafiando la adversidad.
Del yo ideal al ideal de yo
La adolescencia es un tiempo decisivo de reorganización del narcisismo y realineamiento de las formaciones ideales del yo como instancia que señala al yo un horizonte a investir. Esta reorganización supone la declinación del yo ideal para dar lugar a la conformación definitiva del ideal del yo. El yo ideal tiene una marcada presencia durante la primacía de lo originario puberal, con el supuesto de la complementariedad sexual e ilusión de restablecimiento de la unidad narcisista originaria. El Ideal del yo se terminará de constituir con la resolución del complejo de Edipo y tendrá una función decisiva en cuanto a la orientación y sublimación por parte del yo del poderoso flujo pulsional. Esta instancia ideal tiene una creciente presencia durante el progreso los procesos adolescentes y la juventud.
Lerner sostiene sobre el Ideal del yo: “El narcisismo tiene una clara relación con el ideal del yo, se corresponde potentemente con el investimento del futuro, con la posibilidad de generar un proyecto.” Laplanche define al yo ideal: “Formación intrapsíquica que algunos autores, diferenciándola del ideal del yo, definen como un ideal de omnipotencia narcisista forjado sobre el modelo del narcisismo infantil” 
“Para J. Lacan, el yo ideal constituye también una formación esencialmente narcisista, que tiene su origen en la fase del espejo y que pertenece al registro de lo imaginario’’. En cuanto al Ideal del yo, encontramos en Laplanche la siguiente definición “Término utilizado por Freud en su segunda teoría del aparato psíquico: instancia de la personalidad que resulta de la convergencia del narcisismo (idealización del yo) y de las identificaciones con los padres, con sus substitutos y con los ideales colectivos. Como instancia diferenciada, el ideal del yo constituye un modelo al que el sujeto intenta adecuarse.”
Proyecto identificatorio e ideal del yo
Piera Aulagnier afirma que el Yo tiene la posibilidad de ir más allá del discurso de un único otro y catectizar emblemas identificatorios portados por el discurso del conjunto. Es así como, superado el complejo de Edipo surgirán nuevas referencias para modelar la imagen a la que el Yo espera adecuarse. 
Por la castración, el sujeto debe aceptar la diferencia entre lo que el Yo es y lo que aspira llegar a ser. Para ser, el Yo debe conservar el anhelo narcisista de una coincidencia futura, pero una vez alcanzado ese tiempo futuro, ese anhelo deberá ser la fuente de un nuevo proyecto. 
El proyecto identificatorio de Piera Aulagnier tiene una relación implícita con el ideal del yo. Para Aulagnier es una autoconstrucción del yo por el yo, construcción de una imagen ideal que el yo se propone a sí mismo como meta; esto lo impulsa a investir el futuro. El proyecto supone la aceptación de una distancia/diferencia continua, interminable entre el yo y el ideal. Requiere la constitución de una temporalidad que articule pasado, presente y futuro.
Yo ideal e ideal del yo en la teoría y clínica de Dolto
Para Dolto la función del ideal del yo es más eficaz, cuanto más coincidencia entre los ideales del niño o adolescente con los valores de sus pares, esto es con los valores del grupo. Las realizaciones a las que aspira el ideal del yo son imposibles pero representan una aspiración que permite sublimar y orientar el poder pulsional hacia metas valorables por los otros. 
Durante la pubertad ese ideal del yo puede ser “pervertido”, desviado en sus funciones por la persistencia y atracción de un yo ideal demasiado presente encarnado por la persona de los padres. El ideal del yo permite al sujeto alcanzar la plenitud genital y desarrollar competencias laborales y satisfacciones sociales y sexuales. La “salud” libidinal para Dolto se logra de este modo por medio de una adecuada alineación y funcionamiento de las formaciones del yo (Yo ideal, Ideal del yo y Superyó) respecto de las pulsiones que emanan del ello y deben ser encauzadas hacia realizaciones amorosas y culturales.
Síntesis
· El yo ideal es siempre proyectado en una figura que pasa a ser idealizada. Es una instancia inconsciente del psiquismo. Está siempre representado por un ser vivo. Es seductor para el sujeto y sostén de la organización pulsional autoerótica. El ser humano que lo representa es investido de un estado de perfección, de poder. Es una imagen narcisista del sujeto, una imagen ideal de sí mismo representada en un adulto con un cuerpo más desarrollado. Es ejemplar: ser como, tener como, hacer como. Es un modelo vivencial.
· El ideal del yo permite al sujeto alcanzar la plenitud genital y desarrollar competencias laborales y satisfacciones sociales y sexuales. Atrae y estimula al Yo hacia las producciones culturales extra familiares a la salida del Edipo. Orienta al yo y limita la seducción incestuosadel yo ideal, al cual el niño se puede someter. Es portador de una ética del deseo genital. Es la instancia que cohesiona y guía las pulsiones del Ello mediadas por el Yo, sublimándolas hacia metas culturales, ideales compartidos con otros, realizaciones sociales.
· Cuando se resuelve adecuadamente el complejo de Edipo, el adolescente logra tener a disposición sus pulsiones genitales de las cuales asume su responsabilidad. De este modo se facilita el flujo de libido desde el ello al ideal del yo pasando por el yo bajo la tutela del superyó depositario de la ley introyectada. 
· En este sistema de funciones y relaciones entre instancias, el superyó tiene como función señalar al yo las pulsiones a inhibir que podrían apartar, detener o desviar al sujeto de las metas propuestas por el ideal del yo.
· De no alcanzar una meta, el sujeto no experimentará una herida narcisista ni sentimientos de culpa. El fracaso se aquilata como experiencia de la realidad que beneficia al yo y le permite, articulado con el ideal del yo, reorientar la energía pulsional hacia el objeto de deseo con la finalidad de obtener placer. 
· La “salud” libidinal para Dolto se logra de este modo por medio de una adecuada alineación y funcionamiento de las formaciones del yo (Yo ideal, Ideal del yo y Superyó) respecto de las pulsiones que emanan del ello y deben ser encauzadas hacia realizaciones amorosas y culturales.
 
PRÁCTICOS: Puget, J. Historización en la adolescencia. 
Cuerpo sexuado vincular - doble trabajo de historización - exoerotismo - endosexuación
Puget sugiere que la adolescencia no necesariamente corresponde a una edad cronológica, y de alguna manera es adolescente quien puede serlo. Puget no ubica a la adolescencia como una etapa de transición sino como un momento de la vida de un sujeto que inaugura una historia basada en la puesta en acción de un cuerpo sexuado vincular, que es diferente a la puesta en acción que otorga al cuerpo su característica de cuerpo erógeno autoerótico, correspondiente a la sexualidad infantil. El cuerpo erógeno constituye un espacio intrasubjetivo. 
Esta puesta en acción en realidad es el comienzo de una práctica posible, la de una sexuación dentro de un vínculo de amor con posibilidades de procreación. Es un momento en el que la estructura familiar se abre sin poder volverse a cerrar nunca, y deja de ser origen para uno o varios miembros de la familia. 
