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Del significado simbólico al significado corpóreo* MANUEL DE VEGA Universidad de La Laguna Resumen Las palabras solas o combinadas en oraciones son símbolos materiales. Pero ¿cómo es su significado? La doc- trina de los símbolos mentales asegura que el significado consiste, a su vez, en expresiones simbólicas que se ela- boran en un lenguaje mente. Los símbolos mentales serían abstractos, arbitrarios, amodales y estarían regulados por mecanismos sintácticos. Sin embargo, los símbolos mentales plantean el problema de la toma de tierra, es decir, su falta de conexión con la experiencia. En consecuencia, no permiten establecer la referencia ni la plausi- bilidad de los enunciados. Una noción alternativa considera que el significado es corpóreo. Así, la comprensión del lenguaje implicaría una referencia a entidades perceptivas o “símbolos perceptivos” que, a diferencia de los símbolos mentales, tienen una cualidad sensorio-motora. Ofrecemos algunos argumentos e investigaciones que apoyan la corporeidad del significado lingüístico, aunque también consideramos algunas dificultades cuando se trata del significado de palabras y enunciados abstractos. Palabras clave: Mentalés, corporeidad, símbolos perceptivos, modelos de situación, memoria semántica, proposiciones, significado abstracto. From symbolic meaning to embodied meaning Abstract Words on their own or combined into sentences are material symbols. But what about their meaning? The mental symbols’ doctrine proposes that meaning is made up of symbolic expressions elaborated in a mental lan- guage. Mental symbols are abstract, arbitrary, amodal, and are governed by syntactic rules. However, mental symbols involve a grounding problem, namely, they are not connected with experience. Consequently, they do not provide a reference or plausibility for utterances. An alternative approach considers that meaning is embodied. Thus, language comprehension would involve a reference to perceptual entities or “perceptual symbols” that, unlike mental symbols, possess a sensory-motor quality. We present various arguments and research work sup- porting the embodiment of meaning, though we also consider some of the difficulties that arise when dealing with the meaning of abstract words or sentences. Keywords: Mentalese, corporeity, perceptual symbols, situation models, semantic memory, propo- sitions, abstract meaning. *Ponencia presentada en las Jornadas sobre Representación y significado. Una aproximación multidisciplinar. Menorca, febrero de 2002 Correspondencia con el autor: Departamento de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional. Universidad de La Laguna, Campus de Guajara, 38205 La Laguna, Tenerife. Email: mdevega@ull.es © 2002 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-9395 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), 153-174 La noción simbólica del significado La palabra “significado” es polisémica. Pensemos, por ejemplo, en acepciones tan variadas como las implícitas en “el significado de su conducta”, “el significa- do de la vida”, o “el significado de un cuadro”. Sin embargo, el uso más primario del término está ligado sin duda a la propia naturaleza del lenguaje. Las palabras, las oraciones y el discurso en cualquiera de sus formas conllevan significado. Como suele ocurrir con muchos conceptos fundamentales, aclarar o definir qué es el significado no es tarea fácil. Las definiciones de significado que hallamos en los diccionarios son a veces meramente tautológicas. Por ejemplo, según el de la Real Academia (1984), significado = “significación o sentido de las palabras y frases”, lo cual no aclara gran cosa. Pero ¿qué aportan las modernas ciencias cog- nitivas a la noción de significado? En este artículo voy a tratar de dos plantea- mientos muy diferentes sobre la naturaleza psicológica del significado: la doctri- na de los símbolos mentales, y la idea de representaciones corpóreas. Mi orienta- ción particular es la de un análisis crítico de los símbolos mentales y una defensa matizada de la noción de corporeidad. La doctrina de los símbolos mentales ha sido y aun es muy popular en las ciencias cognitivas. Considera que las raíces del significado son las representacio- nes simbólicas que elaboramos en un lenguaje mente o mentalés (v.g., Fodor, 1983; Pylyshyn, 1986; Newell, 1980). Los símbolos mentales son discretos, abs- tractos, arbitrarios, y amodales. Me gustaría destacar dos de estas propiedades. La arbitrariedad de los símbolos mentales implica que no existe ninguna similitud estructural o formal entre el símbolo y su referente, mientras que su carácter amodal supone que se ajustan a un formato universal, totalmente independiente de la modalidad sensorial de la fuente (v.g., visual, auditiva, motora, etc). Los símbolos mentales constituyen el vocabulario básico del lenguaje mente, pero, además, se combinan entre sí de acuerdo con ciertas reglas sintácticas o composi- cionales que, a su vez, son también arbitrarias y amodales. Consideremos dos aplicaciones de la doctrina de los símbolos mentales en Psicología: las teorías de la memoria semántica y las teorías proposicionales de la comprensión. Las teorías de la memoria semántica han tenido una gran popula- ridad durante los últimos 30 años en el estudio de la memoria y del lenguaje. Postulan que el significado de las palabras se encuentra en una especie de diccio- nario mental o lexicón, que incluye una inmensa red de símbolos discretos (v.g., Quillian, 1968; Collins y Loftus, 1975; Norris, 1986). En esta red, los símbolos están inter-conectados mediante lazos asociativos, que representan relaciones de inclusión de clase entre ellos (GORRIÓN ESUN AVE), o bien de propie- dad (GORRIÓN TIENE PLUMAS). Collins y Loftus plantearon una hipótesis muy influyente sobre cómo discurre el flujo de la información en las redes semánticas. Según ellos, una vez estimulado un nodo por un estímulo externo, la activación se propaga a los nodos adyacentes a través de los lazos aso- ciativos. Esta activación deberá ser contrarrestada, sin embargo, por procesos de amortiguamiento o de inhibición que impedirán que toda la red se excite ante un estímulo. La moderna psicolingüística ha heredado esta concepción de la memoria semántica y la ha aplicado, un tanto rutinariamente, a los procesos de reconocimiento de palabras. Cada vez que reconocemos una palabra escrita como “mesa”, se supone que el código externo de esa palabra, da lugar a una especie de reacción en cadena, que va desde el reconocimiento de las letras, a la activación del significado de la palabra y de otros significados que están asociados. Los deta- lles de estos procesos y sus predicciones empíricas, no nos interesan en nuestro contexto. Baste insistir en el carácter simbólico del lexicón mental. Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174154 Veamos ahora una teoría del significado algo más sofisticada: la teoría de Walter Kintsch sobre la comprensión del discurso (Kintsch y van Dijk, 1978; van Dijk y Kintsch, 1983; Kintsch, 1998; Ericcson y Kintsch, 1995). La teoría sufrió importantes modificaciones, incluso en su denominación, a lo largo de sus más de 20 años de existencia, y tiene enormes virtudes al afrontar el curso tem- poral de los procesos de comprensión de grandes unidades del lenguaje, adecuán- dose a las propiedades funcionales de la memoria de trabajo y de la memoria a largo plazo (Ericcson y Kintsch, 1995). Pero es muy conservadora en cuanto a la noción proposicional del significado que postula. Cada vez que comprendemos una oración, nos dice Kintsch, lo que hacemos es traducirla a un lenguaje inter- no de proposiciones, que son estructuras atómicas predicado-argumento. Así, la oración: (1) María le dio un libro a Pedro podría ser codificada como las proposiciones P1 y P2: (P1) DAR [agente: MARÍA; receptor: PEDRO; objeto: X] (P2) ESUN [X, LIBRO]. Tanto los modelos de memoria semántica como la teoría proposicional de Kintsch intentan proporcionar caracterizaciones psicológicas y funcionales del significado y, en estesentido, constituyen un avance substancial. No son las úni- cas teorías del significado1, pero son quizá las que han dado lugar a líneas de investigación más fructíferas, prediciendo y explicando multitud de datos psico- lógicos. Los símbolos que postulan estas teorías pueden organizarse como una estructura reticular (memoria semántica), o bien en forma de enunciados lineales con un vocabulario y una sintaxis propia (proposiciones). Los procesos que se eje- cutan sobre dichos símbolos son también variados, e incluyen desde la propaga- ción de activación en la memoria semántica, a la ejecución de macro-reglas, y la construcción e integración en la memoria de trabajo en las sucesivas versiones de la teoría de Kintsch. Sin embargo, pese a sus diferencias superficiales, ambos planteamientos tienen en común una concepción simbólica del significado. Es decir, que el significado radica, en última instancia, en el proceso de traducción del lenguaje externo de las palabras al lenguaje interno de la mente. Críticas a la noción simbólica del significado La intención originaria de Quillian (1968), el padre de las teorías de la memo- ria semántica, era desarrollar una ambiciosa formulación computacional de la comprensión de textos, incluyendo una representación interna del “conocimien- to del mundo”. Pero lo cierto