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70 - Tres ensayos de teoría sexual (punto 5 del cap III, El hallazgo de objeto)

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difícil. A menudo se requiere cierto tiempo para que se rea-
lice esa trasferencia. Durante ese lapso la joven es anestésica. 
Esta anestesia puede ser duradera cuando la zona del clitoris 
se rehusa a ceder su excitabilidad; una activación intensa en 
la niñez predispone a ello. Como es sabido, la anestesia de 
las mujeres no es a menudo sino aparente, local. Son anesté-
sicas en la vagina, pero en modo alguno son inexcitables des-
de el clitoris o aun desde otras zonas. Y después, a estas 
ocasiones erógenas de la anestesia vienen a sumarse todavía 
las psíquicas, igualmente condicionadas por represión. 
Toda vez que logra trasferir la estimulabilidad erógena del 
clitoris a la vagina, la mujer ha mudado la zona rectora para 
su práctica sexual posterior. En cambio, el hombre la con-
serva desde la infancia. En este cambio de la zona erógena 
rectora, así como en la oleada represiva de la pubertad que, 
por así decir, elimina la virilidad infantil, residen las princi-
pales condiciones de la proclividad de la mujer a la neurosis, 
en particular a la histeria. Estas condiciones se entraman en-
tonces, y de la manera más íntima, con la naturaleza de la 
feminidad.̂ ^ 
[y.] El hallazgo de objeto 
Durante los procesos de la pubertad se afirma el primado 
de las zonas genitales, y en el varón, el ímpetu del miembro 
erecto remite imperiosamente a la nueva metí sexual: pe-
netrar en una cavidad del cuerpo que excite la zona genital. 
AI mismo tiempo, desde el lado psíquico, se consuma el ha-
llazgo de objeto, preparado desde la más temprana infancia. 
Cuando la primerísima satisfacción sexual estaba todavía co-
nectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un objeto 
fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo 
más tarde, quizá justo en la época en que el niño pudo for-
marse la representación global de la persona a quien pertene-
cía el órgano que le dispensaba satisfacción. Después la 
pulsión sexual pasa a ser, regularmente, autoerótica, y sólo 
luego de superado el período de latencia se restablece la 
^' [La evolución de la sexualidad en las mujeres fue examinada 
más detenidamente por Freud en cuatro trabaios posteriores: «Sobre 
la i>sicogénesis de un caso de homosexualidad femenina» (1920rf) 
«Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre 
los sexos» (1925/), «Sobre la sexualidad femenina» (1931^) y la 
33* de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis 
(1933ií). — La importancia del clitoris en la niñez fue mencionada 
por él en su carta a Fliess del 14 de noviembre de 1897 (Freud, 
I950d, Carta 75), AE, 1, pág. 312.] 
202 
relación originaria. No sin buen fundamento el hecho de 
mamar el niño del pecho de su madre se vuelve paradigmá-
tico para todo vínculo de amor. El hallazgo {encuentro} de 
objeto es propiamente un reencuentro.^^ 
OBJETO SEXUAL DEL PERÍODO DE LACTANCIA. Pero de es-
tos vínculos sexuales, los primeros y los más importantes de 
todos, resta, aun luego de que la actividad sexual se divorció 
de la nutrición, una parte considerable, que ayuda a preparar 
la elección de objeto y, así, a restaurar la dicha perdida. A lo 
largo de todo el período de latencia, el niño aprende a amar 
a otras personas que remedian su desvalimiento y satisfacen 
sus necesidades. Lo hace siguiendo en todo el modelo de sus 
vínculos de lactante con la nodriza, y prosiguiéndolos. Tal 
vez no se quiera identificar con el amor sexual los sentimien-
tos de ternura y el aprecio que el niño alienta hacia las per-
sonas que lo cuidan; pero yo opino que una indagación psico-
lógica más precisa establecerá esa identidad por encima de 
cualquier duda. El trato del niño con la persona que lo cuida 
es para él una fuente continua de excitación y de satisfacción 
sexuales a partir de las zonas erógenas, y tanto más por el 
hecho de que esa persona —por regla general, la madre— 
dirige sobre el niño sentimientos que brotan de su vida se-
xual, lo acaricia, lo besa y lo mece, y claramente lo toma 
como sustituto de un objeto sexual de pleno derecho.^ La 
madre se horrorizaría, probablemente, si se le esclareciese 
que con todas sus muestras de ternura despierta la pulsión 
sexual de su hijo y prepara su posterior intensidad. Juzga su 