En esto se separa de Piera que habla de dos etapas que el adolescente debe recorrer: una en la que selecciona y mantiene a resguardo el olvido de los materiales necesarios para la construcción del fondo de memoria garante de la permanencia identificatoria; y otra caracterizada por la organización del espacio relacional. El hoy crea un antes que solo tiene sentido si esa historia ingresa en el vínculo actual, en otras palabras cuando una pareja o un vínculo en vías de ser pareja hace ingresar la historia familiar de cada uno es ya una historia que les pertenece y deja de pertenecer a la familia de origen. 
La adolescencia, para ser tal, debe realizar un doble trabajo de historización: el que se construye a partir de una nueva marca que adquiere significado en la vida vincular; y otro trabajo simultáneo en el que sigue perteneciendo a una historia de la que es portador. O sea que son dos historias.
La adolescencia tiene que ver con las prácticas relacionales con un cuerpo sexuado; se trata de un cuerpo sexuado esencialmente vincular, diferente del cuerpo erógeno. No es un cuerpo singular sino un cuerpo inherente a una vincularidad que es la que le da su cabal significación. El cuerpo erógeno no necesita de otro para constituirse, y en sí está completo. El cuerpo sexuado de la adolescencia se determina con otro que es condición del cuerpo sexuado. En general se piensa al revés, se piensa que el cuerpo del chico es un cuerpo incompleto y que el cuerpo del adulto es completo, Puget lo piensa del otro lado: del lado de la significación.
El cuerpo de la adolescencia es un cuerpo que no puede ser anticipado por el encuadre familiar. Aquella formulación según la cual los padres desean que el hijo tenga un proyecto, el de construir un futuro, que incluye construir una pareja y ser padres, tal vez comporte una paradoja: la de suponer posible desear algo no anticipable.
Una de las características de la adolescencia es que el cuerpo de la adolescencia es un cuerpo que no puede ser anticipado por encuadre familiar, o por la mirada de las figuras parentales. La historia del adolescente ya no pertenece a la historia familiar, sólo podrá historizar la familia a partir de los datos aportados por el adolescente. El adolescente en su espacio “inter” que sella su adolescencia, crea un vínculo que inventa un pasado; en forma paralela se produce otra historización, la de recordar el pasado clásico para nosotros, que es siempre ilusorio ya que no se lo recuerda como fue y tan sólo se lo reinterpreta.
Puget propone pensar en una sexuación de carácter endogámico, según la cual se intenta reproducir la sexualidad de la estructura familiar, y por otro lado una sexuación propiamente dicha novedosa, que se inscribe en el marco de la exogamia. En un caso, es prolongación de la infancia, en el otro es entrada en la adolescencia. 
Siguiendo con eso se podría pensar en un autoerotismo, y un erotismo correspondiente a la sexuación que tiene dos vertientes: endosexuación de carácter incestuoso, cercano al deseo de los padres, que lleva a que la elección sea coincidente con el modelo parental; y otro exoerotismo o sexuación propiamente dicha. Al endoerotismo le corresponde por ejemplo aquellas familias que incorporan al novio de la hija como un hijo más, y al exoerotismo aquellas familias para las cuales la pareja abre el sistema familiar sin jamás completarlo.
Para el sistema familiar o la estructura familiar inconsciente, la producción de un adolescente propiamente dicho es un acontecimiento, algo así como que la estructura misma queda definitivamente abierta e incompleta.
La adolescencia impone una nueva marca y no una resignificación de marcas anteriores, y dicha marca inicia una historización que sólo pertenece a esta nueva modalidad vincular, o sea, la que se inicia a partir de la pertenencia de un hijo-hija a un otro vínculo sexuado.
La adolescencia se organiza cuando la experiencia de la sexuación pasa a ser posible, y se registra como un acontecimiento que se torna origen de un proyecto. Se trata de un sistema vincular que no es anticipable por la familia a la cual llamamos de origen, pero que ya no es origen para esa nueva marca. Esta nueva marca sólo puede ser construida con un otro en una relación en la que la sexuación, o sea la intervención del cuerpo significado sexualmente, es la que va a dar su impronta a esta nueva organización vincular.
El adolescente se equipara con adolecer, algo así como padecer de una falta de soporte, el que incumbe a una nueva marca. El adolescente es entonces el que sufre de una falta de historia, y que tan sólo inicia algo que luego podría ser historia.
La adolescencia se ubica dentro de una continuidad, aunque discontinua con la historia familiar. Una historización en la que se superponen dos modelos: uno ligado a la familia que dio un origen y otro fuera de dicha historia, que habrá de construirse en otro espacio, el de la vincularidad del adolescente.
PRÁCTICOS: Aulagnier, P. Construirse un pasado. 
Movimiento identificatorio – movimiento relacional - anclaje - fondo de memoria – modificación – capital fantasmático – principio de permanencia – principio de cambio – constitución de lo reprimido
El adolescente oscila entre dos posiciones: 
· El rechazo a todo cambio de status en su mundo relacional sin importar cuales sean, por otra parte, las modificaciones que se inscriben en su cuerpo.
· Una reivindicación ardiente o silenciosa y secreta de su derecho de ciudadano completo en el mundo de los adultos y, muy a menudo, en un mundo que será reconstruido por él y sus pares en nombre de nuevos valores que probarán loabsurdo o la mentira de los que se pretende imponerle. 
La designación adolescente remite a lo que forma parte de un estado pasado o un estado futuro y que el sujeto vive como un tiempo todavía aún presente. 
Entre las tareas reorganizadoras, propias a ese tiempo de transición que es la adolescencia, considero que una tiene el rol determinante tanto para su éxito como para su fracaso: este trabajo de poner en memoria y de poner en historia gracias al cual, un tiempo pasado, y, como tal, definitivamente perdido, puede continuar existiendo psíquicamente en y por esta autobiografía. Autobiografía no solamente jamás terminada, sino en la cual, incluso los capítulos que se creían definitivamente acabados, pueden prestarse a modificaciones, ya sea añadiendo nuevos párrafos o haciendo desaparecer otros. 
Pero si ese trabajo de construcción-reconstrucción permanente de un pasado vivido nos es necesario para orientarnos e investir ese momento temporal inasible que definimos como presente, es necesario aún que podamos hacer pie sobre un número mínimo de anclajes estables de los cuales nuestra memoria nos garantice la permanencia y la fiabilidad. 
Es en el curso del tiempo de la infancia que el sujeto deberá seleccionar y apropiarse de los elementos constituyentes de ese fondo de memoria gracias al cual podrá tejerse la tela de fondo de sus composiciones biográficas. Tejido que puede solo asegurarle que lo modificable y lo inexorablemente modificado de sí mismo, de su deseo, de sus elecciones, no transformen a aquel que él deviene, en un extraño para aquel que él ha sido, que su mismidad persiste en ese Yo condenado al movimiento, y por allí a su auto-modificación permanente. 
 Este mismo fondo de memoria juega un rol determinante en la relación abierta que el sujeto podrá o no mantener con su propio pasado, y más especialmente con ese tiempo de la infancia marcado por la presencia y el impacto de estas primeras representaciones sobre las cuales el sujeto ha operado ese largo trabajo de elaboración, de transformación, de represión, cuyo resultado le hace ser el que es y aquel en el que deviene. 
Esta parte infantil que el analista descubre en todo sujeto, es la prueba de la persistencia de ese fondo de memoria.
