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Advertencia A La II Edición
La aparición reciente en el Brasil de este libro, traducido al por-
tugués por Braulio Ribeiro, en la Serie de Estudios Sôbre o Brasil
e a América Latina, bajo la dirección de Moacyr Felix, de la Edito-
rial Paz e Terra, de Río de Janeiro (1971) decidió esta segunda
edición en castellano. De acuerdo a un principio expuesto en
otros libros míos, esta versión que el lector tiene a la vista, es
exactamente igual a la primera, salvo en el reemplazo, cada vez
que lo he estimado necesario, del falso concepto de América lati-
na, un término creado en Europa y utilizado desde entonces por
EE. UU., con relación a estos países, y que disfraza una de las
tantas formas de la colonización mental. No somos latinoameri-
canos. He explicado ampliamente, en otros trabajos, y en éste
mismo, los orígenes y la confusión concomitante que significa
hablar de América latina con relación a estas tierras. Diversos
términos han sido propuestos sin éxito para sustituir al de Amé-
rica latina: Indoamérica, Eurindia, Amerindia, etc. Ninguno se ha
impuesto. A mi juicio, pienso que Indoiberia es el vocablo justo
en el doble sentido de la cronología histórica y de la Cultura. Pe-
ro es por ahora nuevo, exige fatigosas explicaciones culturales e
históricas y, por tanto, suena a exótico a pesar de unir adecuada-
mente, como queda apuntado, la cronología tanto como la fusión
cultural de razas y culturas de las grandes civilizaciones preco-
lombinas y europea traídas, esta última, por Espana y Portugal.
He preferido por ello, sin descartar totalmente el término América
latina que los colonizadores europeos posteriores de los siglos
XIX y XX lograron imponer, no sin asociarlo a un dejo desdeño-
so, utilizar con preferencia, las denominaciones más acordes de
América Hispánica o Hispanoamérica, y cuando se hace referen-
cia al Brasil, hablo de América Ibérica o Iberoamérica.
Y a propósito del Brasil. El lector no debe olvidar que la primera
edición de este libro apareció en 1963, cuando en Brasil gober-
naba Joao Goulart en un ensayo de acercamiento a las masas
explotadas. Intento brutalmente aplastado con apoyo de EE. UU.
Empero, la actual situación iberoamericana la 'crisis argentina,
uruguaya, colombiana, venezolana, los proyectos antiimperialis-
tas de Cuba, Perú, Chile y al parecer, del Ecuador anuncian la
victoria final de nuestros pueblos y la necesidad de unificarnos
en una gran confederación nacional, política y militar en marcha
mundial hacia el socialismo, pues tal cual lo ha anticipado Juan
Domingo Perón, el fin de este siglo nos encontrará "unidos o
dominados". 
J. J. H. A.
Mayo, 1972
Advertencia Para La III Edición
Uno de los temas fundamentales de este libro es la unidad de
iberoamérica. En determinados períodos de la Historia ciertas
ideas resurgen con inusitado vigor y revelan que han entrado en
la esfera de la realidad, esto es, que han madurado las condicio-
nes históricas para su efectuación. Tal acontece con el viejo sen-
timiento de la unificación de la parte sur del hemisferio, cuyos
pueblos, divididos por las potencias extranjeras, en especial por
Inglaterra, después de la disolución del Imperio Español en Amé-
rica, durante el siglo XIX, cayeron en la fracturación y la depen-
dencia. La crisis del imperialismo apareja al mismo tiempo, la era
de los países del Tercer Mundo. El despertar de África y de Asia
tiene el mismo significado que el de iberoamérica sobre bases
geográficas, históricas, culturales y lingüísticas propias que la
perfilan ya como gran potencia mundial del porvenir.
J. J. H. A.
Buenos Aires, 1973
Prologo
Este libro se explica por la actual situación de la Argentina. He
vacilado en lanzarlo a la calle y, finalmente, cedido por el para mí
honroso deseo que en su publicación denotasen estudiantes uni- UNTREF VIRTUAL | 1
¿Qué es el ser
nacional?
Hernandez Arregui
¿Qué es el Ser Nacional? 
Págs. 5-38
versitarios y públicos diversos del interior del país. Quizá, por
tales motivos, convenga hacer brevemente su historia, a fin de
justificar su existencia en librerías. El bosquejo del trabajo fue
una conferencia leída en 1961 con el mismo nombre: ¿Qué es el
ser nacional?, bajo los auspicios del Movimiento de Estudiantes
Reformistas de la Universidad Nacional del Nordeste, en la ciu-
dad de Resistencia. Un público heterogéneo y atento, con pre-
sencia de obreros, estudiantes y diversos grupos ideológicos,
fue el primer indicio de que el tema interesaba. Desde ese año,
la conferencia fue tomando dimensión, siempre sobre la idea
central originaria, y me convenció de la riqueza del tema. Unos
meses después fue leída, ante un público muy vasto y dividida
en dos disertaciones en la Facultad de Ciencias Económicas de
la Universidad Nacional de Tucumán. Aunque totalmente alejado
de la enseñanza universitaria, dadas las condiciones políticas
imperantes en el país, mi estada en la ciudad de Tucumán me
puso nuevamente en contacto con los estudiantes, con los cua-
les mantuve un intenso intercambio de ideas, exigido por ellos
mismos, y que me sirvió para precisar conceptos sobre el esta-
do de la opinión estudiantil con relación al problema nacional.
Fue una experiencia fecunda pero que, además, me persuadió,
a pesar del cortés y respetuoso público que asistió a las pláticas,
y del auspicioso acogimiento, casi diría entusiasta, con que fue-
ron recibidas, que sus ideas centrales no habían sido íntegra-
mente comprendidas, y no por falta de interés o capacidad de los
estudiantes, sino por las deficientes orientaciones que en el or-
den histórico y filosófico guían la enseñanza superior en la Ar-
gentina. De estas cosas se habla también en este libro. Sin em-
bargo, la más grata sorpresa del autor fue la reacción de una
provincia profundamente argentina -Santiago del Estero- ante la
conferencia. Un auditorio inusual para una ciudad pequeña, en el
que estuvieron representadas las más diversas tendencias, cosa
difícil de lograr en provincias chicas -peronistas, radicales, nacio-
nalistas, gente de izquierda- recibió mis palabras con tal fervor
nacional a pesar de mis ideas en tantos sentidos consideradas
extremas, que no puedo menos de recordar a la distancia con
gratitud la adhesión de ese público provinciano. Y una vez más
confirmé mi certeza de que el país verdadero está en las provin-
cias más humildes. En 1962 fue leída, también ante un público
poco común en reuniones de este tipo, y muy diversificado ideo-
lógicamente, en la Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional del Litoral, en la ciudad de Santa Fe, invitado por una
agrupación de estudiantes peronistas pertenecientes a la Confe-
deración General Universitaria. El efusivo interés que la misma
despertó, el breve debate final, altamente conceptuoso para mi
persona, las conversaciones posteriores con los estudiantes y el
requerimiento expresado por su publicación me convencieron, al
fin, de la posible utilidad de la conferencia ampliada en libro. Así
nació este trabajo, que no me contenta.