proceder como un amor «puro», asexual, y aun evita con 
cuidado aportar a los genitales del niño más excitaciones que 
las indispensables para el cuidado del cuerpo. Pero ya sabe-
mos que la pulsión sexual no es despertada sólo por excita-
ción de la zona genital; lo que llamamos ternura infalible-
mente ejercerá su efecto un día también sobre las zonas geni-
22 [tiota agregada en 1915:] El psicoanálisis enseña que existen 
dos caminos para el hallazgo de objeto; en primer lugar, el men-
cionado en el texto, que se realiza por apuntalamiento en los modelos 
de la temprana infancia, y en segundo lugar, el narcisista, que busca 
al yo propio y lo reencuentra en otros. Este último tiene particular 
importancia para los desenlaces patológicos, pero cae fuera del con-
texto que tratamos aquí. [El tema es desarrollado en detalle en el 
trabajo de Freud sobre el narcisismo (1914c), AE, 14, págs. 84-6. — 
El párrafo que figura en el texto, escrito en 1905, no parece armo-
nizar con las observaciones que se hacen sobre este tema en las págs. 
181 y 213, escritas en 1915 y en 1920, respectivamente.] 
23 Si alguien considera «sacrilega» esta concepción, que lea el tra-
tamiento que da Havelock Ellis {Das Geschlechtsgefühl, 1903, pág. 
16), casi en el mismo sentido, a las relaciones entre madre e hijo. 
203 
tales. Ahora bien: si la madre conociera mejor la gran im-
portancia que tienen las pulsiones para toda la vida anímica, 
para todos los logros éticos y psíquicos, se ahorraría los auto-
rreproches incluso después de ese esclarecimiento. Cuando 
enseña al niño a amar, no hace sino cumplir su cometido; es 
que debe convertirse en un hombre íntegro, dotado de una 
enérgica necesidad sexual, y consumar en su vida todo aque-
llo hacia lo cual la pulsión empuja a los seres humanos. Sin 
duda, un exceso de ternura de parte de los padres resultará 
dañino, pues apresurará su maduración sexual; y también 
«malcriará» al niño, lo hará incapaz de renunciar tempora-
riamente al amor en su vida posterior, o contentarse con un 
grado menor de este. Uno de los mejores preanuncios de la 
posterior neurosis es que el niño se muestre insaciable en 
su demanda de ternura a los padres; y, por otra parte, son 
casi siempre padres neuropáticos los que se inclinan a brindar 
una ternura desmedida, y contribuyen en grado notable con 
sus mimos a despertar la disposición del niño para contraer 
una neurosis. Por lo demás, este ejemplo nos hace ver que 
los padres neuróticos tienen caminos más directos que el de 
la herencia para trasferir su perturbación a sus hijos. 
ANGUSTIA INFANTIL. LOS propios niños se comportan 
desde temprano como si su apego por las personas que los 
cuidan tuviera la naturaleza del amor sexual. La angustia 
de los niños no es originariamente nada más que la expresión 
de su añoranza de la persona amada; por eso responden a 
todo extraño con angustia; tienen miedo de la oscuridad por-
que en esta no se ve a la persona amada, y se dejan calmar 
si pueden tomarle la mano. Se sobrestima el efecto de todos 
los espantaniños y todos los horripilantes relatos de las niñe-
ras cuando se los hace culpables de producir ese estado de 
angustia. Sólo los niños que tienden al estado de angustia 
recogen tales relatos, que en otros no harán mella; y al estado 
de angustia tienden únicamente niños de pulsión sexual hi-
pertrófica, o prematuramente desarrollada, o suscitada por 
los mimos excesivos. En esto el niño se porta como el adul-
to: tan pronto como no puede satisfacer su libido, la muda 
en angustia; y a la inversa, el adulto, cuando se ha vuelto 
neurótico por una libido insatisfecha, se porta en su angus-
tia como un niño: empezará a tener miedo apenas quede 
solo (vale decir, sin una persona de cuyo amor crea estar 
seguro) ya querer apaciguar su angustia con las medidas 
más pueriles.-^ 
-* Debo el esclarecimiento acerca del origen de la angustia intanfil 
a un varoncito de tres años a quien cierta vez oí rogar, desde la habi-
204 
LA BARRERA DEL INCESTO.--'* Cuando la ternura que los pa-
dres vuelcan sobre el niño ha evitado despertarle la pulsión 
sexual prematuramente —vale decir, antes que estén dadas 
las condiciones corporales propias de la pubertad—, y des-
pertársela con fuerza tal que la excitación anímica se abra 
paso de manera inequívoca hasta el sistema genital, aquella 
pulsión puede cumplir su cometido: conducir a este niño, 
llegado a la madurez, hasta la elección del objeto sexual. 