Pero lo que importa, es la persistencia de ese nexo garante de la resonancia afectiva que deberá establecerse entre el prototipo de la experiencia vivida y la que él vive. 
Este fondo de memoria, como fuente viviente de la serie de encuentros que marcarán la vida del sujeto, puede bastar para satisfacer dos exigencias indispensables para el funcionamiento del Yo:
· Garantizarle en el registro de las identificaciones esos puntos de certidumbre que asignan al sujeto un lugar en el sistema de parentesco y en el orden genealógico.
· Asegurarle la disposición de un capital fantasmático que no debe formar parte de ninguna “reserva” y al que debe poder recurrir porque es el único que puede aportar la palabra apta al efecto. Capital fantasmático que va a decidir lo que formará parte de su investidura y lo que no podrá encontrar en lugar en ella.
En ese trabajo, merced al cual ese tiempo pasado y perdido se transforma y continúa existiendo psíquicamente (…) permite al sujeto hacer de su infancia ese “antes” que preservará una ligazón con su presente, gracias al cual se constituye un pasado como causa y fuente de su ser. (…) Mantener una ligazón entre ese presente y ese pasado, poder descubrir allí una potencialidad que este presente realiza, una causalidad que dé sentido a la prueba que impone. 
A lo largo de nuestra existencia, la investidura de un tiempo futuro tiene como condición la esperanza de que él permitirá la realización de una potencialidad ya presente en el Yo, que inviste ese tiempo y ese placer diferidos. 
Separé el recorrido que sigue el adolescente en dos etapas (en el caso del éxito):
· Una primera durante la cual deberán seleccionarse los materiales necesarios para la constitución de ese fondo de memoria garante de la permanencia identificatoria de lo que uno deviene y de lo que continuará deviniendo, y por allí de la singularidad de su historia y de su deseo. Esta etapa concierne a la organización del espacio identificatorio y la conquista de posiciones estables y seguras a partir de las cuales el sujeto podrá moverse sin riesgo de perderse.
· Una segunda que inicia en el momento en que esa tarea ha podido ser llevada a buen puerto y prepara la entrada a lo que se califica de edad adulta. Se deberá poner en lugar, a partir de ese pasado singular de los posibles relacionales accesibles a un sujeto dado, del panorama de sus elecciones y de los límites que cada uno encontrará allí. Acá este trabajo de puesta en forma incide de forma privilegiada sobre el espacio relacional y por consiguiente sobre la elección de los objetos que podrán ser soportes del deseo y promesa de goce. 
Tanto una como otra son dependientes, son el corolario de este otro trabajo psíquico que las acompaña: la constitución de lo reprimido. Lo recordado y lo recordable de la infancia son función del éxito o el fracaso del trabajo que incumbe a la instancia represora y de la capacidad de la psiquis de poder elaborar, a partir de representaciones a las que debe renunciar, otras representaciones a las que el afecto pueda ligarse. 
Las dos tareas específicas de la adolescencia tendrán un destino distinto en estos sujetos (en el caso del fracaso):
· El tiempo de la infancia, no solo estará cerrado, sino encadenado. Pero, por empobrecida que sea la versión de ello que se da el Yo, deja a su disposición los reparos necesarios para que encuentre su lugar en un orden temporal que inserta al sujeto en una línea, le asegura ese registro de su singularidad y le evita el irse del lado de la psicosis.
· Pero erra en la puesta en lugar del área de los posibles relacionales. Para investir la espera de un nuevo encuentro, es necesario que haya quedado investido el recuerdo de uno ya vivido que ha formado parte de un posible realizado en nuestro pasado.
Aquí también se encontrarán actuando un principio de permanencia y un principio de cambio: permanencia de esta matriz relacional que se constituye en el curso de los primeros años de nuestra vida y que es depositaria y garante de la singularidad del deseo del Yo y que se manifestará en esta “marca” que se volverá a encontrar en sus elecciones relacionales. De la otra parte, el principio de cambio, (…) campo de posibles que fragua el acceso a una serie de elecciones en los objetos a investir. 
La gama de posibles relaciones depende por consiguiente de la cantidad de posiciones identificatorias que el Yo puede ocupar, guardando la seguridad de que el mismo Yo persiste, se encuentra y se encontrará ese yo modificado que ha devenido y que va a devenir. 
Movimiento identificatorio y movimiento relacional no son entonces separables de ese movimiento temporal que sirve de hilo conductor, de ligazón, tanto en la sucesión de las posiciones identificatorias ocupada como en la de los objetos de investidura sucesivamente elegidos. El tiempo de la infancia cubre el tiempo necesario para la organización y apropiación de los materiales que permiten que un tiempo pasado devenga para el sujeto ese bien inalineable que puede por sí mismo permitirle la aprehensión de su presente y la anticipación de un futuro. 
Las construcciones compuestas constituyen ese capital fantasmático del que debe poder disponer el Yo para transformar el afecto, como tal irreconocible, en una emoción que él pueda conocer, nombrar, asumir. En el curso de las fases relacionales que recorre el niño, se van a anudar puntos señeros entre ciertas representaciones fantasmáticas, sus vivencias afectivas y un rasgo específico del objeto y de la situación que las ha desencadenado. Vivencia afectiva que se caracteriza por la intensidad de la participación somática que ha arrastrado. 
Emoción: todo estado afectivo del que el Yo puede tomar conocimiento. Ver en la emoción la forma que toma y la transformación que sufre el afecto cuando lo sienteel Yo. 
Los puntos señeros son los responsables de nuestro acceso al goce y de nuestra posibilidad de sufrimiento, dos condiciones igualmente necesarias para que exista una vida psíquica, constituyen la singularidad de todos nosotros en el registro del deseo. Representan la marca de lo infantil en nosotros mismos, lo que continúa ejerciendo su accionar desde ese tiempo relacional. El Yo debe poder disponer de ese capital fantasmático para sostener su deseo, para que esas palabras esenciales que son: amor, gozo, sufrimiento, odio, no sean más que palabras pero que puedan movilizar la representación fantasmática necesaria para la emoción de un cuerpo, con el anclaje del sentimiento en un fantasma que es el único que puede hacer la palabra apta al afecto. Es este capital que decidirá los posibles relacionales para un sujeto dado, la elección de sus soportes de investidura, las parejas sexuales que le son accesibles. 
El fracaso es el resultado de un movimiento de desinvestidura contra el cual el sujeto se defiende desde hace mucho tiempo. Lo que se da como causa de la descompensación es, en realidad, la consecuencia de este primer fracaso que ha hecho imposible para el sujeto la investidura de su pasado en una forma que le permita investir ese devenir que rechaza, por falta justamente de esa investidura preliminar. 
El tiempo presente es el momento en que se opera ese movimiento de desplazamiento libidinal entre dos tiempos que solo tienen existencia psíquica: un tiempo pasado y como tal perdido salvo en el recuerdo que guardamos de él, un tiempo porvenir y como tal inexistente, salvo en la forma por la cual lo anticipamos.