es que su propuesta y las subsiguientes teorías de la memoria semántica aportaron una visión mucho más restringida del significado de lo que cabría esperar. Son aplicables, en el mejor de los casos, al significado de las palabras aisladas, a juicios de inclusión de clases, o a fenómenos de facilitación semántica o priming. En cambio, se muestran incapaces de abordar los procesos composicionales o de combinación conceptual característicos del significado de las oraciones y del discurso. Por ello voy a dedicar más atención a la teoría propo- sicional de Kintsch que sí ofrece un análisis del significado de las oraciones y del discurso. El problema de la realidad psicológica Las proposiciones ¿son simples herramientas del científico, o son unidades de procesamiento reales en la mente de los individuos? Sobre lo primero no hay duda, las proposiciones constituyen un sistema notacional muy útil para el análi- sis o descripción formal de textos. En cuanto a lo segundo, existe cierta evidencia 155Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega favorable a la funcionalidad psicológica de las proposiciones. Así, el recuerdo de textos, libre o guiado por indicios, disminuye y el tiempo de lectura aumenta cuanto mayor es el número de proposiciones subyacentes en las oraciones, y esto ocurre después de haberse controlado el número de palabras de éstas (ver revisio- nes en van Dijk y Kintsch, 1983, y Kintsch, 1998). Sin embargo, estos estudios no suponen una prueba definitiva de la existencia de un código proposicional en la mente de los lectores. Después de todo, el número de proposiciones correlaciona con otros parámetros psicolingüísticos tales como el número de conceptos nuevos en la oración, el número de cláusulas, la repetición de palabras, o la complejidad sintagmática y sintáctica. Si aplicáse- mos el principio de parsimonia, quizá podríamos prescindir totalmente de las proposiciones y quedarnos con los parámetros que acabo de mencionar mucho más visibles y mensurables. Otro planteamiento es constatar de modo empírico si las proposiciones tienen un peso explicativo en sí mismas, evitando la confu- sión con otros posibles factores. En algunos estudios se intentó disociar estadísti- camente el influjo del número de proposiciones y de otras variables como predic- tores del tiempo de lectura de las palabras del texto (v.g., Haberlandt y Graesser, 1985; de Vega, Carreiras, Gutiérrez-Calvo y Alonso-Quecuty, 1990). Los resul- tados indicaron una influencia clara del número de conceptos nuevos, de la repe- tición de las palabras, o de la posición serial de la oración en el texto, sobre el tiempo de lectura, pero el número de proposiciones no produjo efecto alguno. Quizá el estudio más concluyente sobre la realidad psicológica de las proposi- ciones sea el efecto selectivo de priming observado por Ratcliff y McKoon (1978). Hallaron que la facilitación semántica entre dos palabras incluidas en la misma oración era ligeramente mayor cuando ambas pertenecían a la misma proposi- ción (111 ms) que cuando pertenecían a diferentes proposiciones (91 ms). Por ejemplo, tras haber leído la oración (2) la facilitación entre el par “mausoleo” y “plaza” era mayor que entre “zar” y “plaza”, a pesar de que la menor distancia en el texto superficial favorece a este último par. (2) El mausoleo en el que está enterrado el zar domina la plaza. Relacionado con la cuestión empírica de la realidad psicológica de las propo- siciones, está el tema de su motivación conceptual. Es decir, en qué medida la codificación proposicional es arbitraria o, por el contrario, está psicológicamente motivada (por ejemplo, basada en nuestro conocimiento de la memoria humana, o de la comprensión del lenguaje). Todas las formulaciones proposicionales esta- blecen la distinción básica predicado-argumento, que es razonable desde el punto de vista psicológico, pero un tanto neutral y descriptiva. Pero muchas otras características del código proposicional parecen basarse en las preferencias personales de los investigadores. Por ejemplo, comparemos los códigos proposi- cionales de Kintsch (1998) y de Anderson (1976) aplicados a (3): (3) En el parque el hippie tocó a la debutante. Kintsch (P3a) TOCAR [ lugar: PARQUE, tiempo: PASADO, agente: HIPPIE, meta: DEBUTANTE] Anderson (P3b) (h * parque) & (1 * pasado) & (r * hippie) & (t * debutan- te) & (VI= (r * tocar OF t))) & VI * (en-lugar OF h)) & (VI * en-tiempo OF 1)) Como se puede apreciar, las proposiciones kintschianas (P3a) establecen pri- mero el predicado (TOCAR) y a continuación todos los argumentos codificados en términos de roles temáticos (Fillmore, 1968). Por el contrario, las proposicio- nes andersonianas (P3b) se basan en relaciones predicativas dicotómicas, especi- ficadas entre paréntesis, y una serie de operadores cuyo valor semántico es bas- tante opaco. No se trata de diferencias de formato meramente superficiales, sino de diferencias substanciales en el modo de entender la naturaleza del significado. Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174156 En cierto modo, la propuesta de Kintsch es más “psicológica” al incluir la asig- nación de roles temáticos, pero también es más arriesgada ya que la noción de roles temáticos es algo confusa y éstos son difíciles de computar mediante proce- dimientos efectivos. La propuesta de Anderson es más manejable en términos computacionales, pero las proposiciones resultantes ofrecen un empobrecimien- to semántico del significado. ¿Cuál código es más “verdadero” el kintschiano o el andersoniano? Curiosamente este tipo de preguntas no parece relevante a los proposicionalistas, ya que no hay ningún programa de investigación empírica dirigido a comprobar la adecuación psicológica de uno u otro código. Esta apa- rente negligencia quizá fuese explicable si los propios proposicionalistas otorga- sen a sus respectivos códigos el estatus de convención arbitraria, más que de una auténtica teoría psicológica. El problema de la implementación En general la codificación proposicional no es un proceso que se pueda reali- zar fácilmente mediante un algoritmo o un procedimiento efectivo. No existe ningún programa de ordenador (o parser) que codifique textos naturales automá- ticamente en un código proposicional, tipo kintschiano. Es el propio operador humano (Kintsch o uno de sus colegas) el que tiene que realizar “a mano” esa codificación basándose en algunas normas generales y, sobre todo, en su propia intuición semántica. Kintsch (1998) es plenamente consciente de este problema, pero minimiza su importancia considerándolo una mera cuestión técnica que acabará resolviéndose. Pero, en mi opinión, el problema es mucho más substan- cial:la codificación proposicional no puede anteceder a la comprensión del texto, ya que la propia codificación proposicional requiere comprender el texto. Dicho de otro modo: las proposiciones no causan el significado del texto sino que se derivan del significado del texto. Recientemente se han desarrollado algunos analizadores proposicionales automáticos bastante eficientes. Pero han optado por un tipo de análisis formal predicado-argumento con muy bajo compromiso semántico, más próximo a las proposiciones andersonianas que a las kintschianas. Este tipo de análisis es útil para algunas tareas, como servir de entrada a un sistema de desambiguación de homógrafos (ver Sopena, 2002). Sin embargo, su pobreza semántica es tal que no suponen una caracterización adecuada del significado. El problema de la toma de tierra Nos acercamos ya al problema central de las teorías proposicionalistas y, en general, de cualquier concepción simbólica del significado. Se le ha denominado con etiquetas diversas y, a veces, un tanto exóticas. El problema de la “circulari- dad” del significado (de Vega, 1984; Gomila, 2002), la “falacia simbólica” (Johnson-Laird, Herrmann y Chaffin, 1984), la “toma de tierra” (Harnad, 1990; Glenberg, 1997); o la “habitación china” (Searle, 1980). La idea básica es muy simple: los elementos terminales del significado (los símbolos) son entidades vacías sin valor referencial alguno. Los símbolos no toman tierra en la realidad, no se corresponden con experiencias perceptivas, motoras o emocionales. El único significado que pueden ofrecer es de carácter intensional, es decir, un con- junto de vínculos o relaciones con otros símbolos. Si acudimos a una memoria semántica y le preguntamos por el significado de la palabra “mesa”, por ejemplo, el sistema nos podrá remitir a los símbolos “mueble”, “madera”, “con patas”, etc., pero estos símbolos a su vez remiten a otros símbolos, y así sucesivamente. No hay nada en ese significado simbólico que le permita al sistema establecer 157Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega una correspondencia entre la palabra “mesa” y un objeto real o una representa- ción perceptiva. Algo semejante se puede afirmar de las representaciones propo- sicionales. Supongamos que el sistema codifica la oración: (4) El libro está encima de la mesa como las proposiciones siguientes: (P4) ESTAR [X; Y; ENCIMA DE] (P5) ESUN [X; LIBRO] (P6) ESUN [Y; MESA] Las teorías proposicionales postulan la distinción entre categorías genéricas (types) y ejemplares individuales (tokens). Así, los argumentos X e Y en (P4), son objetos singulares que se re-definen como ejemplares de las categorías LIBRO y MESA, en (P5) y (P6), respectivamente. Sin embargo, la distinción