Por cierto, lo más inmediato para el niño sería escoger como 
objetos sexuales justamente a las personas a quienes desde 
su infancia ama, por así decir, con una libido amortiguada."* 
Pero, en virtud del diferimiento de la maduración sexual, 
se ha ganado tiempo para erigir, junto a otras inhibiciones 
sexuales, la barrera del incesto, y para implantar en él los 
preceptos morales que excluyen expresamente de la elección 
de objeto, por su calidad de parientes consanguíneos, a las 
personas amadas de la niñez. El respeto de esta barrera es 
sobre todo una exigencia cultural de la sociedad: tiene que 
impedir que la familia absorba unos intereses que le hacen 
falta para establecer unidades sociales superiores, y por eso en 
todos los individuos, pero especialmente en los muchachos 
adolescentes, echa mano a todos los recursos para aflojar los 
lazos que mantienen con su familia, los únicos decisivos en 
la infancia.*' 
tflción donde lo habían encerrado a oscuras: «Tía, habíame; tengo 
miedo porque está muy oscuro». Y la tía que le espeta: «¿Qué ganas 
con eso? De todos modos no puedes verme». A lo cual respondió el 
niño: «No importa, hay más luz cuando alguien habla». Por tanto, 
no tenía miedo a la oscuridad sino por el hecho de que echabí de 
menos a una persona querida, y pudo prometer que se apacigtwiía 
tan pronto como recibiera una prueba de su presencia. [Agregado en 
1920:] El hecho de que la angustia neurótica nace de la libido, es un 
producto de la trasmudación de esta y mantiene con ella la relación 
del vinagre con el vino es uno de los resultados más significativos de 
la investigación psicoanalítica. Para un ulterior examen de este pro-
blema, véanse mis Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-
17), 25' conferencia, aunque tampoco allí, es preciso confesarlo, se 
alcanzó el esclarecimiento definitivo. [Para las últimas concepciones 
de Freud sobre el tema de la angustia, véanse Inhibición, stnfoma y 
angustia (1926¿) y la 32' de las Nuevas conferencias de introducción 
al psicoanálisis (1933ÍÍ).] 
^^ [Este subtítulo fue omitido, probablemente por error, en la-; edi-
ciones posteriores a 1924.] 
^ [Ñola agregada en 1915:] Cf. lo dicho en págs. 181-2 sobre la 
elección de objeto en los niños y la «corriente tierna». 
~" [Nota agregada en 1915:] La barrera del incesto se cuenta pro-
bablemente entre las adquisiciones históricas de la humanidad, y, al 
igual que otros tabúes morales, quizás esté fijada en muchos indi-
viduos por herencia orgánica. (Cf. mi trabajo Tótem y tabú, 1912-
13.) Empero, la indagación psicoanalítica muestra la intensidad con 
que los individuos deben luchar aún contra la tentación del incesto 
205 
pero la elección de objeto se consuma primero en la [es-
fera de la] representación; y es difícil que la vida sexual 
del joven que madura pueda desplegarse en otro espacio de 
juego que el de las fantasías, o sea, representaciones no des-
tinadas a ejecutarse."** A raíz de estas fantasías vuelven a 
en las diversas etapas de su desarrollo, y la frecuencia con que lo 
trasgreden en sus fantasías y aun en la realidad. — [Si bien esta es la 
primera vez que el «horror al incesto» aparece en una publicación de 
Freud, él ya lo había examinado el 31 de mayo de 1897 (Freud, 1950Í7, 
Manuscrito N), AE, 1, pág. 299, o sea, algunos meses antes que tu-
viera su primera revelación del complejo de Edipo. También en ese 
manuscrito da razón de él aduciendo como fundamento el hecho de 
que el incesto es «antisocial».] 