El movimiento temporal y el movimiento libidinal no son solo indisociables, sino que son las manifestaciones conjuntas de este trabajo de investidura sin el cual nuestra vida se detendría. Pero, de la misma manera en que no vivimos nuestro tiempo de manera lineal, uniforme, sino con una puntuación afectiva que nos hace decir, que pasa como un relámpago o que se ha detenido, igualmente este movimiento e desplazamiento que sucede de manera constante y desconocida por nosotros, se impone a la inversa al sujeto en esos momentos particulares de su existencia que lo enfrentan a una ruptura en el movimiento temporal y relacional. Momento de ruptura entre un antes y un después que debe transformar en una ligadura causal, momento de ruptura entre el futuro que repentinamente se devela y aquel que él esperaba. 
Toda experiencia vivida en el presente debe a los lazos que unen a una emoción ya experimentada en el pasado. La investidura de esos elementos recordados y que deben permanecer recordables a fin de que el sujeto pueda apelar a ellos cada vez que deba apoyarse en ese tiempo pasado para investir su tiempo presente, nos enfrenta siempre a elementos que conciernen a momentos, huellas, de movimientos relacionales. 
El origen de la historia del tiempo del Yo, coincide con el origen de la historia del deseo que lo ha precedido y que lo ha hecho nacer y ser. 
La clínica va a permitirme aclarar el último carácter necesario para la construcción y memorización del pasado de y para todo sujeto: la doble investidura de la que deberán gozar una parte de los materiales necesarios para eso. La puesta en memoria de esta puntuación relacional y de las leyendas fantasmáticas cuyo recuerdo se preservará debería operarse igualmente en los padres. Puesta en memoria compartida no solo de algunas de las experiencias significativas que han jalonado su relación, sino igualmente del sentido que darán retroactivamente a la persistencia del recuerdo que de ellas guardan.
A las teorías sexuales infantiles reprimidas, a la novela familiar criticada y olvidada, el sujeto deberá, al declinar la infancia, añadir una historia que tendrá la particularidad de tener que plegarse a los caracteres de la comunicación, de lo compartible, deberá respetar una lógica que tiene en cuenta lo posible y lo imposible, lo permitido y lo prohibido, lo licito y lo ilícito. 
Construir su infancia como pasado: tarea que incumbe al Yo del principio al fin de su recorrido. Tarea peligrosa y difícil de llevar al final, pues tendrá, conjuntamente, que preservar su investidura de lo que era y no es más, e investir su auto-anticipación y, por lo tanto, eso que aún no es. 
El Yo no puede auto-asirse, auto-pensarse, auto-investirse, a no ser que se sitúe en parámetros relacionales. Por eso, ese Yo pensado-pasado, es también y siempre el vestigio de un momento relacional. 
El Yo lanza sus seudópodos sobre el pasado para aferrar esa parte de libido que él desplazará sobre el Yo a venir. Movimiento continuo que es la pulsación misma de la vida del Yo, pulsación jalonada por lo que he calificado de momentos de ruptura. Entiendo por ruptura a la confrontación del sujeto con un suceso que repentinamente le devela, en una luz cruda, que lo que él creía presente es, en realidad, pasado. 
Cuando la puesta en historia de la vida pulsional se detiene, el sujeto se arriesga a hacer de un momento, de un suceso puntual de su pasado infantil, la causa exclusiva y exhaustiva de su presente y de su futuro: desde entonces, él mismo, como efecto de esa causa, sólo podrá testimoniar su sujeción a un “destino” que decreta inamovible. 
TEÓRICOS: Lastra, S. La historización como construcción subjetivante (pp. 109-116). 
Alteridad – sistema abierto y complejo – proyecto identificatorio – principio de permanencia y cambio - historización – fondo de memoria – sombra hablada y portavoz – pasaje de firma – capital fantasmático – edificio identificatorio
Winnicott sostiene que para desplegarse, la adolescencia requiere tiempo. Castoriadis afirma que tiempo estaría ligado a alteridad y alteración. En el trayecto adolescente se despliegan trabajos psíquicos específicos. Habrá de focalizarse la elaboración de dichos procesamientos dentro de la concepción de la tópica como un sistema abierto y complejo.
La conceptualización de la psique como una red abierta referencia a una composición de elementos en constante intercambio con el entorno. Las modificaciones provenientes desde lo interno o lo externo pueden dar origen nuevas configuraciones. Se habla también de sistemas complejos con capacidad de autoorganización, la cual implica la transición a un estado novedoso. Las alteraciones por fluctuaciones suponen la intervención del azar. A través de la metabolización de lo azaroso en organización, el psiquismo genera formas inéditas por acrecentamiento de complejidad; lo aleatorio interviene en la constitución subjetiva.
El itinerario adolescente será un momento de revisión de lo vivenciado, a través de un procesamiento psíquico que promoverá transformaciones de cara al futuro. Para ello la infancia deberá tener un nexo con la adolescencia. La construcción identificatoria y la organización del espacio relacional (porque se adviene psíquicamente en un medio relacional) germinan en consonancia con el basamento vívido del tiempo infantil. La temporalidad se engarza entonces con las vivencias registradas como huellas, cuya composición es remodelada por las experiencias presentes. En los procesos saludables de la adolescencia lo actual conduciría a lo exploratorio, a las posibles modificaciones en las investiduras dirigidas hacia la propia corporeidad, los otros, el entorno, y a la narrativa familiar.
La adolescencia puede pensarse como una segunda oportunidad que tiene el sujeto de rearmar su construcción identificatoria es un tiempo de elaboración, de re-significación y de producción de nuevos sentidos.
En “Construir (se) un pasado” Aulagnier explica que durante el proceso adolescente se despliegan tareas de reorganización. Dentro de ellas se encuentra el poner en memoria y el poner en historia el tiempo pasado. Son trabajos psíquicos cuya finalidad es trazar un puente, hacer una ligazón con el pretérito. Este pasado guardará cimientos fértiles para erigir el edificio identificatorio y del espacio relacional. Lejos de entender la historia como una sucesión de hechos, se la comprenderácomo una urdimbre de imbricados sucesos, que se entretejen en un psiquismo abierto al devenir. 
Deviene fundamental enfatizar el alcance de la historia como proceso, lo cual implica jerarquizar la elaboración y la capacidad de movilidad psíquica. Lo histórico-vivencial bosquejado como un haz de acontecimientos que inscriben en el niño afecto y corporeidad, a la vez que inauguran la actividad psíquica. Experiencias que suscitan transformaciones desde el punto de vista económico, así como brindan el aporte de marcas identificatorias. Esto delinearía un tejido de relaciones complejas, que obligan al psiquismo a un trabajo interpretativo y a una constante reconstrucción del edificio identificatorio. Los hechos no se producirían en forma aislada, sino insertos en el encuentro con otros significativos, es decir en tramas relacionales. Es mediante el trabajo de historización que se torna factible inteligir dicha trama.
Un concepto relevante para pensar la constitución psíquica en la adolescencia es el mencionado trabajo de historización, este define una forma de tramitación que implica dos cuestiones a tener en cuenta:
· Un nuevo ordenamiento representacional referido al pasado del sujeto.
· La posibilidad de construcción de una versión inédita de la historia identificatoria y vincular de ese individuo en relación al devenir.