categoría- ejemplar es puramente nominal (o simbólica), ya que no hay nada en el significa- do proposicional que nos permita establecer el valor referencial de los ejemplares X e Y ¿Hay realmente un libro específico encima de una mesa concreta? o ¿hay siquiera un libro y una mesa? De modo general la codificación proposicional no afronta los vínculos exten- sionales del lenguaje, tan evidentes en la deixis de la comunicación oral (Pylyshyn, 2000). En efecto, el centro deíctico “aquí-ahora-tú-yo-eso” es un aspecto constitutivo del lenguaje (Bühler, 1965; Duchan, Bruder y Hewitt, 1995) y se adquiere muy tempranamente en la ontogénesis (Bates, Camaioni y Volterra, 1975; Hannan, 1992). Contínuamente, utilizamos pronombres perso- nales (tú, yo) o demostrativos (esto, aquel, etc), y adverbios de tiempo (ahora, antes, después, etc) o de lugar (aquí, allí etc), que constituyen elementos deícti- cos. Los deícticos no tienen una dimensión intensional, ya que no se refieren a nodos conceptuales en la memoria semántica. Su significado es puramente extensional, y genuinamente corpóreo, pues se deriva obligatoriamente del con- texto sensorio-motor inmediato. Los elementos paralingüísticos que suelen acompañar a las expresiones deícticas son esenciales para determinar su referente. Por ejemplo, la comprensión de “yo” requiere identificar a la persona que habla; “eso”, “tú”, o “allí” suelen ir acompañados de gestos de señalamiento o miradas que guían la atención del oyente hacia un objeto, una persona o lugar del entor- no, respectivamente. Los códigos proposicionales o, en general, las representacio- nes descriptivas no parecen estar capacitados para tratar con la deixis, como el propio Pylyshyn (2000) reconoce en sus últimos escritos. El problema de la plausibilidad Naturalmente, no todas las expresiones lingüísticas son deícticas, ya que una propiedad fundamental del lenguaje es el desplazamiento. Es decir, la posibili- dad de comunicarnos acerca de situaciones o eventos pasados, futuros o mera- mente ficticios. Pero incluso en este caso debe producirse un cómputo referencial indirecto. Me refiero a la valoración de la plausibilidad ontológica de los enun- ciados. # (5) La montaña está encima de la mesa2 La oración (5), tiene una estructura proposicional similar a (4). Un sistema proposicional podría, por tanto, representar su contenido mediante tres proposi- ciones idénticas a las que acabamos de ver más arriba, aunque substituyendo el argumento LIBRO por MONTAÑA. Nada hay en el código proposicional que permita detectar la implausibilidad de (5), que cualquier persona nota inmedia- tamente. No se trata meramente de un problema de probabilidad de ocurrencia conjunta de las palabras (libro-mesa, han co-ocurrido más frecuentemente en nuestra experiencia lingüística que montaña-mesa). Podríamos plantear otros Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174158 ejemplos de baja co-ocurrencia léxica que, sin embargo son ontológicamente aceptables, (v.g., el caracol está encima de la mesa) o de alta co-ocurrencia léxica que son menos aceptables (v.g., la habitación está encima de la mesa). Multitud de estudios sobre comprensión del lenguaje han mostrado reitera- damente que la gente es muy sensible a la plausibilidad espacial, temporal, cau- sal, motivacional, emocional, etc. Debe haber algún mecanismo de evaluación de la plausibilidad que aplicamos rutinariamente cuando comprendemos el lengua- je referido a información no inmediata. Ese mecanismo consistiría en los mode- los de situación o modelos mentales, que sancionan la validez de las situaciones descritas. Sin embargo, los teóricos más puristas de los símbolos mentales mantienen una gran desconfianza, cuando no hostilidad, hacia la noción de modelos de situación. Por ejemplo, Pylyshyn (1986) considera que la representación del sig- nificado debe disociarse del “conocimiento tácito” del mundo. Es más, el sistema de representación simbólica, al estar insertado en la arquitectura funcional de la cognición, debe ser impenetrable al conocimiento del mundo, es decir indepen- diente de las cambiantes “metas” y “creencias” del organismo y quizá, podríamos añadir, de sus “emociones”. Pylyshyn y, en general, los proposicionalistas dejan algunas importantes incógnitas por resolver. ¿Cuándo se produce la interacción entre el significado simbólico y el conocimiento tácito? ¿cómo se representa el conocimiento tácito, también en formato proposicional? y, sobre todo, ¿cómo se produce la interfaz entre el significado simbólico y el conocimiento del mundo? ¿cómo se comunican dos sistemas que –supuestamente– son impenetrables entre sí? El conocimiento tácito puede ser un residuo incómodo para la doctrina sim- bólica del significado que, al igual que la lógica formal, parece más preocupada por el cálculo de predicados y la preservación de los valores de verdad de los enunciados, que por su validez referencial. La doctrina simbólica del significado está también emparentada con el presupuesto de computación universal que, a partir de Turing, pretende que el procesamiento simbólico se puede implemen- tar en cualquier sistema físico, tanto si es biológico como artificial (ver Rivière, 1991, para una amplia revisión crítica del paradigma simbólico-computacional). La doctrinasimbólica es, por tanto, una concepción un tanto desnaturalizada del significado, al descuidar dimensiones tan centrales de la cognición humana como las representaciones analógicas, o el cómputo de la referencia, la plausibili- dad y la coherencia. Pero, no parece muy razonable elaborar una teoría psicológica del significado que prescinda del conocimiento “tácito”. La propuesta que defenderé en las pró- ximas páginas es que el conocimiento del mundo es inseparable del cómputo del significado. Lejos de asumir el principio de impenetrabilidad cognitiva del sig- nificado, creo que existe una necesaria penetrabilidad que garantiza la sanción de la plausibilidad de los enunciados, y su conexión referencial con la experiencia. La hipótesis de la corporeidad del significado La solución a los problemas de la referencia y de la plausibilidad desde luego no es fácil, pero ello no indica que se trate de cuestiones menos relevantes. Afor- tunadamente, en los últimos años ha habido una revolución teórica de la noción de significado, cuya idea central es que el significado está corporeizado o encar- nado. Las palabras y las oraciones no remiten a los símbolos arbitrarios, abstrac- tos y amodales de la perspectiva clásica. Por el contrario, se refieren a entidades perceptivas o motoras que están ahí fuera, o bien a simulacros mentales de tales entidades (v.g., símbolos perceptivos) que activamos en ausencia de un referente 159Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega inmediato. La idea de corporeidad ha calado en campos tan diversos como la psi- cología cognitiva (Glenberg, 1997; Barsalou, 1999), la lingüística (Lakoff, 1987; Talmy, 1983), la psicolingüística (Clark, 1973; Franklin y Tversky, 1990; de Vega, 1995; Zwaan y Radvansky, 1998), la psicología evolutiva (Mandler, 1992; Spelke, Breinlinger, Macomber y Jacobson, 1992); la neurociencia (Vare- la, 1991; Damasio, 1999), la filosofía (Lakoff y Johnson, 1999; Newton, 1996), o las ciencias computacionales (Regier, 1996; Regier y Carlson, 2001). Además las investigaciones psicolingüísticas sobre modelos de situación y las aportacio- nes de la neurociencia, han contribuido a proporcionarle un sólido soporte empí- rico. Voy a considerar algunos planteamientos que asumen la corporeidad del significado. Modelos de situación Los investigadores que analizan la comprensión y la memoria de textos suelen proponer un nivel de representación del significado que se superpone a la repre- sentación superficial del texto e, incluso, a la representación proposicional: los modelos de situación. Estos son representaciones referenciales que, aunque elabora- das a partir del discurso, no son muy diferentes a las que construimos a partir de nuestra experiencia episódica en situaciones del mundo real. La teoría de los modelos de situación pretende justamente desvelar los proce- sos de construcción del referente que realiza el lector y cómo son las estructuras resultantes. No hay una teoría unificada de los modelos de situación, sino que hay posiciones muy dispares. Así, Kintsch postula que los modelos de situación son, después de todo, representaciones proposicionales pero que no se derivan directamente del texto, sino que son activadas de “arriba-abajo” por el lector, basándose en su conocimiento del mundo (van Dijk y Kintsch, 1983; Kintsch, 1998). En el otro extremo tenemos una concepción corporeizada de los modelos de situación, como representaciones que guardan más parecido con nuestra expe- riencia de una situación (aquella referida por el texto) que con las características gramaticales o estructurales del propio texto. El texto es el vehículo que induce en el lector/oyente la representación de la situación, pero no tiene porqué definir- la ni imprimirle sus reglas formales (v.g., gramaticales). Precisamente, los princi- pales experimentos sobre modelos de situación intentan demostrar que la repre- sentación episódica del referente que se construye tiene una estructura diferente a la del propio texto (Bower y Morrow, 1990; Glenberg, Meyer y Lindem, 1987; Franklin y Tversky, 1990; de Vega, 1994, 1995; Zwaan y Radvansky, 1998). Veamos algunas