28 [Nota agregada en 1920:] Las fantasías del período de la pu-
bertad prosiguen la investigación sexual abandonada en la infancia, 
aunque también se extienden un poco hasta el período de latencia. 
Pueden mantenerse inconcientes en su totalidad o en gran parte, y 
por eso a menudo no se las puede datar con exactitud. Tienen gran 
importancia para la génesis de diversos síntomas, pues proporcionan 
directamente los estadios previos de estos, vale decir, establecen las 
formas en que los componentes libidinales reprimidos hallan su satis-
facción. De igual modo, son los moldes de las fantasias nocturnas que 
devienen concientes en calidad de sueños. Estos últimos a menudo no 
son otra cosa que reanimaciones de tales fantasías bajo el influjo de 
un estímulo diurno que quedó pendiente de la vigilia, y por apunta-
lamiento en él («resto diurno»). [Cf. La interpretación de los sueños 
(1900<i), AE, 5, págs. 489-90.] Entre las fantasías sexuales del período 
de la pubertad, sobresalen algunas que se singularizan por su uni-
versalidad y su considerable independencia de lo vivenciado por el 
individuo. Así, las fantasías de espiar con las orejas el comercio sexual 
de los padres, de la seducción temprana por parte de personas amadas, 
de la amenaza de castración [véase el examen de las «fantasías pri-
mordiales» en la 23' de las Conferencias de introducción al psicoaná-
lisis (1916-17)], aquellas cuyo contenido es la permanencia en el 
vientre materno y aun las vivencias que allí se tendrían, y la llamada 
anovela familiar», en la cual el adolescente reacciona frente a la dife-
rencia entre su actitud actual hacia los padres y la que tuvo en f" 
infancia. Q)n relación a este último ejemplo, Otto Rank (1909) ha 
demostrado los estrechos vínculos de estas fantasías con los mitos. 
[Véase también el trabajo del propio Freud sobre «La novela familiar 
de los neuróticos» (1909c), y el historial clínico del «Hombre de las 
Ratas» (1909¿), AE, 10, págs. 162-3.] 
Se ha dicho con acierto que el complejo de Edipo es el compiejo 
nuclear de las neurosis, la pieza esencial del contenido de estas. En él 
culmina la sexualidad infantil, que, por sus consecuencias, influye 
decisivamente sobre la sexualidad del adulto. A todo ser humano 
«ue nace se le plantea la tarea de dominar el complejo de Edipo; el 
aue no puede resolverla, cae en la neurosis. El progreso del trabajo 
psicoanalítico ha destacado con trazos cada vez más nítidos esta im-
portancia del complejo de Edipo; su reconocimiento ha pasado a ser 
el shibbólet que separa a ios partidarios del análisis de sus oponentes. 
{Alude a Jueces, 12:5-6; los galaaditas distinguían a sus enemigos, los 
efraimitas, porque estos no podían pronunciar «ífcibbólet»; decían 
«íibbólet».} 
{Agregado en 1924:] En otra obra (1924), Rank recondujo el 
vínculo con la madre a la prehistoria embrionaria, y así demostró el 
fundamento biológico del complejo de Edipo. Apartándose de lo 
206 
emerger en todos los hombres las inclinaciones infantiles, 
sólo que ahora con un refuerzo somático. Y entre estas, en 
primer lugar, y con la frecuencia de una ley, la moción se-
xual del niño hacia sus progenitores, casi siempre ya dife-
renciada por la atracción del sexo opuesto: la del varón 
hacia su madre y la de la niña hacia su padre.-" Contempo-
ráneo al doblegamiento y la desestimación de estas fantasías 
claramente incestuosas, se consuma uno de los logros psí-
quicos más importantes, pero también más dolorosos, del pe-
ríodo de la pubertad: el desasimiento respecto de la auto-
ridad de los progenitores, el único que crea la oposición, 
tan importante para el progreso de la cultura, entre la nue-
va generación y la antigua. Un número de individuos se 
queda retrasado en cada una de las estaciones de esta vía 
de desarrollo que todos debenrecorrer. Así, hay personas 
que nunca superaron la autoridad de los padres y no les 
retiraron su ternura o lo hicieron sólo de modo muy parcial. 
