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Cómo superar en diez días los ataques de pánico y ansiedad Reeduca tu propio cuerpo, sin medicación ni efectos secundarios, y deja de tener miedo MAYA RUIBARBO Nota Legal Copyright © 2015 Maya Ruibarbo ISBN CDLAP00003224 Todos los derechos reservados. Incluyendo el derecho de reproducir este libro o fragmentos de él, en cualquier forma. Ninguna parte de este texto puede ser reproducida en ninguna forma ni formato sin el permiso escrito de la autora. Límite de responsabilidad / Exención de garantía: Si bien el editor y la autora han utilizado sus mejores esfuerzos en la preparación de este libro, no pueden ofrecer ninguna garantía legal ni formal con respecto a la exactitud o integridad de los contenidos de este libro y niegan específicamente cualquier garantía implícita de comerciabilidad o idoneidad para un propósito particular. No se ofrece por tanto ninguna garantía ni creada ni ampliada con vistas a las ventas ni a los contenidos de los materiales escritos. Los consejos y estrategias contenidas en el presente documento son fruto de la experiencia personal de la autora, y de parientes y otras personas cercanas a ella. Por eso pueden no ser adecuados para su situación. Úselos siempre bajo su propia responsabilidad. Se sugiere y aconseja consultar con un profesional de la Medicina donde lo considere apropiado. Ni el editor ni el autor será responsable de cualquier consecuencia o cualquier daño personal o comercial, incluyendo pero no limitado a daños especiales, incidentales, consecuentes, o de otro tipo. Tabla de Contenidos INTRODUCCIÓN: Convertida En 5 Minutos En Una Ruina Viviente CAPÍTULO 1: ¿Qué Me Está Pasando? Aprende A Lo Que Te Enfrentas Encuentra la solución con la que no contabas Los remedios que te ofrece el mercado Truco 1: El mismo de Sherlock Holmes: atar cabos CAPÍTULO 2: Voy A Morirme, ¿Verdad? El miedo que no es tal miedo El método infalible de las leyes de la robótica CAPÍTULO 3: De Buenas Intenciones Está Empedrado El Infierno La doctora "Que viene el Coco" Activando la primera directiva para sobrevivir CAPÍTULO 4: Mierda, Se Ha Puesto En Marcha. ¿Cómo Lo Paro? Aprende a manejar a tu niñito rebelde CAPÍTULO 5: No hay marcha atrás; entonces, hacia adelante Truco 2: Activar el monólogo interior. A tu favor y cuanto antes Sabes que no es nada físico. La vía mental CAPÍTULO 6: Tres minutos me devolvieron a la vida Situaciones de vida o muerte La mejor defensa es un buen ataque Qué hacer cuando el cuerpo está soprepasado Truco 3: la tercera reacción válida, la parálisisel CAPÍTULO 7: Un túnel que hay que atravesar La medicina definitiva: Si no puedes pararlo, aceléralo Se acabaron los truquitos de magia CONCLUSIÓN Introducción Convertida en una ruina viviente Si no hay riesgo, no hay diversión. No se puede vivir a tope si no te juegas algo. Paul Auster Me sentía exultante aquel 8 de septiembre de 2013. Por primera vez después de dos meses de ingreso hospitalario, cirugía y convalecencia, volvía a ser yo misma y a recuperar las riendas de mi vida. Me había puesto en camino hacia la casa de mis abuelos en el occidente de la región, mi lugar favorito en el mundo. Allí esperaba acabar de recargar mis pilas y disfrutar de largos paseos bajo el sol otoñal con mis perros, amenas charlas al anochecer con mis cariñosas tías y todos los placeres que puede brindar el campo a una urbanita. Gracias a la Autovía del Cantábrico, puesta en servicio hace pocos años, tan solo era cuestión de hora y media de conducción relajada, y me dejaba como quien dice a la puerta de mi destino. Estaba a punto de abandonar el área central de la región y de adentrame en el occidente asturiano, que llegaba hasta Galicia. El DVD reproducía una alegre canción de la década de los 60 del siglo pasado. Y entonces ocurrió. Mis manos empezaron a temblar. Primero fue solo una sensación molesta. Un embotamiento que me molestaba al sujetar el volante. Pero en segundos fue a más. Advertí horrorizada que empezaban a paralizarse. Ya no podía mover los dedos, era como llevar guantes de boxeo. Probé a tratar de mover el volante con el dorso de mi mano. A continuación mis pies y piernas también dejaron de funcionar, y se paralizaron. El vehículo seguía lanzado a más de 120 kilómetros por hora, y había otros coches pasando a mi lado. Me adelantaban ignorantes de que en cualquier momento podía ocurrir una catástrofe. Yo ya no podía manejar mi automóvil. No podía frenar con el pie, porque mi pierna se negaba a obedecer mis órdenes. Y con la mano convertida en lo que me parecía un bloque inerte, era incapaz de alcanzar el freno de mano. Además, mis brazos parecían tener empeño en pegarse a mi cuerpo. Y el coche continuaba moviéndose. Allí empezó mi odisea, la que durante los dos meses siguientes me convertiría de una mujer emprendedora e independiente, que siempre había tomado sus propias decisiones, en una ruina viviente. Pero salí. Este es el relato de cómo lo logré. Lo escribo porque espero que pueda ayudar a muchas personas que están pasando por las mismas o similares circunstancias. Si ese es tu caso, y por eso estás leyendo esta introducción, bienvenido / bienvenida. La mala noticia es que, si padeces ataques de ansiedad, también conocidos como ataques de pánico, tendrás que adentrarte en el corazón de las tinieblas. La buena es que hay salida, y es igual de rápida y directa que la entrada. Ante todo debo pedirte que tengas paciencia conmigo al leer este libro. En ocasiones, o quizá incluso la mayor parte del tiempo, te parecerá que no vas a ninguna parte, y que lo único que hacemos es regocijarnos en la desgracia. Créeme, no es así. Lo he escrito de esta forma a propósito, porque creo que tengo que compartir contigo todo el proceso por el que pasé yo, sino al llegar a la solución final no podrás entenderla, y mucho menos aplicarla y quedar libre, como corresponde. Es necesario que vayamos como Pulgarcito, recogiendo una a una las miguitas perdidas en el camino, para llegar a casa. En este caso el hogar se halla en el punto en que te verás libre de esos horrendos ataques para siempre. Rápidamente. Sin secuelas. Sin medicinas. Por ti misma. Solo con tu valor y capacidad de reacción, que llevas incorporados. De modo que para sacar el máximo provecho de este libro y lograr lo que pretendes, librarte de esos ataques de pánico de una vez por todas, te recomiendo que lo leas en orden secuencial, con calma. Tranquilo o tranquila, no tardarás mucho. El texto es breve y se lee con facilidad. Tú solo tendrás que adaptarlo en tu mente a tus propias circunstancias personales. Y proceder a la acción. Nada será para mí mayor recompensa que ayudarte a librarte de esos terrores que asolan tu vida. Incluso si has logrado evitar las circunstancias para que no se repitan en mucho tiempo, tú y yo sabemos que el miedo sigue ahí, latente, y que te lastrará hasta el final de tus días a menos que hagas algo. ¿Quieres ser una persona permanentemente tocada con una maldición? No, claro que no. Dedícame una tarde o dos. Y déjame guiarte de la mano por el túnel del terror. Hasta el otro lado. Maya Ruibarbo Capítulo 1: ¿Qué me está pasando? Tenía la sensación de haber hecho algo mal, de haber roto el regular transcurso del tiempo. Paolo Giordano No lo supe hasta varios días más tarde. Después de haberme salvado de milagro en la autovía –luego contaré cómo lo hice y cómo ya desde el principio se puso de manifiesto una de las características principales de los ataques de pánico: no matan-, acudí a las Urgencias del Hospital Central, acompañada por mi madre. Del tan esperado viaje al Occidente tuve que olvidarme. En mi mente empezaba a gestarse un incipiente miedo al automóvil que se manifestaría a lo grande en las siguientes semanas. Un interno aprendiz pensó que a lo mejor me faltaba fósforo (¿o era potasio?) cuando le conté lo que había ocurrido con mis extremidades. Claro que tenía la mejor intención cuando me recetó suplementos vitamínicos, pero el caso es que lo únicoque se logró fue alargar durante unos días más mi calvario. Y que no me quejo. Hay personas a las que los ataques de pánico se les repiten durante toda la vida. Ni la medicina tradicional, ni la alternativa, te van a dar una solución efectiva. PORQUE NO LA HAY. Así de simple. La solución con la que no contabas, pero que tienes a mano Pero tranquilo. O tranquila. Porque en realidad sí que hay solución. Y funciona