II
Me deja descontento, en efecto, pues ya terminado tiene múlti-
ples defectos. El primero de todos, porque no es más que una
introducción al problema. Tuve la intención de olvidar un poco a
mi país y hacer un libro iberoamericano. Las causas de este fra-
caso son varias y de naturaleza distinta, entre ellas, algunas pre-
ocupaciones personales que me privaron de la necesaria tran-
quilidad intelectual, la vastedad del temario y, por último, la falta
de una bibliografía exhaustiva, me llevaron paradójicamente a
suprimir casi la mitad de los originales, pues no estaba seguro de
la seriedad de algunas tesis y del valor de la documentación édita
utilizada. Así, lo que en los comienzos era un proyecto ambicio-
so, quedó en un libro común, casi diría un largo ensayo. Y hasta
desaliñado. La conclusión a que he llegado es que el tenia de la
América Hispánica desborda a un solo escritor, y debe ser, dadas
las actuales condiciones del continente, tarea de equipos univer-
sitarios coordinados de los diversos países iberoamericanos.Y
esto sólo se logrará cuando las universidades estén al servicio de
sus países y no del coloniaje, corno pasa hasta ahora, al menos
en la Argentina. Al primer traspiés de la idea inicial, se agregó un
hecho que espero sea comprendido. La dramática situación ac-
tual de la Argentina fue más fuerte que mi voluntad, e insensible-
mente, el tema nacional fue dominando a todos los demás, que si
bien no se diluyeron totalmente, pasaron a segundo término. Si
tales tenlas accesorios vinculados a la América Ibérica, a pesar de
su exigüidad, sirviesen de aliciente preliminar a otros estudiosos,
vería compensado el escaso valor y limitaciones de este libro.
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¿Qué es el ser
nacional?
Hernandez Arregui
Una de las cosas que tal vez llame la atención es el título del tra-
bajo. Sin embargo, el hecho de que aparezca corto una interro-
gación, indica que rechazamos el concepto "ser nacional" corno
inapropiado. En el primer capítulo se esclarece la cuestión y se
determina estrictamente en qué medida puede ser utilizado por
pura economía del pensamiento y nada más. De allí que, fuera
de ese primer capítulo, la expresión "ser nacional" se usa pocas
veces en los siguientes, y siempre como un término puesto entre
paréntesis mentales.
No he podido dejar de lado la polémica. Y sé las críticas que li-
bros del tono de éste promueven en ciertos grupos intelectuales
pulidos y "ecuánimes", que se colocan el gorro plateado de las
ideas sin acento y de la bondad nazarena frente a los adversa-
rios. Esto es una hipocresía. Nada más fácil para un escritor con
oficio literario que manejar cualquier estilo. Yo también lo he he-
cho en épocas serenas. Mucho más difícil es un estilo honrado.
Hasta mi venerado maestro Rodolfo Mondolfo, aunque por cau-
sas comprensibles en un europeo, y con la elevación de su ilus-
tre ancianidad, dudó de la dureza de los juicios formulados en mi
libro "La Formación de la Conciencia Nacional'. Al respecto debo
decir lo siguiente: lo que se llama ponderación de juicio, consi-
deración a la opiniones del prójimo, espíritu crítico equilibrado,
en los tiempos tempestuosos de una nación, son con frecuencia
evasivas de parte de los intelectuales nativos para no afrontar
responsabilidades, la forma cómoda y nirvánica de no compro-
meterse y evitar los odios contumaces que provocan escritos
cuyo único compromiso es la fidelidad al país. Conozco en mi
propia persona las dificultades de esta lucha. Pero si alguna dig-
nidad tiene la inteligencia nacional, debe afirmarse en el amor a
la patria y en la fortaleza para soportar silencios, calumnias y
hasta cárcel. Todo esto es chico porque la patria es grande. He
elegido un destino y no me apartaré de él. La influencia que mis
libros han ejercido no me halaga. Carezco de vanidades. Pero
no soy un hombre humilde. Esta influencia no es mía, sino crea-
da por el propios país. Y la aparente rispidez de mis juicios no
está dirigida a individuos, sino a lo que ellos y sus grupos, con
frecuencia poderosos y organizados, representan. Es el único
mérito que me asigno y con ello refuto a los que han desvirtua-
do mis ideas, incluso mis orígenes ideológicos, al no poder ata-
car mi vida. Son, por otra parte, contingencias de la lucha. Pero
si estas cosas inevitables se comprenden en los enemigos políti-
cos, carecen de justificación en aquellos que, en una curiosa
transposición, al refregar de su pasado mental, son influidos
directamente en sus trabajos, en sus ideas, por los escritores de
la línea nacional, y luego de repetir mal lo que otros han dicho
bien, los atacan y deforman cayendo así en el peor de los frau-
des morales. Las ideas sólo sirven para difundirse. Y si no de na-
da valen. No se trata; pues, de una prioridad. Nadie es original.
Todos le deben algo a alguien. Pero seamos probos. Las influen-
cias hay que confesarlas, las ideas ajenas no hay que deformar-
las, sino mejorarlas, o por lo menos, asimilarlas con veracidad.
Vuelvo, pues, en este trabajo, que espero sea el último de este
tipo, al tono polémico, a ciertas violencias verbales. Pero como
se ha dicho, la tan mentada objetividad del pensamiento no es
tal, sino tina cuestión de estilo literario. Mejor, de carencia de esti-
lo literario. Quizá, en los momentos críticos de un país, los úni-
cos libros objetivos son aquellos escritos con la sangre caliente
y la mente fría que los hace neutros a toda pasión innoble. Eso
son mis libros. Y en mi ánimo no cabe la ofensa sino un indecli-
nable amor a la verdad.
III
Debo pedir disculpas a los lectores que han leído mis libros ante-
riores, Imperialismo y cultura y La formación de la conciencia
nacional, pues están agotados y no pienso, por ahora, reeditar-
los. Los considero de circunstancias, hijos de la discusión que
sacude al país, empequeñecidos por la mención de personas
vivas, y en lo esencial, carentes de permanencia. Han cumplido
una misión. Y aunque no los estimo como expresiones intelec-
tuales severas, el hecho de que pese al mortal silencio de la críti-
ca colonial, hayan corrido y gravitado, me demuestra que no han
sido inútiles. Esta digresión viene, pues aquí y era inevitable -da-
da la índole del trabajo- se reiteran algunos conceptos desarro-
llados en esos libros anteriores. Sin embargo, en todos los ca-
sos, se ha tratado de mostrar nuevos aspectos y, en suma, ahon-
dar en los mismos. Para los que no conocen esos libros, esto UNTREF VIRTUAL | 3
¿Qué es el ser
nacional?
Hernandez Arregui
quizá sea ventajoso, pues se evitarán leerlos. Me refiero espe-
cialmente a los problemas de la "intelligentzia", de las clases
medias colonizadas, y de la alienación cultural, teoría hegeliana-
marxista, esta última de la que se oye hablar con tanta frecuen-
cia como pedantería, pero que nunca se ha aplicado correcta-
mente a una realidad colonial. En tal sentido, creo haber sido el
primero que lo ha hecho en mi libro Imperialismo y cultura, con
la originalidad de que los titulados "marxistas" no entendieron
nada. Lo cual prueba que el tal "marxismo" en la Argentina no era
más que una de las formas de esa alienación cultural del colo-
niaje. Así, un fecundo método de investigación que influye en to-
das las esferas del conocimiento desde las ciencias de la natura-
leza a las históricas -en la biología, las matemáticas, la etnología
y la antropología social, en la física, en la filosofía, en la lógica, en
la psicología, en la teoría del conocimiento, en la sociología y la
historia y, de más decirlo, en la economía política-, ha caído en la
Argentina en un descrédito indigno de su valor científico. Espero
que este libro contribuya en algo a aclarar las cosas, sobre todo en
la gente joven, que se interesa no sólo por la metodología, sino por
su correcta aplicación a la cuestión nacional.
IV
Al suprimir, como ya se ha establecido, una gran cantidad de ma-
terial, me he visto obligado a reducir las pruebas ofrecidas a un
mínimo. Es así como he dejado de lado infinidad de testimonios.