Son casi siempre muchachas: de tal suerte, para contento de 
sus progenitores, conservan plenamente su amor infantil mu-
cho más allá de la pubertad. Y resulta muy instructivo en-
contrarse con que a estas muchachas, en su posterior matri-
monio, se les ha quebrantado la capacidad de ofrendar a 
sus esposos lo que es debido. Pasan a ser esposas frías y 
permanecen sexualmente anestésicas. Esto enseña que el amor 
a los padres, no sexual en apariencia, y el amor sexual se 
alimentan de las mismas fuentes; vale decir: el primero co-
rresponde solamente a una fijación infantil de la libido. 
A medida que nos aproximamos a las perturbaciones más 
profundas del desarrollo psicosexual, más inequívocamente 
resalta la importancia de la elección incestuosa de objeto. 
En los psiconeuróticos, una gran parte de la actividad psi-
cosexual para el hallazgo de objeto, o toda ella, permanece 
en el inconciente. Para las muchachas que tienen una exa-
gerada necesidad de ternura, y un horror igualmente exage-
rado a los requerimientos reales de la vida sexual, pasa a 
ser una tentación irresistible, por un lado, realizar en su 
vida el ideal del amor asexual y, por el otro, ocultar su li-
bido tras una ternura que pueden exteriorizar sin au torre-
proches, conservando a lo largo de toda su vida la inclina-
ción infantil, renovada en la pubertad, hada los padres o 
hermanos. El psicoanálisis puede demostrarles sin trabajo a 
que digo en este texto, deriva la barrera del incesto de la impresión 
traumática provocada por la angustia del nacimiento. [Véase Inhibi-
ción, síntoma y angustia (1926¿), capítulo X.] 
- ' Véanse mis puntualizaciones sobre el hado inevitable en la 
fábula de Edipo {La interpretación de los sueños ( 1900IÍ) [AE. 4, 
págs. 270 y sigs.]). 
207 
estas personas quq. están enamoradas, en el sentido corrien-
te del término, de esos parientes consanguíneos suyos; lo hace 
pesquisando, con ayuda de los síntomas y otras manifesta-
ciones patológicas, sus pensamientos inconcientes, y tradu-
ciéndolos a pensamientos concientes. También en aquellos 
casos en que una persona, antes sana, enferma después de su-
frir una experiencia de amor desdichada, se puede descubrir 
con certeza, como mecanismo de su enfermedad, la rever-
sión de su libido a las personas predilectas de la niñez. 
EFECTOS POSTKRIORES DI: LA IÍLECCIÓN INFANTIL DE OB-
JETO. Ni siquiera quien ha evitado felizmente la fijación in-
cestuosa de su libido se sustrae por completo de su influen-
cia. El hecho de que el primer enamoramiento serio del 
joven, como es tan frecuente, se dirija a una mujer madura, 
y el de la muchacha a un hombre mayor, dotado de auto-
ridad, es un claro eco de esta fase del desarrollo: pueden 
revivirles, en efecto, la imagen de la madre y del padre."*" 
Quizá la elección de objeto, en general, se produce median-
te un apuntalamiento, más libre, en estos modelos. El va-
rón persigue, ante todo, la imagen mnémica de la madre, 
tal como gobierna en él desde el principio de su infancia; y 
armoniza plenamente con ello que la madre, aún viva, se 
revuelva contra esta renovación suya y le demuestre hosti-
lidad. Dada esta importancia de los vínculos infantiles con 
los padres para la posterior elección del objeto sexual, es 
fácil comprender que cualquier perturbación de ellos haga 
madurar las más serias consecuencias para la vida sexual adul-
ta; ni siquiera los celos del amante carecen de esa raíz in-
fantil o, al menos, de un refuerzo proveniente de lo infantil. 