A la mencionada tarea psíquica de puesta en historia se liga el fondo de memoria, Aulagnier hace referencia a un conjunto representacional que remite a un memorizable afectivo de la historia infantil. O sea, aquello que subsiste en la memoria del sujeto de ese tiempo pasado. El fondo de memoria brinda certidumbre en relación a posiciones estables en el espacio identificatorio. Pone al resguardo del desinvestimiento el registro de un cierto número de experiencias afectivas que han balizado la historia del sujeto. Se trataría de vivencias privilegiadas en función de la intensidad del afecto que las acompañaron.
Dentro del universo conceptual de Aulagnier será el yo el encargado del constante trabajo de historización y de interpretación del proyecto identificatorio. Para Aulagnier, el yo es un constructor en busca de sentido. Se vincula con el proceso secundario, siendo, por lo tanto, generador de representaciones ideicas. 
La conformación del fondo de memoria tiene que satisfacer dos requerimientos fundamentales para que la instancia yoica realice su tarea de historización:
· Organizar dentro del psiquismo lo permanente en el registro identificatorio. Podría figurárselo como un aval en el espacio identificatorio, que ofrece garantías al sujeto de la continuidad de su mismidad. Demarca lo permitido y lo prohibido. Asimismo abre el vértice en la sucesión de las generaciones. 
· La composición del capital fantasmático. La memoria se erige como un capital, término utilizado en el sentido de ganancia, del sujeto. Está forjado por un caudal de representaciones conclusivas. Con este concepto ella define un entramado de inscripciones psíquicas que condensan las representaciones que han acompañado las diferentes fases relacionales (oral, anal, fálica). Representaciones que fijan y depositan en la memoria de cada individuo, bajo la forma de recuerdos, moldes relacionales. Es decir, que la inscripción psíquica sedimenta a partir del encuentro con los otros. La construcción del psiquismo se produce en la intersubjetividad.
Los dos elementos anteriormente explicados serán los sustentos a partir de los cuales el yo del adolescente podrá redactar su propia historia.
Huellas y devenir quedan enlazados, memoria y temporalidad son indisociables: el tiempo pasado, y como tal, definitivamente perdido, solo puede preservarse en la memoria del yo como tiempo hablado, construido en el après coup.
El fondo de memoria demarcará lo modificable y lo no-modificable en cada aparato psíquico singular. Si bien se considera al psiquismo como poseedor de una suma de alternativas, las mismas no serán infinitas. El yo tiene opciones, pero también limitaciones para ocupar distintas posiciones identificatorias y para investir nuevos encuentros en el trayecto vital.
Dado que el trabajo de historización comienza desde antes del advenimiento del sujeto, cabe subrayar que en los momentos previos al nacimiento y en los inicios del psiquismo, serán las figuras parentales los escribas de los primeros capítulos de la historia del individuo. En el umbral de su existencia el yo catectiza los pensamientos identificantes a través de los cuales el otro lo nomina.
Aulagnier piensa al yo como un identificado-identificante. En los orígenes es el portavoz quien tiene la tarea de formular anhelos identificatorios sobre el futuro del pequeño. Anhelos que abonarán a la conformación del ideal del yo. Primero la madre dirá: “Cuando seas grande...”. Desde la función materna y paterna se investirá el mañana del hijo. Más tarde, cuando el niño pasa a sustituir al infans que ya no es, enunciará: “Cuando yo sea grande...”. Hallamos en esas frases la dimensión del tiempo por venir. 
El abandono de la infancia exige que el propio yo pase a ser el único redactor y signatario de la biografía de ese sujeto. Así el ideal del yo se trastocará a través del encuentro con nuevos otros y el acceso a propuestas identificatorias novedosas que el sujeto pueda moldear con sello propio.
El yo debe investir ese tiempo vivido por la psique antes de su advenimiento, relatado por sus otros significativos. El yo, aprendiz de historiador, ha requerido en los albores de su actividad psíquica el ser hablado por los enunciados provenientes de la madre. Aquella que cumple la función materna ha realizado una anticipación en relación al arribo de ese hijo. Lo que Aulagnier denomina sombra hablada refiere a un puñado de representaciones pertenecientes al psiquismo materno, a través de las cuales su discurso se dirige a ese infans por nacer. Piera Aulagnier explica que el yo es constituido por los enunciados identificatorios que provienen del portavoz. Esta autora llama portavoz a la madre, será ella quien lleve, porte, la voz de los enunciados que nominan al infans. La figura materna es también vocera del discurso del conjunto social (un medio cultural regido por leyes que atraviesan a cada uno de los miembros). Lo simbólico remite a la Ley Universal, y dicha ley refiere a la prohibición del incesto.
El proceso identificatorio tiene su origen en las representaciones identificatorias que los otros primordiales le aportaron. El yo no se constituye como una mónada, sino en el espacio de relación con el Otro. Y necesita disponer de un mínimo de reparos identificatorios. Esos anclajes de certidumbre son provistos por la identificación simbólica. Esta identificación ubica al sujeto tanto en una cadena genealógica, como en el contexto socio-cultural.
En los tiempos de lo infantil el yo delega al otro parental el investir su porvenir. Por tanto puede considerarse una mutación fundante cuando la instancia yoica comienza a desempeñarse como usina generadora de los anhelos identificatorios que catecticen su futuro. Dado que en la infancia el norte del Ideal estaba todavía orientado por la mirada parental, esta es una transformación específica de los procesos adolescentes. El yo contará con la posibilidad de investir emblemas identificatorios que dependan del discurso del conjunto y no ya del discurso de un único otro. En los momentos de la adolescencia se hallarán nuevas referencias para el yo, ligadas al nos-otros que se genera con los pares.
En la adolescencia las identificaciones que cobran preponderancia dependen de encuentros heterofamiliares (Grassi, 2010). Dolto (2006) afirma que la palabra de los padres deja de ser ante el adolescente el valor de referencia. El yo del niño ha aceptado escribir junto a sus padres los primeros capítulos de ese relato. Este es un requerimiento para la constitución de la subjetividad. Sin embargo también se tornará imprescindible que las figuras parentales cesen de ser cosignatarias de esa redacción. Un sujeto debe tener un lugar como tal enel discurso parental. Esto remite a la alteridad, al registro de su singularidad y su derecho a un pensamiento autónomo.
Si se habla de los procesos adolescentes como un momento de giro en la encrucijada identificatoria es porque el yo debería poder modificar su relación de dependencia con el discurso parental. Momento en el cual las identificaciones que cobran preponderancia dependen de encuentros por fuera de lo familiar. 
Se ha expuesto que el yo del niño ha aceptado redactar junto a sus padres los primeros capítulos de esa biografía. Esto es tan necesario para la constitución del sujeto, como lo es el sepultamiento de la conflictiva edípica y la composición del fondo de memoria. Se requerirá también, en el devenir saludable del psiquismo, que el yo parental deje de ser cosignatario de esa redacción. Por tanto se destaca, dentro de las tramitaciones psíquicas específicas de la adolescencia, el trabajo de pasaje de firma. Condición sine qua non para la producción de subjetividad adolescente. Es decir que esa narrativa, construida de manera conjunta con el yo parental durante la infancia, tendrá que ser tomada a cargo por el adolescente. Para esto se requerirá que los padres puedan tolerar este corrimiento de función. Ya no les compete a ellos armar la historia y el proyecto de su hijo. Por el contrario deberán dejarlo, respetando su alteridad y su posibilidad de pensamiento autónomo, interrogar y producir la interpretación-construcción de su pasado, para proyectarse hacia el por-venir. 