He utilizado -y hasta abusado- para explicar el cambio de la con-
ciencia histórica de la América Hispánica frente al imperialismo,
a dos poetas de nuestras tierras, una, porque son representati-
vos -aunque no únicos-, y otra, por hondamente americanos al
margen de casilleros políticos. Me refiero a Rubén Darío y Nico-
lás Guillén. Las citas a ellos referidas, en todos los casos, tienen
valor de documentos históricos al lado de su calidad poética. Y
en tal sentido histórico son manejados. También quiero recordar
al escritor boliviano Carlos Montenegro, fallecido en nuestro país,
de cuyos libros poco conocidos, he tomado algunas informa-
ciones, y al sociólogo brasileño Alvaro Vieira Pinto, autor de la
obra Consciencia e realidade nacional (Ministério Da Eduçao e
Cultura), que tuvo la gentileza de hacerme llegar, y que vino
tarde a mis manos, aunque alcancé a aplicar fugazmente algu-
nas de sus ideas a la realidad argentina. Cumplo así con un de-
ber de honestidad intelectual.
También aprovecho aquí para refutar una crítica que se me ha
formulado:la ausencia en mis libros de notas al pie de página
con la nómina de autores y obras consultados. Si no lo he hecho,
no es porque ignore la técnica, que justamente he ensenado a
varias promociones de estudiantes universitarios, sino porque -y
sépanlo estos caballeros que confunden la crítica con la cacería
de pulgas- mis libros no son de investigación sino de lucha. Las
verificaciones de este tipo, cuando los autores y bibliografía son
conocidos y no responden, por tanto, a obras extranjeras, piezas
bibliográficas raras o a la labor de archivo, son mera petulancia
que, además, sólo sirven para aflojarle la nuca al lector inocente.
Por otra parte, cambio mil llamadas a pie de página por una idea.
Y hablando de ideas. A las ideas de izquierda no hay que tener-
les miedo. Lo esencial es que sirvan a la causa de la liberación
nacional. Muchos motivos explican esta prevención de la deno-
minada línea nacional hacia el pensamiento de izquierda. Y el
mayor es, sin duda, el papel que las izquierdas han jugado en la
Argentina al servicio de intereses extranjeros. A esta crítica de las
izquierdas, creo haber contribuido algo en vais libros, con la pe-
culiaridad de que la misma ha partido de una consideración
nacional del problema sin ceder un ápice en mis convicciones
ideológicas. De ahí la eficacia de tal crítica. Tengo, pues, derecho
a hablar. Pero del fracaso de las izquierdas en la Argentina con
relación al pasado, no puede deducirse en modo alguno que
esas izquierdas izo se nacionalicen. Al revés -y aunque esto
encone a los ultramontanos-es en gran parte gracias a la crítica
de la "izquierda nacional" surgida con la caída de Perón, que en
el orden ideológico esas izquierdas a ver metecas mentales,
asisten hoy a un fecundo viraje hacia el país. Y lo que interesa es
el país. No los prejuicios ideológicos de las sectas. Es sobre todo
la juventud de izquierda la que asiste a esa nacionalización ideo-
lógica, y negar este hecho, o verlo con temor, izo es más gire
urna manera del reaccionarismo político. Y por último, libros del
orden de éste sólo pueden surgir como efecto de la lucha patrióti-
ca por la liberación histórica que Iza dejado corno herencia el
peronismo, ese gigantesco movimiento nacional de masas, al
cual pertenezco.
J. J. H. A.
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¿Qué es el ser
nacional?
Hernandez Arregui
"El pasado es sabido; el presente, conocido; el futuro, vislumbrado."
Schelling
En los últimos tiempos se oye hablar en la Argentina del "ser na-
cional". Ahora bien, cuando un concepto es manejado por corrien-
tes ideológicas contrapuestas, el mismo es una metáfora o uno
de esos recursos abusivos del lenguaje, que más que una des-
cripción rigurosa del objeto mentado, tiende a expresar un sen-
timiento confuso de la realidad. Y en efecto, cuando oímos hablar
del "ser nacional" nos asalta la sospecha que tal concepto aloja
un núcleo irracional, no desintegrado en sus partes constitutivas.
Es necesario, pues, analizar metodológicamente, el concepto de
"ser nacional" para establecer si contiene elementos concretos,
si se ajusta a alguna realidad o es una ficción mental. La exigen-
cia de un examen del concepto es determinada por el hecho de
que términos genéricos como éste, proponen en forma delibera-
da o no la creencia en una especie de ente metafísico flotando
más allá del individuo y la sociedad. Espiritualismo dudoso que
consiente toda clase de desviaciones reaccionarias, o en el me-
nor de los casos, de escamoteos pseudofilosóficos. Es preciso,
entonces, desnudar al "ser nacional" de sus pretendidas conno-
taciones ontológicas, de su brumosidad irracionalista. El concep-
to "ser nacional" es, en primer término, un concepto general y
sintético, compuesto por una pluralidad de subconceptos subor-
dinados y relacionados entre sí. En consecuencia, debemos ave-
riguar si tal concepto abstracto tiene un correlato objetivo, a fin
de resolverlo en sus componentes verdaderos. En definitiva, el
concepto "ser nacional" debe ser sometido a lo que en sociología
se llama análisis factorial, consistente en la descomposición de
sus factores reales -geográficos, tecnológicos, histórico-cultura-
les, etcétera-, cuya totalidad material agota el contenido formal
del concepto. De lo contrario, hablar del "ser nacional" sin decir
en qué consiste, aparte de los equívocos apuntados, es pura
esterilidad del pensamiento.
"Ser nacional", patria, comunidad nacional
Antes de proceder al análisis factorial es ventajoso acercarnos al
tema, sustituyendo la idea de "ser nacional" por otra más limita-
da y comprensiva. Al obrar así, intuimos que la palabra "patria" -
al menos desde el punto de vista emocional- expresa aproxi-
madamente lo mismo.
El "ser nacional", en esta primera reducción de la esfera todavía
mal delimitada del concepto, es la patria. Pero también el con-
cepto "patria" es muy genérico. Todos sabemos lo que queremos
decir cuando hablamos de la patria. Mas la dificultad empieza
cuando queremos racionalizar el sentimiento patriótico. La patria
es un concepto poliédrico, no es primario. Es una categoría histó-
rica. El primer reclamo, por tanto, al tentar la aprehensión del "ser
nacional", al romper su corteza formal para apresar su nódulo
vital, es sumergirnos en el mundo histórico, en cuyo seno, al fun-
dirse el concepto puro con la realidad, el "ser nacional" empieza
a desplegarse ante nosotros, no como un tropo literario, sino
como actividad social viviente y desgarrada. La patria, junto con
otras notas específicas, es una categoría histórico- temporal ex-
perimentada como la "posesión en común de una herencia de
recuerdos". Ahora bien, sólo el hombre es capaz de recuerdos.
De modo que la patria, de un lado, es un hecho psicológico vivi-
do como experiencia individual, y del otro, un hecho social, en
tanto conciencia colectiva de un destino. Pero como dijera Na-
poleón: "El destino es la política".
Ya entrevemos, con esta inicial corrección de la mira, que el "ser
nacional" en tanto patria, hace referencia a una comunidad de
hombres. El "ser nacional" es al mismo tiempo un pueblo cultu-
ral o comunidad nacional de cultura. Pero explorando el concep-
to de "comunidad nacional", menos rico, más cercano a nuestras
actividades prácticas, comprobamos que el mismo engloba múlti-
ples y contrapuestos elementos constitutivos, no demarcables de
primera intención. Por tanto, debemos taladrar la textura de esos
elementos formativos del "ser nacional", de la patria, de la comu-
nidad nacional.