siempre. TÚ. Ahora estarás pensando que eso son paparruchas, ‘ganchos’ para venderte este libro con una psicología barata de mercadillo. Pero no es cierto. Lo que digo es verdad. Yo era la primera que no creía en este método. Después de varias semanas en que conducir se convirtió para mí en una verdadera tortura –cuando antes era el mayor de los placeres-, y en que estuve a punto de perder la vida en varias ocasiones, me considero una de las mayores expertas mundiales en ataques de pánico. Lo digo así, sin rebozo. Porque mi conocimiento viene de la dura experiencia, que es la mejor maestra. Sé lo que es el miedo pánico. Aún recuerdo el terror que sentí al darme cuenta de que todo mi cuerpo empezaba a paralizarse poco a poco, como si me hubiera convertido en parapléjica de repente. Apenas tuve tiempo de salirme de la calle en pleno centro de la ciudad, y aparcar como pude en una zona reservada para autobuses. Traté de abrir la puerta del coche porque me ahogaba, pero para entonces ni mis manos, ni mis brazos, ni mis piernas, ni mis pies, me respondían. La parálisis seguía invadiéndome poco a poco. ¿Qué pasará cuando llegue a la cabeza?, pensé aterrorizada. Y eso que ese era uno de mis buenos días. Yo soy muy terca, siempre lo he sido. Y me empeñé en seguir conduciendo todos los días. Aunque tenía un miedo cerval. Aunque los ataques habían dejado de limitarse al ámbito de mi automóvil, y ahora se producían en cualquier sitio bajo techo. Pero sabía que si me rendía, que si empezaba a dejar de ponerme al volante, nunca sería capaz de conducir de nuevo. Ya les había pasado a otras personas. Quedaría incapacitada para siempre, porque para mí el coche siempre ha sido una prolongación de mí misma, uno de los lugares donde más he disfrutado de la tierra, conociendo sitios nuevos, y recorriendo una y otra vez embrujadores caminos y carreteras secundarias por la zona rural sin rumbo. Diagnosticarme los ataques de ansiedad tardó varias días, y tuvo que ser otra vez en Urgencias, cuando mi madre me llevó como pudo en su coche, con todos los síntomas de un falso ataque al corazón. Me lancé entonces, como hago siempre que tengo un problema, a una búsqueda intensiva por Internet. También, desde las Urgencias, solicité hora para una psiquiatra de la Seguridad Social. Los remedios que te ofrece el mercado Lo que leía desde Google era desalentador. Remedios parciales Psicotrópicos, entre ellos antidepresivos y ansiolíticos. Meditaciones y relajaciones Técnicas esotéricas para que el alma perdida regresara Pero todo este proceso sirvió para que empezara a atar cabos. La psiquiatra, aunque tampoco me solucionó el problema, aportó asimismo su granito de arena cuando no pareció darle mucha importancia a lo que me pasaba. Me dijo que cuando empezara uno de aquellos ataques sencillamente aparcara a un lado de la carretera, cogiera una bolsita de plástico o similar, y respirara dentro de ella hasta que me normalizara. El hecho de respirar dentro de una bolsa hace que se retenga más dióxido de carbono y mejore la alcalosis ocasionada por hiperventilación. Era más fácil decirlo que hacerlo. Para empezar tenía que sacar la bolsita del bolso y, en medio del ataque, eso para mí resultaba imposible. Los brazos se me paralizaban y se me pegaban al tronco en cuestión de segundos. Probé a respirar directamente dentro del bolso inclinando la cabeza, pero una o dos veces me olvidé de mantener el bolso abierto, con una abertura bien visible, cuando salía en coche, de forma que no fui capaz al llegar el momento de la crisis de meter la cabeza en su interior. Me quedé allí, tumbada sobre el asiento como un pingüino desarbolado inútil, llorando a moco tendido, y pensando que, por alguna razón inexplicable, la vida había decidido quitarme mi futuro. El truco de Sherlock Holmes, atar cabos No obstante, justo cuando más negro se adivinaba el porvenir, dos o tres señales empezaron a indicarme el proceso. Cuando comencé a atar cabos. Yo no lo sabía entonces, pero acababa de iniciar el camino de regreso desde el Corazón de las Tinieblas. Capítulo 2 Voy a morirme, ¿verdad? No te creas todo lo que piensas. . Anónimo Eso fue lo que pensé en aquella dichosa Autovía del Cantábrico, cuando por primera vez mis manos y pies se paralizaron. Busqué una salida, pero la distancia que aún tenía que recorrer –dos o tres kilómetros- parecía eterna. Justo en aquel tramo, además, no había arcén. Tampoco me habría valido para mucho, porque con las manos agarrotadas en forma de puños, no veía cómo iba a cambiar a una marcha más corta para aparcar. Utilicé los puños sobre el volante para dar un volantazo cuando llegué a la desviación. Y allí me precipité a una velocidad excesiva hacia una rotonda. Mi suerte perra hizo que una patrulla de la guardia civil estuviera en aquel momento allí de vigilancia. Genial, pensé, ojalá vengan e intenten multarme, así puede que me ayuden a parar este dichoso coche. Entre nosotros, ha sido la primera vez que me he alegrado de ver a una patrulla de la Guardia Civil en carretera. Pero entonces apareció mi vieja amiga la ley de Murphy (“todo lo que puede salir mal, irá aún peor de lo que te imaginas”) y, pese a mi ligero zizagueo al avanzar, la velocidad ligeramente excesiva con la que salté a la rotonda, y mi rostro ligeramente descompuesto, los agentes no parecieron dar señales de alarma y ni siquiera miraron en mi dirección. ¡Maldita sea! Con los puños como guía, me adentré por la antigua carretera nacional, y llegué a un aparcamiento de un bar restaurante. Estaba saturado de camiones, pero aún quedaba espacio de sobra para maniobrar. Con mis últimas fuerzas, porque mis puños dolían a lo bestia cada vez que los usaba para girar el volante, tiré el coche en un hueco entre camiones. Ni me molesté en poner punto muerto. Sencillamente apreté el freno con la pierna-bota que me había salido. Y desconecté el contacto. Llamar a mis padres para que recorrieran 30 kilómetros para venir a buscarme fue otra odisea. Mis manos seguían inertes y paralizadas. Menos mal que acerté a pulsar con el canto de la mano el número que tenía registrado en la memoria del teléfono. Curiosamente, cuando llegaron me sentí mejor, más protegida. Mejoré tanto en cuestión de segundos que pude ir detrás de su coche todo el camino de vuelta, conduciendo yo con mi madre al lado. Inconscientemente, y debido a mi mentalidad de periodista, empecé a recopilar información. Te recomiendo que tú hagas lo mismo antes de lanzarte al ruedo. Lo de lanzarte al ruedo viene por el ‘truquito’ que te explicaré unas pocas páginas más adelante y que te servirá para librarte de los ataques de pánico para siempre. RECAPITULEMOS: ➢ ¿Qué es lo que caracteriza a todos los ataques de pánico o ansiedad? ¿Qué es lo que todos tienen en común, independientemente de que se manifiesten de las formas más variopintas, dependiendo del individuo que los sufra? EL MIEDO. Miedo en estado puro, miedo pánico, terror. En un primer momento, miedo porque no sabemos lo que nos está pasando. Luego, una vez superado como podemos el primer ataque, o los primeros ataques, el miedo inicial se transforma en MIEDO AL MIEDO. Miedo a que se repitan los ataques. No queremos volver a pasar por eso, NUNCA MÁS. La mayoría optan por hacer lo que sea por evitarlo. Escogen no volver a conducir, si es el coche el que desencadena la reacción que tanto los atemoriza; o dejar un trabajo donde el estrés les sobrepasa; o no volver a montar en ascensor, porque allí tuvo lugar el primer ataque. Les cuentoel caso de una chica que conocí brevemente en una empresa para la que trabajé. Me contrataron precisamente para sustituirla, y me relataron su historia. Luego tuve ocasión de verla en persona cuando se vio obligada a acudir una vez más al lugar de trabajo para firmar el finiquito. Salió disparada en cuanto pudo. Eran los tiempos de justo antes de la crisis. La gente aún no aguantaría lo que fuera con tal de conservar su puesto de trabajo. Pero los síntomas estaban allí. La empresa acumulaba muchas deudas y solo era cuestión de meses que el efecto dominó se la llevara por delante, a ella y a otras muchas. Los acreedores ya habían empezado a llamar. Y el gerente presionaba como nunca al departamento financiero para cuadrar los números. Unos números que no había posibilidad de cuadrar, porque la solución dependía del exterior, de que los clientes pagasen lo que debían a la empresa. Si los clientes no nos pagaban, nosotros