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El malestar en la cultura (1930 [19291) VI En ninguno de mis trabajos he tenido como en este la sensación de exponer cosas archisabidas, gastar papel y tinta, y hacer trabajar al tipógrafo y al impresor meramen- te para referir cosas triviales. Por eso cojo al vuelo lo que al parecer ha resultado, a saber, que el reconocimiento de una pulsión de agresión especial, autónoma, implicaría una modificación de la doctrina psicoanalítica de las pulsiones. Se demostrará que no hay tal, que tan sólo se trata de dar mayor relieve a un giro consumado hace mucho tiem- po y perseguirlo en sus consecuencias. El conjunto de la teoría analítica ha progresado lentamente; pero de todas sus piezas, la doctrina de las pulsiones es aquella donde más trabajosos resultaron los tanteos de avance.^ Empero, era tan indispensable para el todo, que se debía poner algo en el lugar correspondiente. En el completo desconcierto de los comienzos, me sirvió como primer punto de apoyo el dicho de Schiller, el filósofo poeta: «hambre y amor» mantienen cohesionada la fábrica del mundo.^ El hambre podía considerarse el subrogado de aquellas pulsiones que quieren conservar al individuo, en tanto que el amor pugna por alcanzar objetos; su función principal, favorecida de todas las maneras por la naturaleza, es la conservación de la especie. Así, ai comienzo se contrapusieron pulsiones yoícas y pulsiones de objeto. Para designar la energía de estas úl- timas, y exclusivamente para ella, yo introduje el nombre de libido;'^ de este modo, la oposición corría entre las pul- siones yoicas y las pulsiones «libidinosas» del amor en sen- tido lato,* dirigidas al objeto. Una de estas pulsiones de objeto, la sádica, se destacaba sin duda por el hecho de ' [Se hallará un comentario sobre la historia de la teoría freudiana de las pulsiones en mi «Nota introductoria» a «Pulsiones y destinos de pulsión» (Freud, 1915c), AE, 14, págs. 109 y sigs.] 2 [En «Die Weltweisen».] 3 [En el primero de sus trabajos sobre la neurosis de angustia {1895¿>), AE, 3, pág. 102.] •* [Es decir, en el sentido en que Platón empleaba el término. Cf. Psicología de las masas y análisis del yo (1921c), AE, 18, pág. 94.] 113 que su meta no era precisamente amorosa, y aun era evi- dente que en muchos aspectos se anexaba a las pulsiones yoicas, no podía ocultar su estrecho parentesco con pul- siones de apoderamiento sin propósito libidinoso. Había ahí algo discordante, pero se lo pasó por alto; y a pesar de todo era evidente que el sadismo pertenecía a la vida sexual, pues el juego cruel podía sustituir al tierno. La neurosis se nos presentó como el desenlace de una lucha entre el interés de la autoconservación y las demandas de la libido: una lucha en que el yo había triunfado, mas al precio de graves sufrimientos y renuncias. Todo analista concederá que lo expuesto ni siquiera hoy suena como un error hace tiempo superado. Sí se volvió indispensable una modificación cuando nuestra investiga- ción avanzó de lo reprimido a lo represor, de las pulsiones de objeto al yo. En este punto fue decisiva la introducción del concepto de narcisismo, es decir, la intelección de que el yo mismo es investido con libido, y aun es su hogar originario y, por así decir, también su cuartel general.'' Esta libido narcisista se vuelca a los objetos, deviniendo de tal modo libido de objeto, y puede volver a mudarse en libido narcisista. El concepto de narcisismo nos permitió aprehen- der analíticamente la neurosis traumática, así como muchas afecciones vecinas a las psicosis, y estas mismas. No hacía falta abandonar la interpretación de las neurosis de tras- ferencia como intentos del yo por defenderse de la sexua- lidad, pero el concepto de libido corrió peligro. Puesto que también las pulsiones yoicas eran libidinosas, por un mo- mento pareció inevitable identificar libido con energía pul- sional en general, como ya C. G. Jung había pretendido hacerlo anteriormente. Empero, en el trasfondo quedaba algo así como una certidumbre imposible de fundar toda- vía, y era que las pulsiones no pueden ser todas de la misma clase. Di el siguiente paso en Más allá del principio de placer (\920g), cuando por primera vez caí en la cuenta de la compulsión de repetición y del carácter conservador de la vida pulsional. Partiendo de especulaciones acerca del comienzo de la vida, y de paralelos biológicos, extraje la conclusión de que además de la pulsión a conservar la sus- tancia viva y reuniría en unidades cada vez mayores,*" debía •• [Véase al respecto mi «Apéndice B» al final de El yo y el ello (Freud, 1923¿), AE, 19, pág. 63.] o Es llamativa, y puede convertirse en punto de partida de ulte- riores indagaciones, la oposición que de este modo surge entre la tendencia de Eros a la extensión incesante y la universal naturaleza conservadora de las pulsiones. 114 de haber otra pulsión, opuesta a ella, que pugnara por di- solver esas unidades y reconducirlas al estado inorgánico inicial. Vale decir: junto al Eros, una pulsión de muerte; y la acción eficaz conjugada y contrapuesta de ambas permi- tía explicar los fenómenos de la vida. Ahora bien, no era fácil pesquisar la actividad de esta pulsión de muerte que habíamos supuesto. Las exteriorizaciones del Eros eran har- to llamativas y ruidosas; cabía pensar que la pulsión de muerte trabajaba muda dentro del ser vivo en la obra de su disolución, pero desde luego eso no constituía una prue- ba. Más lejos nos llevó la idea de que una parte de la pulsión se dirigía al mundo exterior, y entonces salía a la luz como pulsión a agredir y destruir. Así la pulsión sería compelida a ponerse al servicio del Eros, en la medida en que el ser vivo aniquilaba a un otro, animado o inanimado, y no a su sí-mismo propio. A la inversa, si esta agresión hacia afuera era limitada, ello no podía menos que traer por consecuencia un incremento de la autodestrucción, por lo demás siempre presente. AI mismo tiempo, a partir de este ejemplo podía colegirse que las dos variedades de pul- siones rara vez —quizá nunca— aparecían aisladas entre sí, sino que se ligaban en proporciones muy variables, vol- viéndose de ese modo irreconocibles para nuestro juicio. En el sadismo, notorio desde hacía tiempo como pulsión parcial de la sexualidad, se estaba frente a una liga de esta índole, particularmente fuerte, entre la aspiración de amor y la pulsión de destrucción; y en su contraparte, el maso- quismo, frente a una conexión de la destrucción dirigida liacia adentro con la sexualidad, conexión en virtud de la cual se volvía hasta llamativa y conspicua esa aspiración de ordinario no perceptible. El supuesto de la pulsión de muerte o de destrucción tropezó con resistencia aun dentro de círculos analíticos; sé que muchas veces se prefiere atribuir todo lo que se en- cuentra de amenazador y hostil en el amor a una bipolaridad originaria de su naturaleza misma. AI comienzo yo había sustentado sólo de manera tentativa las concepciones aquí desarrolladas," pero en el curso del tiempo han adquirido tal poder sobre mí que ya no puedo pensar de otro modo. Opino que en lo teórico son incomparablemente más útiles que cualesquiera otras posibles: traen aparejada esa sim- plificación sin descuido ni forzamiento de los hechos a que aspiramos en el trabajo científico. Admito que en el sa- dismo y el masoquism.o hemos tenido siempre ante nuestros ' [Cf. Más allá ÍÍCI principio de placer (1920^), AE, 18, pág. 58.] 115
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