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¿Qué es el ser
nacional?
Hernandez Arregui
Capítulo 1. Sobre El Concepto 
"Ser Nacional"
El concepto de comunidad nacional tiende a desplegarse en el
más comprensivo de "nación". La nación, realidad jurídica circun-
scripta en el espacio y en el tiempo, con una estructura política
propia, no es un ente fuera de la experiencia histórica. La nación
es dato definible, pues sin territorio no hay nación, e institucional,
pues sin normas sociales aceptadas por el grupo no hay vida
social, y un hecho histórico, con su génesis y desarrollo, pues
expresa el origen y permanencia en el tiempo del grupo institu-
cionalizado, de la continuidad de las generaciones cuyos frutos
se mantienen lozanos en el recuerdo de los vivos sobre el
reposo y legado de los muertos, en primer término, por la lengua,
"existencia y sangre del espíritu", y además, por la aprobación
supraindividual de parecidos valores, pasados y presentes, con
los cuales la comunidad nacional se reconoce a sí misma como
unidad de cultura.
En estas sucesivas reducciones del concepto, vemos que el "ser
nacional" es el proceso de la interacción acción humana, surgi-
do de un suelo y de un devenir histórico, con sus creaciones es-
pirituales propias lingüísticas, técnicas, jurídicas, religiosas, ar-
tísticas, o sea, el "ser nacional" viene a decir cultura nacional.
"Ser nacional " y cultura
Empero, el concepto de cultura es de una extrema complejidad.
El "ser nacional" se expresa como cultura nacional. ¿Pero qué es
la Cultura? En su definición más escuetaluego se ahonda en la
cuestión es el conjunto de bienes materiales y espirituales pro-
ducidos por un grupo humano, y que da forma a la coexistencia
y coetaneidad de una comunidad nacional, más o menos homo-
génea en su caracterización psíquica frente a otras comunida-
des. Mas la comunidad de cultura de un pueblo, asentado en una
determinada área geográfica, si bien muestra en su taxonomía,
rasgos externos que individualizan a ese pueblo como distinto a
otros, no es uniforme en su internidad. Dentro de toda comuni-
dad nacional, se comprueban divisiones económicas, vallas cul-
turales, puntos de osificación que aíslan a las clases sociales,
tanto como ramificaciones convergentes que las acercan o sepa-
ran al compás de las luchas internas y las presiones externas.
En suma, la comunidad nacional de cultura, es una multiplicidad
de tensiones congéneres y antagonistas, cual los músculos del
animal, que se expresan, según las clases sociales, como con-
cepciones divergentes de la cuestión nacional.
En la base, pues, del "ser nacional" se encuentran las clases
sociales, y dado que la actividad del hombre en comunidad es un
proceso que se anuda en las tempestades de la vida colectiva, el
"ser nacional" manifiesta su diversidad, en la lucha política de
una nación, ya que la política es la actividad práctica del hombre
histórico, del hombre vivo, a través de las clases sociales contra-
puestas entre sí. Y como "las relaciones entre las clases según
Hubert Lagardelle son relaciones de fuerza", en las grandes cri-
sis de una nación, cada clase concebirá la realidad nacional
desde perspectivas diferentes. El concepto mental invertebrado,
huérfano de contenido, comienza a mostrarnos su pulpa, a im-
pregnarse de vida histórica.. El "ser nacional" emerge ahora,
como la comunidad escindida, en desarrollo y en discordia, co-
mo proceso en movimiento, no como substancialismo de la idea,
sino como una contrastación, velada o abierta, de las clases
actuantes dentro de la comunidad nacional, no como nostalgia
por los panteones y ornatos de la historia, no como paz, sino
como guerra. El "ser nacional", en última instancia, pugna por
cimentarse sobre las oposiciones de las clases sociales que
luchan por el poder político. En síntesis, el "ser nacional" no es
uno sino múltiple.
El "ser nacional" y la cuestión colonial
El problema no está agotado. Ninguna nación es autónoma. La
técnica ha achicado el planeta, comprimido la geografía y copu-
lado los contactos económicos y culturales de los pueblos. Esta
transformación formidable del mundo y de la vida no es apacible.
En la era del imperialismo, inaugurada durante el siglo XIX, y a
cuyo tramonto y cercano incendio asistimos, hay naciones pode-
rosas y naciones débiles, metrópolis y colonias. O como dijera
Manuel Ugarte, "unos pueblos viven en mayúscula y otros mue-
ren en minúscula". De acuerdo a la categoría a que se pertenez-
ca, el "ser nacional", la patria, la comunidad nacional, la cultura UNTREF VIRTUAL | 6
¿Qué es el ser
nacional?
Hernandez Arregui
nacional, a través de las clases sociales en tensión, tiende a re-
fractarse de modo distinto en un país dominante que en un país
dominado. Así, el rasgo contradictorio principal del "ser nacio-
nal", en los países uncidos a la órbita de las grandes potencias
mundiales, es en determinadas clases, como proyección mental
del imperialismo sobre las colonias, el sojuzgamiento acatado
del "ser nacional" a la voluntad extranjera, y en otras clases, una
disposición contraria de no entrega del destino nacional, de la
patria, de la heredad cultural, a los poderes extraños. El "ser
nacional" es entonces alterado, que es una forma de negarlo, por
las clases superiores infartadas en el universo abstracto de las
formas económicas y culturales del imperialismo, y al revés, el
"ser nacional" es afirmado por aquellas que sufren su yugo. Y si
el "ser nacional", ahora despojado de sus velos abstractos, es
afirmación y no negación, simultáneamente es conciencia anti-
imperialista, voluntad de construir una nación.
La voluntad de ser nacionales, por esa unidad mencionada del
mundo actual, no es patrimonio de una colectividad incomunica-
da. La división del globo en países colonizadores y colonizados,
hace que la cuestión colonial sea una en su generalidad, aunque
diversa en sus singularidades nacionales. La lucha anticolonia-
lista -dicho de otro modo- es mundial en relación con el sentido
último de la Historia Universal, aunque en lo inmediato siempre
se presente como lucha nacional. Más si la explotación de los
países coloniales, debido a la internacionalización de la econo-
mía carece de circunferencia, la cuestión nacional es, al mismo
tiempo, parte indivisa de la situación mundial, y en el caso de la
América Ibérica, por parentesco geográfico, de lengua y de pro-
blemas, es conciencia histórica hispanoamericana, vale decir, la
cuestión de la liberación nacional es impartible de la liberación
de la América latina, la gran nación inacabada por el empuje an-
glosajón durante el siglo XIX. En este plano de la consideración
histórica del asunto, el "ser nacional", desmondado de su cásca-
ra ideal, no es otra cosa que el enfrentamiento de la América lati-
na con Inglaterra y Estados Unidos, la conciencia revolucionaria
de las masas frente a la cuestión nacional e iberoamericana.
Definición del "ser nacional"
A través de las sucesivas reducciones operadas en el concepto,
vemos que el "ser nacional" no es una categoría reseca del es-
píritu. Es un hecho político vivo empernado por múltiples factores
naturales, históricos y psíquicos, a la conciencia histórica de, un
pueblo. Si entendemos por definición, la pregunta y respuesta
sobre el ser de un objeto, y si este objeto no es trascendente,
sino un compuesto de factores reales, el "ser nacional" se con-
vierte en algo inteligible, o sea, en una comunidad establecida en
un ámbito geográfico y económico, jurídicamente organizada en
nación, unida por una misma lengua, un pasado común, institu-
ciones históricas, creencias y tradiciones también comunes con-
servadas en la memoria del pueblo, y amuralladas, tales repre-
sentaciones colectivas, en sus clases no ligadas al imperialismo,
en una actitud de defensa ante embates internos y externos, que
en tanto disposición revolucionaria de las masas oprimidas se
manifiesta como conciencia antiimperialista, como voluntad na-
cional de destino.