no podíamos pagar a los proveedores. Tan sencillo como eso. Pero esta chica de la que hablo era responsable. Y cumplidora. Se empeñó en satisfacer las directrices que se le daban. Hizo cuadros de Excel y más cuadros y tablas buscando la forma de reducir costes y solucionar el desequilibrio entre gastos e ingresos. Nada funcionaba, por supuesto. Y el estrés se iba acumulando a medida que ella recibía regañiñas de su patrón por no cumplir unas expectativas demenciales. Los cuadros y estadísticas y previsiones se acumulaban sin orden ni concierto en su mesa. El barullo de su cabeza y de la oficina en general no dejaba de aumentar. Los acreedores se volvían más y más insistentes, y el teléfono no dejaba de sonar. Por orden de su jefe, ella tenía que mentir y dar largas, mientras buscaba una salida al laberinto. Su sistema nervioso aguantó una sobrecarga bestial durante varios meses, a punto de explotar. Y efectivamente, cuando ya no pudo más, explotó. Fue en el aparcamiento de la empresa, cuando ella salía de una de esas maratonianas y enloquecidas jornadas de trabajo. Su cuerpo reprodujo a la perfección, hasta el mínimo detalle, los síntomas y sufrimientos de un ataque al corazón. Tras ser sometida a un exhaustivo reconocimiento médico, pese a no tener ninguna dolencia física, obtuvo la baja médica de forma inmediata. Al poco tiempo renunció a su puesto de trabajo. No se veía capaz de volver al potro de tortura en que se había convertido su empleo en los últimos tiempos. Y, sobre todo, no quería volver a experimentar un ataque como el vivido. Esa era su principal motivación. El miedo que no es tal miedo Repetimos: la primera vez que se produce el ataque de ansiedad el miedo es por lo que nos está sucediendo. Pero las siguientes el miedo es al mismo miedo. Sabemos ya, porque nos lo ha informado el personal médico, lo que nos está pasando. El terror inicial por desconocer lo que le ocurre a nuestro cuerpo queda reemplazado por el pánico a revivir las mismas circunstancias. Y lo más probable es que las revivamos. Una vez que comienzan los ataques de ansiedad, la pauta queda grabada en el cuerpo, y se repite en cuanto nuestro organismo percibe las señales que anticipa como peligrosas o amenazantes. Como veremos en seguida, nuestro cuerpo es algo similar a un mejor amigo que quiere ayudarnos a toda costa, pero que en su afán por echar una mano, se pasa de listo y nos mete en un buen lío. El método infalible de las leyes de la robótica ➢ Mejor salir cuanto antes e intentar no matar a nadie en el proceso. Eso fue lo que pensé cuando salí de la autovía. Lo conseguí. No hice daño a nadie, ni siquiera a mí misma. No sé si en alguna ocasión has leído la novela de Isaac Asimov, Yo Robot, o alguna otra obra del autor, pero sus tres leyes de la robótica encajan perfectamente con lo que nos sucede cuando sufrimos ataques de pánico. 1. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley. Vamos a sustituir “robot” por “tu cuerpo”, y “ser humano” por “tú mismo”. Et voilà! Como por arte de encantamiento tendremos descrito a la perfección un ataque de pánico. 1. Tu cuerpo NUNCA te hará daño o, por inacción, permitirá que sufras daño. 2. Tu cuerpo debe obedecer las órdenes dadas por ti, EXCEPTO si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley. 3. Tu cuerpo debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley. En seguida veremos cómo el cuerpo procesa automáticamente las tres leyes. En el siguiente capítulo, sorpréndete con el proceso. Capítulo 3 De buenas intenciones está empedrado el infierno ¿Tú sabes lo que es el dolor fantasma? (…) Dicen que es el peor de los dolores. Un dolor que llega a ser insoportable. La memoria del dolor. Manuel Rivas El refrán que utilizamos en el título es completamente cierto. Y puede aplicarse perfectamente a nuestro cuerpo. Quede claro que nuestro cuerpo quiere lo mejor para nosotros. Siempre. Su supervivencia depende que nosotros le alimentemos, le demos agua cada poco tiempo, le permitamos moverse adecuadamente, no lo atiborremos con sustancias tóxicas. Y no lo asustemos en exceso. Parece una estupidez, pero así es cómo se gestan los ataques de pánico. Os voy a poner como ejemplo mi propio caso para explicarme mejor. Igual que nuestro cuerpo, la cirujana que me operó del intestino tenía las mejores intenciones para conmigo. Tras la intervención quirúrgica, deseaba que la recuperación fuera la mejor posible. Me había extraído un tracto del intestino delgado. Un fragmento bastante largo. Algo así como cortar y pegar, pero en el aparato digestivo de una servidora. Luego de seccionado el tramo dañado, empalmó los dos extremos que quedaban en el cuerpo, y confió en que pronto el intestino volviera a funcionar con normalidad. Obviously, yo salí profundamente dormida de la operación. Pero una vez me desperté, tuve unas inmensas ansias de moverse. Mi cuerpo quería volver a la normalidad cuanto antes. No sé cómo, pero fui capaz de sentarme en la cama a las pocas horas de ser intervenida. Es mi forma de ser. Hace veinte años tuve otra operación similar, tardaron en dejarme bajar de la cama por miedo a que se descuajaringase el ‘empalme’ nuevo que me habían colocado en el aparato digestivo. Pero cuando por fin pude andar por el pasillo de la clínica, con gotero y todo, arranqué en marcha ligera que se convirtió en la admiración de todas las enfermeras que me veían. Después de tantos días tumbada, me sentí como liberada y solo quería desplazarme lo más rápido posible por mis propios medios. Mi cuerpo se agitaba feliz, como si lo hubieran liberado. El personal sanitario me dejó hacer y, cuando salí, tuve la recuperación más feliz y rápida de la historia. En esta ocasión más reciente me volvió a ocurrir lo mismo… al principio. Tras la cirugía, en pocos días empecé a andar por el pasillo como desbocada. Necesitaba el movimiento y gastar la energía acumulada. Pero hete aquí que me pilla la cirujana en plena carrera con gotero incluido. Lógicamente se horroriza pensando que en cualquier momento los puntos pueden saltar por los aires y todo su trabajo habrá sido en balde. Por no hablar del tinglado que se me podía haber montado en la barriga si el tubo digestivo se descompone recién cosidito. La doctora “Que viene el Coco” Utiliza entonces el método de las mamás que no quieren que sus niñitos pequeños se metan en camisas de once varas. El de “que viene el Coco, niña”. Y funciona, ya lo creo que funciona. Muy seria, me soltó un discurso que ni Demóstenes. Que ni se me ocurra volver a pasear más por el pasillo, que a la cama y todo lo más un ratito sentadita cada día, y que no puedo andarsola, y –lo que más me llegó al alma- que todavía me queda una laaaargaaaa recuperación por delante, y dios sabe cuánto tiempo voy a tener que quedarme en el hospital inmovilizada. Bien, le hice caso… a medias. Seguí haciendo alguna burrada que otra, porque me lo pedía el cuerpo. De vez en cuando volvía la buena médico samaritana a repetirme su sermón. Ni ella ni yo lo sabíamos entonces, pero me estaba programando a conciencia para lo que vendría después. El cuerpo escuchaba atentamente cada palabra, y absorbía el mensaje como un buen alumno. Por desgracia, el mensaje que captó fue: “No puedes valerte sola… no puedes valerte sola… no puedes sola… no puedes valerte sola…” Y su traducción la siguiente: “Me han agarrado sin previo aviso, me han dejado inconsciente, me han desgarrado y cortado cual cochinillo de Pascua, y luego me han dicho que no puedo andar ni correr yo solito. Me lo ha dicho una doctora, debe tener razón”. Mi yo consciente, de todo este soliloquio apenas captaba nada. Estaba contento porque, después de 15 días de terror en el hospital, por fin me soltaban y volvería a mis garbeos cotidianos. Los primeros días de convalecencia los pasé bastante tranquila en casa de mis padres. Estaba acompañada. No había problemas relevantes, ciertos episodios de debilidad normales en estas circunstancias, y poco más. La convalecencia fue un poco más larga de lo esperado, pues la cicatriz no acababa de cerrar. Hete aquí que después de un mes decido reemprender mi propio camino. Sola. Independiente. Y me lanzo por la autovía del Cantábrico hacia el occidente en busca de unos días de paz rural. El resto es la historia que ya sabes. Arranco, pero no llego. ¿Qué ocurrió en aquella autovía que me paró en seco? Ya te he contado el relato objetivo. Pero hay otra versión paralela de lo que