características de los modelos de situación sintetizadas en de Vega, Díaz y León (1999). (a) Representaciones de lo singular. Los modelos de situación que elaboramos a partir del discurso son representaciones de patrones de información singulares o únicos (estados o procesos), que incluyen combinaciones únicas de parámetros del tipo “quién dijo qué (a quién)”, “quién sabe qué”, “dónde está qué o quién”, etc. Este carácter singular, contrasta con el de los esquemas y prototipos que son promedios estadísticos resultantes de procesar multitud de situaciones análogas, pero que no representan ninguna situación particular. (b) Representaciones dinámicas o actualizables. Los modelos de situación se actua- lizan o “ponen al día” en fracciones de segundo, al tiempo que se procesan nuevas oraciones que describen cambios significativos en la situación. El proceso de actualización que realizamos, aparentemente con facilidad, es, sin embargo, complejo y requiere un sofisticado uso de nuestro conocimiento del mundo. Por ejemplo, debemos entender que el desplazamiento del protagonista desde su casa a la playa altera los objetos y personas de su entorno, aunque no se mencio- Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174160 nen explícitamente en el texto, o que después de alcanzar la meta de detener al asesino el protagonista no seguirá buscándolo, o que al quemarse el periódico en la chimenea, ya no será legible. El dinamismo no es una característica exclusiva de los modelos de situación. Así, nuestras categorías y esquemas se modifican con el tiempo (v.g., el esquema del “restaurante” se altera a medida que dispone- mos de más experiencias con restaurantes particulares). Sin embargo, los proce- sos de cambio conceptual son mucho más lentos, que la fugaz actualización de los modelos de situación. (c) Isomorfismo o corporeidad. Una característica aparente de los modelos de situación es que se parecen a nuestra “experiencia”, es decir, que mantienen cier- to isomorfismo con los referentes perceptivos, motores o emocionales de las situaciones representadas. La representación de una descripción espacial, por ejemplo, incluiría la ubicación y los desplazamientos de los objetos y personajes que se mencionan. Una consecuencia de esta corporeidad de los modelos es que no son representaciones “neutrales”, sino que incluyen un punto de vista o pers- pectiva, generalmente el de un protagonista (Bower y Morrow, 1990; Franklin y Tversky, 1990; de Vega, 1994; Maki y Marek, 1997). El punto de vista modula la activación selectiva de algunas entidades; por ejemplo, si se describe al prota- gonista en un salón, rodeado de objetos y luego se menciona que éste sale del salón hacia la cocina, los objetos del salón podrían perder vigencia en la represen- tación de la situación, pues el lector “se traslada” mentalmente con el protago- nista. La perspectiva del protagonista puede incluir no sólo aspectos espaciales, sino también sus estados emocionales, su conocimiento de la situación, sus metas e intenciones, sus capacidades y destrezas, etc. (d) Parámetros básicos. El número de situaciones posibles y de sus cambios dinámicos es infinito. Consecuentemente, el número de modelos de situación y sus estados también debe ser infinito. Sin embargo, se puede aplicar a los mode- los de situación un principio de composicionalidad (v.g., Barsalou, 1999), ya que combinan unos cuantos parámetros básicos, que constituyen lo que podríamos llamar sus “ladrillos” epistémicos. Las investigaciones más recientes están tratan- do de desvelar cuáles son estos parámetros privilegiados y cuáles son los princi- pios por los que se combinan para constituir modelos (v.g., de Vega, 1992; Zwaan y Radvansky, 1998). Las situaciones incluyen sucesos y acciones organi- zados en marcos espaciales y temporales, y generalmente vinculados en patrones de causa-efecto.Pero a ello habría que añadir ciertas entidades interpersonales. En efecto, los protagonistas son elementos vertebradores de muchos modelos de situación, lo cual implica a su vez un conjunto de parámetros asociados, algunos de modo relativamente permanente (v.g., estatus, género, relaciones de propie- dad), y otros, transitorio (v.g., metas, intenciones, vínculos interpersonales, esta- dos emocionales). (e) Representaciones reducidas. Cualquier situación tiene una información poten- cialmente infinita, y los modelos de situación implican necesariamente una reducción de datos. No es ni siquiera útil que una representación imite todas las características del referente, del mismo modo que el mejor mapa de un territorio no es el territorio mismo, sino una representación estilizada de éste. Además, las limitaciones de nuestros recursos atencionales y de memoria de trabajo, imponen constricciones al grado de complejidad y detalle de los modelos. La toma de perspectiva que he mencionado anteriormente es uno de los posibles mecanis- mos de reducción de datos, ya que sitúa el foco en unos pocos parámetros rele- vantes para el protagonista (o nosotros mismos) y su “aquí y ahora”, de modo que los demás parámetros pasan a segundo plano o pierden activación. 161Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega (f) Bases neurológicas. Hay cierta evidencia de que la codificación y el recuerdo de patrones de información singulares, tales como situaciones y episodios, están relacionados con la actividad del hipocampo, un área subcortical perteneciente al sistema límbico. Este mecanismo de memoria se puede disociar claramente de la memoria semántica responsable del conocimiento genérico y conceptual del mundo, articulado, por ejemplo, a través de esquemas. Así, Vargha-Khadem, Gadian, Watkins, Connelly, van Paesschen y Mishkin (1997), observaron que las personas con una lesión del hipocampo, adquirida en la infancia, desarrollan una grave forma de amnesia, que les incapacita para codificar y recordar los sucesos episódicos de la vida cotidiana, pero también para entender narraciones y pelícu- las. Sin embargo, su memoria semántica, que incluye categorías, esquemas y prototipos, es aceptable. No parece descabellado suponer que los modelos de situación que elaboran los oyentes o lectores de material narrativo utilizan el mismo “módulo” de procesamiento, responsable de la construcción y recuerdo de episodios de la vida cotidiana. La teoría clásica de los modelos de situación, incluida su versión corpórea, tiene, en mi opinión, un defecto importante: no postula ningún mecanismo de interfaz con la gramática. Nos hallamos así ante una versión inversa del proble- ma de la toma de tierra: Mientras que los símbolos no toman tierra en la expe- riencia sensorio-motora, los modelos de situación no toman tierra en el propio lenguaje. Precisamente, los investigadores suelen enfatizar, como ya he dicho, que la estructura del código lingüístico (lineal y arbitraria) difiere substancial- mente de la estructura del modelo de situación (isomórfica). Generalmente no hay ningún esfuerzo explícito por establecer un puente entre ambos códigos. El problema tiene su importancia, ya que los modelos de situación se construyen no sólo a partir del conocimiento del mundo, sino de la información léxica y grama- tical del texto. La hipótesis indexical La hipótesis indexical (indexical hypothesis) propuesta recientemente por Glen- berg y sus colaboradores propone una interfaz directa entre las estructuras sintác- ticas del lenguaje y la representación de situaciones (Kaschack y Glenberg, 2000; Glenberg y Kaschack, 2001). Según ellos, la comprensión de oraciones requiere tres procesos. En primer lugar, establecer índices de las palabras y de los sintagmas, dirigidos a sus referentes, ya sea en el mundo real o bien a sus símbo- los perceptivos activados en la memoria de trabajo. (6) Luis se escondió tras la mesa Por ejemplo, en la comprensión de la oración (6), “Luis”, “mesa”, “se escondió”, etc son punteros que indican entidades perceptivas en el entorno inmediato (v.g., cuando la oración se pronuncia en una comunicación cara a cara), o bien activan representaciones analógicas, recuperadas de la memoria (cuando la situación descrita no es el entorno sensorio-motor inmediato). En segundo lugar, se derivan las disponibilidades (affordances) de estos referen- tes, es decir, qué acciones se pueden ejecutar con dichos objetos. Una mesa tiene ciertas propiedades sensorio-motoras (tamaño, estructura, solidez, etc) de las que se derivan sus disponibilidades de soporte de objetos, de obstácu- lo, de pantalla ocultadora, de contenedor, de combustible, etc. El tercer pro- ceso es la combinación o amalgama (meshing) de las disponibilidades de los objetos, teniendo en cuenta las constricciones biológicas y físicas de ellos, así como las indicaciones postuladas por la propia estructura gramatical. Por ejemplo, en (6) la amalgama funciona porque las disponibilidades de “Luis” (entidad animada, dinámica, intencional), de “mesa” (objeto sólido, que Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174162 puede hacer de ocultador), y la información implícita en el verbo de movi- miento “se ocultó” y en la preposición espacial “tras”, se ajustan en un patrón coherente. # (7) Luis se escondió tras el lápiz # (8) La mesa se escondió tras Luis Obsérvese, sin embargo, como la amalgama no es factible en (7), porque no se acomoda a ciertas constricciones biofísicas (v.g., la relación de tamaños entre “Luis” y “lápiz” no es adecuada). En (8) comprobamos que una simple alteración sintáctica en el orden de las palabras determina que la amalgama ya no sea posi- ble, aun cuando los conceptos referidos y sus disponibilidades son los mismos que en (6). El ejemplo (8) ilustra como la construcción gramatical establece un esquema situacional con roles diferentes para el primer sintagma nominal y el segundo. Glenberg coincide con algunas propuestas de los lingüistas funcionalistas y cognitivos que postulan una relación entre la forma gramatical y el significado, prescindiendo de cualquier código simbólico intermedio (v.g., Goldberg, 1995; Langacker, 1998; Landau y Gleitman, 1985; Fisher, 1994). Las diferentes cons- trucciones gramaticales proporcionan esquemas toscos de algunos parámetros de la situación, que sirven de guía para la comprensión. En la tabla I planteo algu- nas construcciones sintácticas en castellano y su correspondencia situacional. TABLA I Ejemplos de construcciones sintácticas y su significado Forma Ejemplo Escena básica * Transitiva Juan golpeó la mesa X actúa sobre Y N-V-Obj * Doble objeto Juan le dio el libro a María X transfiere Y a Z N-V-OBJ1-OBJ2 Locativo El reloj está debajo de la mesa X en posición Y de Z OBJ1-V-PREP-OBJ2 Temporal Oyó un grito después de comer evento X en tiempo (N1)-V1-ADV-(N2)-V2 Y de evento Z * Movimiento causado Luisa tiró la piedra al río X causa que Y vaya a Z N-V-OBJ1-OBJ2 Intención o meta Juan encendió el fuego para X actúa sobre Y con la N-V1-OBJ1-PREP-V2-OBJ2 asar una chuleta la meta de actuar sobre Y * Estas construcciones son mencionadas por Goldberg en inglés (1995) Sin embargo, la hipótesis indexical añade algo al planteamiento de los lin- güistas. En opinión de Glenberg y Kaschak, el esquema de significado propuesto por la sintaxis (v.g., transferencia en las construcciones de doble objeto), debe ser validado, mediante una combinación o amalgama de las disponibilidades deriva- das de las palabras. Por ejemplo, en la construcción de doble objeto, la compren- sión apropiada no está garantizada por la construcción únicamente tal como se aprecia en (11), (12) y (13). (9) Pedro le tiró las llaves a María [amalgama posible: situación de transferen- cia típica] (10) Pedro le contó un cuento a María [amalgama posible: situación de trans- ferencia de información] # (11) El teléfono le tiró las llaves a María [amalgama difícil: los objetos ina- nimados no realizan acciones intencionales] 163Delsignificado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega # (12) Pedro le tiró el piano de cola a María [amalgama difícil: el piano es demasiado grande para ser tirado] # (13) Pedro pensó las llaves a María [amalgama difícil: el verbo “pensar” no tiene ninguna acepción de transferencia] La hipótesis indexical y algunas teorías funcionalistas de la sintaxis sugieren una interfaz directa entre la construcción gramatical y el proceso de elaboración del significado. Es decir, que prescinden del código proposicional y tratan de obtener la máxima ventaja de la covariación existente entre las construcciones gramaticales y los esquemas de significado episódico. Estudios sobre tiempo y acción La tesis de la corporeidad del significado ha sido reforzada en los últimos años por algunos resultados procedentes de la neurociencia. Según estos estudios, en el procesamiento de palabras con significados perceptivos y motores se produce una actividad cortical cuya distribución se solapa parcialmente con las áreas implícitas en la percepción y la acción. Así, la comprensión de palabras que implican acción y movimiento, está asociada a la actividad de algunos córtices fronto-parietales que en parte se solapan con las áreas responsables de los progra- mas motores correspondientes. En cambio, la comprensión de palabras relativas a contenidos visuales, tiende a activar áreas del cortex occipital relacionadas con la visión (v.g., Pulvermüller, 1999, 2001). En una serie de experimentos recientes pusimos a prueba la hipótesis indexical, empleando oraciones que incluyen verbos de acción y movimiento, así como adverbios de tiempo (de Vega, Robertson, Glenberg y Kaschak, 2001). Los par- ticipantes leían pequeñas narraciones en las que se describía a un personaje ejecu- tando dos acciones motoras. Las dos acciones se describían como realizadas simultánea (mientras A, B) o sucesivamente (después de A, B). Por otra parte, las dos acciones unas veces requerían los mismos sistemas motores (“cavar un aguje- ro” y “cortar el césped”) y otras demandaban diferentes sistemas motores (“silbar una melodía” y “cortar el césped”). He aquí un ejemplo de las 4 versiones posi- bles de una historia: (14) El jardinero estaba trabajando en los jardines de la ciudad, (15) pues un personaje importante iba a visitarles. (16a) Mientras cavaba un agujero con la pala, (16b) Después de cavar un agujero con la pala, (16c) Mientras silbaba una melodía popular, (16d) Después de silbar una melodía popular, (17) cortó el césped con la segadora. (18) Más tarde plantó unos tulipanes. Registramos el tiempo de lectura de la oración crítica (17) que, como puede apreciarse, era compartida por todas las versiones de la historia. Los resultados indicaron que su lectura era 120 ms. más lenta en el contexto de (16a) que en el contexto de (16b). Además, sólo el 39% de los lectores juzgaban la versión (16a) como coherente, mientras que el 82% consideraban que (16b) lo era. Es decir, cuando las dos acciones incluidas en la oración adverbial requieren el mismo sis- tema motor y el adverbio indica simultaneidad el lector tiene dificultad en com- prender el texto, mientras que esas mismas acciones son perfectamente com- prensibles cuando el adverbio es de sucesión. Una explicación plausible es que la propuesta de amalgama que implica la construcción gramatical adverbial es ejecutable en la condición de sucesión, pero no lo es en la de simultaneidad, debido a la dificultad de simular simultánea- mente dos acciones que implican programas motores similares. Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174164 Los resultados fueron muy diferentes cuando se contrastó las otras dos condi- ciones experimentales. La simultaneidad indicada por el adverbio mientras en (16c) no supuso una dificultad especial, ya que ambas acciones implican progra- mas motores compatibles. De hecho, la lectura fue ahora 71 ms. más rápida en la condición de simultaneidad (16c) que en la de sucesión (16d), aunque los lecto- res juzgaron igualmente coherentes ambas condiciones (86% y 81%, respectiva- mente). Una explicación del incremento del tiempo de lectura en (16d) podría ser de carácter pragmático: cuando dos acciones se pueden ejecutar simultánea- mente, resulta extraño que se describan como sucesivas. Sin embargo, la amalga- ma es todavía posible en este caso como prueba el que la mayoría de los lectores considerasen coherente la condición de sucesión. Una prueba adicional de que la amalgama o simulación mental de acciones desempeña un cierto papel, es que la dificultad en comprender acciones incom- patibles y simultaneas, desaparece cuando una de estas acciones se describe como un simple plan mental: (19a) Mientras cavaba un agujero con la pala, (19b) Después de cavar un agujero con la pala, (20) pensó en cortar el césped con la segadora. En un nuevo experimento, no hubo diferencias en tiempo de lectura en la ora- ción crítica (20), entre las versiones (19a) y (19b) de la historia. Basta la perífrasis verbal “pensó en...” añadida a la segunda acción, para que no se produzca incom- patibilidad. Una interpretación plausible es que las acciones descritas en (19a) y en (20) se representan en diferentes espacios mentales (Fauconnier, 1998), el uno fáctico y el otro de carácter hipotético como corresponde a una actitud proposi- cional. Por tanto, no hay ninguna necesidad de amalgamar ambas acciones en un modelo de situación único. Quizá el experimento más espectacular sobre la corporeidad del significado fue desarrollado recientemente por Glenberg y Kaschak (2001), quienes halla- ron un efecto de compatibilidad oración-acción. En uno de los experimentos, los participantes debían juzgar si oraciones de doble objeto como (21), (22) o (23) tenían sentido o no: (21) Pedro te entregó la pizza (22) Tú entregaste la pizza a Pedro # (23) Tú entregaste la pizza al teléfono El teclado de respuesta disponía de 3 teclas: una más próxima al cuerpo del participante, otra más distante y una tercera tecla en el centro del tablero y equi- distante entre las anteriores. Para la mitad de los participantes la respuesta SI se asignó a la tecla más cercana y la respuesta NO a la tecla más lejana, mientras que para los demás participantes se invirtió la asignación. Entre ensayo y ensayo el participante debía mantener el dedo sobre la tecla intermedia. Los resultados indicaron que cuando la dirección de la respuesta SI era coincidente con la direc- ción del movimiento descrito por la oración, la respuesta era más rápida que en caso de que ambos movimientos tuviesen direcciones opuestas. Por ejemplo, (21) se verificaba más rápido cuando la respuesta SI estaba asignada a la tecla cer- cana, y (22) se verificaba más deprisa cuando la respuesta SI estaba asignada a la tecla lejana. Lo más notable es que el efecto de compatibilidad oración-acción se obtuvo también con oraciones que no implicaban una transferencia de objetos físicos, sino de información: (24) Elisa te contó una historia (25) Tú le contaste a Elisa una historia Es decir, que (24) se verificó más rápido cuando SI se había asignado a la tecla cercana, y (25) se verificó más deprisa cuando SI estaba asignada a la tecla lejana. 165Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega ¿Cuánta corporeidad hay en el significado? Un problema con las teorías de la corporeidad es que no queda claro qué significa exactamente “corporeidad”, cuando hablamos de la comprensión de enunciados lingüísticos. Dicho de otro modo, no sabemos en qué medida la construcción del significado utiliza los sistemas de procesamiento sensorio- motores, incluidos los más periféricos. Los experimentos de Glenberg y Kas- chak que acabo de describir, sugieren que la corporeidad implícita en la comprensión es un tanto primaria, hasta el punto de que el cómputo del sig- nificado de los verbos motores parece competir con la actividad motora. Sin embargo, la corporeidad debe tener ciertas limitaciones, y parece obvio que los componentes más ejecutivos y periféricosde las funciones sensorio-moto- ras deben ser cancelados en la representación mental del significado. En caso contrario, los procesos de interferencia podrían hacer inviable la compren- sión y la producción del lenguaje. Por ejemplo, no me sería fácil describirle a mi interlocutor que nadé un largo de piscina, si al mismo tiempo estoy caminando o conduciendo un automóvil, o no podría entender la descrip- ción que hace mi interlocutor de la catedral de Santiago mientras estoy mirando un paisaje campestre. Recientemente hemos propuesto una distinción entre corporeidad de primer orden, característica de nuestra interacción con el entorno, y corporeidad de segundo orden, propia del significado lingüístico (de Vega, Rodrigo y Zim- mer, 1996; de Vega y Rodrigo, 2001). Para apoyar esta tesis, tratamos de analizar las representaciones espaciales derivadas de dos formas de comuni- cación: una mediante el gesto de señalamiento y la otra verbal. El partici- pante empezaba aprendiendo la descripción de un entorno; por ejemplo, una plaza cuadrada en cuyo centro se situaba imaginariamente él mismo, rodea- do de 4 objetos: una fuente, una estatua, el ayuntamiento, y el templete de la música. Posteriormente, cada vez que aparecía el nombre de un objeto en la pantalla del ordenador, la mitad de los participantes debía localizar lo mediante el gesto de señalamiento, y la otra mitad diciendo en voz alta su dirección: “frente”, “atrás”, “derecha” o “izquierda”. La tarea no verbal de señalamiento sirve como línea-base que permite revelar las demandas especí- ficas de la comunicación verbal. Los participantes debían reorientarse perió- dicamente girando físicamente su cuerpo 90º para encarar un objeto deter- minado (rotación física), o bien imaginándose a sí mismos girando para encarar el objeto mientras su cuerpo permanecía fijo (rotación mental). Tras cada nueva reorientación, física o mental, los participantes debían localizar la posición de los objetos imaginarios, ya fuese señalándolos o nombrando su dirección. Los resultados mostraron notables diferencias entre el señalamiento y la localización verbal, tal como se aprecia en los tiempos de respuesta mostra- dos en la figura 1. El señalamiento fue muy eficiente en la condición de rota- ción física, y los objetos situados en las 4 direcciones fueron igualmente fáci- les de localizar. Sin embargo, en la condición de rotación mental el rendi- miento fue muy inferior: los tiempos fueron casi 300 ms más lentos, y el número de errores de localización se duplicó (9% en rotación física y 20% en rotación mental). Además, la accesibilidad de los objetos fue ahora más rápi- da en las direcciones frente-atrás que en derecha-izquierda. Estos resultados contrastan con los de la localización verbal: el rendimiento fue idéntico en la rotación física y mental y, en todos los casos, la accesibilidad fue más rápida para la dimensión frente-atrás que para la derecha-izquierda. Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174166 Veamos nuestra interpretación de los datos. El señalamiento implica una cor- poreidad de primer orden, que utiliza los mismas rutinas sensorio-motoras auto- máticas que recalculan la posición de los objetos cada vez que nos desplazamos, o nos reorientamos en el entorno peripersonal. Por eso, el señalamiento es muy efi- ciente en la condición de rotación física, ya que las señales propioceptivas del movimiento actualizan automáticamente la posición de los objetos. En cambio, el señalamiento tras una rotación mental fue difícil ya que los participantes tení- an que tratar de ignorar la posición real de su cuerpo (y de los objetos respecto a su cuerpo), y calcular el nuevo punto de vista en un espacio representacional que entraba en conflicto con la información propioceptiva. Imagínese el lector la dificultad de señalar hacia un objeto como si su cuerpo estuviese girado 90º a la derecha. Respecto al uso del lenguaje para describir la posición de los objetos, propo- nemos que los objetos, e incluso el cuerpo del hablante, se proyectan en un espa- cio representacional, desligado de la información sensorio-motora. Ello explica- ría que la localización verbal no fuese afectada por el modo de rotación físico o mental. El distanciamiento de la información propioceptiva, es una característica del lenguaje espacial que lo hace mucho más flexible e independiente del contex- to que los gestos ostensivos de señalamiento. Podemos comunicarnos verbal- mente sobre el entorno perceptivo inmediato, pero también sobre entornos recordados o ficticios. Incluso podemos describir información espacial a un receptor físicamente ausente o desconocido (v.g., a través de la radio o de la escri- tura). Otro aspecto de esta flexibilidad, es que en las construcciones locativas debemos elegir el marco de referencia entre varias alternativas disponibles: el cuerpo del hablante (el libro está detrás de mí), el cuerpo de otra persona (el libro está a tu derecha), o un objeto (el libro está frente a la ventana). La elección de uno u otro marco de referencia en una situación particular no es aleatoria, sino que está guiada por criterios de saliencia, funcionalidad, o valor informativo. He mencionado que las representaciones derivadas del lenguaje suponen una corporeidad de segundo orden. ¿En qué me baso? La pauta de accesibilidad de 167Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega (a) señalamiento (b) verbal FIGURA 1 Lactancias de respuesta en función de la dimensión y el modo de rotación en señalamiento (a) y localización verbal (b). (de Vega y Rodrigo, 2001) las dimensiones nos indica que el cuerpo se representa de un modo analógico en el espacio mental. La localización de objetos en la dimensión frente-atrás es rápi- da, porque existe una asimetría corporal y funcional en esta dimensión: nuestros receptores y el propio campo visual están en la parte frontal del cuerpo y, además, nos desplazamos generalmente en esa misma dirección. En cambio, la localiza- ción es lenta en la dimensión derecha-izquierda debido a la simetría morfológica y funcional que existe entre ambos lados del cuerpo (Franklin y Tversky, 1990). Los estudios anteriores permiten replantear con una nueva luz las relaciones entre pensamiento y lenguaje. La hipótesis whorfiana y sus versiones actuales suelen contrastar los recursos léxicos o gramaticales de dos lenguas en un deter- minado dominio conceptual, e interpretan que las diferencias halladas determi- nan una conceptualización distinta de ese dominio. Por ejemplo, en inglés hay dos preposiciones, IN / ON, para indicar relación de contacto con un contenedor o con una superficie, respectivamente, mientras que en castellano se puede utili- zar una sola preposición, EN, para referirse a ambos tipos de relaciones. Una interpretación whorfiana de esta diferencia es que los anglo-parlantes categori- zan las relaciones espaciales de contacto de modo más articulado que los castella- no-parlantes (v.g., Bowerman, 1996). Nuestra estrategia de investigación y nues- tras conclusiones son algo diferentes. En primer lugar, no realizamos contrastes entre dos lenguas, sino entre dos formas de comunicación en el dominio espacial: verbal y gestual. Dado que la tarea era idéntica en ambos casos, las diferencias encontradas en los tiempos de localización y en los errores sólo se puede atribuir a las demandas cognitivas específicas del lenguaje, respecto a la comunicación no verbal. Es decir, que hemos desvelado las operaciones de thinking for speaking (Slobin, 1987), que el lenguaje (en principio, cualquier lengua) impone cuando deseamos enunciar una relación espacial. Esas demandas del lenguaje son muy notables, ya que suponen una proyección de la información espacial a un espacio representacional analógico, y un desenganche de la información propioceptiva del cuerpo, es decir, una corporeidad de segundo orden. Más allá de la corporeidad Hemos visto que hay un buen número de construcciones gramaticales que parecen diseñadas para guiar la construcciónmental de escenas sensorio-motoras prototípicas (ver ejemplos en Tabla I). Pero es fácil comprobar que en el discurso se cuelan a veces palabras y enunciados de carácter abstracto. Algunos de estos enunciados abstractos, aún puede aducirse que se trata de metáforas de naturale- za u origen corpóreo. Por ejemplo, Lakoff (1987), postula que las expresiones metafóricas reflejan de