El "ser nacional" se ha disipado para dar lugar a un agregado de
factores cuyas relaciones hay que investigar partiendo de la rea-
lidad. De la realidad que nos envuelve. Y como mandato del pre-
sente. Tales factores -la vida histórica es infrangible- se muestran
en reciprocidad de entrecruzamientos y perspectivas históricos-
culturales, y sólo por razones expositivas pueden separarse.
Si el "ser nacional" -y sólo en este sentido es lícito utilizar el tér-
mino- es el conjunto de los factores reales enunciados, es obli-
gatorio buscar sus orígenes en la historia. Hay, pues, que retro-
ceder a España, y al hecho de la conquista, calar en las culturas
indígenas y en el período hispánico, vadear el más cercano de la
caída del Imperio Español en América con el ascenso del domi-
nio anglosajón, de allí pasar a la época actual descifrando la in-
fluencia del imperialismo con su tendencia a la disgregación de
lo autóctono y, finalmente, como resultado de este retorno a los
orígenes, que es el único método que explica el estado actual de
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¿Qué es el ser
nacional?
Hernandez Arregui
una realidad histórica, denunciar enérgicamente la versión anti-
nacional adulterada sobre estos pueblos, sancionada a través
del sistema educativo por las oligarquías dominantes.
Todo esto exige una revisión de la historia. Revocar la imagen
aceptada sin crítica sobre España y sobre la América Hispánica,
es romper con falsos nacionalismos que han marcado nuestra
servidumbre material y cultural a lo largo de los siglos XIX y XX.
Únicamente es legítimo -como trataremos de probarlo- hablar de
un nacionalismoiberoamericano, apto para restituirnos nuestro
pasado, y a través de la conciencia histórica del presente, abrir-
nos a un porvenir de grandeza.
Una de las ideas centrales de este libro, que indaga en la exis-
tencia de la nacionalidad, es la América latina. Otra de las ideas
vertebrales, la abolición del concepto sobre España, difundido
por la oligarquía argentina, cuyos intereses de clase la trocaron
en un apéndice del Imperio Británico. Se reivindica aquí a las
poblaciones nativas, infamadas por esa misma oligarquía. Tal
empresa, que ya tiene valiosos antecedentes en la Argentina,
significa para muchos una inversión escandalosa de la historia,
cuando en rigor no es más que el desarbolamiento de las idola-
trías que aún actúan como narcóticos culturales sobre los ar-
gentinos bajo el peso muerto de las tradiciones históricas del
patriciado. Para reconocernos hispanoamericanos, es perento-
rio conocer la historia de la América Hispánica, deformada me-
diante técnicas de penetración y dominio que el imperialismo
utilizó durante el siglo XIX para guardarnos desunidos. La exi-
gencia de ahondar en la realidad de la América Hispánica,
responde al imperativo de contemplarnos como partes de una
comunidad mayor de cultura. Y en tal orden, el estudio de la his-
toria iberoamericana, es la substancia de nuestra formación
como argentinos.
Historia y clases sociales
La enseñanza de la historia encubre los intereses de la clase
vencedora expuestos como valores eternos de la nación. Esto es
particularmente cierto en los países coloniales. Sarmiento será
para la oligarquía ganadera un arquetipo, pues su concepto de
"barbarie" implica la negación de las masas en la historia. A la
inversa, si la clase trabajadora pudiese elevarse súbitamente a la
conciencia histórica, designaría en Sarmiento un enemigo, y en
los caudillos, el antecedente necesario de su propia lucha como
clase nacional. Pero nada más que un prolegómeno. Pues la lu-
cha de las masas no se inspira, es obvio, en melancólicos fune-
rales póstumos de las montoneras del siglo XIX, sino en la revo-
lución latinoamericana de este siglo. Cuando la historiografía de
los vencedores es enjuiciada ante el tribunal de la historia por
grupos intelectuales con conciencia nacional, y tal actitud coinci-
de con la madurez política de un pueblo, puede predecirse que
el poderío de la clase terrateniente peligra en tanto se derrumba
el monumento todo de una historia oficial que sirvió de pedestal
a ese predomio de clase idealizado.
No se trata de un mero litigio en la palestra de la cultura. Esta
antítesis cultural es un derivado del proceso de la industrializa-
ción que desplaza a la antigua clase dominante del poder políti-
co. En tales períodos se asiste, como en la Argentina actual, a los
intentos de la oligarquía, aún poderosa, por rejuvenecer sus
mitos decrépitos, enderezados a negar que la Argentina tenga
otro destino que el que siempre tuvo: los frutos de la tierra. El
pensamiento de la oligarquía cae dentro de este retrato, en tanto
genérico por encima de las épocas, que hiciera Marx de la no-
bleza feudal europea, amenazada por la era industrial: "El terra-
teniente subraya el noble linaje de su propiedad, los recuerdos
feudales, las reminiscencias, la poesía del recuerdo, su carácter
generoso, su importancia política, etc., y cuando habla en térmi-
nos económicos afirma que únicamente la agricultura es produc-
tiva. Al mismo tiempo retrata a su oponente como un individuo
taimado, convenenciero, engañoso, mercenario, rebelde, sin co-
razón y sin alma, un bribón violento y mezquino, servil adulador,
lisonjero, seco, sin honor ni principios, poesía ni nada semejante,
enajenado de la comunidad con la que trafica libremente, y que
fomenta, alimenta y ama la competencia, y con ésta la pobreza,
el crimen y la disolución de todos los vínculos sociales" 1.
La crítica a la cultura de la oligarquía no es ociosa. Es una de las
armas que deterioran su preponderancia política, y el paso pre- UNTREF VIRTUAL | 8
¿Qué es el ser
nacional?
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vio para una reforma de la educación, encaminada a desvanecer
la imagen de una Argentina agropecuaria, inducida desde la
escuela, a varias generaciones de argentinos. Esta cultura es
una fracción del dominio imperialista. De ahí que en las horas
que adelantan la liberación de un pueblo, la conciencia histórica,
en sus escritores auténticos, muestra una doble arista, de un
lado, es conocimiento del pasado, y simultáneamente, concien-
cia revolucionaria actual, vale decir, troquelamiento racional con
el porvenir de la nación, que no implica una fractura histórica,
sino una prosecución, donde la inteligencia nacional retorna al
pasado, no para estancarse en la edad de oro perdida para siem-
pre de la clase terrateniente, sino para superarlo, tomando de
ese pretérito enmudecido por la oligarquía, los elementos vivos
en el pueblo que fortalecen las exigencias revolucionarias del
presente. Tal conciencia histórica, al acometer al patriciado, no
propone deshacerse del pasado, sino ponerlo sobre sus pies, ya
que la negación del pasado sería cegar las fuentes de la comu-
nidad nacional en las que las tendencias espontáneas y profundas
del pueblo se alimentan. Al pasado arcadiano de la oligarquía, el
espíritu revolucionario opone el pasado real que descarna a ese
ideal de todo romanticismo, y lo exhibe a la luz de la verdad históri-
ca, como la codificación espiritual de los privilegios de una clase.