estaba pasando, y consiste en las reflexiones que se hace mi cuerpo a medida que tiro millas hacia el occidente. Por primera vez desde la operación, estoy sola en el coche, y no hay nadie de mi familia ni amigo cerca que pueda echarme una mano. El diálogo interior de mi cuerpo debió de ser algo parecido a lo siguiente: “Ay madre. Que está sola. Y la doctora dijo que no podía valerse sola. Nos vamos a pegar un castañazo, porque todavía no estamos preparados para ir solos por el mundo. La doctora dijo que pasaría mucho tiempo antes de que pudiéramos andar por nuestra cuenta, y solo ha transcurrido un mes. Demasiado pronto, demasiado pronto. Tenemos que parar esto como sea, antes de que ocurra una desgracia”. ¿Entiendes la reacción? Para que sea más fácil de seguir el proceso, nada mejor que verlo en forma de gráfico en la próxima página. La primera parte muestra la reacción normal de una persona sana, tanto física como mentalmente, cuando se requiere pasar a la acción. La segunda, el proceso que ocurre si nuestro organismo actúa de forma dis-funcional, PORQUE TIENE MIEDO. Comportamiento funcional __________________________ Momento en que tenemos que actuar por cualesquiera razón que surja * Emoción que precede a la acción y la acompaña * Necesidad de actuar * Aplicamos energía * Decisión * Acción y movimiento Comportamiento disfuncional ____________________________ Hemos vivido unas circunstancias percíbidas como peligrosas en el pasado. Pero ahora tenemos que actuar * Aparece el Miedo y el instinto de supervivencia * Necesidad de actuar * Aplicamos energía * Interfiere el Miedo. Nos paralizamos * No podemos completar la acción * Seguimos intentando actuar * Acción – parálisis luchan entre sí * Sobreviene el ataque de pánico y ansiedad Activando la primera directiva para sobrevivir Volviendo a las leyes de la robótica de Isaac Asimov, tu cuerpo acaba de activar por su cuenta la Primera Directiva. Ayayay, estás en un buen lío. No olvidemos nunca que el miedo se halla en el fondo de los ataques de pánico o de ansiedad. Aunque se manifieste de las más diversas formas. Lo veremos a continuación. Capítulo 4 Mierda, se ha puesto en marcha. ¿Cómo lo paro? 1. Tu cuerpo NUNCA te hará daño o, por inacción, permitirá que sufras daño. 2. Tu cuerpo debe obedecer las órdenes dadas por ti, EXCEPTO si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley. 3. Tu cuerpo debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley. Como te decía, una vez puesta en marcha la primera directiva, el cuerpo toma la iniciativa. Enloquecido por el afán de protegerte a toda costa, y muerto de miedo ante lo que ya le ha pasado una vez, y lo que podría volver a pasarle, escoge el ataque de pánico como medio para asustarte. Sí, has leído bien. El objetivo final de los ataques de pánico es efectivamente asustarte. Para que no hagas locuras. Para que no te muevas. Porque si te mueves, podría pasarte algo. Así que el cuerpo está desesperado por paralizarte. “Quédate quietecito, y así no tenemos más sustos, que ya ha sido bastante por una vez”. La primera directiva arrastra a la segunda y a la tercera, y entra en escena el ataque de pánico a todo vapor. Aprende a manejar a tu niñito rebelde Es como si tuvieras un niñito rebelde entre manos. Cuanto más te empecinas tú por hacer tu vida normal, más se empeña él en dejarte inutilizado. Por tu bien, es todo por tu bien, insiste. De modo que poco a poco vas postergando o dejas de llevar a cabo tareas o funciones, no vaya a ser que se repita el ataque. Te hallas como encadenado. Para el resto de tu vida. Y si persistes en quitarte las cadenas, líbrete dios. Los ataques de pánico pueden empeorar hasta extremos inusitados. Por no hablar de la variedad y extravagancia que pueden adoptar. Si hubiera premios Óscar a la creatividad en ataques de pánico, tu niñito interior seguramente podría optar a uno. Para completar un cuadro más bien deprimente, el cuerpo, una vez ha descubierto un sistema ‘eficaz’ de protegerte, el cuerpo lo utilizará a la menor percepción de peligro o amenaza. Aunque esa percepción esté completamente distorsionada, como les ocurre a las personas que sufren agorafobia, y que suelen temer las calles transitadas y los espacios abiertas. Pero hay miedos para todos los gustos, que tu cuerpo puede asimilar debido a una o varias experiencias previas desagradables. Citemos algunos: ➢ Erotofobia: al sexo ➢ Anuptafobia: a estar o quedarse solo/a ➢ Nictofobia: a la noche ➢ Hidrofobia: al agua ➢ Cronofobia: al paso del tiempo ➢ Hipocrondría: a las enfermedades ➢ Acrofobia: a las alturas ➢ Enoclofobia: a estar rodeado de gente ➢ Y etcétera, etcétera, etcétera. Hay miedos para casi todo. Allí estaba yo también, con mi cuerpo desbocado y bloqueándome, además de intentar asustarme de muerte día sí y día también. Yo personalmente no tengo nada en contra de la vida contemplativa, pero debería ser opcional, y no una obligación como mi rebelde interior pretendía imponerme. Creo haber dicho ya que la primera luz para salir del embrollo vino de la psiquiatra de la Seguridad Social. No le dio mucha importancia a lo que me pasaba. Eso paradójicamente me animó. Aunque la médico era reacia, al final acabó dándome la típica medicación que se receta en estos casos. Que, por cierto, NO SIRVE PARA NADA. En eso quiero ser taxativa. Por lo que yo he vivido, y ha vivido otra gente próxima a mí, la medicina tradicional no tiene la solución. Ni tampoco la medicina alternativa. Ni las técnicas de relajación que te propondrán algunos. Ni siquiera los ejercicios para recuperar tu alma perdida. CUESTIÓN FUNDAMENTAL: ➢ LA ÚNICA SOLUCIÓN A LOS ATAQUES DE PÁNICO LA TIENES TÚ: El resto de actores externos todo lo más podrán ofrecerte paliativos. Pero si quieres curarte, lo mismo que fuiste tú (tu cuerpo) el que desencadenó el proceso, eres tú el que habrás de tomar las acciones pertinentes para re-dirigir tu cuerpo y que deje de comportarse como un niño histérico y malcriado. Lo único que tendrás que echarle es muchos… eso al principio, o sea, como se dice tradicionalmente,lo que hay que tener. Pero una vez que lo pongas en práctica, el resto del camino será inmediatamente más fácil. ➢ De hecho, el final de los ataques, que llegará en pocos días, es casi divertido. No te sulfures por esto que he dicho, sé que lo estás pasando realmente mal, y que calificar un ataque de pánico de ‘divertido’ para ti resulta casi una blasfemia. Yo hubiera pensado lo mismo en aquella horrible época en que los padecí. Pero te pido que me creas por anticipado. Tú, ya metido en harina, querrás más, porque habrás aprendido cómo manejar los (hasta ahora) terroríficos ataques de pánico, y comenzarás a apreciar su ‘gracia’, que se basa en el conocido dicho: “Lo que no te mata, te hace más fuerte”. ➢ El cuerpo, horrorizado, no sabrá cómo reaccionar a esto. “¿Pero este tío es masoca, o qué?”, debe de pensar cuando aplicas el único remedio que DETIENE los ataques de ansiedad para siempre. (En el próximo capítulo veremos el primer ejemplo, de cómo lo hizo mi hermano.) Capítulo 5 No hay marcha atrás: entonces, hacia delante No vemos las cosas tal como son, sino tal como somos. El Talmud Te prometí que te iba a contar la historia de cómo mi hermano logró superar los ataques de pánico, y aquí está. Yo ni siquiera sabía que los había padecido, me lo contó mi madre cuando empecé a sufrir mi propia odisea con el miedo aterrador. El relato sobre mi hermano fue la segunda luz que alumbró mi particular viacrucis. La tercera, un simple vídeo en Internet, resultó la definitiva. La historia de mi hermano se inicia, como otras muchas, con la crisis, y la necesidad de buscar empleo surja de donde surja. Había pasado varios años trabajando en Madrid, en una multinacional. Allí encajaba bastante bien, y se encontraba razonablemente cómodo, pero echaba de menos su tierra. De forma que a la primera ocasión se trasladó cerca de su familia. La empresa, que en tiempos había sido pública, y aún conservaba algunos ribetes de su estadio inicial, concedía a los trabajadores que se iban un periodo de gracia, unos cinco años aproximadamente, para volver si se arrepentían y durante ese periodo surgía un puesto adecuado para ellos. Estalló la crisis. Mi hermano ya estaba en casa, pero el nuevo trabajo implicaba sus más y sus menos. Entre los menos, un compañero inaguantable que se empeñaba en hacerle la vida imposible, a falta de algo mejor a que dedicar