hecho una conceptualización metafórica, basada en imá- genes-esquema corpóreas, tales como: (26) He encontrado a Juan completamente hundido (“abajo” como imagen- esquema de mal estado de ánimo, fracaso, pobreza, enfermedad, etc) (27) Su matrimonio es una cárcel (“contenedor” como imagen-esquema de una relación personal) (28) Mientras escuchaba a Pedro vi sus intenciones (“visión” como imagen- esquema de comprender). (29) Le di un empujón al club para que echase a andar (“acción motora” como imagen-esquema de una actividad institucional) Pero la corporeidad de las metáforas basadas en imágenes-esquemas es algo que no basta con declarar, sino que habría que demostrarla con investigaciones bien controladas. Habría que comprobar, por ejemplo, si la comprensión de metáforas espaciales interfiere con una tarea espacial simultánea (en la línea del paradigma de Glenberg y Kaschak, 2001), o si en la comprensión de metáforas Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174168 motoras se produce activación en áreas cerebrales motoras. Hay que evitar que la noción de corporeidad se utilice de forma lasa y, a su vez, metafórica ya que en ese caso perdería todo valor explicativo. La cuestión de la corporeidad del significado es especialmente ardua en rela- ción a las palabras abstractas. Basta con pensar en los nombres de categorías supraordinadas, como “mueble” o “juego”, para darnos cuenta de que difícil- mente podemos asociarlos a un patrón sensorio-motor específico, de modo que su significado parece un tanto vacío. La solución propuesta por Rosch (1975), en su momento, fue que estas palabras supraordinadas se asimilan a sus respectivos prototipos, que sirven así como “puntos de referencia”, de modo que “mueble” implícitamente activaría las propiedades de “mesa” o de “silla”. Las palabras supraordinadas son sólo una forma de abstracción “benigna”, dada su estrecha relación de inclusión de clases con otras palabras/conceptos con- cretos. Pero, ¿Qué decir de términos tales como “resultado”, “verdad”, o “proce- so”? Curiosamente, no existe ninguna teoría representacional sobre las palabras/conceptos abstractos. Se suele hablar de palabras “abstractas” en oposi- ción a las “concretas”, que sí tienen claros referentes perceptivos. Pero la clasifi- cación de las palabras en la dimensión concreta-abstracta, se basa en las puntua- ciones obtenidas en estudios normativos, y no aclara gran cosa la naturaleza del significado de las palabras abstractas. El significado de las palabras/conceptos concretos puede establecerse como listados de propiedades sensorio-motoras que también son ”concretas”. Por ejemplo, las palabras como “mesa”, “caballo”, o “libro” se refieren a entidades con formas, colores, substancia, tamaño, patrones de movimiento, partes funcionales, etc. Pero el significado de las palabras abs- tractas, no se puede describir como un listados de atributos sensorio-motores. Los intentos de definición de estas palabras también tropiezan con dificultades. Por ejemplo, podemos intentar definir “resultado” como un punto en el tiempo, en el que se produce una transición a un estado, como consecuencia de una serie de estados, sucesos, o acciones previos. Es decir, que “transición entre estados” y “relaciones causa-efecto” son componentes del significado de resultado. Pero, en esta definición hemos empleado “transición”, “estado”, suceso”, “causa”, etc. que son, a su vez, nociones muy abstractas. Es decir, que los intentos de definición de los conceptos abstractos nos llevan a una curiosa versión del problema de la toma de tierra de los símbolos. La doctrina de los símbolos mentales, decíamos, lleva a una noción del significado desconectada de la experiencia o del referente. Pero ahora vemos que, al parecer, también los seres humanos parecemos estar “desco- nectados de la experiencia” cuando comprendemos el significado de las palabras abstractas. Es decir, que podríamos concluir que las palabras abstractas son sím- bolos puros, cuyo significado, sólo se refiere al de otros símbolos. La solución de esta paradoja es que los términos abstractos, después de todo, se refieren a situaciones o episodios concretos. Pero el carácter de “concreción” de los términos abstractos no es léxico sino discursivo. Es decir, que se construye al integrar o relacionar diferentes elementos en el contexto de las oraciones o del discurso. Veamos algunos contextos en que aparece el términos abstracto “resul- tado”, tomados al azar de un corpus de castellano escrito: (30) Estuve contemplando los resultados del cruce de negra e hindú, hindú y holandés, holandés y negra, español e hindú, mulata e hindú, holandesa y mula- to, y demás combinaciones raciales. (31) Uno de ellos sugirió denunciar la desaparición de su amigo a la Policía. Así se hizo, pero con resultados negativos. (32) Iban ya seis semanas de exámenes médicos agotadores y los resultados eran inciertos. 169Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega (33) Se empolvó la nariz y ambas mejillas, oscureció en azul profundo el plie- gue de sus párpados y resaltó sus labios con un carmín discreto. Analizó los resul- tados y quedó satisfecha (34) Lo había probado todo para adelgazar sin resultado alguno. La abstracción de “resultado/s” parece considerablemente mermada en los contextos anteriores. En (30) “resultados” se refiere a personas, fruto de cruces raciales, en (31) se refiere a una situación concreta de búsqueda de una persona perdida, en (32) se trata de “resultados” derivados de unos análisis médicos, en (33) son los efectos de un proceso de maquillaje facial, y en (34) lo son de un tra- tamiento de adelgazamiento. En general, podemos representarnos estos “resulta- dos” como acciones, objetos o sucesos con un componente sensorio-motor. Las situaciones a las que se aplica el término “resultado/s” no tienen gran cosa en común, de modo que no constituyen una categoría, esquema o guión situacio- nal. Por extensión, podemos suponer que los términos abstractos poseen un carácter no categorial, a diferencia de los términos más concretos como “mesa”, “mueble” o “reunión”, que son claramente categoriales. El denominador común de las situaciones que denominamos “resultado/s” es, como hemos mencionado, una estructura relacional (causa-efecto) y temporal (transición) entre los eventos descritos. Pero, ¿son suficiente estos descriptores puramente abstractos de un término, a su vez, abstracto? Supongamos un contexto para el término “resulta- do/s” en que no existe ningún anclaje sensoriomotor: (35) Aquella extraña situación fue el resultado de una serie de coincidencias. Una frase como (35) acumula un buen número de palabras abstractas, y la toma de tierra sensorio-motora parece inexistente. Pero ¿entendemos realmente ese enunciado? En mi opinión, (35) sólo será plenamente comprensible si el con- texto previo (o posterior) permite anclar los términos “situación”, “resultado”, “serie” y “coincidencias” en objetos, acciones o sucesos concretos. En caso contra- rio, se producirá un estado de indeterminación referencial, en el que el lector puede mantener una actitud de “esperar y ver”, hasta que el contexto posterior le proporcione una toma de tierra (v.g., de Vega y Díaz, 1991). Otra posibilidad es que se produzca una lectura superficial sin establecerse un modelo de la situa- ción, como revelaron Bransford, Barclay y Franks (1972) en sus estudios clásicos con textos indeterminados. Un caso interesante es el de la corporeidad suspendida que se produce en ora- ciones como la siguiente: (36) Marta viajó en avión desde Madrid a Tenerife En la comprensión de (36) no parece necesarioque activemos una representa- ción del trayecto del avión, ni de las acciones corporales o de las sensaciones características de un viaje en avión. Lo más relevante en la comprensión de esa frase es retener el punto de partida y de destino del viaje, y lo más probable es que la corporeidad del significado quede en suspenso. El significado podría con- sistir en una especie de acuerdo metacognitivo tácito: sabemos que podríamos simular la información sensorio-motora de un viaje en avión, pero no necesita- mos hacerlo en ese momento. La situación es análoga al uso de un cheque: sabe- mos que podemos transformarlo en moneda en cualquier momento, pero no necesitamos hacerlo inmediatamente (de Vega, 1997). Finalmente, haré una breve mención de los enunciados que contienen actitu- des proposicionales. En todas las lenguas hay verbos mentalistas que se utilizan para expresar el punto de vista epistémico, las intenciones, u otros estados men- tales (v.g., Rivière, 1991; Pylyshyn, 1986; Fauconnier, 1998). Tal como asegura Rivière, no todos los enunciados tienen un carácter extensional o descriptivo de sucesos externos, sino que hay enunciados cuyo referente es, al menos en parte, Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174170 una actividad mental del propio hablante (creo que, estoy seguro de que, dudo que, decido que, pienso en, etc). Estos enunciados mentalistas plantean nuevas dimensiones psicológicas del significado. Veamos la oración (20) que mencioné anteriormente, como parte de uno de nuestros experimentos: (20 ) Pensó en cortar el césped con la segadora Al pronunciar (20) el hablante no se limita a describir un contenido fáctico o extensional (cortar el césped con la segadora), sino que nos menciona que ese contenido, en realidad, tiene el estatus de una