Esta conciencia histórica, segura de sí misma, tiende a identifi-
carse con los valores soterrados de la vida del pueblo. La con-
ciencia histórica, refuta lo que del pasado, una clase declinante
pretende mantener en vigencia contra el desarrollo nacional, y
ubica a esa clase, ahora antinacional, dentro de la totalidad de la
historia argentina. Sabe bien, la conciencia histórica, que: "Todas
las fases históricas sucesivas no son sino etapas en la marcha
de la evolución y progreso de la historia humana. Cada fase es
necesaria y por lo tanto legítima para la época y circunstancias a
las cuales debe su existencia, aunque resulte caduca y pierda su
razón de ser ante condiciones nuevas y superiores que se desa-
rrollan paulatinamente en su seno" (HEGEL). La conciencia his-
tórica no niega a la oligarquía como pasado. La niega como pre-
sente. Y averigua y enhebra las causas que desde ese ayer han
ido marcando gradualmente su actual decadencia nacional.
La autonomía cultural que se postula en los escritos de los pen-
sadores más nacionales florece sobre los ensayos de indepen-
dencia económica, o mejor aún, en los períodos precursores de
la liberación, al tiempo que, en estas etapas, recrudece la defen-
sa de la cultura europea contra la reivindicación de la nativa de
parte de los intelectuales subordinados de la oligarquía, ver-
daderos beocios culturales en la medida que niegan la cultura
nacional en nombre de la cultura extranjera.
Los orígenes del "ser nacional"
En este rastreo del "ser nacional" en el otrora, una de las falsifi-
caciones que es necesario poner en descubierto, es el concepto
de la oligarquía sobre España. El nacimiento de la nacionalidad
no puede segregarse del período hispánico. La historiografía del
liberalismo conservador ha procedido a la inversa. El país em-
pieza en 1810. Desligar a estos pueblos de su largo pasado, ha
sido una de las graves desfiguraciones históricas de la oligarquía
mitrista que se aquilató en el poder en 1853. Esta clase es es-
pañola por sus orígenes. Y hasta en su estilo de vida. Su posi-
ción frente a España, exige por tanto una explicación. El menos-
precio hacia España arranca de los siglos XVII y XVIII como parte
de la política nacional de Inglaterra. Es un desprestigio de origen
extranjero que se inicia con la traducción al inglés, muy difundi-
da en la Europa de entonces, del libro de Bartolomé de las Casas
Lágrimas de los indios: relación verídica e histórica de las crueles
matanzas y asesinatos cometidos en veinte millones de gentes
inocentes por los españoles. El títulolo dice todo. Un libelo. Con
relación a esta publicación, J. C. J. Metford, recuerda que, en la
dedicatoria se invoca a Cronwell para "conducir sus ejércitos a la
batalla contra la sanguinaria y papista nación de los españoles".
La "leyenda negra fue difundida por los ingleses como arbitrio
político, en una época en que los Habsburgos mandaban sobre
Europa y amenazaban a Inglaterra, entonces una potencia de
segundo orden. Tales diatribas compartían un estado patriótico
generalizado. Y fue registrado por poetas como Tennyson:
Los reinos de España
reino de los diablos, y
los perros de la Inquisición. UNTREF VIRTUAL | 9
¿Qué es el ser
nacional?
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A la inversa, Lope de Vega, llamará a Isabel de Inglaterra "san-
guinaria Jezabel". Las contiendas religiosas del siglo XVII entre
España católica y la Inglaterra disidente, enmascaraban la liza
por el poder mundial, hasta entonces empuñado por España. La
creciente expansión inglesa se atavió de puritanismo, del mismo
modo que la decadencia española de fanatismo católico. En rea-
lidad, lo que estaba en juego era el próximo desplazamiento del
poder naval. Todo esto se entiende por sí mismo. Más difícil es
comprender -tan mezquina es la causa- que las oligarquías crio-
llas después de la emancipación, en lugar de conservar sus orí-
genes, denigrasen sistemáticamente a España a partir de la se-
gunda mitad del siglo XIX, para romper de este modo, no con Es-
paña que ya no era un peligro, sino con ellas mismas desde el
punto de vista del linaje nacional.
Esta infidencia de la oligarquía para su raza y estirpe, histórica
ha tenido efectos duraderos en la cultura argentina. España dejó
de ser parte rectora de un glorioso pasado europeo para descen-
der a menoscabo espiritual, todavía perdurable en muchos ar-
gentinos que recibieron sobre España la idea extranjera que de
sí misma se formó la oligarquía de la tierra -a pesar de su ge-
nealogía española- ligar sus exportaciones al mercado británico.
En tal sentido, este sentimiento antiespañol, es la remota proyec-
ción en el tiempo, de aquella inicial rivalidad entre España e
Inglaterra. Y la denegación de España, de parte de la oligarquía,
en su nuez, no es más que el residuo cultural mortecino de su
servidumbre material al Imperio Británico.
Los pueblos, en cambio, se mantuvieron hispánicos, filiados al
pasado, a la cultura anterior. Lo cual prueba el poder de esa cul-
tura española que la oligarquía repudió para vivir en adelante de
prestado.
España y Europa
De las naciones de Europa, ninguna como España escaló tan
arriba las cumbres del esplendor universal. Pero se generalizó
un siglo -el XIX- que encorva el destino de España, a toda su his-
toria europea. Al mismo tiempo, pero con signo inverso, al pos-
terior poderío inglés, a través de una de las mudas más hipó-
critas y ambiguas del racismo, se lo hipostasió en superioridad
civilizadora de los anglosajones. Asistimos hoy a la declinación
de ese poder, sin duda sobresaliente de Inglaterra, pero nunca
tan grandioso como el que congregó España. La inferioridad de
lo español se convirtió en un lugar común de nuestra educación.
Y coincide con la penetración mercantil inglesa en la América
Hispánica. A raíz de la emancipación, en efecto, junto con las
mercaderías británicas, comerciantes y cronistas, con frecuencia
agentes secretos, escriben sus memorias e impresiones de via-
jes sobre la América Española. Estos transeúntes han influido de
modo decisivo en la historiografía liberal que ha repetido en
español las licencias de escritores de paso como Ricardo Eden,
pasando por Hakluyt, Purchas, Jh. Harris, Knox, D. Henry, hasta
Parish Roberston, Myers, etcétera.
Peregrinas tesis, de mayor vuelo, pero no menos tendenciosas,
se acompañaron desde entonces contra España. El Renaci-
miento -según una de ellas- no penetró en España. Hecho ine-
xacto como lo probó Aubrey Bell. Y se disimuló que la conquista
de América es la más alta manifestación vital de ese Renaci-
miento. O que la figura de Juan Luis Vives es tan importante o
más que la de Erasmo. Se ignoró la deuda -bien asegurada- de
Shakespeare a la literatura española. Y a Shelley, cuyos dioses
fueron Platón y Calderón, según sus palabras. De ese mismo
Shelley que proclamó la grandeza universal de:
"esa majestuosa lengua
que Calderón lanzó sobre el páramo 
de los siglos y de las naciones ..."
A su vez, se tomó lo peor de España. El libro de Joaquín Costa,
sobre el caciquismo español, fue el catecismo de los historia-
dores adversarios de España. Por esta ruta se mintió sobre el
caudillo hispanoamericano. Que fue lo mejor y no lo peor de es-
tas tierras. No bárbaros. Sino expresiones democráticas de las
masas nacionales. Y así en todo.
Hoy mismo, asumir la defensa de España, es en la Argentina,
motivo de resquemores ideológicos. España es el pueblo más UNTREF VIRTUAL | 10
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perfilado de Europa. Un enigma para los europeos. Frente a
España sólo cabe la calumnia o la admiración. No hay alternati-
vas. Entre todos los pueblos de Europa, es culturalmente el más
perfilado, en la medida quizá, que no es enteramente europeo.