su tiempo. El caso es que acabó también dimitiendo de esta plaza. En mala hora. Estalló la crisis, y las esperanzas de encontrar otro trabajo de forma fácil y rápida se fueron al traste, al igual que caían muchas empresas. Puesto en el brete, mi hermano empezó a considerar la posibilidad de regresar a Madrid. No le hacía mucha gracia la gran ciudad, con su estilo acelerado de vida y sus aglomeraciones, pero lo cierto es que había estado muy considerado en el puesto y sus jefes y compañeros lo apreciaban mucho. En cuanto insinuó que podría ‘reinsertarse’, varios de esos colegas apuntaron a un puesto que iba a quedar vacante próximamente y que, le decían, le vendría como anillo al dedo. Decidido pues a no seguir en el paro mucho tiempo, agarró las maletas, alquiló un pisito en el extrarradio de la metrópoli, que era lo que podía permitirse, y volvió al redil de las grandes empresas. Resignado con su suerte de tener que vivir lejos de casa. Activar el monólogo interior El cuerpo, sin embargo, no estaba tan conforme. Él había oído el monólogo interior de mi hermano y sabía que, pese a todas las ventajas aparentes, aquel arreglo en el fondo no le convencía del todo. De modo que, ¿adivina qué? Decidió echarle una mano. O forzar un poco la suerte, por decirlo de otro modo. Si mi hermano necesitaba un empujoncito para regresar “donde el corazón te lleva”, el cuerpo iba a dárselo. Y a lo grande. He aquí que sobreviene el ataque. Sin más ni más, a los pocos días de retornar al trabajo, mi hermano tiene un ataque de asfixia bestial. Le parece que se ahoga, y hasta teme estar sufriendo un infarto. Acude al médico, que le receta los consabidos ansiolíticos y benzodiazepinas. Vamos, pastillitas a gogó. Sabes que no es nada físico: la vía mental Mi hermano oye atónito en la consulta que en realidad no le pasa nada físico. En un primer momento se trae consigo las pastillas cuando vuelve a su tierra a pasar unos días de descanso después de las crisis. Teme no poder regresar al trabajo. Pero luego reflexiona: si todo es mental, entonces no tiene sentido la medicación. Y como un jabato, decide afrontar los ataques por sus medios. Y vence. Tras dos o tres intentonas, se ve libre de los ataques para siempre jamás. Con las pastillas guardaditas en el cajón, y sin usar. Luchando en el medio de un avión que lo llevaba de regreso a Madrid contra la sensación de que se estaba asfixiando y que pronto no tendría aire para respirar y estaría muerto. Pero esa es la CUESTIÓN FUNDAMENTAL: ➢ TENER SIEMPRE PRESENTE LA PRIMERA DIRECTIVA: El cuerpo, por sí mismo, nunca, nunca, NUNCA, jamás de los jamases, te haría daño. Es lógico, ¿no? Porque si te daña se daña a sí mismo. Incluso los ataques calificados de psicosomáticos, como podrían considerarse las crisis de pánico, son el recurso del organismo para ofrecerte una solución y tratar de sacarte de un punto de tu vida en el que, por lo que sea, no te encuentras a gusto. Lo que decíamos que de buenas intenciones está empedrado el infierno. Pues el cuerpo también. Puede pasarse tres pueblos intentando “echarte una manita”. ➢ Dirás tú que he descubierto América. Como que resulta algo difícil acordarse de directivas robóticas y otras chorradas semejantas cuando estás sufriendo un ataque de pánico. Totalmente, absolutamente de acuerdo. Si te hallas paralizado por el miedo, como me pasó a mí, solo piensas en sobrevivir el siguiente minuto. Y el miedo a la muerte lo invade todo. Pero… ➢ Pero tienes que dar ese paso. No sé si en los tiempos de Maricastaña –los míos- veías las películas de Indiana Jones, yo sí, y me encantaban. En una de ellas, titulada Indiana Jones y la última cruzada, nuestro protagonista se veía obligado a dar un salto de fe para salvar a su padre, que había resultado envenenado y se moría por minutos. El salto de fe significaba cruzar por un precipicio donde aparentemente no había ningún puente. Tenía que poner el pie en el vacío y avanzar, pese a que no viera ningún asidero y sí la caída de muchos cientos de metros –muerte segura- a la que se arriesgaba. Indi, por supuesto, acababa por extender la pierna y ponerla en el vacío. Milagrosamente, no se precipitaba al abismo. ¡Algo lo sujetaba en el aire! Y es que finalmente, y aunque no pudiera verse ni tocarse, allí había un puente. ➢ En el próximo capítulo te contaré con detalle cómo, siguiendo la estela de mi hermano, yo también di mi propio salto al vacío. Y te enseñaré el ‘método del hágalo usted mismo’ en lo que se refiere a los ataques de pánico. Un pequeño paso, y encontrarás el puente invisible que tienes a tu disposición para verte libre de la ansiedad para siempre, y volver a ser tú mismo. Capítulo 6 Los tres minutos que me devolvieron a la vida La psicología no está hecha para el hombre de acción. Italo Calvino Día tras día me subía en mi coche y trataba de llegar a casa de mis padres. Un trayecto que normalmente me llevaría diez minutos se convertía en una pesadilla que duraba dos o tres horas. Los ataques de pánico, ante mi testarudez, no cesaban de ir a peor. Recuerdo el día en que aparecí en el salón de mis progenitores con la cara hinchada y abotargada, como si la hubiera metido en un panel de rica miel lleno de abejas agresivas. Apenas podía hablar de forma coherente, porque la mandíbula se me había paralizado. Dentro de mi boca, la sensación era la de haberme puesto una megainyección de lidocaína, como cuando vas al dentista y todo se paraliza, y te sientes como un boxeador noqueado.Pero esta vez me había quedado K.O. yo solita. Bueno, si consideramos a mi cuerpo como un ente independiente, la verdad es que iba ganando por goleada en la batalla que habíamos entablado. Yo me empeñaba en volver a mi vida normal, él en ‘protegerme’ porque no era capaz de desenvolverme sola. Que lo había dicho la doctora. Situaciones de vida o muerte En este tira y afloja, llegué a pasar por situaciones de vida o muerte. Nunca olvidaré aquella tarde en que salí de casa de mis padres para regresar a la mía. Ya no me sentía con fuerzas para usar la autovía que rodeaba la ciudad, de modo que escogí una ruta que atravesaba varios barrios de las afueras, más lenta y con multitud de semáforos, pero que a mí me parecía también más segura. ¿Por qué? Porque si el ataque recomenzaba siempre podía tirarme a uno u otro lado de la calzada, aunque fuera a una salida de un garaje o a un aparcamiento de bicicletas –las plazas para coches solían estar a tope-. Y recomenzó. Pero como creo que ya comenté uno o dos capítulos antes, el cuerpo siempre estaba aprendiendo nuevas formas de torturarme. Esta vez no aguardó a que estuviera en medio de un barrio y a poca velocidad. Yo debía primero recorrer la llamada ronda norte, que disponía de varios carriles en cada dirección, y una gigantesca rotonda. Sin previo aviso, no fuera a ponerme en alerta, mi cuerpo activó el ataque de golpe. De un momento a otro, mis manos se quedaron completamente paralizadas. Ni siquiera podía desasirlas del volante sin sentir dolores atroces. Rápidamente busqué salirme de la ronda a una vía secundaria. Cambié de carril entre sudores y quejidos –no me preguntes cómo- y lo siguiente que recuerdo es que era incapaz de girar para meterme en la entrada que había escogido para ir parando al coche. Con el agravante de que esta ya era una entrada de dos direcciones. En el carril de salida de la derecha aguardaban varios coches muy formalitos en un semáforo, felizmente inconscientes de la chiflada discapacitada que se les venía encima con su bólido a velocidad excesiva. Iba directa contra ellos en mi coche. Faltaban tres segundos… dos… Vi la cara de horror del conductor que aguardaba el primero en la fila del semáforo. Cuando era cuestión de pocos metros para una muerte segura –el choque frontal es el más peligroso que se conoce, incluso si hubiera ido más despacio- mis manos como por milagro volvieron a funcionar. Pude esquivar en el último segundo la fila de vehículos, y meterme en mi carril, el de la derecha. A pocos metros encontré un hueco y aparqué jadeante. No obstante también recapitulé acerca de lo que acababa de pasar. ¡La primera directiva! El cuerpo quería asustarme de muerte, pero desde luego no buscaba la misma muerte, así, al pie de la letra. Cuando ésta pasó demasiado cerca, se impuso el instinto básico de supervivencia por encima del mecanismo del ataque de pánico. Empecé entonces un diálogo interno con mi organismo. Yo en plan vacilón, él a