Dos conceptos acuñados por Aulagnier, que suplementan y enriquecen al de trabajo de historización. Se trata del principio de permanencia y del principio de cambio. El de permanencia alude a aquello que subsiste en el psiquismo más allá de las modificaciones. Refiere a pilares que en el armado identificatorio deberán persistir como no-modificables, columnas sobre las cuales el yo tejerá la aventura abierta de su historia. Otro segmento de su historia tendrá que estar permeable a lo novedoso que ese psiquismo pueda gestar, lo cual se liga con el principio de cambio. Aulagnier aclara que estos principios rigen tanto el funcionamiento identificatorio como el espacio relacional. 
Se sostiene como fundamental que el adolescente solo podrá construir su futuro si ha podido investir su pasado (Aulagnier, 1989). La noción de proyecto identificatorio en las conceptualizaciones de Aulagnier refiere a la construcción del ideal del yo, imagen que el yo se propone a sí mismo. Esta imagen debe responder a las exigencias de lo decible y de la puesta en sentido ligados al proceso secundario. En consonancia con los principios de permanencia y de cambio, cabe resaltar que el armado del proyecto identificatorio ofrece al yo una propuesta para su mañana, preservando siempre el recuerdo catectizado de los enunciados pasados, a través de los cuales el sujeto construye su narrativa.
TEÓRICOS: Otero, Ma. E. Visitando a Piera Aulagnier (pp. 86-95). 
Procesos originario, primario y secundario - contrato narcisista – portavoz - sombra hablada - violencia primaria y secundaria - yo historiador - proyecto identificatorio - pictograma - fondo de memoria - pasaje de firma - dimensiones de la subjetividad - representación ideica – fantasía - escena originaria - trabajo de filiación/afiliación - poner en memoria y en historia - red libidinal - psiquismo abierto - registro Identificatorio - capital fantasmático - representaciones conclusivas - moldes relacionales - lo reprimido - proyecto identificatorio
El psiquismo y su complejidad
El aparato psíquico se constituye para Piera Aulagnier, a partir del intercambio que el niño establece con el adulto que lo asiste. Pensemos en este modelo de aparato psíquico como (…) un sistema abierto, en constante intercambio con el medio que lo rodea. 
Entendemos que en la niñez y en la adolescencia, el aparto psíquico está en vías de constitución, así como el cuerpo crece, el psiquismo se produce. La actividad psíquica está conformada, para Piera Aulagnier, por el conjunto de tres modos de funcionamiento. Tres procesos: originario, primario y secundario.
Estos tres modos de funcionamiento psíquico no están presentes desde un primer momento, sino que se suceden temporalmente y cada uno de ellos, incide en los posteriores. Están vigentes durante toda la vida. Cada uno de los tres, se distingue por una actividad que los representa y un postulado que los caracteriza.
Proceso Originario: 
Es el primer proceso que comienza a funcionar en el recién nacido a partir de la necesidad de la psique de reconocer la cualidad placentera o displacentera de los estímulos que le llegan. 
Decimos entonces, que el tipo de información que le van a dar los sentidos al psiquismo naciente es una información libidinal: presencia o ausencia de placer.
Este proceso se rige por el postulado del Auto-engendramiento, es decir, que la propia actividad de representación es la que crea el estado de placer y la que engendra al objeto causante del mismo, (…) es el bebé quien auto-engendra el pecho materno.
La actividad que representa al proceso originario es el pictograma: sello de este encuentro inaugural del recién nacido con la madre y el encuentro de este naciente aparato psíquico con su propia corporeidad. El pictograma conlleva a una equivalencia entre representante y representado, en donde no hay diferenciación entre zona y objeto. Es una representación de zona-objeto complementario ej.: boca-pecho. Es la representación de la experiencia inaugural de placer que condensa sentidos, pulsa y deja marcas de procesamiento psíquico. 
Si estas marcas se instauran bajo el signo del placer, zona-objeto se fusionan. Se inscribe un pictograma de fusión, pictograma de signo positivo que promueve un efecto de ligadura e integración psicosomática. 
Por el contrario, si prevalece el displacer, originado en la ausencia del objeto o en su inadecuación por exceso o defecto, lleva a la inscripción de un pictograma de rechazo (…) conlleva un desinvestimiento de la representación. Desligadura y desmantelamiento. 
Proceso primario: 
En este segundo momento de organización del psiquismo, la actividad representativa preponderante es la fantasía “es una actividad psíquica que se caracteriza por la realización imaginaria de deseos para evitar el sufrimiento producido por la ausencia del vínculo inicial constituyente”.
La separación y el reconocimiento del mundo externo se concretan cuando la mirada y el placer de la madre se depositan en otro lugar, distinto al que se lo otorgó al niño. Cuando esto se produce, se le impone al niño la existencia de otros espacios (…) que se conforman como “diferentes”. Mediante la fantasía, el niño se apropia de dichos espacios, los reproduce y considera que los posee (ejemplo del fort-da).
Este proceso comienza a funcionar a partir de la necesidad de la psique de reconocer el carácter de extraterritorialidad del objeto, es decir, reconocer la existencia de un espacio separado del propio).
Durante el proceso primario, las funciones parentales son la única referencia de un campo de certezas inamovible. Sin embargo, para que el yo pueda advenir y acceda un mayor nivel de autonomía se requiere un quiebre de éstas”.
Proceso secundario: 
Esta tercera instancia es la constitución del psiquismo del niño, se caracteriza por la aproximación de éste a una diversidad de acontecimientos sociales, como el contacto con pares, los conocimientos escolares, etc. La representación que caracteriza a este tiempo del psiquismo, es la representación ideica o enunciado. El espacio secundario es la sede de la actividad del yo. 
“Todo acto de investimiento es la actualización de un movimiento pulsional de búsqueda de satisfacción que incrementa la producción de representaciones atravesadas por un sentido histórico-libidinal acuñado”.
El movimiento libidinal inaugural es el que marca el sentido que adquieren los sucesivos movimientos de investimiento que se concretan en el campo socio-cultural.
Dice Piera Aulagnier: “tener que pensar, tener que dudarde lo pensado, tener que verificarlo: éstas son las exigencias que el yo no puede esquivar, el precio con el cual paga su derecho de ciudadanía en el campo social y su participación en la aventura cultural”. 
Algunas conceptualizaciones para una teoría de la intersubjetividad
Hemos venido pensando la subjetividad como una integridad psicosomática contextuada a una genealogía, entendiendo al sujeto como sujeto de grupo (familiar-social), un sujeto activo en permanente relación con otros, que recrea aquello que recibe del medio que lo rodea. 
Tres dimensiones de la subjetividad: intrapsíquica (conjunto de representaciones ICC que conforman el mundo interno del sujeto), intersubjetiva-intergeneracional (intercambio vincular que se establece entre padres e hijos y pares-mundo relacional del sujeto), transgeneracional (lazo de unión con la cadena generacional-abuelos).