Han sido los alemanes quienes más han ahondado sobre Espa-
ña. Esta seducción ejercida sobre España, con el antecedente
de Schopenhauer, traductor de Gracián y admirador de Calderón
y Lope, encuentra investigadores como K. Vossler -a quien aquí
citamos porque no irrita a nuestras "élites"- que ha desautoriza-
do a los enemigos de este pueblo, particularmente a los escri-
tores ingleses, cuyo interés por España, junto a los aciertos par-
ciales de Ticknor y Fitz Maurice Kelly, nunca ha podido librarse del
todo de una intención política aviesa, con antecesores como el
gran historiador Th. Buckle, cuyos juicios malévolos y hasta gro-
tescos sobre España han sido, en buena parte, oficializados en la
América Hispánica por las oligarquías vernáculas del siglo XIX.
Para K. Vossler, España es una cultura viva, racial y espiritual-
mente diversa en su internidad. Estas divergencias, dentro de la
unidad, tuvieron proyección histórico- universal, al fundirse las
características de la nación, con Fernando e Isabel en 1479.
Sometida a sucesivas olas inmigratorias, asiáticas, europeas,
africanas, estas estratificaciones culturales dieron individuos co-
mo Adriano, Marco Aurelio, Lucano, Marcial, Orosio, Quintiliano,
Séneca y tantos otros. Vossler, ha relacionado el espíritu es-
pañol, en parte supranacional, con el paisaje y la historia de
España y explorado las radículas de esa flora en la que el sen-
timiento copioso de la vida se asocia a la ilusión ultraterrena de
un reposo en lo eterno. La cultura europea tiene una inmensa
deuda con el pensamiento judío-arábigo del siglo XII. De los
innúmeros afluentes culturales en que se humedeció España por
razones geográficas y políticas devino el pensamiento religioso y
científico de judíos y mahometanos asociado al cristianismo,
cuyo pináculo europeo, sin perder sus simientes españolas, fue
Spinoza, continuador de Averroes y precursor de Leibnitz, Kant y
Goethe. Voltaire y Renán rindieron justicia a grandes precur-
sores espanoles del pensamiento moderno. Gabriel Tarde insis-
tió sobre la deuda de Francia a España. Este magnífico período
preparatorio fue una especie de anticipo de la ilustración, desde
el neoplatonismo a la mística, que influye en Dante y en no
pocos antecesores del Renacimiento.
La Inquisición misma no puede desprenderse de esta duplicidad
del pensamiento español, místico sí, pero oscilante entre la fe
teologal y la herejía racional. En Unamuno puede comprobarse
este dualismo que inunda como un torrente oscuro y luminoso a
un tiempo el arte español. Este punzón crítico atento en la fe,
chispea en lo picaresco español. No es casual que Cervantes,
Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, que profesaron en
órdenes religiosas, fuesen al unísono realistas de la vida, maes-
tros de una literatura sensual y nítida. Las guerras religiosas con-
tra los árabes fueron morteros tanto delpoder de la Iglesia y el
patriotismo del pueblo, como estímulos contrarios a esa direc-
ción, siempre larvados en el alma española, más cerca de la tole-
rancia que del dogmatismo, y que se expresó en la nunca des-
mentida humanidad del español, en comparación con otros pue-
blos de Europa, magüer su posición absolutista y papista en
materia católica. Este desdoblamiento hace difícil comprender a
España. El espíritu de la contrarreforma, a través del sistema pe-
dagógico y militar de Ignacio de Loyola, refluyó en toda Europa.
La misma Inquisición, institución típicamente española, debe
interpretarse en su faz psicológica, como el candado de esa inse-
guridad del hombre español, intermedio entre la fe y el ateísmo,
temeroso de sí, y, sobre todo, de la propia conciencia heterodo-
xa. Nada más problemático que un pueblo que a sí mismo se
pone cerrojos y los acepta como santos. En las hogueras, el es-
pañol abrazaba su trágica conciencia irreligiosa, su íntimo demo-
nio. A nadie como el español le conviene esta observación de
Novalis: "Es extraño que aún no haya sido descubierta la vincu-
lación interna que existe entre la voluptuosidad, la religión y la
crueldad, y que los hombres no hayan comprendido que entre
estas emociones existe un estrecho parentesco y una comunidad
de tendencias". No hay dudas que la Inquisición quemaba here-
jes. Del mismo modo que en la última guerra civil los españoles
incendiaban monjas. A las dos Españas les gusta el fuego. Y las
cosas van por turno.
A España se la ridiculiza como un leprosario de mendigos, píca-
ros, fanfarrones y nobles de capa caída, o se la sublima con los
arreboles estivales de un romanticismo bochornoso. En ambos
casos, el contorno de España es siempre español. O sea intra-
segable. Lo definido de la cultura española es lo indefinido de su
composición étnica y de su amalgamiento con civilizaciones que
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¿Qué es el ser
nacional?
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en España perdieron lo que les era ínsito. España es el único
país autóctono de Europa, con excepción, quizá, de Rusia, tam-
bién una cultura mesturada y, al mismo tiempo, profundamente
nacional. Todo lo español es ccy1 respecto a Europa español. Y
en parte, por la misma causa, lo hispanoamericano, no es Euro-
pa, sino la América Hispánica. Esto lo presiente el mismo Voss-
ler: "Después de adquirir la independencia política las repúblicas
americanas y debilitados los vínculos económicos que las unían
a España, se ha originado a consecuencia de la desaparición de
relaciones de orden material, un sentimiento depurado de comu-
nidad espiritual y moral, una conciencia cultural que se nos pre-
senta como algo profundamente íntimo y sincero, más puro y
menos lleno de espíritu de competencia que los nexos de unión
que existen entre Inglaterra y la América del Norte. Querer pre-
sentar lo hispánico como factor de 'Real politik' sería prematuro,
pero es indiscutible que entra a formar parte de los imponde-
rables más importantes de la política futura. Por imprecisa y con-
tradictoria que sea aún la ideología del hispanoamericanismo".
España y América
España es un componente real de Hispanoamérica. Parecería
un contrasentido hablar del "ser nacional" argentino y, al mismo
tiempo, filiarlo a la América latina, que no es una nación, sino un
racimo de regiones supuestamente soberanas e, incluso, enco-
nadas por celos nacionales mutuos. Pero si esas fronteras fue-
sen ficticias y esos celos aguijoneados por focos excéntricos del
poder mundial, adversos a nuestro destino común, entonces la
aparente contradicción cedería a la necesidad de revisar nues-
tras creencias adquiridas y, por tanto, el sistema educativo que
nos ha inyectado, desde la infancia, el prejuicio que las naciones
latinoamericanas son autónomas entre sí.
Y en efecto, la verdad es otra. La disposición glomerular de la
América latina, sus países en mosaico, no responde a causas
geográficas, historicas o raciales fatales. La fracturación de la
América latina es una edificación artificial de la Europa del siglo
XIX, en lo esencial, no deseada en el momento de la emancipa-
ción, por los pueblos hispanoamericanos. Y aquí cabe una acla-
ración preliminar. Cuando en este trabajo se habla de la América
latina, nos referimos -sin agotar la distinción- a su realidad eco-
nómica y política presentes. En cambio, cuando designamos la
historia y la cultura de estos pueblos, preferimos hablar de Amé-
rica Hispánica o Iberoamérica. La denominación de América lati-
na, a más de culturalmente imprecisa y cercana, se extendió al
término de la centuria pasada, apoyada por escritores encandila-
dos por Francia, se aclimató finalmente en este siglo XX, bajo el
ascendiente de personajes como Clemenceau o Poincaré, y es
en alguna medida el resabio con cosméticos modernos de aque-
lla inquina hacia España que viene de la política continental euro-
pea de los siglos anteriores, no sólo de parte de Inglaterra, sino
de Francia, interesada por igual en el reparto de los restos del
antiguo Imperio Español en América.