la defensiva. Y por primera vez desde que este desgraciado asunto había comenzado, sentí que llevaba la iniciativa: -¡Ah, te pillé! –dije yo. -¿Qué… qué quieres decir? –imaginé que replicaba mi gruñón interior. -¡No eres capaz de matarme! ¡Bien que sabes esquivar el peligro cuando la situación se pone realmente seria! ¡Es todo trola! –después de lo mal que me lo había hecho pasar en las semanas precedentes, yo creía que tenía derecho a ensañarme con él un poco. No obtuve respuesta. El cuerpo no sabía qué decir. Así que continué: -Pues a partir de ahora, me da igual lo que hagas, y lo mal que me lo intentes hacer pasar. Ya he aprendido que no puedes matarme, no te tengo miedo. De hecho, seguía teniendo algo de miedo, pero el terror había disminuido unos grados. Cuando sabes que no vas a acabar muerta en la aventura, porque tu cuerpo encontrará una vía de escape, vuelves a sentirte segura. No segura del todo, como antes, pero al fin has encontrado algo a lo que aferrarte. Decir que me curé de golpe está muy lejos de la verdad, pero por lo menos sabía que me hallaba en camino hacia algo mejor. Pude hacer varios viajes en coche sin incidentes por la zona comercial que rodea mi barrio, en dirección opuesta a la casa de mis padres. Esa zona no despertaba en mí recuerdos desagradables ni me creaba inseguridad ni miedos, pues me hallaba a tiro de piedra del hogar. Pero la ruta al piso de mis progenitores continuaba siendo muy problemática, y el soñar con conducir al occidente de momento seguía siendo eso, un sueño imposible e inalcanzable. Una tarde me senté delante de mi ordenador y tecleé en Google, como muchas veces previamente, las palabras “ataque de pánico”. Recordé una vez más la historia de mi hermano, que como dije me la contó mi madre, porque él ya estaba trabajando con normalidad en Madrid, suspiré y pensé para mí que yo nunca sería tan valiente. Pero esa tarde, sentada ante el ordenador, me llegó otra ayuda. De YouTube, para ser exactos. Yo seguía investigando a ratos perdidos sobre la ansiedad. Aparte de acabar todos los días muy desanimada, pues una y otra vez concluía que no había un remedio efectivo, a tenor de lo que leía y oía en Internet, poco había avanzado hasta el momento. Llevaba tres semanas sumergida en una pesadilla, y sin visos de mejorar. La mejor defensa es un buen ataque Aquel vídeo parecía otro de tantos, producto del telemarketing. Pero solo duraba tres minutos, y nada podía perder. “A ver cuánto tarda en aparecer el enlace con el punto de venta de algún método infalible”, aposté contra mí misma. No hubo ningún enlace. El vídeo duraba solamente tres minutos. Contenía un único mensaje: “En vez de correr, enfréntate a él”. Voy a reproducirlo en letra muuuy graaaande, porque en esta frase se halla la solución a los ataques de pánico. Si tuviera que condensar este libro en una sola frase, sería esta misma. En un minuto te lo explico. “En vez de correr, haz frente a tu miedo” Repetimos: HAZ FRENTE A TU MIEDO UNA VEZ MÁS AÚN: HAZ FRENTE A TU MIEDO En este punto casi te puedo oír soltando tacos, y poniéndome a caer de un burro. “Esta autora de … ¡me ha hecho comprar el libro para nada! ¿Qué se cree que llevo haciendo desde el principio, sino enfrentarme a mi miedo? ¡Me ha tomado por tonto!”. Cuando te hayas calmado un poco, sigue leyendo, porque hay truco. Sí, hay truco. No es no lo hayas hecho bien hasta ahora, de hecho tus reacciones seguro que han sido las normales en cualquier ser humano desde que el mundo es mundo. EL TRUCO ESTÁ EN LA PALABRA “ENFRENTAR” Ahora lo explico. Antes, necesitamos hacer un poco de memoria histórica. Y prehistórica, si me apuras. Seguro que muchos de vosotros sabéis ya lo que os voy a contar a continuación, pero me proporcionará el contexto adecuado para explicaros la forma de “enfrentar” al miedo. Desde que el mundo es mundo… no, desde que el ser humano y sus predecesores en la escala evolutiva caminaron sobre el planeta tuvieron que hacer frente a multitud de peligros. Todos estamos de acuerdo hasta aquí, ¿no? No era precisamente el paraíso terrenal. De hecho, la Tierra estaba sembrada de peligros para nuestros antepasados, muchos más que los que sufrimos ahora en un país civilizado. Cuando el hombre primitivo salía de su cueva, nunca podría estar seguro de si volvería por la noche. Había montones de animales salvajes al acecho para los que ese hombre representaría un suculento bocado. Había inundaciones, hielo, tormentas, corrimientos de tierra… qué sé yo. Aquello era un sinvivir. Si alguna vez habéis visto un vídeo de un ciervo en el bosque –mejor si habéis podido contemplarlo en vivo, como yo, pero eso ya es más difícil en estos días-, podéis haceros una idea del nivel de estrés que aguantaba el pobrecito ‘Homo sapiens’. El cervatillo se halla en un estado perpetuo de nerviosismo. Mira para un lado, mira para otro, siempre en guardia porque el siguiente ataque puede venir en cualquier momento. Y cuando efectivamente mis dos perros se lanzaron entusiasmados hacia él, aquello fue visto y no visto.Desapareció en menos que canta un gallo, huyendo a la velocidad de la luz. Vamos, que de poder relajarse, nada. Igualito que el hombre primitivo. Mucho, mucho estrés. Para lo de las clases de yoga aún faltaba más de un millón de años. De modo que el cuerpo hizo de tripas corazón, y se puso a buscar soluciones a toda prisa, porque el caso urgía. Encontró tres, y las puso a disposición del cerebro, en plan menú del día, para que este escogiera la que mejor le conviniese en cada momento. Las reacciones son estas: ➢ Huida ➢ Ataque ➢ Parálisis Si la amenaza o adversarios eran realmente superiores a sus fuerzas, el hombre primitivo tomaba sabiamente las de Villadiego, y si te he visto no me acuerdo. Igual ocurría con los animales. Al fin y al cabo, aunque en estos tiempos no nos guste reconocerlo, porque nos deja mal, somos animales. Lucha o huída, esas eran las primeras reacciones instintivas. Pero hay una tercera variante, para cuando fallaban las otras dos, o en el caso de algunas especies, que la escogen como forma predilecta de reacción frente a una amenaza o ataque. Es la PARÁLISIS. Recuerdo un desdichado día en que yo me encontraba trabajando de voluntaria en una protectora de animales. Por un error mío de novata, abrí a la vez las jaulas de dos perritos que nunca debían soltarse juntos para el paseo cotidiano. Me lo había recalcado con mucho énfasis la encargada. Pero yo, si no meto la pata el primer día en cualquier trabajo, como que no me reconozco, ¿sabes? Entendí en seguida por qué las jaulas no debían abrirse a la vez. Uno de los perros se abalanzó en minutos sobre otro perro más pequeño, con las peores intenciones. Parecía dispuesto a destrozarlo. Intenté separarlos, pero sin éxito. A mis gritos acudieron las compañeras del albergue de animales, que usaron una manguera para separar al asesino y la víctima. Para entonces, el perrito objeto del ataque, viéndose en riesgo de muerte segura, se había quedado completamente rígido. Toda la sangre había desaparecido de sus extremidades y yo en un primer momento temí que hubiéramos llegado tarde, y que el otro perro lo hubiera rematado. Aquello que veía ante mí tenía realmente toda la apariencia de un cadáver. Lo pasé fatal. Pero en cuanto mis compañeras hubieron encerrado al can agresor, se produjo la resurreción. El muerto volvió a la vida en menos que canta un gallo. Milagrosamente apenas tenía unos rasguños, pero por lo demás, saltaba y corría que daba gusto. Se había hecho el muerto con éxito, y gracias a esta estratagema de la Naturaleza había sobrevivido a la amenaza. Muchos otros animales utilizan la misma técnica. Se paralizan o se hacen los muertos cuando el depredador o la amenaza se aproximan, con la esperanza de que de esta forma el atacante pierda interés y pase de largo. Podríamos considerar la parálisis una variación muy original del método ‘huida’, solo que huímos manteniéndonos en el mismo lugar, pero intentando desaparecer. A veces funciona. Las tres reacciones, transmitidas de generación en generación, sirvieron bastante bien a la raza humana hasta hace bien poco. Pero llegaron los malhadados tiempos modernos, y aunque en el lado positivo las agresiones físicas a lo bestia disminuyeron, en el lado negativo resultó que tenemos unas reacciones anticuadas que en la mayoría de los casos ahora no nos sirven. Cuántas veces no habré querido yo morder a mi jefe (o a mis jefes, que