Caracterizamos al grupo familiar, como una de las instancias que en el transcurso de la infancia y adolescencia provee al niño de las funciones primordiales para la constitución de procesos psíquicos saludables y donde él encuentra un medio a través del cual ir construyendo los procesos intra e intersubjetivos que producen su historización, esta perspectiva de historización implica la consideración por las tres dimensiones de la subjetividad, antes mencionadas. 
Destacamos el valor preponderante que conllevan las funciones familiares para la constitución psíquica y los procesos de subjetivación a advenir. La pertenencia a una familia, la inscripción a una genealogía, implica la puesta en marcha, de ciertos trabajos psíquicos que tienden a promover la investigación histórica familiar. Entre ellos mencionamos:
-La construcción de la Escena Originaria: conjunto de operaciones psíquicas que realiza el niño para poder historizarse ligado a los padres, ubicándose como causa y consecuencia, como producto del placer que liga. La escena originaria, se constituye, como una alianza simbólica que une dos líneas genealógicas distintas. Es una construcción imaginaria que realiza el niño de modo anticipatorio, respecto de la unión entre ambos padres y de la relación de ambos con él. 
-Trabajo de filiación- afiliación: trabajo elaborativo de aquello recibido, heredado y entonces también un desasimiento. El niño debe metabolizar (realizar un trabajo de integración) que los padres forman parte de un grupo que los antecede y que ese grupo tiene una historia a la cual debe articular la suya. Con el advenimiento del entretiempo puberal-adolescente, esta metabolización exige una transformación, un espacio potencial se abre para la incorporación de lo nuevo.
-Contrato narcisista: provee referentes a partir de los cuales el proceso identificatorio se define. Su función está vinculada al encadenamiento generacional, cada sujeto es un eslabón de una cadena generacional. Se definen dos funciones, que hacen referencia a la temporalidad, las figuras de Ancestro y el Sucesor. La figura de Ancestro agrupa los mitos de origen, que se transmiten de una generación a otra (valores, emblemas, etc.) y la figura de Sucesor representado en la figura del porvenir. Estos mitos de origen (…) le permiten al grupo tener una referencia compartida al pasado, un lugar de memoria común. Se signa un contrato que garantiza que los nuevos integrantes del grupo reproduzcan los mitos en común (…) a cambio, se le otorgará al sucesor un lugar en el entramado familiar (analogía con el coro, se suma un nuevo miembro pero se le pedirá a este que cante las canciones del repertorio). Al inscribirse esta categoría, el niño obtiene una certeza sobre el origen y accede a la historicidad.
-Portavoz: Piera sitúa la figura de la madre como vocera de la genealogía, de los enunciados identificatorios. Implanta con su trabajo de representación, la historia y la genealogía. Es portavoz del discurso socio-cultural al que pertenece la pareja parental y sus propias familias de origen. Estos enunciados son tomados por el niño y constituyen el yo parental. 
-Cuerpo imaginado o Sombra hablada: conjunto de enunciados que son testimonio del anhelo maternal. Son enunciados que se anticipan a la enunciación que el propio niño hace de sí mismo. Esta conceptualización nos conduce al trabajo psíquico materno, estructurante y anticipatorio, que Aulagnier denomina violencia primaria: acción mediante la cual se instala en la psique de un niño, una elección, un pensamiento, motivados en el deseo que impone la madre. Estas formas de procesamiento y posicionamiento libidinal representan la modalidad con la que la madre marca y singulariza el devenir del hijo. La autora conceptualiza como violencia, esta acción anticipatoria y necesaria por parte de la madre, dado el grado de dependencia que presenta el recién nacido y su imposibilidad de autonomía subjetiva. Este acto materno es estructurante para el devenir subjetivo del niño. En oposición se encuentra la violencia secundaria, la cual representa un exceso “perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del yo”, (…) imposibilidad de reconocer al otro en su dimensión de alteridad. 
Las producciones psíquicas que se originan en la familia, desde la genealogía, son anclajes, organizadores para pensar los procesos psíquicos adolescentes. Organizadores que hacen que los tiempos se continúen. 
La categoría del tiempo en la adolescencia
Un viaje al pasado para investir el futuro (…) “construirse un pasado” para enfrentar el devenir.
“Recibir una herencia no es nunca un punto de llegada, es más bien un punto de partida de un trabajo psíquico que el sujeto debe realizar conjuntamente con la recepción. Trabajamos con el recibido al mismo tiempo que lo recibido trabaja en nosotros”.
Aquello que recibimos se pierde, se duela y adquiere un nuevo sentido, se le da una nueva dirección. Aceptar la vasija implica, reconocerse como parte de una cadena generacional; romperla, desarmarla (de-construir) y transformarla hacia lo nuevo es una creación personal.
Para crear un proyecto futuro, es necesario anclar en el pasado infantil. El devenir del sujeto no es sin historia. La historia no es mera repetición, no es lineal, incluye lo azaroso. Lo novedoso se articula con lo vivido. Investir el pasado para enfrentar el futuro es tarea del yo en la adolescencia. 
La creación de la propia historia como trabajo psíquico adolescente, implica un pasaje de firma, del yo parental (yo infantil), de la escritura de los padres, a la construcción de la propia biografía. Tiempo inaugural, de lo nuevo, de lo inédito, pero anudado al hilo de la genealogía. 
Aulagnier conceptualiza la existencia de tareas de reorganización, trabajos psíquicos del proceso adolescente, poner en memoria y en historia el tiempo pasado. El pasado contiene los cimientos que le sirven al sujeto para la construcción de su edificio identificatorio y de su mundo relacional. 
Podemos pensar a la memoria como un sistema múltiple de huellas que se reactualizan y retraducen unas a otras, un sistema afectivo libidinal, si ciertas inscripciones se producen desde un embate pulsional tánatico, hay un desinvestimiento y una destrucción potencial de las huellas mnémicas, se producen huecos, agujeros, que dificultan el trabajo de historización que compromete al yo. 
La historia y la memoria se entraman en una red libidinal interpelando al sujeto con experiencias psíquicas y afectivas. Hay un permanente trabajo de construcción y reconstrucción de un pasado vivido, a cargo del “yo historiador”. 
Tareas de elaboración psíquica, se abre un proceso de reacomodación y “modificación”.
Un psiquismo abierto, el yo en constante intercambio con su entorno, recibiendo influjos del mundo exterior que tendrá que metabolizar (incorporar y transformar), en donde las representaciones ya existentes aunque permanezcan se entretejerán y organizarán, dando nuevas tramas, nuevas texturas, apertura a lo novedoso, posibilidad de rehistorizar y significar desde un nuevo sentido.
Piera Aulagnier postula la creación de un fondo de memoria como un conjunto de representacionespsíquicas que remite a un memorizable afectivo de la historia infantil (aquello conservado en la memoria del sujeto de ese tiempo pasado). En el fondo de memoria, se presenta como un cofre que guarda aquellas experiencias valiosas, por la intensidad afectiva que conllevan, para evitar el desinvestimiento, el olvido de las mismas.
El fondo de memoria aporta dos funciones para que el yo pueda realizar su trabajo de historización:
· Ser garante en el Registro Identificatorio: referencia al sujeto al sistema de parentesco (genealogía) al cual pertenece, garantizándole mismidad y continuidad al yo a pesar del cambio y movimiento permanente.