Desavenencias entre los padres, su vida conyugal desdichada, 
condicionan la más grave predisposición a un desarrollo se-
xual perturbado o a la contracción de una neurosis por parte 
de los hijos. 
La inclinación infantil hacia los padres es sin duda la más 
importante, pero no la única, de las sendas que, renovadas 
en la pubertad, marcan después el camino a la elección de 
objeto. Otras semillas del mismo origen permiten al hom-
bre, apuntalándose siempre en su infancia, desarrollar más 
de una serie sexual y plasmar condiciones totalmente varia-
das para la elección de objeto.'" 
•'" [Nota agregada en 1920:1 Véase mi ensayo «Sobre un tipo 
particular de elección de objeto en el hombre» (1910é). 
=" [Nota agregada en 1915:] Innumerables particularidades de la 
vida amorosa de los seres humanos, así como el carácter compulsivo 
del enamoramiento mismo, sólo pueden comprenderse por referencia 
a la infancia y como efectos residirales de cH.i. 
208 
PREVENCIÓN DE LA INVERSIÓN. Una de las tareas que 
plantea la elección de objeto consiste en no equivocar el 
sexo opuesto. Como es sabido, no se soluciona sin algún 
tanteo. Con harta frecuencia, las primeras mociones que 
sobrevienen tras la pubertad andan descaminadas (aunque 
ello no provoca un daño permanente). Dessoir [1894] hizo 
notar con acierto la ley que se trasparenta en las apasionadas 
amistades de los adolescentes, varones y niñas, por los de 
su mismo sexo. El gran poder que previene una inversión 
permanente del objeto sexual es, sin duda, la atracción re-
cíproca de los caracteres sexuales opuestos; en el presente 
contexto no podemos dar explicación alguna acerca de estos 
últimos.^'- Pero ese factor no basta por sí solo para excluir 
la inversión; vienen a agregarse toda una serie de factores 
coadyuvantes. Sobre todo, la inhibición autoritativa de la 
sociedad: donde la inversión no es considerada un crimen, 
puede verse que responde cabalmente a las inclinaciones se-
xuales de no pocos individuos. Además, en el caso del va-
rón, cabe suponer que su recuerdo infantil de la ternura 
de la madre y de otras personas del sexo femenino de quie-
nes dependía cuando niño contribuye enérgicamente a diri-
gir su elección hacia la mujer;^^ y que, al mismo tiempo, 
el temprano amedrentamiento sexual que experimentó de 
parte de su padre, y su actitud de competencia hacia él, lo 
desvían de su propio sexo. Pero ambos factores valen tam-
bién para la muchacha, cuya práctica sexual está bajo la par-
ticular tutela de la madre. El resultado es un vínculo hostil 
con su mismo sexo, que influye decisivamente para que la 
elección de objeto se haga en el sentido considerado nor-
mal. La educación de los varones por personas del sexo mas-
culino (esclavos, en el mundo antiguo) parece favorecer la 
homosexualidad; la frecuencia de la inversión en la nobleza 
de nuestros días se vuelve tal vez algo más comprensible 
si se repara en el empleo de servidumbre masculina, así 
como en la escasa atención personal que la madre prodiga 
a sus hijos. En muchos histéricos, la ausencia temprana de 
uno de los miembros de la pareja parental (por muerte, di-
2̂ [Nota agregada en 1924:] En este lugar cumple mencionar un 
libro de Ferenczi (Versuch einer Genitaltheorie, 1924), obra sin 
duda de fantasía desbordante, pero agudísima, en que la vida sexual 
de los animales superiores es deducida de la historia de su evolución 
biológica. 
33 [El resto de esta oración, y las dos que siguen, datan de 1915. 
En las ediciones de 1905 y 1910 ocupaba su lugar el siguiente pasaje: 
«mientras que en la niña, que de todos modos ingresa en un periodo 
de represión con la pubertad, mociones de rivalidad contribuyen a 
apartarla del amor por las de su mismo sexo».] 
209 
vorcio o enajenación recíproca), a raíz de la cual el miembro 
restante atrajo sobre sí todo el amor del niño, resulta ser la 
condición que fija después el sexo de la persona escogida 
como objeto sexual y, de esta manera, posibilita una inver-
sión permanente. 
210

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