he tenido varios). Un buen mordisco y unas patadas, y me quedaba como nueva, liberada del estrés durante un rato. Sin embargo, afortunadamente, mi cabeza siempre ha intervenido a tiempo. “No puedes hacerlo, no, contrólate, calma, relaja”. Y el estrés acumulándose. Tampoco podemos usar la reacción de huída. ¿Qué dirían en la oficina si cogiéramos la puerta y recorriéramos varios kilómetros para encerrarnos en casa cada vez que nos cayera un marrón? Como mínimo, que habíamos perdido un tornillo. El despido procedente no estaría lejos. Vemos pues que en los tiempos actuales estas respuestas persisten en una fase inicial ante el ataque percibido, pero las reacciones de lucha o huida ya no se implementan de forma tan directa como antes. En vez de morder al jefe o al compañero que nos molesta y enoja, le respondemos indignados e iniciamos una discusión, por ejemplo. O cuando un amigo nos ha hecho daño procuraremos evitarlo en el futuro. También, si tenemos problemas para encarar nuestras relaciones de una forma civilizada –la asertividad que tanto se lleva ahora-, podemos optar por refugiarnos en un vicio que aún esté bastante aceptado socialmente, como el alcohol o el tabaco. A través de la copa o del humo del cigarrillo canalizamos y atenuamos nuestros impulsos primitivos para sentirnos mejor. Incluso ver un partido de fútbol en la televisión al final de una jornada particularmente problemática sirve de válvula de escape a muchos. Qué hacer cuando el cuerpo está sobrepasado ¿Pero qué ocurre cuando en una situación excepcional el nivel de estrés sobrepasa con mucho lo normalmente aceptado? Volviendo al ejemplo de mi operación quirúrgica que desencadenó mis ataques de pánico, el cuerpo se vio sometido a lo que consideró una agresión de primer orden sin poder defenderse. No podía huír de la mesa de operaciones, ni luego de la cama del hospital. No podía atacar a médicos y enfermeras, porque el cerebro no se lo permitía. Ni siquiera podía hacer un poco de ejercicio por el pasillo para intentar recobrarse y soltar un poco de la tensión y la angustia acumuladas, porque mi médica me lo había prohibido expresamente. La tercera reacción válida, la parálisis ¿Qué quedaba? La tercera reacción, LA PARÁLISIS. Una vía a la que recurrió en la primera ocasión en que me vio indefensa, cuando me monté en el coche yo sola y me alejé de la seguridad del hogar de mis padres. Todas las alarmas se dispararon. Y empezó el ataque de pánico. Habiendo logrado el éxito en detenerme la primera vez, mi organismo repitió la misma táctica cada vez con más frecuencia, a medida que su nivel de miedo crecía con cada nuevo ataque. Cada nuevo ataque de ansiedad o pánico retroalimenta el miedo. ¿Lo peor que se puede hacer cuando se desarrolla un ataque de pánico? Enfrentarnos frontalmente a él. “¿Cómo?”, dirás tú ahora, con toda la razón. “¿No te estás contradiciendo con lo que comentaste hace poco sobre el vídeo de YouTube, de que el truco consistía en hacerle frente?” Sí y no. Porque hay maneras y maneras de hacer frente a un ataque de estas características, como aprenderás en el capítulo 7. De momento, estamos aquí: Antes de combatir a tu enemigo, debes saber cómo piensa. Carlos Ruiz Zafón Por supuesto que el cuerpo no es nuestro enemigo, pero la cita sirve igual. La inmensa mayoría de nosotros ofrecemos como es lógico intensa resistencia cuando empezamos a sufrir ataques de pánico. Por instinto, intentamos huir del ataque, al tiempo que luchamos para que pase cuanto antes y volver a estar bien. Paradójicamente esa es la peor vía por la que podemos optar. Lo que tienes ahora, si sufres o has sufrido ataques de ansiedad, es a tus tropas fuera de control, yendo a la desbandada por el pánico. Y cuanto más te resistas y te opongas a la situación, más retroalimentarás los ataques. Es hora pues de reagruparnos bajo un único mando. Hallarás la forma en el capítulo 7. Capítulo 7 Un túnel que atravesar ¿Falta mucho? Cualquier niño de 7 años Hemos visto cómo una defensa frontal contra un ataque de pánico, probando diversas tácticas y remedios para que cese cuanto antes, lo único que hace es retroalimentarlo. También sabemos que la ansiedad y el miedo resultantes son las tácticas de nuestro cuerpo para impedirnos vivir una situación que considera altamente peligrosa y potencialmente dañina para nosotros. O sea, luchar no sirve. La huída, tampoco. Y el enemigo somos nosotros mismos.Vale, ¿nos rendimos? Qué va. Al contrario, ahora es cuando estamos más cerca de la solución. Porque, como le hizo decir Arthur Conan Doyle a su inmortal personaje Sherlock Holmes, “una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”. ¿Y qué es lo que nos queda? SUFRIR EL ATAQUE DE PÁNICO CON TODAS LAS DE LA LEY Pues para llegar a esa conclusión, no necesitábamos tantas alforjas. Espera, espera. Fíjate en que digo “con todas las de la ley”. O sea: SI NO PUEDES PARARLO, ACELÉRALO ➢ PON EL ATAQUE DE PÁNICO AL MÁXIMO. ➢ DÉJALE QUE ALCANCE SU MÁXIMA INTENSIDAD ➢ ANÍMALO, INCLUSO, A QUE VAYA A MÁS. Al alcanzar este punto leyendo, apuesto a que estás a punto de llamar a los loqueros, a que vengan a por mí. Te lo explico en profundidad. Vamos paso a paso: 1. Empieza el ataque de pánico, con todas sus manifestaciones, que pueden ser de lo más diverso. A mí se me paralizaron las extremidades y luego poco a poco otras partes del cuerpo. A ti puede que te entre un sudor frío para empezar, y luego que sientas que estás sufriendo un ataque al corazón, y que vas a morir sin remedio. 2. En anteriores ocasiones, tus reacciones naturales se activaban y te ponías frenéticamente a intentar remediarlo y a parar el ataque como pudieras. NO LO HAGAS, NO ES REAL. Deslígate de lo que está haciendo y sintiendo tu cuerpo. Empieza a ver el ataque de pánico como si fueras un espectador, desde fuera. Y habla con tu cuerpo mentalmente, todo el rato, con frases iguales o parecidas a las siguientes: “Sé que esto no es real, es una invención tuya para protegerme. Pero no es real. Sé que no vas a matarme, ni a hacerme ningún daño. No es real”. Y ahora deja que tu cuerpo desarrolle su función. 3. Contempla cómo el cuerpo pone en marcha todo tipo de efectos especiales para aterrorizarte y paralizarte, y causarte un terror que ni los mejores libros de Stephen King. Solo que esta vez lo estarás viendo desde fuera. Lo sientes, pero no lo sientes. Es como ver una película de terror en el cine. Las pasas canutas, pero al mismo tiempo sabes con total certeza que nada de lo que pasa en la pantalla, por muy horrible que resulte, puede alcanzarte, ni afectarte, ni dañarte. Cuando acabe la proyección, te vas a casita tan tranquilo, y los horrores quedan a tu espalda. 4. De modo que en pleno ataque de pánico tu mente debería relajarse y contemplar la proyección. De hecho, yo, que soy muy atrevida una vez que le cojo el tranquillo a las cosas, fui más allá y me puse chula con mi cuerpo: “Halaaaa, qué ocurrente. ¿Ahora temblores? Huy, y ahora viene la fase del ahogo. Que me ahogo, que me ahogo, que no respiro. Ja, pero sé que no me vas a ahogar, huy que tremendo. ¿Tendría que estar pasándolo mal, no?” De hecho, lo estaba pasando peor que mal, fatal, porque el cuerpo, enfurecido, redoblaba sus esfuerzos. Y quedarse sin aire no es moco de pavo. 5. Ahí es donde tienes que poner toda la carne en el asador, y no dejarte impresionar. Te quedas sin aire, vale, pero te repites que no te vas a ahogar. Lo bueno viene en seguida. Porque si persistes y dejas que el cuerpo siga con el ataque de pánico sin que te afecte, como si fuera una escenita que ves desde fuera, uno de los dos, el cuerpo, o sea tú, acabará por cansarse y aburrirse de la escenita. Y EL ATAQUE DE PÁNICO CESARÁ. Acabas de romper el ciclo. Para siempre jamás. Felicidades, estás libre. 