Se contrarió así el sentimiento hispanoamericano de estos pue-
blos que, salvo en los grupos inmigrantes postreros, permanecie-
ron extraños a una "latinidad" irreal. La latinidad no existe. Como
no existe Occidente. Lo mismo puede decirse del concepto de his-
panidad, en el que se entreveran como sombras chinescas de las
ideologías del presente, fantasías religiosas e imperiales con he-
dor a sepulcro. En esta última cuestión cabe decir que el fracaso
de la idea substentada por autores españoles y americanos sobre
el anudamiento económico y cultural de América y España, a fin de
resucitar la antigua conexión histórica, no ha ido más allá de una
infusión de nostalgia monacal y utopismo reaccionario que aún
desvaría con la restauración de un Imperio Católico Hispánico.
España nada puede aportar, por su condición de potencia secun-
daria -y ya lo era con relación a la América Española en los preám-
bulos de la emancipación-, a la liberación de Latinoamérica. Tal li-
beración no es una cuestión de espíritu, sino de máxima concen-
tración económica y militar en una zona del planeta a la cual Es-
paña no pertenece. La misma apatía de España es la prueba de
su impotencia nacional para dar forma a ese ideal, pues también
las naciones se proponen sólo aquellos fines que pueden alcan-
zar. Y la política real impone límites a los sueños. La leyenda
contra España, erigida por los anglosajones, debe ser desarma-
da por los hispanoamericanos, más que por los españoles, y tal
criterio revisionista ha de acicatearse en nuestra realidad, puesto
que el punto de vista nacional de España no es ya el nuestro, La UNTREF VIRTUAL | 12
¿Qué es el ser
nacional?
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tesis verdadera la planteó Unamuno: "España tendrá que recon-
quistarse a sí misma desde América". Y España, en el presente,
no puede hacerlo. Si nocivos son los malentendidos sobre Espa-
ña, no lo son menos los devaneos de un hispanismo que, como
en la Argentina, glorifica a España en el plano trascendente, y
detesta la realidad hispanoamericana, en particular al indio, que
nos debe preocupar, tanto o más que el ingrediente español de
nuestra cultura. Menéndez Pidal, Pi y Sunyer, Unamuno y otros,
lo han entendido así, a despecho de los corifeos del Imperio. De-
masiada atareada en su propia decadencia -lo cual no es negar
un resurgimiento-, España se ha amputado de América, y si alien-
ta imperecederamente en estas tierras es porque la cultura, es
más durable que los avatares recientes de la historia de España.
Esto no modifica los términos. La España que vive en América
es la que respira, a través de la continuidad de las generaciones
históricas, en sus pueblos anónimos, en la posterior inmigración
ibérica y sus hijos, que tampoco son españoles, sino hispanoa-
mericanos. El español en América, a diferencia de otros pueblos
europeos, deja de serlo, y esa es la peculiaridad que lo planta,
como ayer, en la tierra que los mayores conquistaron y sembra-
ron con el espíritu de España y Portugal.Todo iberoamericano se
siente plácido en España. Y todo español en América. Marcelino
Domingo, hace décadas, lo vio como español al visitar Cuba: "La
tercera sensación que América alumbra en el español, es un
apetito insaciable de comprendernos. Apetito en el español que
hoy desea comprender al español de siglos pretéritos. ¿Qué lle-
vaba en el alma el español del siglo XVI que arribó a esas cos-
tas? ¿Qué hizo para que, dejando atrás el tesoro de su religión
y su lengua, perdiera el dominio civil? ¿Qué fue el español que,
dejando en América tan honda huella de las grandezas y mise-
rias de España grandezas y miserias que perduran, acabó por
ser desposeído de todo el haz de la tierra? ¿Qué dejó España en
América que, finalizadas las guerras, cuando la dependencia de
colonia a metrópoli cesaba, era posible entre españoles y ameri-
canos una convivencia social que el tiempo intensifica con rasgos
de cordialidad? ¿Qué conducta debería ser la conducta futura de
España, la vieja metrópoli desangrada y caída, con respecto a es-
tas antiguas colonias que han logrado ejecutorias de soberanía?
Este apetito de comprendernos, revisando los fundamentos de
nuestra historia, de nuestra psicología y de trazar sobre las rui-
nas del imperio deshecho las líneas de una federación, es la sen-
sación que inquieta al espíritu. Esta sensación es el honrado y
humano afán de ver el trozo del mundo sobre el que podemos in-
fluir con ojos de juez, que ven con justicia y con ojos de águila
que ven con magnífica grandeza"
América latina, durante el siglo XIX, fue avasallada por pueblos con
los cuales no tenía ninguna afinidad cultural. Pero esta recusación
mutua, al agravarse la explotación imperialista, ha mantenido ar-
diente el instinto de una diferencia cultural que es el impulso hacia
la unidad del porvenir. Generaciones enteras de hispanoamerica-
nos no los pueblos han adherido al mito de la supremacía anglosa-
jona. El pionero fue Sarmiento. Tanto como el dominio económico,
este fraude espiritual ha sido la obra maestra de las naciones impe-
riales. Pero América Hispánica está presente. Y la experimentamos
"nuestra". Sentimiento que enclaustra una realidad pasada, presen-
te y actual, no consumada en la esfera de la política mundial, pero
siempre rediviva en la conciencia ancestral de Iberoamérica. Tal
hecho emocional es el germen de una nacionalidad en potencia
que rebalsa las fronteras sin causa, y cuya horizontalidad geográfi-
ca tiende por ley histórica a la verticalidad de un sentido. Este na-
cionalismo hispanoamericano ha sido contravenido por nacionalis-
mos locales, que reproducen, parcializados, los intereses agrarios
de las oligarquías nativas hostiles a la unidad continental. Pero Ibe-
roamérica reúne las condiciones de una nación integral. Y el falaz
nacionalismo de las repúblicas sin existencia propia, auspiciado
desde afuera, será sustituido por la conciencia histórica de la
nación iberoamericana.
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¿Qué es el ser
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1 Este no es un retrato exagerado. El órgano representativo de la clase te-
rrateniente argentina, La Nación, abunda en expresiones de esta conciencia
de clase, unida al desdén subrepticio hacia el pueblo. He aquí un ejemplo
digno y despreciable de esta literatura: "El sol cae casi a plomo sobre el pe-
queño lote de terneros, a quienes dinámicos peones asean con afán. El ce-
pillo pasa por donde el vaporizador ha dejado pequeñísimas perlas que re-
flejan la luz y la rasqueta juega con los brillantes pelos y los ordena con arte
primoroso. El futuro actor de la próxima batalla de la consagración está
ajeno a cuanto de él se trata en su redor, inmóvil, como adormilado. Para
todos la faena ya está lista. Para todos menos para el minucioso peón. De
un golpe de vista rápido, ha encontrado algo que a su juicio está demás. Un
rulo. Tijera en mano arremete contra el indeseable 'lunar' de su obra y la
deja perfecta. Toma el cabestro, hace levantar la testa de su torito y avan-
za con él hacia la pista. En el suelo, como huella de su batalla por la estéti-
ca, quedan inútilmente ensortijados, los restos del malhado rulo". (La Na-
ción, 10/5/63.)
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