· Construcción del Capital Fantasmático: el cual está conformado por un caudal de representaciones que la autora denomina representaciones conclusivas, las mismas se fijan y depositan en la memoria bajo la forma del recuerdo. Para Piera, los recuerdos se describen como moldes relacionales, son las inscripciones psíquicas que se construyen a partir del encuentro con otro. Se define al capital fantasmático como el conjunto de improntas afectivas producto de las primeras experiencias a las cuales el sujeto va a recurrir para investir lo nuevo. Es un anclaje afectivo, que posibilita la conformación del espacio relacional. Aquí ubicamos las elecciones de objeto, los nuevos objetos que va a catectizar el adolescente por fuera del mundo familiar. Para que estas elecciones de objeto se produzcan, se requiere de la constitución de un capital fantasmático. 
El registro identificatorio y el espacio relacional se acompañan interactuando en una dialéctica permanente, ambos constituyen lo reprimido. La constitución de lo reprimido, es el trabajo psíquico que define lo recordable de lo no recordable, acompañando las tareas del espacio relacional y del registro identificatorio, permitirá la renuncia a las primeras representaciones de los objetos del mundo familiar-infantil y favorecerá el surgimiento de nuevas investiduras en el devenir puberal-adolescente. 
El fondo de memoria demarcará lo modificable y lo no-modificable en el psiquismo a través de dos principios: principio de permanencia y principio de cambio. Ambos funcionan en alianza, están entrelazados y rigen el registro identificatorio y el espacio relacional. 
En el armado del proyecto identificatorio, hay pilares que se muestran fijos, estables, permanentes sobre los cuales el yo edifica, construye, teje su historia, sirviéndose de las identificaciones simbólicas, aquellas que funcionan como certezas inamovibles para la subjetividad, remiten a los orígenes familiares, vinculan al sujeto con su historia familiar e infantil (principio de permanencia), pero por otra parte de la biografía, es móvil, está abierta a descubrir y explorar lo nuevo. 
El yo es un historiador, otorga sentido al tiempo pretérito y al porvenir, elige un proyecto identificatorio para desplegarse en su potencialidad. 
“El yo solo puede efectuar este trabajo de puesta en sentido y en palabras si acepta padecer activamente sus consecuencias: querer cambiar su relación con su mundo (exterior e interior) es deber imponerse la labor de re pensar, de reorganizar, de transformar, en una palabra, su ser y su espacio y su tiempo, la historia de su pasado y los sueños sobre su futuro”. 
El yo en su trabajo de historización anuda, integra dos tiempos: pasado y futuro.
En el encuentro intersubjetivo con otro sexuado, el cuerpo erótico se inscribe dando origen a una nueva historia. 
TEXTO- PUENTE: Gutiérrez, Ma. Inés De la historización al proyecto identificatorio. Aportes de las teorizaciones de Piera Aulagnier a la práctica de la Orientación Vocacional (pp. 104-108).
UNIDAD 5 - Adolescencias y transmisión psíquica entre generaciones
PRÁCTICOS: Gampel, Y. Introducción, Capítulo 4: Se lo contarás a tus hijos (pp. 55-68)
Radioactividad – violencia social – residuos radioactivos – fenómenos transgeneracionales – tiempo transgeneracional – identificación transgeneracional- relato familiar – identificación radioactiva – actuar
1° de mayo en Paris, Europa se encontraba conmocionada por la explosión de uno de los reactores de la central nuclear de Chernobyl. Aquel día, la radioactividad se convirtió para mí en la metáfora de la violencia social.
Como psicoanalista quisiera asegurar la transmisión de lo que algunos sobrevivientes de la Shoah han depositado en mí. De este modo, quiero llamar la atención sobre las consecuencias que tiene la violencia social en los individuos, pero también en sus descendientes. Porque esos traumas que a menudo quedan instalados en el imaginario colectivo, completamente impregnado a su vez de esa violencia, pueden convertirse en fuentes de nuevas crueldades.
La catástrofe de Shoah, del genocidio, altero todo, agrieto todo. Para muchos, la guerra termino hace mucho tiempo: es el pasado. Sin embargo, las guerras no terminan de marcar el ritmo de nuestra vida. Sus efectos se manifiestan a largo plazo, diseminados en el espacio y a través del tiempo como restos radioactivos en la intersección entre el presente y el pasado, entre la presencia y la ausencia.
Los residuos psíquicos que denomino radioactivos por su poder de expansión y contaminación. Tomo este concepto de radioactividad de la física. Lo utilizo como metáfora para explicar los monstruosos efectos de la aberración causada por determinada violencia sociopolítica de estado.
Los residuos radioactivos pueden transmitirse de la primera generación, la que vivió directamente la Shoah, a la segunda generación, que la vivió en forma fantasmática y luego a la tercera. En el transcurso de la transmisión de una generación a otra, pueden tener lugar algunos procesos que suscite trastornos específicos. El concepto de transmisión radioactiva intenta dar forma a un fenómeno inconsciente, imprevisible.
Para poder aceptar este concepto de radioactividad es indispensable salir de la concepción lineal de causalidad en lo que se refiere a los hechos, renunciar a la evidencia inmediata de los fenómenos y enfrentarse a la incertidumbre, que forma parte de nuestra experiencia misma.
La experiencia del terror, de la violencia de Estado exige una textura narrativa particular. El horror generalmente produce silencio, pero a veces un largo trabajo en profundidad permite el acceso a la representación. Entonces surge la posibilidad de hablar.
Capitulo 4
Los fenómenos transgeneracionales se manifiestan de múltiples maneras. El prefijo trans, que significa “al otro lado”, “a través de”, marca el pasaje o el cambio, la transición, la transformación. Además, de una generación a otra, la transmisión psíquica está influenciada por fenómenos inconscientes, incluso imprevisibles.
En cuanto al tiempo transgeneracional, inscribe en la memoria la historia de la vida de las generaciones. Ubica al individuo frente a su propio tiempo y también en el tiempo de quienes lo precedieron, de modo que puede identificarse con ellos. Pero en caso de traumatismo debido a la violencia social las identificaciones anteriores pueden ser modificadas, fisuradas, incluso destruidas.
Cada niño adquiere un lugar particular dentro de una historia familiar. Esta es relatada y a veces repetida, por el padre, la madre, los abuelos, es al mismo tiempo algo fijo y en permanente cambio. Ese relato familiar no es inocente. Incluye hechos que tuvieron lugar en diferentes épocas, núcleos de conflictos, así como las identificaciones, los ideales y los deseos de los progenitores.
Bajo formulaciones inconscientes el relato familiar se infiltra en la vivencia cotidiana y condiciona al niño. Marcado de esta manera, advendrá al ser y se desarrollara en cuanto individuo. El contenido de ciertos relatos constitutivos del mito familiar tan doloroso que se reprime. Al “borrar” ese contenido, al “desviar” la memoria, vivida o transmitida, de los hechos traumáticos para evitar que puedan herir, la represión permite preservar la unidad del yo. Pero el contenido traumático así desechado se conserva en la psique. Puede reaparecer en el retorno de lo reprimido.
Los

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