6. Recuerdo que en mi caso el ataque de pánico llegó a cotas nunca vistas. Me quedaba sin aire, me asfixiaba, me iba a morir. Pero seguí hablando con el cuerpo: “No es real, te conozco, sé que no me vas a matar”. Él proseguía con los fuegos artificiales, y yo le quitaba importancia: “A ver qué se te ocurre ahora, venga hombre, que esto ya lo conozco, ¿y si me provocas algo en la cabeza, para variar? Hay que innovar, que si no, me aburro”. A los dos o tres minutos, curiosamente, la cabeza se me iba a otros detalles de menor importancia, como si me había acordado de poner el freno de mano cuando paré el coche al notar que iba a iniciarse el ataque. O qué prepararía para comer. El cerebro se me distraía. Y el terrorífico ataque de pánico se disolvía en un estruendoso ridículo como colofón. Pruébalo. ¿Qué tienes que perder? Si has leído hasta aquí, es que ya has probado todo lo demás y no ha funcionado. Esta técnica es la que utilizó con éxito mi hermano, y yo misma. Un amigo, tras consultar a un inteligente médico, probó algo similar, aunque ayudado por un caramelo, porque durante los ataques se mordía con violencia la lengua. El caramelo le servía de placebo para activar un mayor flujo de saliva, y engañar al cerebro. Ese amigo lleva siete años libre de ataques, yo dos, y mi hermano tres. Lo mejor de todo es que sé, con la mayor certidumbre, que nunca volverán. Y que si volvieran, usando el método descrito más arriba, con no hacerles caso, listo. Cómo acabar con los truquitos de magia Por eso no vuelven. Mi cerebro y mi cuerpo saben que se les acabó el chollo, que he descubierto cómo hacían sus truquitos de magia para protegerme y que, conmigo, una vez y no más. Tú también puedes sentir lo mismo. Es cierto que la solución se las trae, sobre todo la primera vez que la pones en práctica. Pero piensa que se trata de pasar un ratito de tensión mientras te haces con la técnica mental para sobreponerte, y luego nunca más volverás a pasar miedo. Es como atravesar un largo túnel del terror, de los que abundan en los parques de atracciones. Al otro lado está la luz y tu destino. Mientras lo atraviesas van surgiendo brujas y monstruos, y telarañas que caen sobre tu cara, y manos que intentan agarrarte y te aterrorizan. Pero no es real, y al final del trayecto saltas del vagón, y comentas entre risas el miedo que has pasado, con tus amigos y amigas. OJO, ATENCIÓN: ➢ Probablemente tendrás una o dos réplicas probablemente del primero si aplicas esta técnica (aunque hay gente que se ha visto libre de la ansiedad y el miedo tan solo con ponerla en práctica una vez). Pero nunca volverás a sufrir un ataque de pánico tan intenso como aquel en que pusiste en práctica el método descrito en este libro. Las réplicas subsiguientes se producirán dos o tres veces, siempre disminuyendo en intensidad, y luego poco a poco irán desapareciendo. ➢ Puede suceder que la primera vez que pongas en práctica este sistema no llegues hasta el final del túnel. O por lo menos, creas que no has llegado. No pasa nada. Si has tomado medicación a toda prisa, porque no aguantabas, o has empleado cualquier otro sistema que te hayas acostumbrado a usar cuando sufres un ataque de pánico, está bien. Siempre puedes desdramatizar la situación hablando con el cuerpo inmediatamente después. Porque el ataque de pánico se alimenta de drama. Dite pues a ti mismo –a tu cuerpo- mentalmente: “No pasa nada, menudo dramón me has montado. Pero tú, cuerpo mío, no puedes hacerme daño, ni matarme NUNCA. Lo sé con seguridad. Así que da igual todo lo que inventes para asustarme, NO ME LO CREO”. ➢ Porque sabes con total seguridad que estás a salvo. Nunca olvides esto: ESTÁS SIEMPRE A SALVO. Una vez diagnosticados los ataques de pánico, y descartadas el resto de las causas, tendrás el total convencimiento de que todo es mental, un mecanismo de protección mal encaminado. PUEDES RELAJARTE Y DISFRUTAR DE LA FUNCIÓN. ➢ De hecho, yo, cuando los ataques de pánico habían quedado reducidos en dos semanas a meros entumecimientos de los dedos de la mano cuando conducía, me paraba a un lado de la carretera, me fumaba un cigarrillo –todavía tenía el vicio por aquella época- y llegaba a disfrutar de la función: “¿Qué pasará ahora, seguirá por los pies? Huy, ya no me paraliza del todo la mano, ¿cómo lo habrá hecho las otras veces? Este cuerpo mío es la leche, mira lo que fue capaz de hacer”. Pronto me distraía en otras preocupaciones. Con un diálogo como este, a mi pobre organismo no le quedó más opción que colgar el cartel de “Se suspende el espectáculo por causas ajenas a la dirección” enpocos días, y volver al redil. THE END. Pues así se curan para siempre los ataques de pánico. Para siempre, repito. Atraviesa el túnel, y sé libre. Naturalmente, las circunstancias de una a otra persona varían bastante entre unas y otras, pero el trasfondo del método es el mismo para todos. Porque el miedo es una emoción común, y las consecuencias devastadoras que trae consigo en nuestro interior cuando se descontrola también son similares. Adapta el método a tu propia casuística, y vuela libre de nuevo. Este método ha funcionado conmigo y con muchas otras personas, también debería funcionar contigo. Para eso he escrito este libro. Ojalá pronto puedas unirte a la comunidad de personas que lo han conseguido, y los ataques de pánico sean solo un mal recuerdo. “El mayor azote de la vida moderna es el dar importancia a las cosas que en realidad no la tienen” , dijo el sabio Rabindranath Tagore. Conclusión ¡Gracias nuevamente por descargar mi libro! Y cuando tengas un rato libre, si puedes hacerme un pequeño favor, te lo agradecería en el alma, por favor deja tu opinión en Amazon. No hace falta que te extiendas, con unas pocas palabras bastarán. Las opiniones de nuestros lectores a los escritores nos dan la vida, y nos ayudan a mejorar. Muchas gracias por el tiempo dedicado a este libro. Estoy a tu disposición en: Mi página de autor en Amazon Mi blog : tipsautoayuda.wordpress.com Maya Ruibarbo Otros títulos de la autora Cómo superar en diez días los ataques de pánico y ansiedad: reeduca tu propio cuerpo, sin medicación ni efectos secundarios, y deja de tener miedo Descripción Líbrate de los ataques de pánico, ansiedad y angustia en pocos días ¿No me crees? Yo lo he conseguido. Otras personas próximas de mi entorno lo han conseguido. Este libro es fruto de una dura experiencia. Tú también puedes hacerlo. ¿Quieres vivir el resto de tu vida con miedo y esperando el próximo ataque? ¿Quieres pasar evitando situaciones y coyunturas 'peligrosas', no vaya a ser que http://www.amazon.com/Maya-Ruibarbo/e/B00O08O2BG/ref=sr_tc_2_0?qid=1424645867&sr=1-2-ent https://tipsautoayuda.wordpress.com vuelva el pánicof? ¿Cuántas técnicas y medicamentos has probado? ¿Alguno de ellos te resolvió el problema para siempre? No respondas, no hace falta. La respuesta es NO. Solo tú puedes solucionar este problema. Lee este libro y recupera el control sobre tu propia vida, sin temor a los ataques de pánico. ¿Sabías que una vez entiendas el mecanismo que se explica en el libro, la única solución posible se presentará clara como el cristal? Enlace Al Ebook http://goo.gl/rfD8CV Al Libro en papel http://goo.gl/fD0US2 ¿Sin trabajo? Pues me caso Descripción Nueva versión actualizada del libro “Crónicas de una parada desquiciada”. Un grupo de desempleados es capaz de alcanzar los más desbordantes extremos de locura colectiva cuando se los presiona hasta el límite. Si ya no tienes nada que perder, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar?¿Podría ser el matrimonio con un marido bien forrado la solución a todos tus problemas financieros? ¿Las casadas son más listas? ¿Las gorditas ligan más? ¿Usarías una pócima para ayudar a tu colega a salir del bache? ¿Existe el karma cuando tu mejor amiga se convierte en una zorra? En los confines del paro, todo vale. EXTRA: Puedes ver el vídeo de presentación AQUÍ: http://goo.gl/rQRBrR Enlace Al Ebook http://goo.gl/BIAc93 Al Libro en papel http://goo.gl/j0Ce15 Crónicas de una parada desquiciada Descripción Empresarios sin escrúpulos, sindicalistas con brújula, asociaciones sin ánimo de lucro investigadas por la Inspección, chinos en ‘B’, corruptos sin papeles, espías al borde de un ataque de nervios, y demás familia. Porque cuando esta joven desempleada de armas tomar, pero en graves apuros económicos, se ve perseguida por un misterioso extraño que le hace la más insólita de las proposiciones, sus problemas no han hecho más que empezar. Nunca el desempleo fue así de corrosivo. http://goo.gl/rQRBrR Enlace Al Ebook http://goo.gl/xtGd9T Al Libro en papel http://goo.gl/duvaFS Introducción Convertida en una ruina viviente Capítulo 1 : ¿ Qué me está pasando ? Capítulo 2 Voy a morirme , ¿ verdad ? Capítulo 3 De buenas intenciones está empedrado el infierno Capítulo 4 Mierda , se ha puesto en marcha . ¿ Cómo lo paro ? Capítulo 5 No hay marcha atrás : entonces , hacia delante Capítulo 6 Los tres minutos que me devolvieron a la vida Capítulo 7 Un túnel que atravesar Conclusión
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