representación mental o un plan subjetivo. ¿Cómo se representa el significado en este caso? “cortar el césped” es una actividad sensorio-motora que podría activar una representación corpórea, tal como he señalado en su momento, pero al describirse como un plan mental es probable que su representación cambie substancialmente. De hecho, los resulta- dos de nuestros experimentos sugieren que la comprensión de un plan mental y la comprensión de una actividad motora “real”, determinan espacios representa- cionales diferentes que no se “amalgaman”. La teoría de los espacios mentales de Fauconnier (1998), es un intento de describir la representación de los enunciados mentalistas e intencionales. Sin embargo, la investigación psicológica sobre este tema es de momento muy escasa. Conclusiones He valorado las insuficiencias de las teorías simbólicas del significado, que subyacen a los paradigmas dominantes en las Ciencias Cognitivas. En su lugar, he defendido una posición teórica más minoritaria, aunque cada vez más influ- yente, según la cual el significado tiene un carácter corpóreo. El significado de nuestras expresiones lingüísticas está directamente vinculado a la experiencia sensorio-motora y no a símbolos abstractos. Ello no debería resultar sorprenden- te, si consideramos la naturaleza biológica de la cognición y del lenguaje huma- nos. Las personas somos organismos vivos, que disponemos de sistemas percepti- vos y motores que nos proporcionan una rica experiencia del medio. El significa- do del lenguaje consiste en el establecimiento de vínculos entre las palabras y oraciones y esos patrones de experiencia sensorio-motora. La noción de corporei- dad no resuelve, sin embargo, todos los problemas del significado. He expresado algunas matizaciones importantes sobre la noción de corporeidad, en el caso de palabras y enunciados abstractos o de las expresiones mentalistas. La doctrina de los símbolos mentales ofrece en comparación una visión solip- sista y descarnada de la cognición. Sus virtudes, por otra parte, han sido eviden- tes. Las ciencias cognitivas, entre ellas la propia psicología cognitiva y la psico- lingüistica, han avanzado gracias a que los símbolos mentales han propiciado una concepción relativamente clara de las representaciones y los procesos menta- les. En algunos campos los avances han sido mucho más espectaculares que en otros. Cuando se trata de explicar procesos de bajo nivel (v.g., léxicos), automáti- cos y modulares, la doctrina de los símbolos mentales parece ofrecer unos cimientos relativamente sólidos. Sin embargo, los símbolos mentales no son tan adecuados para explicar procesos de comprensión y producción del discurso (pese a los valiosos esfuerzos de Kintsch), ni el pensamiento y la resolución de proble- mas. El mismo Fodor parece ser muy consciente de los límites del planteamiento simbólico para entender los procesos “isotrópicos” o “quineanos” del sistema cognitivo central. No podemos negar que los seres humanos son, en cierto sentido, procesadores simbólicos. Los lenguajes naturales están compuestos por símbolos discretos, arbitrarios, y sujetos a principios de organización sintáctica. Sin embargo, la doc- trina simbólica va más allá de este hecho incuestionable y se apoya en una metá- 171Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega fora lingüística explícita: Los símbolos mentales constituyen un lenguaje mente o mentalés. La metáfora es profunda, ya que el lenguaje mente, al igual que el lenguaje natural, estaría compuesto de símbolos discretos, arbitrarios y goberna- do por reglas sintácticas3. Asumiendo, pues, que hay una analogía entre el len- guaje natural y el lenguaje mente, el cómputo del significado se reduce a una especie de traducción desde un código simbólico arbitrario (el lenguaje natural) a otro código simbólico arbitrario (el mentalés). Aparentemente hay un deficien- cia lógica en esta propuesta. Es como si alguien nos traduce una obra literaria, originariamente escrita en ruso, al finlandés, y pretende que en esa correspon- dencia entre dos lenguajes está el significado. El problema de la toma de tierra de los símbolos se nos presenta en toda su crudeza. Por su parte, la noción corpórea del significado que he planteado, en especial la hipótesis indexical, enfatiza el papel de la gramática como guía para la cons- trucción del significado. Esto es una novedad, ya que las teorías construccionistas de esquemas o de modelos de situación son totalmente “agramaticales”. La prin- cipal preocupación de los estudiosos de los modelos de situación ha sido, precisa- mente, demostrar que la estructura de éstos difiere de la estructura del texto y, por tanto, de los parámetros gramaticales. Sin embargo, tal como hemos visto, las estructuras gramaticales pueden ofrecer una cierta parametrización de situa- ciones prototípicas, guiando directamente la construcción de modelos de situa- ción. Las estructuras gramaticales ofrecen, además, ciertos índices icónicos para la construcción del significado o, dicho de otro modo, no son totalmente arbitra- rias. En particular la secuencia temporal de las cláusulas generalmente mantiene, por defecto, una correspondencia con la secuencia temporal o causal de los even- tos o acciones descritos. Por ejemplo, si alguien dice “abrí la puerta y vi a María”, se entiende que la secuencia de los eventos es paralela a la secuencia de las cláusu- las (primero abrí la puerta, y luego vi a María). Ese mismo principio de continui- dad o iconicidad temporal es, a veces, un indicio de causalidad. Así, en “tropecé con el vaso y éste se cayó al suelo”, entendemos no solo una secuencia temporal sino una relación causa-efecto entre ambos sucesos. Este principio de iconicidad temporal y causal permite entender el papel de algunos marcadores gramatica- les, que indican o alertan al oyente sobre la presencia de desajustes o discontinui- dades temporales, causales, etc. Así, los adverbios de tiempo pueden indicar una alteración del orden de los eventos en relación al orden de las cláusulas (antes de abrir la puerta de la habitación vi a María), una simultaneidad en lugar de suce- sión (“mientras abría la puerta vi a María), una discontinuidad o ruptura temporal(“abrí la puerta y una hora más tarde vi a María), un contraste u oposición (abrí la puerta pero no vi a María), una inversión del orden causa-efecto (estoy contento porque aprobé), etc. La validez de una teoría del significado debería acomodarse a múltiples crite- rios o restricciones: a) Criterio computacional: la teoría debe poder implemen- tarse, al menos en principio, en un ordenador; b) Criterio de interfaz: la teoría debe establecer interfaces funcionales explícitos entre lenguaje, representación, y experiencia sensorio-motora y mental; el ignorar alguna de estas interfaces, determina problemas de toma de tierra referencial, o, el inverso, de toma de tie- rra en el lenguaje; c) Criterio adaptativo: la teoría debe acomodarse a las deman- das propias de las tareas que resuelven los seres humanos en sus entornos bioge- néticos, e interpersonales; d) Criterio cognitivo: la teoría debe incorporar las res- tricciones estructurales y funcionales del sistema cognitivo humano, por ejemplo, de la memoria de trabajo y de los mecanismos atencionales; e) Criterio neurológico: la teoría debe acomodarse a las propiedades funcionales del cerebro Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174172 que aporta el campo de la neurociencia. Ninguna teoría hasta la fecha satisface todos estos criterios. La noción de corporeidad se acomoda más a los criterios de interfaz, adaptativo y neurológico, mientras que la doctrina simbólica se ajusta mejor al criterio computacional. 173Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega Notas 1 No vamos a tratar aquí otras formulaciones alternativas al significado lingüístico, como aquellas teorías basadas en el análisis estadístico de la co-ocurrencia de las palabras (LSA o HAL) o el conexionismo. 2 En los estudios lingüísticos se suele adoptar la convención de señalar con un asterísco (*) las oraciones que son gramaticalmente incorrectas. Aquí utilizaremos la señal (#) para indicar incoherencia o implausibilidad semántica. 3 Quizá la única diferencia es que los símbolos mentales son, además, amodales, mientras que los símbolos del lenguaje natural están mediatizados por alguna modalidad sensorio-motora. No obstante, esta modalidad es variable (audio-vocal en el habla, viso-manual en la lecto-escritura, viso-gestual en el lenguaje de signos, y táctil en el braille), lo que nos hace pensar que la moda- lidad es relativamente irrelevante para explicar la naturaleza del lenguaje natural. Referencias ANDERSON, J. R. (1976). Language, memory, and thought. New Jersey: Erlbaum. BARSALOU, L. W. (1999). Perceptual symbol systems. Behavioral and Brain Sciences, 22, 577-660. BATES, E., CAMAIONI, L. y VOLTERRA, V. (1975). The acquisition of preformatives prior to speech. Merrill-Palmer Quarterly, 21, 205-226. BOWER, G. H. y MORROW, D. G. (1990). Mental models in narrative comprehension. Science, 247, 44-48. BOWERMAN, M. (1996). Learning how to structure space for language: A corsslinguistic perspective (pp. 385-436). En P. Bloom, M. A. Peterson, L. Nadel, y M .F. Garrett (Eds.). Language and space. Cambridge, MA: MIT Press. BRANSFORD, J. D., BARCLAY, J. R. y FRANKS, J. J. (1972). 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